Capitulo 4
Sábado por la mañana salté de la cama
Y me puse mi mejor traje
Me subí a mi auto y corrí como un jet
Todo el camino hacia ti
Llamé a tu puerta con el corazón en la mano
Para hacerte una pregunta
Porque sé que eres un hombre pasado de moda, si (si)
¿Puedo quedarme con su hija por el resto de mi vida?
Di que si, di que si, porque necesito saber
Dices que no tendré tu bendición hasta el día de mi muerte
¡Ay, amigo mío, pero la respuesta es no!
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
¿No sabes que yo también soy humano?
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
Me casaré con ella de todos modos
Me casaré con esa chica
Me casaré con ella de todas formas
Me casaré con ella
Sí, no importa lo que dices
Me casaré con la chica
Y vamos a ser una familia
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
Odio hacer esto, pero no dejas otra opción
No puedo vivir sin ella
Ámame o ódiame estaremos juntos
de pie en ese altar
O vamos a huir a otra galaxia, sabes
sabes que ella esta enamorada de mi
Ella va a donde yo voy
¿Puedo quedarme con su hija por el resto de mi vida?
Di que si, di que si, porque necesito saber
Dices que no tendré tu bendición hasta el día de mi muerte
¡Ay, amigo mío, pero la respuesta sigue siendo no!
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
¿No sabes que yo también soy humano?
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
Me casaré con ella de todos modos
Me casaré con esa chica
Me casaré con ella de todas formas
Me casaré con ella
Sí, no importa lo que dices
Me casaré con la chica
Y vamos a ser una familia
¿Por qué tienes que ser tan grosero, grosero?
(Por qué tienes que ser tan-)
¿Puedo quedarme con su hija por el resto de mi vida?
Di que si, di que si, porque necesito saber
Dices que no tendré tu bendición hasta el día de mi muerte
¡Qué mala suerte, amigo mío, pero todavía no significa no!
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
¿No sabes que yo también soy humano?
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
Me casaré con ella de todos modos
Me casaré con esa chica
Me casaré con ella de todas formas
Me casaré con ella
Sí, no importa lo que dices
Me casaré con la chica
Y vamos a ser una familia
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
(Si, oh)
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
¿Por qué tienes que ser tan grosero?
La noche era clara, las estrellas brillaban intensamente en el cielo, pero ninguna tan resplandeciente como Lizzy, quien se encontraba de pie bajo la tenue luz de la luna, su largo cabello rubio ondeando suavemente con la brisa. Franco la observaba desde una distancia cercana, sin poder apartar los ojos de ella. Desde que la conoció, cada vez que la veía, su corazón latía más fuerte, como si estuviera siendo atraído por una fuerza magnética que no podía resistir. Era como si Lizzy no perteneciera a este mundo, como si fuera algo más, algo superior. Hipnotizante. Fascinante. Única.
Él nunca había experimentado algo así. Había conocido a muchas mujeres, pero ninguna como Lizzy. Ella era especial, tan etérea, tan mágica. Cada gesto, cada palabra que pronunciaba lo dejaban sin aliento. Era todo lo que alguna vez había soñado pero nunca creyó posible. Franco sentía que, si alguien pudiera abrirle el pecho, encontraría su corazón latiendo únicamente por ella, totalmente entregado.
"Eres... diferente", murmuró Franco con la voz entrecortada, acercándose lentamente a ella, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el hechizo que Lizzy parecía lanzar sobre él. Sus ojos azules, tan brillantes y profundos, se encontraron con los de ella, y en ese momento, supo que no había vuelta atrás. No podía escapar de ella, ni quería hacerlo. Lizzy lo tenía cautivado, atrapado, y él estaba dispuesto a dejarse llevar.
Lizzy, con esa sonrisa sincera que tanto lo desarmaba, le respondió con un brillo especial en sus ojos. "¿Diferente?", preguntó con una pequeña risa suave, esa risa que siempre hacía que el mundo de Franco se sacudiera.
"Sí... como si fueras de otro mundo", confesó Franco, avanzando otro paso, tan cerca ahora que podía sentir el suave aroma floral que emanaba de su piel blanca y delicada. Sus manos temblaban ligeramente, ansiosas por tocarla, por sentir su calor.
Lizzy sonrió con ternura, y sus labios se curvaron de una manera que hacía que Franco se sintiera completamente vulnerable. "¿Eso es bueno?", preguntó ella en un susurro, su tono suave, pero cargado de una curiosidad juguetona.
"Es más que bueno. Es como si fueras... extraterrestre", dijo Franco con una mezcla de admiración y asombro, sus ojos nunca dejando los de ella. "Cada vez que te veo, cada vez que estoy cerca de ti, siento que no eres como nadie más. Eres todo lo que podría desear y más. Me vuelves loco, Lizzy... y no puedo resistirme".
Lizzy lo miró, sus ojos azules destellando bajo la luz de las estrellas, como si entendiera perfectamente lo que él sentía. Sin decir una palabra, levantó una mano y la posó suavemente sobre el rostro de Franco. Su toque era ligero, pero poderoso, como si en ese simple gesto le transmitiera todo el amor, la ternura y la pasión que ambos sabían que compartían.
Franco cerró los ojos un instante, disfrutando de la sensación de su piel contra la de él. "Tu toque es... sobrenatural", susurró, abriendo lentamente los ojos para mirarla de nuevo. "Cada vez que me tocas, siento que me transportas a otro lugar. Un lugar donde solo existimos tú y yo."
Lizzy lo observó en silencio, pero su sonrisa se ensanchó, cálida y sincera. Ella siempre había sido así, tan honesta, tan abierta con él, como si no existiera nada más en el mundo que pudiera separarlos. Franco adoraba eso de ella. No solo su belleza física –aunque sí, era impresionante con su piel suave, su largo cabello dorado, sus curvas perfectas que lo hacían perder la cabeza–, sino también su corazón, su alma. Lizzy estaba hecha de bondad, de luz. Ella no conocía la maldad, ni la mentira. Todo en ella era puro, y eso lo volvía completamente loco de amor.
"Bésame, Lizzy", pidió Franco, su voz ronca por la intensidad de sus emociones. Se inclinó hacia ella, sus labios a escasos centímetros de los suyos, pero sin tocarla aún, esperando, deseando.
Lizzy lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de amor y travesura. "¿Estás listo para dejarte llevar?" preguntó, su voz suave pero provocativa, como si supiera el poder que tenía sobre él.
"Estoy listo para lo que sea, siempre que sea contigo", respondió Franco sin dudar, su corazón latiendo con fuerza mientras esperaba ese primer contacto.
Y entonces, finalmente, Lizzy lo besó. Sus labios se encontraron en un estallido de sensaciones, tan profundas que Franco sintió como si su cuerpo entero estuviera siendo arrastrado a otro mundo, a otra dimensión donde solo existía Lizzy y él. Su beso era suave, pero cargado de pasión, como si ambos hubieran estado esperando ese momento desde siempre. Cada segundo con ella era un descubrimiento, cada movimiento, una nueva sensación.
Franco la abrazó, profundizando el beso, queriendo más de ella, queriendo sentir cada parte de su ser, física y emocionalmente. Ella era su todo, su vida, su amor eterno. No había nada ni nadie que pudiera compararse a ella.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, pero Franco no pudo evitar sonreír. "Eres como una estrella cósmica, Lizzy. Eres... todo lo que jamás podría haber soñado. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar".
Lizzy lo miró, sus mejillas sonrojadas y su sonrisa aún más radiante que antes. "Yo también te amo, Franco. Eres mi estrella de la suerte, mi única razón. Y nada en este mundo o en cualquier otro podría separarnos".
Franco sabía que esas palabras eran verdad. Nada en el universo podría apartarlo de Lizzy, porque ella era su destino. Su amor era sobrenatural, único, y lo protegería a toda costa.
"Todo lo que soy, todo lo que seré, es para ti", dijo Franco, acariciando suavemente su mejilla. "Nada me importa más que tú, Lizzy. Siempre seré tuyo".
Y en ese momento, bajo las estrellas, rodeados de la suave brisa nocturna, Franco supo que había encontrado su hogar. Porque su hogar era ella, Lizzy, la chica que era de otro mundo, pero que había sido hecha solo para él.
Roma estaba bañada por la luz dorada de la luna, con las calles casi desiertas, como si el mundo entero hubiera quedado en pausa, dejando que el amor de Franco y Lizzy se tejiera en silencio. Ellos caminaban juntos, tomados de la mano, como dos almas destinadas a encontrarse, compartiendo la misma sonrisa en sus rostros y la misma calma en sus corazones. Para Lizzy, el sonido de sus pasos resonaba como una melodía que solo ella podía entender, un recordatorio de que estaba viviendo un sueño hecho realidad.
Franco la miró de reojo y, a pesar de la distancia, sentía como si todo lo que había experimentado en la vida lo hubiera llevado hasta ese preciso momento: a estar con ella, a su lado, de la manera en que siempre había soñado. La primera vez que la vio, su corazón había dado un salto, como si una fuerza invisible hubiera tirado de él hacia ella. La había conocido en una ciudad llena de historia, de arte, de magia, y aunque los dos parecían tan diferentes, como si el destino los hubiera colocado en caminos opuestos, todo en su vida había cobrado sentido a partir de ese encuentro.
Para Lizzy, el amor siempre había sido un cuento de hadas, uno de esos relatos en los que los hilos rojos del destino conectan a dos personas, sin importar lo que el mundo diga o lo que se interponga en su camino. Desde pequeña, había creído en la idea de que los corazones destinados a estar juntos no podían escapar de su conexión. Ella sabía que, tarde o temprano, algo la haría encontrarse con su alma gemela, y ese algo era Franco. Y ahora, al tenerlo frente a ella, la realidad era mucho más hermosa que cualquier historia que hubiera leído en sus libros.
Lizzy:
— "Sabes, siempre he creído que el amor es algo más grande que solo dos personas. Siempre creí que era el destino, que las almas estaban predestinadas a encontrarse, como los hilos rojos que nos atan a otros, aunque no lo veamos. Tal vez ese hilo nos unió a nosotros, porque nunca imaginé que me enamoraría de alguien como tú."
Franco se detuvo en seco, sorprendiendo a Lizzy. La miró con ternura y una sonrisa suave se dibujó en sus labios. Aunque él no creía en esas cosas de los hilos rojos ni en el destino, no podía negar que cada vez que la tenía cerca, sentía como si todo encajara. Como si cada momento en su vida, cada instante en que había estado solo, lo hubiera preparado para ella. El amor que sentía por Lizzy era tan profundo que no necesitaba explicaciones lógicas, solo lo sentía, y eso era suficiente.
Franco:
— "No soy de los que creen en esas cosas, Lizzy. Yo soy más de pensar que las cosas pasan por pura casualidad, pero lo que siento por ti no se parece a nada que haya vivido antes. Cada vez que te miro, siento que mi vida cobra sentido de una forma que no sé cómo explicar. Si esto es el destino, entonces estoy agradecido de que haya hecho que nuestras vidas se crucen."
