Capitulo 1
El cielo de Milán estaba despejado y lleno de estrellas, brillando como diamantes sobre la majestuosa villa donde la élite italiana celebraba la gala posterior al Gran Premio de Italia. Los jardines exteriores de la villa estaban iluminados por luces doradas que se extendían a través de los árboles, como si el cielo mismo hubiera descendido para adornar la fiesta. Entre las notas suaves de éxitos románticos que flotaban en el aire y el murmullo de conversaciones, el ambiente era una mezcla perfecta de elegancia, celebración y la promesa de algo especial.
Lizzy, la princesa de Italia, caminaba con una gracia natural que solo podía venir de alguien acostumbrado a llevar el peso de la realeza en los hombros, pero sin perder la dulzura y calidez que la definían. Su largo cabello rubio caía en cascada sobre su espalda, brillando bajo la luz tenue, mientras sus ojos celestes, más profundos que el océano, observaban con curiosidad y afecto a las personas que la rodeaban. Vestida con un elegante vestido en tonos marfil, adornado con detalles dorados que acentuaban su figura delicada, su presencia era imposible de ignorar. No solo por su belleza, sino por la cercanía y humildad que emanaba, a pesar de su estatus.
Aunque acostumbrada a eventos como este, esa noche se sentía distinta. El aire vibraba con una energía que Lizzy no podía explicar, como si algo importante estuviera a punto de suceder. La conversación con los dignatarios que la rodeaban se desvanecía de sus pensamientos cuando una mano suave se apoyó en su brazo. Emma, su mejor amiga desde la infancia y una de las pocas personas que conocía el verdadero corazón de Lizzy, se inclinó para susurrarle al oído.
—Lizzy, deberías ver quién acaba de llegar —dijo Emma, con una sonrisa traviesa mientras señalaba discretamente hacia el otro lado del salón.
Lizzy siguió la mirada de su amiga, curiosa. Entre el grupo de pilotos y celebridades que recién había ingresado, sus ojos encontraron los de Franco Colapinto. Alto, con una figura atlética que denotaba su vida en el mundo de la Fórmula 1, y un porte que destilaba confianza, Franco irradiaba carisma sin esfuerzo. A pesar de ser relativamente nuevo en el circuito de carreras, su talento y magnetismo lo habían convertido en una de las estrellas en ascenso más comentadas. Lizzy lo reconoció al instante; su nombre había resonado en las conversaciones de la noche y en los medios durante semanas.
Sin embargo, lo que realmente capturó su atención no fue su fama, sino la intensidad de su mirada cuando sus ojos se encontraron. Fue como si, por un instante, el bullicio de la fiesta desapareciera, y todo lo que existía en el mundo fuera esa conexión silenciosa entre ellos. Los oscuros ojos de Franco brillaban con una profundidad que parecía atravesarla, como si supiera algo que ni siquiera Lizzy podía entender. Su corazón dio un vuelco.
Franco también había sentido algo similar. Desde que había ingresado a la villa, sus ojos se vieron irremediablemente atraídos hacia una figura al otro lado del salón. Incluso sin conocerla personalmente, había oído hablar de la princesa Lizzy, pero verla en persona superaba cualquier expectativa. Ella no solo era deslumbrante físicamente; había algo en su presencia, en la manera en que su aura irradiaba bondad y calidez. Cuando sus miradas se cruzaron, sintió una extraña pero poderosa conexión, algo más allá de la atracción.
—Vamos, no te quedes ahí parada, ve a conocerlo —insistió Emma, dándole un pequeño empujón que hizo sonreír a Lizzy.
Lizzy, aunque tímida ante la idea, sabía que no podía dejar pasar ese momento. Se disculpó amablemente de su conversación actual y comenzó a caminar hacia él, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza a cada paso. La música cambió sutilmente en ese momento, las notas mágicas de "Enchanted" de Taylor Swift llenando el aire, como si el universo mismo estuviera orquestando el momento perfecto para su primer encuentro.
Franco, al verla acercarse, enderezó su postura, aunque no apartó los ojos de ella ni por un segundo. Cuando finalmente estuvo frente a él, hizo una reverencia ligera, consciente de su estatus, pero incapaz de ocultar la sonrisa que se formaba en sus labios.
—Alteza —dijo Franco con una voz profunda pero suave, mientras sus ojos seguían atrapados en los de ella.
Lizzy, sintiendo una calidez recorrer su cuerpo, sonrió con dulzura.
—Por favor, llámame Lizzy —respondió ella, con una calidez que desarmó cualquier formalidad.
Franco, aún sosteniendo su mano delicadamente, sintió una corriente eléctrica atravesar su piel. Ambos sintieron lo mismo: una energía invisible que fluía entre ellos, algo más que simple atracción física. Era como si se hubieran conocido desde siempre, como si algo en sus almas reconociera al otro en ese preciso momento.
La conversación que siguió entre ellos fue ligera, casi trivial, hablando de la carrera, de la fiesta, de detalles intrascendentes. Pero debajo de las palabras, ambos sabían que había algo mucho más profundo, algo que no podía expresarse en palabras. La risa de Lizzy, suave y musical, hacía que Franco no pudiera apartar la vista de ella, y Lizzy, por su parte, sentía una atracción inexplicable hacia él, más allá de lo que nunca había experimentado.
De repente, la música cambió, volviéndose más lenta, más íntima. Franco, guiado por un impulso, se atrevió a dar el siguiente paso.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó, extendiendo su mano hacia ella.
Lizzy, sorprendida pero encantada, dudó solo un momento antes de aceptar. Colocó su pequeña mano en la de él, sintiendo una calidez reconfortante mientras caminaban hacia la pista de baile. Alrededor de ellos, las parejas se movían al compás de la música, pero en ese instante, para Lizzy y Franco, el mundo exterior parecía desvanecerse. Los dos se movían al unísono, como si sus cuerpos ya supieran cómo encajar perfectamente.
Franco la sostuvo con suavidad, guiándola con firmeza pero con una delicadeza que la hizo sentir protegida. Lizzy, con la cabeza apoyada ligeramente sobre su pecho, podía escuchar el ritmo constante de su corazón, que latía al mismo compás que el suyo. Por primera vez en mucho tiempo, Lizzy se sintió completamente vista, completamente entendida.
—Eres... diferente a lo que imaginaba —murmuró Lizzy en un momento de intimidad, mirándolo a los ojos.
Franco sonrió, inclinándose ligeramente para estar más cerca de ella.
—¿Diferente, en qué sentido?
—No lo sé... quizás porque me haces sentir como si no fuera la princesa de Italia, sino solo Lizzy. Y eso es algo que no todos logran.
Franco apretó su mano suavemente, manteniendo su mirada fija en la de ella.
—Eso es porque, para mí, eres solo Lizzy. Y lo que veo en ti no tiene nada que ver con un título.
La noche avanzó y, con ella, la conexión entre ambos se profundizó. Lizzy y Franco no dejaban de hablar, reír y bailar, como si fueran los únicos en la fiesta, como si el resto del mundo no existiera. Para Lizzy, cada segundo a su lado era un regalo, y Franco, quien nunca había considerado el amor como una prioridad en su vida llena de adrenalina, no podía negar que Lizzy había cambiado su mundo por completo.
Cuando la fiesta llegó a su fin, ambos sabían que, aunque habían intentado mantener su encuentro en el terreno de lo casual, lo que habían experimentado esa noche era mucho más. Mientras caminaban juntos hacia la salida, Franco se detuvo, girándose para mirarla una última vez bajo la luz suave de las estrellas.
—Esta noche ha sido... —Franco titubeó, buscando las palabras correctas—. No sé si pueda explicarlo.
Lizzy sonrió, sus ojos brillando como el cielo sobre ellos.
—No necesitas explicarlo. Yo también lo siento.
En ese momento, sin decir más, ambos supieron que algo había cambiado. Sus caminos, aunque diferentes, ahora estaban entrelazados de una manera que ni siquiera ellos podían comprender del todo.
Franco no podía quitarse a Lizzy de la cabeza. Desde aquella primera mirada en la fiesta, había algo en ella que lo había atrapado de una manera en la que nunca antes había experimentado. No era solo su belleza —aunque ella era, sin duda, la mujer más hermosa que había visto en su vida—, era algo mucho más profundo, una conexión que lo envolvía cada vez que pensaba en ella.
Recordaba con detalle la primera vez que sus ojos se cruzaron. Sus ojos azules, tan intensos y sinceros, parecían mirarlo directamente al alma. Había algo en esa mirada que lo desarmaba por completo, que lo hacía sentirse vulnerable pero también completamente cautivado. Era como si, en ese momento, hubiese encontrado lo que siempre había estado buscando sin saberlo.
