capítulo iii

CAPÍTULO 03

VALENTINA SONRIÓ ANTE el inesperado plan que le había propuesto su madre, llegó hasta el punto de preguntarse desde cuándo se le metían esas ideas a la cabeza.

Porque Marilina, su madre, era la mujer más hogareña que había conocido y no era de las que gastaba mucho dinero en salidas.
Su hogar, era su hogar, su lugar establecido y ni hablar de la familia. La familia lo era todo para ella.
Vivía leyéndoles cuentos a sus pequeñas, de Alicia en el país de las maravillas sobretodo.

Ella no era una fiel amante de las princesas de Disney, de los amores de Disney, de la felicidad de ese universo infantil. Ella prefería una historia divertida donde no hiciera falta un par de besos y flirteos para mejorar la trama.
Por lo que la historia de Alicia era su favorita.

Valentina amaba lo mismo que su madre, pero ella se sentía más atraída por la historia de Mérida.
El sentimiento libre y audaz de la princesa la hacía elegirla como favorita.

Mientras la rubia se colocaba la bufanda de color azul verdoso, recordó las preferencias de Karol hacía las típicas princesas rescatadas por príncipes. Y esos mismos pensamientos le hicieron recordar a una persona más cercana.

—¿Ya estás lista, Valu?—consulto Marilina mientras observaba a su hija por el arco de la puerta.

—Estoy lista, ma—afirmó.

Valentina y su madre ya estaban subidas al auto de ésta última, el cual para la hija no era más que un vehículo anticuado que con suerte llegaban a tener.

En cambio, Fernanda suspiraba pesadamente mientras su madre la ayudaba con su maquillaje.

—Y eso fue todo—abrió los ojos encontrándose con su progenitora analizar el neceser de ella—. Ya no sé qué debo hacer, mami.

—¿No te pareció muy apresurado?

—Me pareció el momento perfecto—corrigió—. Y vino esa güerita a arruinarlo.

—Pero no fue su culpa, hijita.

—Lo fue—negó—. Porque desde que entramos a esa horrible heladería, lo miró a Mike con cara de perrito abandonado y cuando él la ayudó comenzó a portarse como una puta.

Su madre cerró los ojos intentando aguardar la calma, y sin decir palabras continuó delineando los labios de Fernanda.

—¿Es quje tejgo verdad, no mami?—preguntó con dificultad.

—No Fernanda—contestó luego de parar de delinear—. Primero decirle a una mujer puta esta mal, segundo el problema lo tiene Michael si no te estaba escuchando.

—¿Ves? ¡Eso es lo que pasa, que nunca estás de mi lado!

—Por favor Fernanda, pareces una niña.

—¡No! Siempre haces lo mismo, demostrar que yo hago todo mal—elevó su voz—. Ya me tienes cansada, porque para ti son más importantes todos ¡Hasta una pobretona que no conoces!

El timbre de la gran casa sonó y la madre suspiró, ordenando todos los cosméticos en el lugar donde estaban antes.

—Iré a abrirle a Michael—anunció—. Y no te tardes.

La joven mexicana gruñó exasperada, al encontrarse sola en su blanquecina habitación de detalles celestes. Mordió su labio de la rabia pensando que su madre era la mujer más perfeccionista que había conocido y que, al ser tan así, esa era la razón por la que su esposo las abandonó.

Fernanda solía ser una chica común y corriente a la que la fortuna no le parecía más que solo eso.
Con el tiempo y sin mucho esfuerzo, comprendió que los cuentos de la princesa y del príncipe no eran más que fantasías.

Sus padres comenzaban a detestarse y en la última pelea que logró escuchar, entendió todo.
Entendió que su padre nunca podría ser un héroe.
Nunca había sido el héroe que ella creía que era.

En las fotos en las que su madre estaba embarazada de ella todo se veía perfectamente bello. Pero la realidad era otra.
De pequeña y cuando su madre llegaba tarde a la casa, una mujer rubia llegaba a discutir en la puerta de la casa con su padre. No recordaba el nombre de la mujer, pero sí sabía quién era y porqué la vió en más de una ocasión no ser nada amable.

