18. La mano invisible
Los dedos de Georgia se resbalaban del volante por su transpiración. Estaba conduciendo en una ruta al doble de la velocidad permitida. Eran las cinco de la madrugada, los primeros rayos emergieron del horizonte y debía llegar a su casa antes de que el sol saliera por completo.
Estacionó a un lado de la carretera y corrió por el bosque de eucaliptos, corrió como nunca antes. Ni bien arribó a la cabaña, irrumpió en la habitación de Rina y la despertó de una sacudida. Luego, extrajo una maleta por debajo de su cama y comenzó a volcar en su interior las pertenencias de la joven.
Revolvió el armario, revoleó ropa y removió cajones. De uno de ellos sacó un cuadernillo rayado, sin percatarse de que una fotografía se desprendió de sus páginas y cayó al suelo. Rina la recogió en su camino hacia la puerta y reveló el retrato: figuraba una pareja que sostenía a un niño y a un bebé envuelto en una manta de corazones. Dyn los reconoció de inmediato: era él junto sus padres. El bebé, Rina.
La chica guardó la fotografía en el bolsillo de su abrigo y salió, pero Dyn quedó suspendido en la más profunda confusión.
─Espérame afuera ─le ordenó Georgia a la chica.
Sujetando un bolso mediano, recorrió sala por sala guardando objetos valiosos que no quería que le confiscaran durante un posible allanamiento. Estaba segura de que eso pasaría, el detective Geller sería el primero en presentarse en la cabaña apenas reconocieran sus huellas dactilares en la autopsia de Keisi Mel. También tomó un gran fajo de billetes para sobrevivir al viaje impredecible que estaban por iniciar.
Se encontró con Dyn en el dormitorio de Rina y le ordenó que saliera, pero él no movió un pie; parecía que estaba clavado al suelo.
─Ella sabe ─balbuceó de repente.
─¿Qué?
─Sabe que tú la secuestraste. No se olvidó de esos tres años que estuvo con nosotros.
En ningún momento Georgia le dirigió la vista. Estiró las sábanas de la cama, cerró las puertas del armario y la ventana. Recién cuando apuntó a la salida de la cabaña, escoltada por Dyn, le respondió:
─Ya te dije: entre Rina y yo no hay secretos.
***
─"Tres personas resultaron gravemente heridas en un accidente automovilístico por la ruta 33 hacia el sur. El tráfico estará limitado en las próximas horas debido al correspondiente operativo policial. En instantes, más información".
Juny cambió la estación de radio.
Jin, el padre de Jia, no desvió sus ojos del parabrisas, pero pudo notar el semblante amargado de su hija. La última internación en el hospital le había generado miedo a la palabra "muerte". La propuesta del viaje venía a sosegar esas inquietudes. Su esposa lo motivó a tomarse unos días de vacaciones para cambiar de aire porque, tanto Jia como él, lo necesitaban.
─¿Un poco de música? ─ofreció como alternativa al incómodo silencio─. Abre la guantera.
Allí Juny encontró una casetera portátil, e inspeccionó el pequeño aparato rectangular como si fuera una reliquia. Siguió hurgando y encontró un par de casetes. Introdujo el dedo índice en el agujero de uno de ellos y comenzó a girarlo como hacía con el balón de baloncesto.
─Esta es la mejor manera de escuchar música ─aseguró Jin e introdujo el casete─. Lo digital reprime el alma de la canción con tanta edición, retoque y demás tonterías. Se moldean las vibraciones, se elimina el ruido... Pero, a veces, hace falta escuchar algo de ruido.
─"Empujándose en el supermercado, muchas madres sollozando, las noticias han llegado, nos quedan cinco años para llorar" ─se filtró la voz rasgada de David Bowie entonando Five Years.
Juny sintió que podía escuchar las cuerdas vocales del cantante trepidando y su lengua oscilando esas palabras con cierto tono de resignación. Apoyó la cabeza contra la ventana y dejó que repiqueteara al son de los brincos de las ruedas en marcha. El vidrio estaba tibio por el sol del atardecer. Cerró los ojos. El calor siempre le generaba modorra.
Jin giró el volante.
─El viaje es largo y no tenemos apuro. Tomemos un descanso esta noche y retomemos mañana temprano. ¿Suena bien?
Pero Juny ya estaba absorbida por el sueño, y no despertó hasta que cayó la noche y estacionaron en un motel a medio camino.