Franco no podía dejar de pensar en cómo Lizzy irradiaba una calidez natural, una dulzura que se percibía en cada gesto, en cada palabra. Cada vez que reía, su sonrisa sincera iluminaba todo a su alrededor, y él se encontraba deseando ser la razón detrás de esa risa. Esa sonrisa... Dios, esa sonrisa. Podía hacer que cualquier problema se desvaneciera, y cada vez que la veía sonreír, sentía que el mundo se detenía por un instante.
Pero no solo era su dulzura lo que lo había hechizado. Lizzy era inteligente, profundamente inteligente. Tenía una mente rápida, aguda, y Franco se dio cuenta de que cada conversación con ella era un regalo. Lizzy no solo era capaz de hablar sobre temas triviales o superficiales; podía profundizar en discusiones sobre filosofía, ciencia, y la importancia de la conservación de la naturaleza, algo que él mismo había empezado a apreciar mucho más desde que la conoció. Cada palabra que salía de su boca lo fascinaba más, como si hubiera algo nuevo que aprender sobre ella en cada conversación.
Sin embargo, no podía negar el poderoso atractivo físico que también sentía hacia ella. Franco se sorprendía a sí mismo admirando cada detalle de su cuerpo, incluso en los momentos más inesperados. Recordaba cómo su cabello rubio y largo caía como una cascada de oro sobre sus hombros cada vez que se lo soltaba. Era imposible no fijarse en cómo el sol o la luz de las lámparas lo hacían brillar, como si tuviera una corona de luz que la seguía a donde quiera que fuera.
Sus ojos, esos ojos celestes, lo atraían como el mar atrae a un marinero perdido. Había algo en su mirada, algo genuino, sincero y profundo, que lo hacía sentir que no había mentiras en su corazón, que Lizzy era transparente, auténtica, y que en ella podría confiar con su vida. Esos ojos parecían contener todos los secretos del mundo, pero también una bondad infinita.
No podía dejar de admirar su figura. A pesar de su baja estatura, Lizzy tenía una presencia que llenaba cualquier habitación. Su cuerpo era tan delicado como hermoso. Franco no podía evitar notar cómo el vestido que llevaba en la fiesta delineaba perfectamente sus curvas, resaltando sus grandes pechos y su trasero que, aunque trataba de disimularlo, lo fascinaba. Había algo en la manera en que su cuerpo parecía moverse con una elegancia innata, con una suavidad que lo tenía constantemente encantado. Y cuando pensaba en lo suave que debía sentirse su piel, como el tacto del terciopelo, no podía evitar que su corazón se acelerara.
La piel de Lizzy, tan suave y dulce, como si el sol la hubiera besado delicadamente, siempre parecía cálida, como un refugio que él deseaba abrazar. Se preguntaba cómo sería sostenerla entre sus brazos, acariciar su rostro y sentir ese calor, esa energía que emanaba de ella. Incluso su aroma lo embriagaba. Franco no podía describirlo con precisión, pero había algo en su fragancia que lo hacía querer estar más cerca, perderse en su presencia.
Pero más allá de lo físico, lo que realmente lo tenía completamente perdido era la sensación de que Lizzy era su persona. Había algo en ella que lo hacía sentir que, a pesar de todas las diferencias, a pesar de sus vidas tan distintas, estaban hechos el uno para el otro. No había otra explicación. Cada gesto de Lizzy, cada palabra, cada mirada, todo parecía encajar perfectamente con él, como si fueran dos piezas de un rompecabezas que finalmente se habían encontrado.
Con el paso de los días, Franco se dio cuenta de que su atracción hacia Lizzy iba mucho más allá de lo que nunca había experimentado. No era simplemente que la encontraba hermosa o que admiraba su personalidad; era que la amaba profundamente, aunque tal vez todavía no se atreviera a decírselo. Lizzy tenía una forma de ver el mundo que lo inspiraba, lo hacía querer ser una mejor persona. Él, que siempre había sido reservado y concentrado en su carrera, ahora se encontraba imaginando un futuro diferente, uno donde ella estuviera a su lado.
Franco empezó a observar cada pequeño detalle de Lizzy, con la atención que solo alguien profundamente enamorado podría tener. Se dio cuenta de cómo su voz cambiaba ligeramente cuando hablaba de algo que amaba, cómo sus ojos brillaban cuando mencionaba a los animales, o cómo se sonrojaba levemente cuando él la miraba con intensidad. Todo en ella le resultaba perfecto, desde la forma en que se mordía el labio cuando estaba pensativa, hasta la manera en que jugueteaba con un mechón de su cabello cuando estaba nerviosa.
Había momentos en los que Franco simplemente se quedaba observándola en silencio, maravillado de cómo una persona podía ser tan perfecta. Y aunque sus amigos, pilotos o colegas intentaban distraerlo, nada lograba apartarlo de su pensamiento constante: Lizzy. Todo lo demás parecía desvanecerse a su alrededor cuando ella estaba cerca.
En cada encuentro, Lizzy lo dejaba aún más cautivado. Cada vez que sus manos se rozaban por accidente, Franco sentía una corriente eléctrica recorrer su cuerpo. Cada sonrisa, cada risa compartida era un recordatorio de lo afortunado que se sentía de haberla encontrado. Había algo tan mágico en ella que lo hacía creer en el destino, como si todo en su vida lo hubiese llevado a ese preciso momento, a esa mujer que, de alguna manera, lo entendía sin necesidad de palabras.
Franco sabía que estaba completamente enamorado. Lo supo el día que, mientras estaba solo en su habitación de hotel, revisando algunos mensajes, se sorprendió a sí mismo sonriendo sin razón aparente. Entonces se dio cuenta de que estaba pensando en Lizzy, en cómo había pronunciado su nombre esa tarde con una dulzura que él jamás olvidaría. Desde ese instante, supo que Lizzy no era solo una mujer más en su vida. Ella era la mujer. Su mujer.
Todo en ella lo fascinaba. Desde su dulzura al hablar con las personas que la rodeaban, hasta cómo tomaba decisiones con una claridad e inteligencia que lo dejaban asombrado. Franco sabía que Lizzy era la clase de mujer que podía conquistar al mundo si así lo deseara, pero lo que más admiraba en ella era su sencillez, su manera de preocuparse por las personas a su alrededor, y su capacidad de hacer sentir especiales a quienes la conocían.
Con el paso de las semanas, Franco se dio cuenta de que no podía imaginar su vida sin Lizzy.
Franco había pasado días y noches pensando en Lizzy, pero lo que había comenzado como una simple atracción, pronto se convirtió en algo mucho más profundo. Era un sentimiento que lo envolvía por completo, que lo hacía sentir como si no pudiera respirar correctamente cuando ella no estaba cerca. Estaba enamorado. Y no se trataba solo de que su físico lo hipnotizara —aunque lo hacía—, sino de cómo todo lo que era Lizzy había comenzado a llenar cada rincón de su mente y su corazón.
Se dio cuenta de que no podía imaginar su vida sin ella, que la necesitaba no solo como una compañía pasajera, sino como alguien con quien compartirlo todo. Quería ser suyo. Quería despertar cada mañana con la certeza de que ella estaría a su lado, escuchar su risa suave, ver su sonrisa sincera al abrir los ojos. Quería su vida con ella, de principio a fin, y no le importaba cuánto tuviera que hacer para conseguirlo.
Franco estaba absolutamente encantado por Lizzy, por todo lo que la conformaba. Era imposible no sentirse atraído por su forma de ser tan única. Cada vez que estaban juntos, ella siempre encontraba una forma de hacerlo reír, a veces sin siquiera intentarlo. Sus ocurrencias, esos comentarios ingeniosos que soltaba de repente, lo sorprendían y lo hacían sonreír como un tonto. Nadie más podía sacarle esas sonrisas, esa risa genuina que salía desde lo más profundo de su ser. Con Lizzy, todo parecía más fácil, más ligero. Su compañía le ofrecía una paz que no había sentido en mucho tiempo, una calma que lo hacía sentir completo.
Y no solo era divertida, sino que tenía una sabiduría innata que siempre lo sorprendía. A veces, cuando Franco se sentía perdido o abrumado por las decisiones que tenía que tomar, Lizzy siempre sabía qué decir. Tenía la palabra justa, el consejo perfecto que lo ayudaba a ver las cosas con claridad. No había nadie como ella, y él se encontraba buscando su aprobación, queriendo escuchar su opinión en todo lo que hacía, simplemente porque ella tenía una forma tan especial de entender el mundo.
Con cada día que pasaba, Franco descubría nuevas razones para amarla. No podía dejar de admirar su inteligencia. Lizzy no solo era brillante, sino que lo demostraba con una humildad que lo impresionaba. En cada lugar al que iban, ella siempre lograba captar la atención de todos sin siquiera intentarlo. No era que buscara ser el centro de atención, pero su sola presencia atraía miradas. Su encanto era innegable, y lo que más le fascinaba era cómo, cuando la gente la conocía, inmediatamente se encariñaban con ella. Solo por existir, Lizzy tenía la capacidad de hacer que las personas se sintieran bien, de iluminar la vida de quienes la rodeaban.
