Capitulo 1

Quiero Ser Tuyo

Quiero ser tu aspiradora
Respirando tu polvo
Quiero ser tu Ford Cortina
Nunca me oxidaré

Si te gusta el café caliente
Déjame ser tu cafetera
Tú eres la que manda, nena
Solo quiero ser tuyo

Los secretos que guardo en mi corazón
Son más difíciles de ocultar de lo que pensé
Tal vez solo quiera ser tuyo
Quiero ser tuyo, quiero ser tuyo

Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo

Déjame ser tu medidor de electricidad
Y nunca me descompondré
Déjame ser el calentador portátil
Sin el que te enfriarás

Quiero ser tu fijador (quiero ser)
Mantener tu cabello con profunda devoción (¿qué tan profunda?)
Al menos tan profunda como el Océano Pacífico
Quiero ser tuyo

Los secretos que he guardado en mi corazón
Son más difíciles de ocultar de lo que pensaba
Tal vez solo quiera ser tuyo
Quiero ser tuyo, quiero ser tuyo

Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo

Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo
Quiero ser tuyo

Quiero ser tu aspiradora (quiero ser tuyo)
Respirando tu polvo (quiero ser tuyo)
Quiero ser tu Ford Cortina (quiero ser tuyo)
Nunca me oxidaré (quiero ser tuyo)

Solo quiero ser tuyo (quiero ser tuyo)
Solo quiero ser tuyo (quiero ser tuyo)
Solo quiero ser tuyo (quiero ser tuyo)



Lizzy Espósito, conocida en el mundo de la policía como una de las agentes más destacadas del equipo de la ley y el orden, parecía la combinación perfecta de inteligencia, coraje y bondad. Tenía 24 años, pero su madurez y capacidad para tomar decisiones complejas la hacían parecer mucho más experimentada. Criada en una familia de empresarios exitosos italianos, Lizzy siempre había tenido acceso a lo mejor de la vida, pero nunca permitió que su entorno acomodado definiera quién era. Desde joven, comprendió que no todo en la vida se resolvía con dinero, y fue esa visión lo que la motivó a entrar en el mundo de la justicia.

Su familia, los Espósito, era reconocida en Italia por su éxito empresarial. Sus padres, Simón y Marianella, eran empresarios de renombre, responsables de una de las cadenas de restaurantes más exclusivas y populares del país. Aunque desde pequeña Lizzy había tenido una vida rodeada de lujos, viajando por el mundo y asistiendo a eventos de alto perfil, siempre hubo algo en ella que no se sentía atraída por ese estilo de vida superficial. Mientras que sus hermanos, Nina y Theo, mostraban más interés por los negocios familiares, Lizzy sentía una conexión más profunda con el servicio público y la justicia.

A pesar de los intentos de sus padres por encaminarla hacia el mundo empresarial, Lizzy tomó una decisión que cambiaría su vida: quería ser policía. Quería estar en las calles, luchando por lo que creía que era justo, enfrentándose a los criminales de la misma manera que había visto a los héroes en las películas de su niñez. Aunque sus padres al principio no comprendieron completamente su elección, su dedicación y pasión por su trabajo rápidamente les hizo ver que Lizzy estaba en su elemento.

Desde su llegada al equipo de la ley y el orden, Lizzy se destacó por su habilidad para resolver casos complicados, su capacidad de trabajo en equipo y su inquebrantable moral. Había algo en su manera de enfrentarse a las dificultades que inspiraba respeto, no solo en sus compañeros, sino también en sus superiores. Lizzy no solo era competente, sino que su compasión por las personas y su afán por hacer lo correcto la hacían una agente ejemplar.

Físicamente, Lizzy poseía una belleza natural que no podía pasar desapercibida. Su cabello largo y rubio, de un tono dorado casi irreal, caía en ondas suaves sobre su espalda. Sus ojos, de un celeste brillante como el cielo en un día despejado, reflejaban la inteligencia y el optimismo que la caracterizaban. Su piel, suave y de un tono porcelana, parecía brillar a la luz del sol, y aunque su figura era delicada y estilizada, su porte y presencia eran los de una mujer segura de sí misma, con una fortaleza interior que se percibía en cada uno de sus movimientos.

A menudo, vestía de manera funcional pero con toques de elegancia que reflejaban su herencia italiana. Mientras que la mayoría de sus compañeros optaban por ropa más sencilla, Lizzy conseguía mantener un equilibrio perfecto entre el estilo profesional y la distinción que su familia había inculcado en ella. Los pequeños detalles, como un reloj de diseño o un pañuelo de seda, no pasaban desapercibidos, pero nunca restaban a la seriedad y dedicación que ponía en su trabajo. Incluso en medio de las situaciones más peligrosas, su presencia iluminaba el lugar, como si fuera una mezcla de serenidad y determinación.

Pero su verdadero encanto no residía solo en su apariencia. Lizzy era conocida por su personalidad magnética. Su sonrisa era cálida y contagiante, siempre dispuesta a alegrar el día de sus compañeros. Su carácter empático y su inteligencia emocional la hacían la confidente de todos. Aunque a menudo se la veía seria y concentrada en el trabajo, siempre encontraba tiempo para escuchar a los demás, ofrecer consejos sabios y hacer reír a aquellos que la rodeaban. No importaba cuán difícil fuera el caso que estuviera investigando; Lizzy siempre encontraba la forma de mantener la moral alta en el equipo.

Era consciente de la responsabilidad que su trabajo implicaba. La policía era su vocación, pero su familia también había tenido un gran impacto en la mujer que era hoy. Aunque se mantenía firme en sus creencias y nunca se desvió de su camino, no podía evitar recordar el amor y el apoyo de sus padres, que siempre habían querido lo mejor para ella, aunque no entendieran del todo su decisión de dedicarse a la ley.

Lizzy había crecido viendo cómo sus padres manejaban un imperio, cómo se relacionaban con las figuras más influyentes de Italia, pero a ella nunca le interesaron los lujos ni las celebridades. Desde joven, había tenido la convicción de que las personas que importaban eran aquellas con las que podía compartir sus valores y principios, no los que estaban más interesados en las riquezas o el estatus. Eso la llevó a estudiar criminología y a convertirse en una agente de policía, lejos de las expectativas familiares.

De vez en cuando, sus padres le ofrecían ayuda con el negocio familiar, pero Lizzy siempre se mantenía firme en su decisión de seguir su propio camino. Aunque apreciaba lo que sus padres habían hecho por ella, sabía que su propósito en la vida era muy diferente al de ellos. La justicia y el bienestar de los demás la impulsaban a levantarse cada mañana, y el hecho de que podía hacer una diferencia en la vida de las personas le daba un sentido de satisfacción que el dinero nunca podría comprar.

En cuanto a su vida personal, Lizzy no había tenido muchas relaciones serias. Su trabajo y su dedicación a su carrera siempre le habían ocupado la mayor parte de su tiempo. Aunque se sentía atraída por algunas personas, su naturaleza protectora y empática la hacía más propensa a mantener una distancia emocional. Sin embargo, algo había cambiado en los últimos meses. Un hombre había comenzado a entrar en su vida de una manera que no había anticipado.

Elliot. El joven agente del equipo con el que había trabajado en varias investigaciones, y con quien había compartido una química inmediata. Aunque al principio había intentado evitar cualquier tipo de relación romántica debido a las complicaciones que podría traer a su trabajo, algo en su interior le decía que había algo más entre ellos. Elliot era diferente a los demás: su presencia la hacía sentir segura y a la vez viva, y aunque su naturaleza rebelde y su actitud desinhibida chocaban a menudo con la de Lizzy, había algo en él que la atraía irremediablemente.

Y así, entre el trabajo, la responsabilidad y las presiones de su vida personal, Lizzy se encontraba en un punto de su vida donde las decisiones más difíciles aún estaban por tomar. Pero una cosa era segura: ella nunca dejaría de luchar por lo que creía, y siempre defendería lo que era suyo, con todo su corazón.

Lizzy Espósito no solo era una figura central dentro de la policía, sino que también era profundamente querida por todos los miembros de su equipo. A pesar de su corta edad, su impresionante destreza en el trabajo y su excepcional capacidad de liderazgo la hacían destacar en su departamento. Todos, desde sus compañeros de trabajo hasta las víctimas que había ayudado a lo largo de los años, tenían una cosa en común: el respeto y cariño hacia ella.

A menudo, los agentes más veteranos del equipo se sorprendían de lo que Lizzy había logrado en tan poco tiempo. Aunque muchos de ellos provenían de familias con una larga tradición en la policía o en el sistema de justicia, nadie podía negar que Lizzy tenía una capacidad innata para comprender la complejidad de las situaciones humanas. Su inteligencia emocional era lo que la diferenciaba. Mientras que otros se dejaban llevar por las emociones o el estrés de un caso, Lizzy tenía la habilidad de mantenerse calma, objetiva y, sobre todo, empática.

Uno de los aspectos que más le había gustado a Lizzy de ser parte de este equipo era la camaradería que existía entre todos. En su día a día, no solo trabajaba junto a los detectives, sino que mantenía una relación estrecha con jueces, abogados, fiscales y demás profesionales involucrados en la justicia. No importaba si eran personas con mucha o poca experiencia, Lizzy siempre encontraba una forma de conectar con ellos. Su habilidad para escuchar y su respeto hacia las opiniones ajenas la convertían en una figura de confianza y, a menudo, de apoyo.

