capítulo i

¡ warning !
que seleccione personajes
conocidos no quiere decir
que sean tal cual a como
se describen en la historia.

CAPÍTULO 01

VALENTINA LEÍA tranquilamente en su, ya despintando, escritorio de madera.
A medida que avanzaba con la lectura trazaba garabatos en los rebordes de las hojas mientras se concentraba en palabra tras palabra, guardando en su memoria las que le resultaban más llamativas y disfrutando de la buena combinación que caracterizaba a la autora.

Amaba el ruido sordo en su casa–y no es que sucediera mucho cuando su madre llegaba– pero la tranquilidad que hallaba al no tener a su progenitora ordenándole los quehaceres del hogar la mantenía en paz. Incluso muchos podrían pensar que estar solo en casa era muy aburrido, a Valentina solía aterrarle de pequeña, pero ahora mismo y en sus tan sólo diecisiete años era lo que más disfrutaba.

Sus ojos se desviaron del libro al escuchar las risas escandalosas que se oyeron a la salida de la calle, y al reconocer las carcajadas sonrió ligeramente reprimiendo sus ganas de saludar a quienes pasaban. Hace meses había aprendido gracias a las–para nada amables– palabras de su ex-amiga Karol, que ya no se acercara a ella.

Valentina no entendía lo cruel que era el pedido de su amiga, y es que según la mexicana su amistad era cosa del pasado y que debido a los problemas económicos que se acumularon en la vida de la rubia eso solo significaba que ya no eran iguales.
Pero Valentina la quería a pesar de no tomarse el tiempo de repensar las palabras de Karol, con quien había compartido amistad desde los seis años y quien habitaba los numerosos cuadros que decoraban la habitación de ella.

No le era sencillo olvidarse de su amistad y aún no creía que solo un año bastó para que la castaña olvidara la existencia de ella. Pero al fin y al cabo la maldad era algo que pocas veces distinguía al instante.

Negó con la cabeza ignorando todos los recuerdos que vagaron por su conciencia, y en silencio escondió el libro que analizaba en la cómoda de su ropa. Y mirando el reloj por enésima vez en el día caminó hasta la cocina en busca de algo para cenar.

La adolescente no mentiría si dijera que no le fue novedad no encontrar nada en la heladera, esto ya era algo de hace meses. Le enfurecía porque no estaba acostumbrada a vivir en esta situación y aún así tener que enfrentarla, pero cierta parte de ella la ponía de pies en tierra y le hacía sentir culpa por no agradecer el esfuerzo de su madre para sacarlas adelante.

En un pispás la vida de Valentina había cambiado, porque no solo la empresa de su padre se limitaba a despedir gente debido a los impuestos que no lograban mantener a los empleados; si no que también su madre comenzaba a pasar de trabajo en trabajo y muy pocas veces consiguiendo una buena remuneración. Comían poco, apagaban las luces aún si así las necesitaran, vendían ropa o joyas o hasta se organizaban para visitar a sus familiares y así alimentarse.

Todo se había transformado en un caos y cada integrante de la familia lo sabía.

Buscando una solución y basándose en la última vez, Valentina buscó en cada rincón de la cocina una nota de su madre.
Teniendo éxito sonrió satisfecha luego de leer un pequeño post it de color naranja: «Valu, me olvidé de decirte que hoy llego tarde, fijate de ir a comprar algo. Te quiero, mamá»

Contó entre sus manos cincuenta pesos y sin tardar mucho corrió por su campera color gris, para ir a donde quería desde hace semanas. Su heladería favorita.

Lejos de la casa de la rubia, Michael estaba siendo arrastrado por Fernanda; su única mejor amiga desde que tenía memoria. Y mientras tanto, pensaba en los interminables sermones que su madre le diría al llegar a su casa.

No entendía cómo llegó a ceder pero sabía que como consecuencia se llevaría bastantes reprimendas, y la culpable no sería nadie más que la rebelde e intrépida Fernanda.

