Capitulo - 6 -

Era más de media noche y no había un alma por la calle, por no hablar de que hacia un frío espantoso. Quizá tendría que haber previsto que, salir a esas horas a caminar para despejarme, no era muy buena idea, aunque a decir verdad, me sentía bastante mejor aquí fuera ahora pese al frío, que en el interior de mi casa. La atmósfera estaba demasiado cargada, demasiado tensa; y siempre terminaba huyendo de sitios así. No caminé más de tres calles cuando me vi frente al edificio de Carlota, no había sabido nada de ella en todo el día, salvo un mensaje que había recibido hacía tres horas diciéndome que había estado enferma y que por eso no había contestado mis llamadas, no me creí ni palabra de aquel mensaje, pero al menos sabía que estaba viva. Ahora por lo menos y si no la pillaba durmiendo, me contaría qué narices había estado haciendo... si mi intuición no se equivocaba, y pocas veces solía hacerlo, cuando a ella se refería, habría algún pene de por medio.

Cuando toqué al telefonillo la luz de la cámara del interfono me cegó durante unos segundos, antes de que pudiera quejarme me abrieron la puerta y me encaminé hacia el interior muerta de frío. Carlota vivía en un primer piso, así que ignoré el ascensor y subí el poco tramo de escaleras, ni siquiera sabía qué iba a contarle a Carlota y si de verdad quería contarle algo, o dejarlo aparcado dentro de mí y que fuera ella quien me distrajera con sus cosas; la verdad que puede que esa fuera la mejor opción. La puerta de su piso estaba entreabierta así que la crucé y la cerré tras de mí, pero para mi sorpresa al que vi salir de la cocina con un bol de cereales fue a su hermano Daniel.

—Nadia, ¿Va todo bien? —Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla que le correspondí.

—Sí —susurré mirando a ambos lados—. ¿Está tú hermana?

 —No. —Le miré asombrada.

—¿Cómo que no está? ¿No estaba enferma?

Se echó a reír, fui hacia donde él estaba y me senté a su lado, verle comer me dio hambre, así que me fui a la cocina me llené otro bol y volví a sentarme con él, comimos en silencio durante unos minutos. No era raro que Daniel estuviera en casa de Carlota, de hecho, pasaba más tiempo allí que en casa de su madre, eso se debía a que su madre tenía demasiado carácter y un novio que no acababa de llevarse bien con los tres hijos, una pena.

—Tu hermana es una embustera. —Casi se ahoga de la risa, y al verle no pude evitar sonreír.

—¿Ahora te das cuenta? Creo que está saliendo con alguien, últimamente no duerme en casa.

Asentí terminándome los cereales y bebiéndome la leche, miré de reojo a Daniel, llevaba un pijama de dos piezas, un pantalón rojo y una camiseta de manga larga blanca, con el ribete del mismo color del pantalón, tenía el pelo revuelto y estaba bastante guapo, sonreí al notar que me había pillado mirándole, se echó hacia atrás y quedamos en la misma altura.

—¿Ha pasado algo con tú amigo? Ese que está en tú casa... 

—¿Sabías que hay un amigo en mi casa? —Fruncí el ceño. 

—Mi hermana me comentó algo. Me dijo que era tú ex de hace unos años, qué locura ¿verdad? 

—Me lo dices o me lo cuentas.

Nos quedamos en silencio y sin más empecé a hablar. No sabía cuánto había necesitado desahogarme, hasta que había empezado a darle a la lengua. Daniel me escuchaba sin perder detalle, y eso me hizo sentir bastante mejor; cuando llegué a la última confesión por parte de Alan, vi cómo se quedaba perplejo. Cuando terminé le miré deseando que me diera una respuesta sobre qué hacer, pero se limitó a mirar hacia el frente y fruncir el ceño.

—Vaya, y yo que pensaba que la semana de exámenes era lo peor que te podía pasar.

Contra todo pronóstico empecé a reírme con ganas, genial, ya estaba perdiendo la poca cabeza que me quedaba. Cuando dejé de reírme él me miraba risueño, acaricié sus ojos rasgados y le di un beso en la mejilla, aquel chico era un encanto. Poco después se puso en pie y me tendió la mano, sugirió que debía irme a dormir e intentar descansar, y, puesto que apenas había dormido en tres días, lo vi una estupenda idea. El piso de Carlota era bastante más grande que el mío, había más habitaciones, y casi todas disponían de baño propio. Yo dormiría en la habitación de Carlota, así que me despedí de Daniel en la puerta de su habitación, que era la más cercana al salón, cerró su puerta y allí me quedé yo, sola en aquella enorme casa.

No era la primera vez que dormía allí, pero si era la primera vez que no quería estar sola pese a todo el estrés emocional que estaba teniendo. Así que, después de sopesar mis opciones, deshice mis pasos y abrí con cuidado la habitación de Daniel; él estaba sentado en la cama mirando la nada, supe que no se había sorprendido de mi intromisión cuando volvió la cabeza y me sonrió, cerré la puerta a la vez que él se ponía de pie, y sin poderlo evitar y sin querer evitarlo le agarré con fuerza la nuca, y me perdí en esos jóvenes labios.

Y allí estaba yo, una mujer de veintisiete años besándose como si no hubiera mañana, con un jovencito justo diez años menor que ella. Y por si aquello no fuera bastante heavy, resultaba ser el hermano pequeño de mi mejor amiga, ¿A qué altura me dejaba eso? No lo sé, pero en aquel momento era lo único que sabía con certeza que me apetecía hacer, y dado que no era la primera vez, carecía de sentimiento de culpa. Mis ansias no eran pocas, estaba pagando mis frustraciones con él, y él no hacía otra cosa que no fuera devolverme el entusiasmo. Caímos en su cama y, después de varios minutos de delirante locura en la cual se me olvidó hasta mi nombre, un olor que probablemente provenía de mí misma me hizo detenerme, el olor de Alan había aparecido de la nada dejándome K.O. Cuando abrí los ojos, Daniel me acariciaba la cara con ternura.

—Nadia, me encantas y lo sabes, pero no quiero hacer esto porque sé que no tienes la cabeza donde deberías.