Desde que Lizzy se unió al equipo de la Unidad de Víctimas Especiales, algo cambió en la dinámica del grupo. Olivia, siempre la líder y el pilar de fuerza dentro del equipo, no pudo evitar notar el brillo de frescura y entusiasmo que Lizzy traía consigo. Aunque era joven, había algo en ella que destacaba: una combinación de inteligencia, empatía y una comprensión sorprendente de las emociones humanas que le permitió conectar fácilmente con las víctimas, con los testigos y con todos a su alrededor.

Al principio, algunos miembros del equipo, especialmente los más experimentados, miraron a Lizzy con cautela. Después de todo, el trabajo en la Unidad de Víctimas Especiales no era algo fácil de abordar, y los casos que manejaban no eran para cualquiera. Pero Lizzy no era una cualquiera. Desde el primer caso en el que estuvo involucrada, se ganó el respeto de sus compañeros, no por su juventud ni por su habilidad para resolver casos, sino por su sinceridad y su dedicación. Era una persona genuina, que se preocupaba profundamente por el bienestar de los demás, que escuchaba atentamente y que trataba a todos con el mismo respeto, sin importar su estatus.

Olivia fue la primera en ver esto y, aunque al principio mantenía una distancia profesional, no pudo evitar sentirse atraída por la energía de Lizzy. Después de todo, Olivia había estado en el equipo durante años, y había visto de todo: la corrupción, el dolor, las tragedias, pero también las victorias. Sabía lo que se necesitaba para sobrevivir en ese mundo y, aunque no lo admitiera abiertamente, sentía una profunda conexión con Lizzy. Era como si la joven detectiva, con su mirada limpia y su corazón puro, le recordara a sí misma cuando ella comenzó en el equipo, hace muchos años.

Con el tiempo, Olivia comenzó a actuar como una especie de mentora para Lizzy. Le ofrecía consejos no solo sobre cómo abordar los casos, sino también sobre cómo lidiar con las emociones complicadas que surgían después de cada intervención. Olivia había aprendido a manejar sus propios sentimientos, a guardarlos para sí misma, pero sabía que Lizzy aún no había pasado por todas esas experiencias, y que su bondad y su empatía podían ser su mayor fortaleza, pero también su vulnerabilidad.

"Lizzy, no dejes que este trabajo te cambie. No dejes que te endurezca, porque ese es el error más grande que cometen algunos de nosotros aquí," le dijo un día Olivia mientras caminaban por el pasillo del cuartel. Lizzy la miró atentamente, absorbiendo cada palabra. Ella había sido testigo de la dureza de este trabajo y sabía que ser una persona sensible en este entorno podía ser complicado, pero también sabía que esa sensibilidad la hacía destacar.

"Sé que puedes ser la mejor, pero también necesitas saber cuándo desconectar. Te lo digo porque yo no lo supe hacer en mi momento y me costó," continuó Olivia con una sonrisa suave, como si compartiera un secreto.

Lizzy, sintiendo el peso de esas palabras, asintió con la cabeza. No era fácil equilibrar todo: el trabajo, las emociones y la necesidad de seguir adelante sin perderse a uno mismo. Pero algo en la forma en que Olivia hablaba le dio una sensación de consuelo. Olivia había estado allí, había experimentado todo eso, y si Olivia podía sobrevivir a todo eso, entonces Lizzy también podía hacerlo.

Al principio, Lizzy se mostró algo reacia a aceptar ayuda. No porque no la necesitara, sino porque, como la mayoría de las personas jóvenes, sentía que podía hacerlo sola. Sin embargo, pronto descubrió que el equipo no solo era un grupo de colegas, sino una verdadera familia. Cada miembro tenía su propio papel, su propia fuerza, y todos se complementaban entre sí. Lizzy aprendió a confiar en ellos, a apoyarse en ellos y a dejar que ellos también la apoyaran.

Olivia, viendo cómo Lizzy comenzaba a abrirse, se convirtió en su confidente y amiga. Las dos solían tomarse un café por la mañana antes de que comenzaran las investigaciones, y en esos momentos, Olivia compartía con Lizzy todo lo que había aprendido a lo largo de los años. Desde los trucos para leer a las personas hasta las formas más efectivas de tratar a las víctimas sin hacerlas sentir como un número más en el sistema judicial. Olivia la guiaba con paciencia, dándole espacio para aprender a su propio ritmo, pero siempre dándole el empuje necesario para que siguiera adelante.

"Te lo diré una vez más," le dijo Olivia en una ocasión mientras observaban un caso complejo sobre el que habían estado trabajando. "Nunca pierdas la calma, Lizzy. La calma es lo que te da el control. Cuando te enfrentas a situaciones que parecen fuera de tu alcance, lo último que puedes hacer es perder el control."

Lizzy asintió, sabiendo que las palabras de Olivia provenían de la experiencia, y que no se trataba solo de técnica, sino también de saber mantener el control emocional en cada paso del camino.

Aunque Lizzy admiraba profundamente a Olivia, ella también era consciente de lo difícil que debía ser para alguien como Olivia, con tantos años en el equipo, ser una guía para alguien tan joven. Había algo casi maternal en la forma en que Olivia la trataba, y Lizzy no podía evitar sentirse agradecida por ello. Sabía que, si bien sus compañeros la apreciaban, Olivia tenía un lugar especial en su corazón. Era la figura que había encontrado, a lo largo de los años, como una segunda madre en su vida profesional.

Con el tiempo, Lizzy comenzó a desarrollar una gran admiración por Olivia, no solo por su habilidad como detective, sino por su fortaleza emocional. Olivia había pasado por mucho: había tenido que lidiar con el dolor, las pérdidas y las traiciones, pero seguía siendo la persona en la que todos podían confiar. A veces, Lizzy se encontraba pensando si ella podría llegar a ser así algún día, tan fuerte y resiliente.

Cuando se presentaba un caso particularmente difícil, Olivia siempre estaba allí para asegurarse de que Lizzy no se sintiera sola. La protegía de las decisiones emocionales impulsivas, ayudándola a tomar el tiempo necesario para reflexionar antes de actuar. Aunque Lizzy era impulsiva y a veces se dejaba llevar por sus emociones, Olivia le enseñaba a ser estratégica, a no tomar decisiones apresuradas, y sobre todo, a no perder su propia esencia.

"Si alguna vez te sientes perdida, recuerda por qué comenzaste. Recuerda lo que te hace sentir viva, lo que te impulsa a seguir adelante," le dijo Olivia una tarde después de que Lizzy se sintiera abrumada por la gravedad de uno de los casos más complejos en los que estaban trabajando.

Lizzy, con una sonrisa, comprendió el significado de esas palabras. Olivia no solo la estaba guiando profesionalmente, sino que la estaba ayudando a encontrar su propio camino dentro de este mundo tan complicado y difícil. Gracias a ella, Lizzy comenzó a darse cuenta de que el trabajo que realizaban no solo era un trabajo, sino una verdadera vocación, una llamada a ayudar a los demás. Y, al hacerlo, encontrar la fortaleza para sobrevivir a las adversidades, tanto las profesionales como las personales.

Con el paso de los meses, Lizzy fue ganando más y más confianza en sí misma. No solo en sus habilidades, sino en su capacidad para formar relaciones genuinas con las personas. Gracias a Olivia, Lizzy entendió lo que significaba realmente ser parte de un equipo. Y a su vez, Olivia también aprendió mucho de Lizzy: su empatía, su forma de ver el mundo sin perder su pureza, su bondad, y su capacidad para conectar con los demás.

Se convirtió en una relación simbiótica, en la que ambas se ayudaban a crecer. No solo como profesionales, sino como personas. Porque aunque el trabajo en la Unidad de Víctimas Especiales era demandante y emocionalmente desgastante, Lizzy sabía que tenía una aliada en Olivia, alguien que la acompañaría siempre en cada paso del camino, por más difícil que fuera.

Elliot Stabler nunca imaginó que un simple encuentro cambiaría tanto su vida. Desde el primer día en que Lizzy llegó al equipo, algo en él hizo clic. Al principio, no fue más que una chispa, una pequeña atracción que se podía haber ignorado fácilmente. Pero con cada sonrisa, con cada mirada, la chispa se convirtió en un fuego lento que lo consumía desde dentro. Elliot nunca fue de mostrar sus emociones abiertamente, mucho menos en el trabajo, pero algo sobre Lizzy lo hizo sentir vulnerable, y esa vulnerabilidad lo asustaba.

Era la forma en que ella entraba a la sala, tan llena de energía, tan fresca, tan joven, pero al mismo tiempo tan madura en su comprensión del dolor y la justicia. Lizzy no solo era un miembro más del equipo; era una presencia que cambiaba la dinámica, que aportaba algo único. Ella irradiaba una calidez que no podía dejar de notar, una luz que contrastaba con la oscuridad que había visto a lo largo de los años en su carrera.

Elliot no podía evitar admirarla en silencio. Cada movimiento que hacía parecía calculado, pero a la vez tan natural, tan auténtico. A veces, la observaba desde su escritorio, sin que ella lo supiera, estudiando cómo se reía con los demás, cómo interactuaba con las víctimas, cómo su voz suave y tranquila conseguía calmar incluso los corazones más aterrados. Para Elliot, era como si cada palabra que salía de sus labios fuera una melodía, una canción que sólo él podía escuchar en medio del caos que rodeaba su vida. Su risa, sus gestos, la forma en que se preocupaba por los demás... Todo en ella lo hipnotizaba, como si cada pequeño detalle fuera una obra de arte perfecta.