Lizzy, al escuchar esas palabras, sonrió suavemente. No necesitaba que él creyera en el destino para saber que lo que sentían era real. El amor que Franco y ella compartían era algo genuino, sincero y puro, y eso era todo lo que importaba.
Lizzy:
— "A mí me gusta pensar que este amor no es casualidad. Creo que todo lo que hemos vivido nos ha llevado hasta este momento. Yo siempre he creído que el amor verdadero llega cuando menos lo esperas, y te da algo que ni siquiera imaginaste que podrías tener. Para mí, esto es el amor, Franco. Tú eres el sueño hecho realidad."
Franco no pudo evitar sonrojarse, aunque trató de disimularlo. La manera en que Lizzy hablaba con tanta convicción, con esa dulzura que la definía, lo dejaba sin palabras. Ella lo hacía sentir algo que nunca pensó que experimentaría: la paz de saber que había encontrado a la persona indicada, la persona con la que quería pasar el resto de su vida.
Franco:
— "El amor verdadero... No sé si alguna vez creí en algo así. Pero cuando estoy contigo, Lizzy, siento que cada segundo que paso a tu lado es lo más cercano que estaré de ese paraíso que solo tú sabes darme. Cada vez que me miras, me siento como si hubiera estado atrapado en un lugar sin luz, esperando encontrar la salida. Y esa salida, esa luz, eres tú."
Lizzy:
— "Y tú eres mi cielo, Franco. No importa que el mundo no entienda lo que tenemos. Yo sé lo que siento, y lo que siento por ti es tan real, tan profundo, que no necesito nada más. Lo único que quiero es seguir caminando a tu lado, sin importar lo que venga. Porque tú, con tu forma de ser, con tu alma, me haces sentir que no hay nada más importante que este amor."
Franco la miró fijamente, y en sus ojos había una mezcla de admiración y deseo. La amaba de una manera que no creía posible. La veía como un ser que había entrado en su vida para cambiarlo todo. Era el anhelo, el sueño y la realidad en un solo ser.
Franco:
— "Si estar contigo es estar fuera del cielo, entonces me quedo aquí para siempre. Porque tú eres todo lo que necesito, Lizzy. A tu lado, el mundo entero deja de importar. Ya no quiero nada más, solo quiero estar contigo."
Lizzy, con una sonrisa radiante, se acercó a él, sin miedo, sin dudas. Tomó su rostro con suavidad y le dio un beso lleno de amor, de promesas silenciosas que solo ellos entendían. En ese beso, se entregaron sin reservas, sin temores, como dos almas que finalmente se habían encontrado después de tanto tiempo.
Lizzy:
— "Podría quedarme aquí para siempre, Franco. Junto a ti, mi corazón es feliz. Ya no hay nada fuera de este momento que importe. Porque tú y yo, estamos destinados a ser."
Franco:
— "Y siempre lo seremos, Lizzy. Porque no existe un lugar en este mundo que me haga sentir tan completo como tu amor."
El silencio los rodeó por un instante, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que solo los verdaderos enamorados pueden compartir, ese en el que las palabras no son necesarias, porque todo lo que importa ya se ha dicho con los gestos, las miradas, y los corazones latiendo al unísono.
Juntos, caminaron por las calles de Roma, como si el mundo fuera suyo, como si nada ni nadie pudiera separarlos. Y en el fondo, ambos sabían que este amor era eterno, un amor verdadero, que no conocía de límites ni de barreras. Era puro, sincero, y, sobre todo, era suyo.
La noche caía lentamente sobre el castillo, las estrellas comenzaban a brillar en el cielo como pequeños diamantes, y en la terraza, Franco y Lizzy se encontraban abrazados, rodeados por la suave brisa nocturna que parecía susurrar entre los árboles. Las luces de la ciudad resplandecían a lo lejos, pero para Franco, en ese momento, no había nada más importante que Lizzy, la mujer que había transformado su vida por completo.
Se miraron a los ojos, y como siempre, Lizzy sonrió, esa sonrisa que podía iluminar cualquier oscuridad, que era como un faro en medio de la tormenta. Para él, esa sonrisa lo era todo. Cuando ella sonreía, sentía que el mundo se detenía y solo existían ellos dos, en su propio universo. Se acercó a ella, con la determinación de un hombre que sabe lo que quiere. Ella lo miró con dulzura, sus ojos brillando bajo la luz de la luna, y sin decir una palabra, le devolvió el abrazo, dejándose envolver por su calor, por la certeza de que su amor era eterno, inquebrantable.
"Franco," susurró Lizzy, su voz suave y llena de amor. "Sé que lo nuestro es real, sé que estamos hechos el uno para el otro. Eres mi todo."
Él sonrió, sintiendo un nudo en la garganta al escuchar sus palabras. "Y tú eres mi razón de ser, Lizzy. Mi vida, mi corazón... todo lo que soy, lo soy por ti. Yo fui hecho para ti, y tú fuiste hecha para mí. No hay duda de eso. No me canso de ti, jamás me cansaré. Cada día te amo más."
Lizzy lo miró, con una mirada que reflejaba tanto amor y ternura que casi podía tocarse en el aire. "No puedo creer cuán afortunada soy de haberte encontrado," dijo, acariciando su rostro suavemente. "Eres mi alma gemela, mi hilo rojo. No importa lo que pase, siempre estaremos juntos, contra todo, contra todos. Porque lo nuestro es para siempre."
Franco la abrazó más fuerte, como si temiera que el momento pudiera desvanecerse. "Siempre estaré a tu lado, Lizzy. Eres mi hogar, mi todo. Y sé que no importa lo que la vida nos depare, porque mientras tú estés conmigo, todo será perfecto. No hay nada más en este mundo que me importe más que tú."
Lizzy sonrió, sintiendo la misma intensidad en su pecho. "Te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Eres mi destino, mi eterno amor. Contigo todo tiene sentido, todo es posible. No sé qué haría sin ti."
Franco, movido por la emoción, inclinó su rostro hacia el de ella, y con la suavidad de siempre, la besó. Un beso profundo, lleno de promesas y sentimientos, de amor eterno. No había nada más que desear en ese momento que estar así, juntos, compartiendo la conexión más pura que jamás habían conocido.
Cuando se separaron, ambos sonrieron, pero sus corazones latían como uno solo. Franco acarició el rostro de Lizzy con ternura. "Nadie me hace sentir como tú, nadie me hace vibrar de esta manera. Eres mi cielo, Lizzy. Siempre lo serás."
Ella cerró los ojos y dejó que sus palabras calaran hondo en su corazón. "Y tú eres mi estrella, Franco. Mi luz, mi guía. No hay nada que me haga más feliz que saber que te tengo en mi vida, que somos el uno para el otro."
Franco, con una risa suave, la abrazó aún más fuerte. "Juntos, siempre. Contra todo y todos. Porque lo nuestro es un amor que trasciende todo, que no necesita palabras para entenderse. Solo con mirarnos, sabemos lo que sentimos. Somos el uno para el otro, y siempre lo seremos."
Lizzy asintió, su cuerpo pegado al suyo, disfrutando de la calidez de su amor. "Así es, Franco. Siempre seremos nosotros, juntos, más allá de todo lo que pase."
El viento sopló suavemente entre ellos, como si el universo estuviera dándoles su bendición. En ese momento, Franco supo, sin lugar a dudas, que este amor era para siempre. Que la conexión entre él y Lizzy no era casualidad, sino destino, que eran dos almas destinadas a encontrarse y unirse, a amarse sin restricciones, sin limitaciones, sin miedos.
"Me siento tan afortunado de haberte encontrado," dijo él, mirando a los ojos a Lizzy. "Te amo más que a nada, y sé que, como tú dijiste, estamos hechos el uno para el otro."
Lizzy sonrió con la misma intensidad, su corazón latiendo al ritmo del suyo. "Siempre, Franco. Siempre estaré contigo."
Se quedaron ahí, en la terraza, abrazados, sabiendo que nada los separaría, que el amor que compartían era más fuerte que cualquier obstáculo, que cualquier desafío. Juntos, se enfrentarían al mundo, siempre con la certeza de que lo suyo era eterno.
El tiempo pasó, pero para ellos, ese momento permaneció intacto, como un tatuaje en el alma, como un recordatorio de que, a veces, el destino une a dos personas que están hechas para amarse, y que ese amor es inquebrantable, eterno y mágico.
La habitación estaba sumida en un suave resplandor, como si las estrellas mismas hubieran decidido entrar para acompañar ese momento tan íntimo. El aire estaba impregnado de una mezcla de emociones: amor, deseo, ternura y una sensación palpable de conexión profunda. Franco y Lizzy, por fin solos, se miraban a los ojos como si todo a su alrededor hubiera dejado de existir.
Él no podía dejar de observarla. Cada detalle de su rostro, cada curva de su cuerpo, cada rasgo que formaba su ser. Todo en ella lo fascinaba. Lizzy no era solo una princesa, ni solo una mujer que había conquistado su corazón; ella era su musa, su razón de existir. Cada vez que la miraba, parecía descubrir algo nuevo en ella, algo que lo dejaba sin palabras, algo que solo él podía entender. Era un amor tan profundo que iba más allá de lo físico, más allá de cualquier necesidad carnal. Era una devoción pura, casi espiritual.
Franco la tomó de la mano, acercándose lentamente. La suavidad de su piel, el calor de su contacto, todo en ella lo hacía sentir completo, como si nada más importara en ese instante. Sus dedos entrelazados, sus respiraciones entrecortadas, todo eso formaba un lazo que los unía más allá de cualquier palabra.
— "Lizzy..." —dijo él, su voz grave y cargada de emoción. — "No sé cómo explicar lo que siento. Todo en ti me hace sentir vivo. Cada vez que te miro, me doy cuenta de que no hay nada más importante que tú. Eres mi todo."
Ella lo miró fijamente, como si sus palabras resonaran en su alma. En esos ojos azules brillaba el amor más sincero, un amor que nunca había conocido antes. No importaba quién fuera él en el mundo, no importaba su fama ni su estatus como piloto de Fórmula 1. Lo único que realmente importaba era ella. Su alma gemela, su amor eterno. La mujer que lo completaba.
— "Yo también te amo, Franco..." —respondió ella con una suavidad que parecía rozar la fragilidad de la situación, pero a la vez con una firmeza que no dejaba duda. — "Te amo con todo lo que soy, con todo lo que tengo. No importa quién soy o de dónde vengo, solo sé que tú eres mi hogar, mi paz. Y no quiero que nada nos separe."
Franco sonrió, una sonrisa llena de una felicidad tan profunda que era casi abrumadora. Sin decir palabra alguna, la acercó más a él, envolviéndola entre sus brazos con una ternura que solo él sabía expresar. Pero no era solo un abrazo físico. Era una promesa silenciosa, un pacto entre ellos dos de amor y de respeto.
