19. Impotencia

El caso «Keisi Mel» no tuvo la repercusión mediática esperada. No ganó lugar en la primera plana, el noticiero lo nombró una vez en el flash informativo, y por las redes sociales se difundió una convocatoria a la marcha en reclamo de justicia a la que asistieron no más de cincuenta personas enmascaradas con el rostro de la víctima. Un rostro que se olvidaría en cuestión de días.

La fiscal Segovia le prohibió a la familia Mel tener cualquier tipo de contacto con el acusado. Ya había trabajado en casos similares y sabía por experiencia que, no importaba cuán evidentes fueran las pruebas de culpabilidad, cualquier declaración podría usarse a favor del agresor. Es por eso que arribó con todos los fundamentos y testimonios habidos y por haber, pero con menos esperanza que su defensa anterior.

Se sentó en la mesa perpendicular a la derecha del estrado y le indicó a la familia que presenciara el juicio detrás de ella.

Del lado opuesto, ya estaba acomodado el acusado, desplomado en el respaldo de su asiento, estirando las piernas y entrecruzados de brazos. Vestía el uniforme naranja que le habían obligado a usar desde que fue detenido.

─Enderézate ─le ordenó su abogado─. Y cambia tu actitud. Muestra un poco de arrepentimiento.

Boris puso los ojos en blanco y se reacomodó.

Eitan permaneció en una esquina de la sala, acechando al terrestre y la indiferencia en su mirada, que lejos de impactarlo, le resultó natural en un ser tan insensible, insensato e indecente. Apostó para sí que cualquier palabra que iniciara con el prefijo "in-" le sentaría bien a Boris.

La voz del auxiliar de sala prorrumpió a través de un micrófono:

─Nos encontramos presentes en esta Sala de Audiencias para llevar a cabo el juicio oral en contra del acusado Boris Gusev por delito agresión sexual y homicidio preterintencional cometido en agravio de Keisi Mel. Todos de pie para recibir al Tribunal de enjuiciamiento.

El juez escaló al estrado y, a continuación, preguntó:

─Frente al delito de homicidio preterintencional, ¿cómo se declara el acusado?

─Culpable, su señoría.

«In-fractor», pensó Eitan y estiró un quinto dedo ante la nueva palabra que sumó a su listado.

─Frente al delito de agresión sexual, ¿cómo se declara el acusado?

─Inocente, su señoría.

«In-diferente, in-sensible, in-sensato, in-decente e in-fractor, sí. Pero in-ocente, jamás».

Eitan debía admitir, sin embargo, que el abogado defensor había hecho un trabajo espléndido poniendo en discusión una mentira que, gracias a su carisma, ganó verosimilitud a los ojos del Juez:

─Keisi Mel llevaba una relación secreta con mi cliente y, como cualquier amorío juvenil, su noviazgo era pasional, excitante y dramático, lleno de peleas y reconciliaciones. La noche de la lamentable tragedia, la pareja había salido a disfrutar de unas copas y, bajo los efectos del alcohol, avivaron una discusión que no habían resuelto: la señorita Mel se negaba a aceptar que mi cliente tuviera trato amistoso con otras mujeres. Era una joven insegura de sí misma, como se podrá comprobar en su historial clínico con su internación por trastornos alimenticios y exceso de sustancias.

─¡Objeción, su señoría! ─brincó la fiscal─. Los antecedentes médicos de la víctima se están utilizando a modo de conjetura.

─Ha lugar ─declaró el Juez─. Prosiga con prudencia, señor Brigatti.

El abogado defensor complació sus órdenes y continuó:

─Keisi Mel amenazó a Gusev con denunciarlo por abuso sexual; eso explica sus pantalones bajos y la simultánea ausencia de señales de penetración. Ante esto, mi cliente respondió con agresión. La ebriedad lo llevó a perder la noción de su fuerza, tamaño y equilibrio. Terminó resbalando y cayendo sobre ella, ocasionándole una perforación pulmonar involuntaria que concluyó con su muerte a causa de una hemorragia interna y dificultad respiratoria.

La fiscal inspeccionó al Juez cautivado por el señor Brigatti. Conocía al abogado y su habilidad para inventar acontecimientos, personajes y secuencias como si de un taller literario se tratara. Sin embargo, ella traía un as bajo la manga, y cuando se le cedió la palabra, sacó la carta ganadora.

─Su señoría, quisiera llamar al estrado a Felicia Dumont.

Eitan se desapegó de la pared y deseó que se repitiera el nombre que creyó haber escuchado. Encontró a su hermana caminando entre las butacas de la audiencia vestida de negro. Caminó a pasos cortos y taciturnos, queriendo pasar desapercibida frente a los cientos de ojos fisgones, hasta sentarse en la tarima y jurar que diría la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad.

