5. Más que lo imaginado
─Hablé con Rina ─anunció Alanis al día siguiente, volcando sobre Dyn un baldazo de agua fría. No, agua no. Más bien, cubos de hielo que estallaron contra su cráneo.
─¿Cómo? ─espetó─. Es decir... no. Es imposible. Debes haberte confundido.
─Sabes que no es así. Tú también la viste anoche.
─Pero... ¿por qué se dirigió a ti? ¿Por qué no fue conmigo?─más que preguntar, Dyn le reclamó algo que creía un derecho propio.
─Eso es lo que quiero contarles.
Aquella mañana, tras ducharse, Alanis vio el reflejo de Rina por el espejo.
Solo dame un minuto y te explicaré todo, le había pedido por detrás de su espalda.
Le sonreía con la confianza de una amiga, pese a que era la primera vez que se veían, y le pedía ese minuto de atención como si fuera suficiente para saciar todas sus dudas. La charla terminó prolongándose por dos horas, y hubiera continuado de no ser porque Eitan le gritó que dejara de hablar sola y desocupara el baño.
Cuando Alanis salió, vestía un semblante nuevo, despierto, lúcido. Reunió a sus compañeros en el centro de la habitación para anunciar las respuestas que había descubierto. La aparición de Rina, o su ideal, como aclaró sucesivas veces, fue el lazo que les permitió atar los cabos sueltos.
Dyn seguía sin tocar el trasfondo del asunto. A medida que Alanis hablaba, él repasaba la información en su mente: Idealidad, mundo paralelo, madre de Tierra. Ideales, seres perfectos. Terrestres, extensión de los ideales y su versión imperfecta. «Nosotros».
Eitan estuvo a punto de abandonar el dormitorio al grito de "¡púdranse, lunáticos!", acompañado por el amistoso dedo medio, pero la seriedad de Alanis lo obligó a permanecer sentado para seguir escuchando sus explicaciones absurdas.
Juny, por lo contrario, mentalizaba cada comentario como una verdad absoluta. Todo lo dicho se asemejaba a lo que ella misma había notado con el correr de los días junto a Jia. Siempre creyó que detrás de tantas interrogantes por parte de los doctores y los análisis de nulo resultado, se escondía un diagnóstico mucho más poderoso que la ciencia.
─No entiendo ─se sacudió Dyn─. Dices que mi hermana...
─La ideal de tu hermana ─lo corrigió Alanis.
─Te habló acerca de esta vida de seres inmortales y virtuosos...
─Como en el Edén ─obvió Eitan.
─¿Para qué? ─terminó preguntando Dyn.
Pero antes de responderle a este último, Alanis miró con antipatía a Eitan y le dijo:
─El Edén es la vida que se le depara al hombre después de la muerte. Estuvimos tan preocupados por ese futuro que le quitamos importancia al presente. Idealidad es el ahora, es la contracara. De ella no nos separa el tiempo, sino la distancia entre el acierto y el error. Cada uno de nosotros tiene un ideal, una persona de rasgos idénticos a los nuestros, pero con una personalidad propia, superior. Estamos conectados por una relación de causa y consecuencia, entonces lo sucedido en Tierra repercute en Idealidad.
─Déjame adivinar: nosotros somos los elegidos para salvar Idealidad. ─Eitan no dudó en incluir su característico sarcasmo a la charla─. La Tierra está destrozándolo todo, es la madre de todos los desmadres, y debemos actuar antes de que sea demasiado tarde. ¡Vaya! Por un momento yo me sentí como un activista de Greenpeace.
Dyn tiró la cabeza hacia atrás. «Si ganara un centavo por cada vez que me contengo de darle un puñetazo, ya estaría de viaje en crucero al Caribe», pensó.
─No fuimos elegidos. Nosotros mismos, a nuestra manera, desarrollamos una relación con Idealidad: Juny está vinculada a la ideal de su gemela; yo puedo interactuar con cualquier ideal ─dijo Alanis sin el menor grado de soberbia, como si su habilidad fuera, más bien, una condena─. Por eso Rina acudió a mí, Dyn. Debes creerme.
Era demasiado pedir para él. Esta chica, a la que apenas conocía hacía unos días y demostró estar completamente desequilibrada, le suplicaba que acogiera un cuento que tenía como principal protagonista a su hermana declarada muerta.
─Sé que suena una locura, pero ponte a pensar: si tú nunca nos mencionaste a Rina, ¿por qué sabría su nombre? ─continuó Alanis, aunque estaba consciente de que sus antecedentes no le jugaban a favor─. ¿Sabes qué? Ponme a prueba.
