capítulo viii

CAPÍTULO 08

UN SUDOR FRÍO vagaba por la nuca de Michael al dar un paso tras otro. No ayudaba para nada el barullo de gente que le dificultaba su larga caminata a casa y mucho menos el tener su auto en un taller, luego de que se descompusiera.

Victoria, su madre, no había dicho nada más al llamarlo. Pero el humor tan optimista de la mujer estaba siendo opacado por su tono preocupado y triste, y aquello Michael lo había notado desde la otra línea. Casi sin analizarlo.

Trotando un poco abrió la gran puerta de rejas, sin ver la necesidad de cerrarla con llave, y subió por la extensa escalera que tenía como fin la puerta principal. A todo esto su respiración ya se mantenía irregular, sin poder ser controlada por él mismo.

Una vez dentro de su enorme casa tiró las llaves y su chaqueta al sillón, y se encaminó al patio ya que desde allí se presenciaban las voces que para él resultaban familiares.
La piscina de los Ronda reflejaba la luz del atardecer mientras que el padre de la familia sobaba su cien y conversaba seriamente con Kevin. Y Victoria se mantenía inquieta sobre el sillón mientras su hija Alessa acariciaba su espalda.

Michael agradeció por lo bajo de verlos a salvo y abrió la puerta de cristal con todos los ojos sobre él, y siendo mimado por su pequeño jack russell.

Mike—lo nombró su madre antes de envolverlo entre sus brazos.

—¿Ma...?—balbuceó—. ¿Qué sucede?

Victoria secó sus lagrimas con el pañuelo que llevaba en su mano, y Davide palmeó el hombro de su hijo; al tiempo que Alessa y Kevin se adentraban en la casa para alejarse del ambiente tenso.

—Tenemos que hablar Michael.

—¿Oigan, por qué tanto misterio?—volvió a preguntar—. ¿Qué pedo?

Los tres se sentaron en el sillón, el hombre mayor jugando con sus manos y la mujer mirando en silencio las baldosas del exterior.

—¿Es cierto...?—cortó su pregunta al aclarar su garganta—. ¿Ayer...Qué hiciste hijo?

—¿De qué hablas?

—Sólo respóndele a tu padre—pidió Victoria.

—Necesitamos saberlo Mike.

El susodicho suspiró, aún con el ceño fruncido.

—Salí con Valentina, abrieron una nueva pista de patinaje y creí que sería buena idea invitarla.

Victoria palmeó el muslo de su hijo y mordió su labio en una sonrisa triste, Michael abrió su boca pero antes de decir algo su progenitora se alejó; siendo perseguida por Davide.
El joven observó todo confundido, pero distrajo la atención de sus padres al oír unos golpes provenientes de la ventana de la cocina; donde se encontraba su hermana.

En momentos los tres hermanos se mantuvieron en silencio, Kevin jugando con su celular y Michael esperando una respuesta de su hermana mayor.

—¿Y bien?

Alessa sirvió café en la taza de su hermano expectante, y se sentó frente a él con ambas manos recargando su mentón.

—Ha pasado algo malo.

—¿Oh, de verás?—ironizó Michael—. No me he dado cuenta aún.

Kevin río por lo bajo pero se calló ante la fulminante mirada de la castaña.

—Desapareció Fernanda.

—¿Qué..?—preguntó atónito.

—Nos hemos enterado hace unas horas.

Michael cubrió su rostro sintiéndolo arder, sabía que eso le sucedía antes de llorar y en esas circunstancias no hallaba modo de ocultar sus emociones. Su hermana lo entendía pero también le enfurecía saber que eso no era lo único malo.

—No puede ser—negó—. ¿Le han preguntado a su padre? Ta-tal vez fue con él ¿Y su amiga...? ¿Lis? ¿Se llamaba así?

—Sí bro, nos vemos al rato, bye.