Su voz, esa dulce voz angelical, lo tenía completamente hechizado. Cada vez que hablaba, Franco sentía que escuchaba una melodía, como si una sirena lo estuviera llamando. Había algo en su tono, en la suavidad de sus palabras, que lo hacía sentir como si estuviera flotando. Su voz era melosa, cálida, una especie de refugio para su alma, y él se encontraba deseando escucharla todo el tiempo. Quería que Lizzy le hablara de todo y de nada, que llenara los silencios con esa melodía suave que lo tranquilizaba y lo hacía sentir que todo estaba bien en el mundo.
Lizzy tenía un corazón tan sincero que a veces Franco se preguntaba cómo era posible que existiera alguien tan puro, tan genuino. En un mundo lleno de personas complicadas y engañosas, ella era una rareza. Lizzy no conocía la maldad, no había en ella ni una pizca de oscuridad o egoísmo. Era buena hasta el alma, y eso lo volvía loco de amor por ella. Le asombraba que alguien pudiera ser tan buena, tan dulce, sin esperar nada a cambio. Ella simplemente daba, compartía su luz con los demás sin ningún esfuerzo, y él se encontraba deseando proteger esa bondad, asegurarse de que nada ni nadie pudiera corromper esa pureza que la hacía tan especial.
Era como si Lizzy fuera la personificación del amor, el bien en su forma más pura. Todo en ella era inocente, desde la manera en que miraba el mundo con asombro, hasta sus pequeñas ocurrencias que siempre lograban sacarle una sonrisa. Franco se sentía bendecido por conocerla, por haber tenido la oportunidad de descubrir cada uno de sus matices. Lizzy era especial, única, diferente de cualquier otra persona que hubiera conocido. Su inocencia, su bondad, y esa paz que emanaba naturalmente la hacían resplandecer, como si fuera un faro en medio de la tormenta.
Cada vez que pensaba en Lizzy, Franco se sorprendía de lo afortunado que era por tenerla en su vida. No podía dejar de maravillarse con cada uno de sus rasgos, sus sonrisas, su forma de ser. La forma en que su bondad irradiaba hacia los demás, cómo su paz interna se reflejaba en cada movimiento. Lizzy no solo era hermosa por fuera, sino que lo era aún más por dentro. Franco estaba completamente encantado, atrapado en su red, y no tenía intenciones de salir. Quería quedarse ahí para siempre.
Con el paso del tiempo, Franco se dio cuenta de que Lizzy lo había cambiado. Antes de conocerla, solía ser alguien más cerrado, más enfocado en su carrera, en sus metas. Pero ahora, Lizzy le había mostrado otro tipo de felicidad, uno que no dependía de logros materiales, sino de las conexiones humanas, del amor sincero. Ella lo hacía querer ser mejor, no solo para ella, sino también para sí mismo. Era como si ella hubiera sacado a relucir una parte de él que había estado dormida, una parte que solo ella podía despertar.
Franco sabía que no era solo una fase. No era un simple enamoramiento pasajero. Lo que sentía por Lizzy era profundo, real, y estaba dispuesto a todo para asegurarse de que ella supiera cuánto la amaba. Cada vez que la veía, cada vez que escuchaba su risa suave o sentía el roce accidental de sus manos, su corazón latía más rápido. Quería gritar al mundo que Lizzy era suya, pero más que eso, quería que Lizzy quisiera ser suya también.
Franco no tenía dudas de que Lizzy era la mujer de su vida. Nunca antes había sentido algo así, y sabía que nunca volvería a sentirlo por nadie más. Era ella, siempre había sido ella, desde el primer momento en que la vio, desde la primera vez que escuchó su voz angelical. Y ahora, todo lo que quería era construir un futuro a su lado.
Cada vez que la veía interactuar con los demás, se sorprendía de lo fácil que era para ella hacer amigos, ganarse el cariño de todos con solo una sonrisa o una palabra amable. Lizzy no tenía que esforzarse para hacer que la gente la amara; su sola presencia era suficiente para derretir incluso los corazones más fríos. Franco sabía que era uno de esos corazones. Había vivido tanto tiempo protegiéndose, sin dejar que nadie lo tocara de verdad, pero con Lizzy había sido diferente. Ella lo había desarmado por completo, lo había hecho bajar todas sus defensas.
Ahora, todo lo que Franco deseaba era hacerla feliz, porque sabía que si ella era feliz, él también lo sería. Quería estar con ella en cada paso de su vida, ser su apoyo, su refugio, su compañero. Franco sabía que Lizzy era el amor de su vida, y cada día que pasaba junto a ella lo confirmaba aún más.
Lizzy era una mujer única, tan especial que a veces Franco se preguntaba cómo había tenido la suerte de cruzarse en su camino. Todo en ella lo fascinaba, desde sus pequeñas ocurrencias hasta sus profundas reflexiones, desde su risa melodiosa hasta su bondad infinita. Franco estaba enamorado, y ahora sabía que no solo quería estar con Lizzy, sino que necesitaba estar con ella. Porque Lizzy no solo era alguien a quien amaba, sino que era su hogar, su refugio, la persona con la que quería pasar el resto de su vida.
La conexión entre Franco y Lizzy se profundizaba día a día, y él se encontraba maravillado por cada nueva faceta de su personalidad. Desde el momento en que la conoció, Franco había sentido una atracción inexplicable, una conexión que iba más allá de la apariencia física. Por supuesto, no podía evitar admirar su cabello rubio y largo, que caía en suaves ondas sobre sus hombros, ni su sonrisa sincera que iluminaba su rostro y lo hacía sentir que todo en el mundo era posible. Pero lo que realmente lo cautivaba era la esencia misma de Lizzy, su calidez y bondad que iluminaban cada rincón que tocaba.
Era impresionante cómo, a pesar de su título y del poder que su posición conllevaba, Lizzy se mantenía increíblemente cercana y humana. Franco la observaba mientras se acercaba a escuchar a sus empleados, memorizando sus nombres y sus historias. Esa capacidad de conexión venía de sus padres, Marianella y Simón, quienes habían inculcado en ella la importancia de la empatía y la bondad. Lizzy no solo era una princesa; era un ser humano en el más puro sentido de la palabra. Su corazón noble la guiaba a tratar a todos con amor y respeto, desde los altos dignatarios hasta los ciudadanos comunes que se acercaban a ella por una palabra de aliento.
La forma en que Lizzy interactuaba con la gente era verdaderamente inspiradora. Franco recordaba una tarde en particular en la que la vio conversar con un grupo de ancianos que vivían cerca del castillo. Ella se agachó a su altura, sonriendo mientras escuchaba atentamente sus historias de vida, con un brillo en los ojos que mostraba cuánto le importaba. La manera en que los ancianos sonreían y reían en su presencia era un testimonio de su carácter. Ella tenía una habilidad especial para hacer que las personas se sintieran valoradas y queridas, algo que Franco sabía que no era común en alguien de su posición.
La relación de Lizzy con sus hermanos también lo fascinaba. Theo y Nina, los trillizos, eran una parte esencial de su vida. Franco había notado que aunque Nina y Lizzy eran físicamente idénticas, sus personalidades eran opuestas. Lizzy era como el sol: luminosa, enérgica, risueña y bondadosa. Nina, por el contrario, era más tranquila y seria, como la luna, aunque igualmente apasionada y fuerte. Franco había aprendido a diferenciarlas; no solo por su apariencia, sino también por cómo cada una iluminaba el espacio a su manera. En esos momentos, Franco sentía una gran admiración por la familia de Lizzy. Eran personas maravillosas, criadas en un hogar lleno de amor, pasión e inteligencia.
A pesar de sus diferencias, los trillizos se amaban profundamente. Theo, aunque físicamente distinto, compartía con Lizzy una nobleza y romanticismo que lo hacía igual de especial. Franco sabía que Theo haría lo que fuera por su hermana, y esa devoción lo tocaba. Era un recordatorio constante de lo afortunada que era Lizzy de tener una familia tan amorosa.
Cada día que pasaba, Franco se sentía más encantado con Lizzy. Se sorprendía de cómo lograba hacerle reír sin razón, con sus ocurrencias espontáneas y su capacidad de ver el lado bueno de la vida. Cada risa, cada sonrisa, cada pequeño gesto de amor la hacía aún más especial ante sus ojos. Era una mezcla perfecta de dulzura e inteligencia, y Franco no podía evitar sentirse atraído hacia ella. Le fascinaba cómo cada vez que ella hablaba, sus palabras parecían brotar de una fuente de sabiduría. Era como si siempre tuviera una respuesta adecuada para cada situación, algo que lo reconfortaba y lo hacía sentir seguro.