La besó con devoción, como si cada roce de sus labios fuera un juramento, como si cada movimiento de sus manos sobre su piel fuera una declaración de amor profundo. Y en ese beso, no hubo prisa, no hubo desesperación, solo una conexión pura y sincera. Era un amor que no necesitaba palabras, solo gestos.
Esa noche, más allá de cualquier deseo físico, Franco la amó con todo su ser. No fue solo el contacto, ni la pasión desbordante; fue un amor genuino, un respeto infinito por todo lo que ella era. Con cada caricia, con cada roce, con cada suspiro, él le mostró que la respetaba y que la cuidaba. No había nada en él que no estuviera completamente entregado a ella, a su ser, a su cuerpo, a su alma.
Lizzy, sintiendo su amor a través de cada gesto, de cada movimiento, se entregó completamente a él, sabiendo que era el hombre que había estado esperando toda su vida. Era un amor que transcendía lo físico, un amor que los unía de una forma que ninguno de los dos había imaginado antes. No solo se fundían en un único cuerpo; sus almas se conectaban en una danza eterna de amor.
— "Franco..." —murmuró ella entre besos, sintiendo cómo su cuerpo respondía a él, cómo todo su ser se rendía a su amor. — "Me haces sentir como si fuera la única mujer en el mundo. No solo me deseas... me cuidas, me respetas. Me haces sentir... amada, de una forma que nunca imaginé que sería posible."
Él la miró, un destello de ternura en sus ojos. — "Y te haré sentir así cada día, Lizzy. Porque tú eres mi vida. Tú eres mi razón de ser. No importa lo que pase, siempre estaré aquí para ti. No solo en los buenos momentos, sino en todo. Te cuidaré, te protegeré, y te amaré con cada parte de mí."
Ella lo abrazó con fuerza, sintiendo como sus corazones latían al unísono. En ese momento, supo que todo lo que había vivido hasta ahora había sido solo el preludio de algo mucho más grande. Él la había hecho sentir amada de una manera tan profunda y genuina que su corazón solo podía responder con el mismo amor.
Con el paso de la noche, Franco la conoció en cuerpo y alma. No fue solo la pasión que compartieron, sino la conexión profunda que los unió aún más. Él se entregó a ella en cada sentido, no solo deseándola, sino respetándola, adorándola, cada parte de su ser era una obra de arte para él. Con cada caricia, con cada beso, descubría más de ella, y la amaba aún más. Cada parte de su cuerpo, cada rincón de su alma, eran una extensión de él mismo.
El amor que compartieron no fue solo un encuentro físico. Fue una promesa, un pacto entre dos almas destinadas a estar juntas. Franco le mostró que no solo era su amante, sino su compañero de vida, su protector, su todo. Y Lizzy, con la misma devoción, le entregó su alma, su corazón, su ser. Juntos, se convirtieron en uno solo, fusionados en un amor tan profundo y tan verdadero que el mundo entero parecía desvanecerse alrededor de ellos.
— "Eres todo lo que quiero, Lizzy. Todo." —dijo Franco, su voz quebrada por la emoción. — "Te amo con cada parte de mi ser. Mi alma te pertenece, mi cuerpo te pertenece, mi vida... todo. Siempre seré tuyo, sin reservas. Porque tú eres mi amor, mi hogar, mi razón de vivir."
Lizzy lo miró, sus ojos llenos de amor y gratitud. — "Te amo, Franco. No importa lo que pase. Siempre seremos uno, siempre te amaré."
Y en ese instante, mientras se abrazaban bajo la luz suave de la noche, sabían que no había nada en el mundo que pudiera separarlos. Nada podía apagar el fuego que ardía entre ellos, nada podría destruir el amor tan profundo y tan verdadero que compartían. Eran uno, ahora y siempre, y juntos, enfrentarían lo que fuera, porque su amor era más fuerte que cualquier obstáculo.
La noche estaba quieta, apenas iluminada por las luces tenues del vestíbulo del hotel donde Lizzy y Franco se encontraban. Un ambiente de misterio y magia parecía envolverlos, y el mundo exterior ya no existía. Era como si ellos fueran los únicos habitantes del planeta, sumidos en un espacio propio que nadie más podría comprender.
Franco miró a Lizzy desde el otro lado de la sala, su corazón latía más rápido cada vez que sus ojos se encontraban. Ella era todo lo que había soñado, su razón de ser, su adicción. Y él, por supuesto, era consciente de ello: estaba completamente perdido en ella, en la forma en que la amaba, en cada rincón de su alma.
— "No puedo dejar de mirarte, Lizzy..." —dijo Franco, acercándose lentamente. Sus pasos eran pesados, pero su mirada nunca se apartó de ella. — "Es como si todo en mi vida hubiera llevado hasta este momento. A ti. Tú eres... eres mi todo."
Lizzy sonrió suavemente, un gesto que iluminó su rostro, haciendo que su belleza brillara con más fuerza. No importaba cuántos kilómetros los separaran, no importaba la fama, ni las diferencias entre sus mundos. Para ella, Franco era su alma gemela. El hombre con el que se había cruzado en el momento perfecto, en el lugar perfecto. Era el amor de su vida, y no había nada que pudiera cambiar eso.
— "Te amo, Franco." —respondió ella con una dulzura que lo dejó sin aliento. — "No me importa lo que el mundo piense. No me importa que seas piloto de F1 y yo una princesa. Tú eres mi amor, y con eso me basta." —dijo, avanzando hacia él con paso firme, como si sus palabras fueran una declaración de guerra contra todo lo que intentaba separarlos.
Él la alcanzó y, sin pensarlo dos veces, la abrazó con una fuerza desbordante. Un suspiro escapó de su boca mientras la envolvía en sus brazos, como si ella fuera la única razón por la que respiraba. Para él, Lizzy era su vida, su todo. Era su obsesión, su pasión, su calma en medio del caos.
— "Lo sé, Lizzy. Yo tampoco quiero que nada nos separe. No importa lo que tengamos que enfrentar. Yo... Yo no puedo vivir sin ti. Y aunque el mundo entero me lo impida, no me canso de luchar por ti. Tú eres lo único que quiero. Eres mi vida." —dijo Franco, su voz llena de una emoción cruda y desbordante. — "Dejaría que el mundo ardiera solo por ti. No me importa lo que cueste, porque tú... tú lo eres todo para mí."
El pecho de Lizzy se llenó de un calor intenso al escuchar sus palabras. Sabía que él hablaba en serio. No había duda de que su amor era inmenso, más grande que cualquier otra cosa. Ella lo sentía de la misma manera. No importaba que él fuera un piloto de carreras famoso, ni su estatus como princesa; lo único que realmente importaba era lo que compartían en ese momento, la conexión profunda que los unía.
— "Y yo haría lo mismo, Franco. No importa si el mundo entero se desmorona. Yo te amaría igual. Incluso si todo se va al infierno, si el cielo cae sobre nosotros... estaré a tu lado. Siempre." —dijo Lizzy, casi sin aliento. Sus palabras se desbordaban con una pasión tan profunda que su corazón parecía querer salirse de su pecho.
Franco se apartó ligeramente, mirando sus ojos con una intensidad feroz. Los suyos brillaban con una mezcla de amor y desesperación, como si el universo entero dependiera de sus palabras.
— "¿Lo harías, Lizzy? ¿Realmente estarías dispuesta a ir tan lejos por mí? Porque yo..." —dijo, sus manos temblando mientras las posaba suavemente sobre su rostro. — "Yo... Yo haría cualquier cosa por ti. No hay nada que me importe más que verte sonreír, que tenerte en mis brazos. Si el mundo arde, yo lo haría arder solo para escucharte gritar mi nombre. Solo para verte junto a mí. Si no puedo tenerte, entonces nadie podrá tenerte."
Lizzy sintió como un escalofrío recorría su espalda ante la pasión en su voz. Era un amor tan profundo y tan salvaje que la paralizaba. Pero a la vez, la hacía sentirse más viva que nunca. Él era su todo, su principio y su fin, el dueño de su alma.
— "¡Franco!" —exclamó, su voz quebrándose por la emoción. — "No tienes idea de cuánto te amo. No importa lo que pase. Somos más fuertes que cualquier cosa que intente separarnos. Porque tú eres mi hogar, y yo soy el tuyo. Juntos, nada podrá separarnos. Lo prometo."
Él la abrazó de nuevo, este abrazo mucho más fuerte, casi desesperado. Era un abrazo lleno de promesas no expresadas, un abrazo que sellaba todo lo que habían dicho, todo lo que sentían. Las palabras ya no eran suficientes, porque lo que compartían era más grande que cualquier cosa que pudieran decir.
— "No hay nada que me haga más feliz que saber que estás a mi lado, que siempre estarás allí." —dijo Franco, besando su frente con ternura. — "Y si el mundo se deshace, si todo se acaba... yo estaré aquí, a tu lado, luchando por nosotros. Dejaría que el mundo ardiera solo para ti. Porque tú lo eres todo para mí, Lizzy. Y si no tengo tu amor, no tengo nada."
Lizzy lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero lágrimas de felicidad, de gratitud, de amor puro. Ella no podía pedir más. Él le ofrecía todo lo que tenía, su alma, su vida. Y ella le ofrecía lo mismo a él, con la misma fuerza, con la misma pasión.
— "Te amo, Franco. Y nunca dejaré que nada ni nadie nos separe." —respondió ella, su voz llena de convicción. — "Este amor es nuestro. Nadie podrá arrebatárnoslo."
Y allí, en la quietud de la noche, rodeados de la oscuridad del mundo exterior, se juraron amor eterno. No importaba si el mundo se caía a pedazos, no importaba si los separaban, ellos siempre estarían juntos. Porque su amor era tan fuerte, tan verdadero, que no había fuerza en el universo que pudiera destruirlo.
Franco se inclinó hacia ella, sus labios encontrándose en un beso lleno de promesas, de desesperación y de deseo. Era un beso lleno de todo lo que sentían el uno por el otro: el amor, la devoción, la pasión, la obsesión. Y mientras sus corazones latían al mismo ritmo, el mundo podía arder a su alrededor, pero ellos no dejarían que nada los destruyera. Su amor era lo único que realmente importaba, y juntos lo defenderían hasta el último aliento.
Y mientras el universo giraba, mientras las estrellas brillaban sobre ellos, sabían que su amor era eterno, que nada ni nadie podría apagar ese fuego que ardía dentro de ellos.
La tarde comenzaba a caer en el castillo, con los últimos rayos de sol tiñendo de dorado los jardines. El aire fresco acariciaba la piel de Franco mientras se preparaba para lo que sería el momento más importante de su vida. Estaba allí, decidido, con el corazón lleno de amor y esperanza. "Me casaré con ella de todas formas," pensaba, repitiéndolo como un mantra en su cabeza.
Franco miró una última vez el anillo que llevaba en su bolsillo. Sabía que este momento era crucial, no solo para él, sino también para Lizzy, para su futuro juntos. Ella era la razón por la cual todo a su alrededor parecía brillar, la razón por la que estaba dispuesto a renunciar a todo. A pesar de ser un piloto de Fórmula 1, un mundo que le ofrecía fama, adrenalina y gloria, nada era comparable a la paz que encontraba junto a ella.
