CAPITULO 2
Lizzy había esperado este momento durante mucho tiempo, pero al final, cuando el avión aterrizó en México, su corazón latió con una mezcla de emoción y nerviosismo. Sentía una felicidad profunda al saber que estaba de vuelta, que podría reencontrarse con su antigua vida, con todo lo que había dejado atrás. Con su mejor amiga, Montserrat, quien siempre había sido su confidente y compañera de aventuras. El reencuentro con ella, la alegría de volver a abrazar a su amiga después de tantos años, la hacía sentir que finalmente, algo en su vida había vuelto a su lugar.
Aunque, por más que Lizzy intentara convencerse a sí misma de que estaba feliz solo por eso, había un tema que rondaba en su mente y que no podía evitar. Él. Dimitrio. Su amor de juventud, la persona con la que había compartido sueños, risas, y momentos tan intensos que, incluso el paso del tiempo, no había logrado borrar. Sabía que regresar a México significaba también revivir esos recuerdos, y aunque intentaba decirse que ya no importaba, que no le debía nada a ese pasado, la verdad era que un rincón de su corazón aún latía por él, con la misma intensidad de antes.
Era inevitable, el destino tenía una forma peculiar de hacer que las personas se encontraran una vez más. Aunque Lizzy prefería no pensarlo, sabía que al regresar, todo lo que había sentido por Dimitrio podría resurgir con una fuerza inesperada. Pero eso no era lo que realmente la preocupaba. Lo que la emocionaba era volver a ver a Montserrat, a su amiga, a la persona que la había comprendido en sus peores y mejores momentos. No pensaba en él... o al menos, intentaba no hacerlo.
A su lado, sus hermanos, Nina y Theo, se preparaban para su regreso a México con la misma mezcla de sentimientos encontrados. Nina, con su espíritu rudo, apasionado y coqueta, era el opuesto perfecto de Lizzy, pero aún así, compartían un vínculo indestructible. Aunque sus personalidades no podrían ser más distintas, su relación como hermanas era pura y sincera. Nina estaba tan emocionada como Lizzy por regresar, pero con un toque de desinterés que solo ella podría tener, siempre buscando algo de emoción y adrenalina en cada rincón.
Theo, en cambio, era más tranquilo, más parecido a Lizzy en su naturaleza. A pesar de no parecerse mucho físicamente, Theo tenía esa dulzura, esa amabilidad y bondad que lo hacían tan fácil de querer. Siempre dispuesto a escuchar, a apoyar, a ser el pilar cuando alguien lo necesitaba. Aunque no mostraba tanto entusiasmo por el viaje como su hermana Nina, su semblante tranquilo mostraba la paz que sentía al estar con su familia, al saber que regresaban a donde todo comenzó.
Junto a ellos estaban sus padres, Simón y Marianella, quienes veían a sus hijos con una sonrisa llena de orgullo. Simón, el padre protector y cariñoso, siempre había sido el ancla de la familia. Marianella, por su parte, con su alegría y su amor incondicional, era el corazón de la familia. Ambos compartían la misma emoción al ver a sus hijos regresar a México, el país de donde todos habían salido, pero que nunca habían dejado atrás en sus corazones.
— Estamos de vuelta, hijos —dijo Simón, mirando a cada uno con un amor tan profundo que Lizzy sintió una vez más la calidez familiar que había estado extrañando.
— Les va a encantar el reencuentro, Lizzy —añadió Marianella, siempre optimista, mientras abrazaba a su hija con cariño.
Lizzy sonrió, aunque en su interior, un susurro de duda le decía que el regreso no solo traería consigo momentos felices. No sabía cuándo, pero sentía que el pasado la esperaba allí, entre las calles de la ciudad que conocía tan bien. Aquellas calles que alguna vez había recorrido con Dimitrio, riendo, jugando, disfrutando de su juventud. Sin embargo, por ahora, se concentraba en lo que sí podía controlar: ver a Montserrat.
Cuando finalmente llegaron al lugar donde se reunirían con su amiga, Lizzy no pudo evitar sonrojarse un poco al ver la sonrisa de Montserrat al reconocerla a lo lejos. La emoción la envolvía, y aunque Montserrat tenía su propio estilo de bienvenida, tan única como siempre, Lizzy podía sentir el lazo irrompible que las unía.