Kevin alejó el teléfono de sus labios tras soltar el botón que grababa el audio y, sin que fuera novedad, sus hermanos lo miraron mal.

—¿Qué pedo, Kevin? No es momento de estar yendo al antro, y menos con lo que pasó, además mamá está...

Oye, ya para Ale—resopló el menor—. Todo eso que me acabas de decir ya lo tengo grabadito en mi cabeza y también sé qué ha pasado con Fernanda.

—¿Qué dices?

—Y pues...¿No es obvio?

—¿No es obvio qué, estúpido?—lo insultó Michael.

—Está haciendo lo de siempre, Mike—respondió—. Todos se preocupan por ella, y cuando llega a su casa sabemos que ha fumado más de un cigarro, que ha tomado más de una gota de vodka y que...

Michael lo empujó del taburete y lo tomó del cuello de su chaqueta, escrutándolo con la mirada.

—¿¡Qué haz dicho!?—gritó con furia—. ¡Repítelo, Kevin!

—¡Oigan, ya basta!—interfirió Alessa al empujar a Michael—. Kevin vete a tu habitación.

—¿Qué pedo Alessa?—se quejó—. ¿Me tengo que ir yo cuando él me ha empujado?

—Sí, ya vete.

Kevin rechistó y con una mano clavada en su abdomen se fue gimiendo del dolor, no sin antes mirar mal a su hermano mayor.
Alessa negó con la cabeza pero aún así ayudó a su hermano a levantarse del suelo.

—Mike, esto no resolverá nada—miró insegura los ojos de su hermano y al ver caer una lágrima de ellos lo abrazó—. Cuánto lo siento.

—Tengo miedo, hermana.

—Ya lo sé, pero la policía ya se está encargando.

—La policía no hará nada—afirmó—. Iré yo a buscarla.

—Espera, Mike—lo tomó de la mano cuando se estaba por marchar—. Aún hay más.

Michael dejó ambas manos apoyadas sobre la barra de la cocina y se mantuvo de pie gracias a estas.

—Su madre te ha culpado a ti.

—¿Qué?...Pero yo no...

—Lo sé—asintió Alessa—. Sé que no serías capaz de hacer algo así, pero esa mujer dice estar segura.

—No puedo creer que Karen piense eso de mí.

—Ni yo—mordió su labio—, pero nos dijo que el principal sospechoso eras tú porque Fernanda le avisó que iría a verte ese mismo día.

—Pero se fue—hizo memoria—. Se enojó conmigo y se fue...Es mi culpa.

—No, claro que no lo es, ella te quiere y lo que sea que le hayas dicho sabe que lo lamentas.

—Soy un estúpido, Alessa—golpeó la mesada con su puño—. No tuve que hacerla sentir mal, ya sabes lo que paso el año pasado.

Un remolino de recuerdos oscuros pasaron por la cabeza del mexicano con brusquedad. El incesante ruido de la máquina que controlaba el corazón de su amiga, las voces de los doctores, el pequeño cuerpo de la mexicana herido.

—Pero esto es diferente, Mike—acarició su espalda—. Le pasaron cosas graves como para creer que lo mejor sería intentar ya sabes...No por un enojo volvería a hacerse daño.

—Aún así le pudo haber pasado algo—besó la mejilla de su hermana y corrió por su chaqueta—. ¡Te veo al rato!

゜・。。・゜゜・。。・゜

Valentina miró las góndolas con cansancio, su mamá había examinado cada producto de estas y eso no parecía bastarle.

Tenes que elegir un papel higiénico mamá, no un chico de One Direction para casarte.

—Eso sería difícil también.

—Igual son unos malditos, jugaron con mi corazón de fangirl y se separaron.

Marilina río mientras seguía en su búsqueda de un papel higiénico.

—Mantengo firme mi opinión—contestó—. Mantener un grupo unido debe ser igual de difícil que mantener la dieta.

