capítulo v

CAPÍTULO 05

YA NO HACÍA TANTO frío como en la mañana monótona que predominó en Buenos Aires.
Michael dejaba escapar el halo mientras se adentraba en sus pensamientos; en uno de esos tantos divagó la idea de su futuro.

Si bien solía meterse en problemas eso cambió el día en que se libró de la escuela, porque poco a poco los consejos que eran ajenos a sus oídos volvían para atormentarlo. Y en cierta forma le ayudaron para conseguir la madurez.

Su madre deseaba unos cuantos nietos y una nuera asemejada al ideal de madre responsable, pero en gran parte deseaba ver a su hijo feliz.
Su hermana sólo podía soñar con tener a una nuera noble y leal, pero sobretodo fiel a su hermano.
Y su hermano menor deseaba que no termine en la calle por ser un "idiota super pesimista".

Pero entre la familia, la excepción era el padre.
Era cierto que nunca había tratado a sus hijos de mala forma, de hecho Michael lo tomó muchas veces como el hombre más comprometido y trabajador que había conocido, pero al alcanzar sus dieciocho años su forma de ver a su progenitor había cambiado.

En más de una ocasión escuchó entre las charlas de su padre y sus amigos el clásico dicho hipócrita: "Su futuro es su decisión, y lo respeto".
Pero cuando Michael se desviaba del tema de los negocios o el fútbol, su padre comenzaba a delatar gestos y a soltar comentarios negativos. Resaltando mucho más los contra de los pro, algo que enfurecía al joven.

Sin embargo, creyó que Valentina había soltado el argumento perfecto para desestresarlo.
No tuvo más prisa, pero el miedo no pudo irse.

Talló sus ojos y al ver la luz verde esperó su turno de cruzar, con la mirada puesta en sus pies.
A su lado se encontraba una mujer que cargaba con un bebé dormido, de no más de siete meses, y al lado de ambos un hombre con el teléfono posado sobre la oreja. Los dos mayores refunfuñaron al ver la luz del semáforo, y de no ser por la atención de la mujer el hombre podría haber seguido caminando.

—Llegó la cuota de la luz—le murmuró la mujer a su esposo.

—¿Cuánto?

—Mejor te digo después—sonrió tristemente.

La re puta ma....

—¡Bray!—le llamó la atención la adulta de cabello rubio—. Cálmate.

El hombre alejó el teléfono de su oreja, negando con la cabeza mientras mantenía el semblante serio. La mujer pareció haberlo notado porque mordió su labio de la impotencia.

—No puedo—respondió él, con la voz al borde de flaquearse—. Es muy difícil Lu.

—Pero me tenés a mí, para lo que necesites ¿Sí?—susurró su esposa al tiempo que acariciaba su pelo—. Pasamos por muchas cosas pero juntos. Y así tiene que ser.

Michael sonrió ligeramente al verlos juntarse en un beso, y cayó en cuenta de que ese mismo matrimonio le garantizó algo que quiso en su futuro. Apoyo. A alguien a su lado que lo apoyará.

Estaba a nada de caminar, cuando vió que la luz del semáforo se convirtió en roja, pero su celular vibró en el bolsillo de su jean haciéndolo volver al cordón.

—¿Bueno?

—¿Mike?—preguntó Fernanda—. ¿Por qué no estás en tu casa?

—Vine a comprar...Algo.

—¿Algo?—repitió dudosa—. ¿Ese algo no será en lo que estoy pensando ahora mismo?

—Pues no lo sé—frunció su ceño mirando la esquina de la avenida—. ¿En qué piensas?

—Condones.

Hubo silencio en la línea de los mexicanos, por un instante, pero luego estallaron en risas.

—¿Que dices, Fer?—rodó sus ojos—. Te está haciendo muy mal eso de leer historias en esa aplicación.

—Se llama Wattpad—corrigió—, tontito.

—Como sea...¿Para qué llamas?

Volvió a fruncir su ceño al ver un cartel pegado en la puerta de la heladería, por lo que con suma curiosidad corrió hasta la esquina.