— ¡Lizzy! ¡No puedo creer que estés aquí! —exclamó Montserrat, corriendo hacia ella con los brazos abiertos.
Lizzy la abrazó fuertemente, sintiendo cómo toda la tensión de los últimos años se desvanecía en ese instante.
— ¡Te extrañé tanto! —respondió Lizzy con una sonrisa sincera, mientras se separaba un poco para observar a su amiga.
Montse siempre había sido esa chispa de energía, la amiga de risas fáciles y comentarios agudos. En la época en que ambas se conocieron, había sido su refugio, su persona en quien confiar cuando todo lo demás parecía complicado. Ahora, con los años, Montserrat seguía siendo igual de fuerte, igual de brillante, igual de segura de sí misma.
— Yo también te extrañé, amiga. No te imaginas lo que ha sido estar sin ti —respondió Montserrat con una sonrisa que reflejaba su verdadera felicidad de tenerla de nuevo en su vida.
Lizzy asintió, sin poder dejar de sonreír, pero por dentro una parte de ella no podía evitar recordar los momentos que había compartido con Dimitrio, esos que ni siquiera Montserrat podía entender completamente. Aunque la risa y la alegría de estar con su amiga la hacían sentir en casa, el regreso a México también traía consigo una sensación extraña, una mezcla de ansiedad y emoción que se negaba a desaparecer.
Montse, sabiendo cómo era Lizzy, no tardó mucho en notar su silencio, ese que siempre había acompañado sus pensamientos cuando algo la preocupaba. Decidió no preguntar aún, sabía que Lizzy necesitaría su tiempo para hablar de lo que realmente sentía.
Mientras tanto, Lizzy no podía evitar preguntarse cuándo sería el momento en que él aparecería. El destino, al fin y al cabo, nunca dejaba de jugar sus cartas. Por ahora, lo único que quería era disfrutar del reencuentro con su amiga, con su familia, y dejar que el tiempo fuera el encargado de traer lo que tenía preparado para ella. Aunque, en el fondo, sabía que nada volvería a ser igual.
Y así, mientras la tarde se desvanecía y el sol comenzaba a ponerse, Lizzy se sentía de nuevo en casa, rodeada de las personas que más amaba. Pero el eco de un nombre, tan familiar y tan presente en su corazón, aún resonaba en su mente. Dimitrio.
Aún no lo había encontrado, pero el destino no tardaría en reunirlos, una vez más.
Dimitrio no podía creer lo que estaba pasando. Había oído los rumores, había escuchado que Lizzy había regresado, pero no había imaginado que el impacto sería tan fuerte. Cuando la vio, el tiempo se desvaneció a su alrededor. Su corazón latió con una intensidad que pensó que había olvidado, una intensidad que no solo le recordaba a la Lizzy que había conocido en su juventud, sino que ahora era aún más... todo. Más hermosa, más deslumbrante, más única.
Corrió, sin pensarlo, sin detenerse, como si de su vida dependiera. No le importaba nada más en ese momento, solo llegar hasta ella. El mundo a su alrededor se volvió borroso, y lo único que existía era la imagen de Lizzy, tan perfecta, tan pura, como siempre la había imaginado en sus sueños. Era como si una fuerza invisible lo empujara hacia ella. No importaba cuán difícil fuera, su alma solo sabía que tenía que estar allí, a su lado, de nuevo.
Y cuando finalmente la vio, el aire se detuvo en sus pulmones, y por un instante, él dejó de respirar. Lizzy estaba allí, como una visión celestial, tan hermosa como la última vez que la vio, pero a la vez, algo más, algo que lo hacía sentirse más débil, más vulnerable. El tiempo se detuvo, el mundo desapareció. Solo existía ella, su belleza etérea que lo desarmaba con cada detalle.
Su cabello rubio, largo hasta la cadera, parecía brillar con la luz que se filtraba a través de los árboles. Cada mechón caía con una suavidad que solo podía describirse como mágica. Sus ojos azules, tan brillantes como el mar más profundo, lo miraban con una dulzura que lo hacía sentir que todo lo que había pasado en su vida había valido la pena solo para este momento. Esa mirada, tan serena, tan tranquila, lo abrazaba con una calidez que le quitaba el aliento.