Era igual de ingenua que la madre de Fernanda, ambas se habían enamorado del príncipe. Y él había jugado con el corazón de ambas.
La mujer se había embarazado de él e igualmente su madre, entre casi las mismas fechas.
Ninguna de las dos sabía de la existencia de la otra y ese fue el punto culminante.

Por eso Fernanda le tenía un temor constante al rechazo, a que la menosprecien; y manifestaba sus miedos inculcándoles a los demás esos mismos.
Hasta que llegó a conocer a la única persona que se prometió no lastimar, y esa misma persona estaba sentada en el sillón de su casa con una sonrisa despreocupada.

—Hola Mike—saludó con amabilidad, al ser recibida en los brazos de él.

Sutilmente sintió el perfume característico de su mejor amigo, era su favorito. Lo utilizaba desde que eran adolescentes y Fernanda no se sentía capaz de hartarse de él.

—¿Nos vamos, señorita?—preguntó con elegancia y tendiéndole su brazo a su amiga.

—Nos vamos, señorito.

Ambos salieron a la velocidad cuidadosa que lo caracterizaba a Michael a la hora de conducir.
Y mientras tanto escucharon por la radio la música actual, sin hablar tanto para disfrutar de ésta.

—¿Qué onda con lo de tu padre?—rompió el silencio la chica luego de unos largos minutos—. ¿Le haz dicho lo de la actuación?

—Todavía no, no me siento listo.

—Y pues...Si no es ahora ¿Cuándo?

—La neta que no lo sé—se encogió de hombros—. Quiere que maneje alguna propiedad.

—¿Una propiedad?—río burlonamente—. ¿Y piensas hacerle caso?

—No tengo otra opción, Fer.

—Sí, sí que la tienes—colocó su mano en su hombro—. Puedes elegir por ti y no por él.

Michael meditó las palabras de su amiga y, ya terminando de estacionar el auto, suspiró.
Sin más, dejó el auto inmóvil y a la vez tomó la mano de Fernanda para depositar un beso en ella.

—Ojalá fuera tan fácil—contestó con una sonrisa—. Pero gracias por ayudarme, chaparrita.

Valentina y su madre charlaron más que nunca, poniéndose al día de sus asuntos personales.
Marilina charlaba continuamente sobre su nuevo jefe Guillermo, y después de mucho tiempo su hija pudo distinguir en sus ojos destellos de felicidad.

—Voy a tener que ver cómo me va—comentó la madre—. Más que en la lavandería voy a cobrar.

—Te va a ir genial—contestó Valentina, juntando sus manos en señal de apoyo—. Y si querés te ayudo, puedo buscar trabajo.

—No digas eso Valentina—pidió con tristeza—. Sos joven todavía ¿Cómo vas a pensar eso?

—Quiero ayudarte.

Vos sólo tenés que estudiar—enunció—. Te estoy dando el tiempo necesario para que pienses la carrera que vas a seguir, y cuando te decidas vas a entrar a la universidad.

Marilina estaba dispuesta a esperar su decisión, pero ni Valentina sabía la vocación que elegiría.

—¿Con qué plata, ma?—cuestionó—. ¿No escuchaste a Pía? Son muchos gastos por más que la universidad sea gratuita, las fotocopias, los libros, los materiales.

—¿No entendes, Valentina?—preguntó luego de tomar su café con amargura—. Terminaste el secundario y tenés futuro, yo voy a hacer mi parte.

—Igualmente ma, es muy complicado. Vas a ver que voy a tener que dejar.

—¿Y con esa actitud como esperas que te vaya bien?—miró por detrás de su hija aún sosteniendo la taza cerca de sus labios—. Si así sos con el amor, vas a terminar solita.

—¿Qué sabes vos?—río la rubia.

—Justo estoy viendo un pretendiente perfecto.

Valentina se giró un poco para mirar por cada esquina de la cafetería, buscando así a la persona que se refería su madre. Pero lo que menos esperó fue encontrarse con los tiernos ojos cafés y la sonrisa encantadora que la flecharon hace ya una semana.

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