Le besé los labios nuevamente y me acomodé en el hueco de su cuello, me abrazó con fuerza y respetó mi silencio.

—Gracias. —susurré aspirando su perfume.

—No me las des, tonta. —Besó mi frente—. Ante todo, somos amigos, ¿Verdad?

—Hombre, eso ni lo dudes.

Le escuché reírse, y me sentí algo mejor. Nadie excepto nosotros, sabíamos lo que había ocurrido entre nosotros, y compartir ese secreto con él me hacía sentir unida en un aspecto más profundo a su persona, sabía que quizá había traicionado la confianza de Carlota, pero ya había pasado la fase de culpabilidad, y ahora me encontraba en la fase de «es un bonito recuerdo». Ambos habíamos significado algo en la vida del otro, y jamás le olvidaría por eso, y por la locura que había conllevado estar una temporada acostándome con un adolescente. A quien se lo contara podría pensar que era una locura, algo que no se podía entender, pero las apariencias engañan, y jamás en todas las veces que había estado con él, me había hecho sentir que era un niño inmaduro. Ya fuese por la situación que había vivido en su casa, o por la caña que le daba Carlota, la cuestión es que a su edad tenía más neuronas y madurez que mi ex, ver para creer.

Abrí los ojos cuando sentí algo de frío, sentí que había un hueco donde antes había estado Daniel, no me había soltado en toda la noche, y quizá por eso, por la calidez de su abrazo y por lo tremendamente agotada que estaba, me conseguí dormir profundamente. El sol me cegó durante unos segundos, no sabía ni qué hora era y después de los segundos de confusión encontré el ánimo de levantarme, aunque casi me caigo de culo al ver que eran las once de la mañana.

—Tranquila Nadia. —Me di la vuelta y me encontré con Daniel que me miraba sonriendo—. Mi hermana ha llamado esta mañana a tu jefe. Le ha dicho que no te encontrabas bien y que acudirías cuando te encontraras mejor, ha llamado hace un rato preguntando por ti, le he dicho que seguías en la cama.

—¿Qué? —le miré perpleja—. ¿Tu hermana ha estado aquí? 

—Sí, ha venido sobre las siete de la mañana, me ha pillado levantado bebiendo agua. Estabas tan dormida que ni te has enterado cuando ha entrado a verte.

—¿Ha entrado?, ¿Y no ha dicho nada de que estuviera en tu cama? —Mi corazón latía desbocado, si Carlota se enteraba sería mi fin, ¿Qué le podía decir? A ella no podría mentirle en algo tan importante

Me sonrió, se dio la vuelta y caminó hacia la cocina, le seguí a pies juntillas hasta que me obligó a sentarme en la silla de la cocina frente a él, me puso el café con leche, me tendió un cruasán y levantó una ceja asombrado por mi cara de pánico.

—Le he contado lo que te pasó, por eso entró a ver cómo estabas. Le dije que no querías dormir sola y que me quedé contigo hasta que te dormiste, Nadia... Por muy raro que parezca, ella ni se imagina que entre tú y yo pueda pasar nada, ella cree que para ti soy el niño de once años que conociste.

—Ya... —Me relajé al fin—. Aunque te aconsejo una cosa, nunca subestimes a tu hermana.

—No lo hago, pero soy realista. —Le sonreí de medio lado y empecé a desayunar con un humor renovado, y todo iba bien hasta que recordé lo que me había hecho huir de mi casa la noche de antes, entonces volví a ponerme de un humor asqueroso—. Nadia, he estado pensando sobre lo que me contaste ayer. — levanté la cabeza—. Sobre Alan.

—¿Sí?

—Sí, y creo que no deberías ser extremadamente dura con él.

 Parpadeé asombrada y me dejé caer en el respaldo de la silla para escucharle mejor, a cualquier otra persona la habría mandado a paseo, pero a él no. 

—¿Y por qué crees eso?

—A ver, Nadia, hay situaciones que no son fáciles de explicar por miles de motivos. Yo sé que te importo, que de verdad me aprecias, pero también sé que nunca hablarías de mí en el contexto de algo más que el hermano de tu amiga. —Iba a interrumpirle cuando me hizo callar—. Y el hecho de que nunca lo cuentes, o nunca cuentes nuestras anécdotas cuando hables de tu otros «rolletes», no quiere decir que yo no haya sido importante. Quizá lo haya sido más que muchos con los que hayas pasado más tiempo; pero por distintas razones, soy algo de lo que no se debe hablar.

—¿Y qué tiene que ver eso con Alan, Daniel?

—Pues que, el que no te haya hablado de su hija, no quiere decir que no le importe, al revés, si le diera igual hubiera dejado caer un comentario y después se hubiera portado como si nada ¿No crees? —Le miré en silencio—. Puede que, si no te hubieras ofendido de aquella manera, te hubiera dado una razón lógica para no habértelo contado. Quizá tiene problemas con la madre de la niña y estaba esperando el momento justo para poder hablarte sobre todo. Yo entiendo que te duela que no te haya hecho participe de algo tan importante para él, pero piensa que, tarde o temprano, te lo ha terminado por contar. No todo el mundo tiene facilidad para hablar de sus cosas. —Miró su vaso durante unos segundos, y sentí que perdía fuerza en su expresión—. Hay personas a las que el dolor nos hace retraídos, nadie excepto mi círculo más íntimo sabe la situación de mi casa, y es algo que jamás cuento ni contaré a nadie, a no ser que de verdad sienta la necesidad de hacerlo, y no por ello quiere decir que con la persona que comparta mi vida el día de mañana no me importe, ¿No crees?

Me había quedado boquiabierta, después de unos minutos de silencio esbozó una sonrisa de autosuficiencia.

—¿Pero tú cuántos años tienes?

—Vamos mujer, ya no soy ese niño que veía Pokémon, jugaba a la Play y quería ser jugador de futbol profesional.

Me eché a reír y puse los ojos en blanco. Cuando le miré estaba sonriendo de oreja a oreja.