Y su sonrisa... esa sonrisa sincera que lo había cautivado desde el primer día. Esa sonrisa que nunca había dejado de recordar, que había sido su refugio en los días más oscuros, ahora iluminaba todo a su alrededor. Cuando la escuchó reír, esa risa suave, tan contagiosa, su pecho se llenó de una sensación que no sabía cómo describir. Era como si la risa de Lizzy tuviera el poder de sanar, de borrar cualquier dolor, de hacer que todo en su vida fuera más liviano.
No podía dejar de mirar su piel blanca y suave, que parecía brillar con una luz propia, un resplandor que venía de lo más profundo de su ser. Y aunque sabía que eso era lo que más lo desarmaba, no podía evitar también notar lo que siempre había sido imposible de ignorar: sus grandes pechos, su gran trasero, todo en ella tan perfectamente formado, pero más allá de eso, era esa aura que irradiaba. Lizzy no solo era hermosa físicamente, era una visión de pureza y bondad.
Era su angel. La mujer que siempre había estado en su corazón, la que había dejado una marca indeleble en su alma, y ahora, verla de nuevo... no sabía si era un sueño o si, por fin, el destino le había concedido una segunda oportunidad.
Nada ni nadie más importaba en ese momento. Todo lo que había sido importante hasta entonces desapareció. Ya no existían las dudas, los miedos, las inseguridades. Era ella y él. Solo los dos. En ese espacio, en ese momento, solo podían estar el uno para el otro. El mundo, el bullicio a su alrededor, las voces, las miradas... todo se desvanecía. El tiempo, como si le temiera a su poder, se detuvo, y lo único que quedaba era Lizzy, su Lizzy, tan perfecta, tan inalcanzable, pero también tan cercana.
Dimitrio ya no sabía qué hacer, ni qué decir. Solo podía mirarla, perderse en sus ojos, en su presencia. El amor que había creído olvidado, aquel amor que había sido la columna de su vida en sus años de juventud, ahora resurgía con más fuerza que nunca. Y lo entendió, en ese mismo instante. No había forma de escapar de lo que sentía.
— Lizzy... —susurró, sin siquiera darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Ella giró hacia él, y en ese momento, cuando sus miradas se encontraron, fue como si el mundo regresara a la normalidad. Pero él ya no podía regresar. No después de verla. No después de sentir lo que sentía.
Lizzy le sonrió, esa sonrisa que tanto amaba, y entonces, Dimitrio entendió que ya nada volvería a ser igual. Todo lo que había pasado antes, todas las distancias, todo el tiempo que los había separado, no importaba más. En ese preciso momento, él sabía que era el comienzo de algo nuevo, algo que no podría escapar.
Era su destino, y su destino estaba allí, frente a él, en la forma de Lizzy.
La escena ante sus ojos era como un cuento de hadas, algo que parecía sacado de un sueño, pero tan real, tan palpable, que Nina y Theo no pudieron evitar sonreír con ternura al ver a su hermana y a Dimitrio finalmente reunidos. Montse, que había estado observando el reencuentro desde un rincón cercano, no pudo más que suspirar, sintiendo una profunda emoción al ver la conexión que se formaba entre ellos, tan natural, tan perfecta. Era como si el tiempo no hubiera pasado, como si todos los años de separación entre Lizzy y Dimitrio no hubieran existido, como si siempre hubieran estado destinados a estar juntos.
Nina, aunque siempre había sido la más apasionada, la más coqueta, no pudo evitar sentir una pequeña chispa de emoción al ver la expresión de su hermana. Lizzy estaba tan tranquila, tan serena, y al mismo tiempo tan llena de vida. Esa mezcla de dulzura y fuerza que siempre la había caracterizado estaba más viva que nunca. Y Dimitrio... él había sido el gran amor de su hermana, y por más que a veces ella lo había visto alejarse, el destino siempre los había unido, como si no hubiera otra manera de que sus vidas fueran completas sin la presencia del otro.
Theo, por su parte, observaba con una sonrisa más reservada pero igualmente cálida. Él siempre había sido el más reflexivo de los tres, pero no necesitaba mucho más para entender lo que estaba sucediendo. A veces, las cosas se sienten tan obvias, tan escritas, que no hay necesidad de explicaciones. Y lo que estaba pasando entre Lizzy y Dimitrio era una de esas cosas. Sus corazones parecían latir al mismo ritmo, como si ambos estuvieran sincronizados por algo más grande que ellos mismos.