La fiscal le pidió que se presentara.

─Soy Felicia Dumont. 20 años.

─¿Cuál es su vínculo con el acusado?

─Salimos durante tres meses hace un año.

─¿Cómo describiría su relación con el acusado?

─Violenta.

─¿Por qué?

─Boris era muy agresivo conmigo. Me pegaba e, incluso, intentó abusar sexualmente de mí.

─¿Podría entrar en detalles?

Felicia respiró profundo. Hacía rato que no hablaba de aquella noche. El episodio la hostigaba cada día en el rincón más lúgubre de su memoria, pero ni sus padres, sus amigas, o su psicóloga sabían a ciencia cierta qué había ocurrido, salvo su hermano. Él fue el único que lo vio todo.

─Proceda, por favor ─le ordenó el Juez.

Felicia se sobó la nariz.

─Fue una noche calurosa. Boris y yo volvíamos del cine a mi casa. No había nadie. Subimos a mi habitación y me eché en la cama porque el calor me estaba dando jaqueca. Él se acostó a mi lado y metió su mano por debajo de la blusa. Le dije que no me apetecía tener sexo, pero él siguió deslizándose cada vez más abajo hasta alcanzar mi falda. Le di la espalda para quitármelo de encima, pero su mano bajó sin que yo me diera cuenta. Un roce en mi... parte íntima... ─se avergonzó de decirlo─, me despertó. Entonces le grité que dejara de molestar, que quitara sus manos, y cuando al fin lo comprendió, me llamó "puta". "Puta". ─Esa palabra se le había atorado en la garganta─. La situación hubiese escalado a más si no fuera porque llegó mi hermano, Eitan. Se lanzó sobre Boris y lo apartó de mí. Al día siguiente... ─la respiración se le estaba entrecortando─. Encontraron a Eitan inconsciente en la calle. Una vecina testificó que había visto a Boris y tres de sus amigos allí.

Eitan no pudo reconocerla entre las lagunas que corrían en sus mejillas. ¿Acaso le dolía recordar el episodio o le dolía recordarlo a él? Esperó que lo estuviera extrañando, no por la satisfacción que le producía saber que estaba en la cabeza de alguien más, sino porque quería, por primera vez en su vida, compartir un sentimiento mutuo con su hermana.

Sentimiento. Eitan de repente notó que estaba sintiendo. Sus emociones comenzaban a desenterrarse.

─No hay más preguntas, su señoría ─dijo la fiscal─. Muchas gracias, señorita Dumont.

Felicia amagó a retirarse de la tarima, pero fue detenida por el abogado Brigatti:

─Su señoría, quisiera interrogar al testigo del letrado demandante.

El Juez accedió y le pidió a Felicia que se mantuviera sentada.

─Señorita Dumont, usted recientemente denunció la desaparición de su hermano, quien fue nombrado por usted como Eitan. ¿Es así?

─Sí.

─¿Cuáles han sido los resultados de la denuncia?

─¡Objeción! ─interrumpió la fiscal.

─Brigatti, ¿a qué quiere llegar con esto? ─le preguntó el Juez.

─Tengo un motivo justificable, su señoría.

Ante la aprobación suprema, el abogado volvió a Felicia con la misma interrogante.

─No apareció aún ─respondió ella.

─Permítame reformular la pregunta: ¿cuál fue la respuesta que recibió por parte de las autoridades?

Felicia disimuló su incomodidad y encubrió la mirada dirigida a la señora Segovia. La persistencia del abogado defensor y del Juez la obligó finalmente a admitir:

─Me dijeron que Eitan no figura en el registro civil.

─¿Y existen pruebas físicas contundentes que demuestren lo contrario? Documento de identidad, pasaporte, historial médico, certificado escolar...

─Su señoría, el Centro de Investigaciones del Departamento de Seguridad y Justicia procedió a investigar la existencia de Eitan Dumont. Si se tratara de un asunto inverosímil, no estarían buscando pruebas ─justificó la fiscal.

─No interrumpa.

─¿Y bien? ─Brigatti se acercó y le dedicó un gesto intimidante a Felicia.

Ella suspiró.

─No encontraron nada.

─¡Honorable Juez! ─exclamó el abogado, desprendiéndose del estrado para dirigirse a la audiencia─. Felicia Dumont ha deportado un crimen improbable, mejor dicho, ilusorio. La falta total de pistas que ratifiquen la existencia del supuesto desaparecido ponen en duda la estabilidad psíquica de la testigo aquí presente. Considero ilegítimo su aporte a este caso ya que ha demostrado que no posee fuentes verídicas ni la facultad para distinguir entre lo real y lo imaginario.

