11
Topkapi
1548
Era un frío y oscuro día en la capital, pronto llegaría el invierno y Selim tenía que hacer lo posible para que el pueblo no pasara frío ni hambre, pues no tenían noticias de la campaña ni del sultán.
—Descansa un momento, Selim.—Dilara acarició su mejilla.—No dormiste en toda la noche completando tus informes.
—Temo decepcionar a mi padre, si no cumplo sus expectativas no se lo que hará conmigo.
—Estoy segura de que estará muy orgulloso del trabajo que estás haciendo.—Dejó un beso en sus labios consiguiendo así que Selim deje de lado todo el papeleo para prestarle atención.—Adoro ver cómo trabajas para darle un buen cuidado al imperio, pero también tienes que cuidar de ti.
—Tu presencia es mi descanso, Dilara.—Acarició el rostro de la criada.—Solo tú me das la calma que necesito.
Ambos se fundieron en un beso lleno de amor y cariño, todos sus sentimientos hacia el otro mezclados entre sí.
—¡Agh!—Retrocedió colocando una mano en su vientre.—Debo admitir que este bebé cada vez se pone más inquieto, me patea demasiado.
—Está ansioso de conocer el mundo.—Selim habló con cierto tono de burla.—Agradezco ser hombre, no creo que podría con un embarazo... Ustedes son muy fuertes y valientes al tener hijos.
—Si los hombres tuvieran que soportar los embarazos y los malestares sería lo más irritante del mundo.—Contestó con el mismo tono de burla.
—Yo no sería irritante.
Dilara levantó una ceja incrédula, pero nuevamente las emociones en el ambiente cambiaron cuando ella supo que no se trataban de simples patadas, un fuerte golpe acompañado de un líquido corriendo en sus piernas le hizo saber que era el momento.
—¡Llama a las doctoras!—Suplicó entre quejidos.—¡El bebé ya viene!
—¡Guardias!—Gritó sujetando la mano de su criada mientras la acompañaba a la cama.
La noticia de que Dilara había entrado en labor de parto no tardó en llegar a oídos de todos.
—Sultanas.—Las doctoras se detuvieron un segundo para recibir a Hurrem y Nurbanu quienes ingresaron viendo a la azabache gritar del dolor.
Las doctoras remojaban las toallas en agua caliente mientras examinaban cuidadosamente el progreso del parto. Utilizando técnicas aprendidas de generación en generación, intentaba guiar a Dilara a través de las contracciones. Mientras tanto, las criadas se ocupaban de preparar un lugar limpio y cómodo para recibir al bebé.
—¡¿Donde está el príncipe?!—Inexperta en las costumbres del harem suplicó la presencia de su amado pelirrojo.
—El vendrá después.—Hurrem habló fríamente sin siquiera darle su mano como muestra de apoyo.—Concéntrate en pujar.
Dilara estaba inmersa en un torbellino de emociones mientras avanzaba en el proceso del parto. Con cada contracción, sentía una mezcla de dolor intenso y una fuerza interior que la impulsaba a seguir adelante. A veces, el dolor amenazaba con abrumarla, pero recordaba que este proceso era natural y su cuerpo podría traer una vida al mundo.
—Vamos señorita, tiene que pujar.—Una doctora insistió al verla debilitarse.
Dilara, con una combinación de miedo y expectación, se entregó al proceso y dejó que su cuerpo hiciera su trabajo. Sintió la presión y el esfuerzo rotando por el bienestar de su bebé.
—¡Una vez más!—Pidió la mujer que la ayudaba.
—¡Allah!
Pasaron horas llenas de dolor y ansiedad, pero finalmente llegó el momento crucial. Con la fuerza y resistencia que solo las mujeres pueden tener, Dilara empujó mientras la doctora le proporcionaba indicaciones y ánimo.
—Ya nació, tu bebé ya nació.—La Doctora anunció al mismo tiempo que el llanto del bebé llenó la habitación y los rostros de todos se iluminaron con alegría y asombro.
En ese momento, Dilara supo que había superado un desafío monumental y a pesar del dolor y el agotamiento, se sintió abrumada por una profunda sensación de gratitud y amor mientras escuchaba por primera vez a su bebé.
—Permítanme cargarlo.—Murmuró agotada.
—Dámelo.—Hurrem lo arrebató de los brazos de la doctora para examinarlo.
—¿Qué es?—Preguntó por primera vez Nurbanu.
Silencio fue lo que se escuchó mientras la pelirroja abría las mantas para descubrirlo, con una mirada lo dijo todo y Nurbanu se marchó.
—No hay duda de que este niño es tuyo... Tiene tus ojos, tu cabello, tu nariz, pero no hay un solo rasgo de mi hijo.—Aseguró dándoselo a la doctora.
—Mi sultana, no puede culpar los deseos de Allah.—Trató de calmar el ambiente.
—¡Atención, el príncipe Selim!—Anunciaron al mismo tiempo que el se asomaba en los aposentos.
—Dilara tuvo a un niño.—Habló Hurrem.—Ha sido un parto difícil pero todo ha salido bien.
—Dilara...—Pasó del lado de su madre a la mujer que cargaba a su hijo.—¿Como te sientes?
—Me duele todo.—Sonrió haciéndolo reír.—Pero nada se compara con la alegría que estoy sintiendo en este momento.
El harem celebraba por el nacimiento de otro príncipe, un hermoso niño con todo el parecido a su madre, pronto se anunciaría su nombre pues en una de las tantas cartas que Selim y el sultán se enviaban el había solicitado a su padre que a pesar de su ausencia escogiera un nombre para cuando su hijo naciera.
—Tu nombre es Suleiman, tu nombre es Suleiman, tu nombre es Suleiman.—Selim arrulló a su hijo dándole su nombre.
Hurrem miró a su hijo inconforme al escuchar aquello, ¿Como osaba ponerle el nombre del gran sultán Suleiman el magnífico a un bastardo? No aguantaría más tiempo en los aposentos viendo aquella aberración.
—Felicidades.—Mihrimah habló tratando de romper la tensión.—Espero que cuando sea grande le haga honor a su nombre.
—Amén.—Dijeron al unísono.
Selim le dio su hijo a Dilara no sin antes plantar un cálido beso en la cabeza de su favorita, Dilara llevó su mirada a Nurbanu quien la observaba declarando una guerra.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top