Capitulo 3
Lizzy estaba rodeada por sus amigas en la sala del castillo, un lugar donde los secretos eran compartidos y las risas llenaban el aire. Emma, Isabella, Filippa y Elisabeth estaban con ella, atentas a cada palabra, a cada gesto. Elisabeth, la novia de su hermano Theo, era su confidente más cercana, y aunque compartían el mismo nombre, eso solo fortalecía su vínculo. Las demás también eran sus hermanas de vida, sus cómplices en cada aventura y desventura. Desde niñas, habían estado juntas, y en ese momento, Lizzy sabía que tenía que contarles todo sobre Franco, sobre cómo su vida había cambiado desde que él apareció.
Lizzy respiró hondo, sus ojos brillando con emoción mientras comenzaba a hablar de su última sorpresa: la estrella.
—No saben lo que Franco me ha hecho... —dijo Lizzy, incapaz de contener la emoción—. ¡Me compró una estrella! Una con mi nombre.
Las chicas intercambiaron miradas, sabiendo perfectamente lo que venía. Franco había sido astuto al pedirles ayuda, había buscado ganarse el afecto y la aprobación de las amigas de Lizzy, y había logrado sorprenderlas a todas.
—¡No! —gritó Emma, llevándose las manos al rostro—. ¿En serio? ¡Qué hombre tan romántico!
—Cuéntanos todos los detalles —pidió Isabella, inclinándose hacia adelante—. ¿Cómo fue? ¿Qué te dijo?
Lizzy sonrió, su corazón palpitando rápido mientras recordaba el momento. Se sentía como si estuviera viviendo un sueño, uno del que no quería despertar.
—Fue después de la cena más increíble que haya tenido. Franco me llevó a este restaurante precioso, y se acordó de que soy vegetariana. Pidió todo a la perfección, como si hubiera estado planeándolo durante semanas. Y después, cuando terminamos de cenar, sacó un pequeño sobre de su bolsillo. —Lizzy hizo una pausa, disfrutando de la expectación de sus amigas—. Cuando lo abrí, vi el certificado de la estrella. ¡Con mi nombre!
—Eso es precioso —susurró Filippa, con una sonrisa dulce—. Franco realmente está enamorado de ti, Lizzy.
—¡No solo eso! —añadió Isabella—. Él es completamente tuyo. Lo he visto, la forma en que te mira, como si fueras su mundo entero.
Lizzy asintió, aún incrédula de cómo alguien podía amarla de esa manera tan intensa y pura. Luego, Elisabeth, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se inclinó hacia adelante con una mirada traviesa.
—¿Y cómo te sentiste cuando te dio la estrella? —preguntó Elisabeth con complicidad, sabiendo que todas morían por escuchar más detalles.
Lizzy se mordió el labio, sonriendo ante el recuerdo.
—Me sentí... como si estuviera en una película, chicas. De verdad. Me miró a los ojos y me dijo: "Lizzy, siempre te he visto brillar más que cualquier estrella en el cielo. Ahora, cuando miremos hacia arriba, tendremos algo en común. Esta estrella siempre será tuya, pero me recuerda a ti, porque iluminas mi vida de una manera que no puedo explicar."
—¡Dios mío, eso es demasiado! —gritó Emma, con los ojos llenos de lágrimas de emoción—. Franco es... no tengo palabras.
—Yo sí —dijo Isabella, riendo—. Es un príncipe. Y no solo por lo que te ha regalado, sino por la forma en que lo hace. Quiere que sepas cuánto te ama.
—Exactamente —afirmó Filippa—. Ese chico está perdidamente enamorado de ti.
Lizzy se sonrojó, sintiendo cómo su corazón se llenaba aún más de amor por Franco. Sabía que él era especial, lo había sentido desde el primer momento, pero cada gesto que tenía con ella solo confirmaba lo que ya sabía: Franco estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
—Y eso no es todo... —continuó Lizzy, jugueteando con un mechón de su cabello—. También me llevó a la Fuente de Trevi para nuestro primer beso.
—¡No puede ser! —exclamó Filippa—. ¡La Fuente de Trevi! Sabes cuánto significa eso.
—Lo sé —dijo Lizzy, con una sonrisa suave—. Él lo sabía también. Me dijo que quería que nuestro primer beso fuera tan especial como el amor que mis abuelos compartían. Y así fue. Me miró, me tomó de la mano, y bajo la luz de la luna... me besó.
Las chicas suspiraron al unísono, completamente encantadas por la historia de amor que Lizzy estaba viviendo. Emma se llevó una mano al pecho, visiblemente conmovida.
—¡Eso es lo más romántico que he escuchado en mi vida! —dijo, sonriendo—. Franco está completamente loco por ti, y eso es exactamente lo que te mereces.
—Lo sé —admitió Lizzy, mordiéndose el labio—. Pero eso no es lo único. Él ha hecho muchas cosas por mí. Franco no es muy fan de los animales, y aun así cuida a mi perro Bóxer. Incluso deja que mis gatos entren en su oficina... y escucha cuando le hablo de plantas y de la naturaleza, aunque sé que no es algo que le interese tanto. ¡Hasta me defendió de un chico que intentó coquetearme el otro día!
—¿En serio? —preguntó Isabella con los ojos muy abiertos—. ¡Cuéntanos más!
Lizzy asintió, sus ojos llenos de admiración por Franco.
—Sí, estábamos en un evento, y había un tipo que se me acercó de manera inapropiada. Franco estaba a punto de perder la calma, pero en lugar de hacer un escándalo, me tomó de la mano, me llevó a un lugar más tranquilo, y me dijo que nadie en el mundo iba a faltarme al respeto mientras él estuviera a mi lado.
—Ese hombre te adora —afirmó Emma—. Es como si estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa por ti.
—Lo está —dijo Lizzy suavemente—. Y no solo lo dice, lo demuestra con cada pequeña cosa que hace. A veces me pregunto cómo tuve tanta suerte de encontrar a alguien como él.
—Lizzy —intervino Elisabeth, mirándola con seriedad—, te lo has ganado. Franco sabe que eres especial. Por eso quiere estar a tu lado. Y lo que hizo con la estrella, y cómo se ha acercado a nosotras para conocerte más, no es solo porque te ama... es porque quiere ser parte de tu vida por completo.
Lizzy se quedó en silencio un momento, asimilando las palabras de su amiga. Sabía que Franco se había tomado el tiempo de conocer a sus amigas, de ganarse su cariño y su confianza, algo que para ella era esencial. Él quería que todas las personas importantes en su vida supieran cuánto la amaba.
—Tienes razón —dijo finalmente Lizzy—. Él quiere ser parte de todo. Y sé que no lo hace por obligación, lo hace porque realmente lo siente.
—¿Y qué te dijo cuando te dio la estrella? —preguntó Filippa—. ¡Queremos saber más!
Lizzy sonrió, recordando el momento exacto.
—Me dijo: "Lizzy, esta estrella es solo un pequeño símbolo de lo que siento por ti. Cada vez que la veas, quiero que recuerdes lo mucho que te amo, y lo afortunado que me siento de tenerte en mi vida. Eres la luz que ilumina mi camino, y quiero que siempre brilles, incluso cuando estemos lejos el uno del otro."
Las chicas suspiraron nuevamente, completamente encantadas.
—Eso es perfecto —susurró Emma, con una sonrisa radiante—. Y lo mejor de todo es que sabes que es sincero.
—Lo es —asintió Lizzy—. Franco es todo lo que siempre soñé y más.
Lizzy había pasado toda la mañana ocupada con sus tareas reales. Su agenda estaba llena de compromisos importantes que, como siempre, ella abordaba con entusiasmo y dedicación. Ese día, tenía una reunión con los líderes de varias organizaciones ambientales para discutir proyectos sobre la preservación del ecosistema marino, algo que la apasionaba profundamente. Luego, tenía que asistir a una ceremonia en los jardines del palacio donde se plantaría un árbol en honor a su bisabuela, un evento que no solo simbolizaba su conexión con la naturaleza, sino también con su historia familiar. Todo esto, además de revisar la correspondencia oficial y los informes de sus proyectos personales.
Desde que tenía memoria, Lizzy había asumido sus responsabilidades con el corazón abierto, siempre deseando hacer lo mejor para su gente y para el mundo que amaba. Pero ese día, mientras caminaba por los pasillos del palacio, revisando mentalmente todo lo que tenía pendiente, no pudo evitar sentir un leve cansancio. No físico, sino emocional. Amaba su vida, pero últimamente se sentía como si algo faltara, como si hubiera una parte de ella que estaba dejando de lado. Y sabía perfectamente lo que era: Franco.
Mientras Lizzy caminaba hacia una de las salas de reuniones, sus amigas ya la esperaban en su oficina personal, un espacio que ella había diseñado para trabajar y relajarse en su tiempo libre. La luz natural llenaba la sala a través de enormes ventanales que daban al jardín, y las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros de todas clases, desde tratados científicos hasta cómics y novelas de fantasía. Allí, Isabella, Emma, Filippa y Elisabeth ya estaban instaladas, cómodamente sentadas en los sillones, esperando a que Lizzy llegara.
—Creo que va a tardar un rato en aparecer —dijo Emma, estirándose en el sillón con un suspiro—. Ya me imagino que debe estar corriendo de un lado a otro. La pobre siempre está tan ocupada.
—Sí, y es increíble cómo maneja todo con tanta calma —añadió Filippa, mientras hojeaba uno de los libros que Lizzy tenía en su escritorio—. Yo me volvería loca con tanto ajetreo. No entiendo cómo sigue cuerda.
Isabella sonrió, mirando el reloj.
—Bueno, en cuanto llegue, tenemos que insistirle nuevamente sobre lo de la Fórmula 1. No podemos dejar que siga postergando lo que realmente quiere por sus responsabilidades. ¡Es hora de que rompa un poco las reglas!
Elisabeth asintió, mientras tamborileaba los dedos sobre el brazo del sillón.
—Estoy de acuerdo. Lizzy se merece ser feliz, y sabemos que quiere estar con Franco, aunque esté aterrada por lo que pueda decir su padre o cómo reaccionará la prensa. Tenemos que hacer que lo vea desde una perspectiva diferente, que entienda que no todo puede ser trabajo.
En ese momento, Lizzy entró a la sala, luciendo radiante pero claramente agotada. Sonrió al ver a sus amigas esperándola.
—Lo siento, chicas. Ha sido un día un poco... intenso —dijo mientras se dejaba caer en un sillón junto a ellas—. No sé cómo siempre logran llegar aquí antes que yo.
—¡Porque tenemos un plan! —anunció Emma con entusiasmo—. Y ese plan es sacarte de esta rutina y llevarte a algo emocionante. ¡La Fórmula 1! —dijo, recalcando las palabras con un gesto exagerado.
Lizzy rio, aunque negó con la cabeza, sabiendo hacia dónde iba la conversación.
—Chicas, ya les dije, no puedo. Mi padre... Él no lo entendería, no ahora. Hay demasiadas cosas en juego, y no quiero causar problemas ni hacer que todo sea más complicado. Además, con toda la prensa... Sería un caos. Imagínense las portadas al día siguiente.
—¡Bah! —exclamó Filippa, restándole importancia con un gesto—. ¿Desde cuándo te importan las portadas? Eres Lizzy, la princesa más fabulosa de todas, y no puedes dejar que un montón de paparazzis arruinen lo que podría ser un momento increíble para ti.
