8. La llegada
El despertar de mi terrestre demoró. Había arribado en estado nulo, como si su mente se hubiese desconectado momentáneamente del cuerpo. Lo encontré despatarrado en el suelo; era algo que en Tierra lo llamaban "desmayo". No supe con exactitud qué hacer, nunca había vivido una situación similar. Por un instante, me invadió el pensamiento alegre de que había muerto; significaría mi libertad. Pero al notar su pecho hincharse y desinflarse sucesivamente, abandoné la idea. Me senté junto a él y esperé.
Hasta entonces, no existió semejante ocurrencia de trasladar a alguien de esta naturaleza a Idealidad. Remotamente se había planteado como plan secundario, mas no se creyó que llegaría a ser necesario. Subestimamos por completo el potencial destructivo de los terrestres.
El ser echado a mi lado se movió con discreción y los ojos adormilados pestañearon. Yo me asomé y sonreí.
─¡Hola Dyn! Soy Dyn.
Y él pegó un sobresalto que por poco me quitó la serenidad. Volteó hacia ambos costados, miró arriba y abajo, se inspeccionó el cuerpo, y cuando estuvo a punto de hacerlo con el mío, me alejé a rastras.
─Podría ser catastrófico ─le advertí─. Si un terrestre toca a su propio ideal, incita a su aniquilación. Toca a todos los demás ideales que quieras, menos a mí.
─¡¿Ideal?! ¿Tú...? ¿Yo...? ─Negó con la cabeza y luego la sujetó con fuerza─. Esto es un sueño, solo un sueño... ─repetía, mientras impactaba la mano contra sus mejillas diestra y siniestra.
Me pregunté si acaso ese extraño comportamiento era parte de un ritual post-desmayo. Fuera lo que fuera, me acoplé a la coreografía. Parecía divertida.
─¿Te resulta gracioso? ─exclamó.
─¡Claro!
Mi respuesta provocó una mutación llamativa de su semblante. Arrugó la frente y con ella cayeron las cejas sobre los párpados. Luego sus ojos se entrecerraron y se fijaron en mí.
─¿Qué haces? ─curioseé─. Te has vuelto... ¿cómo le dicen ustedes? "Feo".
─¿Me quieres hacer enojar más? ─Se levantó, extendió sus brazos hacia los costados y se acercó a pasos agigantados.
─¿Enojar? ─Arqueé una ceja inquisitiva mientras me ponía de pie─. ¿Qué significa eso?
─Significa que la vas a ligar si sigues haciéndote el vivo.
Chocó un puño contra la palma de su mano. ¿Era eso parte de la coreografía? Al menos los golpes le sirvieron para percatarse de que no estaba soñando.
─¿Qué hago aquí? ─me preguntó una vez que desaceleró sus movimientos.
─Deseaba conocerte en persona.
─¿Por qué?
─Siempre quise hacerlo, y verte rodeado de gente sin escapatoria me dio a entender que este podría ser un buen momento para convocarte.
El ojo de mi terrestre comenzó a tiritar y su labio superior dibujó una ola.
─Solo dime cómo regresar a la ciudad ─pidió.
─¿Para qué?
¿Quién querría volver a Tierra? Las personas allí andaban cabizbajas, apagadas, desesperanzadas. En Idealidad, cada despertar acogía confianza y las personas se caminaba con la frente en alto. ¿Por qué alguien renunciaría a esta posibilidad? Se lo pregunté.
Él inclinó la cabeza hacia un costado; al parecer, sus pensamientos le hacían peso en una sola parte del cerebro. Los músculos se le fueron relajando, los ojos se ampliaron nuevamente y las cejas rebotaron a su respectivo lugar. Había vuelto a ser el atractivo Dyn que me reflejaba.
─¿Esto es Idealidad?
Sonreí con orgullo.
─Así es.
─Estás bromeando. Tienes cara de ser bufón.
─Tenemos la misma cara.
Dyn se tomó unos minutos para contemplar su alrededor. Estaba parado sobre una alfombra de césped que se extendía por kilómetros. De ella bisbiseaban tulipanes rojizos, amarillos e índigos. El horizonte estaba trazado por una arbolada en perfecta línea recta. Miró al cielo despejado de nubes y descubrió el sol por encima de su cabeza. Una brisa fresca se elevaba de una discreta cascada a su izquierda, y al seguir el rastro de la corriente de agua halló una laguna ondulando entre rocas cobrizas.
─Siento que conozco este sitio ─confesó y comenzó a caminar a lo largo de la pradera.
─Si estuvieras varado en este mismo espacio en Tierra, encontrarías la clínica, pero aquí no existe. En Idealidad no hay centros médicos porque no sufrimos enfermedades; estas son fallas que surgieron durante la creación de Tierra.
─Qué conveniente ─murmuró para sí─. No me malinterpretes, me encantaría seguir charlando contigo, pero debo partir. Me esperan. ─Me dio la espalda y se puso en marcha.
─¿Quiénes? ¿Eitan, Alanis y Juny? ─exclamé a lo lejos, y al momento de pronunciar esos nombres, se detuvo. Yo aproveché para acercarme─. Acompáñame. Hay algo que debo mostrarte.