No le importaba que ella fuera la princesa de Italia, la futura reina del país, mientras él fuera solo un hombre común. No le importaba ser un simple piloto, ni que la gente hablara de ellos. Él la amaba con el alma, y eso era lo único que importaba.
Con una determinación firme, Franco cruzó el umbral de la puerta que lo separaba del despacho de Simón. La sala, decorada con cortinas doradas y muebles antiguos, se encontraba bañada en una luz cálida y acogedora. El silencio solo era interrumpido por el suave susurro del viento que entraba por la ventana abierta. En el escritorio, Simón, el rey, estaba sumido en sus pensamientos. Su postura era erguida y su mirada seria, como siempre, pero hoy había algo diferente en su semblante. Franco lo sabía, no solo estaba pidiendo la bendición de un padre para su hija, sino también el permiso para hacerla feliz.
Simón levantó la vista cuando escuchó la puerta abrirse. Sus ojos, profundos y sabios, se encontraron con los de Franco.
—Siéntate, Franco. —Simón habló con voz grave, señalando una silla frente a él, pero Franco no se movió. Sabía que no era el momento de sentarse, era el momento de ser valiente.
—Su Majestad, —comenzó Franco, su voz firme pero llena de una emoción que solo él conocía—, vengo a pedir su bendición. No para que me acepte como su yerno, sino para que acepte lo que hay entre Lizzy y yo. No solo soy un hombre que la ama, soy alguien dispuesto a renunciar a todo lo que tengo por ella. Si ella me pide que deje mi carrera, lo haré. Si ella me pide que renuncie al mundo por su felicidad, lo haré sin pensarlo.
Simón lo observó en silencio, su rostro impenetrable, pero su mente trabajando rápidamente. Sabía lo que Franco le estaba pidiendo, y aunque la idea de perder a Lizzy lo asustaba, también sabía que no podía hacer nada para evitarlo si su hija ya había tomado su decisión.
—Franco, sé que amas a mi hija, pero este no es un asunto simple —dijo Simón, cruzando las manos sobre su escritorio. Sus palabras eran firmes, pero había algo en su mirada que dejaba entrever su lucha interna—. Lizzy no es solo mi hija. Es la princesa de Italia, la futura reina. Mi deber como padre es asegurarme de que ella tenga lo mejor para el país. No sé si tú serías un buen rey para Italia.
Franco sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Sabía que la pregunta de Simón no era fácil de responder, pero no iba a rendirse.
—Yo no vengo a quitarle el trono a Lizzy, Su Majestad —respondió con voz decidida—. No quiero robarle su vida ni su futuro. Lo que quiero es ser parte de su vida. Lo que quiero es amarla, apoyarla, ser su compañero. Si eso implica que renuncie a mis sueños, lo haré porque mi sueño siempre ha sido estar junto a ella. Y si no puedo ser su rey, seré el hombre que ella necesite. Porque la amo con todo mi ser.
Simón, aunque tenía sus reservas, no pudo evitar sentirse conmovido por la sinceridad en las palabras de Franco. Sabía que su hija amaba profundamente a este joven, y aunque tenía miedo de que todo esto pudiera ser una distracción para ella, había algo en el corazón de Franco que lo hacía confiar en él.
—Lizzy no es mi única hija, Franco. —Simón suspiró y se reclinó en su silla. No pudo evitar pensar en sus otros hijos, Nina y Theo, los trillizos que habían crecido bajo su protección. Lizzy era la última en nacer, la más joven, y siempre había sido su pequeña, su joya más preciada. Pero también sabía que Nina y Theo, sus otros hijos, apoyaban a Lizzy, y que si ella había elegido a Franco, debía confiar en su juicio—. Nina, Theo y Lizzy... son mi vida. Y como su padre, lo único que deseo es que estén felices, que encuentren su lugar en este mundo.
Franco asintió, comprendiendo la profundidad de lo que Simón le estaba diciendo. No estaba solo en esto. Lizzy no estaba sola. Pero si quería ser parte de su vida, debía ganarse su confianza, como también debía demostrarle que podría ser un buen compañero para su hija.
—Entonces, ¿me darás tu bendición? —preguntó Franco, su voz casi un susurro, pero con la esperanza reflejada en sus ojos.
Simón lo observó unos segundos más, su mente aún en conflicto. Pero entonces, recordó el amor que había visto en los ojos de su hija cuando ella hablaba de Franco, la forma en que se iluminaba cuando estaba cerca de él. Al final, eso era lo único que importaba. Lizzy había encontrado a alguien que la amaba de verdad, alguien dispuesto a sacrificarse por ella, y en ese momento, Simón comprendió que no podía oponerse a eso.
—Sí, Franco, te daré mi bendición. —Simón finalmente sonrió, una sonrisa llena de amor y aceptación. —Pero sabes que mi hija merece lo mejor, y espero que seas eso para ella.
Franco respiró aliviado y sonrió, agradecido por las palabras de Simón. Sabía que ahora podía ir a donde estaba Lizzy, tomar su mano y hacerle la pregunta que había estado esperando tanto tiempo.
Justo en ese momento, Lizzy entró en la sala, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y anticipación. Ella había estado escuchando desde afuera, y al ver la sonrisa en el rostro de Franco, supo que todo estaba bien.
Franco se levantó, caminó hacia ella y la tomó de las manos, mirándola con una ternura infinita.
—Lizzy, mi amor, eres mi vida, mi razón de ser. —Franco habló con voz temblorosa, pero llena de emoción. —No importa lo que el mundo piense, no importa que seas la princesa de Italia. Lo único que me importa es estar contigo. ¿Te casarías conmigo?
Lizzy, con los ojos llenos de lágrimas, asintió rápidamente, abrazando a Franco con fuerza.
—Sí, sí, mil veces sí.
Simón observó la escena, su corazón lleno de amor por su hija. En ese momento, sintió una paz profunda, porque sabía que Lizzy había tomado la decisión correcta.
En ese instante, sus amigos más cercanos también llegaron a la sala. Emma, Isabella, Filippa, Luna y Elisabeth se acercaron a Lizzy, abrazándola y celebrando la noticia. Ellas estaban tan emocionadas como ella, porque sabían cuánto significaba Franco para su amiga. Theo y Nina, quienes siempre habían sido los protectores de Lizzy, también sonrieron y aplaudieron la noticia.
Marianella, la reina madre, entró en la sala con una sonrisa cálida. Se acercó a Lizzy y la abrazó, feliz de ver que su hija había encontrado un amor tan verdadero.
—Franco, cuida de ella —le susurró Marianella al oído, con una sonrisa de aprobación.
Franco asintió con seriedad, con la mirada llena de devoción hacia Lizzy. Sabía que, aunque su futuro juntos sería difícil, ellos se enfrentarían a todo juntos. Porque su amor era más fuerte que cualquier obstáculo.
Lizzy entró en la sala con el corazón palpitante, su rostro iluminado por una sonrisa que no podía contener. Sus ojos brillaban de felicidad, y su emoción era evidente en cada uno de sus movimientos. El día que había esperado con tanto anhelo finalmente había llegado: Franco le había pedido la mano. Pero lo que más la conmovía, lo que hacía que su corazón latiera más fuerte, era todo lo que él había hecho para hacer que este momento fuera tan especial. Él lo había planeado todo con tanto amor, con tanta dedicación.
Se acercó a sus amigas primero, todas sentadas en los sofás y charlando animadamente. Al ver a Lizzy entrar, todas se callaron al instante, sabiendo que algo importante estaba por suceder. Ella no pudo contener la emoción y les soltó la noticia, con una sonrisa que reflejaba toda su felicidad.
—¡Chicas, tengo una noticia maravillosa! —dijo, su voz llena de emoción—. ¡Franco me ha pedido que me case con él!
Una explosión de alegría inundó la sala. Emma, Isabella, Filippa, Luna y Elisabeth saltaron de sus asientos, sus ojos brillando con complicidad. Ya sabían lo que iba a decir, pero ver la emoción en el rostro de Lizzy les hacía sentir la misma felicidad.
—¡Sabíamos que esto iba a pasar! —exclamó Emma, abrazando a Lizzy con entusiasmo—. ¡Franco vino a hablarnos hace un par de días!
Lizzy la miró sorprendida.
—¿De verdad lo sabían todas? —preguntó, su rostro lleno de asombro.
Isabella rió y le acarició el brazo suavemente.
—¡Claro que lo sabíamos! Franco vino a vernos antes de pedirle la mano a tu padre. No quería que te sorprendieras, pero sí queríamos que vivieras ese momento de la forma más especial posible.
Lizzy se sintió aún más emocionada al escuchar esto. El hecho de que Franco hubiera compartido esa parte tan importante con sus amigas la hacía sentir tan especial. Pero lo que la conmovió aún más fue saber que Franco había pedido ayuda a su familia para hacer todo perfecto. Theo y Nina, sus hermanos trillizos, habían estado involucrados en todo el proceso. Juntos, ayudaron a Franco a elegir el anillo perfecto, el que ella amaría, el que representaba su amor.
—¡No puedo creer que haya ido a hablar con papá! —dijo Lizzy, sonriendo ampliamente—. ¡Esto es tan romántico! ¡Como en los viejos tiempos!
Filippa se acercó a ella y la miró con ternura.
—Eso es porque Franco te ama con todo su corazón. Él no quería solo pedir tu mano, quería hacerlo de la manera más clásica y pura posible. Como los caballeros de antaño. ¡Es tan dulce!
Lizzy suspiró, pensando en todo lo que Franco había hecho. Sus ojos se llenaron de ternura, y no pudo evitar imaginar el momento en el que él había ido al despacho de su padre, lleno de nervios y amor, pidiéndole permiso para casarse con ella.
—¡Él es perfecto! —dijo, con los ojos brillando—. Él me ama tanto... lo sé. Y no solo me pidió la mano, ¡sino que se tomó el tiempo de pedirle permiso a papá, de involucrar a Theo y Nina, de ayudarme a escoger el anillo perfecto! ¡Es como un sueño!
Luna, con una sonrisa llena de comprensión, se acercó a ella.
—Te lo mereces, Lizzy. Franco ha demostrado en cada paso cuánto te ama. Y tus hermanos, al igual que tu madre, siempre estarán aquí para apoyarte. Todo esto es un reflejo de lo que eres. Eres amada por todos, porque te lo mereces.
Lizzy asintió, con el corazón lleno de gratitud. Sabía que Franco no solo la amaba profundamente, sino que también había hecho que su familia fuera parte de ese amor, parte de ese compromiso. La idea de que Theo y Nina habían estado tan involucrados en la compra del anillo, eligiendo una piedra preciosa verde que representaba su color favorito, la hacía sentir como una reina, como si ella fuera el centro del universo de Franco. Y lo era.