Montse, viendo todo esto, se sintió feliz por sus amigos. No podía negar lo que había presenciado durante todos esos años, la química, la conexión tan palpable entre Lizzy y Dimitrio. Sabía que su amiga había amado a Dimitrio desde siempre, y que, por mucho que intentara negarlo o apartarse de esa verdad, el destino había vuelto a cruzar sus caminos. No había manera de ignorarlo, y verla ahora, abrazada a él, con una sonrisa tan genuina en su rostro, la llenaba de felicidad. No solo porque veía a su amiga feliz, sino porque comprendía que eso que estaba sucediendo era algo puro, algo que no podía ser detenido.
De repente, los ojos de Lizzy y Dimitrio se encontraron, y en ese momento, nada más importó. El mundo entero pareció desvanecerse, dejando solo espacio para ellos dos. Sus corazones latían al unísono, como si todo lo que había sucedido antes fuera solo el preludio para este preciso momento. El aire entre ellos estaba cargado de una intensidad tan profunda que ni el paso del tiempo ni la distancia entre ellos pudieron borrar.
Lizzy lo miró fijamente, y algo en sus ojos le dijo todo lo que él había estado esperando. No era solo una mirada de reencuentro, sino una mirada de reconocimiento, de aceptación, de amor. Y cuando ella finalmente lo abrazó, Dimitrio sintió como si el peso de los años se desvaneciera, como si todo lo que había estado fuera de lugar en su vida de repente encajara en su lugar. El abrazo era perfecto, como si sus cuerpos estuvieran hechos para encontrarse así.
Al sostenerla en sus brazos, Dimitrio notó la suavidad de Lizzy, la ligereza de su cuerpo, esa sensación de calma que solo ella podía darle. Fue como si el universo hubiera hecho que sus manos se encontraran en ese momento, como si todo en ellos estuviera diseñado para que se apoyaran el uno en el otro. Sus manos, fuertes y firmes, tomaban las suaves de ella con una delicadeza que no creía que aún existiera en él. Las manos de Lizzy, tan delicadas, tan suaves, se sentían como si estuvieran hechas a medida para encajar en las de él. Y cuando las apretó un poco más, no podía evitar sonreír con ternura al darse cuenta de que nada más importaba.
Sus miradas se encontraron nuevamente, y el silencio que se creó entre ellos fue mucho más elocuente que cualquier palabra. No había necesidad de hablar, no había nada que aclarar. Ellos sabían que todo estaba bien, que todo estaba en su lugar. Estaban destinados a estar juntos, y esa era la verdad innegable.
Incluso Marianella, que siempre había sido tan perceptiva sobre los sentimientos de su hija, no pudo evitar sentir una profunda ternura al verlos. Ella había sido testigo de todo el amor que Lizzy había guardado en su corazón por Dimitrio, y aunque sabía que había sido un amor que había tenido que esperar, nunca había dejado de creer en él. Ahora, al ver cómo Lizzy se entregaba a él con tanta naturalidad, Marianella no pudo evitar sentirse emocionada. Sabía que Dimitrio era el primer amor de su hija, y posiblemente también el único. El amor de una vida, algo que pocas veces se encuentra. Verlos juntos, ver cómo sus corazones finalmente se encontraban después de tanto tiempo, era algo que no solo llenaba su alma de felicidad, sino que también la hacía sentir que todo en su vida había tenido un propósito.
Simon, aunque con un poco más de recelo, no pudo evitar observar la escena con un cariño implícito. Como padre, su instinto era proteger a su hija, y aunque siempre había tenido sus dudas sobre el regreso de Dimitrio a la vida de Lizzy, al ver la forma en que se miraban, al ver cómo ella se entregaba a él sin reservas, su corazón cedió. Simon amaba a Lizzy con locura, y su mayor deseo siempre había sido verla feliz. Aunque, como todo padre, tenía ese instinto protector, sabía que no podía luchar contra lo que el destino ya había marcado para ella. Si Dimitrio la hacía feliz, entonces él tenía que aceptar que este amor, tan puro, tan evidente, era algo que no se podía evitar ni detener.