—Exactamente —añadió Isabella, sonriendo—. Además, ¿sabes lo increíble que sería verlo a él en su elemento, en plena carrera? ¡Es su gran pasión! Y él querría verte ahí, apoyándolo.
—Y sería una excelente oportunidad para hacer algo fuera de tu rutina —dijo Elisabeth, cruzándose de brazos—. Te pasas el día trabajando, siendo perfecta en todo lo que haces. Pero a veces tienes que darte un respiro, Lizzy. Si no te permites disfrutar de estos momentos ahora, ¿cuándo lo harás?
Lizzy suspiró, agradecida por el apoyo de sus amigas pero todavía sintiendo la presión de sus responsabilidades.
—Lo sé, lo sé. Pero mi padre... Ya lo conocen. Es demasiado protector. No me va a dejar ir así como así, no con toda esa multitud y la atención que eso generaría. No puedo simplemente hacer lo que quiero. Hay expectativas, y ustedes saben lo que eso significa.
—Lizzy —interrumpió Emma, poniéndose seria por un momento—, ¿alguna vez has pensado en lo que tú quieres? No lo que tu padre espera, ni lo que los demás piensan. ¿Qué es lo que tú realmente deseas?
Lizzy se quedó en silencio un momento, mirando a sus amigas. Sabía que tenían razón, pero admitirlo era otra cosa. Siempre había puesto a los demás primero, a su familia, a su reino. Pero Franco... él era su corazón, su felicidad. Y aunque adoraba a su padre, no podía seguir escondiéndose detrás de su sobreprotección.
—Lo que quiero... —murmuró, pensativa—. Lo que quiero es estar con Franco. Quiero apoyarlo, quiero compartir con él esos momentos importantes. Pero al mismo tiempo, no quiero decepcionar a mi padre.
—Tu padre te ama, Lizzy —dijo Elisabeth suavemente—. Lo último que haría es alejarte de tu felicidad. Puede que no lo entienda al principio, pero con el tiempo lo hará. Solo necesita saber que esto es importante para ti.
—Y además —intervino Isabella, sonriendo con picardía—, no puedes negar que quieres verlo en esa pista. Vamos, admítelo, te encantaría estar allí, animándolo como la novia enamorada que eres.
Lizzy no pudo evitar reírse ante el comentario de Isabella, y se sonrojó levemente.
—Bueno, tal vez... solo tal vez —admitió con una sonrisa tímida.
—¡Sabía que lo admitirías! —exclamó Emma, alzando los brazos triunfante—. Ahora, solo falta convencerte de que esto es lo correcto. Porque lo es, Lizzy. No puedes vivir toda tu vida haciendo lo que los demás esperan. A veces, tienes que romper las reglas.
—¡Exacto! —dijo Filippa, mirando a Lizzy con una sonrisa cómplice—. Y además, ¡nosotras estamos aquí para cubrirte! Si algo sale mal, haremos que parezca que fue nuestra idea.
Lizzy rio más fuerte esta vez, y por un momento sintió cómo la tensión en sus hombros comenzaba a desvanecerse. Sus amigas siempre sabían cómo hacerla reír, cómo recordarle que, aunque su vida fuera complicada, también estaba llena de amor y apoyo.
—Ustedes son imposibles —dijo, secándose las lágrimas de risa de los ojos—. Pero gracias, de verdad. Me ayudan más de lo que creen.
—Para eso estamos —dijo Elisabeth, sonriendo—. Ahora, ¿qué dices? ¿Nos dejas ayudarte a organizarlo todo para que puedas ir a la Fórmula 1 sin preocupaciones?
Lizzy tomó aire, pensando en todas las implicaciones. Sabía que el camino no sería fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía hacerlo. Que tal vez era hora de seguir su propio camino, sin importar los obstáculos.
—Está bien —dijo finalmente, sonriendo—. Vamos a hacerlo.
Las amigas de Lizzy la rodeaban, cada una con una tarea diferente. Filippa se encargaba de peinar su larga cabellera rubia, mientras Emma le retocaba el maquillaje y Elisabeth supervisaba todo con un ojo crítico, asegurándose de que el conjunto final fuera perfecto. Isabella estaba cerca, revisando los pequeños detalles del vestido que Elisabeth había diseñado especialmente para Lizzy, uno que reflejaba su esencia y su estilo natural, pero con un toque de elegancia sofisticada que resaltaba su belleza innata. Era un vestido alegre y vibrante, pero sutil al mismo tiempo, un reflejo exacto de la personalidad de Lizzy.
—¡Listo! —anunció Filippa, dando un paso atrás para admirar su obra—. Tu cabello luce absolutamente perfecto. Ese rubio natural tuyo es tan hermoso que no necesita mucho más. Pero creo que hemos logrado hacer que brille aún más con el peinado que te hicimos.
Lizzy sonrió, mirando su reflejo en el espejo. Su cabello caía en ondas suaves, con algunas hebras sueltas que enmarcaban su rostro, creando un aspecto elegante pero fresco. El vestido, diseñado por Elisabeth, era de un tono azul suave que resaltaba el color de sus ojos celestes, haciendo que parecieran aún más brillantes. Lizzy no era una persona vanidosa, pero en ese momento, se sentía más segura que nunca, y esa seguridad venía del amor y el apoyo de sus amigas.
—No sé qué haría sin ustedes —dijo Lizzy, riendo suavemente mientras giraba ligeramente para ver el vestido desde diferentes ángulos—. De verdad, son increíbles. Me hacen sentir como una princesa de cuento de hadas... aunque supongo que, técnicamente, ya lo soy.
—¡Por supuesto que lo eres! —exclamó Emma, acercándose para ajustarle un mechón rebelde detrás de la oreja—. Y también eres la mejor princesa que este reino podría pedir. Siempre con esa disposición y ese corazón enorme. Pero, hoy, es tu día para brillar por ti misma, no por tus responsabilidades.
—Exactamente —añadió Isabella, sonriendo mientras le daba una pequeña palmadita en la espalda—. Hoy no eres la Princesa Lizzy, la que siempre está salvando el mundo o solucionando los problemas de todos. Hoy eres simplemente Lizzy, la chica que va a disfrutar de una tarde con sus amigos, y más importante aún, con el chico que le hace sentir mariposas en el estómago.
—Hablando de mariposas... —Elisabeth se acercó con un gesto pensativo, mirando detenidamente el conjunto de Lizzy—. Creo que falta algo. Un toque final. —Buscó entre su colección de accesorios y sacó una pequeña tiara con detalles de mariposas y hojas, un símbolo sutil de la conexión de Lizzy con la naturaleza—. Esto. Es perfecto para ti.
Lizzy se quedó sin palabras cuando Elisabeth colocó la tiara delicadamente sobre su cabeza. Las mariposas de plata parecían revolotear entre su cabello, y las hojas verdes brillaban a la luz, creando un aura etérea a su alrededor. Era más que un simple adorno; representaba todo lo que Lizzy era: naturaleza, vida, amor y pureza.
—Es preciosa... —murmuró Lizzy, tocando la tiara con suavidad, sintiendo cómo una ola de emoción la invadía—. No sé cómo agradecerte, Eli. No solo por esto, sino por todo lo que haces por mí. Sabes siempre cómo hacerme sentir especial.
Elisabeth sonrió, abrazándola con cariño.
—Tú ya eres especial, Lizzy. Solo te ayudamos a verlo. Además, ya sabes que te debo mucho más que un par de vestidos. Gracias a ti, pude cumplir mi sueño y conocer a Theo. Me diste la confianza para creer en mí misma, y para eso no hay suficiente agradecimiento en el mundo.
Lizzy correspondió el abrazo con fuerza, sintiendo cómo su corazón se llenaba de gratitud por tener a amigas tan leales y amorosas a su lado. No era solo la novia de su hermano, Elisabeth era su confidente, su compañera en los momentos más difíciles, y saber que podía contar con ella y con sus amigas para todo era lo que hacía que su vida fuera tan especial.
—Bueno, chicas, creo que estamos listas —dijo Lizzy, enderezándose y alisándose el vestido con un toque de nerviosismo—. Pero, ¿están seguras de que esto funcionará? Mi padre no es exactamente fácil de convencer cuando se trata de mí... ya saben, es muy sobreprotector.
—Por eso no te preocupes —intervino Emma con una sonrisa astuta—. Tenemos todo planeado. ¡Incluso hemos hablado con Theo!
—¡Exacto! —continuó Isabella—. Le pedimos a Theo que hable con tu padre y le diga que no estarás sola. Sabemos lo mucho que te cuida, pero tu hermano también es parte de esta ecuación. Con él, tus amigas y un equipo de seguridad, no hay forma de que tu padre se niegue.
Lizzy se mordió el labio, pensando en cómo su hermano mayor siempre había sido su aliado en estas situaciones. Theo sabía perfectamente cómo manejar a su padre, y si alguien podía convencerlo de que todo estaba bajo control, era él.
—Además —añadió Elisabeth—, yo también le hablaré. Si le hago ver que vas a estar rodeada de personas que te aman y que no estarás sola ni un segundo, estoy segura de que lo aceptará. No es solo que seas su hija, Lizzy, es que todos te queremos tanto que nunca dejaríamos que te pasara nada malo. Y eso él lo sabe.
Lizzy asintió, sintiéndose más tranquila con cada palabra. Sus amigas tenían razón. Su padre siempre sería protector, pero también sabía cuánto le importaba Franco, y sobre todo, que siempre estaría cuidada. Tal vez, solo tal vez, esta vez podría ser diferente.
—Es cierto, Lizzy —dijo Filippa, tomando su mano—. Tú siempre haces lo correcto por todos, siempre sacrificas tus deseos por los demás. Ahora es hora de que tú también vivas algo para ti, sin preocuparte por las expectativas o las reglas. Deja que tu corazón te guíe.
—Y cuando veas a Franco —bromeó Emma, riendo mientras le daba un ligero empujón a Lizzy—, recuérdale lo increíble que te ves. ¡Apuesto a que se queda sin palabras!
Lizzy rio, aunque su corazón latía con fuerza solo de pensar en ver a Franco. Su relación con él había sido un soplo de aire fresco en su vida. Con él, todo parecía fácil, natural. Y aunque aún le costaba admitirlo, sabía que estaba profundamente enamorada de él.
—Tienen razón —dijo Lizzy finalmente, con una sonrisa determinada—. Voy a hacerlo. Iré a la Fórmula 1, y disfrutaré del día como cualquier otra chica que quiere ver a su chico triunfar. ¡Y lo haré luciendo increíble, gracias a ustedes!
Las chicas aplaudieron y rieron juntas, la energía en la sala era pura alegría y emoción.
—¡Así se habla, Lizzy! —exclamó Isabella—. Ahora, solo falta un pequeño detalle... —Su expresión cambió a una de travesura—. ¡Convencer a tu padre! Pero no te preocupes, eso lo dejaremos en manos de Theo y Eli.
—Confía en nosotras, Lizzy —añadió Elisabeth, con una sonrisa tranquilizadora—. Todo saldrá perfecto. ¿Vamos a ver a Theo entonces?
—Vamos —dijo Lizzy, respirando hondo mientras se preparaba para lo que venía. Sabía que no sería fácil, pero rodeada de sus amigas, se sentía más fuerte que nunca.