***
Sus zapatos se hundieron en la corriente del lago. El agua no estaba ni muy fría, ni muy caliente: temperatura ideal. Se soltó de la mano que la sujetaba, se inclinó y raspó la corriente con la punta de los dedos. La inhalación de aire fresco trajo consigo una sonrisa.
Alanis no quiso abrir los ojos. Tuvo miedo que, al hacerlo, aquella mágica sensación desvaneciera y volviera a la cotidianeidad que no le daba respiro.
Un roce cosquilleante la impulsó a zarandearse y abrir los ojos en alerta. Era una libélula que se había posado en su mano.
─Hermoso, ¿cierto? ─le dijo la ideal de Keisi.
Alanis asintió, mientras intentaba acariciar uno de los pequeños peces plateados que brincaban por doquier.
─Por cierto, ¿qué la pasó a tu piel? ─le preguntó─. Hacia instantes estaba brillando chispeante, y ahora está... normal.
─Es que aquí, en mi hogar, soy normal. Todos lo somos. Esa es la magia de Idealidad.
─Ojalá yo pudiera decir lo mismo... ─Alanis carcajeó tristemente y quitó una rama gruesa que flotaba en el agua y obstruía el recorrido del cardumen.
─Tengo una propuesta para ti ─escuchó a la ideal decirle.
La terrestre asintió vagamente y siguió jugueteando con las coloridas criaturas acuáticas.
─Si aceptas, podrás quedarte para siempre.
Logró capturar su atención. La oferta era muy tentadora, debía admitir Alanis. Registrarse a una vida respaldada por la bondad y eternidad era un lujo que no cualquiera podría garantizarse, ni con dinero, talento o poder. Qué bien, porque no tenía ninguno de los tres. ¿Cuál era, entonces, el verdadero precio?
La ideal dio una respuesta que le produjo un escalofrío instantáneo:
─Regresar.
***
Su parecido era innegable. Su altivez, inconfundible. Permanecía inmóvil en la avenida principal, avasallado por el tumulto que cruzaba de calle en calle, «porque él siempre quiere ser el centro de atención», y guardaba silencio «porque, para él, nada merece el desgaste de su voz».
─Y si estuviera hablando ─siguió Dyn desairando─, se la pasaría diciendo "yo, yo y yo".
─Creí que te llevabas bien con Eitan Dumont ─le dije, extrañado─. De todas formas, este no es el Eitan que conoces.
Mi terrestre, suponiendo lo que quise decir, interrogó la figura estática que estuvimos contemplando desde que arribamos a la ciudad ideal más cercana. Recién entonces notó que el color de su piel estaba gris. Muchos pasaban a su lado, se tropezaban con él, pero este no reaccionaba. Su mirada apuntaba al horizonte, como esperando algo que pronto llegaría.
─Esto es habitual ─admití─. La decoloración es para nosotros lo que para ustedes es una cicatriz: una marca de dolor imborrable.
─¿Qué le pasó?
─Su terrestre le pasó. El Eitan que tú conoces es un ser agresivo, vengativo, impotente. Ha lastimado mucho a sus semejantes. Cada ataque ensució los atributos de su ideal, y fue tanto el daño acumulado que ya no le cabía lugar para más; entonces su terrestre comenzó a sufrir las consecuencias de sus propios actos.
─¿Es por eso que no reacciona?
─No sabe cómo. Su terrestre está acostumbrado a responder con agresión, algo que el ideal desconoce. Debe transformarse radicalmente para lograr las paces con él. Y no se trata de convertirse en una persona más bondadosa, sino de adoptar una nueva perspectiva.
─Es fácil decirlo cuando vives en un mundo tan... virgen. Aquí todo marcha en perfecta sintonía. Cada uno está amoldado al entorno. ─Dyn no encontró otra manera de describir ese sitio trazado por límites nunca antes traspasados, donde los presentes caminaban a pasos sincronizados y en galantes líneas rectas a lo largo de una seguidilla de viviendas idénticas entre sí─. Hay orden, disciplina, respeto. Para ustedes no sería problema "adoptar una nueva perspectiva"; todos comparten la misma.
─Eso es lo que deberán intentar ustedes.
─¿Nosotros? ─Una mezcla entre sorpresa, alivio y entusiasmo revistió su semblante.
En ese precismo momento, una voz familiar lo alcanzó.
Vio a Alanis corriendo hacia él a toda prisa. Ella le brincó encima y lo abrazó, mientras que Dyn apartaba del rostro su cabello. Cuando finalmente logró despejar la vista y espió por encima del hombro de la muchacha, se tensionó. Alanis lo notó en sus músculos rígidos. Se soltó del chico y vio que había palidecido frente a la presencia de la ideal que la acompañaba.
─¿Qué hace ella contigo? ─le susurró Dyn.
─Me trajo hasta aquí.
─¿Keisi Mel?
─De hecho, es su ideal.
─¿Y la terrestre?
Alanis tomó aire.
─De eso quería hablarte. Los ideales quieren que regresemos...