Franco se dio cuenta de que deseaba ser parte de su vida, no solo como el piloto de carreras que la había impresionado una noche en una gala, sino como su compañero, su confidente, su amor. Quería compartir con ella todo lo que la hacía tan especial. Se imaginaba a sí mismo en su mundo, enfrentando juntos los desafíos y disfrutando de los momentos simples, como pasear por los jardines del castillo o leer un libro juntos en la tranquilidad de una tarde.
La forma en que Lizzy amaba a los niños y a los animales lo dejaba sin palabras. Era increíble cómo podía convertirse en una niña de nuevo cuando se encontraba con un perrito perdido o con un grupo de niños riendo en el parque. Franco sonreía cada vez que la veía correr hacia un animal, con los ojos brillantes y una risa que parecía ser la melodía más dulce que jamás había escuchado. Ella no solo los acariciaba; los llenaba de amor. Era como si tuviera un imán que atraía a todos los seres vivos a su alrededor, y eso lo hacía sentir aún más afortunado por tenerla en su vida.
La calidez de su presencia era contagiosa. Siempre que estaba cerca de ella, Franco se sentía ligero, como si el peso del mundo se desvaneciera. La bondad y la energía que irradiaba eran capaces de cambiar el ambiente en segundos. Se dio cuenta de que, a donde quiera que iba, la gente la miraba con admiración y cariño, y no podía evitar sentirse orgulloso de estar a su lado.
Franco había llegado a comprender que, en cada encuentro, cada mirada y cada risa compartida, había algo mágico, algo que lo hacía desear ser el mejor hombre que podía ser. La forma en que ella lo hacía sentir era incomparable, como si cada día estuviera destinado a hacerle recordar lo bueno de la vida. Quería protegerla, hacerla feliz y asegurarse de que siempre tuviera una sonrisa en el rostro. Era como si ella fuera la representación del amor mismo, la personificación del bien en un mundo a menudo complicado.
Con cada momento que pasaban juntos, Franco se enamoraba más profundamente de Lizzy. Su corazón se llenaba de un amor sincero y puro que no había experimentado antes. La forma en que su voz suave resonaba en su mente, la melodía de su risa, todo en ella era una canción que quería escuchar una y otra vez. Era su música, su aliento, su paz.
Franco sentía que había encontrado a su persona, a su alma gemela. Se imaginaba un futuro juntos, lleno de aventuras y risas, de compartir sus sueños y superar juntos cualquier obstáculo. Y en esos momentos de profunda reflexión, se dio cuenta de que quería ser suyo, completamente, sin reservas. Quería construir una vida a su lado, llena de amor, de risas y de felicidad. Sabía que Lizzy era especial, que era única, y estaba decidido a demostrarle cuánto significaba para él.
Con cada día que pasaba, Franco se sentía más agradecido por tener a Lizzy en su vida. Se preguntaba cómo había tenido tanta suerte de cruzarse con ella, de haber encontrado a alguien tan puro y tan lleno de luz. Era su amor, su amiga, su compañera, y todo lo que había esperado encontrar. A pesar de las diferencias de sus mundos, él sabía que estaban destinados a estar juntos. Había algo en ella que lo hacía sentir completo, como si todas las piezas de su vida finalmente encajaran.
Mientras caminaban por los jardines del castillo, rodeados de flores que florecían en una explosión de colores vibrantes, Franco tomó la mano de Lizzy, entrelazando sus dedos con ternura. Se detuvieron en un claro, donde la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un ambiente mágico. La miró a los ojos y supo que ese era el momento perfecto para expresar todo lo que sentía.
—Lizzy —comenzó, su voz temblando ligeramente por la emoción—. No sé cómo explicar lo que siento por ti. Desde el momento en que te conocí, supe que había algo especial en ti. Eres increíble, no solo por tu belleza, sino por la bondad que irradias. Cada día me enamoro más de ti.
Lizzy lo miró con sorpresa, sus ojos azules brillando con la luz del sol. Franco sintió que el tiempo se detenía mientras ella absorbía sus palabras. Su corazón latía con fuerza, esperando su respuesta. Quería que supiera cuánto la valoraba, cuánto deseaba compartir su vida con ella.
—Franco... —dijo, su voz suave y melodiosa—. No sé qué decir. Me siento igual. Desde que te conocí, has traído luz a mi vida de una manera que no puedo describir. Eres diferente, y eso me encanta.
Las palabras de Lizzy llenaron a Franco de esperanza. Con cada mirada, cada sonrisa, cada momento compartido, sabía que estaban construyendo algo hermoso. Era el inicio de una historia que ni él ni Lizzy habían imaginado, pero que, en ese instante, se sentía inevitable.
Bajo la luz del sol, rodeados de flores y con el viento acariciando suavemente sus rostros, Franco y Lizzy se dieron cuenta de que no solo eran dos personas que se habían encontrado en un mundo vasto y complicado. Eran dos almas destinadas a entrelazarse, a apoyarse y a amarse profundamente. En ese momento, Franco supo que Lizzy era su hogar, su refugio, su todo.
Lizzy sintió cómo su corazón latía con fuerza cuando escuchó las palabras de Franco. El aire a su alrededor parecía vibrar con una energía nueva, y su mundo, que solía estar regido por las reglas y el protocolo, se sentía repentinamente más ligero, más vivo. Había algo en la forma en que él la miraba, como si en sus ojos verdosos y miel pudiera ver un futuro lleno de posibilidades. La dulzura de su voz, combinada con la pasión que emanaba de su presencia, la hacía sentir cosas que nunca había experimentado antes.
Cada día a su lado era una nueva aventura, un torrente de emociones que la hacía sentir viva. Franco era como un huracán, arrastrándola con su energía y su carisma. Ella se dio cuenta de que, aunque provenían de mundos opuestos, había una chispa entre ellos que no podía ignorar. Mientras él la hacía reír y se lanzaba a la vida con una valentía contagiosa, ella encontraba en él un refugio, un espacio donde podía ser verdaderamente ella misma.
A diferencia de su vida como princesa, donde se esperaba que mantuviera la compostura y la seriedad, con Franco podía permitirse la locura, la diversión y la risa. En su presencia, se sentía liberada de las cadenas del protocolo. No había lugar para la timidez; él la desafiaba a ser audaz y espontánea. Con él, podía bailar bajo la lluvia, saltar en charcos y jugar videojuegos hasta que la noche se convirtiera en un mar de estrellas.
Lizzy se sintió llena de adrenalina y pasión, como si cada momento a su lado le recordara que estaba viva, que había más en su existencia que simplemente cumplir con expectativas. Cada sonrisa de Franco encendía algo dentro de ella, y cada mirada suya le decía que podía ser poderosa, fuerte y libre. Era un sentimiento renovador, y ella sabía que nunca querría dejarlo ir.
Le gustaba todo de él: su cabello castaño, su sonrisa deslumbrante y esa mirada sincera que parecía atravesar su alma. Franco no solo era atractivo; su esencia era hipnotizante. La forma en que él se movía por la vida, con una confianza inquebrantable y una pasión por todo lo que hacía, la inspiraba a romper con las limitaciones que le imponía su título. Era una mezcla perfecta de locura y dulzura, y le encantaba cada parte de él.
Lizzy se dio cuenta de que Franco la hacía sentir como si fuera más que una simple princesa; la hacía sentir como una mujer con sueños, deseos y la capacidad de hacerlos realidad. Era el tipo de persona que la empujaba a descubrirse a sí misma, a explorar quién era realmente sin las etiquetas que a menudo la definían. Junto a él, se sentía como una niña, llena de curiosidad y alegría, y en esos momentos, todo lo que importaba era el amor que compartían.
—Franco —dijo finalmente, sus ojos brillando con emoción—, no sé cómo explicarlo, pero contigo me siento viva. Me haces sentir cosas que nunca imaginé que podría sentir. Eres... eres todo lo que nunca supe que necesitaba.
Franco sonrió, y su mirada se suavizó mientras sus manos se entrelazaban con las de ella. En ese instante, Lizzy supo que él también sentía lo mismo. Había una conexión que trascendía las palabras, un lazo que los unía de una manera casi mágica.
—Eres más que una princesa para mí, Lizzy —respondió él, su voz profunda y sincera—. Eres única. Me encanta la forma en que te iluminas al hablar de las cosas que amas, desde los videojuegos hasta los días de lluvia. Eres poderosa, y no necesitas un título para demostrarlo. Eres tú, y eso es suficiente.
Esas palabras resonaron en su corazón. La aceptaba tal como era, sin importar las normas que regían su vida. Con él, podía ser simplemente Lizzy, la chica que amaba bailar y reír, que disfrutaba de la música y los libros, que se maravillaba con cada pequeño detalle del mundo. Era una liberación. Era todo lo que había deseado ser, y Franco era el hombre que la hacía sentir así.