El muchacho contuvo sus ganas de mandar al infierno a esta demente que seguía insistiendo con hurgar en su pasado.
─Adelante, pregúntame lo que quieras ─la escuchó decir, esta vez, con un tono punzante.
Finalmente, él levantó la cabeza y, cruzado de brazos a la altura de su pecho para impedir cualquier balazo de realidad que se disparara a su corazón, preguntó:
─¿Cuándo fue la última vez que vi a Rina?
─Hace diez días ─respondió Alanis sin titubear.
─Te equivocas. Fue hace diez años.
─No es cierto. La encontraste entre las llamas de la camioneta de Mat.
Dyn se quedó paralizado.
─¿Cómo sabes lo de Mat? ─balbuceó.
─Me lo contó Rina.
─Pudiste haberlo visto en el noticiero.
─¿Las cámaras habrían captado el fantasma de tu hermana? ¿El hoyuelo que se hunde en su mejilla izquierda? ¿El lunar en la punta de su nariz? ─Alanis hubiera seguido la descripción, pero se detuvo al percibir el temblequeo de Dyn─. Rina no se fue ─suavizó la voz─. Te está protegiendo, y Mat también.
─Mat... ─balbuceó el chico─. Su fantasma me persigue. Creí que estaba alucinando...
─Puede que no sean alucinaciones esta vez. Tal vez, nunca fueron alucinaciones.
─¡Y tú! ─exclamó Dyn hacia Eitan─. Anoche dijiste que ves tu rostro frente a ti cada vez que hablas contigo mismo. ¿Habrá sido tu...? ─Tomó aire, negándose a pronunciar la palabra clave que avalaría el discurso de Alanis─. ¿Ideal?
─Nada que ver ─negó Eitan, sonrojado, pero al instante rememoró aquella figura que imaginaba con frecuencia y, a su sorpresa, distinguió pequeñas diferencias entre ella y él, principalmente la tez color gris pálido─. Bueno, en realidad, yo no estoy seguro...
─Tenemos una conexión irreversible con Idealidad ─concluyó Alanis─. Por eso debemos hacernos cargo de ella.
─¿De lo contrario? ─temió Dyn.
─Si los ideales se extinguen, se borrarán nuestras virtudes, y en Tierra no quedará más que ira, odio y rencor.
─Masacre ─masculló Juny, una palabra muy grande para una niña tan pequeña.
***
La propietaria del albergue despegó la vista del monitor, se quitó los anteojos, comenzó a morder el borde del armazón e indagó de pies a cabeza a sus únicos cuatro huéspedes.
─Ustedes me están pidiendo prestada mi computadora ─repitió lo que le habían dicho unos minutos antes.
Los jóvenes asintieron a la par.
─Repito: ustedes están pidiendo prestada mi computadora.
─Sí.
Ella se enderezó en su asiento, tecleó algo y luego giró el monitor hacia ellos.
"No lo creo" había escrito.
Juny suspiró. Alanis inclinó la cabeza con resignación. Dyn siguió suplicándole. Pero Eitan, en cambio, abrió paso entre sus compañeros, se acercó a la señora y le susurró algo al oído. Ella lo miró de soslayo, dudosa, y al cabo de un rato desocupó la silla.
─Cinco minutos ─declaró y se retiró al comedor.
Dyn masculló un leve "¿cómo...?" que le fue respondido por un:
─Yo prometí enseñarle a usar la ventana de incógnito.
─¿Y para qué ella necesita...?
─Yo no quiero saber. Terminemos con esto. ─Eitan se refregó las manos y se sentó.
Oprimió el ícono del buscador virtual. Una pestaña se abrió, pero al momento de apoyar los dedos sobre el teclado descubrió que no sabía qué escribir. ¿Cómo lo buscaría? ¿Como "Idealidad"? De nada serviría, saltarían cientas definiciones, y alguna que otra referencia filosófica. ¿"Mundo ideal"? Probablemente, aparecerían cuentos fantásticos y -cómo no- la famosa canción de Aladdín. ¿"Universo paralelo donde todo es perfecto, los seres son divinos y no existe la pizza con ananá"?
─Intenta con "Idealidad: mito urbano" ─propuso Dyn.
Entre las tantas páginas web que surgieron, solo una parecía hacer referencia a lo que estaban buscando. Habían encontrado una poesía escrita en un blog desactualizado.