"Es imposible no querer estar cerca de ella," pensó Elliot muchas veces, y sin embargo, nunca se atrevió a decirlo en voz alta. A medida que pasaban los días, se dio cuenta de que no solo admiraba a Lizzy, sino que estaba completamente fascinado por ella. Se volvió algo que no podía controlar, como una adicción que se apoderaba de su mente cada vez que ella sonreía o pronunciaba su nombre con esa dulzura que solo ella tenía.

Cada vez que la veía interactuar con las víctimas, Elliot se quedaba sorprendido. Era tan natural en su trato con los demás, tan compasiva, que él no podía evitar compararla con un ángel. Ella tenía una forma de hacer que las personas se sintieran seguras, como si todo fuera a estar bien, incluso en medio de su peor pesadilla. Y aunque él nunca lo admitiría en voz alta, Elliot sabía que eso era algo que él no podría hacer de la misma manera. No con esa calidez, no con esa suavidad. Él era el tipo que se enfrentaba a la oscuridad y se sumergía en ella, pero Lizzy... Lizzy era la luz, la que lo mantenía a flote.

"¿Cómo es que alguien tan joven puede tener tanto poder sobre mí?" pensó Elliot una noche mientras observaba a Lizzy en una conversación con Olivia. Ella sonrió, como siempre lo hacía, con una naturalidad que solo ella poseía, y fue entonces cuando Elliot se dio cuenta de lo que sentía. No era solo una atracción. Era más profundo, algo que no podía simplemente ignorar. Ella había calado en él de una forma que no esperaba. Y aunque su mente le decía que no podía permitirse sentir algo tan... inmenso por alguien tan joven, su corazón no le hacía caso.

Era como si Lizzy fuera un imán, atrayéndolo sin que él pudiera hacer nada para detenerlo. Cada vez que ella estaba cerca, su corazón latía más rápido, como si estuviera a punto de explotar. Y lo peor de todo era que Lizzy no sabía nada de esto. Ella lo trataba con esa inocencia, con esa frescura, como si todo fuera normal, como si su sonrisa no tuviera el poder de desarmarlo por completo.

Elliot sabía que llevaba doce años más que ella. Sabía que en muchos aspectos, él era el experimentado, el líder. Sin embargo, cuando se trataba de Lizzy, sentía que estaba eligiendo ser el aprendiz, el que aprendía de ella en cada gesto, en cada palabra. No le importaba la diferencia de edad. A esas alturas, no importaba nada más. Todo lo que importaba era ella. Todo lo que él quería era ser el motivo de esa sonrisa, ser la razón por la que su corazón latía de la misma manera en que su voz lo hacía latir a él.

Cada vez que Lizzy caminaba por el pasillo, la forma en que sus ojos brillaban al verla, la forma en que su cabello caía sobre su rostro de manera casi perfecta, Elliot sentía que su vida había dado un giro, pero no podía evitarlo. Estaba enganchado, atrapado, y sin ningún deseo de escapar. Lizzy lo había obsesionado, pero no de la forma en que se obsesionaba con otros aspectos de su vida. No era una obsesión destructiva, sino una que lo mantenía alerta, una que lo mantenía esperando que, en algún momento, ella lo mirara y lo viera de la misma forma.

Elliot nunca le dijo nada. Nunca confesó lo que sentía. Y, sin embargo, todo en él, cada pequeña acción, cada gesto, mostraba lo que no podía decir con palabras. Cuando Lizzy estaba cerca, su actitud cambiaba. Era más protector, más atento, más presente. Quizás Olivia lo notaba, quizás los demás también, pero Elliot no podía hacer nada para evitarlo. No podía dejar de mirarla, no podía dejar de admirarla. La forma en que sus ojos se iluminaban cuando resolvían un caso, la manera en que se sentaba al escritorio, tan concentrada, tan decidida. Cada momento a su lado se sentía como una bendición. Ella era el tipo de persona que podía hacer que incluso los días más oscuros parecieran más brillantes, y Elliot no podía dejar de querer estar a su lado, sin importar lo que eso significara para él.

Y aunque nunca se lo diría, aunque nunca admitiera abiertamente lo que sentía, Elliot sabía que Lizzy había marcado algo en él. Algo tan profundo que no podía ignorarlo. Ella se había convertido en su razón para seguir adelante, su anhelo oculto. Aunque se obligara a mantenerse profesional, algo dentro de él siempre la buscaba. Y, quizás, algún día, cuando el momento fuera el adecuado, se atrevería a decirle lo que sentía. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era disfrutar de su compañía, de su risa, de su voz, y dejar que su presencia fuera suficiente.

Porque Lizzy, sin saberlo, se había convertido en su refugio, en su obsesión, en su adicción. Y lo único que deseaba era que, algún día, ella también lo mirara como él la miraba a ella.

Lizzy había aprendido a leer a las personas rápidamente, y desde el primer día que conoció a Elliot Stabler, algo dentro de ella había sentido una mezcla de admiración y desconcierto. Era imposible no notar su presencia, su confianza arrolladora, su voz firme y su actitud que parecía irradiar poder. Sin embargo, a medida que los días pasaban, algo más empezó a ocurrir en su interior. La atracción que sentía por él no tenía sentido. Elliot Stabler era todo lo opuesto a lo que ella había imaginado como "su tipo".

Él era todo lo que ella no era: seguro, controlado, brusco en ocasiones y a menudo implacable. Su postura, su tono de voz, la forma en que tomaba decisiones y se imponía sobre todos... era como si fuera un muro de piedra, inquebrantable. Lizzy, por el contrario, siempre había sido la persona que valoraba las conexiones profundas, las interacciones sinceras, la calidez. Mientras él parecía ser un libro cerrado, ella era un poema, accesible, emocionalmente abierta y empática.

Pero, aun con todas esas diferencias, algo en él la atraía. Había algo en su mirada, algo en su intensidad que hacía que el corazón de Lizzy latiera más rápido. Quizás era la forma en que parecía mantener todo bajo control, como si nada pudiera desbordarlo. O tal vez, la forma en que, en momentos muy raros, cuando ella estaba cerca, se mostraba vulnerable, incluso si solo era por un instante. Él nunca se lo decía, pero Lizzy podía percibirlo. Había un matiz en su voz, un cambio sutil en sus expresiones, cuando hablaba con ella. Era como si su actitud dura y seria se desmoronara por un segundo, dejando ver a un hombre que, aunque no lo admitiera, tenía algo más en su interior.

A pesar de eso, Lizzy no podía evitar sentirse confundida. ¿Cómo era posible que se hubiera enamorado de alguien tan opuesto a ella? Alguien tan pedante, tan egocéntrico en su forma de ser, tan seguro de sí mismo en todo momento. Un hombre que no dudaba en dar órdenes, que se enfrentaba al peligro sin pensarlo, que no temía a nada ni a nadie. ¿Cómo podía ella, con su personalidad tan cálida y genuina, estar tan atraída por alguien tan... distante y duro? ¿Era posible que algo tan intenso naciera entre dos personas tan diferentes?

La primera vez que ella lo vio interactuar con alguien, no lo entendió. Se sentó con él en una mesa de la oficina, ambos trabajando en un caso, y cuando Elliot comenzó a hablar con un testigo de forma tan directa, tan implacable, Lizzy se quedó sorprendida. En ese momento, pensó que era increíble cómo podía ser tan brusco y, al mismo tiempo, tan efectivo. Pero cuando le pidió una respuesta al testigo y este tembló de miedo, Lizzy se dio cuenta de lo que sentía. No solo era la forma en que Elliot imponía su presencia, sino lo que significaba: él tenía poder, poder sobre las personas, poder sobre las situaciones. Y sin embargo, algo dentro de Lizzy la hizo pensar que había algo más en él. Algo que nadie veía, pero que ella empezaba a percibir.

No podía evitarlo. Cada vez que compartían miradas, algo dentro de ella se desbordaba. Eran breves momentos, fugaces, casi imperceptibles. Una mirada rápida, un roce de manos accidental, una sonrisa que se intercambiaba sin palabras. Cada uno de esos momentos la hacía sentirse más confundida, más atraída, más ansiosa. Y, sin embargo, la voz en su cabeza le decía que no tenía sentido. ¿Cómo podía alguien como Elliot, tan seguro, tan imponente, estar interesado en ella? Ella que, aunque era brillante y fuerte de muchas maneras, no tenía esa dureza, esa frialdad que él tenía.

"¿Qué le podría gustar de mí?" se preguntaba una y otra vez. Lizzy siempre había sido consciente de que sus relaciones anteriores habían sido con personas más abiertas, más sensibles. Con hombres que comprendían su necesidad de conexión emocional, que respetaban su forma de ser, tan empática y cariñosa. Pero Elliot era diferente. Él no necesitaba esa clase de conexión. Él se bastaba a sí mismo. Y, sin embargo, había algo en su comportamiento, algo en sus gestos cuando la miraba, que hacía que Lizzy se sintiera como si él también necesitara algo más, algo que él no dejaba ver.