El aire se llenó de una sensación de expectativa mientras sus miradas se entrelazaban. Lizzy sintió que su mundo se alineaba de una manera que nunca había experimentado antes. Era como si todo encajara: sus sueños, sus anhelos, sus deseos. En ese instante, supo que estaba dispuesta a abrir su corazón y entregarse a esta nueva y emocionante aventura.
—Franco —dijo, su voz temblorosa de emoción—, contigo quiero ser la mejor versión de mí misma. Quiero reír, bailar, y hacer locuras juntos. Quiero ser tu compañera en cada paso del camino, y quiero que sepas que estoy profundamente enamorada de ti.
Las palabras fluyeron de sus labios, y mientras las decía, sintió que una carga se levantaba de sus hombros. Era un acto de valentía, una declaración que llevaba tiempo guardando en su corazón. Y en ese momento, mientras los ojos de Franco se iluminaban con sorpresa y alegría, Lizzy supo que había tomado la decisión correcta.
—Oh, Lizzy —dijo Franco, su voz llena de emoción—. No tienes idea de cuánto significa eso para mí. Desde el primer momento en que te vi, supe que había encontrado a alguien especial. Eres todo lo que he buscado, y más.
Con esas palabras, Franco se inclinó hacia ella, y sus labios se encontraron en un beso que selló todo lo que sentían. Fue un momento cargado de pasión, de promesas y de amor puro. Lizzy sintió que su corazón estallaba de felicidad. Cada segundo que pasaba junto a él confirmaba que había encontrado su lugar en el mundo, su hogar en su amor.
Bajo la luz del sol, rodeados por la belleza del jardín, Franco y Lizzy se sintieron completos el uno con el otro. Habían cruzado la frontera entre sus mundos, y no había vuelta atrás. El futuro era incierto, pero juntos, sentían que podían enfrentar cualquier cosa. Estaban dispuestos a explorar lo que significaba estar enamorados, a descubrir la belleza de su amor y a disfrutar de cada momento que les ofrecía la vida.
Con cada sonrisa, cada risa compartida y cada beso robado, Franco y Lizzy construyeron un nuevo capítulo en su historia, uno lleno de amor, aventuras y la promesa de un futuro juntos. Y mientras el sol brillaba sobre ellos, supieron que, a pesar de las diferencias y desafíos, su amor era la fuerza que los uniría para siempre. Lizzy era suya, y él era de ella, un vínculo eterno que desafiaba todas las expectativas y normas.
Franco había caído profundamente enamorado de Lizzy, cada rincón de su ser lo atraía como un imán. Ella era un espectáculo de dulzura y bondad, con su cabello rubio y largo que parecía atrapar la luz del sol, su sonrisa sincera que iluminaba el día más gris, y esos ojos azules que, como dos mares profundos, le hablaban sin necesidad de palabras. Era la forma en que su piel suave brillaba a la luz, la manera en que su risa podía llenar de alegría cualquier habitación y cómo su risa era un canto de sirena que llamaba a la felicidad. Cada vez que Franco se encontraba con ella, sentía que su corazón daba un vuelco, un recordatorio constante de que había encontrado a alguien extraordinario, alguien que hacía que su mundo cobrara sentido.
Era un torrente de emociones, un huracán de sentimientos, una combinación perfecta de admiración y devoción. Franco se sentía afortunado al conocer a alguien como Lizzy, cuya bondad brillaba a través de cada acción y cada gesto. A pesar de ser una princesa, nunca se comportaba como tal; se acercaba a la gente con una humildad y un respeto que lo dejaba sin palabras. Se tomaba el tiempo para escuchar las historias de los empleados del castillo, conocía sus nombres y los trataba como si fueran parte de su familia. Esa conexión genuina, esa capacidad de ser humana, provenía de la nobleza de su madre, Marianella, y de la inteligencia y pasión de su padre, Simon.
Franco admiraba cómo Lizzy se dedicaba a su gente, cómo cada interacción era un recordatorio de que la grandeza no se medía por el título que llevabas, sino por el amor que brindabas. Cada vez que la veía sonreírle a un anciano o jugar con un niño, su corazón se llenaba de una calidez indescriptible. Ella era un rayo de luz en un mundo a veces sombrío, y Franco no podía evitar sentirse atraído por esa luminosidad. La forma en que los niños la miraban, con ojos llenos de adoración, y cómo los animales respondían a su energía pura, eran testamentos de su belleza interior.
Por otro lado, no podía dejar de pensar en lo afortunado que era de tenerla a su lado. Era como si su existencia diera un nuevo sentido a la palabra amor, y Franco anhelaba ser parte de su vida, de su historia. Ella lo hacía sentir vivo, lo llenaba de adrenalina y pasión. Sus personalidades opuestas creaban una chispa que iluminaba cualquier habitación. Mientras que Lizzy era dulce y tranquila, Franco era un torbellino de energía. Ella lo equilibraba, y él la animaba a dejarse llevar. Juntos eran una fuerza de la naturaleza, una combinación perfecta de calma y tormenta.
Lizzy no solo lo atraía físicamente; su personalidad era un regalo. Cada vez que Franco escuchaba su risa, su corazón saltaba. Era una risa que podía despejar las nubes y hacer que el sol brillara. Ella tenía una forma única de hacer que todos se sintieran especiales, y eso la hacía aún más hermosa a los ojos de Franco. Le encantaba la manera en que sus ojos se iluminaban cuando hablaba de sus pasiones, de la música, de los videojuegos, de la naturaleza. Lizzy era pura energía, y su vitalidad contagiaba a todos a su alrededor.
Cada momento a su lado era mágico. Cuando bailaban bajo la lluvia, él podía ver cómo se liberaba de todas las preocupaciones y se entregaba al momento. Era como si la lluvia fuera un símbolo de su libertad, y Franco no podía evitar desear que esos momentos nunca terminaran. Era en esos instantes cuando ella se convertía en su Lizzy, sin títulos ni responsabilidades, solo una chica que amaba vivir. Su amor por la vida era contagioso, y Franco se encontró deseando ser parte de cada uno de esos momentos.
Lizzy también amaba su nombre. Aunque todos la llamaban Lizzy, su verdadero nombre, Mar Elisabetta, tenía una historia tan hermosa como ella misma. "Mar" era un homenaje a su amor por el océano y a su madre, Marianella. En su mente, el mar siempre había sido un refugio, un lugar donde podía soñar y dejar que su imaginación navegara libremente. Y "Elisabetta," un nombre que le recordaba a su difunta abuela, significaba "regalo de Dios." Cuando Franco decía su nombre completo, con esa pronunciación suave y melodiosa, ella sentía que su corazón se llenaba de alegría. Esa era una de las razones por las que Franco adoraba su nombre; le encantaba cómo sonaba en sus labios y cómo le hacía sentir.
Lizzy anhelaba un amor tan puro como el que habían tenido sus abuelos. A menudo compartía la historia de Lorenzo y Elizabeth con Franco, cómo se habían enamorado a pesar de las adversidades. Esa lucha por su amor la inspiraba y la hacía creer en el poder de una conexión genuina. Era un amor verdadero, que perduró a través de los años, y Lizzy quería experimentar lo mismo con Franco. Sabía que él la amaba por quien era, no por su título o su posición. Su amor era real y sincero, y eso la hacía sentir viva.
Franco la miraba con ternura mientras ella compartía esas historias, sabiendo que también quería ser parte de su narrativa. Sabía que ella soñaba con un amor que superara cualquier obstáculo, y se comprometió a darle eso y más. La forma en que sus ojos brillaban mientras hablaba de sus abuelos y padres era un reflejo de la pureza de su corazón. Franco quería ser el protagonista de su historia, un compañero que la acompañara en cada aventura, un amor que duraría toda la vida.
Mientras compartían esos momentos, se dieron cuenta de que, en su esencia, se complementaban de una manera única. Lizzy era su luz, y él era su sombra, siempre presente para apoyarla y protegerla. Era un amor que iba más allá de lo superficial, un amor que se cultivaba en la profundidad de sus corazones. Se entendían de una manera que desafiaba toda lógica, y Franco se dio cuenta de que cada día a su lado era un regalo, una promesa de un futuro lleno de amor y aventuras.
Con cada palabra, cada risa compartida, Franco se dio cuenta de que no solo quería ser el príncipe en la vida de Lizzy, sino que quería ser su refugio, su confidente, el compañero que la llevaría a bailar bajo la lluvia y a compartir los pequeños momentos que hacían que la vida fuera extraordinaria. En el fondo de su corazón, sabía que había encontrado a su persona, y estaba decidido a demostrarle que su amor sería siempre puro y sincero. Juntos, serían el tipo de amor que inspiraría a generaciones futuras, un amor tan fuerte que nada podría separarlos.