—¿Qué? ¿A quién quieres engañar? Sigues haciendo todas esas cosas.

—Cierto, pero ahora desde otro punto de vista. —Solté una carcajada—. Con un pensamiento más maduro.

—A ver si te vas a pasar del tiempo de maduración, y vas a terminar por hacerte pocho.

Me lanzó un trozo de pan y empezó una mini guerra que dejó la cocina echa un fiasco, poco después me dijo que su hermana me había dejado ropa preparada en su habitación, así que, después de darle un gran abrazo, me adentré en la habitación de Carlota, y después de usar todos los potingues que tenía en el baño y darme una larga ducha era otra.

Sobre su cama me había dejado unos pantalones vaqueros, y unos zapatos, sus preferidos y por qué no decirlo, los míos también; pegaban con la americana que días atrás le había dejado, así que tenía el conjunto perfecto sin haberlo buscado. Me puse los vaqueros, una camiseta básica blanca, me calcé los zapatos, me coloqué la americana, me perfumé con su impresionante perfume J'adore, y salí con un nuevo aspecto de aquella habitación. La verdad que era una auténtica maravilla usar la misma talla de zapatos, de pantalón era otra historia, aquel vaquero me estaba porque era de los elásticos. Pero bueno, había conseguido que me subiera la moral, ya había admitido que jamás entraría en una 38, y que con un poco de suerte una 40 no me estaría demasiado apretada y si parecía una morcilla, siempre me quedaría la 42 y si no... ¡Qué coño! Mientras haya ropa que ponerme.

Daniel sonrió al verme pasar, y después de una afectuosa despedida me puse en camino a la editorial. No tardé demasiado en pillar un taxi que me dejara en la puerta, no me apetecía tener que ir andando. Había descansado bastante, pero aún estaba muy cansada como para andar tanto, cansada o vaga, cómo quisieras verlo. Cuando llegué, antes de subir a mi planta fui a la zona de almacenaje donde teníamos miles de libros, Paula estaba, como casi siempre, en el suelo intentado establecer un orden imposible, me sonrió cuando me vio en el umbral de la puerta.

—Buenos días, Nadia, ¿Ya te encuentras mejor? —Sonreí asintiendo—. Me alegro, tienes buena cara, ¿Qué te trae por aquí?

—Venía a preguntarte si teníamos por aquí un libro de Nicholas Sparks, Mensaje en una botella, ¿Te suena?

—Oh sí. —Se levantó de un salto—. Debe de estar por el estante del fondo, ¿Lo necesitas para ahora?

—No tranquila, no es nada demasiado importante, si me hicieras el favor de buscármelo en tus ratos libres, te lo agradecería.

—Eso está hecho, en cuanto lo tenga te lo subo, pero como muy tarde mañana estará en tus manos.

Miré su pelo rubio caer en cascada y su carita de melocotón y sonreí. Después de darle las gracias en distintos idiomas, subí a mi planta y me dirigí hacia mi cubículo, al pasar por el despacho de Alejo vi que no estaba, después me asomé al cubículo de Carlota y estaba vacío ¿Dónde se metía esta mujer? Cuando me senté en mi silla, vi que sobre mi escritorio había un manuscrito con un sobre encima.

«Querida mocosa, aquí te dejo esta propuesta de un periodista famoso. En este manuscrito recoge sus poemas preferidos, me gustaría que le echaras un ojo y me digas qué te parece. Por supuesto sería en tus horas libres, esto es un pequeño favor personal... Te lo agradecería eternamente.

Alejo.

Pd: Me ha contado Carlota... espero que estés mejor, Te quiero.»

Sonreí y dejé aquella carta sobre mi mesa, Daniel habría llamado a su hermana y esta le había comunicado a mi jefe que estaba de camino. No me libraba de las lecturas extra jamás, después de adelantar varios resúmenes, me tomé un breve descaso hacia las tres del medio día. Aunque solo me moví de mi mesa para ir a por un café, no me apetecía seguir leyendo, y sí, sé que me pagaban por ello, pero había adelantado bastante trabajo.

Me conecté para echar un ojo a mis correos y acabé cabreada por la cantidad de mails basura que recibía, aburrida como una ostra y no queriendo cumplir del todo con mi contrato laboral, encendí el Skype. Para mi sorpresa el Señor Moore estaba conectado, esta vez no esperé a que él me hablara, directamente le saludé yo.

—Hola, Señor Moore.

—Hola Nadia, ¿ya está bien? Me he enterado de que ha estado indispuesta.

Fruncí el ceño y miré a ambos lados, ¿Cómo podía saberlo? Justo en aquel momento Miriam apareció en mi campo de visión con una nota en las manos.

—Nadia, ¿Cómo estás? ¿Ya te encuentras mejor?

—Me sentó mal la cena anoche. —sonreí—. ¿Y tú cómo vas? —Se encogió de hombros y me dio una tímida sonrisa, sonrisa que no le llegó a los ojos.

—Esta mañana ha llamado un tal Señor Moore, ha estado hablando con Alejo bastante rato, después ha dejado este mensaje para ti. —Me tendió una nota y la ojeé por encima—. Perdona que no haya venido antes, tenemos un follón alucinante.

—Tranquila mujer, muchas gracias por darme el recado. Asintió y se marchó de nuevo hacia su lugar de trabajo. Ahora ya sabía por qué se había enterado de mi pequeña indisposición, devolví la vista a la pantalla y vi que seguía en línea.

—Siento haber tardado en responder, ya estoy mejor, gracias.

—Me alegro señorita, por un momento he pensado que estaba escaqueándose de su trabajo.

—No sea mal pensado.

—Lo siento, me viene de serie. La he llamado esta mañana para decirle que he enviado tres manuscritos más a su editorial, copias del que usted posee. Ese quiero que se lo quede, me hace ilusión que lo tenga de recuerdo.

—Vaya, muchísimas gracias por el enorme detalle, le estoy tremendamente agradecida.

Ídem, señorita... Ha sido una pena que no estuviera en esos momentos, me hubiera encantado hablar con usted, hubiera escuchado su voz y usted la mía.

—Deje de atormentarme... bastante he tenido hoy.