El grupo salió de la habitación, listas para el siguiente paso en su plan. Mientras caminaban por los pasillos del palacio, Lizzy no podía evitar sonreír. Estaba nerviosa, sí, pero también emocionada. Franco la estaba esperando, y esta vez, nada la detendría.
—De todas maneras, si esto sale mal, nos disfrazamos y huimos —bromeó Emma, haciendo que todas estallaran en carcajadas.
Lizzy, entre risas, se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía verdaderamente libre.
Lizzy caminaba por los pasillos del castillo con una sonrisa dibujada en el rostro, lista para el gran momento que se avecinaba. Sabía que esa tarde iba a ser diferente a las demás. Llevaba un vestido elegante, delicado, de un tono suave que contrastaba perfectamente con su radiante cabellera rubia, que brillaba bajo los rayos de luz que entraban por las ventanas. Estaba nerviosa, pero a la vez emocionada, porque iba a hablar con sus hermanos, Theo y Nina, sus inseparables compañeros de vida.
Cuando llegó al salón donde estaban, Theo fue el primero en levantar la vista y sonreírle con esa calidez tan suya, esa mirada tierna que siempre le había mostrado desde pequeños.
—Estás hermosa, hermanita, aunque para mí siempre lo fuiste. —Theo se levantó y la abrazó con ternura, dándole un beso en la frente—. Ya sabes que siempre te apoyaré en todo, Lizzy.
Lizzy le devolvió el abrazo, sintiendo esa familiaridad que solo él sabía darle. Theo siempre había sido su protector, su confidente, y escuchar esas palabras la reconfortaba profundamente. En ese momento, Nina, que estaba recostada en uno de los sofás revisando una revista de automovilismo, se levantó con una sonrisa cómplice.
—Mira, Theo, ¿no ves cómo lo mira? Tiene los mismos ojos brillosos que tú pones cuando ves a Elisabeth. —Nina lanzó la broma mientras hacía referencia a Franco—. Llenos de amor y ternura.
Theo sonrió, sabiendo que su hermana tenía razón.
—Es cierto, Lizz. Lo veo en ti, ese brillo especial. Me recuerda a cómo miro a Eli cada vez que está cerca —añadió Theo mientras acariciaba con cariño el cabello de Lizzy—. Y, ¿sabes qué? No puedo estar más feliz por ti. Además, será una buena excusa para que Nina nos acompañe, ya que sabemos que a ella sí le encantan los motores, la adrenalina, el ruido de los autos...
Nina rio mientras se acercaba a Lizzy y le dio un ligero empujón juguetón.
—Obviamente, el mundo de los motores es lo mío —Nina sonrió de oreja a oreja—, pero veo que a ti te gusta más un conductor en particular. —Guiñó un ojo de manera traviesa, claramente refiriéndose a Franco—. ¿O me equivoco, querida hermanita?
Lizzy rió con nerviosismo, pero también con gratitud. Sabía que siempre podía contar con sus hermanos, no importaba la situación, y eso le daba una paz increíble. Sabía que no estaba sola en esto, no solo en su relación con Franco, sino en la vida misma.
—Gracias, chicos, por siempre estar ahí para mí —dijo Lizzy, su voz suave pero llena de emoción—. No sé qué haría sin ustedes. Siempre me han cuidado, sin descanso, me han amado, ayudado, y sobre todo, me han entendido. De verdad tengo los mejores hermanos del mundo. Para mí, ustedes no son solo mi familia, son mis amigos, mis compañeros de aventura y mis maestros. Nada ni nadie podrá separarnos, ni lograr que deje de amarlos, porque ustedes son mis personas. Mis hermanos, mis todo.
Theo y Nina la rodearon con un abrazo, esa clase de abrazo que solo los trillizos podían entender, un abrazo que los conectaba a nivel profundo, más allá de las palabras. Entre ellos siempre había existido una conexión única, y eso era algo que Lizzy valoraba por encima de cualquier cosa.
—Tú también eres nuestra persona, Lizzy —dijo Nina con una sonrisa sincera—. Eres lo mejor que nos ha pasado.
—Y, aunque no soy el mejor en estas cosas sentimentales —Theo agregó riendo—, siempre seré tu guardián, Lizz. No importa lo que pase, nadie te hará daño mientras esté aquí.
Lizzy sintió un nudo en la garganta de la emoción. Sabía que, aunque estaba creciendo y tomando decisiones por sí misma, siempre podía volver a este lugar, a este refugio que era su familia.
—Franco va a tener que esforzarse mucho para estar a la altura de estos dos —pensó Lizzy para sí misma, sin poder evitar sonreír ante la idea.
—Bueno, ¿y cuándo es la gran cita? —preguntó Nina curiosa, mientras jugaba con un mechón de su cabello—. Porque quiero detalles, muchos detalles.
—Pronto —respondió Lizzy con un toque de misterio en la voz—, y prometo que les contaré todo.
—No te preocupes, Lizzy —Theo le guiñó el ojo—. Yo también quiero conocer a ese piloto que ha capturado el corazón de mi hermanita, pero te aseguro que mientras te cuide y te respete, tendrá mi apoyo. Ahora, si llega a hacer algo que te lastime... —Theo hizo una pausa, cambiando su expresión suave por una más seria—, bueno, dejaré de ser el Theo dulce y bueno para convertirme en una bestia si es necesario.
Lizzy soltó una pequeña carcajada ante la seriedad de su hermano.
—No lo dudo ni por un segundo —dijo Lizzy, abrazándolo de nuevo con fuerza—. Gracias por ser mi guardián y por siempre estar ahí para mí.
—Siempre lo seré —dijo Theo con un tono protector—. Además, siempre has sido mi princesa, ¿recuerdas? Desde que éramos pequeños, te dije que serías mi princesita, la que siempre voy a cuidar.
—Y tú has sido mi primer príncipe azul —dijo Lizzy, con la voz suave y nostálgica—. Mi primer héroe. Porque siempre hiciste todo por mí, me cuidaste, me ayudaste y me amaste sin condiciones. Me hiciste la vida más bonita, más fácil y más especial.
Theo sonrió con los ojos brillantes. Sabía lo mucho que Lizzy lo valoraba, pero escuchar esas palabras siempre le llegaba al corazón. Nina, a un lado, rodó los ojos con cariño, pero estaba claro que también le emocionaba ver la relación que Lizzy tenía con Theo.
—Bueno, bueno —interrumpió Nina con una sonrisa juguetona—, no nos pongamos tan sentimentales. ¡Tenemos que prepararnos para ese gran evento!
Lizzy rió, sintiéndose más liviana y alegre que antes. Sus hermanos la apoyaban, y eso era lo más importante. Mientras caminaba hacia la salida con ellos, sentía que su corazón estaba lleno de amor y gratitud. Sabía que el futuro con Franco era incierto, pero mientras tuviera a sus hermanos a su lado, se sentía invencible.
El momento de enfrentar al mundo, de vivir su gran amor, estaba cada vez más cerca.
La sala del trono era un espacio que siempre imponía respeto y reverencia. Con sus altos techos decorados y una luz que caía suavemente a través de los grandes ventanales, creaba un ambiente de calma, pero también de expectativa. Lizzy entró acompañada de sus hermanos, sintiendo cómo el nerviosismo le revoloteaba en el estómago. Había algo en la mirada de su padre que la llenaba de confianza, y esa calidez siempre había sido su refugio.
Simón, el rey y su padre, estaba sentado con una expresión que reflejaba tanto sabiduría como amor. Lizzy lo miró, y en su pecho se formó una oleada de ternura. Desde que tenía uso de razón, siempre había visto a su padre como un hombre fuerte, pero también increíblemente comprensivo. Era más que un rey; era su protector, su amigo y su guía en cada paso de su vida.
—Hola, papá —dijo Lizzy, acercándose con un brillo en sus ojos—. Estamos aquí porque necesitamos hablar contigo sobre algo importante.
Simón la miró con una sonrisa que iluminó su rostro. Se notaba que era un hombre que amaba a sus hijos profundamente. La forma en que se inclinó un poco hacia adelante, sus ojos centrados en Lizzy, mostraba que estaba completamente presente para ella.
—Siempre estoy aquí para escuchar lo que necesites, Lizzy —respondió él, con voz suave pero firme—. ¿Qué sucede, pequeña?
Lizzy sintió el calor de su amor envolviéndola. Era un momento que siempre le daba valor para hablar, y aunque sabía que lo que iba a proponerle no sería fácil de aceptar, se armó de valor.
—Quiero ir a un evento de Fórmula 1 —dijo Lizzy, eligiendo cada palabra cuidadosamente—. Franco me ha invitado, y me gustaría ir con mis amigos y mis hermanos.
Simón arqueó una ceja, mostrando una mezcla de sorpresa y preocupación. Era natural en un padre querer proteger a su hija, sobre todo a una tan especial como Lizzy. Él había cumplido todos sus caprichos a lo largo de los años, desde proporcionarle un refugio lleno de amor y ternura hasta permitirle tener muchos animales en el jardín, lo que siempre había sido un sueño para ella. Lizzy recordaba las tardes pasadas en el invernadero, ayudando a su abuela Elizabeth a cuidar las plantas, y cómo su padre siempre hacía tiempo para visitarlas y unirse a ellas en esas actividades.
—Pero, papá, quiero que sepas que estaré acompañada por mis amigos y por Nina y Theo —siguió Lizzy, intentando apelar a su sentido de protección—. No estaré sola.
Simón la observó, su mente procesando las palabras de su hija. Era evidente que la amaba con locura y que, como rey, su deber era protegerla, pero también entendía que debía dejarla crecer. Recordaba momentos de su infancia, como cuando solía llevarla a los comedores para ayudar a las personas sin hogar, o cuando se pasaban horas cocinando con los empleados en la cocina del palacio. Siempre había visto en ella un corazón sincero y noble, capaz de empatizar con los demás, de hacer el bien.
—Tienes razón en que siempre has sido responsable y dedicada, Lizzy —dijo Simón, su voz ahora más suave, casi reflexiva—. Pero sabes que este tipo de eventos pueden ser peligrosos, y el mundo no siempre es un lugar seguro.
Nina, que había estado escuchando atentamente, decidió intervenir.
—Papá, Lizzy no solo es nuestra hermana, es una gran princesa y una mujer fuerte —dijo con una sonrisa—. Se preocupa por los demás, siempre ha sido así. Recuerdas cuando ayudaba a regalar sus juguetes a los niños en los comedores. Siempre ha estado dispuesta a dar lo mejor de sí.
Lizzy sonrió ante las palabras de su hermana. Era verdad. Desde que era pequeña, siempre había querido ayudar a los demás, ya sea compartiendo sus juguetes o pasando tiempo con sus animales. Esa era la esencia de Lizzy: un ser lleno de amor, pasión y deseo de hacer el bien. Su padre siempre había apoyado esas iniciativas, alentándola a seguir su corazón.
Simón asintió, recordando esos momentos. Era imposible olvidar las ocasiones en que Lizzy pasaba horas jugando con los perritos en el jardín o cuando le pedía que le comprara un nuevo libro porque quería aprender más sobre el mundo. Siempre había tenido una sed de conocimiento y un amor por la lectura que lo llenaba de orgullo.
—Es cierto que tienes un corazón inmenso, Lizzy —dijo él—. Pero también sé que hay personas que podrían no tener las mejores intenciones en estos eventos.