Lizzy y Franco estaban destinados a estar juntos, un amor que, como el de sus abuelos, resistiría la prueba del tiempo. El futuro les aguardaba, lleno de promesas y sueños compartidos, y ambos estaban listos para abrazarlo, por fin, como lo que eran: dos almas gemelas que habían encontrado su camino el uno hacia el otro.
Mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de las colinas, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados, Lizzy y Franco se encontraban en el jardín del castillo, rodeados de flores que parecían cobrar vida con la luz. Lizzy, con su cabello rubio ondeando suavemente, compartía las historias románticas que habían moldeado su visión del amor, y Franco la escuchaba con una atención casi reverencial, maravillado por cada palabra que brotaba de sus labios.
"Te cuento sobre mis abuelos," dijo Lizzy, su voz melodiosa como una suave brisa, "Lorenzo y Elizabeth tenían un amor tan profundo, tan real, que superó cualquier obstáculo. A pesar de las estrictas normas de la corte, ellos se encontraban a escondidas en la fuente de Trevi. Era su refugio, un lugar donde podían ser solo ellos, lejos de los ojos críticos y las expectativas."
Franco la miraba con admiración, sintiendo que cada historia que compartía iluminaba aún más su corazón. "¿Y qué hacían cuando estaban allí?" preguntó, ansioso por saber más.
Lizzy sonrió, recordando. "Se prometían amor eterno. Lorenzo le decía a Elizabeth que la amaba más que a su propia vida, que nada en el mundo podría separarlos. A veces, la llenaba de flores y le cantaba canciones que había compuesto solo para ella. Eso la hacía sonreír, y cuando ella sonreía, el mundo a su alrededor se detenía."
"Debió ser hermoso," comentó Franco, sintiendo cómo su propio corazón latía con fuerza al imaginar esa escena. "Un amor que lucha contra todo en nombre de la pasión y el deseo."
"Así es," continuó Lizzy, su mirada perdida en los recuerdos. "Siempre pensaban en su futuro juntos. Lorenzo le prometió que algún día serían felices, sin importar lo que costara. Y esa promesa se volvió realidad. Se casaron en una ceremonia mágica, rodeados de amigos y familiares que finalmente aceptaron su amor. Lo que había comenzado como un amor prohibido se convirtió en un ejemplo de verdadero compromiso."
Franco sintió un brillo en los ojos, incapaz de contener su devoción mientras la miraba. "¿Y tú? ¿Qué es lo que esperas encontrar en tu propia historia de amor, Lizzy?"
Lizzy se detuvo un momento, sintiendo el peso de la pregunta. "Quiero un amor que me haga sentir viva, uno que me haga reír y llorar, uno que me permita ser completamente yo misma. Quiero un amor que no esté basado en el estatus o en lo que uno tiene, sino en lo que uno es. Algo puro, como lo que tuvieron mis abuelos."
"Lo tendrás," prometió Franco, su voz profunda y sincera. "Te prometo que lucharé por nosotros. Haré todo lo posible para que tu amor sea aún más especial, aún más puro. Te prometo una historia llena de momentos que nos dejen sin aliento."
"¿De verdad crees que puedes darme eso?" Lizzy lo miró con una mezcla de esperanza y desafío, su corazón latiendo con fuerza.
"Creo que juntos podemos crear algo increíble," respondió Franco, inclinándose un poco hacia ella. "Cada momento que paso contigo me hace querer ser mejor, ser más valiente. Tu luz ilumina incluso mis días más oscuros."
"Eres dulce, Franco," dijo Lizzy, su voz un susurro lleno de emoción. "Nunca he conocido a nadie como tú. Eres un huracán en mi vida, y eso me asusta y me emociona a la vez."
"Y tú eres como un amanecer, Lizzy," él respondió, su mirada fija en ella. "Eres todo lo que he querido, todo lo que necesito. Me haces sentir que todo es posible. Quiero que siempre sepas que estoy aquí para ti, en cada paso del camino."
Lizzy se sonrojó, sintiendo que sus palabras la envolvían como un cálido abrazo. "Me haces sentir tan segura, Franco. Quiero que me cuentes más sobre ti, sobre cómo te sientes, sobre tus sueños."
"Desde que te conocí, mis sueños han cambiado," dijo él, su voz grave y llena de sinceridad. "Antes pensaba que solo quería ser un gran piloto, conseguir fama y éxito. Pero ahora, cada vez que te miro, me doy cuenta de que lo único que realmente quiero es hacerte feliz. Mi corazón late por ti, Lizzy. Todo lo que he hecho ha valido la pena si eso significa estar a tu lado."
"¡Oh, Franco!" exclamó ella, sus ojos brillando de felicidad. "Tienes una forma de hacerme sentir que todo es posible. Me haces querer soñar más, soñar en grande."
"Entonces soñemos juntos," sugirió él, tomando su mano con suavidad. "Imaginemos nuestro futuro, lo que podríamos construir. Quiero viajar contigo, conocer nuevos lugares, experimentar la vida juntos. Te prometo que cada día será una nueva aventura."
Lizzy sonrió, sintiendo que su corazón se expandía de alegría. "Eso suena perfecto. Quiero explorar el mundo contigo, vivir nuevas experiencias. Y también quiero construir algo aquí, en casa. Quiero hacer sonreír a la gente, como tú me haces sonreír a mí."
"Seremos un equipo," prometió Franco, su mirada firme. "Te prometo que siempre estaré a tu lado, apoyándote y alentándote. No importa lo que pase, siempre serás mi prioridad."
Lizzy sintió una oleada de emoción. "¿Y si las cosas se complican? ¿Y si hay desafíos que no podemos superar?"
"Siempre habrá desafíos," Franco respondió con confianza. "Pero con amor, como el que siento por ti, podremos superar cualquier cosa. Te prometo que siempre encontraré la forma de hacerte sonreír, incluso en los momentos difíciles."
"Me haces sentir tan afortunada," dijo Lizzy, sintiendo que las lágrimas de felicidad se acumulaban en sus ojos. "Te prometo que también haré lo mismo por ti. Quiero ser tu apoyo, tu refugio, lo que necesites."
"Y yo quiero ser tu hogar," susurró Franco, su voz llena de sinceridad. "Eres mi todo, Lizzy. Desde que te conocí, mi vida ha cambiado. Quiero hacerte feliz, hoy y siempre."
En ese momento, la brisa suave acarició sus rostros, y el mundo pareció desvanecerse. Franco se inclinó hacia ella, su rostro acercándose, y Lizzy sintió un cosquilleo en el estómago. "Te prometo un amor más puro y especial, un amor que hará historia," murmuró Franco, y antes de que pudiera pensar, sus labios se encontraron en un beso suave, lleno de promesas.
Lizzy cerró los ojos, sintiendo cómo su corazón latía al unísono con el de Franco. Era un beso que sellaba su conexión, un beso que hablaba de futuros compartidos y sueños por cumplir. En ese instante, todo cobró sentido. No eran solo dos personas de mundos distintos, sino dos almas entrelazadas por el destino, dispuestas a luchar por su amor.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraron entrecortadamente, el brillo en los ojos de Franco reflejando la devoción que sentía por Lizzy. "Esa fue la mejor promesa que he recibido," dijo ella, sonriendo con alegría. "Y sé que la cumplirás."
"Siempre lo haré," respondió Franco, su voz llena de convicción. "Contigo, Lizzy, quiero escribir una historia que sea aún más hermosa que las de nuestros abuelos y padres. Quiero que nuestra historia se cuente en generaciones venideras."
"Y yo quiero ser parte de eso," dijo Lizzy, sintiendo cómo su corazón se llenaba de amor. "Quiero que nuestra historia sea un legado de amor verdadero, uno que inspire a otros."
"Lo será," prometió Franco, su mirada fija en la de ella, ardiente y apasionada. "Te juro que nunca dejaré que el fuego de nuestro amor se apague. Siempre serás mi inspiración, mi motivación. Eres el amor de mi vida, Lizzy."
Con el sol despidiéndose en el horizonte y las estrellas comenzando a asomar en el cielo, Lizzy y Franco se abrazaron, sabiendo que estaban en el camino correcto. Con sus corazones entrelazados y sus sueños compartidos, eran más que un príncipe y una princesa. Eran dos almas valientes, listas para enfrentar cualquier desafío, unidas por un amor que prometía ser eterno y glorioso.
La noche en la Fuente de Trevi era mágica. Las estrellas brillaban con intensidad, como si estuvieran celebrando el amor que nacía entre Lizzy y Franco. Con cada paso que daban hacia el agua, el corazón de Lizzy latía más rápido, sabiendo que este momento sería uno que atesoraría para siempre.