—¿Sabías que el anillo tiene una piedra verde? —le dijo Lizzy a sus amigas, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos de felicidad—. ¡Es mi color favorito! ¡Es brillante, como yo lo siento cuando estoy con él!
Elisabeth, que había estado observando en silencio, sonrió con ternura y asintió.
—Franco lo sabe. Todos lo sabemos. Tú eres su todo, Lizzy. Y él es el hombre perfecto para ti. Siempre lo hemos sabido.
En ese momento, Theo entró en la sala, con una sonrisa suave en los labios. Lizzy lo miró con cariño, y sin pensarlo, corrió hacia él, abrazándolo con fuerza.
—¡Theo! —exclamó, su voz llena de emoción—. ¡Franco lo hizo! ¡¡Me pidió que me casara con él!!
Theo la abrazó con ternura, acariciando su espalda.
—¡Lo sabía! —dijo con una sonrisa cómplice—. Te lo dije, ¿no? Franco es el hombre indicado para ti, hermana. Y estamos aquí para apoyarte, siempre.
Nina apareció detrás de él, con una sonrisa tímida pero cálida. Aunque a menudo se mostraba distante, Lizzy sabía lo mucho que su hermana la quería. Eres mi todo, pensó Lizzy, mirando a Nina, tan diferente a ella pero tan igual en su amor por ella.
—Me alegra tanto, Lizzy —dijo Nina, con una voz suave pero llena de emoción—. Sabíamos que Franco era el adecuado. Y yo... yo también lo quiero. Si tú eres feliz, yo también lo soy.
Lizzy la miró, emocionada.
—Te quiero, Nina. Gracias por estar aquí.
Marianella, su madre, entró en la sala en ese momento, con una expresión llena de orgullo y emoción. Se acercó a Lizzy, abrazándola con todo su amor.
—Mi querida Lizzy, siempre supe que encontrarías el amor verdadero —dijo Marianella, con la voz temblorosa—. Y ahora, ver cómo has crecido y cómo encuentras a un hombre que te ama con todo su ser... No podría estar más feliz.
Lizzy la abrazó con fuerza, sintiendo que todo lo que había vivido la había llevado a ese momento perfecto.
—Mamá, estoy tan feliz. ¡Es como un sueño!
En ese momento, las chicas se reunieron alrededor de Lizzy, y todos sus hermanos, su madre y sus mejores amigas compartieron una sonrisa llena de complicidad y amor. Sabían que el futuro de Lizzy estaba lleno de promesas, de amor, de felicidad. Y aunque el camino por delante no sería fácil, estaban seguros de que con Franco a su lado, Lizzy encontraría la verdadera felicidad.
Lizzy, mirando a todos los que amaba, suspiró profundamente.
—¡Esto es solo el comienzo! ¡Mi vida va a ser increíble junto a él!
Y con esas palabras, Lizzy supo que todo lo que había soñado se estaba haciendo realidad. Franco no solo le había pedido la mano, sino que había construido una base sólida de amor, confianza y respeto. Y ahora, rodeada por las personas que más amaba, Lizzy se sentía más feliz y más amada que nunca.
Lizzy entró en la sala con el corazón palpitante, su rostro iluminado por una sonrisa que no podía contener. Sus ojos brillaban de felicidad, y su emoción era evidente en cada uno de sus movimientos. El día que había esperado con tanto anhelo finalmente había llegado: Franco le había pedido la mano. Pero lo que más la conmovía, lo que hacía que su corazón latiera más fuerte, era todo lo que él había hecho para hacer que este momento fuera tan especial. Él lo había planeado todo con tanto amor, con tanta dedicación.
Se acercó a sus amigas primero, todas sentadas en los sofás y charlando animadamente. Al ver a Lizzy entrar, todas se callaron al instante, sabiendo que algo importante estaba por suceder. Ella no pudo contener la emoción y les soltó la noticia, con una sonrisa que reflejaba toda su felicidad.
—¡Chicas, tengo una noticia maravillosa! —dijo, su voz llena de emoción—. ¡Franco me ha pedido que me case con él!
Una explosión de alegría inundó la sala. Emma, Isabella, Filippa, Luna y Elisabeth saltaron de sus asientos, sus ojos brillando con complicidad. Ya sabían lo que iba a decir, pero ver la emoción en el rostro de Lizzy les hacía sentir la misma felicidad.
—¡Sabíamos que esto iba a pasar! —exclamó Emma, abrazando a Lizzy con entusiasmo—. ¡Franco vino a hablarnos hace un par de días!
Lizzy la miró sorprendida.
—¿De verdad lo sabían todas? —preguntó, su rostro lleno de asombro.
Isabella rió y le acarició el brazo suavemente.
—¡Claro que lo sabíamos! Franco vino a vernos antes de pedirle la mano a tu padre. No quería que te sorprendieras, pero sí queríamos que vivieras ese momento de la forma más especial posible.
Lizzy se sintió aún más emocionada al escuchar esto. El hecho de que Franco hubiera compartido esa parte tan importante con sus amigas la hacía sentir tan especial. Pero lo que la conmovió aún más fue saber que Franco había pedido ayuda a su familia para hacer todo perfecto. Theo y Nina, sus hermanos trillizos, habían estado involucrados en todo el proceso. Juntos, ayudaron a Franco a elegir el anillo perfecto, el que ella amaría, el que representaba su amor.
—¡No puedo creer que haya ido a hablar con papá! —dijo Lizzy, sonriendo ampliamente—. ¡Esto es tan romántico! ¡Como en los viejos tiempos!
Filippa se acercó a ella y la miró con ternura.
—Eso es porque Franco te ama con todo su corazón. Él no quería solo pedir tu mano, quería hacerlo de la manera más clásica y pura posible. Como los caballeros de antaño. ¡Es tan dulce!
Lizzy suspiró, pensando en todo lo que Franco había hecho. Sus ojos se llenaron de ternura, y no pudo evitar imaginar el momento en el que él había ido al despacho de su padre, lleno de nervios y amor, pidiéndole permiso para casarse con ella.
—¡Él es perfecto! —dijo, con los ojos brillando—. Él me ama tanto... lo sé. Y no solo me pidió la mano, ¡sino que se tomó el tiempo de pedirle permiso a papá, de involucrar a Theo y Nina, de ayudarme a escoger el anillo perfecto! ¡Es como un sueño!
Luna, con una sonrisa llena de comprensión, se acercó a ella.
—Te lo mereces, Lizzy. Franco ha demostrado en cada paso cuánto te ama. Y tus hermanos, al igual que tu madre, siempre estarán aquí para apoyarte. Todo esto es un reflejo de lo que eres. Eres amada por todos, porque te lo mereces.
Lizzy asintió, con el corazón lleno de gratitud. Sabía que Franco no solo la amaba profundamente, sino que también había hecho que su familia fuera parte de ese amor, parte de ese compromiso. La idea de que Theo y Nina habían estado tan involucrados en la compra del anillo, eligiendo una piedra preciosa verde que representaba su color favorito, la hacía sentir como una reina, como si ella fuera el centro del universo de Franco. Y lo era.
—¿Sabías que el anillo tiene una piedra verde? —le dijo Lizzy a sus amigas, mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos de felicidad—. ¡Es mi color favorito! ¡Es brillante, como yo lo siento cuando estoy con él!
Elisabeth, que había estado observando en silencio, sonrió con ternura y asintió.
—Franco lo sabe. Todos lo sabemos. Tú eres su todo, Lizzy. Y él es el hombre perfecto para ti. Siempre lo hemos sabido.
En ese momento, Theo entró en la sala, con una sonrisa suave en los labios. Lizzy lo miró con cariño, y sin pensarlo, corrió hacia él, abrazándolo con fuerza.
—¡Theo! —exclamó, su voz llena de emoción—. ¡Franco lo hizo! ¡¡Me pidió que me casara con él!!
Theo la abrazó con ternura, acariciando su espalda.
—¡Lo sabía! —dijo con una sonrisa cómplice—. Te lo dije, ¿no? Franco es el hombre indicado para ti, hermana. Y estamos aquí para apoyarte, siempre.
Nina apareció detrás de él, con una sonrisa tímida pero cálida. Aunque a menudo se mostraba distante, Lizzy sabía lo mucho que su hermana la quería. Eres mi todo, pensó Lizzy, mirando a Nina, tan diferente a ella pero tan igual en su amor por ella.
—Me alegra tanto, Lizzy —dijo Nina, con una voz suave pero llena de emoción—. Sabíamos que Franco era el adecuado. Y yo... yo también lo quiero. Si tú eres feliz, yo también lo soy.
Lizzy la miró, emocionada.
—Te quiero, Nina. Gracias por estar aquí.
Marianella, su madre, entró en la sala en ese momento, con una expresión llena de orgullo y emoción. Se acercó a Lizzy, abrazándola con todo su amor.
—Mi querida Lizzy, siempre supe que encontrarías el amor verdadero —dijo Marianella, con la voz temblorosa—. Y ahora, ver cómo has crecido y cómo encuentras a un hombre que te ama con todo su ser... No podría estar más feliz.
Lizzy la abrazó con fuerza, sintiendo que todo lo que había vivido la había llevado a ese momento perfecto.
—Mamá, estoy tan feliz. ¡Es como un sueño!
En ese momento, las chicas se reunieron alrededor de Lizzy, y todos sus hermanos, su madre y sus mejores amigas compartieron una sonrisa llena de complicidad y amor. Sabían que el futuro de Lizzy estaba lleno de promesas, de amor, de felicidad. Y aunque el camino por delante no sería fácil, estaban seguros de que con Franco a su lado, Lizzy encontraría la verdadera felicidad.
Lizzy, mirando a todos los que amaba, suspiró profundamente.
—¡Esto es solo el comienzo! ¡Mi vida va a ser increíble junto a él!
Y con esas palabras, Lizzy supo que todo lo que había soñado se estaba haciendo realidad. Franco no solo le había pedido la mano, sino que había construido una base sólida de amor, confianza y respeto. Y ahora, rodeada por las personas que más amaba, Lizzy se sentía más feliz y más amada que nunca.
Lizzy no podía evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo mientras se preparaba para anunciarle al mundo lo que había estado guardando en su corazón. Hoy no solo iba a revelar que tenía un novio, sino que ese hombre era mucho más que eso; era su prometido, el amor de su vida, un piloto que había tocado su alma de una manera que nunca creyó posible. Y a pesar de la importancia de su futuro como futura reina, sentía que este momento merecía ser celebrado, más allá de los títulos y las expectativas.
Estaba parada frente al espejo, ajustando su vestido con la mirada fija en su reflejo. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, sus ojos celestes brillaban con la emoción que sentía, y el anillo que Franco le había dado descansaba en su dedo, un símbolo de su amor y compromiso. El anillo tenía una piedra verde brillante, el color que tanto amaba Lizzy, una metáfora perfecta de su relación, pura y radiante. Aunque ella sabía que este anuncio no sería fácil, también sabía que era el momento de hacerle saber al mundo quién era el hombre que la hacía feliz, y qué tan feliz se sentía ella misma al tenerlo a su lado.