—Entiendo tus preocupaciones, papá —respondió Lizzy, sintiéndose más fuerte a medida que continuaban hablando—. Pero estoy lista para afrontar este tipo de situaciones. He aprendido mucho de ti, de mamá, de cómo ser fuerte y responsable. Quiero vivir mi vida, tener experiencias y recordar que también soy joven.
Simón la observó con atención, admirando esa determinación en sus ojos. Siempre había soñado con que Lizzy pudiera volar alto y alcanzar sus metas, pero la sobreprotección era un instinto difícil de controlar.
—Lizzy, siempre he querido que fueras feliz, y que vivieras todo lo que te haga sentir viva —dijo él, con voz dulce—. Pero tienes que prometerme que te cuidarás y que estarás en contacto conmigo en todo momento. Eso es lo más importante para mí.
Lizzy sonrió, sintiéndose más aliviada. La forma en que su padre se preocupaba por ella era abrumadoramente hermosa. Era un hombre que había hecho sacrificios por su familia, que se había esforzado por ser el mejor padre que podía ser. Había estado a su lado en los momentos más significativos de su vida, desde las decisiones sobre su educación hasta los momentos en que necesitaba un abrazo.
—Te lo prometo, papá —dijo Lizzy, acercándose y dándole un abrazo fuerte—. Siempre estaré en contacto. No quiero que te preocupes, porque estaré con amigos y familia.
Nina sonrió, viendo la conexión que había entre su padre y su hermana. Era un lazo inquebrantable que había crecido a lo largo de los años, una relación que se construía en amor, confianza y respeto.
—Además, esto será una gran oportunidad para Lizzy de disfrutar y experimentar el mundo, como siempre hemos querido —dijo Theo, apoyando la idea—. Y tengo la certeza de que Franco la cuidará.
Simón observó a sus hijos y se sintió agradecido por tenerlos a todos. La vida había sido un viaje increíble y a veces difícil, pero había valido la pena. Cada uno de ellos había crecido para convertirse en personas asombrosas, llenas de bondad y pasión por la vida.
—Está bien, Lizzy. Tienes mi permiso —finalmente dijo, sintiéndose orgulloso pero también un poco nostálgico—. Pero quiero que estés en contacto constante y que me digas si algo no va bien. Siempre estaré aquí para protegerte.
Lizzy sintió una oleada de felicidad. Sabía que podía contar con el apoyo incondicional de su padre, un rey que se preocupaba más por su bienestar que por su título. Al final del día, siempre había sido su "papá".
—¡Gracias, papá! —exclamó ella, abrazándolo de nuevo—. No te decepcionaré.
Simón sonrió, sintiendo que había tomado la decisión correcta. Su hija, la que siempre había querido ver brillar, estaba lista para enfrentar el mundo. No podía estar más orgulloso de ella.
—Ahora, ve y disfruta de tu aventura, pequeña princesa —dijo con amor—. Pero recuerda que, sin importar lo que pase, siempre serás mi mayor orgullo.
Con el corazón lleno de amor, Lizzy salió de la sala del trono junto a sus hermanos. La felicidad la inundaba, sabiendo que tenía a su lado a una familia que siempre estaría con ella, apoyándola en cada paso de su camino. La relación que compartía con su padre, su rey y protector, era un faro que iluminaba su vida, dándole la fuerza para perseguir sus sueños, incluso cuando eso significaba salir de su zona de confort.
Mientras se dirigían hacia la salida, Lizzy sintió que estaba lista para enfrentar cualquier cosa que el mundo le ofreciera. Con su padre a su lado, sabía que siempre tendría el amor y el apoyo que necesitaba.
Mientras Lizzy y sus hermanos abandonaban la sala del trono, el ambiente se llenó de risas y bromas, especialmente de parte de Nina, que siempre tenía una forma única de hacer que la tensión se desvaneciera.
—Sabes, Lizzy —comenzó Nina, con una sonrisa pícara—, siempre serás la debilidad de papá. No importa qué tan fuerte o decidido sea, cuando se trata de ti, se convierte en un osito de peluche.
Lizzy se echó a reír, sintiéndose aliviada por la calidez de la broma. Era verdad, su padre hacía todo por ella. Desde su infancia, siempre había dejado de lado las tareas reales para pasar tiempo con ella y su abuela en el jardín, disfrutando de las plantas y ayudándolas a sembrar flores.
—Es cierto —contestó Lizzy, intentando no reírse demasiado—. Creo que podría pedirle cualquier cosa y simplemente se desharía de todo lo demás para complacerme.
—¡Exactamente! —exclamó Nina, dándole un ligero empujón con el hombro—. Recuerdo cuando querías un perro y, de repente, papá estaba buscando refugios de animales en la ciudad. ¡Todo para conseguirte un pequeño compañero!
—¡No lo olvides! —dijo Lizzy, sonriendo mientras recordaba el día en que su padre la llevó a conocer a su primer perro, un pequeño golden retriever que había llenado su vida de alegría—. Era el mejor regalo que pude haber pedido.
Mientras las risas llenaban el pasillo, Simón observaba a sus hijos con amor y ternura. Al otro lado del palacio, Marianella, la reina y esposa de Simón, se encontraba en el jardín, disfrutando de un momento de tranquilidad rodeada de flores. Había escuchado la conversación de su familia a través de las ventanas, y su corazón se llenó de orgullo al ver la relación que compartían.
Simón se unió a ella, mirando el jardín con una expresión nostálgica. Marianella le sonrió, sintiendo que sus corazones latían en sintonía, como siempre lo habían hecho.
—Es maravilloso ver a los niños tan felices y unidos —dijo Marianella, sus ojos brillando con amor—. Lizzy realmente es la debilidad de Simón. Siempre ha sido así.
Simón asintió, sintiendo que cada palabra de su esposa resonaba en su interior.
—Haré lo que sea por ella —respondió, con una voz llena de emoción—. Desde que era pequeña, siempre he querido protegerla y hacerla feliz. Y no puedo evitarlo; es mi pequeña princesa.
—Y lo has hecho increíblemente bien —dijo Marianella, acariciando la mano de Simón—. Los tres son grandes hijos. Estoy tan orgullosa de ellos, de lo que han logrado y de cómo han crecido.
Simón sonrió, sus pensamientos volviendo a Lizzy. Era una niña increíblemente empática e inteligente, llena de pasión y determinación. Su personalidad había heredado tanto de él como de su madre, un hermoso equilibrio que lo hacía sentir dichoso.
—Sí, es una combinación perfecta de nosotros dos —dijo, recordando momentos de ternura entre él y Lizzy—. Su inteligencia y su pasión me llenan de orgullo.
Marianella lo miró con ternura, sabiendo que cada palabra que decía era genuina. Ella había visto cómo Simón siempre había hecho todo lo posible para apoyarla y cuidar de ella, incluso cuando Lizzy se adentraba en sus propias aventuras.
—Sabes que siempre harías lo imposible por ella, ¿verdad? —dijo Marianella, guiñándole un ojo—. Si tuviera que elegir entre ir a una reunión de la corte o hacer jardinería con Lizzy, estoy segura de que irías a plantar flores.
Simón soltó una risa profunda, sintiéndose completamente comprendido. No podía evitarlo; cada vez que miraba a su hija, recordaba la dulce mirada de la pequeña que había crecido en su hogar.
—No puedo evitarlo. Hay algo en ella que me recuerda a mi propia infancia —admitió Simón—. La forma en que se preocupa por los demás, su deseo de ayudar... Todo eso me llena de orgullo.
Marianella asintió, sintiendo que compartían el mismo amor por su familia. Era un amor que había crecido con los años, un amor lleno de respeto, apoyo y admiración mutua.
—Hicimos un buen trabajo, amor —dijo ella, sonriendo con alegría—. Hemos creado una familia hermosa, llena de amor y respeto.
Mientras tanto, Lizzy y sus hermanos se acercaron a la puerta que conducía al jardín, donde se unieron a su madre. El ambiente estaba lleno de risas y anécdotas compartidas, creando un espacio donde todos se sentían cómodos y felices.
—¿Qué están tramando, mis pequeños? —preguntó Marianella, con una mirada curiosa y amorosa en su rostro.
—Hablábamos sobre cómo papá haría cualquier cosa por Lizzy —dijo Nina, sonriendo—. Siempre es su debilidad.
Lizzy se sonrojó un poco al escuchar esas palabras, pero no pudo evitar sonreír al ver la alegría en el rostro de su madre.
—Bueno, eso es cierto. Pero también sabemos que cada uno de ustedes es especial a su manera —dijo Simón, acercándose y abrazando a sus hijos—. Cada uno de ustedes tiene su propio lugar en mi corazón.
—Pero, como dijo mamá, Lizzy siempre tendrá un lugar especial —dijo Theo, con un guiño—. ¿No es así, papá?
Simón soltó una risita, dejando que la broma fluyera entre ellos. La vida familiar estaba llena de amor, y él nunca dejaría de cuidar de sus hijos.
—Eso no lo dudo, mi príncipe —respondió Simón, disfrutando de la conexión que compartían—. Cada uno de ustedes aporta algo único a nuestra familia.
Marianella sintió que su corazón se llenaba de amor y orgullo. Era hermoso ver a su esposo y a sus hijos juntos, celebrando la relación que tenían. Sabía que, a pesar de las responsabilidades y los desafíos que enfrentaban como familia real, siempre tendrían momentos como este para recordar por qué luchaban y trabajaban arduamente.
Con el tiempo, Lizzy se convirtió en una princesa no solo por su título, sino por el corazón que siempre mostraba al mundo. Ella entendía que su verdadera grandeza residía en el amor y la compasión que ofrecía a quienes la rodeaban. Y en esos momentos, mientras se reían juntos, sabía que siempre tendría el apoyo incondicional de su familia, especialmente de su querido padre, quien siempre sería su mayor protector y amor.
Simon se encontraba en la guarida real, un espacio que siempre había sido un refugio de tranquilidad y amor para él y su familia. Mirando a su alrededor, se sentía agradecido por el hogar que había construido junto a Marianella y sus hijos. La luz suave que entraba por las ventanas reflejaba la calidez de su corazón mientras se preparaba para hablar con los guardias.
—Quiero que me escuchen atentamente —comenzó Simon, su voz firme pero llena de empatía—. Mis hijos son todo para mí, y aunque son príncipes y princesas, son también jóvenes llenos de sueños y esperanzas. Necesito que los cuiden como si fueran su propia familia.
Los guardias, que estaban acostumbrados a la dedicación del rey, asintieron con respeto. Sabían que no solo era un trabajo, sino una misión proteger a aquellos que llevaban el peso de la realeza.
—Por supuesto, Su Majestad —respondió uno de los guardias, un hombre robusto con una mirada decidida—. Siempre velaremos por su seguridad. Lizzy, Theo y Nina son muy queridos por todos nosotros. Nos honra cuidarlos.
Simon sintió un profundo aprecio por el compromiso de su equipo. Era evidente que no solo eran soldados, sino una comunidad que se preocupaba por el bienestar de la familia real.