Y mientras Lizzy y Dimitrio permanecían abrazados, rodeados de las miradas tiernas de aquellos que los querían, el amor que siempre había existido entre ellos se renovaba, más fuerte que nunca. No importaba lo que el futuro les trajera, ni las dificultades que pudieran enfrentar. Lo único que importaba era que estaban juntos, finalmente, y eso, de alguna manera, los hacía invencibles.
Lizzy levantó la cabeza, mirando a Dimitrio con esos ojos azules que parecían iluminar todo a su alrededor. Sin poder contener el torrente de emociones que llevaba dentro, sus palabras salieron con una suavidad que tocó el alma de Dimitrio.
— Te he extrañado tanto, Dimitrio. No sabes cuánto. —dijo, con una sinceridad que solo ella podía tener.
Dimitrio, al escuchar su voz, sintió que su corazón latía con más fuerza. No podía creer que estaba allí, abrazándola de nuevo. Durante tanto tiempo había guardado este sentimiento, y ahora que estaba frente a ella, el mundo entero parecía desvanecerse. Solo existían ellos dos.
— Yo también te he extrañado, Lizzy. Más de lo que podrías imaginar. —respondió, su voz temblando ligeramente, como si esas palabras fueran las más importantes que había dicho en su vida.
No pensó ni un segundo. La envolvió en sus brazos con tal fuerza que parecía que si la soltaba, todo lo que había anhelado durante tantos años se desvanecería en el aire. Era un abrazo lleno de necesidad, de ternura y de amor contenido, un abrazo que los unía de una manera tan profunda que nada más importaba. Ni el tiempo ni las distancias podían interponerse entre ellos. Ella era su todo.
Lizzy, sintiendo la calidez de su abrazo, lo apretó más fuerte, su rostro cerca del suyo. En ese momento, todo se sentía perfecto. La vida había vuelto a ponerla en su camino, y no quería que nada ni nadie interfiriera con ese reencuentro.
Pero mientras Dimitrio y Lizzy compartían ese momento de intimidad, Montse, que había estado observando todo en silencio, no pudo evitar soltar un suspiro y luego, con una sonrisa juguetona, dijo en voz alta:
— ¡Como te ha extrañado! —su tono era claro, con un toque de burla y cariño, como si viera lo que todos estaban viendo: que su hermano, Dimitrio, estaba locamente enamorado de Lizzy, y que no podía ocultarlo ni por un segundo.
Dimitrio, al escuchar esas palabras, se separó ligeramente de Lizzy y miró a su hermana con una mezcla de sorpresa y vergüenza. Su rostro se tiñó de un ligero rubor, pero también se pudo ver en sus ojos la verdad de lo que sentía por Lizzy. No podía negar lo obvio, aunque su hermana, como siempre, no tenía reparo en hacer comentarios tan evidentes.
— ¡Montse! —dijo, levantando las manos en un gesto de frustración y algo de incomodidad, mientras trataba de evitar que la situación se volviera aún más embarazosa. — Mejor cállate, me estás avergonzando.
Montse, al ver la expresión de su hermano, solo soltó una carcajada, levantando las manos en señal de rendición.
— ¡Ay, por favor! —exclamó, con una sonrisa picara. — Si todos lo sabemos, Dimitrio. Es obvio que te mueres por ella. ¿Lo ves, Lizzy? ¡Este hombre está más enamorado de ti de lo que puedes imaginar!
Dimitrio, al darse cuenta de que su hermana no iba a parar, solo pudo suspirar, un tanto resignado. Aunque tratara de ocultarlo, el amor que sentía por Lizzy era más evidente que nunca. A veces, las palabras de Montse le hacían ver cosas que él mismo trataba de ignorar, pero lo que sentía por Lizzy no podía esconderlo.
Lizzy, al escuchar las bromas de Montse, miró a Dimitrio, sus ojos brillando con complicidad, pero también con una ternura que solo ella podía mostrar.
Marianella, observando desde un costado, no pudo evitar sonreír con ternura. Había visto a Lizzy crecer, y aunque sabía que había tenido que enfrentarse a muchas dificultades en su vida, ver cómo se reunía con Dimitrio, el amor de su juventud, la hacía sentir una inmensa felicidad. Sabía que su hija había pasado por mucho, pero también sabía que este amor no era algo que se pudiera borrar tan fácilmente. Su hija y Dimitrio estaban destinados a estar juntos, y ese reencuentro era el comienzo de algo más grande, algo que no podían evitar.