Sus amigas estaban a su alrededor, cada una dándole consejos, abrazándola y compartiendo su emoción. Emma, la más extrovertida de todas, fue la primera en hablar.
—Lizzy, ¡estás increíblemente feliz! No tienes idea de lo emocionada que estoy por ti —dijo Emma, sujetando sus manos con entusiasmo—. Eres la princesa de Italia, y ahora también vas a ser la reina de un amor verdadero. ¿Qué tal si, cuando lo digas, gritas "¡Franco es mi futuro esposo!" de una manera épica?
Las otras chicas se rieron, pero la emoción en sus ojos era clara. Isabella, con su mirada dulce y tranquila, se acercó y le dio un abrazo reconfortante.
—No tienes que preocuparte por nada, Lizzy —le dijo suavemente—. Sé que hay mucho en juego, pero lo que importa ahora es tu felicidad. Y Franco, bueno, Franco es el tipo de hombre que merece tu amor y que, sin lugar a dudas, te hará feliz para siempre.
Filippa, que siempre había sido la más sensata y pragmática del grupo, asintió con una sonrisa.
—Totalmente, Lizzy. La gente hablará, claro, pero ¿qué importa eso? Si Franco te eligió, es porque te adora, y a ti te adora como nadie más. Te hace feliz, y eso es lo que debe importar más que todo. A tu lado, cualquier decisión que tomes será la correcta.
Lizzy las miró, con la garganta cerrada de emoción. Sabía que sus amigas siempre la apoyarían, pero escuchar sus palabras llenas de comprensión y cariño solo aumentaba su seguridad. Luna, siempre tan sabia y positiva, la miró fijamente y le dijo con una sonrisa cálida:
—Tu corazón siempre te guiará, Lizzy. Tú sabes lo que haces, y este es el momento para brillar. La gente puede opinar todo lo que quiera, pero tú eres una mujer fuerte y valiente. Y lo mejor de todo: Franco lo sabe. Él te ama con todo su ser, y eso es lo que cuenta.
Lizzy asintió, dándose cuenta de que, a pesar de los nervios que la invadían, ya no podía darle la espalda a la felicidad que había encontrado. Franco había pedido su mano de la manera más hermosa y tradicional, con el respeto y la devoción que cualquier mujer podría soñar. Ella lo amaba con cada fibra de su ser, y no tenía miedo de mostrarle al mundo su amor.
—Lo sé —respondió Lizzy, sonriendo con ternura—. Franco me ama con locura, y sé que cualquier cosa que elija, él estará a mi lado. No importa lo que la prensa diga o lo que los demás opinen. Estoy dispuesta a enfrentar todo por él, por nosotros.
En ese momento, Elisabeth, que también era amiga cercana de Lizzy y novia de su hermano Theo, la abrazó con fuerza.
—Ya no hay vuelta atrás, Lizzy —dijo ella, con una risa suave—. Lo que importa ahora es que ambos están comprometidos, que se aman profundamente. Y eso, amiga, es lo que va a dejar huella. Lo que diga la prensa es secundario, porque lo que realmente importa es que tú y Franco son una historia de amor única. Y esa historia, nadie la podrá cambiar.
Lizzy se sintió tan afortunada de tenerlas a todas a su lado, de saber que tenía un círculo de amigas que la apoyaba incondicionalmente. Además, sabía que Theo y Nina, sus hermanos, también serían su mayor apoyo en este viaje.
—Las quiero tanto, chicas —les dijo, con una sonrisa llena de gratitud—. Gracias por estar conmigo en cada paso. Estoy tan emocionada, pero al mismo tiempo, siento que estoy viviendo un sueño.
Theo, que acababa de entrar en la habitación con su carácter tranquilo y su mirada protectora, la miró con ternura.
—Sabes que siempre estaré a tu lado, ¿verdad? —le dijo con una sonrisa. No necesitaba decir más. Los dos siempre se habían entendido sin palabras. Ella le devolvió la sonrisa, sabiendo que él la apoyaba incondicionalmente.
Nina, por su parte, la observó con su mirada intensa, pero esta vez, había algo diferente en sus ojos: algo que denotaba una genuina felicidad por su hermana.
—Te quiero, Lizzy —dijo, y por primera vez en mucho tiempo, su tono de voz era suave, sincero—. Y si tú eres feliz con Franco, yo también lo soy. No importa lo que el mundo diga. Lo que importa es lo que tú sientas en tu corazón. Estoy feliz por ti.
Lizzy la miró, con los ojos llenos de emoción. Sabía que a veces las palabras de Nina podían ser difíciles de escuchar, pero hoy, las palabras que acababa de decir eran todo lo que necesitaba para sentirse completa.
—Gracias, Nina. Significa mucho para mí —respondió ella, abrazándola fuertemente.
Finalmente, llegó el momento. Lizzy, rodeada de la gente que más amaba, sabía que estaba lista para compartir con el mundo lo que su corazón ya había elegido. Con un suspiro profundo, se dirigió hacia el escenario donde la esperaba la prensa, con su futuro brillando ante ella. Sabía que no importaba lo que dijeran los demás, porque tenía a su lado a Franco, su futuro esposo, el hombre que la amaba y que, de ahora en adelante, estaría a su lado, eligiendo lo que fuera necesario por su amor.
Con la confianza que le daban sus seres queridos, Lizzy se dirigió a la multitud, el corazón lleno de amor, y dijo con una sonrisa radiante:
—Hoy estoy aquí para anunciarles algo muy especial. Tengo un novio maravilloso, que es más que eso. Él es el amor de mi vida, y estamos comprometidos. Franco, el hombre que me ha mostrado lo que es el amor verdadero, el que me ha dado su corazón, me ha pedido que me case con él. Y hoy, quiero compartir esta noticia con todos ustedes, porque no solo es mi felicidad, sino también la nuestra. Gracias por su apoyo, siempre.
En ese instante, el mundo pareció detenerse. La multitud estalló en aplausos, pero para Lizzy, lo único importante era lo que tenía en su corazón, lo que Franco había traído a su vida: un amor verdadero, lleno de devoción y compromiso. Y sabía que, pase lo que pase, juntos siempre serían invencibles.
Las cámaras, siempre alerta a cada paso de la princesa, comenzaron a captar algo fuera de lo común. Lizzy, conocida por su belleza, dulzura y amor por su país, siempre había mostrado un interés por el automovilismo, y especialmente por la Fórmula 1. Sin embargo, su presencia constante en las carreras había dejado a muchos periodistas y aficionados con más preguntas que respuestas. ¿Qué la mantenía tan conectada con los circuitos? Los medios habían comenzado a especular, relacionándola con los pilotos de Ferrari, la escudería italiana que representaba con tanto orgullo su tierra natal.
Al principio, todo parecía lógico: la princesa de Italia, como una figura pública, no solo tenía que ser fanática de su escudería, sino también estar al lado de sus pilotos, apoyando a los deportistas que representaban su país. Las cámaras la habían seguido a cada paso, viendo sus sonrisas y nerviosismo cuando Ferrari competía, y todo apuntaba a que Lizzy estaba involucrada con la escudería. Las fotos de ella en las gradas, observando las carreras con ojos brillantes, solo alimentaban la idea de que su corazón pertenecía al automovilismo italiano.
Pero algo no encajaba. No podían entender por qué, si su presencia era tan evidente en las competiciones, ella nunca se acercaba demasiado a los pilotos de Ferrari. Era claro que algo más estaba sucediendo, y la prensa, ansiosa por encontrar la verdad, no tardó en descubrir lo que Lizzy había estado cuidando en secreto durante tanto tiempo.
Franco, el piloto que ella había estado apoyando de forma discreta, no era de Ferrari. Era parte de la escudería Williams, una de las rivales directas, que con tanto esfuerzo luchaba por mantenerse en la competición, pero que nunca dejó de ser un favorito en el corazón de Lizzy. Cuando el secreto salió a la luz, los periodistas se dieron cuenta de lo equivocados que estaban. Durante tanto tiempo, habían relacionado su presencia con Ferrari, cuando en realidad, todo el tiempo Lizzy había estado apoyando a un piloto de otro equipo, y no cualquier piloto, sino al hombre con quien compartía su vida y su amor.
Lizzy sonrió al recordar aquellos momentos de nerviosismo y entusiasmo, observando a Franco desde la distancia, sin que nadie sospechara lo que realmente había entre ellos. Se sintió feliz de haber mantenido ese romance en privado por tanto tiempo, pero ahora, cuando la verdad salió a la luz, ya no podía dejar de sentirse orgullosa de su relación. Franco no solo era su novio, ahora también era su prometido, y no importaba lo que dijeran los medios ni los rumores que rondaban; ella sabía en su corazón que él era el hombre que siempre había soñado tener a su lado.
Recordó con cariño el día en que conoció a Matteo, un niño italiano lleno de curiosidad y alegría. Él había estado en una de las carreras, sin saber nada de ella más allá de que era una princesa. Sin embargo, observó con atención cómo se comportaba Lizzy cuando estaba cerca de Franco, y pronto comenzó a intuir lo que había entre ellos. En un gesto tan inocente como sabio para su edad, Matteo se acercó a Franco después de una de las carreras, cuando ambos se saludaron con una cálida sonrisa y una mirada cómplice, y le dijo algo que hizo que Lizzy se sintiera aún más segura de su amor.
—¡Lo sabía! —dijo el niño con una gran sonrisa—. ¡Ustedes dos son perfectos el uno para el otro! Vi cómo se miraban, ¡es tan obvio!
Franco, riendo suavemente ante la inocencia de Matteo, le acarició el cabello y le agradeció sus palabras. Fue entonces cuando el niño, con un gesto serio que sorprendió a Lizzy, miró a Franco a los ojos y le dijo:
—Prometeme que la cuidarás, por favor. Ustedes son como el sol y la luna, siempre brillando, siempre juntos. No la dejes nunca, ella merece ser feliz, y tú eres el único que puede hacerla sonreír de esa manera.
Franco, tocado por la sinceridad del niño, asintió con firmeza.
—Lo prometo —dijo, mientras lo miraba con seriedad y una profunda emoción.
Lizzy, al ver esa promesa de amor y devoción, sintió una calidez en su corazón. Sabía que ese era el compromiso que Franco tenía hacia ella, un compromiso que iba más allá de las palabras. Matteo había visto lo que los demás aún no habían entendido: su amor era genuino, y Franco estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para protegerlo.
Otro recuerdo vino a su mente, uno más reciente, de un evento benéfico en Italia. Lizzy había conocido a una niña pequeña, llamada Giulia, con una sonrisa inocente y llena de esperanzas. La niña, al igual que Matteo, no sabía que Lizzy era la princesa, pero sí sabía que había algo especial en ella. Giulia se acercó a Lizzy, intrigada por su nobleza y presencia, y le dijo unas palabras que Lizzy nunca olvidaría.