—Lizzy es especial, y sé que no soy el único que lo piensa —continuó Simon, recordando cómo su hija siempre había iluminado los días de quienes la rodeaban. Se llenaba de orgullo al pensar en su empatía y su capacidad de conectarse con los demás—. Desde que era pequeña, se preocupaba por la gente, conocía los nombres de sus empleados, se interesaba por las historias de los ciudadanos. Su bondad es una luz que no solo irradia en esta casa, sino en todo el reino.
Los guardias sonrieron, recordando momentos en que Lizzy se había detenido a hablar con ellos, a preguntarles sobre sus vidas. Era una princesa que no solo existía en la cúspide de la sociedad, sino que se mezclaba con ella, convirtiéndose en un pilar para todos.
—Es un honor servirla —dijo otro guardia, un joven con una sonrisa genuina—. Su conexión con la gente es admirable. Se siente como si todos tuviéramos una parte en su vida. Es un placer proteger a alguien que irradia tanto amor y bondad.
Marianella, que había estado escuchando en silencio desde un rincón, no pudo evitar sonreír al escuchar a su esposo y los guardias. Sabía que la esencia de Lizzy era un reflejo de ambos. Había heredado el amor de su padre y la dulzura de su madre. Era una mezcla perfecta que dejaba una marca positiva en todos los que la conocían.
—Estoy tan orgullosa de ella —comentó Marianella, con la voz suave—. Lizzy no solo es nuestra hija, sino un ejemplo de lo que significa ser un verdadero líder. Se preocupa por los demás y siempre está dispuesta a ayudar.
Simon asintió, sintiéndose agradecido por tener una esposa que compartía su visión de familia y comunidad. Ambos sabían que estaban criando a tres hijos excepcionales, y la unión que tenían como familia era evidente en cada acto de bondad que realizaban.
—Siempre estará a su lado, incluso en las decisiones difíciles —dijo Simon, mirando a los guardias con firmeza—. Necesito que estén atentos, no solo a su seguridad física, sino a su bienestar emocional. Es una joven que siente profundamente, y el mundo puede ser un lugar complicado. Quiero que se sienta segura para acercarse a ustedes, para que sepa que puede contar con cada uno de nosotros.
Los guardias intercambiaron miradas de complicidad, entendiendo la responsabilidad que tenían en sus manos. Sabían que Lizzy era más que una princesa; era una futura reina que podría hacer una diferencia significativa en el mundo. La manera en que se preocupaba por cada persona, desde los niños hasta los ancianos, era lo que la hacía destacar entre la multitud.
—Lo haremos, Su Majestad —aseguró el mismo guardia, su voz llena de determinación—. Siempre estaremos aquí para cuidar de su familia y asegurarnos de que Lizzy pueda seguir tocando las vidas de aquellos que la rodean.
Con eso, Simon sintió que su corazón se llenaba de calma. Sabía que, a pesar de los desafíos que enfrentaban, su familia estaba rodeada de personas que las apoyaban y cuidaban. Miró a los guardias con agradecimiento y les sonrió.
—Gracias por su dedicación. Juntos, construiremos un reino donde el amor y la bondad prevalezcan. Lizzy, Theo y Nina son nuestra esperanza, y sé que con su apoyo, lograrán grandes cosas.
Al salir de la guarida, Simon se sintió optimista. Sabía que Lizzy y sus hermanos estaban listos para enfrentar el mundo, respaldados por un amor inquebrantable y un equipo que los cuidaría con todo su corazón. Y en ese momento, comprendió que, a pesar de los desafíos que pudieran enfrentar, siempre tendrían un hogar en el amor de su familia.
Lizzy estaba hermosa, siempre lo había sido, en cuerpo y alma, pero hoy brillaba con una luz especial. Su largo cabello rubio danzaba al viento, enmarcando su rostro y acentuando su dulce mirada celeste. El vestido confeccionado por su amiga y cuñada, Elisabeth, era una obra maestra que reflejaba su personalidad: alegre y vibrante. Los tonos del vestido complementaban perfectamente el azul de sus ojos, y su aura de felicidad era contagiosa.
Las risas llenaban el aire mientras sus amigas la rodeaban, admirando cada detalle.
—¡Lizzy, estás deslumbrante! —exclamó Filippa, sonriendo con sinceridad.
—Deberías ser la imagen de una revista —añadió Isabella, ajustándose el cabello y admirando a su amiga.
Emma, siempre la más juguetona, se acercó a Lizzy con una mirada traviesa.
—Si sigues así, me haré lesbiana solo por ti —bromeó, haciendo que todas soltaran una risa estruendosa. —Y Franco se desmayará del encanto cuando te vea.
Lizzy sonrojó levemente, pero su risa era clara y contagiosa.
—¡Vamos, Emma! No digas eso —respondió, sacudiendo la cabeza mientras las otras continuaban riendo.
Sus hermanos, Theo y Nina, se acercaron, listos para acompañar a sus hermanas en esta nueva aventura. Aunque todos eran del mismo rango de edad, Theo siempre se comportaba como el mayor, mostrando un instinto protector hacia ellas.
—Recuerda, chicas —dijo Theo, ajustándose un poco la chaqueta—. Estoy aquí para asegurarme de que ambas estén a salvo. Cualquier cosa que pase, saben que pueden contar conmigo.
Nina, con su característico entusiasmo, se unió a la conversación.
—Y yo estoy aquí para disfrutar de la F1, los motores y la adrenalina —dijo, sonriendo ampliamente. —No puedo esperar para ver esos coches en acción. ¡Es la mejor parte del año!
Los amigos de Nina, Fede, Leo y Marco, se acercaron, llenos de energía y emoción, listos para vivir la experiencia que solo la Fórmula 1 podía ofrecer. Gio, el amigo de Lizzy, se unió a ellos, compartiendo su entusiasmo.
—¡Hoy será increíble! —exclamó Marco, moviendo los brazos con entusiasmo. —Con tantos coches rugiendo y la adrenalina en el aire, no hay mejor lugar para estar.
—Vamos, Lizzy —dijo Nina, cogiéndola de la mano—. ¡No podemos perder más tiempo! La F1 nos está esperando.
Mientras tanto, los guardias se acercaron a los futuros reyes, firmes y preparados.
—Estamos listos para escoltarlos, Su Alteza —dijo uno de los guardias, su voz grave llena de respeto.
Lizzy miró a sus amigos y hermanos, sintiendo un torrente de alegría en su corazón. Apreciaba tanto su compañía, esa mezcla de amor y lealtad que siempre la rodeaba.
—Gracias, chicos, por estar siempre a mi lado —dijo Lizzy, su voz suave pero llena de emoción. —Esto significa el mundo para mí.
—Siempre, Lizzy —respondió Theo, sonriendo con orgullo—. No importa a dónde vayas, nosotros vamos contigo.
Con la alegría flotando en el aire, el grupo se dirigió hacia los coches que los llevarían al evento. Mientras caminaban, Lizzy sintió que la conexión con su familia y amigos la fortalecía. Esa unión era lo que la impulsaba a ser la mejor versión de sí misma, y hoy, con cada paso que daba, se sentía más cerca de convertirse en la persona que siempre había soñado ser.
Mientras el bullicio de la multitud se intensificaba, Franco se encontraba en los vestuarios de su escudería Williams, preparándose para la carrera. Sin embargo, su mente estaba lejos de los motores rugientes y el asfalto ardiente; estaba completamente absorto en pensamientos sobre Lizzy. A medida que se vestía con su traje de carreras, su corazón latía con fuerza, no solo por la emoción de la competencia, sino por la anticipación de volver a ver a la mujer que había robado su corazón.
"¿Qué estará haciendo ahora?" pensó, una sonrisa involuntaria asomándose en su rostro al recordar su última conversación. Franco había estado en el mundo de las carreras desde joven, siempre soñando con competir en la Fórmula 1. Pero había algo en Lizzy que superaba cualquier trofeo o victoria. Su dulzura, su risa, la forma en que se preocupaba por los demás y su inigualable empatía la hacían brillar como una estrella en su vida.
Sus compañeros de equipo entraron en la sala, llenos de energía y emoción. "¡Franco, estás listo para arrasar hoy!" exclamó uno de ellos, dándole una palmadita en la espalda.
"Claro, pero no solo por la carrera," respondió Franco, su voz llena de determinación. "Hoy quiero demostrarle a Lizzy que puedo ser el mejor."
Los otros miembros del equipo intercambiaron miradas cómplices, sabiendo muy bien a quién se refería. Habían visto cómo la llegada de Lizzy había cambiado a Franco, cómo la chispa de su amor había encendido algo dentro de él que iba más allá de la adrenalina de las carreras. "Ella es una gran mujer," comentó uno de sus compañeros. "Es obvio que estás totalmente enamorado."
Franco asintió, sintiendo que su corazón se aceleraba. "Es más que eso. Lizzy es mi motor. Cuando estoy en la pista, pienso en ella, en lo que representa. Es la razón por la que lucho y por la que quiero dar lo mejor de mí. Sin ella, esto no tendría sentido."
"Entonces, ve a buscarla después de la carrera," sugirió otro miembro del equipo. "¡Tienes que hacerle saber lo que sientes! No hay que dejar nada al azar."
Franco sonrió, su confianza aumentada por las palabras de aliento de su equipo. "Tienes razón. No puedo esperar más. Ella merece saber lo mucho que significa para mí." Con un último vistazo al espejo, ajustó su casco y salió de los vestuarios, sintiéndose preparado para enfrentar cualquier desafío que se le presentara.
La adrenalina comenzaba a fluir en su cuerpo mientras se acercaba a la pista. Los motores rugían, y el ambiente estaba lleno de energía. Pero en el fondo de su mente, solo había espacio para un pensamiento: "Tengo que hacer que Lizzy se sienta orgullosa de mí."
Con cada paso que daba, Franco se sentía más decidido. Había mucho en juego no solo por su carrera, sino por su relación con Lizzy. Sabía que hoy no solo competía por un lugar en el podio, sino por el amor de una mujer que había transformado su vida.
"Cuando termine esta carrera, estaré a su lado," murmuró para sí mismo, preparándose para el rugido de los motores y la emoción de la pista. Lizzy era su inspiración, y no había nada que pudiera detenerlo en su búsqueda de hacerla sonreír.
Mientras el auto de la familia real avanzaba por las hermosas calles de la ciudad, Lizzy se encontraba rodeada de sus seres más queridos: sus hermanos Theo y Nina, así como sus amigas Emma, Isabella y Filippa. La emoción del evento la llenaba de nervios, pero también de felicidad. Las luces de la ciudad brillaban intensamente a su alrededor, reflejando la alegría en su corazón. En ese instante, Theo, su hermano mayor y protector, le dirigió una mirada cálida.
—Siempre serás hermosa y mágica, Lizzy —dijo Theo con una sonrisa—. No solo por tu belleza física, que ya es impresionante, sino también por la luz que irradias. Tu alma y tu personalidad marcan la vida de todos solo con existir. Con tu dulzura y encanto, y sobre todo, con los buenos actos que realizas cada día. Tu magia es única.
Lizzy sonrió, sintiendo cómo el amor de su hermano la envolvía. Sabía que él siempre la había apoyado y protegido, y su corazón se llenó de gratitud.
—Gracias, Theo. Eres el mejor hermano que podría desear —respondió, su voz suave pero llena de emoción—. Siempre has estado a mi lado, y eso significa todo para mí.
Las amigas de Lizzy, sentadas a su lado, asintieron enérgicamente. Emma, con su habitual humor, rompió el ambiente tenso.