***
El zarandeo del automóvil le provocó náuseas a Rina. Le pidió a Georgia que se quitara del camino rocoso y retomara la carretera, pero la conductora respondió que era la mejor manera de acortar el trayecto. ¿Hacia dónde se dirigían? No tenían idea. Por lo pronto, esquivar la ruta convencional era prioridad.
Rina desplegó el mapa que tenía a mano y buscó el destino más cercano. Leer le duplicó el mareo. Hablar ya no pudo porque vio un ícono de hamburguesa en el plano y, por imaginarse devorando una, se le congeló la boca. Entonces le señaló a Georgia el sitio que había ubicado.
─No tenemos tiempo para detenernos ─le respondió la mujer.
La chica siguió repiqueteando el dedo con desesperación, mientras un hilo de saliva se desbordaba de sus labios.
Georgia se quitó el mapa de la vista justo en el momento que la joven se abalanzó hacia adelante y vomitó sobre él. Ambas miraron espantadas el papel impregnado de una bilis espumosa que inundaba la senda a seguir.
Una hora más tarde, se detuvieron en el estacionamiento de un motel. Rina quiso abrir la puerta, pero Georgia la tironeó para atrás, inclinó las sillas delanteras y estiró una manta sobre ambas. No podían correr el riesgo de salir.
El agente Geller debía estar revolviendo tierra y raíces para encontrarlas, pero esta vez, comandando un ejército de lupas, patrullas y uniformes verdes. Georgia se imaginó corriendo sobre la palma del detective, deslizándose entre sus dedos y cayendo de regreso a la oscuridad abismal, sin saber que en la base la esperaba una segunda mano gigantesca para atajarla y abollarla hasta oír sus huesos despedazarse. Corría sabiendo que la alcanzarían, pero sus pies seguían respondiendo a la costumbre de escapar.
Rina se durmió al rato y Georgia le quitó los restos de saliva de su mentón con las mangas de su camiseta. Los ojos de la niña estaban cerrados, pero en sus párpados se transparentaba una mirada consumida.
Llegado el amanecer, Rina se despertó ante una sacudida del automóvil. El otro lado del parabrisas estaba plagado de un humo blanco y denso, y tras una brisa que lo sopló a un costado, descubrió a Georgia pateando el carro y maldiciendo a los cuatro vientos; no sabía que la parte de los insultos iba dirigida a Dyn, quien le exigía a su terrestre tranquilizarse porque sus mal humor le estaba generando jaqueca.
La chica salió a investigar el motivo del escándalo. Resultó ser que el motor se había sobrecalentado, el termostato se atascó y obstruyó la refrigeración del radiador, alcanzando así altas temperaturas que pudieron haberse evitado si la conductora hubiese manejado con menos prisa.
─Esto es obra del karma ─criticó Dyn.
─¡Ya calla! ─le gritó Georgia.
Rina la miró estupefacta, exculpándose de haber dicho palabra alguna.
─Disculpa, cariño, estoy tan enojada que imagino voces insoportables cotorreándome en el oído ─le dijo la mujer y sacudió el aceite de sus manos frente a su ideal.
Oyeron a los primeros madrugadores del establecimiento salir de su dormitorio, un padre acompañado por una niña quien parecía ser su hija por la notable semejanza. Georgia se impacientó más, estaba fuera de su plan ser vista.
El par se acercó y ofreció ayuda.
─Debe haber un taller mecánico por la zona. Podemos arrastrar su carro hasta allí o llevarlas a su destino ─propuso el hombre.
Georgia estuvo próxima a contestar que no necesitaba un aventón. Luego vaciló. Quizás abandonar su vehículo de fuga y unirse al viaje de unas personas inocentes no era una mala idea. Finalmente, accedió a la propuesta.
─De acuerdo, nos uniremos a ustedes, pero dejemos mi carro aquí. No sirve más.
─¿Está segura?
Ella respondió abriendo el maletero y sacando su equipaje.
─¿Cuál es su automóvil?
El hombre la guió hacia el otro extremo del estacionamiento y dejó al descubierto a su hija. Dyn se tomó unos minutos para observarla. Reconoció el rostro de Juny en él, pero era un tanto diferente. Tenía una nariz más puntiaguda, ojos rasgados como por una suave pincelada curva, menor estatura y una mancha marrón en la parte izquierda de su cuello. Se planteó la posibilidad de que fuera Jia, la tan nombrada gemela de Juny, y con esta idea brotaron miles de preguntas más, pero se vio obligado a callarlas ante la presencia de su terrestre.