—Usted es una gran princesa —dijo Giulia con sus ojos llenos de admiración—. Yo sé que las princesas también tienen derecho a ser felices. Usted se merece todo el amor del mundo.
Lizzy sonrió dulcemente y se inclinó hacia ella, con la misma calidez que sentía hacia todos los niños que la rodeaban.
—Gracias, querida —le dijo con ternura—. Yo ya tengo todo el amor que puedo pedir. Y tú también lo tendrás algún día. El amor verdadero siempre llega.
Giulia, mirándola con una mezcla de admiración y esperanza, le dijo:
—Prométame que siempre serán felices, que nunca se separarán. Ustedes dos son como los cuentos de hadas, y quiero que siempre se amen.
Lizzy, tocada por las palabras de la niña, la abrazó suavemente y le susurró al oído:
—Lo prometo, Giulia. Siempre estaremos juntos, porque lo que Franco y yo tenemos es un amor que nada podrá romper.
Las niñas, al igual que los niños, adoraban la idea de que una princesa como Lizzy tuviera su propio príncipe, un hombre tan valiente como Franco. Y no solo ellos, sino toda Italia comenzó a ver en este amor algo genuino, algo que trascendía más allá de los títulos y el glamour. En la mente de todos, Lizzy representaba la pureza, la bondad y la dedicación que todos esperaban ver en una princesa. Era el sol que iluminaba a Italia, y Franco, el hombre que se había ganado su amor, era el protector que ella necesitaba.
Italia entera, desde las señoras mayores hasta los más pequeños, aprobó la relación. Las madres admiraban la forma en que Franco cuidaba de Lizzy, mientras que los niños soñaban con tener una princesa como ella a su lado. La gente veía en Franco a un hombre que, sin importar lo que dijeran los medios o las circunstancias, siempre pondría a Lizzy por encima de todo. Y eso fue lo que más cautivó al pueblo italiano: el amor puro que Franco mostraba por Lizzy. Un amor que iba más allá de la fama y la posición social, un amor que demostraba en cada gesto, en cada mirada, en cada palabra que le dedicaba.
Finalmente, la verdad salió a la luz. Los medios, que durante tanto tiempo especularon sobre su relación con Ferrari, comprendieron lo equivocados que estaban. Lizzy y Franco no solo compartían un amor verdadero, sino que también demostraron al mundo que el amor genuino no tenía barreras. Ya no importaba la escudería, los rumores o las dudas; lo que importaba era que ellos se amaban, y nada podría cambiar eso. El amor entre Lizzy y Franco era puro, inquebrantable, y eso fue lo que Italia y el mundo entero celebraron.
Y así, la princesa Lizzy y su valiente Franco continuaron su camino, con promesas de amor eterno y un futuro lleno de felicidad. Y mientras tanto, el pueblo italiano, orgulloso de su princesa, aplaudió este amor que era más grande que cualquier título o corona.
Lizzy sonreía mientras veía cómo todo a su alrededor tomaba forma de cuento de hadas. Había cumplido la promesa que hizo a los niños, Matteo y Giulia, y su corazón se llenaba de una felicidad profunda. Cada día que pasaba junto a Franco la hacía sentir más viva, más feliz, y más segura de lo que estaba viviendo. El amor que compartían no solo la hacía sentir completa, sino que también reflejaba la pureza de su alma, algo que era evidente para todos los que la conocían.
Desde el momento en que Mateo había hecho su promesa a Franco, Lizzy había sentido que esa promesa no solo la unía más a él, sino también a la gente que la rodeaba. Esa era la magia del amor: un amor genuino, sincero, que trascendía barreras, que se unía a los corazones de los demás, y que dejaba una huella imborrable. La manera en que Matteo le pidió a Franco que la cuidara, con esa ternura y madurez de un niño que veía más allá de la simple fachada, la conmovió profundamente. Y lo mismo ocurrió con Giulia, cuya dulzura y comprensión de la vida la hicieron sonreír con la misma ternura.
Lizzy sabía que había cumplido la promesa de hacerlos felices, y más aún, había hecho feliz a toda Italia. La gente la amaba porque ella era un reflejo de lo mejor de su país: nobleza, bondad, accesibilidad, sencillez. No importaba cuán alta fuera su posición o cuántos títulos tuviera; Lizzy era, ante todo, una mujer humilde que siempre se preocupaba por los demás. La gente no veía a la princesa, sino a Lizzy, una mujer como cualquier otra, que escuchaba y se preocupaba por su pueblo. Cada vez que recorría las calles de Italia, ya fuera en su casa, en su jardín, o en algún evento benéfico, siempre había alguien que la saludaba, que se acercaba para contarle sus historias, y ella los escuchaba con atención y empatía.
Eso era lo que la hacía especial. No solo era una princesa de la realeza; era una princesa del corazón de Italia. En cada rincón del país, desde los pueblos más pequeños hasta las grandes ciudades, Lizzy era admirada y querida. Los niños la veían como un modelo a seguir, y los adultos la veían como un símbolo de bondad y esperanza. Las familias la admiraban por su calidez, por su capacidad de conectar con todos, sin importar su estatus o su lugar en la sociedad. Lizzy estaba cerca de la gente; se preocupaba por sus historias, sus sueños, sus dificultades. Y eso, en un mundo lleno de egos y vanidades, la hacía única.
Algunos de los más pequeños aún creían que ella vivía en un castillo de cuentos de hadas, y cuando la veían en eventos, con su luz natural, se les brillaban los ojos al verla tan cercana, tan auténtica. Y a veces, solo con una sonrisa, Lizzy podía iluminar la cara de un niño o un adulto, haciendo que su día fuera mucho mejor. Porque Lizzy no solo era un símbolo de la monarquía; era un sol, brillando con luz propia, extendiendo su calor a todo el que la rodeaba. La manera en que se acercaba a cada persona, sin importar su estatus o su importancia, la hacía accesible. En un mundo donde la distancia entre los poderosos y el pueblo era un abismo, Lizzy lo cerraba con su humanidad.
Y ahora, con Franco a su lado, su historia de amor se había convertido en algo épico, algo que todos en Italia celebraban con orgullo. Los medios de comunicación, que en algún momento solo se habían centrado en las apariciones públicas de la princesa, ahora cubrían cada detalle de su relación, cada gesto, cada palabra, cada sonrisa que compartían ella y Franco. Los titulares no dejaban de hablar de ellos: "La princesa de Italia encuentra el amor verdadero", "Un piloto de Fórmula 1 se convierte en el príncipe de la princesa Lizzy", "El amor de Lizzy y Franco, una historia de cuento de hadas hecha realidad". Mientras los periodistas especulaban y debatían sobre los pormenores de su romance y futura boda, Lizzy sabía que, a pesar de los titulares y la atención, lo que más importaba era lo que ella y Franco sentían el uno por el otro.
Su historia no era solo una historia de amor en los periódicos, era una historia real, profunda, que nacía desde lo más íntimo de sus corazones. No era el tipo de amor que se busca en los tabloides, sino el tipo de amor que se construye con tiempo, con confianza, con respeto. Franco la amaba con todo su ser, y ella lo amaba con la misma fuerza. Juntos, habían logrado algo que pocos en el mundo lograrían: mantener su relación en secreto durante tanto tiempo y, aún así, disfrutar cada momento que compartían, sabiendo que, al final, lo único que importaba era su amor y la felicidad que compartían.
Lizzy, mientras caminaba por los pasillos de su castillo o disfrutaba de una tarde tranquila con Franco, pensaba en lo afortunada que se sentía. No solo tenía el amor de un hombre increíble, sino que también tenía la bendición de estar rodeada por su familia, sus amigos, y todo un país que la adoraba. Italia, el país que ella tanto amaba, estaba feliz por ella, y eso era lo que más le importaba. Porque, a fin de cuentas, lo que ella siempre había querido era ver sonrisas en los rostros de su pueblo, escuchar las historias de la gente que la rodeaba, y ser parte de algo más grande que ella misma.
Mientras todo eso ocurría, la noticia de su futura boda se esparcía por toda Italia como un fuego de esperanza y amor. El país entero se unió para celebrar, y Lizzy, feliz en su corazón, sabía que lo que tenía con Franco era algo que trascendía cualquier título o posición social. Porque el verdadero amor no entiende de barreras ni de expectativas; el verdadero amor es simple, es sincero, y sobre todo, es real.
Italia se levantaba cada día con el pensamiento de que la princesa Lizzy era un reflejo de lo mejor que su país podía ofrecer al mundo. Y mientras los periodistas continuaban especulando sobre el futuro de su relación, Lizzy y Franco sabían que el amor que compartían era lo que realmente importaba. No necesitaban los titulares ni la atención; solo se necesitaban el uno al otro, y juntos, podían enfrentar lo que el futuro les deparara. Porque en su corazón, estaban convencidos de que su amor era tan fuerte y puro que nada podría romperlo.
Lizzy había estado esperando con nerviosismo este momento durante días. Era su primer evento público como mujer comprometida, y aunque el brillo de su anillo de compromiso era evidente, lo que realmente brillaba en ella era la felicidad que irradiaba desde lo más profundo de su ser. Cada paso que daba parecía estar lleno de la promesa de un futuro compartido, y el amor que sentía por Franco se reflejaba en su rostro, iluminado por una sonrisa que no podía esconderse. Esa sonrisa, dulce y radiante, era su sello distintivo, algo que siempre había acompañado su vida, pero que ahora parecía más brillante que nunca.
El evento en sí era uno de los más importantes del año, una gala benéfica organizada por la corona para recaudar fondos para diversas causas sociales. Toda la alta sociedad de Italia estaba presente, y los periodistas ya comenzaban a susurrar entre ellos mientras esperaban que la princesa Lizzy hiciera su entrada. Los flashes de las cámaras comenzaron a iluminar la sala en cuanto la princesa apareció en la puerta, vestida con un deslumbrante vestido de gala color verde esmeralda que destacaba su figura y complementaba la perfección su anillo de compromiso. La mirada de los presentes se dirigió a ella, y el murmullo de emoción no tardó en propagarse por toda la sala.
Lizzy caminó hacia el centro de la sala con elegancia, sin perder esa esencia sencilla y accesible que la había hecho tan querida entre la gente. Al llegar al escenario, se detuvo un momento, mirando a todos con esa calma y gracia que siempre la caracterizaba. Los periodistas no pudieron contenerse y comenzaron a hacerle preguntas al instante. Lizzy, como siempre, respondió con una dulzura infinita, sin perder la compostura ni un solo momento.
— Estoy muy feliz, realmente feliz —dijo Lizzy con una sonrisa brillante mientras miraba a la multitud. Su voz era suave, pero firme, llena de emoción genuina—. Este es un momento muy especial para mí. Nunca imaginé que algo tan maravilloso me sucedería, pero ahora que estoy aquí, con Franco, puedo decir que todo ha valido la pena. Él me ha mostrado un amor puro y sincero, y no puedo esperar a que todos ustedes lo conozcan aún más.