—¡No solo es hermosa, es mágica! Si sigue así, pronto la llamarán la "Princesa Encantada" —dijo Emma con un guiño, haciendo que todos rieran.
Nina, la más intrépida de los trillizos, se inclinó hacia adelante y le dijo a Lizzy con sinceridad:
—Está bien tener nervios e incluso miedo, hermana. Pero lo que realmente importa es que nunca te rindas y que siempre lo intentes. Recuerda que tú nos aconsejas que nada es imposible mientras se haga con amor. Así que, ¿ves? Tus consejos siempre sirven.
Lizzy se sintió conmovida por las palabras de su hermana. La conexión entre ellas era fuerte, y sabía que podían contar la una con la otra en cualquier momento.
—Gracias, Nina. Tus palabras siempre me inspiran. —Lizzy tomó la mano de Nina y le sonrió—. Estoy tan agradecida de tenerte en mi vida. Eres un pilar en mis momentos de duda.
Nina sonrió de vuelta, sintiéndose orgullosa de ser parte de la vida de Lizzy. Ella siempre había admirado la manera en que su hermana enfrentaba los desafíos con valentía y compasión.
—Ahora me toca a mí guiarte, hermana —dijo Nina con un guiño juguetón—. Así que, vamos y luce como siempre. Eres espectacular, y esta noche es tuya.
Las palabras de Nina resonaron en el corazón de Lizzy. Sabía que sus hermanos la amaban incondicionalmente y que siempre estarían ahí para apoyarla. El vehículo giró en la esquina, y el evento comenzó a acercarse, sus corazones latiendo al unísono con la emoción de lo que estaba por venir.
El auto se detuvo frente a la entrada del evento, y la vista era impresionante. Los destellos de luces y la música envolvente llenaban el aire. Lizzy tomó una profunda respiración, preparándose para enfrentar el mundo exterior con la misma gracia y encanto que la definían.
—Recuerda, Lizzy —dijo Emma, acercándose a ella—. Solo sé tú misma. Tu autenticidad es lo que te hace realmente especial.
Lizzy asintió, sintiéndose más segura. Con sus amigas y hermanos a su lado, se sentía lista para enfrentar cualquier desafío. Mientras salían del auto, Theo la tomó de la mano y le susurró:
—Siempre estaré aquí para ti. No importa lo que pase, eres una luz en mi vida y en la de todos. No olvides eso.
—Lo sé, Theo. Gracias por siempre estar a mi lado —respondió, dándole un apretón de manos.
Al salir, el aire fresco la envolvió, y la multitud vibrante la saludó con aplausos y sonrisas. En ese instante, Lizzy se dio cuenta de que, aunque la noche estaba llena de emociones y desafíos, no estaba sola. Con su familia y amigas apoyándola, estaba lista para brillar, no solo como princesa, sino como la maravillosa persona que siempre había sido.
El evento fue una mezcla de risas, conversaciones y música, pero lo más importante era la conexión que Lizzy sentía con aquellos que la rodeaban. Era un recordatorio de que, sin importar lo que pasara, siempre tendría su círculo de amor y apoyo, y que eso la haría más fuerte que nunca. A medida que avanzaba, sus ojos se encontraron con los de Franco, y en ese momento supo que su corazón también latía con fuerza por ella, haciendo que la noche se iluminara aún más.
Lizzy, como siempre, entró en el evento de la Fórmula 1 con una luz propia que iluminaba el lugar. Su presencia no solo se debía a su título de princesa, que ya de por sí atraía miradas, sino a la esencia de quien era. La mezcla perfecta de empatía y humildad brillaba en su sonrisa. No había nadie en el mundo que pudiera hablar con más respeto y cariño, sin importar su origen o condición. Desde un niño que vendía flores hasta un magnate del automovilismo, Lizzy tenía la habilidad de conectar con todos.
Al cruzar la entrada, los paparazzis comenzaron a disparar sus cámaras, capturando cada ángulo de su figura esbelta, ataviada en un vestido que danzaba suavemente con el aire. Sus amigos y familiares la seguían de cerca, cada uno aportando su energía única al ambiente. Sus hermanos, Theo y Nina, intercambiaron miradas cómplices, sabiendo que su hermana no solo era hermosa, sino que irradiaba una magia inigualable. Su dulce mirada celeste era un reflejo de su gran corazón, y eso la hacía aún más especial.
Los organizadores del evento se movían con agilidad, asegurándose de que todo estuviera perfecto para la llegada de la familia real. Entre susurros admirativos, se hablaba de cómo Lizzy tenía ese don especial de hacer que todos se sintieran importantes, como si su presencia iluminara no solo el lugar, sino también los corazones de quienes la rodeaban. Era un hecho conocido: donde Lizzy entraba, dejaba su magia.
Los aficionados, especialmente los niños, no podían contener su emoción al verla. Algunos se acercaron tímidamente, sus ojos brillando de esperanza y alegría. Lizzy, con su característico encanto, se agachó para estar a la altura de los pequeños. Con una sonrisa deslumbrante, les ofreció autógrafos y recibió con gratitud los regalos que le traían. Uno de los niños, un pequeño con una gorra demasiado grande, le entregó un dibujo que había hecho. "Es para ti, Princesa Lizzy", dijo con voz temblorosa.
"¡Es hermoso!" exclamó ella, tomando el dibujo con ambas manos y admirándolo con sinceridad. "¡Voy a colgarlo en mi habitación! Gracias, cariño." Las palabras de Lizzy resonaban en el aire como un bálsamo, y el pequeño sonrió, su rostro iluminándose por el orgullo.
La atención de los guardias era inquebrantable, pero a pesar de su fuerte presencia, Lizzy siempre lograba hacer que se relajaran. "Chicos, no se preocupen, son solo niños. ¡Déjenlos pasar!" Les decía con su voz melodiosa, y los guardias, aunque escépticos, se veían obligados a sonreír ante su insistencia.
Mientras más niños se acercaban, Lizzy recordaba la infancia de aquellos pequeños, lo que era tener un hogar cálido y lleno de amor. Así como su padre, el rey Simón, siempre había estado ahí para ella y sus hermanos. Ella no era madre, pero entendía lo que significaba tener a alguien que te cuidara. Las memorias de cuando ayudaba a su abuela en el jardín florecieron en su mente, momentos llenos de risa, alegría y amor. Así como había aprendido a cuidar las plantas, había aprendido a cuidar el corazón de los demás.
De pronto, un niño de cabello rizado, que se había quedado un poco rezagado, se acercó con una mirada tímida. Lizzy lo notó y, con una sonrisa cálida, le hizo un gesto para que se acercara. "¿Cómo te llamas, pequeño?" le preguntó, inclinándose un poco hacia él.
"Mateo," respondió el niño, apenas alzando la voz. "Me gusta mucho la F1."
"¡A mí también! ¿Tienes un piloto favorito?" Lizzy lo animó, haciendo que su rostro se iluminara de inmediato.
"¡Franco! Él es el mejor," dijo Mateo con entusiasmo.
"Franco es increíble," asintió Lizzy, contagiándose de la emoción del niño. "¿Te gustaría verlo correr?"
"¡Sí! Pero no creo que pueda," Mateo dijo con tristeza, mirando a su alrededor.
"¿Y si yo te digo que puedo ayudarte a que lo conozcas?" La mirada de Lizzy se llenó de determinación. "Voy a hacer que eso suceda."
Mateo no podía creer lo que estaba escuchando. "¿De verdad?"
"¡De verdad! Pero necesitas prometerme algo: siempre sigue tus sueños y nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. ¿Lo prometes?"
"Lo prometo, Princesa Lizzy," dijo el niño, emocionado.
Lizzy sintió una oleada de alegría. Había pasado mucho tiempo desde que conoció a alguien que le recordara su propia infancia. Su deseo de hacer el bien, de ayudar, resonaba con fuerza en su corazón. Tenía que ser una fuente de inspiración, y ese niño le había recordado lo importante que era.
La multitud a su alrededor se sentía cada vez más vibrante. La música, los murmullos emocionados, y el motor de los autos de carrera creaban un ambiente eléctrico. Las risas y las sonrisas iluminaban los rostros de quienes la rodeaban. Lizzy continuó caminando, sosteniendo la mano de Mateo mientras su corazón latía con fuerza.
De repente, el ambiente se llenó de un murmullo creciente. La atención de todos se centró en la entrada principal. Franco, el piloto de la escudería Williams, apareció, su sonrisa brillante y cautivadora. Lizzy lo reconoció al instante; su corazón dio un vuelco. Sus ojos celestes se encontraron brevemente, y, en ese momento, todo lo demás se desvaneció. Franco estaba en su elemento, con la confianza de un verdadero campeón.
"¡Franco!" gritó Mateo, soltando la mano de Lizzy y corriendo hacia él. "¡Princesa Lizzy me dijo que podía conocerte!"
Lizzy se quedó un momento mirando cómo el niño se acercaba a su ídolo. En ese instante, vio cómo la alegría llenaba el rostro de Mateo. Se sintió feliz de haber podido ayudar a ese niño a lograr un sueño, y al mismo tiempo, se dio cuenta de lo que Franco significaba para ella.
Franco se agachó a la altura de Mateo, sonriendo con esa calidez que lo caracterizaba. "Hola, pequeño, ¿cómo te llamas?"
"Soy Mateo. ¡Eres el mejor! Quiero ser piloto de F1 como tú," respondió el niño con la emoción a flor de piel.
"¡Eso es genial, Mateo! Solo recuerda, siempre persigue tus sueños y nunca te rindas. ¿Te gustaría venir a ver la carrera con tu princesa hoy?" Franco miró hacia Lizzy, quien se acercó lentamente, sintiendo que el corazón le latía con fuerza.
"¿De verdad, Franco?" preguntó Mateo, sus ojos brillantes de esperanza.
"Por supuesto. Y también puedes conocer a mi equipo. Sería un honor tenerte a bordo," Franco dijo con una sonrisa.
Lizzy no pudo evitar sonreír al ver la felicidad en el rostro de Mateo. Este era un momento que siempre recordaría. "Mateo, ¿te gustaría hacer eso?"
"¡Sí, sí, sí!" gritó el niño, danzando de alegría.
La multitud comenzó a murmurar mientras los fanáticos de la F1 se acercaban para ver la interacción. Lizzy sintió una mezcla de felicidad y nerviosismo. Estaba completamente enamorada de ese mundo. Había algo encantador en la adrenalina, en la pasión que todos compartían por las carreras, y Franco era el centro de ese universo.
Mientras tanto, Theo y Nina se acercaron, mirando con cariño a su hermana y al pequeño. Nina le dio una palmadita en el hombro a Lizzy y le susurró: "Lo has hecho de nuevo. Te has convertido en la heroína de un niño."
"¡Es lo que hago!" respondió Lizzy con una risa ligera, sintiendo la calidez de la camaradería.
"¿Qué tal si ahora te haces la heroína de todos nosotros?" bromeó Theo. "¿Qué tal si nos ayudas a hacer una buena entrada?"
La atención se centró en ellos, y Lizzy sintió el amor de sus hermanos envolviéndola como un abrazo cálido. Con el corazón lleno de gratitud, Lizzy miró a Mateo y luego a Franco. "Sí, vamos a hacer que este día sea memorable. ¡Todo el mundo debe experimentar la magia de este evento!"