Tenía ganas de verte—confesó—. ¿Qué tal si le pido a Vicky que nos haga algo bien delicioso y cenamos con tu familia?

Se vende. Las dos palabras en letra grande y oscura, seguidas de un número con varias cifras, hicieron a Michael pestañear varias veces.
Se sintió atrapado en una pesadilla pero lamentablemente ni pellizcándose podía despertar de ella.

¿Michael?

Pensó en Valentina, en que ya no tendrían su lugar, y que seguramente ambos estaban igual de rotos al dar con esta mala noticia.

—¿Mike estás ahí?—volvió a llamar Fernanda.

Golpeó la puerta con la mano hecha un puño, pero ninguna lámpara y ni siquiera las incontables lucesitas de colores estaban prendidas.

¡Michael!

¿Puedes dejarme tranquilo, Fernanda?—pidió con exasperación—. Todo el tiempo estoy a tu lado ¿No puedes estar un pinche segundo sola? ¿Tanto depende tu vida de mí?

Su respiración había acelerado de la furia pero se sintió muy mal al oír a su amiga sollozar del otro ldo de la línea. Y al escuchar el fin de la llamada supo que la había cagado.

—¿Fer...?

Cerró sus ojos soltando un quejido, guardó su teléfono y se dejó caer al suelo mientras su espalda se reposó en la pared.

Parecía un niño en medio de un berrinche pero sabía que tenía razón. Porque le habían quitado algo suyo, su lugar de encuentro con Valentina.

Cuando una brisa fuerte circuló por la calle, Michael abrió sus ojos al sentir que una cabeza reposó en su hombro.

—Que día feo ¿No?

De repente, se olvidó de la heladería al ver el perfil de Valentina con una clara expresión de disgusto.

—Muy feo—aclaró—. No puede ser verdad.

Se quedaron en silencio viendo a toda la gente de la otra vereda cruzar a la esquina. Todos estaban normales al ver el cartel y los dos jóvenes no entendieron porqué solo tomaban la mala noticia a la ligera, mientras ellos estaban dispuestos a hacer hasta una manifestación.

—Hay un millón de heladerías acá en la avenida—susurró Valentina con la voz baja—. Si la llegan a comprar van a convertirla en otra cosa.

—Tienes razón.

La rubia no mentía. Ningún comerciante iba a construir la misma heladería, que ya no tenía más que polvo en su interior, si tenía que competir con las demás. Era un tema de negocios y eso mismo entendía cualquier adulto.

—Son muchas pero ninguna es igual a esta.

—Es verdad—afirmó—. Y por eso no quiero que la cambien, no lo quiero.

La argentina secó una lágrima imperceptible con ayuda de la manga de su jersey.
Michael la abrazó. Y Valentina no quiso que el abrazo se acabará, que él la soltará.

—Es muy importante para ti—respondió acariciando su espalda—. ¿No es cierto?

—Mi papá me llevaba siempre—musitó—. Era el único lugar donde no lo escuchaba discutir con mamá.

—Fue la primer heladería que visité al mudarme a Argentina—explicó—. Donde me olvidaba que me sentía extraño aquí, que me sentía solo, que mis amigos ya no estaban y que ahora debía crecer lejos de ellos.

Valentina sonrió levemente mientras se le escapaba una lágrima más, la secó y se separaron de a poco.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Mike?

Michael sonrió cuando la escuchó llamarlo así, pero guardó silencio cuando no tuvo en mente ninguna idea.

—Ojalá supiera.

Miraron los autos pasar, algunos con suma velocidad y otros con tranquilidad.
La argentina siguió reposando la cabeza sobre el hombro del mexicano, sumidos en un constante silencio que no los incomodó.

La palabra futuro llegó de nuevo a la cabeza del joven junto a los ideales de su padre. Y ahí llegó la idea que tanto anhelaban.

—Valu—llamó a la rubia—. Vamos a comprar esa heladería.

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