Los periodistas comenzaron a tomar notas rápidamente, algunos capturando cada palabra, otros apuntando con entusiasmo los detalles. Lizzy, sin embargo, se mantenía tranquila y serena, como si la presencia de los medios fuera lo más natural del mundo. Sabía lo que significaba este momento, no solo para ella y Franco, sino también para Italia.
— En cuanto a la carrera de Franco —continuó, su rostro iluminándose aún más—, definitivamente estaré ahí para apoyarlo. Voy a verlo correr en cada oportunidad que tenga. La Fórmula 1 es algo que él ama profundamente, y estaré a su lado, animándolo con todo mi corazón.
Hubo un murmullo de admiración en la sala, y Lizzy pudo ver cómo las cámaras se enfocaban más intensamente en ella. Estaba orgullosa de poder decirlo, de poder compartir con el mundo lo que sentía por Franco. El amor que compartían no era un amor común; era un amor lleno de respeto, de apoyo mutuo y, sobre todo, de admiración por las pasiones y sueños del otro.
Pero la conversación no terminó ahí. Una de las periodistas, que había estado observando con atención desde el principio, levantó la mano y preguntó con curiosidad:
— Princesa Lizzy, sabemos que Franco tiene una familia muy cercana, ¿ha tenido la oportunidad de conocerlos ya?
Lizzy sonrió de nuevo, sus ojos brillando con una calidez especial al mencionar a la familia de Franco.
— Sí, ya he tenido el placer de conocer a Martina, su hermana, y también a sus padres. Son personas maravillosas, muy acogedoras y amorosas. Me siento muy afortunada de haberlos conocido. Me han hecho sentir parte de la familia desde el primer momento, y estoy muy emocionada por lo que está por venir.
La respuesta de Lizzy no solo dejó satisfechos a los periodistas, sino que también aumentó el interés en su relación con Franco. Era evidente que la conexión con su familia era algo muy importante para ella, y todos los presentes podían ver lo mucho que significaba para Lizzy tener la aceptación de aquellos que más amaba Franco.
— Es una bendición —continuó Lizzy con una mirada brillante—, saber que tengo el apoyo no solo de mi familia, sino también de la familia de Franco. No hay nada más bonito que ver cómo dos familias se unen, y sé que juntos vamos a construir algo muy especial. El amor que Franco y yo compartimos es algo que va más allá de los lazos sanguíneos, y me siento afortunada de poder compartirlo con todos ustedes.
Mientras Lizzy hablaba, los periodistas se miraban unos a otros, algunos incluso asintiendo en señal de aprobación. Nadie podía negar la sinceridad que emanaba de sus palabras. Lizzy no solo era una princesa; era una mujer que había encontrado su felicidad de manera genuina y sencilla, y eso la hacía aún más admirable ante los ojos de todos.
Uno de los reporteros más veteranos, conocido por su capacidad para hacer preguntas difíciles, levantó la mano con una sonrisa amable en el rostro.
— Princesa Lizzy, todos sabemos lo mucho que ama a su país. Italia está orgullosa de tenerla como su princesa. Y con esta nueva etapa en su vida, ¿qué podemos esperar de usted en el futuro?
Lizzy pensó un momento antes de responder, su expresión se suavizó mientras miraba a su alrededor.
— Espero seguir siendo una inspiración para mi gente. Mi amor por Italia es infinito, y quiero seguir siendo una voz para aquellos que me necesitan. Mi futuro no solo está con Franco, sino también con todos ustedes, mi pueblo. Siempre he querido estar cerca de la gente, conocer sus historias, escuchar sus preocupaciones, y poder ayudar en lo que pueda. Y ahora, con Franco a mi lado, estoy segura de que podremos hacer muchas cosas juntos, no solo por Italia, sino por todos los que necesitan apoyo y amor.
La sala se llenó de aplausos, y Lizzy sintió una calidez que no podía describir. Sabía que no solo estaba hablando de su amor por Franco, sino también de su amor por la vida, por su gente, por su país. Mientras los flashes de las cámaras continuaban iluminando la sala, Lizzy se sentía más conectada que nunca con su gente, sabiendo que, independientemente de lo que viniera en el futuro, ella siempre tendría a su familia y a Franco a su lado, apoyándola y amándola sin reservas.
El evento continuó con más preguntas, más sonrisas y más miradas hacia la princesa, pero Lizzy no dejó que nada interfiriera en su felicidad. Ella tenía todo lo que necesitaba: un futuro prometedor junto a Franco, el apoyo de su familia y de su gente, y el amor que sentía por la vida y por todos aquellos que la rodeaban. No importaba lo que dijeran los periódicos o lo que los fotógrafos capturaran en sus cámaras; lo único que importaba era la certeza en su corazón de que estaba en el camino correcto, rodeada de amor y rodeada de aquellos que siempre habían creído en ella.
La noche del evento estaba llena de luces brillantes, música suave y el sonido de las risas y conversaciones flotando en el aire. Lizzy estaba radiante, pero cuando sus ojos se posaron sobre Franco al verlo entrar al salón, su corazón dio un vuelco. Él estaba allí, con su porte elegante y esa presencia que siempre lograba hacer que todo a su alrededor pareciera más brillante. Su cabello oscuro, perfectamente peinado, su traje impecable que resaltaba su figura atlética y su mirada fija en ella, llenaron la habitación de una energía cálida que solo él podía transmitir.
Cuando sus ojos se encontraron, Lizzy no pudo evitar sonreír, un reflejo natural, lleno de amor y cariño. Franco, al ver esa sonrisa, sintió una ola de emociones que lo invadió por completo. Caminó hacia ella, con pasos decididos, pero al mismo tiempo, había algo en su postura que no podía esconder, una mezcla de nervios y ansiedad que lo acompañaba. Cuando llegó a su lado, Lizzy lo miró de arriba a abajo con una sonrisa cómplice.
— Estás hermoso —le dijo con ternura, sin poder disimular lo mucho que lo admiraba, y con un brillo en sus ojos que solo él podía despertar.
Franco sonrió de vuelta, pero sus palabras traicionaron la sensación de nervios que sentía.
— Me siento raro, Lizzy. Como un bicho raro aquí... —dijo, mirando a su alrededor, con sus ojos un poco perdidos en la multitud que los rodeaba.
Lizzy le sonrió dulcemente, acariciando su brazo con suavidad. La cercanía de Franco le hacía sentir que todo se ponía en su lugar. Su voz se suavizó, llena de cariño y calma.
— No eres un bicho raro, Franco —dijo con sinceridad, tocando su mejilla con ternura—. Es solo que te siento un poco nervioso, pero no te preocupes. Yo estoy aquí, contigo. Todo se me hace más fácil cuando estás a mi lado.
Franco la miró con aquellos ojos llenos de amor, pero también con esa vulnerabilidad que siempre mostraba ante ella. A veces, se sentía fuera de lugar en eventos como estos, rodeado de tanta gente importante, pero Lizzy siempre lograba hacerle sentir que no importaba la cantidad de personas o el brillo de las luces: solo importaba que estaban juntos. La abrazó suavemente y se quedó allí, sintiendo el calor de su presencia, algo que lo calmaba al instante.
— Pero... es que tú eres un ángel, Lizzy —dijo, con un tono suave, como si confesara un secreto—. No entiendo cómo alguien como yo puede estar aquí, junto a alguien tan perfecto como tú. Me siento... un poco fuera de lugar, como si no mereciera estar a tu lado, pero al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar que todo esto... todo lo que estamos viviendo... es lo que siempre soñé.
Lizzy lo miró fijamente, sintiendo la intensidad de sus palabras y el amor que reflejaban. Su corazón latió más rápido, y por un momento se sintió como si el mundo se hubiera detenido solo para ellos. Acarició su rostro, con una sonrisa cálida y dulce, antes de hablar nuevamente.
— Franco, con todo lo que has hecho por mí, con todo lo que eres, yo me siento más que afortunada. Y te aseguro que... no importa cuán nervioso te sientas o cuán raro te parezca, yo siempre estaré a tu lado. Conmigo, puedes hacerlo todo. Lo único que necesitamos es el uno al otro.
Franco sonrió, una sonrisa tímida al principio, pero que rápidamente se convirtió en una sonrisa genuina de amor y adoración. Esa sonrisa que siempre se mostraba solo para ella. De repente, se sintió un poco más ligero, como si las palabras de Lizzy pudieran disipar cualquier duda o inseguridad que tuviera. El simple hecho de saber que ella creía en él, que lo apoyaba, lo hacía sentir invencible.
— Eres mi paz, Lizzy. Conmigo, todo lo que parece difícil se hace fácil. Tú eres mi calma en este mar de incertidumbre. Cuando te miro, todo lo demás desaparece... y solo existimos tú y yo.
Lizzy le sonrió aún más, sintiendo una oleada de amor y gratitud al ver lo vulnerable que podía ser con ella, cómo él compartía sus miedos sin temer ser juzgado. Él era su amor, pero también su igual, y juntos no había barrera que no pudieran superar.
— Y sabes que no me importa cuán nervioso estés —dijo Lizzy, con una chispa traviesa en su mirada—. Si tú te pones nervioso, me harás el favor de que yo esté a tu lado, en cada evento, en cada paso que des. Siempre estaré contigo. Y en cualquier cosa que haga falta, siempre estaré ahí para darte el apoyo que necesites.
Franco, con una sonrisa brillante, la abrazó más fuerte. La ternura en su corazón aumentó, y sintió cómo su amor por ella se volvía cada vez más inmenso. No podía creer lo afortunado que era de tener a alguien como Lizzy a su lado.
— Me muero de amor por ti, Lizzy. Y también de ternura por esa sonrisa tuya. No sé qué haría sin ti. Si tú vas a estar a mi lado en todos los momentos, hasta en los más nerviosos, me siento invencible. Con tu amor, siento que no hay nada que no pueda conquistar.
Lizzy rió suavemente, el sonido de su risa era como música para él. No había nada más hermoso que escucharla reír, saber que su felicidad dependía de él también.
— Pues te prometo que siempre estaré a tu lado, y que juntos podemos hacerlo todo. No tienes que tener miedo de nada. Yo te voy a acompañar en cada paso, en cada aventura, en todo lo que venga. Te amo.
Franco no pudo resistirse más, y sin pensarlo, la besó suavemente en la frente, con un gesto lleno de ternura. Ella le sonrió, y en ese instante, todo el mundo a su alrededor dejó de existir. Lo único que importaba era el amor entre ellos, un amor puro, simple y fuerte.
— Yo también te amo, más de lo que las palabras pueden decir —respondió Franco, mirándola a los ojos con toda la sinceridad de su alma.
Los dos se quedaron allí, en medio del bullicio, pero rodeados solo por su propio mundo. Sabían que juntos, cualquier cosa que viniera sería manejable, porque se tenían el uno al otro. Y con esa certeza, todo parecía más fácil, más brillante. De alguna manera, todo estaba en su lugar, justo donde debía estar.
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