—Vaya... ¿Qué le ha ocurrido aparte de que ha estado indispuesta? ¿Un mal día?

—Un mal año, más bien.

—No sea pesimista, algo bueno ha debido de pasarle. Me encantaría poder seguir hablando con usted, pero tengo una reunión importante.

—De acuerdo, mucha suerte en su reunión, Moore. 

—Que tenga buen día Nadia, y anímese.

Me quedé un rato más mirando la pantalla, hasta que vi cómo se desconectaba, poco después Sonia y Leire se pusieron en contacto conmigo para informarme que habían recibido la copia del manuscrito. Por alguna razón que desconocía, pensaban que la idea había salido de mí, tampoco les dije que estaban equivocadas, bastante estaba fallando en las cosas de mi trabajo como para quitarme ciertos méritos que por otro lado no eran míos, pero ¿Quién se iba a enterar? ¿El Señor Moore? Él no me delataría.

Se hizo la hora de salir, y no me lo pensé dos veces. Paula aún no había subido así que supe que aquella noche no tendría mi libro, me sentí triste, la verdad que nada me apetecía más que sentarme y leer un buen libro. En todo el día no había tenido noticias de Alan, y eso me había servido para estar en parte más tranquila y a la misma vez más inquieta. Por el contrario que ese día por la mañana, ahora sí que volví a casa andando, me apetecía pasear, ver gente, que me diera el aire y me purificara –sobre todo eso último–, justo cuando iba a girar para meterme en mi calle, pasé por el escaparate de una tienda donde vendían películas y cd's de música. Sin pensármelo dos veces, entré con el corazón en un puño, diez minutos después salía con la película Mensaje en una Botella en mis manos. Yo siempre había preferido un libro a la película, pero dado que no había podido hacerme con el libro, me vería la película para quitarme el ansia. Como siempre, las películas no le llegaban ni a la suela del zapato al libro, así que me lo leería de todos modos. Un libro contiene una cantidad de escenas, momentos y sentimientos que las películas no pueden captar, meter en una hora y media o dos una historia de un libro y que cuando salgas del cine no te haya decepcionado es realmente difícil.

Abrí temerosa la puerta de casa, pero allí no había nadie, dejé mis cosas sobre el sofá, incluido el manuscrito de los poemas y fui a revisar el resto de mi piso, todo estaba ordenado y limpio, y su maleta seguía estando en el cuarto de mis sobrinos; señal de que más tarde o más temprano volvería, y eso me hizo respirar un poco más tranquila. Si llego a ver que ya no había nada de él, probablemente me hubiera echado a llorar. No cené, no tenía hambre. Había estado todo el día desganada; me hice un buen tazón de leche y me puse la película. Kevin Costner, Paul Newman y Robin Wright eran los protagonistas, los actores me gustaban, así que eso era un punto extra.

La película empezó y todo lo demás desapareció ipso facto. Para cuando el hermano de Catherine acude a casa de Garret, y sin hablar se pone a ayudarle a terminar el barco, yo ya era un mar de lágrimas, y para cuando Paul Newman llama por teléfono a Robin Wright, mis lágrimas apenas me dejaban ver, ¡menudo dramón me había tragado! Y lo peor de todo... ¡Me había gustado! Cuando terminó la película, me quedé con un berrinche bastante importante, aquella película me había dejado un regusto de pena y tristeza que daba gracias por no haber leído el libro; si la película me había dejado tan hecha polvo, el libro habría provocado mi suicidio. Cuando me levanté después de varios minutos intentando calmarme, escuché la puerta abrirse y segundos después me topé con la mirada de Alan que se alarmó a ver el increíble sofoco que llevaba.

—Nadia...

—Tranquilo. —Le frené en su avance—. No me pasa nada, es esta jodida película.

—¿Cuál has visto? —Dio unos pocos pasos más y se quedó a escasos centímetros de mí.

—Mensaje en una botella. —Levantó las cejas sorprendido—. ¡¡El puto Nicholas Sparks, está loco! ¿Cómo se le ocurre terminarla así? Puto chalado.

Se echó a reír pese a que tenía cara de cansado, yo seguía sollozando como una idiota.

—¿No habías visto nunca la película? —Negué con la cabeza—. Bueno, es cine drama... Tendrías que haberlo visto venir. —Le miré fijamente y él me mantuvo la mirada. Debíamos hablar, la tensión era palpable, antes de que yo pudiera abrir la boca él se me adelantó—. Nadia, primero de todo, quiero que entiendas que para mí no es fácil hablar de todo esto. —Se sentó en el sofá y unos segundos después le imité—. Adoro a mi hija, la quiero más que a todo. Pero durante unos días quería ser yo mismo, no quería tener la necesidad de contarlo todo, porque entonces cambiaria tu opinión hacia mí, y yo quería que tú me siguieras viendo como el antiguo Alan, y no en lo que me he convertido.

Me fijé en las ojeras que ocupaban gran parte de su cara, tenía la barba más desaliñada de lo normal, parecía que le hubieran dado una paliza, y en ese instante me sentí mal. Estaba claro que lo estaba pasando peor de lo que yo podía imaginar.

—Alan, para mí siempre serás el mismo, sea lo sea lo que te pase, eso deberías saberlo. — Le acaricié el mentón con dulzura—. Además, desde que me dijiste que no podíamos seguir hablando, pensaba que eras un capullo sin personalidad, así que, si me hubieras dicho lo de tu hija el viernes, podría haberlo entendido y disculparte.

—¿Has estado pensando que soy un capullo sin personalidad estos días? —Levantó una ceja y sonreí.

—Capullo a secas, más bien.

Se echó a reír y me di cuenta de cuánto había echado de menos escuchar su risa. Miré sus ojos oscuros que ahora parecían brillar y sentí que mi estómago se contraía haciéndome estremecer, me vi observándole sin perderme ni un solo detalle y, sorprendentemente, escuché una melodía en mi cabeza, sin pensarlo la letra de una canción sacudió mi mente. Miré a Alan, que me seguía mirando risueño, y supe que tenía que darle un pequeño margen, así que me puse en pie y le miré sonriendo.

