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Manisa
1548

Rose fue llevada al castillo por pedido del príncipe, la asearon y revisaron sus partes para asegurar su salud, para su suerte estaba sana, luego de aquello el harem se convirtió en su nueva casa.

—Sigue las reglas, no causes problemas y mantén la cabeza agachada.—Explicaba la Kalfa.—¿Entendiste?

—Si, mi presencia no será una molestia.—Aseguró.

Una muchacha se acercó al verlas entrar al harem.

—Señorita Fakria, ¿Quien es esta mujer?—Canfeda preguntó curiosa.

—El príncipe Selim la trajo, sintió lástima por ella y la acogió.

—¿La sultana Hurrem esta al tanto de ella?

—Lo está, mientras no se acerque al príncipe no tiene problema con ello.

Rose no entendía de que hablaban, y mucho menos comprendía porque las criadas murmuraban en el harem, pero al menos pudo sentir calma cuando una hermosa mujer de piel pálida y cabello oscuro ingresó.

—¡La sultana Nurbanu!—Anunció un Aga.

Todas hicieron reverencia, Rose imitó aquella acción pues reconocía los puestos que tenían en la familia real, faltarle el respeto a una sultana podría costarle la vida incluso.

—Mi sultana... Ella es Rose Hatun.—Fakria la obligó a acercarse.

—Sultana...

—Eres nueva aquí, pero no creas que puedes usar ello para hacerte la tonta.—Amenazó.–Quiero que sepas que el príncipe te ha traído aquí por pena, no te sientas especial o te hagas ilusiones.

Nurbanu, la sultana más hermosa que el mundo haya visto volteó a las criadas retándolas con una mirada frívola.

—Está demás decirles a todas que ir a los aposentos del príncipe está prohibido.—Levantó un poco la voz y luego regresó su vista a la nueva.—¿Entendido?

—Lo entiendo mi sultana.—Se mantuvo al margen de la situación.

Temía que la echaran del palacio, no deseaba causar ningún problema  mucho menos molestar a la consorte principal del príncipe que la había salvado.

—Eso espero.

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El príncipe Selim leía cartas del pueblo mientras bebía un poco de su vino favorito, poco fue el tiempo que tuvo antes de que su consorte ingresara con su hijo en brazos.

—Nurbanu...—Saludó acercándose.—Mi pequeño Murad.

—Nuestro leon solo desea acompañarlo, se pone inquieto cuando no lo ve.—Murmuró la sultana.

—Pueden venir cuando deseen, lo sabes.—Le quitó al bebé de los brazos para arrullarlo.—Aquí está mi heredero, mi hijo.

—Selim...

El pelirrojo la observó mientras mecía al príncipe.

—¿Por qué la haz traído? Es una-

—Una mujer que tuvo un pésimo destino ahí, no fue su elección, pero es la mía que esté aquí a salvo.—No le permitió hablar.

—Solo digo que ese tipo de mujer no será bien recibida por las demás concubinas, ¿Por qué no la regresas a su país? Allá nadie sabrá lo que le pasó.

—No es tan fácil.

—¿No fue fácil cuando quisiste enviarme a mi a Venecia?—Gruñó dolida.

—Las cosas eran diferentes.—Le dió la espalda.

—Tu me prometiste que sería la única en tu vida, Selim.—Recordó.—Espero que aquello no se te olvide.

Únicamente la miró de reojo con seriedad, la joven mujer se reverenció antes de marcharse dejando a Murad con su padre.

—Tu mami es un poco histérica.—Murmuró.—¡Guardias!

Tan pronto su voz resonó, uno de los guardias entró agachando la cabeza.

—Su alteza...

—Busca a Rose Hatun y tráela a mis aposentos, ahora.—Ordenó y el Aga se marchó.

Era cierto que Selim solía ayudar a las personas del pueblo y muchas veces había sido víctima de las críticas de los plebeyos, pero el lo único que deseaba era la paz, no le importaba competir por el trono como sus hermanos, pero aquella obligación cayó en sus hombros cuando Mehmed murió y le asignaron su provincia.

—Alteza, ¿Me llamó?—Rose hizo una reverencia.

—Ven aquí, sostén al príncipe.—Le extendió al bebé pues sus brazos ya se habían cansado de mecerlo.

Rose no pudo evitar sonreír al ver al pequeño niño, cuando vivía en Grecia le hacía mucha ilusión casarse y tener hijos con la persona que amaba, pero hasta ese momento solo era un sueño.

—Es hermoso, heredó la belleza de su madre.—Halagó.

—Gracias.—Habló con sarcasmo.

—Lo siento.—Contestó algo nerviosa.

—No tienes por qué.—Aseguró.—Te he llamado aquí para que sepas que puedes venir cuando desees, desde ahora estás bajo mi protección...

La mirada de la azabache del iluminó, desde que lo vio en el burdel supo que aquel hombre era una persona justa y generosa.

—Nunca más te volverán a hacer daño, Rose. No mientras estés aquí.

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