─¿Nos trasladaron hasta aquí para echarnos? ¿Cuál es el punto?
─¡No me interrumpas! Quieren que regresemos... ─continuó Alanis y largó un suspiro─. Para convertirnos temporalmente en ideales.
Esperó cualquier reacción desequilibrada por parte de Dyn: un grito disparatado, algún que otro insulto o un llanto denegado por su masculinidad. Cualquiera, menos la risa histérica que soltó.
─Estás loca ─le dijo lo que hace mucho tiempo sospechó─. Eso es absurdo.
Alanis se apartó de él con los brazos alzados, dándose por vencida, por lo que la ideal de Keisi decidió tomar las riendas de la situación. Se asomó a Dyn lentamente, dándole tiempo para alivianar las carcajadas. Logró enmudecerlo cuando envolvió con ambas manos el puño del muchacho, y lo invitó a escucharla con atención.
─No hay manera sencilla de decir esto, Dyn. El favor que les pedimos es extraordinario. Estamos conscientes de la responsabilidad que conlleva, por eso la recompensa será formidable: una vida ideal, limpia de deslices y quebrantos.
Dyn, que por el momento no había despegado la vista de las delicadas manos que lo sujetaban, alzó la cabeza.
─Idealidad merece una segunda oportunidad ─continuó Keisi─. A lo largo del tiempo, un sinfín de injurias practicadas en Tierra rebotaron en nuestra comunidad, y sus efectos fueron drásticos. Hay una manera de revertirlo y es afrontando un cambio en los terrestres ─subrayó la última palabra─. Si la Tierra logra alcanzar la perfección, se logrará un equilibrio de entidades.
Me asomé por detrás de ella y agregué:
─Pero lidiar con las atrocidades de cada terrestre es imposible. Por eso, te asignaremos uno, cuyo ideal esté en "la fase gris". Tu naturaleza terrenal te permitirá manifestarte como un cuerpo independiente y, a diferencia de nosotros, podrás comunicarte con tu terrestre asignado para guiarlo por la senda correcta. Si logras cumplir esta tarea, tendrás acceso a Idealidad, y a tu terrestre se le concederá la oportunidad de convertirse en un ideal a prueba. Será una cadena de favores.
─En fin, ─Alanis retornó a su posición─. Yo ya accedí. Espero que tú hagas lo mismo.
─¿Pero cómo lidiaré con otra persona si apenas puedo conmigo mismo? ¿Y cómo harás tú especialmente?
Ella se mordió los labios. No dejaría que esas palabras la desanimaran.
─Solo decide. ─Caminó de reversa y se ubicó entre Keisi y yo─. Lo haré con o sin ti.
Mi terrestre contuvo la respiración y tiró de su cabello con ambas manos.
─¡De acuerdo, lo haré!
Alanis no pudo disimular su alegría.
─No sonrías. ─Dyn le apuntó el dedo con advertencia─. No me simpatizas en este momento. No, tampoco me abraces. ─Pero no se la pudo quitar de encima.
Apoyó su cabeza en el hombro de Alanis y suspiró, mientras ella le palmeaba la espalda y le susurraba al oído palabras de aliento que lograron acallar sus miedos.
Ya con una nueva cara, el muchacho volvió en sí y preguntó:
─¿Qué pasará con Eitan y Juny?
Uno de ellos ya estaba en Tierra, iniciado la misión antes de acceder a cumplirla.
***
─¡Parpadeó!
─¡Está despertando!
─¡Es un milagro!
Cinco cabezas flotaban, ansiosas, por encima de Juny y la miraban con esperanza. La mujer que tenía del lado derecho le sujetó la mano y se arrimó.
─Hola, hija ─musitó y dejó que una lágrima cayera sobre la pequeña. Le acarició la mejilla y la contempló con el amor inigualable de una madre, una madre que no era la suya.
Juny la miró con perplejidad desde su lugar, que parecía una camilla de hospital. Levantó la cabeza de la almohada y vio su cuerpo escondido debajo de una sábana blanca. Por encima de ella, descubrió una telaraña de cables. Uno de los tanto tubos partía de una bolsa de suero y desembocaba en su antebrazo; otro brotaba de un broche sujeto a su dedo índice y se extendía hacia una computadora que dibujaba líneas verdes y alertaba números.
Quiso incorporarse, pero un repentino calambre en el abdomen la retuvo en el intento. Todos los demás presentes en la habitación le insistieron que se quedara quieta.
─No te preocupes, hija.
«¿Por qué sigue llamándome así?», se desesperó Juny.
─La cirugía fue exitosa.
«¡¿Qué cirugía?!»
─Dentro de poco te darán el alta y regresarás a casa, Jia.
Actúa normal, le ordenó tajantemente la voz de su hermana en su cabeza. Necesito que me cubras. Ellos aún no están listos para perderme.
Las súplicas resonaron con desesperación. Jia realmente necesitaba que le hiciera ese favor. Pero era un favor demasiado grande para Juny, no sabía si podría cumplir con las expectativas.
Lo lograrás. Serás una mejor yo que yo.
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