—Necesito darme una ducha. Cuando salga, si quieres, solo si quieres, háblame de tu hija. Sarah me da igual, solo quiero saber sobre tu hija, ¿te parece bien? —Me miró con una dulzura increíble.

—Gracias Nadia.

Sonreí y me encaminé hacia mi habitación, necesitaba despejar la mente de la película que acababa de ver, aún podía sentir los vestigios de pena que se habían adherido a mí. Dejé el grifo de la ducha encendido, y mientras esperaba a que saliera caliente, me di cuenta de que aquella canción seguía dando vueltas en mi cabeza; era del cantante favorito de mi cuñado, seguro que la había escuchado mil veces en casa de mi hermana, pero hasta el instante que había escuchado la risa de Alan no había caído en la letra. Busqué por mi habitación el reproductor de canciones que me habían regalado él y mi hermana para Navidad, estaba segura que esa canción estaría entre las cien canciones que mi querido cuñado se había dedicado a meter en el reproductor para que no tuviera que tomarme yo las molestias. Casi todas eran mis canciones favoritas, pero no había podido evitar meter unas cuantas de su propia lista de favoritas, empecé a buscar entre todas las canciones hasta que la encontré.

Manolo García, un cantante que solía hacerme estremecer con sus letras profundas y sentidas. Conocí a Mateo cuando tenía ocho años, mi hermana contaba con veinte años cuando perdió la cabeza y el corazón por aquel muchacho grande, fuerte, y tremendamente divertido, recuerdo que siempre llamó mi atención; puede que fuera porque desde mi corta estatura lo viera enorme, o porque siempre jugaba conmigo en lugar de ignorarme como sus otros novios, me llevaban a la feria, al cine y allí donde ellos fueran, siempre me dejaban un hueco para mí. Sonreí mientras recordaba cómo adoraba los viajes a la playa, siempre le pedía a mi madre que me dejara ir con Mateo en su coche, y después de pelear un rato con mi hermana me salía con la mía, Mateo me dejaba bajar la ventanilla del asiento de atrás; mientras el aire me daba en la cara y removía mi pelo al viento, el sol iba dorando mi cara. Recuerdo que sonreía con los ojos cerrados sintiendo el calor del sol en mi piel mientras escuchaba las canciones de Manolo García de fondo, se había quedado como un recuerdo bonito al que recurría muchas veces. Mateo más que mi cuñado era mi hermano, y de él había heredado gran parte de su buen gusto musical.

Sonreí de oreja a oreja cuando encontré la canción, subí el volumen y empecé a desnudarme para meterme en la ducha que ya estaba ardiendo, empezó el instrumental de la canción y, pese a que estaba debajo del agua caliente, la piel se me puso de gallina. Cerré los ojos para sentir aquella canción.

«...Al ritmo de tus días, al flujo de tu tiempo, vela que dominas.

Al vaivén que marcas, caprichosa, amor, a tu calor, me arrimo. Flor de pradera: de ti necesito.

De tu esencia me impregné, y ahora estoy atado a ti, y el sulfuroso reclamo... es el deseo que por ti siento.

Deseo de tus noches mientras duermes, deseo de tu latir y de tu aliento, y al abrigo de tus besos, adentrarme en un camino que tras de mí se borre.

Si tú bendita presencia, es la ofrenda ante el altar, el agua de tu caudal es la querencia animal...»

Sin quererlo había empezado a cantar, completamente absorta en aquella letra, esas palabras que ahora tanto entendía.

—A este desbordado antojo, a este musgo de la roca donde me alojo. En el panal de tus cuevas puedo ocultarme y brotar, y en tus recónditas curvas puedo poblarte y amar, desde tu tobillo moreno al sonido de la trenza de tu largo pelo...

—Cosas que pasan, de Manolo García. —Abrí los ojos y me sujeté para no caerme, levanté la cabeza y allí estaba Alan, mirándome con las manos dentro de los bolsillos—. Adoro esta canción, a mi hija con lo pequeña que es le encanta este tipo de música.

Sonreí hasta que me di cuenta de que seguía desnuda bajo aquel chorro de agua, él pareció leerme la mente, y se movió con agilidad por mi baño. Fue a por una toalla y la abrió para que saliera y poder cubrirme con ella, tragué saliva por aquella situación, no sabía si quería que él se quedara eterno justo en ese instante, tan dulce y tierno, o prefería que se lanzase como un poseso y me hiciera el amor debajo de aquel chorro de agua. Y, mientras yo me perdía en mis deseos más profundos, él me tendió la mano que yo acepté. Después de ayudarme a salir me tapó con la toalla y besó mi cabeza con ternura, nos miramos en el reflejo del espejo, y allí perdida en sus ojos oscuros sentí como me abarcaba en un abrazo. Estaba ensimismada mirándonos en aquel espejo, cuando sentí sus labios en mi mejilla, y supe que, por primera vez, Alan quería hablar.

Salió del baño y le seguí con la mirada, poco después aparecí por el salón con mi nuevo pijama anti morbo de ositos y corazones, sonrió cuando me vio. Toda decidida, me senté a su lado, y respiré un poco, él cerró los ojos un instante y resopló.

-Mi hija nació un 27 de diciembre. —Le escuché atenta—. A decir verdad, no estuve ilusionado durante el embarazo. Sentía que me estaban poniendo una cadena invisible y eso me agobiaba muchísimo. Pero cuando le vi esa carita redondita, rosa y preciosa, mi mundo cobró sentido... —Levantó la cabeza y se encontró con mis ojos—. Toda mi vida gira en torno a ella.

—Vaya. —Sonreí—. Eres otro cuando hablas de ella. Sonríes de una manera preciosa, deberías haberlo hecho antes. —Sonrío con cierta timidez—. Y dime, ¿cómo se llama? —Me miró fijamente a los ojos—. No me digas que Sarah, no me digas que Sarah...

Se echo a reír y le imité, aunque a decir verdad iba completamente en serio.