Juny y Dyn se asomaron y comenzaron a leerlo, pero entre que avanzaban, encontraban más incógnitas que respuestas. Alanis, en cambio, se apartó del monitor y se mantuvo callada para pasar inadvertida. Entre parecer desinteresada o admitir que no sabía leer, prefirió optar por la primera opción. Afortunadamente, Eitan tenía la irritante costumbre de leer a media voz:
─"Cuando el hombre avale su entuerto, cuando ceda su potestad, cuando de su rosa emerja otro cuerpo cuyos pétalos carezcan de estrías de impunidad; cuando apañe sus manos sangrientas tras combatir por la igualdad, solo entonces encontrará su retorno a Idealidad".
El escrito tenía una firma anónima, y el espacio de comentarios estaba bloqueado.
─Lástima que no tenemos manera alguna de contactar al usuario ─dijo Dyn después de buscar una dirección de correo electrónico o un número de teléfono al pie de la página─. De todas formas, está claro el mensaje. El hombre es imperfecto por su avaricia, pero si logra superarla, podrá convertirse en un ser en su máxima plenitud.
─¿Entonces qué proponen? ¿Ir tocando puerta por puerta, tomar a las personas de los hombros y sacudirlos, mientras gritamos: '¡Dejen de actuar como imbéciles porque se nos viene el mundo abajo!'? ─teatralizó Eitan.
─Deben esperar algo específico de nosotros. ¿Pero qué? ─Dyn hizo una mueca─. Supongo que se nos presentará una señal.
─¿Y qué haremos mientras tanto?─ preguntó Alanis.
─Esperar.
Esa noche ninguno de los cuatro pudo dormir. Muchas dudas y posibles teorías se iban formulando en sus cabezas y, a pesar de querer poner la mente en blanco, era imposible apartar el reciente descubrimiento. Eitan decidió conciliar el sueño, otra vez, con té de matcha, entonces aprovechó que Juny seguía despierta para arrastrarla al comedor; ella era la única que sabía preparar esa infusión.
Dyn giró sobre su cama en dirección a Alanis, que estaba acostada en el otro extremo de la habitación, moviéndose con impaciencia.
─Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? ─musitó él, y ante la confirmación de la chica, carraspeó y se incorporó lentamente hasta apoyar la espalda contra la cabecera de la cama─. ¿Acaso...? ─No encontró la manera de formular su interrogante sin sonar como un loco de remate─. ¿Acaso la ideal de Rina te dijo qué le sucedió a la niña de carne y hueso?
─¿Te refieres a su terrestre?
─Sí, eso. ─Dyn hubiese puesto los ojos en blanco ante la redundancia, pero siendo que ella se había convertido en la fuente de contacto más cercana a Rina, evitó discutirle─. ¿Te contó qué pasó en la noche de su desaparición?
Alanis no se atrevió a mirarlo a los ojos cuando negó con la cabeza. Le resultaba intolerable ver cómo el pecho de su compañero se comprimía de dolor cada vez que escavaban en la historia de su hermana menor. Se levantó de su colchón y fue a sentarse al del chico; brindarle compañía era lo único que podía hacer.
─A veces, presiento que sigue viva ─confesó Dyn al cabo de un rato de silencio en el que ambos permanecieron cabizbajos─. Lo sé, suena descabellado. Pensándolo bien, todo lo que digo o hago resultará descabellado para los demás. ─Largó una risita sarcástica, pero simultáneamente triste.
Ella apoyó una mano sobre la suya y contestó:
─Yo no creo que lo sea.
─¿De veras? ¿No piensas que estoy perdiendo la cordura?
Alanis le guardaba un profundo rencor al concepto de "cordura" y todos sus derivados desde que lo usaron como el diagnóstico sobre su caso. Aún recordaba la mirada dubitativa de los médicos cuando contó que, con cinco años, despertó entre escombros y sin noción de quién era y de dónde provenía. "Alanis" fue un nombre que escuchó al azar y decidió bautizarlo como propio para construir su identidad perdida desde cero. Ella sabía lo que había vivido; que no le creyeran era otra cosa, pero eso no la convertía en una demente.
─Al contrario ─terminó respondiendo─. Pienso que ellos quieren que la perdamos.
De esta manera, se ganó una sonrisa discreta por parte de Dyn.
─No eres tan rara como parece.
─Eh... ¿gracias?
─Es decir, eres bastante normal ─se corrigió, pero el semblante contraído de Alanis le insinuó que seguía cavando su propia tumba─. A lo que me refiero es que estás sana, lúcida. ¡Por dios! ¡Que alguien me calle!
Dyn recuperó la calma recién cuando la escuchó reírse.
─Tú también eres "normal", "sano" y "lúcido", aunque también bastante idiota ─respondió ella, finalmente.
─De acuerdo, me lo merezco.
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