Las risas compartidas en la oficina durante largos interrogatorios, las miradas furtivas cuando resolvían juntos los casos, las pequeñas conversaciones al final del día cuando todo parecía más tranquilo, todo eso hacía que Lizzy se preguntara si había algo más en él. Había veces que, cuando él hablaba, ella se sentía completamente absorbida por su voz, esa mezcla de firmeza y vulnerabilidad que nadie más parecía notar. Él nunca lo decía, pero en esos momentos parecía estar más relajado, más cercano, más humano. Y, de alguna manera, en esas pequeñas interacciones, Lizzy encontraba una chispa que la hacía sentirse especial, como si él realmente estuviera viéndola, no solo como la compañera de trabajo, sino como alguien que lo entendía a un nivel más profundo.

El otro lado de Elliot era completamente distinto. Cuando él estaba junto a Olivia, su relación de trabajo era pura profesionalidad. No había espacio para bromas, ni para los momentos de vulnerabilidad que Lizzy veía en él. Con Olivia, Elliot era casi una roca: inquebrantable, confiable, siempre centrado en la misión. Sin embargo, cuando Lizzy estaba cerca, las cosas parecían cambiar. No de forma dramática, pero sí había una ligera diferencia. La forma en que se comunicaban, la forma en que sus ojos se encontraban por un segundo más de lo que era necesario, la forma en que los silencios compartidos entre ellos no se sentían incómodos, sino naturales.

Lizzy empezó a preguntarse si ella realmente le gustaba. Si había alguna posibilidad, por pequeña que fuera, de que él sintiera lo mismo por ella. A veces, durante largos interrogatorios o cuando resolvían casos juntos, ella sentía que todo a su alrededor se desvanecía y que, por un segundo, solo existían ellos dos en esa pequeña burbuja de tiempo. Todo lo demás desaparecía y, por un breve momento, parecía que él la miraba de la misma forma en que ella lo miraba a él: con una mezcla de respeto, fascinación y una atracción que no se podía ignorar.

Pero al final, Lizzy se decía a sí misma que tal vez estaba imaginando cosas. Después de todo, Elliot Stabler era un hombre difícil de entender, y ella nunca sería el tipo de mujer que lo haría bajar la guardia. Él tenía su propio mundo, sus propias reglas, y no parecía tener espacio para alguien como ella, alguien tan diferente a él en tantos aspectos.

Sin embargo, lo que Lizzy no sabía era que, mientras se preguntaba cómo era posible que se sintiera tan atraída por un hombre tan diferente a ella, Elliot estaba pasando por las mismas dudas. Solo que él, por su parte, se había mantenido en silencio, guardando sus sentimientos para sí mismo, con la esperanza de que, algún día, tal vez las cosas pudieran ser diferentes.

La relación entre Lizzy y Elliot había comenzado a volverse una serie de momentos incómodos y silenciosos, aunque llenos de una tensión palpable. A pesar de ser tan diferentes en muchos aspectos, algo en su interacción empezaba a transformarse. Nadie en el equipo lo había notado al principio, pero con el paso de las semanas, pequeñas señales comenzaron a volverse más evidentes. Lizzy y Elliot, dos almas completamente opuestas, compartían risas y miradas que, sin saberlo, se volvían más significativas de lo que ambos querían admitir.

Una tarde, después de una investigación particularmente estresante y un caso complicado, Lizzy se encontraba sumida en su escritorio, rodeada de papeles, anotaciones y el sonido constante de teclados y teléfonos sonando. Había estado trabajando sin descanso durante horas, y la fatiga comenzaba a hacer mella en ella. Elliot, que estaba sentado en su escritorio, parecía absorto en sus propios pensamientos. Lizzy no esperaba que él se acercara, pero algo sucedió.

Elliot caminó hacia su escritorio con una taza de café en la mano. Lizzy alzó la vista sorprendida, ya que él nunca había mostrado ese tipo de gestos antes. El típico Elliot Stabler, tan implacable y directo, de repente parecía estar haciendo algo tan... normal. Algo que un compañero de trabajo amable podría hacer, pero que él, hasta ese momento, jamás había hecho. Se detuvo frente a ella y, sin decir una palabra, dejó la taza sobre su escritorio.

"Parece que lo necesitas más que yo", dijo, en su tono habitual de firmeza, aunque había algo más suave en su voz. Lizzy lo miró fijamente, sin poder evitar sonreír. Era un pequeño gesto, pero significaba mucho más de lo que él quería dejar ver.

"Gracias, Elliot", respondió ella, tomando la taza. Sus dedos rozaron los de él en el intercambio, algo tan sencillo, pero que hizo que ambos se quedaran allí por un segundo más del necesario. Lizzy sintió como su corazón dio un brinco, y Elliot, aunque no lo mostró, también se sintió un leve cosquilleo recorrer su cuerpo.

"De nada", dijo Elliot con una sonrisa breve, casi imperceptible, antes de dar media vuelta y regresar a su escritorio. Lizzy no pudo evitar observarlo mientras se alejaba. Había algo en él, en su manera de ser tan distante y tan firme, que la atraía de una manera inexplicable. Pero también había algo más en esos pequeños gestos: algo tierno, algo que no se esperaba de un hombre tan rudo.

"Espera", dijo Lizzy de repente, levantándose de su asiento. Elliot se giró, confuso por el tono de su voz.

"¿Sí?"

"¿Me acompañas a cenar después del turno? No es nada formal, solo... bueno, es que después de todo este caos, un poco de comida suena como una buena idea. ¿Qué dices?" Lizzy no quería ser demasiado insistente, pero la idea de compartir una cena con él parecía tan natural ahora, especialmente después de ese pequeño gesto.

Elliot la miró fijamente, como si estuviera evaluando la propuesta, pero su rostro, aunque serio, mostró un destello de algo más. Algo como... alivio. ¿O tal vez sorpresa? Lizzy no lo sabía, pero había algo en su mirada que la hizo sentirse un poco más esperanzada. Finalmente, asintió.

"Está bien. Vamos. Necesito despejar la cabeza", dijo con su tono habitual, pero esta vez había algo más cálido en su respuesta. Lizzy sonrió, y por un momento, Elliot se dio cuenta de lo fácil que era hacerla sonreír.

La cena fue mucho más relajada de lo que ambos esperaban. En el pequeño restaurante italiano al que fueron, Lizzy y Elliot compartieron una conversación inesperada. Aunque las diferencias entre ellos eran evidentes, hubo momentos en los que se sintieron cómodos, como si fuera natural compartir ese espacio. Lizzy estaba fascinada por la forma en que Elliot se deslizaba entre los temas de conversación: algunas veces era serio, casi como un muro impenetrable, pero otras veces, sus comentarios eran más suaves, como si permitiera que se filtrara un poco de su verdadera personalidad.

Durante la cena, Lizzy se sorprendió de lo fácil que le resultaba hacer reír a Elliot. A veces, se veía como un hombre serio, incluso frío, pero había algo sobre ella que lo hacía relajarse, aunque fuera un poco. Y, mientras conversaban, Lizzy se dio cuenta de que, a pesar de sus diferencias, de la brusquedad de él y su tendencia a ser distante, había algo entre ellos que los mantenía conectados.

A lo largo de la noche, Lizzy comenzó a preguntarse cómo era posible que alguien tan rudo, tan imponente, pudiera tener este efecto en ella. Aunque la conversación era ligera, cada vez que sus manos se rozaban, sentía una corriente que la dejaba sin palabras. De hecho, los gestos más simples entre ellos, como una mirada o una pequeña sonrisa, parecían ser más poderosos que cualquier palabra. Lizzy se sentía atraída por cada aspecto de Elliot: su actitud de seguridad, su forma de proteger a los demás, su vulnerabilidad oculta. Era una mezcla que no podía comprender, pero que la mantenía cautiva.

Mientras comían, Olivia apareció por casualidad en el restaurante, y al verlos juntos, no pudo evitar sonreír con una expresión de satisfacción. Aunque ellos no lo sabían, la detective ya había notado la chispa entre Lizzy y Elliot. Los veía reír juntos, intercambiando miradas, y algo en su interior le decía que este vínculo, aunque complicado, estaba destinado a crecer. Olivia no dijo nada, pero la forma en que observó la interacción entre ellos le hizo saber que las cosas entre Lizzy y Elliot serían más complicadas de lo que imaginaban.

"¿Qué es lo que no entiendo de todo esto?" pensó Lizzy, mientras veía a Elliot tomar un sorbo de vino, sin dejar de mirarla. "¿Cómo es que alguien tan opuesto a mí, alguien tan distante y serio, puede ser tan... todo?"

Elliot, por su parte, se sentía como si estuviera atrapado en una encrucijada. Todo lo que quería era mantener su distancia, pero Lizzy, con su risa, su ternura, su empatía, lo estaba haciendo cuestionar todo lo que había creído sobre sí mismo. Nadie le había hecho sentir lo que Lizzy le hacía sentir. Y no, no estaba listo para admitirlo, ni siquiera para sí mismo, pero no podía evitarlo. Ella lo había obsesionado sin esfuerzo, y cada pequeño gesto de su parte hacía que él se sintiera más atrapado.