Y así, en un instante, la energía del lugar se transformó. La entrada triunfal que Lizzy había imaginado se convertiría en una realidad. La alegría, la magia y el amor se entrelazaban en una danza que iluminaba cada rincón del evento. Lizzy, como siempre, era el centro de atención, pero no por su título, sino por el brillo de su alma, por la calidez de su corazón.
Los paparazzis, los organizadores y los fanáticos se agruparon para presenciar el espectáculo que se desarrollaba. Lizzy y sus amigos estaban listos para brillar. Con su magia, encenderían la noche y el día por venir. Mientras los motores rugían en el fondo, Lizzy sabía que, sin importar lo que pasara, siempre tendría el apoyo incondicional de su familia, de sus amigos y en el mundo, un mundo que a menudo podía ser tan agitado y lleno de expectativas. Ella era el faro de luz en medio de la tormenta, la chispa que encendía la pasión en sus corazones. La conexión que tenían, aunque secreta, era lo que hacía que cada momento juntos fuera aún más especial.
Franco no podía apartar la mirada de Lizzy. Cada vez que sonreía, el corazón de él se derretía un poco más. Era la forma en que su cabello rubio caía en suaves ondas sobre sus hombros, el brillo de sus ojos celestes que parecía captar la luz del sol, y la calidez de su risa que resonaba como una melodía suave en sus oídos. En ese instante, mientras observaba a Lizzy interactuar con Mateo, Franco se dio cuenta de que no solo la amaba por su belleza exterior, sino también por su bondad y su habilidad de tocar el corazón de las personas.
Mientras ella agachaba la cabeza para hablar con Mateo, él sentía un torbellino de emociones. Era un momento que quería capturar para siempre. "Eres increíble, Lizzy," pensó para sí mismo. "No puedo creer que seas mía."
Sin embargo, había una sombra de preocupación en su mente. La presión de ser un piloto de F1 y el nivel de atención que atraía hacían que todo lo relacionado con su vida personal se volviera complicado. Franco sabía que su amor por Lizzy debía mantenerse oculto, al menos por el momento. La imagen que proyectaban en público era importante, tanto para su carrera como para la seguridad de ella. Pero cada vez que la miraba, su corazón se llenaba de una mezcla de admiración y anhelo. Quería gritar al mundo que ella era su princesa, no solo en el título, sino en el alma.
A pesar de la necesidad de disimular, Franco no podía evitarlo. Cada pequeño gesto de Lizzy lo fascinaba. Desde la forma en que se movía, la elegancia de su porte, hasta la sinceridad en su sonrisa al interactuar con los niños, todo en ella lo dejaba embobado. Era la clase de mujer que iluminaba cualquier habitación con su presencia, y Franco era un espectador cautivado por su luz.
"¿Estás listo para la carrera?" le preguntó Theo, sacándolo de sus pensamientos. La mirada de Theo, aunque amable, llevaba un aire de advertencia. Franco sabía que sus amigos lo observaban y podían notar su fascinación. Tenían que comportarse, especialmente porque estaban en un evento tan público, rodeados de periodistas y fanáticos.
"Sí, claro," respondió Franco, tratando de disimular su embelesamiento. "Es un gran día para todos nosotros." Pero su mente seguía volviendo a Lizzy, deseando que la situación fuera diferente, deseando que pudieran ser libres de demostrar su amor sin restricciones.
Mientras la multitud se agitaba, Franco y Lizzy intercambiaron miradas furtivas. En un instante, Franco vio que Lizzy lo estaba mirando también, y el mundo a su alrededor se desvaneció. Ella sonrió, una sonrisa llena de complicidad que solo él podía entender. "Voy a hacer todo lo posible por disfrutar de este día," pensó.
Nina, que había estado observando la dinámica entre ellos, se acercó y le dio un pequeño empujón a Lizzy. "Vamos, hermanita, es hora de que brilles. ¡Hazlo por Mateo y por todos los que te admiran!"
Lizzy asintió, su confianza recibiendo un impulso por las palabras de su hermana. Se levantó, su mirada aún fija en Franco, y sintió que un torrente de valentía la invadía. "Sí, hoy es un día especial, y no puedo dejar que los nervios me detengan," pensó.
A medida que se movían hacia el área principal del evento, Franco la siguió, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Observando cómo la gente la miraba con admiración, se dio cuenta de que era imposible no sentirse orgulloso de tener a alguien tan increíble a su lado. La forma en que se detenía a hablar con todos, la forma en que su rostro se iluminaba al interactuar con cada persona, lo hacía quererla más y más.
A lo lejos, escuchó el rugido de los motores y sintió la energía vibrante de la multitud. Pero todo eso se desvaneció cuando su mirada se encontró de nuevo con la de Lizzy. En ese momento, el mundo exterior se detuvo. Franco deseaba poder ir hacia ella, envolverla en sus brazos y compartir con ella lo que sentía. Pero en su lugar, permaneció firme, observándola con admiración, tratando de enmascarar el anhelo que lo consumía.
Lizzy, a su vez, sentía la misma tensión. Cada vez que lo miraba, un torrente de emociones la invadía. Ella sabía que lo amaba con locura, pero las circunstancias los mantenían en un delicado equilibrio. La mezcla de amor y frustración era un peso en su corazón. "Si tan solo pudiéramos ser nosotros mismos," pensó, deseando que la situación no fuera tan complicada.
Mientras avanzaban hacia la línea de salida, la emoción de la carrera aumentaba. Los fanáticos gritaban, y los autos estaban alineados, listos para la competencia. Franco se dio cuenta de que era hora de concentrarse. Aunque el deseo de estar con Lizzy era fuerte, sabía que debía cumplir con su deber como piloto. "Una vez que esté en la pista, lo daré todo. Esto es lo que amo," se dijo a sí mismo, tratando de canalizar su energía en la carrera.
Pero mientras se preparaba para la competencia, su mente seguía volviendo a Lizzy. Su rostro, su sonrisa, la forma en que interactuaba con los demás, todo lo que hacía lo atraía hacia ella con una fuerza irresistible. Era una maravilla que iluminaba incluso los días más oscuros, y él deseaba poder estar a su lado sin preocuparse por la mirada del mundo.
Mientras la celebración de la carrera continuaba, Lizzy se encontraba rodeada por un grupo de periodistas que la bombardearon con preguntas. Con una sonrisa brillante, se preparó para responder, sabiendo que cada palabra contaba no solo para su imagen como princesa, sino también para la representación de su país.
"¿Qué te trae a un evento como este, Princesa Lizzy?" preguntó uno de los reporteros, con una mirada intrigada.
Lizzy, siempre compuesta y amable, respondió con sinceridad. "Me encanta el espectáculo. La Fórmula 1 es un evento increíble, y tengo amigos en la escudería Ferrari. Me honra que me hayan invitado a representar a Italia y a mi gente en un evento tan prestigioso," dijo, sintiendo una pequeña punzada en su corazón al pensar en Franco, que corría para Williams.
Los periodistas intercambiaron miradas, algunos asintiendo con aprobación. Lizzy continuó, su voz resonando con entusiasmo. "Es un placer estar aquí apoyando a una de las escuderías más icónicas y exitosas de nuestro país. Siempre estaré detrás de ellos, y me siento muy orgullosa de la historia que han construido."
Mientras hablaba, se sintió un poco más segura. Las cámaras hacían clic a su alrededor, pero ella mantenía su mirada en el horizonte, imaginando a Franco detrás de esos controles, sintiendo la adrenalina y la emoción de la carrera.
Uno de los periodistas, un hombre con un notable acento, le hizo una pregunta que todos sabían que vendría: "¿Cómo está tu corazón, Princesa? ¿Hay alguien especial en tu vida?"
Lizzy contuvo la respiración por un momento, recordando su amor secreto por Franco. "Mi corazón está bien, gracias," respondió, sonriendo con dulzura. "Siempre estoy rodeada de personas increíbles, y eso me hace sentir afortunada. La familia y los amigos son lo más importante para mí."
Algunas risas se escucharon entre el grupo, y el mismo periodista persistió. "Pero, ¿te fijarías en un piloto de Ferrari? La escudería es conocida por tener a algunos de los mejores del mundo."
En ese instante, Franco sintió un escalofrío de celos recorrerle el cuerpo. La idea de que la prensa preguntara eso lo inquietaba. Sin embargo, Lizzy, con su naturalidad y encanto, se limitó a responder: "Hay muchos pilotos talentosos en la Fórmula 1, y todos merecen reconocimiento por su trabajo duro. Pero, sinceramente, no me quiero centrar en eso en este momento. Estoy aquí para disfrutar del espectáculo y apoyar a todos, en especial a quienes tienen un vínculo especial conmigo."
La respuesta de Lizzy fue bien recibida, y el grupo continuó con sus preguntas. Se interesaron por cómo planeaba contribuir a mejorar su país y qué iniciativas estaba considerando. Lizzy habló sobre sus esfuerzos en diversas causas sociales y su deseo de crear un impacto positivo en la vida de los jóvenes italianos. "Siempre he creído en la importancia de darles oportunidades a todos, sin importar su trasfondo. Espero poder usar mi voz y mi posición para hacer una diferencia," declaró con sinceridad.
Franco observaba desde la distancia, sintiéndose cada vez más orgulloso de ella. Su compromiso con los demás y su capacidad para conectar con la gente era lo que más amaba de Lizzy. Sabía que tenía un corazón grande y que siempre se preocupaba por los demás, lo que la hacía destacar entre las demás princesas.
A medida que continuaban las preguntas, Lizzy se mantenía encantadora y empática, siempre dispuesta a brindar respuestas amables y respetuosas. Aun cuando las preguntas se volvían más insistentes o intrusivas, ella nunca perdía la compostura. Franco se dio cuenta de que estaba presenciando la verdadera esencia de Lizzy: una mujer fuerte y decidida que sabía manejar la presión y las expectativas de su posición.
Finalmente, los periodistas se retiraron, permitiéndole un respiro. Lizzy buscó a su hermano Theo entre la multitud, sintiéndose un poco agotada por la atención. "Siempre hacen tantas preguntas, ¿verdad?" comentó con una sonrisa cansada.
"Es parte del trabajo, hermana," respondió Theo con un guiño. "Pero lo hiciste genial. No podía estar más orgulloso de ti."
Al escuchar eso, Lizzy se sintió un poco más aliviada. Sin embargo, en el fondo, todavía sentía la presión de ocultar su amor por Franco. "Gracias, Theo. Solo quiero que las cosas sean claras y que mi mensaje llegue," dijo, tratando de mantener la calma.
En ese momento, un grupo de niños se acercó, emocionados por ver a la princesa. Lizzy inmediatamente se agachó para hablar con ellos, iluminando su rostro con una sonrisa genuina. "¡Hola! ¿Cómo están hoy?" preguntó con entusiasmo, ignorando por un momento el estrés de las entrevistas.
Los niños, felices de tener su atención, comenzaron a hacerle preguntas sobre la carrera y compartieron sus sueños de convertirse en pilotos de carreras algún día. Lizzy los escuchó con atención, sus ojos brillando mientras los animaba a seguir sus sueños. Era ese tipo de conexión genuina lo que la mantenía centrada y la hacía sentir realizada.
"¿Y tú? ¿Tienes un piloto favorito?" le preguntó una niña con trenzas.