—Quiero que este beso sea especial —dijo Franco, su voz baja y suave, con un destello de emoción en sus ojos verdosos. —Hoy te prometo un amor como el de tus abuelos, así de especial y bonito, e incluso más.
Lizzy sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar esas palabras. Su abuelo Lorenzo y su abuela Elizabeth habían tenido una historia de amor llena de desafíos, y el hecho de que Franco quisiera honrar eso la llenó de ternura. Ella lo miró, sintiendo que la vida se detenía, como si el tiempo se hubiera congelado en ese instante. Franco se acercó un poco más, asegurándose de que estuvieran solos, lejos de las miradas curiosas de turistas y periodistas.
—¿Sabías que Lorenzo y Elizabeth se veían a escondidas aquí, en esta misma fuente? —le preguntó Franco, sonriendo mientras señalaba el agua que brillaba bajo la luz de la luna. —Querían proteger su amor de las expectativas del mundo. Ellos eran solo Lorenzo y Elizabeth, no un príncipe y una mujer común.
Lizzy se sintió conmovida. Franco había estado prestando atención a las historias que le contaba, y eso la hizo sentir especial. Era como si él hubiera llegado a conocer no solo su historia familiar, sino también su corazón.
—Eso es lo que quiero —dijo Lizzy, su voz apenas un susurro. —Quiero que nuestro amor sea auténtico, que no esté definido por títulos ni por lo que se espera de nosotros. Solo tú y yo, Franco.
—Exactamente. Así que hoy, aquí, quiero que sepas que soy solo un hombre enamorado de ti —declaró Franco, su mirada ardiente y decidida. —Nada más importa, solo tú.
Lizzy sintió cómo sus mejillas se sonrojaban, y su corazón se desbordaba de emoción. Franco estaba actuando como su príncipe azul, cumpliendo su sueño de un amor de cuento de hadas. La luna iluminaba sus rostros, y en ese momento, Lizzy sintió que todos sus sueños se volvían realidad. Franco se inclinó, acercándose más, y ella pudo sentir la calidez de su aliento.
—Cuando te besé, sentí que el mundo se desvanecía —dijo, su voz llena de ternura. —No había nadie más, solo nosotros. Era como si nuestras almas estuvieran destinadas a encontrarse aquí.
—Eso es exactamente lo que siento —respondió Lizzy, su voz temblorosa. —Como si fuéramos los únicos que existieran en el universo.
Con un movimiento delicado, Franco tomó su mano y la guió hacia la orilla de la fuente. Los suaves murmullos del agua creaban una sinfonía de serenidad, y Lizzy se sentía más viva que nunca. Franco se puso frente a ella, el reflejo de la luna en sus ojos, y el mundo se detuvo una vez más.
—Así como Lorenzo le prometió a Elizabeth un amor eterno, yo te prometo algo aún más especial —dijo Franco, la sinceridad brillando en su mirada. —Prometo hacerte reír cada día, ser tu refugio y siempre apoyarte en todo. Te prometo que siempre seré tu compañero, tu amigo y el amante que te mereces.
Lizzy se sintió llena de amor en ese instante. Sabía que Franco estaba siendo genuino, y esa promesa resonó en lo más profundo de su corazón. Todo lo que había deseado estaba justo frente a ella.
—Tú eres mi príncipe azul —murmuró, sintiendo que el corazón se le derretía.
—Y tú eres mi princesa —respondió Franco, inclinándose hacia ella con una sonrisa encantadora. —Eres todo lo que he soñado.
Con un brillo en sus ojos, Franco se acercó más. Lizzy podía sentir la energía entre ellos, una chispa que los unía de manera inquebrantable. Él inclinó la cabeza, y sus labios finalmente se encontraron en un beso que parecía sacado de un cuento de hadas. Era un beso suave al principio, un roce de promesas, pero rápidamente se transformó en algo más profundo, cargado de deseo y devoción.
—En tu boca quedó el pecado de mis labios, así que ellos mismos van a tener que retractarse con otro beso —murmuró Franco, sus labios aún cerca de los de ella.
Lizzy se sonrojó, sintiéndose totalmente atrapada por el momento. Era como si sus palabras estuvieran llenas de magia, y ella, incapaz de resistirse, lo besó de nuevo. Esta vez, con más intensidad, sus corazones latiendo al unísono, como si el universo entero hubiera sido creado solo para ese instante.
—Esto es perfecto —dijo Lizzy entre besos, sintiendo que su alma se iluminaba. —Como en un sueño.
—Así es —respondió Franco, su mirada fija en ella, lleno de adoración. —No solo estamos creando recuerdos, sino también nuestra historia. Quiero que todos los días sean tan especiales como este, porque tú lo haces posible.
Lizzy sintió que su corazón se llenaba de amor. —Nunca había sentido algo así, Franco. Eres increíble.
—Y tú eres la razón por la que creo en el amor verdadero. —Franco se separó un poco, mirando su rostro iluminado por la luna. —Te prometo que siempre lucharé por nosotros, sin importar lo que pase.
—Prometido —respondió Lizzy, sintiendo una calidez que la envolvía por completo.
En ese momento, la magia de la Fuente de Trevi, el brillo de las estrellas y el amor que florecía entre ellos se unieron para crear un recuerdo que atesorarían por siempre. Franco y Lizzy se miraron, sabiendo que este beso y esta promesa marcarían el comienzo de un amor eterno, un amor que resonaría a través de las generaciones, como el de Lorenzo y Elizabeth.
El beso entre Franco y Lizzy se desvaneció lentamente, pero la conexión entre ellos permaneció intacta, cargada de emoción y promesas. Franco se separó un poco, sus ojos brillando bajo la luz de la luna, como si el mundo a su alrededor hubiera desaparecido. Todo lo que podía ver era a Lizzy, su sonrisa sincera y la forma en que la luz del cielo iluminaba su cabello rubio.
—No puedo evitarlo —confesó Franco, su voz suave pero cargada de intensidad. —Necesito besarte. Eres mi droga, mi adicción, mi nueva cosa favorita en el mundo.
Lizzy sintió que su corazón se aceleraba ante esas palabras, una mezcla de ternura y alegría invadiendo su ser. Era como si cada palabra que salía de los labios de Franco se transformara en un hechizo que la unía aún más a él.
—Siempre has sido hermosa, Lizzy —continuó, sin apartar la mirada de sus ojos azules. —Pero ahora, bajo la luna y las estrellas brillantes, en mis brazos y con nuestros labios juntos, te ves aún más bella. Eres perfecta, mágica, etérea, única.
Lizzy sonrió con una mezcla de felicidad y vergüenza. Los elogios de Franco resonaban en su corazón, llenándolo de un calor que solo él podía provocar. Sin poder contenerse, se lanzó a sus labios una vez más, dejándose llevar por la pasión que los envolvía.
Franco la abrazó con fuerza, disfrutando del momento. Con un movimiento juguetón, giró a Lizzy, haciendo que su cabello se despeinara y cayera en cascada sobre sus hombros. Ella rió, sintiéndose libre y viva, como si todo lo que importara en el mundo estuviera allí, en esa fuente mágica.
El agua de la fuente salpicó sobre ellos, mojando su ropa y riendo como dos niños. Lizzy, con una mirada traviesa, tomó un puñado de agua y se lo lanzó a Franco.
—¡Toma eso! —exclamó, riendo a carcajadas.
Franco soltó una risa profunda y contagiosa. No podía recordar la última vez que se había sentido tan feliz y despreocupado.
—Vas a pagar por eso —dijo, con una sonrisa de desafío en su rostro mientras se inclinaba hacia ella, preparando su propio ataque.
Sin importar nada ni nadie más en el mundo, eran solo ellos, Lizzy y Franco, no el piloto y la princesa, sino dos almas que se habían encontrado en un momento perfecto. Era la madrugada y la ciudad estaba dormida, lo que les permitía disfrutar de su amor sin interrupciones.
—¿Puedes creer que estamos aquí? —preguntó Lizzy, sintiendo que el momento era tan surrealista que podría desvanecerse en cualquier instante.
—No, pero no me importa. —Franco se acercó a ella, sus ojos fijos en los de Lizzy. —Este es nuestro lugar, nuestra historia. Quiero vivir cada segundo a tu lado.
Ella sintió que su corazón se derretía. Cada palabra de Franco era un regalo, y su risa y su energía la llenaban de una felicidad que nunca había experimentado.
—Me haces sentir tan viva, Franco —confesó, sintiendo que las palabras fluían sin esfuerzo. —Como si pudiera hacer cualquier cosa, como si no hubiera límites.
—Eso es lo que quiero para ti —respondió él, acariciando suavemente su mejilla. —Quiero que sientas que puedes volar, porque juntos podemos hacerlo.
—¿Y si caemos? —preguntó Lizzy, un destello de preocupación en sus ojos.