Valentina río burlonamente, aún con su espalda apoyada sobre la pared del supermercado.

—Depende—discutió—. Las chicas de Little mix dijeron que no querían estar en una girlband ¡Y ahora son eso!

—¿Y?—su madre acomodó sus gafas—. Que ellas sigan juntas no quiere decir que todas las bandas deban ser igual.

Sos intratable ma—negó con una sonrisa antes de sentir su teléfono vibrar—. ¿Qué...? ¿Michael?

Valu...—murmuró del otro lado de la línea—. Ven a buscarme, te necesito.

—Sí, obvio...Decíme dónde estás.

El poco recorrido que realizó Valentina junto a su mamá se convirtió en una odisea. La voz quebrada de Michael atormentaba la cabeza de Valentina, nunca antes la había oído tan apagada y deseó que fuera la última vez que tuviera que escucharla así. Antes de que su mamá utilizara la palanca de freno, la rubia ya había desabrochado su cinturón y se había abalanzado cuerpo afuera en busca del chico.

El estacionamiento del supermercado era tan grande que Valentina podía jurar que allí se podía construir otro supermercado más.
Corrió con cuidado hasta dar con el joven sentado sobre las pequeñas rocas que decoraban el suelo, acompañado de un rostro cansado y mojado de lágrimas.

—Mike...—la rubia lo abrazó, sin importarle el olor desagradable a licor que emanaba su cuerpo.

—Mi Valu—sonrió de lado—. ¿Viniste a rescatar a la princesa?

—Vamos.

La rubia colocó el brazo del chico alcoholizado sobre sus hombros, haciendo todo el esfuerzo para que su cuerpo débil sostuviera a pie el de él.
Antes de llegar al auto Marilina ya estaba ayudando a su hija, mientras que ésta se encargaba de abrir la puerta de los asientos traseros del auto.

Una vez dentro Michael soltó una risa sin ganas y Valentina se sentó a su lado, dejando como conductora a la rubia mayor de gafas y pelo por los hombros.

—¿Dónde vive?

—No sé...Pero ma...Llevémoslo a casa.

—¿Estás loca, Valentina?—derrocó la idea—. Míralo cómo está pobre chico, va a vomitar toda la casa.

—¿Y qué más podemos hacer?—preguntó resignada por la actitud de su mamá—. ¿Querés dejarlo tirado?

Marilina se quedó sin palabras.
Pero también supo que no se iba a perdonar abandonar al chico en tal estado.

—Está bien—rodó sus ojos—, pero después te encargas vos de su vomito.

゜・。。・゜゜・。。・゜

El pequeño PH donde vivían Valentina y su mamá se ubicaba entre los comercios de la pequeña localidad de Neviria, comenzaba con tres escalones de los que para acudir se debía abrir un portón gris y mínimamente oxidado. La puerta principal era de madera clara y con vidrios de color celeste como si fueran una pequeña ventanilla.

El desafío para la joven rubia era subir los demás escalones, que seguían al abrir la puerta principal, cargando con un borracho fuera de sí.
Pero con cuidado y con algunos deslices pudieron llegar hasta la planta alta, donde se dividían tres puertas que correspondían a cada pequeña unidad.

El hogar de Valentina era la última puerta, tratándose así de la propiedad más pequeña. Con una sola habitación que resultaba un tanto incómoda para dos personas. Pero Valentina siempre tuvo su propia habitación y su madre el sillón cama que, con suerte, la dejaba dormir cómodamente.

—Dale esto—sugirió Marilina al entregarle un vaso de agua a su hija—. No le des café o se va a deshidratar, que duerma en una posición que no pueda llegar a asfixiarse con su vomito y por favor llámame si pasa algo.

—Gracias mami—respondió Michael con una risita.

La rubia se unió a la risa, mientras que su progenitora fue a preparar su cama sin ocultar una sonrisa divertida.

—Vamos a dormir, Mike.