Lizzy sonrió, sabiendo que su corazón pertenecía a Franco. "Me gustan todos los pilotos. Cada uno tiene su propia historia y esfuerzo que aportar. Lo más importante es disfrutar el momento y hacer lo que amas," respondió, tratando de mantener la neutralidad.
Mientras hablaba, Franco se acercó discretamente, con el corazón latiendo con fuerza al ver cómo se iluminaban los rostros de los niños por la presencia de Lizzy. La admiración en sus ojos era palpable. En ese instante, sintió que la presión de tener que esconder su amor valía la pena, porque ella traía alegría a tantas vidas, incluida la suya.
Mientras el bullicio de la celebración se intensificaba en la pista, Lizzy se escabulló discretamente hacia los vestuarios de Williams, donde los motores rugían y la adrenalina se palpaba en el aire. Sabía que sus hermanos y amigas, Emma, Isabella y Filippa, estaban ocupados entreteniendo a los fans y periodistas, lo que le daba la oportunidad perfecta para ver a Franco.
Al llegar a la puerta del vestuario, se detuvo un momento para respirar hondo, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. A través de la puerta entreabierta, vio a Franco, vestido con su traje de piloto, revisando algunos detalles en su equipo. En ese instante, se sintió llena de amor y emoción, lista para encontrarse con él.
Cuando entró, los demás miembros del equipo de Williams, al ver a la princesa, sonrieron con complicidad y, como si estuvieran en un acuerdo tácito, se alejaron para dejar a la pareja a solas. Lizzy se acercó a Franco, quien alzó la vista y sonrió de inmediato al verla.
"¿No vas a saludar a tu novia que te ama con locura?" le dijo ella, su voz suave y juguetona.
Franco no pudo contenerse. Corrió hacia ella, envolviéndola en sus brazos y sellando sus labios con un beso que combinaba amor, ternura, pasión y deseo. Era un beso lleno de promesas y emociones, como si en esos segundos pudieran olvidar el mundo que los rodeaba. Lizzy se entregó por completo, sintiendo cómo sus corazones latían al unísono mientras sus lenguas danzaban juntas, compartiendo una conexión que iba más allá de lo físico.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraron pesadamente, sintiendo la euforia y la adrenalina que llenaba el aire. Franco la miró a los ojos, y en su mirada se podía ver la mezcla de amor y celos que sentía. "Te he echado tanto de menos," susurró, su voz cargada de emoción. "Hoy hay tantas preguntas sobre ti y los pilotos de Ferrari. No puedo evitar sentir celos."
Lizzy sonrió dulcemente, acariciando su mejilla con ternura. "A mí me encanta ser recibida así. Si esto significa que me verás más seguido, quizás deba venir a visitarte antes de cada carrera," respondió, sus ojos brillando con complicidad. "¿Te imaginas? Podría traerte un poco de suerte."
Franco rió suavemente, agradecido y encantado por su visita. "Tu presencia es suficiente suerte para mí, Lizzy. Saber que estás aquí me hace sentir invencible. Pero, ¿realmente vas a apoyarme, aunque ahora estés públicamente con Ferrari?"
"Por supuesto," dijo ella con firmeza, "Williams es tu equipo, y siempre seré leal a ti, pase lo que pase. Aunque ahora esté apoyando a Ferrari por ser la escudería de mi país, siempre estaré en tu esquina."
Franco sintió una oleada de gratitud al escuchar esas palabras. "Eso me encanta de ti, lo leal y dulce que eres. Eres hermosa y mágica, no solo por tu título, sino por la persona increíble que eres. Inteligente, empática, apasionada... realmente te amo con locura, Lizzy."
La sinceridad en sus palabras hizo que el corazón de Lizzy se derritiera. "Yo más," le respondió, sintiendo cómo una oleada de amor la invadía. En ese momento, sabía que a pesar de las circunstancias que los rodeaban, su amor era fuerte y puro.
Ambos se quedaron mirándose a los ojos, sumergidos en una burbuja de amor y comprensión. Era un momento que atesorarían, sabiendo que pronto volverían a la realidad del evento, donde tendrían que disimular sus verdaderos sentimientos.
"Debo volver," dijo Lizzy, sintiendo que el tiempo corría en su contra. "No quiero que se preocupen por mí, pero quería verte antes de la carrera."
Franco asintió, comprendiendo la importancia de su visita. "Gracias por venir, Lizzy. Tu apoyo significa el mundo para mí. Y recuerda, pase lo que pase en la pista, tú eres la única en mi corazón."
Lizzy sonrió, sintiendo la calidez de sus palabras. "Siempre, Franco. Eres el mejor para mí, y siempre estaré apoyándote."
Se acercaron de nuevo, compartiendo otro beso breve pero lleno de significado. Era un recordatorio de que, a pesar de los desafíos que enfrentaban, siempre tendrían ese rincón especial en sus corazones para el otro. Mientras se separaban, Franco la miró con deseo y ternura, como si quisiera guardar cada momento de ella en su memoria.
"Ve y conquista la pista," le dijo Lizzy, sintiéndose orgullosa de él. "Yo estaré aquí, apoyándote desde la multitud. ¡Eres increíble!"
Con una sonrisa amplia, Franco le prometió que daría lo mejor de sí. Al salir del vestuario, Lizzy sintió una mezcla de emoción y nervios. Sabía que las próximas horas serían intensas, pero ahora llevaba consigo el amor de Franco como su mayor motivación.
Mientras se dirigía de vuelta al evento, sintió una oleada de energía positiva. Había visto a Franco, y eso le daba la confianza necesaria para afrontar lo que estaba por venir. Sabía que, pase lo que pase, siempre tendría a su lado a su amado piloto, el hombre que había robado su corazón.
Al regresar con su familia y amigas, Lizzy se sintió como si llevara consigo un secreto hermoso que nadie más conocía. Era un regalo que solo compartía con Franco, un amor que brillaría más allá de las luces del evento y las cámaras de la prensa.
Lizzy, radiante y llena de alegría, se movía entre los asistentes con la gracia de una princesa. Sabía que este evento significaba mucho no solo para ella, sino también para los pequeños que soñaban con ver a sus héroes de la Fórmula 1 en acción. Uno de esos sueños se había hecho realidad para Mateo, un niño que había sido seleccionado para ver la carrera con la familia real desde un palco especial. La emoción de Mateo era contagiosa, y ver su felicidad llenaba a Lizzy de calidez.
"¡Mateo, estoy tan feliz de que estés aquí con nosotros!" le dijo Lizzy, sonriendo mientras se agachaba a su nivel. Los ojos del niño brillaban con admiración, y Lizzy supo que este momento quedaría grabado en su memoria para siempre. "¿Estás listo para ver la carrera?"
"¡Sí! ¡No puedo esperar para ver a Franco correr!" respondió el niño, su voz llena de entusiasmo.
"¡Yo tampoco! Franco es un piloto increíble," exclamó Lizzy, sintiendo que el orgullo la invadía. Era emocionante compartir este momento con Mateo y otros niños que la rodeaban, cada uno con sus propias ilusiones y sueños.
Mientras se dirigían al palco, Lizzy aceptaba con gusto los pequeños regalos que le ofrecían los fanáticos. Desde dibujos coloridos hasta pequeños peluches de los coches de carreras, todos eran tesoros que ella atesoraba. Agradecía a cada niño con dulzura, haciendo reír a los más pequeños con sus ocurrencias y su amable disposición. "¡Gracias! Esto es precioso," decía mientras recibía un dibujo de un coche de carreras con colores brillantes, sonriendo a cada uno de ellos con el corazón lleno de cariño.
Lizzy sabía que, al final del día, regresaría al castillo con las manos llenas de bolsas y sorpresas. Cada regalo, sin importar su tamaño o valor, tendría un lugar especial en su habitación y oficina, un recuerdo de los momentos compartidos y del amor que recibía a diario de sus admiradores. Había algo tan sincero en la inocencia de los niños que siempre la tocaba profundamente. Les prometía que guardaría cada dibujo y carta con cariño, y era una promesa que cumplía.
Entre los regalos, Lizzy atesoraba especialmente el dibujo que le había hecho el hijo de uno de sus guardias, quien había estado enfermo durante un tiempo. Ella había entendido la difícil situación de la familia y decidió ayudar. Al guardia le había dado el tiempo necesario libre, junto con paga extra, para que pudiera comprar los medicamentos que su hijo necesitaba. No era madre, pero comprendía la profundidad del amor de un padre y una madre por sus hijos, y sabía que sus propios padres, el rey Simón y la reina Marianella, harían lo mismo por ella.
Cuando el niño le entregó el dibujo como agradecimiento, ella sintió una oleada de emoción. Era una representación sencilla pero hermosa, con colores vibrantes que capturaban la esencia de su inocencia. Esa obra de arte ahora adornaba su oficina, junto a las cartas de otros niños y adultos que le habían escrito, cada una llevándole un mensaje de amor y admiración. Lizzy guardaba esos tesoros con esmero, en un rincón donde podía verlos y recordar el impacto que su bondad tenía en la vida de los demás.
El ambiente en el evento era electrizante, y la emoción crecía a medida que el momento de la carrera se acercaba. Los sonidos de los motores rugían a lo lejos, y Lizzy sentía que su corazón latía en sintonía con la energía que la rodeaba. Miró a Mateo y a los demás niños, quienes miraban atentamente la pista, ansiosos por ver a sus pilotos favoritos en acción. Su alegría era contagiosa, y ella sonreía, sintiendo que momentos como este eran los que realmente importaban.
"¿Sabes, Mateo? No importa quién gane hoy, lo que realmente importa es disfrutar del espectáculo y apoyarnos unos a otros," le dijo, recordándole el verdadero espíritu de la carrera.
"¡Sí! Y yo apoyo a Franco porque es el mejor!" gritó Mateo con entusiasmo, haciendo que Lizzy soltara una risita.
Mientras se acomodaban en el palco, Lizzy observaba a su alrededor, sintiendo la magia en el aire. No solo era una princesa; era una mujer que se esforzaba por hacer del mundo un lugar mejor, que se preocupaba por las vidas de los demás, y que se deleitaba en la felicidad de aquellos que la rodeaban. Los niños eran su mayor inspiración, y sabía que ella misma había sido moldeada por la bondad y el amor que sus padres le habían inculcado.
De pronto, el sonido de los motores y el estallido de la multitud hicieron que su corazón se acelerara aún más. Con un guiño hacia Mateo, quien estaba completamente embelesado, se preparó para la carrera que pronto comenzaría. Sabía que, al final del día, no solo habría visto a Franco correr, sino que también habría creado recuerdos imborrables junto a aquellos pequeños, los verdaderos protagonistas de su corazón.
A medida que los coches comenzaban a alinearse en la pista, Lizzy tomó un momento para apreciar lo que había logrado. No solo era un símbolo de la realeza, sino también una fuente de esperanza y alegría para muchos. "Esto es solo el comienzo," pensó, sintiendo que su propósito estaba más claro que nunca. Mientras se giraba para mirar a Mateo, quien estaba haciendo gestos de emoción, se dio cuenta de que su propia felicidad dependía de poder hacer felices a los demás.
La carrera comenzó, y los coches salieron disparados como flechas en la pista, pero para Lizzy, el verdadero espectáculo no eran solo los vehículos, sino la risa, los sueños y el amor que se compartían en ese palco especial.
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