Simon, aunque en su interior siempre había sido protector con Lizzy, no pudo evitar sentir una suave sonrisa en sus labios al verlos a los dos. Sabía que Dimitrio había sido su primer amor, su gran amor, y aunque su corazón de padre seguía alerta, también entendía que los sentimientos de su hija no podían ignorarse. Verla tan feliz, tan completa, solo podía hacerle desear lo mejor para ella. Claro, como cualquier padre, tenía el instinto de protegerla, pero al ver la sinceridad en los ojos de Dimitrio, no pudo evitar sentirse algo aliviado. Quizás, solo quizás, este era el amor que Lizzy necesitaba.
Mientras todos observaban la escena, la conexión entre Dimitrio y Lizzy se hacía más evidente, más palpable. Nadie podría negar lo que ambos sentían. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si nada en el mundo pudiera interponerse en el destino de estos dos jóvenes que, después de tantos años, volvían a estar juntos. Todo lo que se había interpuesto en su camino parecía desvanecerse, y lo único que quedaba era ese amor puro, esa conexión única que se formaba entre ellos con cada mirada, con cada sonrisa.
Y mientras Montse, Marianella y Simon observaban, sabían que este era solo el principio de lo que estaba por venir. Lizzy y Dimitrio se habían encontrado de nuevo, y esta vez, nada ni nadie los separaría.
Dimitrio no podía evitarlo. Mientras la abrazaba, sintió una oleada de recuerdos invadir su mente, todos esos momentos que había guardado con tanto cariño en lo más profundo de su corazón. Miró a Lizzy, a esos ojos azules que lo habían cautivado por tanto tiempo, y un nudo se formó en su garganta. No podía seguir ocultando lo que sentía. Ya no podía.
— Lizzy... —dijo en un susurro, su voz llena de emoción, de una intensidad que ella no podía ignorar. — Cada día, durante estos cinco años, he recordado lo que pasó cuando teníamos 18. No hay ni un solo día en que no lo haya pensado, en que no haya revivido aquel momento... el momento en que te vi alejarte, cuando te fuiste, y me quedé con el corazón roto, con la sensación de que algo se me escapaba entre los dedos.
Lizzy lo miró, sus ojos llenos de curiosidad. No sabía exactamente a dónde quería llegar, pero las palabras de Dimitrio la hicieron detenerse por un momento. Él nunca había sido tan abierto con sus sentimientos, especialmente no cuando se trataba de ella.
— Yo... —continuó Dimitrio, respirando hondo, como si cada palabra que fuera a decir le costara un esfuerzo monumental. — Yo quería detenerte. Quería gritarte lo que sentía, pero en ese momento no pude. No podía hacerlo. Tenía miedo. Miedo de perderte, miedo de que me vieras como un tonto. Pero lo que sentía por ti... no podía ser ignorado.
Lizzy, sin poder evitarlo, dio un paso atrás, mirándolo con esos ojos tan expresivos. Su corazón latía más rápido, no solo por las palabras de Dimitrio, sino por la carga emocional que esas palabras traían consigo. Sabía que lo que él decía era sincero. Pero, ¿cómo había podido soportar todo este tiempo sin decirlo? ¿Por qué no lo había dicho antes?
Dimitrio dio otro paso hacia ella, tomando suavemente sus manos. Las apretó con fuerza, como si con ese gesto intentara transmitir todo lo que no podía expresar con palabras.
— Ahora, con 23 años, quiero que sepas algo. —su voz se volvió más profunda, más segura. — Cuando tenía 18, y te vi irte, mi alma se partió en mil pedazos. No sabía cómo vivir sin ti, sin tenerte cerca. Quería detenerte, quería besarte, decirte lo mucho que te amaba, lo mucho que te necesitaba. Pero el miedo me paralizó. Y ahora, después de todo este tiempo, me doy cuenta de algo...
Lizzy lo miró fijamente, sintiendo una mezcla de emociones intensas. No sabía cómo reaccionar. La historia que Dimitrio estaba compartiendo con ella era tan profunda, tan llena de sentimiento, que le costaba asimilarlo.