La noche estaba avanzando, y la conversación entre Lizzy y Elliot fluía más fácil de lo que ambos habían anticipado. La comida, el vino, y el ambiente relajado del restaurante italiano habían logrado suavizar las barreras que ambos mantenían entre sí, aunque el aire seguía cargado de una electricidad sutil. Lizzy no podía evitar sentir mariposas en el estómago cada vez que Elliot la miraba, cada vez que sus manos se rozaban de manera accidental o cuando él, con su tono serio, lanzaba una broma que la hacía sonreír más de lo que esperaba.

Los dos estaban al borde de terminar la cena cuando una risa escapó de los labios de Lizzy. Elliot había hecho uno de sus comentarios típicos, algo seco y sarcástico, pero de una manera tan inesperadamente dulce que Lizzy no pudo evitar soltar una carcajada. Era la primera vez que realmente la hacía reír de esa manera. Al escuchar su risa, Elliot sintió un cosquilleo en el pecho, una sensación cálida que no podía ignorar. Algo en ella, algo en la manera en que se entregaba a la vida, lo hacía sentirse más humano, más conectado con lo que realmente importaba.

De repente, en un arranque de valentía y de una atracción que había estado creciendo de manera invisible, Elliot se inclinó un poco hacia ella. Con un gesto sutil pero claro, pasó su mano por la mesa, deslizándola suavemente sobre la de Lizzy. Un contacto leve, casi imperceptible, pero cargado de una tensión que ambos podían sentir. Lizzy se quedó un segundo mirando sus manos entrelazadas sin querer creer que algo tan simple podía significar tanto. Sus dedos se rozaron en un movimiento lento, delicado, y de inmediato un calor comenzó a recorrer su cuerpo. Alzó la mirada para encontrar los ojos de Elliot fijos en los suyos, tan intensos, tan profundos.

Por un momento, el ruido del restaurante desapareció. Todo lo que existía en el mundo era la conexión entre ellos.

"Elliot..." Lizzy susurró, sin saber muy bien qué decir. ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué significaba este momento? Su corazón latía rápido, y su respiración se tornó más irregular.

Elliot la miró fijamente, casi desafiándola a dar el siguiente paso. No necesitaba palabras. Ninguno de los dos las necesitaba en ese momento. El roce de sus dedos, el brillo en sus ojos, todo parecía indicar que el siguiente movimiento estaba a punto de ocurrir. La distancia entre sus rostros se había reducido, y sus corazones latían al unísono, aunque ninguno de los dos estuviera dispuesto a admitirlo. Los dos sabían que algo estaba por suceder, algo que podía cambiar las cosas para siempre.

Lizzy sentía el aire pesado con las posibilidades. Había una batalla interna que luchaba en su interior, pero su cuerpo parecía moverse por instinto, casi sin control. Sus ojos se cerraron brevemente, como si buscara fuerzas para alejarse, pero cuando los volvió a abrir, Elliot estaba tan cerca, tan real. La atracción era palpable, y ella no pudo evitar sonrojarse ligeramente.

Fue en ese instante, con el tiempo suspendido entre ellos, que Elliot, con un gesto tan inesperado y tan sutil, pasó su pulgar sobre el dorso de la mano de Lizzy. Ese roce, suave y firme al mismo tiempo, fue suficiente para que una chispa de deseo se encendiera en ella. Lizzy, desconcertada pero igualmente atraída, se inclinó hacia él.

"¿Qué estamos haciendo, Elliot?" La pregunta salió de su boca sin querer. Era la duda, la confusión que se formaba en su mente, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella ya sabía la respuesta. Sabía que no podía continuar resistiéndose a lo que estaba sucediendo entre ellos.

La noche había avanzado con una facilidad inesperada. Las conversaciones entre Lizzy y Elliot fluían con naturalidad, como si el destino los hubiera reunido en ese lugar y momento exacto. La tensión en el aire entre ellos era palpable, un tira y afloja de emociones reprimidas y deseos sin resolver. Lizzy no podía dejar de sonreír cuando Elliot, con su tono serio y sus bromas sarcásticas, lograba hacerla reír. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien conseguía hacerla sentir tan cómoda, tan conectada.

Elliot, por su parte, observaba a Lizzy con una intensidad que nunca había mostrado con nadie más. Era como si cada palabra, cada risa, cada mirada de ella lo atrajera aún más. Algo en su forma de ser, su bondad natural, su inteligencia y su calidez, lo había atrapado de una manera que no podía explicar. Estaba siendo más consciente de lo que le gustaba de ella, incluso las pequeñas cosas: su forma de reír, cómo se iluminaban sus ojos cuando hablaba de algo que le apasionaba, y cómo cada gesto suyo parecía tan sincero.

Cuando el ambiente entre ellos se hizo más relajado, como si estuvieran en una burbuja solo para los dos, la conversación fue tomando un tono más personal. Sin pensarlo mucho, Elliot se inclinó ligeramente hacia ella, como si el espacio entre ellos no fuera suficiente. Pasó su mano suavemente por la mesa, tocando ligeramente la de Lizzy. Fue un gesto sutil, casi imperceptible, pero fue suficiente para que un destello de electricidad recorriera el cuerpo de Lizzy.

Por un momento, sus ojos se encontraron. La conexión entre ellos era palpable, y ambos lo sabían. Los corazones latían más rápido, y el tiempo parecía haberse detenido en ese pequeño espacio que compartían. Lizzy podía sentir cómo su respiración se aceleraba, mientras que Elliot no dejaba de mirarla, casi desafiante, como si le estuviera diciendo, sin palabras, que todo lo que había entre ellos no era un accidente.

Lizzy, sin quererlo, se dejó llevar por el momento. La atracción entre ellos era tan fuerte que parecía que sus cuerpos se alineaban sin que ellos pudieran evitarlo. A medida que la distancia entre sus rostros se reducía, Lizzy sintió un nudo en el estómago. No podía negar lo que sentía. El deseo, la tensión, todo se mezclaba en una sensación que la hacía sentirse viva de una manera que nunca antes había experimentado.

Pero entonces, en el último segundo, Lizzy vio a Olivia acercándose al restaurante. Fue como una sacudida que la despertó de su trance. Un rápido reflejo la hizo apartarse ligeramente, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Elliot también se apartó un poco, aunque no era fácil disimular lo que había sucedido entre ellos.

Lizzy sonrió, nerviosa, y con un leve rubor en sus mejillas, se inclinó hacia él. Sin pensarlo, con una rapidez que sorprendió a ambos, le dejó un suave beso en la comisura de su labio. No fue un beso profundo ni apasionado, pero fue cargado de algo que ninguno de los dos podía definir con palabras. Era un beso que hablaba de promesas no dichas, de deseos reprimidos, y de lo que podría haber sido si el momento hubiera sido diferente.

Elliot quedó paralizado por un instante, mirando a Lizzy con una mezcla de asombro y deseo, pero ella no se quedó para continuar. Antes de que pudiera decir algo, ella se levantó rápidamente de su silla.

"Debo irme, Elliot," dijo ella con una sonrisa algo tímida. "Olivia me está esperando." Las palabras parecieron salir sin pensar, como una forma de escapar de la intensidad del momento. Su corazón seguía latiendo rápido, pero sabía que no podía quedarse más tiempo.

Elliot la observó levantarse, sintiendo un cosquilleo en el pecho. No sabía si estaba sorprendido o si, de alguna manera, esperaba que algo así ocurriera. Algo entre ellos había cambiado esa noche, y aunque ninguno de los dos lo verbalizara, ambos lo sabían.

Lizzy le dio una última mirada, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y confusión, y luego se dio vuelta. Antes de salir, Lizzy volvió a mirar a Elliot con una sonrisa pequeña pero genuina. Era una sonrisa que decía más que mil palabras. La sonrisa de alguien que no sabía cómo había llegado hasta allí, pero que ya no podía ignorar lo que sentía.

"Nos vemos mañana, Elliot," dijo ella, casi en un susurro, antes de girarse y salir del restaurante.

Elliot se quedó sentado, inmóvil, observándola irse. Algo en su interior no quería dejarla ir, pero sabía que había algo más grande en juego aquí. Este no era solo un encuentro casual; esto era algo mucho más profundo. Lizzy había dejado su marca en él, algo que no podía deshacerse, algo que no quería deshacerse. Y, aunque no lo dijera en voz alta, Elliot sabía que las cosas entre ellos jamás serían iguales después de esa noche.

Mientras Lizzy se alejaba, Olivia la esperaba afuera, y al ver el brillo en sus ojos, la sonrisa de Lizzy no pasó desapercibida para ella. Aunque Olivia no mencionó nada, pudo ver en el rostro de Lizzy que algo había cambiado. No necesitaba más que una mirada para saber que la relación entre Lizzy y Elliot había dado un giro importante esa noche.

Elliot no podía dejar de pensar en ella. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lizzy lo invadía. Aquella sonrisa suya, esa que hacía que su corazón latiera más rápido, el brillo en sus ojos cuando lo miraba, todo en ella parecía desbordarse con una energía que le resultaba imposible ignorar. Desde el momento en que la conoció, hubo algo en su interior que se encendió, algo que no podía controlar. Había algo en ella que lo llamaba, que lo atraía sin remedio, y cuanto más la veía, más sentía que su vida empezaba a girar en torno a ella.