—Siempre estaremos juntos, nunca caerás sola —prometió Franco, su voz llena de sinceridad. —Te prometo que siempre seré tu apoyo, tu compañero.
Lizzy sintió que la intensidad de su mirada la envolvía, y sabía que podía confiar en él. La conexión que compartían era tan fuerte que la llenaba de un sentimiento de seguridad que nunca había tenido antes.
Con cada beso que se compartían, el mundo se volvía más brillante, y cada risa se convertía en una melodía que resonaba en sus corazones. Franco estaba completamente cautivado por ella; cada gesto, cada sonrisa, cada mirada, lo hacía amarla más y más, más que ayer y menos que mañana.
—¿Sabes? —dijo él, rompiendo el silencio. —Cada vez que te beso, siento que mi corazón late más fuerte. Es como si mi cuerpo te necesitara, como si fuera un imán que solo encuentra su otra mitad en ti.
Lizzy sintió que su corazón estallaba de alegría. La forma en que Franco hablaba de sus sentimientos hacía que todo se sintiera tan real y tan mágico a la vez.
—Eres increíble, Franco —respondió ella, mirándolo con admiración. —No puedo creer que esto esté sucediendo.
—Es real, Lizzy. Todo es real. Y quiero que sea así por siempre —dijo él, inclinándose hacia ella, sin poder resistir la tentación de volver a besarla.
Sus labios se encontraron de nuevo, y esta vez fue un beso lleno de promesas y sueños compartidos. El mundo a su alrededor se desvaneció, y solo existían ellos, entrelazados en un amor que prometía ser eterno.
—No puedo esperar para pasar el resto de mi vida contigo —susurró Franco cuando finalmente se separaron, su aliento entrecortado por la emoción.
Lizzy sonrió, sintiendo que sus propios sueños estaban tomando forma. Ella también quería un futuro con él, lleno de aventuras y risas, donde pudieran ser ellos mismos, sin máscaras ni limitaciones.
—Yo tampoco puedo esperar, Franco. —Ella respondió, tocando su rostro con ternura. —Eres lo que siempre he deseado.
Franco la miró con un brillo especial en los ojos, lleno de devoción. Sabía que este amor era diferente, que Lizzy era su destino, y cada instante a su lado era un regalo que atesoraría por siempre.
Bajo la luz de la luna, en la fuente que había sido testigo de tantos amores, Franco y Lizzy prometieron ser el uno para el otro, sin importar lo que el mundo pudiera arrojarles. Juntos, en ese momento perfecto, crearon un recuerdo que quedaría grabado en sus corazones para siempre, un amor que superaría todas las expectativas y desafíos.
Franco sintió que el mundo entero se desvanecía a su alrededor mientras miraba a Lizzy, el suave resplandor de la luna iluminando sus facciones y haciendo que su piel pareciera brillar. En ese momento, supo que tenía que ser honesto, que debía expresarle lo que su corazón le dictaba.
—Lizzy —dijo, su voz apenas un susurro cargado de emoción—. Te amo.
El tiempo pareció detenerse. Lizzy lo miró, sus ojos azules reflejando sorpresa y alegría al mismo tiempo. Su corazón se aceleró, como si estuviera a punto de estallar de felicidad. La profundidad de esas palabras la envolvía en una cálida manta de amor.
—Yo también te amo, Franco —respondió ella, sintiendo que las palabras se deslizaban de sus labios con una facilidad que la sorprendió. Era como si siempre hubiera estado destinada a decirle eso.
Un brillo de felicidad iluminó los ojos de Franco, y una sonrisa radiante se dibujó en su rostro. Era como si el universo estuviera conspirando a su favor, creando el momento perfecto.
—Eres la razón por la que mi corazón late con tanta fuerza —dijo él, acercándose un poco más a ella, tomando su mano con suavidad. —Y quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti.
Lizzy sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, su corazón palpitando con fuerza. Franco siempre encontraba las palabras adecuadas para hacerla sentir especial, y en ese momento, se dio cuenta de lo mucho que significaba para ella.
—Eres increíble, Franco —dijo, sonriendo con ternura—. Nunca imaginé que podría sentirme así por alguien.
—Entonces, con tu permiso —continuó él, inclinándose ligeramente como un caballero en una antigua corte—, ¿me harías el honor de ser mi novia?
Lizzy soltó una risa suave, llena de alegría. La escena era tan perfecta, tan romántica, que no podía evitar sentir que estaba viviendo un cuento de hadas.
—Claro que sí, encantada —respondió, su voz llena de entusiasmo mientras su corazón se desbordaba de amor.
Franco no pudo contenerse y, en un arrebato de alegría, la atrajo hacia él nuevamente. Sus labios se encontraron en un beso lleno de pasión, deseo y devoción. Era un beso que hablaba de promesas futuras, de aventuras compartidas, y de un amor que solo estaba comenzando a florecer.
No importaba el mundo exterior; no había fans, no había periodistas, ni ciudadanos que pudieran interrumpir su burbuja de felicidad. Eran solo ellos, Lizzy y Franco, en su propio universo donde nada más importaba.
Cada beso se sentía como una celebración de su amor, una forma de sellar ese nuevo capítulo que estaban comenzando juntos. Sus cuerpos se acercaron más, como si la atracción entre ellos fuera una fuerza imparable. Franco la envolvía con sus brazos, y Lizzy se perdía en el aroma y la calidez que emanaba de él.
Mientras sus labios se movían con una coreografía perfectamente sincronizada, Franco sintió que su corazón latía con más fuerza que nunca. Cada roce, cada suspiro que compartían lo hacía desearla más.
—Sabes, me siento como el hombre más afortunado del mundo —dijo él, al separarse ligeramente, su frente presionada contra la de ella—. Nunca pensé que encontraría a alguien tan especial como tú.
Lizzy sonrió, su corazón hinchado de felicidad. Era tan increíble saber que Franco la veía de esa manera.
—Tú también eres especial, Franco —le dijo, acariciando su mejilla con ternura—. Me haces sentir viva, y eso es algo que jamás había experimentado antes.
—Siempre quiero que te sientas así —respondió él, su mirada ardiente. —Siempre. Eres el sol que ilumina mis días más oscuros.
La risa de Lizzy llenó el aire fresco de la noche, y Franco sintió que su amor por ella crecía más y más. Era un sentimiento indescriptible, una conexión tan profunda que no podía poner en palabras.
—¿Sabes? Me encanta que seas tan apasionado y divertido —dijo ella, mientras lo miraba con complicidad—. Nunca había conocido a alguien que me hiciera reír así.
—Y me encanta que seas tú, la princesa más hermosa que he conocido. —Franco tomó sus manos, entrelazando sus dedos con suavidad—. No quiero que nadie nos interrumpa, quiero disfrutar de cada momento contigo, sin distracciones.
Lizzy asintió, comprendiendo perfectamente lo que él quería decir. Sabía que la vida de ambos sería complicada, pero en ese momento, todo lo que importaba era que estaban juntos, disfrutando de su amor.
—Aquí y ahora, solo somos Lizzy y Franco —dijo ella, haciendo eco de sus pensamientos, mientras se acercaba un poco más a él, como si quisieran sellar su pequeño mundo privado.
—Exactamente —respondió él, sonriendo con ternura mientras se inclinaba hacia ella, robándole otro beso. Este fue más profundo, más lleno de deseo, como si sus corazones estuvieran tratando de hablar en un idioma que solo ellos comprendían.
En cada beso, en cada caricia, Franco prometía cuidar de Lizzy, ser su refugio y su amigo. Ella, a su vez, le prometía ser su compañera, su confidente, y su amor eterno. El futuro era incierto, pero en ese momento, ambos sabían que todo lo que necesitaban era estar el uno al lado del otro.
Los dos se sumieron en la calidez de su amor, disfrutando de la sensación de estar completamente a solas, libres de las expectativas y las miradas ajenas. Franco acarició el rostro de Lizzy con ternura, y ella se dejó llevar, sintiéndose segura y amada en sus brazos.
La noche continuó envolviéndolos, con el murmullo del agua de la fuente como un suave telón de fondo a su historia. Eran jóvenes, locos y enamorados, y en ese instante, el mundo entero era un lienzo en blanco, listo para ser pintado con las memorias que estaban creando juntos.
—Prometamos que siempre seremos nosotros, sin importar lo que suceda —sugirió Lizzy, con un brillo de determinación en sus ojos.
—Te lo prometo, Lizzy. Siempre seremos nosotros —respondió Franco, sus ojos fijos en los de ella con una sinceridad que nunca había mostrado antes.
Con esa promesa sellada entre ellos, continuaron besándose, cada uno consciente de que acababan de dar el primer paso hacia un futuro lleno de amor, aventuras y la felicidad que solo el verdadero amor puede brindar. En el fondo de sus corazones, ambos sabían que este era solo el comienzo de su historia juntos.
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