La perfección no es una utopía. Bajo los deseos más profundos del ser humano, se esconde el reflejo de lo que, hoy en día, parece inalcanzable. Todo lo que alguna vez se soñó está en Idealidad, un universo paralelo donde la humanidad marcó su primera huella. Representa el pasado, justifica el presente y procura un futuro. Allí nada es impredecible, ni nadie desigual.

Sus afortunados habitantes son los ideales, personas físicamente iguales al ser terrenal, pero mental y espiritualmente elevados. Además de inmortales, gozan de la ausencia total de defectos. Cometer errores no es parte de sus costumbres. Desconocen el odio, la maldad y la violencia, no guardan rencor. Inmensa es su bondad, inagotable su alegría, pero lamentable su destino. Tanta gentileza los llevó a dar mucho. Demasiado.

Millones de años atrás, un proyecto para combatir la sobrepoblación inspiró a ceder parte de Idealidad a la futura generación. El plan fue aprobado al unísono, porque la negación nunca era una opción. Así, unieron los cuatro elementos, moldearon una esfera impecablemente circular y la liberaron para oficializar su existencia. En ella nacieron sus sucesores, los terrestres.

Pero la Tierra es solo una ficha de rompecabezas, cuya esencia carece de sentido estando apartada de las demás piezas. El encanto de Idealidad desvaneció al dejar ir un fragmento de ella, y el mundo que hoy conocemos se convirtió en su contracara, un sitio tan perverso como miserable. Sin saberlo, el terrestre continúa buscando a Idealidad, su origen desconocido, para escaparse de la amargura terrenal y vivir complacidos por la perfección.