Lo que había sucedido esa noche en el restaurante... fue un punto de inflexión. Habían estado tan cerca. Sus rostros, rozándose apenas, la suave caricia de su aliento sobre su piel. La tentación de besarla era tan grande que casi lo había hecho, pero algo le detuvo. Vió a Olivia acercándose, y en ese momento, supo que si se entregaba a ese deseo, todo cambiaría. Sin embargo, el breve roce de sus labios, el cálido suspiro que ella dejó escapar... esas pequeñas cosas se quedaron grabadas en su mente. ¿Era eso lo que realmente sentía? ¿Qué era todo esto? No tenía palabras para describir la sensación que le recorría cuando pensaba en ella.

Lo que más le obsesionaba era cómo ella parecía ser el centro de todo, cómo él se volvía más y más adicto a su presencia. Cada conversación con Lizzy era como una droga que lo consumía poco a poco, y cada momento que pasaban juntos lo hacía quererla más. Ya no era solo un sentimiento superficial. Había algo más profundo, algo que no podía identificar, pero que sentía con cada fibra de su ser. Era como si su mundo, que antes había estado tan firme y controlado, ahora girara a su alrededor, de una manera que ni él mismo podía controlar.

Elliot siempre había sido consciente de sus propios sentimientos, de su capacidad para amar y su frialdad cuando se trataba de relaciones. Había tenido amores antes, había sentido deseo, pero lo que experimentaba por Lizzy era diferente. Era más que eso. Era una necesidad, una necesidad de ser parte de su vida, de ser el único para ella. En su mente, ya se veía a sí mismo siendo todo lo que ella necesitaba: su protector, su compañero, el hombre que siempre estaría a su lado. No le importaba nada de lo que tuviera que sacrificar para que eso sucediera. Solo quería ser suyo.

"Quiero ser tu aspiradora, respirando tu polvo", pensaba Elliot, riendo para sí mismo ante la ironía de la idea, pero en su mente, el deseo era claro. Quería estar tan cerca de ella, que cada respiración suya, cada pequeña cosa que ella hacía, lo rodeara. Quería ser la persona en la que ella pensara al despertar, a la que buscara en cada momento de su vida. Él no quería ser simplemente una opción más para Lizzy. Quería ser el único. No importaba lo que tuviera que hacer, lo que tuviera que sacrificar, él quería ser la razón por la que su corazón latiera tan fuerte.

Recordaba la forma en que ella lo miró aquella noche en el restaurante, como si su presencia fuera la única que realmente importaba. Esa mirada, esa que le cortó la respiración, que hizo que su corazón palpitara con fuerza. Todo en ella parecía atraerlo como un imán, desde su forma de reír, tan natural, tan pura, hasta la manera en que sus ojos brillaban cuando hablaban de cosas que realmente la apasionaban.

"Quiero ser tu cafetera, si te gusta el café caliente", pensó Elliot mientras recordaba cómo Lizzy le sonrió por encima de su taza de café, una sonrisa tan cálida, tan sincera, que hizo que su pecho se hinchara. Ese simple gesto de su parte lo había dejado sin palabras. Elliot nunca había sido un hombre fácil de impresionar, pero ella era diferente. Era todo lo que había estado buscando sin saberlo. La forma en que ella iluminaba el cuarto, cómo todo en su presencia lo hacía sentir más vivo, más enérgico.

Sin embargo, en lo profundo de su corazón, había algo que lo mantenía cauteloso, algo que no podía dejar ir. La duda. La duda de si ella lo miraba de la misma forma. ¿Realmente ella sentía lo mismo por él? Cada vez que la veía, sentía que sus miradas se cruzaban con más intensidad, pero también sabía que ella era tan diferente a él. Ella era joven, llena de vida y energía, mientras que él se sentía, en muchas formas, agotado por las batallas que había librado. Ella era optimista, abierta, mientras que él había cerrado su corazón hacía mucho tiempo, convencido de que el amor era una ilusión.

"Déjame ser tu medidor de electricidad, y nunca me descompondré", pensó Elliot, riendo por lo bajo, aunque su risa se desvaneció rápidamente. Quería ser todo para ella, el hombre que la hiciera sentir segura, el hombre que pudiera darle todo lo que nunca había tenido. Quería ser el que pudiera encender su mundo, mantenerla cálida incluso cuando la vida se volviera fría. La idea de ser el pilar en su vida, la luz que la guiara, lo consumía.

Pero más que nada, Elliot sabía que necesitaba ser honesto con ella, que no podía seguir ocultando lo que sentía. Tenía miedo, sí. Miedo de ser rechazado, miedo de que su amor no fuera correspondido. Pero también sabía que no podía seguir escondiéndose en su propia confusión. Lizzy ya lo había atrapado, de una manera tan profunda que él mismo no podía entender.

"Quiero ser tuyo, quiero ser tuyo", pensaba mientras miraba su reflejo en el espejo, sin poder apartarse de la imagen de Lizzy que se formaba en su mente. No quería ser solo una parte de su vida, quería serlo todo. Quería ser el hombre que la abrazara cada noche, el que la despertara cada mañana con una sonrisa. Quería que ella lo viera a él, que pensara en él en cada momento, así como él pensaba en ella.

"Quiero ser tuyo", pensó una vez más, con el corazón latiendo con fuerza. Esa idea lo consumía, lo mantenía despierto por las noches, pensando en el futuro, en un futuro en el que ellos pudieran estar juntos. Un futuro en el que, a pesar de las diferencias, pudieran compartir algo más profundo, algo que solo ellos comprendieran.

Pero, por encima de todo, Elliot sabía que lo que sentía por Lizzy no era una simple obsesión, ni un capricho pasajero. Era amor. Un amor profundo, verdadero, que lo había cambiado por completo. Y aunque las dudas seguían rondando su mente, lo que sentía por ella era más fuerte que todo. Lizzy se había convertido en su todo, y no podía negar lo que su corazón gritaba con fuerza: que quería ser suyo.

El día siguiente al encuentro en el restaurante fue una tormenta de pensamientos y emociones para Elliot. No había podido sacarse la imagen de Lizzy de la cabeza, ni su sonrisa, ni el suave roce de sus labios sobre la comisura de los suyos. Aquel beso, aunque fugaz, había dejado una marca en él, algo que sentía en cada rincón de su ser. Pensaba en ella constantemente, mientras trataba de concentrarse en los casos que debía resolver, pero todo lo que lograba hacer era imaginar lo que sucedería si se dejaba llevar por esa corriente de deseo, de amor, de pasión.

Ese día, como todos los demás, estaba en la estación, tomando su café mientras revisaba los informes y documentos. El sonido de las puertas del elevador lo hizo levantar la vista. Lizzy entró al vestíbulo, como si nada hubiera pasado, como si la tensión del día anterior nunca hubiera existido. Sus ojos brillaban, llenos de vida, como si estuviera lista para enfrentar cualquier cosa que el día le trajera.

Elliot la observó en silencio, sintiendo ese tirón en su pecho. A pesar de las horas transcurridas, todo seguía fresco en su mente, como si hubiera sido ayer. Cada uno de sus movimientos, sus gestos, su forma de sonreír, de reír, de hablar... Todo en ella lo atraía como un imán. ¿Cómo podía ser tan perfecta para él, tan opuesta a él, pero aún así encajar de una manera tan natural en su vida?

Lizzy lo miró cuando pasó cerca de su escritorio, y aunque no dijo nada, su mirada lo hizo sentir como si el tiempo se detuviera. No fue la primera vez que se cruzaron miradas en el trabajo, pero esta vez fue diferente. Había algo más, algo que se sentía como una promesa no dicha, algo que los unía, aunque ninguno de los dos lo expresara abiertamente.

Elliot apartó la vista rápidamente, como si hubiera sido atrapado en su propia debilidad, pero no pudo evitar sonreír para sí mismo. Todo en él gritaba que quería estar cerca de ella, que no podía ignorar lo que estaba sintiendo, pero el miedo lo mantenía a distancia. ¿Y si ella no sentía lo mismo? ¿Y si todo esto era solo una ilusión, una idea que él mismo había creado en su mente? La duda lo consumía, pero su deseo de ser suyo, de estar a su lado, de hacerla suya, era mucho más fuerte.

"Hoy va a ser otro día largo", pensó, tratando de desviar su mente hacia el trabajo. Pero, por alguna razón, todo volvía a Lizzy. El eco de su risa seguía resonando en su mente. La calidez de su sonrisa, el brillo en sus ojos, las suaves palabras que intercambiaron, incluso el roce furtivo de sus dedos cuando accidentalmente se tocó su mano durante la comida... todo eso se estaba grabando a fuego en su corazón.

A medida que avanzaba el día, Elliot trató de mantenerse ocupado, revisando más documentos, investigando más pistas sobre el caso que estaban manejando. Pero, al igual que siempre, Lizzy estaba en su mente, como una constante, como una sombra que lo seguía. Se sintió frustrado, porque aunque intentaba hacer todo lo posible para centrarse en su trabajo, no podía dejar de pensar en ella. La veía en cada rincón de la oficina, en cada momento que pasaba a su lado.

El reloj marcó la hora del almuerzo, y Lizzy apareció por la puerta de su oficina, como siempre, con su energía arrolladora. Su risa, su entusiasmo, su vida... todo en ella lo llamaba, lo atraía más y más. No pudo evitar mirarla mientras caminaba hacia su escritorio, y, cuando sus ojos se encontraron nuevamente, algo cambió entre ellos. Fue como si todo lo que habían sentido el día anterior estuviera regresando a la superficie, más fuerte que antes, más real que nunca.