—Se llama Daniela. —Suspiré inconscientemente—. Y es la niña más guapa y más lista que he conocido nunca; aunque bueno... supongo que todos los padres pensarán igual.

—No te creas, mi cuñado dice que mi sobrino el mayor es un bala perdida. —Escuché como se echaba a reír—. Se parecen demasiado y siempre están discutiendo, mi sobrino tiene más carácter que un hombre de cincuenta años. —Levanté la cabeza y vi que me miraba sonriendo—. ¿Qué?

—Tu cara, se ilumina cuando hablas de tus sobrinos.

—Son toda mi vida. Está claro que ser madre debe ser algo aún más grande, pero por ahora no concibo un amor más grande que el que yo siento por esos dos granujas. —Nos miramos en silencio un rato más. Aquella versión de Alan me gustaba bastante más de lo que yo misma hubiera imaginado, y, a decir verdad, el hecho de imaginarme a Alan de padre me daba un cierto morbo... Vale, necesitaba hablar con Izan ¡ya!—. ¿Ella está en Polonia con Sarah?

—No. —Me miró fijamente a los ojos durante unos segundos—.Se está quedando con mi madre mientras estoy aquí. Mi madre está encantada con la idea de tenerla unos días y mimarla hasta la saciedad, y creo que a mi hija esa idea le encanta, voy a verla y a estar con ella todos los días, hasta que no encuentre un sitio fijo está mejor con mi madre.

Tragué saliva, aquello aún me hacía plantearme más la idea de... ¿y Sarah?

—Alan... —Sonreí—. Me dijiste que no tenías sitio donde quedarte. Sé que el piso de tus padres no es muy grande, pero...

 —No viven en un piso. —Le miré perpleja—. mi padre ganó bastante dinero al vender su empresa, y se compraron una casa de campo a las afueras, no está muy lejos, pilla bastante cerca de todo, ¿conoces la urbanización Paraíso?

—Claro. —Resoplé mirando al techo—. Es la más cotizada de aquí, como para no conocerla... —Le miré—. No me iras a decir que tus padres viven allí, ¿verdad? —Sonrió—. ¡Serás! ¿Por qué no me habías dicho nada? Además... hace poco seguía viendo a tu madre por la zona donde vivíais antes.

—¿Cómo? —Me miró divertido—. El antiguo piso donde vivíamos pilla bastante lejos de la casa de tus padres, y de esta también.

—Carlota vivió por esa zona un tiempo. —Mentí como una bellaca—. Hasta que le terminaran la reforma de donde vive ahora.

Sonreí para disimular que estaba nerviosa, jamás había preparado una mentira en dos o tres segundos, y me aplaudí interiormente por la improvisación, estaba hecha una artista, –Jennifer Lawrence tiembla, que Nadia Sánchez está aquí–.

—Mi madre tiene el piso como taller de costura, ella y sus amigas acuden allí casi a diario, hacen ropa que luego donan, nos hacen jerséis para navidad... nos abastecen de jerséis de lana sintética de una manera alarmante, hace años que no pillo una gripe.

—¿Sintética?

—Sí, mi madre no soportaría la idea de usar lana de oveja. No sé si recuerdas cómo era, que no comía nada que viniera de un animal.

—Sí. —Sonreí al recordar cosas que prefería tener ocultas—. Una vez me llamó asesina por comerme un bocadillo de jamón delante de ella. —se echó a reír cuando recordó aquel día. Día traumático para mí, todo hay que decirlo—. Lloré al llegar a casa, no comí jamón en meses.

—Sí, esa es mi madre.

—No le dije que ahora tampoco comía, llevaba unos años sin probar la carne y todos sus derivados, tampoco bebía leche de vaca, me limitaba a la de soja, huevos comía muy pocos y ecológicos, y pescado solo en ocasiones en las cuales no podía elegir comer otra cosa, vamos... que era una versión de su madre, un poco menos radical.

—Me estoy yendo del tema. —dije rascándome el cogote—. Tenías sitio de sobra donde quedarte todo este tiempo, ¿verdad? ¿Por qué estás aquí?

—¿Acaso no es obvio? —Me temblaron las piernas.

—Ya... —Me puse más roja que un tomate—. De todas formas, puedes traer a tu hija aquí, sabes que no hay problema.

—Eso ya lo sé. —Me sonrió con ternura—. Pero me paso el día de aquí para allá, y no podría estar lo pendiente que quisiera. Además, mi madre me mataría si se me ocurre llevármela.

Me eche a reír, de las cosas que recordaba de su madre, quitando de que me llamó asesina, era lo niñera que era, adoraba a los críos, así que, ni que decir ahora que tenía una nieta. Miré a Alan que miraba a la nada, sabía que había algo que no me terminaba de contar, pero no quise insistir en exceso, con Alan, una debía tener tacto.

—¿Así que tenéis la custodia compartida?

—No. —Le miré asombrada—. Tengo la custodia total de Daniela, su madre puede visitarla una vez al mes, y siempre con supervisión de alguien más.

¿Custodia total? ¿Una vez al mes? Pero... ¿Qué narices pasaba? Alan parecía haberlo dicho todo en aquel instante, y pude ver como poco a poco recuperaba esa postura tensa a la que me tenía acostumbrada, eso era señal de «Oh nena, hay mucho más que contar, pero ahora no es el momento...». Intenté por todos los medios disimular mi frustración, pero en aquel momento, mi don de la actuación se había esfumado, –tranquila Jennifer, vuelvo a ser yo–. Sabía que Alan lo había notado, pero le daba soberanamente igual. Me puse de pie y él me siguió, empecé a notar que estaba demasiado cansada como para hacer otra cosa que no fuera dormir, pero para mi sorpresa sonreí y me volví hacia él.

—¿Me enseñarías una foto de tu peque?

La cara se le volvió a iluminar de nuevo y con agilidad sacó su cartera del bolsillo trasero de su pantalón y me tendió una foto que me hizo sonreír. Estaba hecha en un fotomatón, en ella salía un Alan increíblemente guapísimo y en sus brazos y sonriendo una pequeña preciosidad rubia con los ojos oscuros, tan oscuros como los de su padre, el corazón se me aceleró por completo, aquella niña era igualita a su padre. Y en aquel momento, odié con todos los resquicios posibles de mi alma –más de lo que ya lo hacía– a Sarah por haberle hecho el mayor regalo que se puede hacer a una persona; le había dado una niña que era igualita a él. Nunca había sabido lo que era la envidia de verdad, hasta aquel momento, y era un sentimiento horrible.