—No...Valu...—murmuró—. Quiero vomitar.

—Bueno—contestó la rubia después de hacer una mueca de asco—. Te llevo al baño.

En el pequeño cuarto, la argentina lo ayudó a arrodillarse frente al inodoro; miró todo con cuidado y comenzado a molestarse por las ruidosas carcajadas del mexicano que podrían despertar a los vecinos.

Valulu, tu baño rosa es muy chulo.

Valentina se aseguró de no estar loca, pero llegó a la conclusión que su baño era esmeralda y que Mike estaba viendo cualquier cosa.
Antes de aclarárselo, Michael la interrumpió al expulsar todo el alcohol que había consumido.
Valentina no quiso ver en ningún instante, así que cuando vió que el joven había acabado tiró la cadena sin olvidarse de bajar la tapa. Posteriormente limpió las comisuras del chico y le dió de beber el agua contenida en el vaso de cristal.

—Gracias güerita—dijo—. ¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí, y rápido que tengo ganas de ir a dormir, y si no lo hago, mañana....

—¿Quieres ser mi novia?—soltó con una sonrisa.

—¿Qué?

—Sé que nuestros hijitos se van a reír cuando pregunten cómo te lo pedí, no es romántico pero no importa.

—Ya estás delirando—se quejó la rubia de las mejillas ardientes—. Ugh, y te hace falta un poco de enjuague bucal.

—Lo que tú digas.

Una vez limpio el aliento de Mike, la rubia lo llevó hasta a su habitación a pasos lentos para no despertar a la serena de Marilina.
Lo dejó sentado sobre su cama y buscó entre su armario alguna manta que pudiera cubrirlo, pero al girarse lo vió sin la camisa blanca que llevaba puesta.

—Te vas a congelar, Mike.

—Es una excusa para que durmamos abrazados.

La rubia negó con la cabeza y sonrió, antes de tirarle la manta que había encontrado.

—Ven aquí—pidió el mexicano con voz ronca. Logrando así, que la chica se rinda y se siente a su lado; mucho antes de tener en su regazo la cabeza del castaño.

—¿Qué hacías en la calle y borracho a estas horas?

—No...No lo recuerdo.

Valentina asintió y acarició con sus manos el pelo corto de Michael.

—Supongo que fue algo grave—susurró—. Me llamaste llorando.

—Lo único grave aquí...—levantó la cabeza del regazo de la chica—. Es que aún no me haz dado una respuesta.

Valentina entrecerró sus ojos pensando bien el reproche de Michael.

—Sabes que es un sí—acarició su mejilla—. Quiero ser tu novia, Michael Ronda.

Él susodicho fue inclinando su rostro, sin dejar de centrar su vista en los labios de Valentina, pero su acción descifrable fue interrumpida por el golpe que le dió la chica con su almohada.

—No lo haz hecho.

Y en segundos de miradas desafiantes ambos se debatieron en una guerra de almohadas. Sin poder reprimir sus carcajadas, los oficialmente novios se dejaron vencer por la idea de que no había ganador.

Y finalmente la rubia y el morocho cayeron con la espalda tendida a la cama. Aún con sus abdómenes contraídos de tanta risa y siendo iluminados por nada más que la poca luz de la noche.

—Te amo, Mike—recitó la rubia en voz baja, desde lo más profundo de su corazón.

En en ese momento supo que se arrepentiría toda la vida si esa noche no se sinceraba consigo misma. Porque junto a Michael no le importaba arriesgarse, le gustaba hacerlo. Estaba dispuesta.

Habían veces en las que Valentina se quedaba con un gusto amargo por tener que tragarse sus palabras, y ella odiaba tener que admitir que la timidez era su peor enemiga, pero esa noche no le iba a dar la satisfacción a su rival.
Porque tenía a alguien que la apoyaba. Y juntos podían derrotar a cualquier emoción.

- ANTEÚLTIMO

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