Lizzy sonrió, y Elliot sintió que su corazón latía con más fuerza. Sus ojos brillaban con esa chispa especial, esa que siempre lo había fascinado. No era solo su belleza lo que lo atraía, sino su forma de ser, su carácter, su luz. Era tan natural, tan genuina, tan diferente a todo lo que él había conocido antes. Y, sin embargo, había algo en ella que le decía que ella era su alma gemela, que su vida no estaría completa sin ella.

"¿Un café?", le preguntó Lizzy, interrumpiendo sus pensamientos. La miró, confundido por un momento, pero luego sonrió. "Claro", respondió, con una sonrisa más suave de lo que hubiera querido.

Mientras caminaban juntos hacia la máquina de café, Elliot no pudo evitar pensar en el extraño magnetismo que existía entre ellos. Habían compartido tantas sonrisas, tantos momentos, pero nunca había sido como ahora. Algo en el aire había cambiado, algo que los unía de manera inquebrantable. Él estaba completamente atrapado en ella, y no quería escapar. Cada palabra que salía de su boca, cada mirada, cada gesto... lo tenía completamente cautivo.

"¿Cómo haces para estar tan tranquila siempre?", le preguntó Elliot, un poco más curioso de lo habitual.

Lizzy lo miró, sorprendida por la pregunta. "Supongo que es solo mi naturaleza. ¿Tú no eres tranquilo?", respondió con una sonrisa juguetona, como si todo fuera sencillo, como si no existiera ningún problema que pudiera perturbarla.

Elliot se rió suavemente, negando con la cabeza. "No exactamente", dijo, mirando hacia la máquina de café. Pero en su interior, lo que realmente quería decir era que, desde que ella llegó a su vida, su mundo había cambiado. Ya no era el mismo. Ya no era tan controlado, tan seguro de sí mismo. Ella lo había desestabilizado, y aunque trataba de resistirse, sabía que era inútil. No podía alejarse de ella. Ya estaba demasiado involucrado.

Lizzy le sirvió el café y, mientras lo tomaba, sus dedos se rozaron brevemente con los de Elliot. Fue un toque sutil, casi imperceptible, pero lo suficientemente fuerte como para hacer que Elliot se quedara sin aliento. Era como si la electricidad entre ellos se disparara en ese pequeño contacto, como si el universo hubiera decidido, en ese instante, que estaban destinados a estar juntos.

Ambos se miraron por un largo momento, y el aire entre ellos se volvió denso, cargado de una tensión palpable. Ninguno de los dos dijo nada, pero las palabras que no se decían hablaban más que cualquier otra cosa.

"Nos vemos después", dijo Lizzy, sacándolo de sus pensamientos. Pero antes de irse, le sonrió, una sonrisa que fue como un golpe directo al corazón de Elliot. Era esa sonrisa, esa que lo dejaba sin palabras, la que lo hacía sentir tan vivo, tan lleno de emociones. Ella era su droga, y no podía dejarla ir.

"Nos vemos", respondió Elliot, su voz más baja de lo que él mismo había planeado. Y en ese momento, algo dentro de él se rompió. Sabía que no podía seguir ignorando lo que sentía. Ya no podía fingir que no quería ser suyo. Quería estar a su lado, quería que ella lo mirara de la misma manera. Quería que su vida fuera una historia de amor, una historia que los dos pudieran escribir juntos.

Y mientras Lizzy se alejaba, Elliot se quedó allí, mirando su figura, sabiendo que, sin importar lo que pasara, ya no podía vivir sin ella.

"Quiero ser tuyo", pensó una vez más, con el corazón desbordado de deseo y amor.

La situación entre Lizzy y Elliot se había vuelto tan evidente que incluso aquellos que preferían no involucrarse no podían evitar notar la tensión que existía entre ellos. Olivia, quien no podía resistirse a la oportunidad de jugar al detective fuera de servicio, había comenzado a notar las pequeñas señales: las miradas furtivas, las sonrisas incómodas, y la energía innegable que los rodeaba cuando estaban juntos. No era tan difícil darse cuenta de que había algo más entre ellos, algo que ninguno de los dos parecía dispuesto a admitir, aunque el resto de la oficina ya lo sabía.

Olivia, siempre astuta y un tanto traviesa cuando se trataba de chismes, no podía dejar pasar la oportunidad de obtener más detalles sobre la extraña conexión que había entre Lizzy y Elliot. Sabía que la mejor manera de averiguar algo era hacer preguntas indirectas, y eso era lo que pensó hacer. A sabiendas de que Lizzy confiaba plenamente en ella, Olivia estaba decidida a conocer todos los secretos de su amiga. Sin embargo, Olivia no era la única interesada en saber lo que estaba pasando entre los dos.

Las mejores amigas de Lizzy, Eugenia, Rochi y Candela, también habían empezado a notar los cambios en ella. La joven abogada, Eugenia, siempre tan directa y perspicaz, había notado el brillo especial en los ojos de Lizzy cuando hablaba de Elliot, y cómo sus conversaciones se volvían más largas cuando él estaba cerca. Aunque Lizzy nunca admitió abiertamente sus sentimientos, Eugenia estaba convencida de que algo estaba ocurriendo. Si alguien podía entender la complejidad de los sentimientos de Lizzy, esa era Eugenia, quien no dudaba en defender a su amiga y luchar por ella.

Rochi, la psicóloga del equipo, no necesitaba más que observar los comportamientos de Lizzy para saber que algo no estaba bien. Aunque Lizzy era una persona generalmente feliz y equilibrada, Rochi había notado que había comenzado a mostrar signos de ansiedad y confusión, especialmente cuando Elliot estaba cerca. Rochi, siempre tan analítica, quería entender lo que realmente estaba pasando en la mente de Lizzy. Sabía que algo más profundo estaba ocurriendo, algo que Lizzy ni siquiera se había atrevido a admitir, ni siquiera a sí misma.

Por último, estaba Candela, la experta científica y agente en el equipo, que, aunque no era conocida por ser la más emocional de todas, tenía un instinto agudo para detectar cuándo algo no estaba bien. Candela había notado que Lizzy ya no era la misma; había una especie de tensión en su postura, un cambio en su actitud. Incluso la forma en que hablaba de su trabajo había cambiado. Y cuando Lizzy estaba cerca de Elliot, había algo diferente en ella, algo que Candela no podía identificar exactamente, pero que la hacía querer investigar más a fondo.

El destino hizo que todos ellos, de alguna manera, se reunieran en el mismo espacio, compartiendo café en una de las salas comunes del departamento. Lizzy estaba nerviosa, aunque intentaba disimularlo, pero sus amigas lo notaron inmediatamente. Las tres se sentaron alrededor de ella, mientras Olivia, como siempre, tomaba el papel de líder en la conversación.

—Entonces —comenzó Olivia, con una sonrisa de complicidad—. ¿Qué está pasando entre tú y Elliot?

Lizzy, quien no había estado preparada para esa pregunta directa, se sonrojó inmediatamente y miró a las tres, nerviosa.

—¿Qué? —intentó hacer como si no entendiera—. No sé de qué hablas.

Pero las tres amigas la miraron con una mezcla de incredulidad y diversión. Eugenia, la más directa de todas, no pudo evitar soltar una risa.

—Por favor, Lizzy, no intentes hacerte la desentendida. Todos sabemos que algo está pasando. Te lo dice alguien que también ha visto esos pequeños detalles.

Lizzy se encogió de hombros, sabiendo que no podía escapar de la conversación. Sabía que sus amigas la conocían demasiado bien, y no podía ocultar lo que sentía.

—Es complicado —dijo, suspirando y dejando caer sus hombros.

Olivia aprovechó la oportunidad y se acercó a ella, con una mirada divertida y curiosa en sus ojos.

—Vamos, Lizzy. Todos en el equipo lo notamos. No es que seamos chismosos, es que eres demasiado obvia. —Su tono juguetón hizo que Lizzy se riera, pero la incomodidad seguía en el aire.

—¿Pero qué hago, Olivia? —Lizzy no pudo evitar mostrar una ligera frustración—. Él... él es todo lo que yo nunca imaginé que podría gustarme. Y ni siquiera sé si él siente lo mismo.

Candela, que hasta ese momento había estado en silencio, se inclinó hacia adelante, con una mirada más seria.

—Lizzy, ¿has considerado que tal vez estás haciendo esto más complicado de lo que es? Quizás deberías hablar con él y ver qué pasa. O tal vez lo que sientes es más claro de lo que crees.

Rochi asintió, con su usual mirada profunda, como si estuviera analizando todo lo que Lizzy había dicho.

—Creo que lo que te pasa es que tienes miedo de ser vulnerable. Miedo a que te lastimen, y eso te está impidiendo ver lo que realmente está pasando. Pero no olvides que hay muchas formas de amar.

Lizzy suspiró, sabiendo que sus amigas tenían razón, pero la idea de enfrentarse a sus sentimientos la aterraba. Sin embargo, el hecho de que todas ellas se preocuparan tanto por ella la hizo sentirse acompañada, como si finalmente estuviera en el lugar correcto.

Olivia, siempre tan persuasiva, se inclinó hacia adelante, sonriendo de manera traviesa.

