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El infierno de el
Desde que tengo memoria he tenido una vida ¿buena?, soy un príncipe, tercer príncipe mayor después de Mustafá y Mehmed que en paz descanse, desde que tengo memoria mamá hizo todo por mi y mis hermanos.
—¿Mamá? ¿Por qué hay tantas mujeres aquí?—Me atreví a preguntar a mi joven edad sin entender bien el harem.
—Cariño, ¿Podemos hablarlo luego?—No supo cómo explicarme aquello.
Mi madre realmente me amaba pero también ocultaba cosas, no era su hijo favorito pues Mehmed y Bayaceto eran su orgullo.
—Mamá... No quiero ir a entrenar, ¿Puedo quedarme con mis maestros?
—Eres un príncipe, tienes que aprender a pelear.—Habló.
—Pero-
—Sin peros.—Advirtió severa.—Mi amado hijo, si algo llega a pasarle a tu padre ¿Quien nos cuidaría?
—Mi hermano Mehmed no permitirá que nos pase nada... Solo por hoy, déjame quedarme.
Desde pequeño desperté mi amor por la lectura, el arte y la historia, nunca fui bien aceptado cuando mis hermanos se reunían pues mientras ellos peleaban yo me distraía jugando ajedrez con una de las criadas de mamá y eso les resultaba raro.
—Selim, ¿No vienes? Vamos a montar a caballo.—Mi hermano Mehmed era el único que intentó comprenderme.
—No, sabes que terminarán compitiendo y se burlarán de mi por perder...
—Te prometo que si intentan competir, me quedare contigo ¿De acuerdo?
—¡Déjalo hermano! ¡Es una princesa! No quiere ensuciar su ropa.—Bayaceto molestó pero preferí mantenerme callado.
—Otro día será, lo juro.
Desde corta edad me mantuve callado, sin causar problemas aguantando las burlas de mis hermanos, mamá tenia suficientes problemas lidiando con la responsabilidad del harem.
Cuando crecí ella correspondió mi paciencia y cariño con un regalo, una hermosa concubina que ella misma había educado para mi, de origen Veneciano Cecilia Venier Baffo fue favorecida, nombrada Nurbanu la llevaron a mi harem como regalo, durante años fue mi favorita, la única mujer para mi, madre de mi primer hijo, Murad.
—¿Donde está mi bebé?—Preguntó pálida después del parto.
—Las doctoras lo están revisando... Felicidades, me has dado un hermoso príncipe.—Sonreí.—Pídeme lo que quieras.
—¿Lo que quiera? No quiero que veas a otras, solo seré yo.
Con una sonrisa acepté, después de todo era la única que había conquistado mi corazón, al menos hasta ese momento.
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