Estando ya dentro del carro, Georgia le preguntó al hombre hacia dónde emprenderían el viaje. Le respondió que al sur, y ella fingió que se dirigían hacia allí también. Luego, él reveló que su nombre era Jin y le preguntó por el suyo, frente a lo cual la mujer se presentó como Isabel y a la niña, como Marisol.
Dos horas de trayecto más tarde, Jin frenó en una estación de servicio.
Dyn se tensionó. El estallido que quitó la vida de su mejor amigo volvió a retumbar en su memoria. Mantuvo los párpados bien abiertos; de lo contrario, el recuerdo de uno de los episodios más traumáticos de su vida se reiniciaría.
Georgia y Rina se dirigieron al sanitario, y Juny entró al almacén a comprar aperitivos para lo que restaba del recorrido. Mientras se paseaba entre las góndolas del pequeño mercado y llenaba un canasto de patatas fritas y dulces, Dyn la siguió en busca de alguna pista que resolviera sus sospechas.
Juny no pudo verlo, pero Jia sí.
Oye, hay una presencia más entre nosotros, le avisó a su gemela.
«¿De qué hablas?», le consultó Juny.
Veo a un chico caminar atrás tuyo, pero su piel brilla de manera espeluznante. Ten cuidado, Juny.
Dyn oyó aquella voz fantasmagórica pronunciar dicho nombre. En mucho tiempo, no sintió sus emociones, quizás porque en los últimos días no tuvo razones para padecer más que sentimientos pesimistas que un ideal era incapaz de percibir. Pero, esta vez, la alegría colmó cada parte de su cuerpo y lo lanzó a bailar una coreografía improvisada.
─¿Esta es Juny? ─casi derrama lágrimas de felicidad─. ¡Esta es Juny! ─abrazó inútilmente a la terrestre, quien no sintió más que un cosquilleo desapercibido.
¿Podrías quitar tus sucias manos de mi gemela?
─Oh, disculpa, seas quien seas... ─El chico retrocedió y comenzó a mirar a su alrededor en busca de la dueña de aquellas palabras.
Soy Jia, y la chica a la que abrazaste no es Juny. Bueno, en realidad lo es, pero está atrapada en mi cuerpo. ¿Quién eres tú?
─Soy Dyn, amigo de tu hermana. Dile que estoy aquí, por favor.
Jia se dirigió a su terrestre y esta, ni bien escuchó el anuncio, dejó caer el canasto de comida. Quiso gritar de felicidad, pero se contuvo cuando escuchó la voz de su gemela pedirle silencio. Dyn había procedido a contarle toda la situación para que se lo transmitiera a Juny. Relató lo sucedido de principio a fin: desde la desaparición de su hermana hasta la fuga por el asesinato de Keisi Mel. Parafraseó sobre todos los acontecimientos y sermoneó acerca de la amenaza que corrían junto a Georgia, mejor conocida por ellas como Isabel. Debían hacer algo, les suplicó, porque él mismo no podía.
Juny no se negó a accionar. Esta podría ser la oportunidad para llevar la honra a la familia de Jia y volver, finalmente, con la suya.
***
Cuando Rina propuso desaparecer de la estación de servicio sin un adiós o gracias, Georgia desistió. No era el momento adecuado para huir. Se sumarían a un segundo tramo del trayecto. Mientras más lejos llegaran, menos probabilidades cabrían de ser atrapadas.
Regresaron al automóvil después de que les tocaran tres bocinazos.
─Disculpa, no quería molestarlas ─les dijo Jin cuando ingresaron y se acomodaron en sus respectivos asientos─. Faltan horas de viaje y planeo llegar a destino antes del anochecer.
─No hay problema ─sonrió Georgia. De hecho, le resultó poético imaginarse desaparecer en el horizonte junto al sol.
Juny le extendió el paquete de patatas fritas para convidarle, y cuando ella se volteó a tomarlo, buscó en ella algún rasgo perverso: un bulto en el pantalón que delatara la posesión de un arma, una manía que señalara su demencia o una cicatriz que representara sus batallas, pero no encontró más que una mujer con un apetito voraz.
Pasó a buscar alguna pista en Rina: un moretón en sus brazos o un pedido de auxilio en sus ojos, pero lo que vio fue una niña sana, bien alimentada y relajada, como si no estuviera al tanto del peligro que corría. Entonces se replanteó: ¿realmente estaba en peligro?
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