—No te preocupes, Lizzy. Si no haces nada, yo me encargaré de averiguar lo que realmente está pasando entre tú y Elliot. Siempre soy muy buena en eso.

Eugenia, con su tono más serio, agregó:

—Pero no olvides que lo más importante es que tú seas honesta contigo misma. No te presiones para tomar decisiones que no estás lista para hacer.

Lizzy asintió lentamente, mirando a cada una de sus amigas. Sabía que no podía seguir ignorando lo que sentía por Elliot, pero también entendía que las cosas no siempre eran fáciles. No sabía qué iba a pasar, pero con el apoyo de sus amigas y el aliento de Olivia, parecía que el camino hacia la verdad comenzaba a despejarse.

Mientras tanto, Elliot, que había estado siguiendo la conversación desde su oficina, no pudo evitar sonreír al saber que las amigas de Lizzy ya estaban tomando cartas en el asunto. Él, por su parte, no podía dejar de pensar en ella, y aunque intentaba mantener una distancia profesional, sabía que la conexión que compartían era irrompible. Lizzy ya se había instalado en su mente y en su corazón, y el deseo de ser suyo, de hacerla suya, se volvía cada vez más irresistible.

La conversación de las chicas continuó, pero Lizzy no podía dejar de pensar en lo que había dicho Rochi y Candela. Quizás, solo quizás, era el momento de enfrentar sus propios miedos y ser honesta consigo misma. Después de todo, ¿quién podía resistirse al amor que siempre había deseado, al amor que parecía estar esperándola justo frente a ella?

Con ese pensamiento, Lizzy decidió que tal vez, solo tal vez, estaba lista para dar el siguiente paso.

El sol apenas se asomaba por las ventanas de la oficina de la Unidad de Víctimas Especiales, un nuevo día comenzaba, pero para Olivia Benson, las primeras horas de la mañana no solo traían la rutina diaria de trabajo, sino también una conversación pendiente con un hombre al que conocía mejor que a nadie: Elliot Stabler.

Había estado observando a su compañero en las últimas semanas, con una atención tan afinada que ella misma se sorprendía de cuán observadora podía llegar a ser. Desde el día en que Lizzy había comenzado a trabajar con ellos, algo había cambiado en Elliot. No podía precisar qué, pero sabía que su amigo estaba más distraído, más tenso, y sobre todo, más distante en una manera que no podía ser ignorada.

De manera sigilosa, Olivia había reunido suficientes pistas para entender que Elliot estaba involucrado emocionalmente con Lizzy. Lo sabía sin que él tuviera que decirle una palabra. Era algo en la forma en que sus ojos se suavizaban cuando Lizzy hablaba, la manera en que se ponía tenso cuando ella se acercaba, o cómo su sonrisa se volvía algo casi invisible cuando Lizzy se le dirigía.

Aquella mañana, Olivia decidió que era hora de confrontarlo, de hacerle las preguntas que él evitaba y que todo el equipo ya comenzaba a notar. No podía seguir siendo cómplice de su silencio; era su amigo, pero también era su compañero de trabajo, y eso requería honestidad, incluso si las respuestas que ella estaba buscando no iban a ser fáciles de escuchar.

Cerró la puerta de la oficina de Elliot con un pequeño golpe, llamando su atención. Él levantó la vista de su escritorio, los ojos azules llenos de concentración. Sin embargo, al ver a Olivia, esos ojos se oscurecieron ligeramente, como si ya supiera de qué se trataba.

—¿Tienes un momento, Stabler? —preguntó Olivia, sin rodeos, con una sonrisa ligera pero cargada de intención.

—¿Ahora soy tu víctima o tu testigo? —respondió Elliot, medio en broma, medio en serio, alzando una ceja y apoyándose en su silla con los brazos cruzados. Sabía perfectamente a qué venía, y esa mezcla de sarcasmo con desdén era su forma habitual de evitar la conversación directa. Pero Olivia no se dejó intimidar. Sabía cómo tratar con él.

—Ambos, si es necesario —dijo Olivia, cruzando los brazos de la misma manera que él lo hacía—. Lo que quiero saber es por qué te has estado comportando de esa manera. ¿Qué está pasando entre tú y Lizzy?

Elliot dejó escapar un suspiro profundo, pasando una mano por su cabello. Se le notaba algo incómodo, pero no era la primera vez que Olivia lo enfrentaba. El problema era que nunca había estado tan complicado.

—No sé de qué hablas —dijo, como si fuera una afirmación, pero su tono ya traicionaba lo que trataba de ocultar. Sabía que no iba a salir fácilmente de esa conversación. Había algo en Olivia que lo hacía sentir vulnerable, algo que no podía evitar.

Olivia no se dejó engañar. Sabía exactamente lo que él sentía por Lizzy, aunque él no lo reconociera en voz alta. Y estaba decidida a sacárselo.

—Vamos, Elliot, no juegues conmigo. Todos en el equipo lo hemos notado. Hay algo entre tú y Lizzy, y ya es hora de que seas honesto. ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? —Olivia lo miró fijamente, como si intentara atravesar su mirada y llegar a la verdad que él aún se negaba a admitir.

Elliot la miró por un momento, sus ojos azules fijos en los de ella, como si estuviera evaluando cuánto podía decir sin perder su control. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.

—Es difícil, Olivia —dijo finalmente, su voz más baja, cargada de una melancolía que nunca antes había mostrado. Hizo una pausa, mirando el escritorio mientras se tomaba un momento para decidir cómo decirlo. A pesar de que había sido un hombre fuerte y seguro durante años, esa situación lo estaba destrozando por dentro—. Me he enamorado de ella. Y no puedo dejar de pensar en ello.

Olivia frunció el ceño, sorprendida por la confesión directa. Aunque sabía que Elliot siempre había sido un hombre de pocas palabras, nunca lo había visto tan vulnerable, tan abierto. Algo en él había cambiado, y Olivia estaba comenzando a comprender la magnitud de lo que sentía.

—Elliot, ¿estás hablando en serio? —preguntó Olivia, su voz más suave esta vez, como si intentara abrazar su dolor sin hacerle más preguntas dolorosas.

Elliot la miró de nuevo, sus ojos fijos en los de Olivia, y esta vez no había evasión en su mirada. Había una sinceridad cruda y palpable, como si finalmente estuviera dispuesto a abrir su corazón después de años de mantenerlo cerrado.

—No puedo sacármela de la cabeza —admitió, su voz casi un susurro. —Es más fuerte que yo, Olivia. Cada vez que la veo, siento como si todo en mi vida tuviera sentido, pero luego me doy cuenta de que soy... no sé, mayor que ella. Un hombre roto, con demasiadas cicatrices. Y no quiero que se lastime por alguien como yo.

Olivia lo observó en silencio, tomando sus palabras, entendiendo la complejidad de sus sentimientos. No le sorprendía que Elliot se sintiera inseguro, porque siempre había sido un hombre de control, y ver a Lizzy había desencadenado algo en él que no sabía cómo manejar. Pero lo que sí le sorprendió fue la profundidad de su amor. Elliot no solo estaba enamorado de Lizzy, sino que parecía estar completamente consumido por ella, como si fuera una necesidad.

—Elliot —dijo Olivia, tomándose su tiempo para elegir sus palabras—. No puedes seguir huyendo de lo que sientes. Lizzy ya está empezando a notarlo, aunque no lo diga. Y no lo digo solo como tu amiga, sino como alguien que te ha visto ser fuerte tantas veces. Tienes que ser honesto con ella, con ella y contigo mismo.

Elliot suspiró, mirando al suelo. Sabía que Olivia tenía razón. Había estado evitando a Lizzy, manteniéndose a una distancia segura por miedo a que su amor no fuera correspondido, o peor aún, a que la lastimara con su pasado. Pero la verdad era que el amor que sentía por Lizzy era imparable, y tarde o temprano tendría que enfrentarse a eso.

—Lo sé, Olivia —dijo finalmente, con un tono más resignado—. No me lo perdonaré si la pierdo. Pero también tengo miedo de que ella no me vea de la misma manera.

Olivia sonrió suavemente, sabiendo que su amigo finalmente estaba dispuesto a enfrentarse a su corazón.

—No lo sabrás hasta que se lo digas —respondió, con una mirada alentadora. Ella había visto a Elliot luchar durante años con la idea de dejar entrar a las personas a su vida. Pero ahora tenía claro que el único camino hacia la paz era seguir su corazón.

Elliot asintió lentamente, una resolución nueva en sus ojos. No sabía cómo lo haría ni qué sucedería, pero sabía que ya no podía ignorar lo que sentía. Lizzy era la única persona que había logrado llegar a su alma, y ahora no podía dejarla ir.

—Voy a hacerlo —dijo con firmeza, levantándose de su silla y mirando a Olivia—. Voy a hablar con ella. No importa lo que pase.

Olivia asintió, dándole una sonrisa cálida. Sabía que finalmente Elliot estaba listo para hacer frente a sus propios miedos. Y lo más importante, estaba listo para ser sincero con Lizzy.

Mientras Elliot se dirigía hacia la puerta de su oficina, Olivia se quedó allí, observando cómo su amigo tomaba los primeros pasos hacia lo que podría ser el comienzo de una nueva etapa en su vida. Aunque todo parecía incierto, algo en el aire había cambiado. Y Olivia, como siempre, confiaba en que su amigo tomaría la decisión correcta.

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