Después de un rato de las oportunas alabanzas a su hija y la continua sonrisa de bobalicón del padre, nos acostarnos, fue entonces cuando vi de refilón el manuscrito que me había traído a casa, había dicho que lo leería, me gustaban mucho los poemas. Si aquel manuscrito contaba con una selección de los mejores, sería una lectura enriquecedora; pero estaba muy vaga y sin ningunas ganas de nada. Aun así, me lo llevé a la habitación, estuve un rato mirándolo mientras Alan se cambiaba y se aseaba para irse a dormir –menudo tío raro–. Me había dado cuenta, de que antes de dormir se peinaba, se lavaba la cara, se echaba una crema y se echaba un perfume distinto al que usaba el resto del día, cuando salió me pilló mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Por qué haces esas cosas antes de dormir?

—¿Qué cosas? —preguntó mientras se metía en mi cama con una sensualidad que me puso a cien enseguida.

—Pues te peinas, y te hechas perfume. ¿Por qué? ¿Quién hace eso?

—Pues yo. —Negué con la cabeza mientras sonreía. Se recostó un poco sobre la cama y se tapó hasta el cuello, yo volví la vista al manuscrito y sentí que pesaba tonelada y media—. ¿Qué resoplas tanto?

—Tengo que leerme esto como favor personal —dije recostándome—, pero es que... No me apetece una mierda.

—Nadia, habla bien.

—Vale... Pues no me apetece una caca.

Miró hacia otro lado intentado disimular que sonreía, pero era tarde, lo había visto. Me recosté a su lado en la cama, y le tendí el manuscrito que cogió y ojeó por encima.

—¿Poemas?

—Sí, lo ha escrito un periodista bastante conocido. En esta especie de biografía expone sus diez poemas predilectos, aquellos que cambiaron su vida, y hace una pequeña reflexión sobre ellos, solo tengo que echarle un vistazo y decir qué me parece, aunque lo veo una tontería, lo van a publicar igual.

—Eres una editora estupenda, sabes ver el ángel de muchas historias. Si el libro llama tú atención, sabrán que es una apuesta segura. —Le miré asombrada.

—¿De dónde has sacado esas palabras?

—La escritora para la que trabajas, ¿Jacqueline Amorós? — Asentí—. Hizo una entrevista para un periódico y te mencionó en una de las respuestas, esas fueron sus palabras.

Sonreí como una tonta, Jacqueline no me había hecho mención de aquello, me fijé en que Alan miraba hacia la puerta y antes de que me diera cuenta salió de la habitación y volvió con un periódico en las manos, me lo tendió. Había una foto de Jacqueline sentada frente a un ordenador, y una larga lista de preguntas, Alan me señaló una en concreto.

«...—Señorita Amorós, ¿Cuál cree que fueron las claves para que su libro Si tan solo fuera sexo fuera publicado?

¿Claves? Bueno, supongo que tuve la gran suerte de topar con una editorial que se interesó casi de inmediato; en concreto una de sus editoras que por aquel entonces empezaba a trabajar allí. Nadia Sánchez fue la primera en leer mi historia e hizo todo lo posible para que mi editor Alejo, lo leyera.

—Así que, ¿cree que una de las claves fue la primera persona la cual leyó el manuscrito por primera vez?

—Nadia Sánchez es una editora estupenda, sabe ver en ángel en muchas historias, y doy gracias de que lo viera en la mía, su entusiasmo y sus correcciones ayudaron a que Si tan solo fuera sexo fuera todo un éxito...»

Sentí el pecho hinchado, con un orgullo que me hacía sentir el doble de grande; como si pudiera volar de lo orgullosa que me sentía. Jacqueline me había mencionado en una entrevista en uno de los periódicos más importantes de tirada nacional y ni siquiera me lo había contado. Le pensaba comprar una caja enorme de bombones para que se pusiera morada a chocolate.

—¿Puedo quedármelo? —susurré aun obnubilada.

—Claro que sí, de hecho, pensaba dártelo, pero con todo lo que ha pasado se me había olvidado. Estoy muy orgulloso de ti, Nadia.

Dejé el periódico sobre la mesita y me recosté de nuevo a su altura, cuando iba a besarle esa boca que me traía loca, desvió la trayectoria de su movimiento y agarró el manuscrito, se sentó apoyando su espalda en el respaldo de la cama y me miró.

—Si quieres podemos hacer una cosa, dices que hay diez poemas ¿no?

—Sí.

—Si quieres, viendo que ya lees muchas cosas en tu horario laboral, me gustaría poder ayudarte. —Mi cara pasó de frustración a sorpresa—. ¿Qué te parece si cada noche te leo uno de los poemas que hay aquí?

Sentí como los ojos se me iban agrandando por la emoción, por suerte no era algo demasiado palpable físicamente, daba gracias a dios.

—¿De verdad harías eso por mí?

—No digas tonterías, claro que si —diciendo esto, se tumbó completamente y abrió el manuscrito por la primera página. Hizo un gesto sobre la cama que obedecí al instante, con una de sus manos sujetaba el dossier y con la otra se dio un golpe en el pecho, no me lo pensé dos veces y apoyé mi cabeza sobre su pecho y aspiré su aroma. Ese aroma que me encendía a más no poder—. vaya ... —susurró mientas ojeaba la página—. Empieza bastante bien, me encanta Pablo Neruda. —Se tomó unos segundos, y sentí cómo su corazón incrementaba su latido, aquello me estremeció.

—¿Quieres hacer el favor de leerlo ya? Me tienes en ascuas. Sentí como sonreía y le escuché tomar aire.

—Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y titilan, azules, los astros, a lo lejos». El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. —Tomó aire y cerré mis ojos para prestar más atención a las palabras—. En las noches como esta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella... —Y así prosiguió con el resto de poema de Neruda, hasta concluir con el final, y para ser sinceras, aquella última frase, la sentía como mía propia—. Aunque este sea el último dolor que ella me causa, y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

Estaba tragando saliva cuando terminó de recitar el poema, ya no solo su voz rasgada y dura me había penetrado el alma, también aquellas palabras de ese poema que había escuchado mil veces volvían a calarse dentro de mí. Ahora que lo había escuchado desde la voz de Alan, había tomado una connotación más sentimental, a este paso, acabaría por volverme loca cuando él se fuera. Aquel pensamiento me dejó helada, aunque disimulé todo lo que pude.

Estuvimos en silencio un rato mirando a la nada, esa nada que ocupaba gran parte de mi habitación. Había un silencio incomodo, un silencio que deseaba gritar algo, pero estaba atrapado entre dos personas con mucho que callar. Hay sentimientos que tenemos miedo a afrontar, por eso jamás lo decimos en voz alta, creyendo, como ilusos, que, si algo no se dice, es como si no existiera; un error idiota ya que los sentimientos más intensos son los que albergamos en nuestro más profundo interior y que se queda allí callado, unas veces por un tiempo, otras veces para siempre.

Diez minutos después, se movió dejando el dossier sobre su mesita y apagó la luz, había algo en su actitud que me crispaba los nervios, creo que, de haber podido se hubiera largado de mi casa. Yo seguía abrazada a su pecho, creo que lo hacía para asegurarme de que no se iría en cuanto me quedara dormida. Ya estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo cuando le noté moverse incómodo.

—Nadia, ¿Estás durmiendo?

—No. —susurré adormilada y le escuché sonreír. —Mentirosa.

—Para ti siempre estoy despierta.

Estuvo unos segundos en silencio, supongo que cavilando algo que podía escuchar ronronear en su cabeza, después me destapó.

—¿Me dejas hacer una cosa? —Claro.

Para mi sorpresa, lo sentí salir de la cama, no sabía dónde se había ido hasta que escuché cómo se levantaban las persianas de la habitación, entonces la luz del exterior iluminó débilmente mi habitación. La luna llena que reinaba aquella noche en lo alto del cielo nos regaló la claridad que él creyó oportuna. Cuando se dio la vuelta y me miró, casi se me sale el aire al ver el contorno de su fuerte silueta, caminó hacia mí y se posicionó sobre la cama, sin hablar, sin ni siquiera respirar fuerte, me quitó el pijama y me dejó desnuda sobre la cama, me movió como si fuera una pluma y me posicionó justo en el medio. No sabía qué iba a hacer, pero en aquel momento estaba dispuesta a hacer lo que él quisiera.

Me di cuenta de que había cerrado los ojos. Cuando sentí que tenía la necesidad de ver, los abrí. Alan estaba de rodillas en la cama mirándome, esperó a que mis ojos se fijaran en los suyos para mover ficha, se agachó en un movimiento rápido en la cama y sentí cómo sus labios besaban mi empeine con dulzura. Mientras me prestaba atenciones en mi pierna izquierda con sus labios, con sus manos, en concreto con sus dedos, acariciaba mi pierna derecha haciendo que ninguna de sus manos y su boca estuviese quietas. Avanzó por mi cuerpo despacio, deleitándose en cada centímetro de mi piel; el corazón me latía fuertemente en el pecho, incluso había momentos en los cuales creía que me iba a dar un infarto. Todo él me hacía ser sensaciones nuevas, cuando sentí su aliento en mi hendidura me retorcí sin poderlo evitar. Cada vez que intentaba estirarle del pelo, o acariciarle, él me quitaba las manos y seguía a la suya impidiendo que mis manos pudieran tocarle, al final enrosqué mis manos entre las sabanas y tiré de ellas, al menos ahora las tenía ocupadas.

Grité de placer cuando acarició con su lengua mi clítoris que latía locamente desesperado por sentir su tacto. Jamás me había sentido tan a merced de nadie, ni incluso de él en el tiempo que habíamos compartido antaño. Aunque ahora era otra cosa muy distinta, ni yo sabía exactamente qué significaba todo aquello, solo sabía que siempre le dejaría hacer. Y estaba segura de que ello me llevaría a un punto de placer del cual no había retorno posible. Cuando me dejó completamente extasiada gracias a las caricias que le había brindado a la zona más sensible, atrapó mis pechos con sus manos, y les dedicó un tiempo que agradecí retorciéndome de nuevo. ya no era lo que hacía, sino el cómo lo hacía. Veneraba mi cuerpo como si fuera un tesoro o algo que se podría romper en cualquier momento, y sentir que me trataba así, me volvía loca. Sin esperarlo y despistada a causa de lo confusa que me sentía, me dio la vuelta, colocó una almohada debajo de mi abdomen y, antes de lo imaginado, sentí sus labios recorriendo mi columna vertebral, haciendo que tuviera que morderme los labios por no echarme a gritar o a llorar, –en aquel momento ni yo sabía que se me pasaba por la cabeza–, estaba besando todas y cada una de las partes de mi cuerpo dejando tatuajes invisibles pero que siempre permanecerían en mí.

Cuando posó una de sus manos en mi cadera y tiró de mi para que levantara un poco mi trasero, casi consigue que me desmayara, pero cuando me penetró hasta el fondo y dejó caer su torso sobre mi espalda, me llevó a un éxtasis que jamás había conocido. Sentirle en cada parte de mí, sentir cómo entraba y salía de mí, mientras que sus labios besaban y mordían mi nuca era algo que superaba todo lo sentido antes, ¿Qué me estaba pasando? Marcó un ritmo suave y fiero a la vez, mientras se deshacía y me deshacía a mí con sus caricias. Casi a punto de rozar nuevamente un orgasmo, cogió mis manos y las puso a la altura de mi cabeza, luego posó las suyas encima y siguió moviéndose, mientras yo permanecía presa de su cuerpo, no había escapatoria posible, y estaba segura de que su cuerpo seria la cárcel de la cual jamás querría salir.



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