─Yo no... Yo no miento ─Felicia balbuceó, desconcertada, ante el giro inesperado que había tomado su confesión. Miró al Juez en busca de empatía, pero este la esquivó para echarle una ojeada a su portafolio y afirmar que el señor Brigatti estaba en lo cierto─. Deben creerme. No soy la única, cientos de familias en todo el mundo están buscando parientes desaparecidos bajo las mismas circunstancias.

─¿Tiene la declaración de alguna de ellas?

─No, pero...

─No hay más preguntas, su señoría ─determinó el abogado, y con una sonrisa gloriosa se posicionó junto a Boris.

─Puede retirarse ─le anunció el Juez a Felicia.

─¿Qué? No... Yo...

─Señorita, le quito el derecho a la palabra. Por favor, vuelva a la tribuna.

Eitan avanzó al estrado y observó a su hermana bajarse más avergonzada que cuando subió. Eso no debía pasar, se suponía que tenía que regresar con la frente en alto, orgullosa de haber dado un paso en favor de la justicia. En cambio, se ocultó en los brazos de sus padres, confundida, cuestionándose la certeza de sus palabras.

─Póngase el acusado de pie. Tiene derecho a la última palabra. ¿Quiere decir algo? ─le preguntó el Juez a Boris.

─Sí, señoría. Me arrepiento de lo ocurrido. Yo quería a Keisi y pretendí hacerle daño. Lo siento mucho.

«No, Boris no lo siente. Es incapaz de sentir. In-capaz», se enfureció Eitan.

Tras deliberar el resultado, el Juez se acercó a su micrófono y declaró:

─Por el delito de homicidio preterintencional, declaro al acusado culpable. Por el delito de agresión sexual, declaro al acusado inocente. Se le impone a Boris Gusev cinco años de prisión con posibilidades de acceder a libertad condicional por buena conducta una vez cumplidas las dos terceras partes de la condena.

«Eso no es suficiente». Eitan miró de lado a lado para encontrar a alguien que tuviera la intención de denunciar esta locura. Pero nadie se atrevió a decir palabra.

─Se levanta la sesión.

El golpe del mazo retumbó en las paredes del tribunal e impulsó a los presentes a ponerse de pie para despedir al Juez y a Boris, quien fue esposado y escoltado hacia la salida.

Las personas comenzaron a abandonar la sala, los únicos que quedaron abatidos en sus asientos fueron los padres de la víctima, sin fuerzas siquiera para reclamar un acuerdo más digno en memoria de su hija; y Felicia. Estaba inclinada sobre el respaldo de la banca delantera, mientras sus padres le acariciaban la espalda e intentaban levantarle el ánimo con frases alentadoras, pero vacías de sentido: "Todo va a estar bien", "Ya va a pasar", "Hiciste lo mejor que pudiste".

«Es mentira. Nada mejorará de aquí en adelante», sabía Eitan. Clavó sus uñas en un cúmulo de papeles que yacían sobre la mesa, donde Boris había estrechado su mano con el diablo, y lo revoleó por el aire. Las hojas cayeron sobre la cabeza del señor Brigatti y él las descartó de un manotazo al distinguir las palabras "abuso" y "muerte" escritas en ellas.

─¡No es suficiente! ─gritó Eitan y pateó una silla.

Las personas concentradas en la salida espiaron por sobre sus hombros. Otra silla se desplomó imprevistamente y despertó su curiosidad. De repente, una ventanilla se abrió de par en par con tanta fuerza que sus puertas chocaron contra la pared y rajaron el vidrio, despegándolo y estrellándolo sobre la alfombra.

Felicia alzó la cabeza al sentir la ráfaga de viento que se había infiltrado. Respiró el aire que le hizo falta en el interior del tribunal y observó el barullo que deambulaba entre la gente. Nadie comprendía qué estaba sucediendo.

Mientras seguía revoleando y desparramando objetos, cuadros y pedazos de vidrio rotos, a Eitan se le fueron ocurriendo más palabras: in-fame, in-adaptado, in-estable... ¡¿Cómo era posible que, a pesar tener todos esos defectos, se lo creyera inofensivo?!

Ese día, algo se despertó dentro de él, un lado bestial que desconocía. En el pasado, había perdido los estribos en varias ocasiones, pero siempre fue por rabia, nunca por... impotencia.

Por primera vez, sintió que la solución estaba fuera de su alcance. Corría el riesgo de romper con su promesa, la que había pactado consigo cuando comprendió que la única mano, oído y hombro que estarían siempre a disposición serían los propios. Pero, en ese instante, con él mismo no bastaba, y eso le carcomía la integridad que había tardado toda una vida en construir.

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