Miraba con culpa los billetes que se encontraban hechos un fajo en la mano de su acompañante, y él sabía muy bien que no le haría gracia a su madre enterarse que su hijo había robado dinero de su cartera luego de ser impulsado por su amiga.

Apúrale, Mike—alentó la chica—. Cerrarán en cualquier momento.

  —Espera Fer—frenó su paso sin ocultar los nervios que reflejaba su rostro—. ¿Estás segura de esto?

Era lo más arriesgado que había hecho en su vida y nada de esto estaba en sus planes, tan solo quería pasar una tarde normal celebrando el cumpleaños de su hermano. Y sin embargo Fernanda, sin ganas de admitir su error, se excusaba con que era mejor ir a tomar un helado que desperdiciar la tarde en una celebración aburrida.

—Estoy muy segura—sonrió—. Ándale gallina.

—Pero...No crees que...—calló sus palabras cuando su acompañante lo siseó.

—Tarde para los arrepentimientos—respondió antes de pasar su vista a las nubes grises de la tarde—. En cualquier momento va a llover, hay que apurarnos Mike.

Michael suspiró antes de volver a caminar algunos pasos más, y así dar con la colorida heladería que se alumbraba de numerosas luces neón en la esquina de la avenida Reneta.
El mexicano amaba esa heladería, era el primer lugar al que su tía Paloma lo había llevado de pequeño, cuando inició su nueva vida en Argentina.

—Es aquí—susurró su amiga, analizando el lugar con sumo detalle.

Su mejor amiga era experta en la ubicación y con solo haberle sido mencionada la calle de la heladería favorita de Mike, se ofreció de guía.

Sin que se demoraran mucho entraron al negocio que emanaba una constante fragancia de vainilla, registrando con sus ojos las pocas mesas que habían sido ocupadas.

—Es...Lindo—mintió Fernanda, mientras que miraba asqueada a las personas con menor situación económica que la de ella. Y es que a la chica el dinero le sobrababa—. ¿Por qué no vamos a Starbucks?

—Porque la neta que su café helado es horrible, el nombre lo tienen por fama Fer—explicó Michael mientras se ubicaba en la fila de gente—. Hay otros lugares más económicos y mejores ¿Qué tiene de malo esta heladería?

—Nada...No importa—jugó con sus dedos—. Mike, hay algo que debo decirte.

—Claro, tú solo...

Michael se frenó a la mitad de la oración, captando toda su atención en las palabras que compartían una de las empleadas y una clienta.

—Mira, siempre fuimos unidos...Demasiado—murmuró la mexicana con una sonrisa nerviosa—. Y pasamos muchas cosas juntos pero hace ya tiempo...Hay algo que no puedo evitar.

—Lo siento...Faltan veinte pesos—oyó decir a la empleada.

Absorto de la charla que intentaba manejar su amiga, observó con atención la cabellera rubia de la clienta. Le gustaba su pelo y al oír su tono de voz comprendió que no una, sino dos cosas perfectas tenía esa adolescente.

—Te los voy a devolver—insistió Valentina—. Te juro que los voy a devolver, por favor.

—No sé cómo reaccionarás Mike—siguió hablando Fernanda sin saber que solo ella misma se escuchaba—. Puede que sea algo bien loco.

—No puedo hacer eso, no fiamos—explicó con calma la empleada de la heladería—. Perdón pero no hay nada más que pueda hacer.

Michael rebuscó entre sus bolsillos traseros al ver a los más bonitos ojos azules despegar la vista del mostrador, estos se encontraban algo brillantes por las lagrimas que amenazaban con salir y el mexicano no quería permitir eso.

—Me gustas, Mike.

—¡No!—interrumpió la conversación de Valentina, sin percatarse de lo que le acababan de declarar, y sin imaginárselo ya estaba al lado de la rubia entregando los billetes a la empleada—. Veinte pesos, arreglado.

Valentina abría su boca ligeramente quedándose plasmada ante tal acto cortes y sin contar con ello, sus labios formaron una sonrisa sincera teniendo como acompañamiento sus mejillas ruborizadas.

Gracias—susurró en un hilo de voz.

—No hay de qué.

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