— Lo que quiero decirte, Lizzy —dijo él, su voz ahora más firme, con una intensidad que hacía que su corazón se acelerara— es que te quiero. No quiero que pienses que esto es algo de momento, algo pasajero. No es solo porque te he visto después de tanto tiempo. No, esto va mucho más allá. Quiero ser tuyo, Lizzy. Y no me refiero solo a estar contigo, a ser parte de tu vida. Quiero ser tuyo de todas las maneras posibles. Quiero ser el que te haga sonreír cada mañana, el que te dé fuerzas cuando te sientas débil, el que esté a tu lado en los momentos más oscuros, el que te ame con toda el alma. Porque lo que siento por ti...
Se quedó en silencio por un momento, como si esas palabras fueran las más difíciles de pronunciar, las más importantes. Pero lo que él sentía por ella no podía seguir guardado.
— Lo que siento por ti es más de lo que puedo describir. Eres más que solo una hermosa mujer para mí, Lizzy. Eres mi razón, mi todo. Cada vez que te veo, siento que el mundo entero desaparece. Solo existimos tú y yo, como siempre debió ser.
Lizzy no pudo evitar sentirse sobrecogida por sus palabras. El amor, la devoción, la sinceridad en su voz la dejaron sin aliento. Lo miró profundamente, buscando en sus ojos la misma verdad que sentía en su pecho. No necesitaba que le dijera más. Todo lo que había compartido con ella en ese momento le llegó al corazón de manera tan profunda que las palabras parecían insignificantes en comparación con lo que sentían el uno por el otro.
Dimitrio, observando su silencio, se acercó más, con una vulnerabilidad que raramente mostraba. Quería que ella supiera todo, que entendiera la magnitud de lo que significaba para él.
— Lizzy... no hay un solo día en que no te haya pensado. No hay un solo día en que no me haya despertado con la sensación de que algo faltaba, de que la mitad de mi alma no estaba a mi lado. Y es que tú, Lizzy, eres esa mitad. No hay nada ni nadie que me haga sentir lo que tú me haces sentir. Me haces sentir vivo, me haces sentir especial, me haces sentir que, al fin, todo tiene sentido. No puedo vivir sin ti, no quiero vivir sin ti.
Lizzy lo miró con el corazón palpitando fuertemente. ¿Cómo había sido tan ciega? ¿Cómo había pasado tanto tiempo sin entender lo que sentía Dimitrio por ella? Pero en ese momento, todo parecía cobrar sentido. Lo que él había guardado durante años, lo que había estado esperando todo este tiempo, era exactamente lo que ella también había sentido siempre.
— Yo... —dijo Lizzy, su voz temblando al principio, pero ganando fuerza con cada palabra— también te he echado de menos, Dimitrio. No sabes cuánto.
Dimitrio sonrió, y en sus ojos brillaba una mezcla de felicidad y alivio. Todo lo que había estado guardando en su corazón, por fin, había salido a la luz. Ya no tenía que esconder lo que sentía. Y ahora, frente a él, Lizzy era más que solo una imagen de su pasado. Era su presente, su futuro, y nada ni nadie podría interponerse en su camino.
Se acercó a ella, con esa mirada decidida que solo él podía tener.
— No quiero que seas solo una parte de mi vida, Lizzy. Quiero que seas toda mi vida.
Y, con esa promesa, se inclinó hacia ella, sabiendo que este momento era solo el principio de todo lo que vendría.
Mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, iluminando sus rostros con una cálida luz dorada, ambos sabían que, después de todo lo vivido, al fin estaban listos para lo que el destino tenía preparado para ellos.
Dimitrio no podía dejar de maldecirse internamente. ¿Cómo había sido tan tonto? Durante todo este tiempo, había tenido a Lizzy a su alcance, y no había tenido el valor de decirle lo que sentía. La había dejado ir, pensando que el tiempo y la distancia curarían lo que sentía por ella. Pero ahora, al verla frente a él, con sus ojos brillando como dos cielos azules, la sonrisa sincera que solo ella sabía regalar, y esa esencia que lo envolvía por completo, todo eso le parecía un error, un maldito error que no podía seguir repitiendo.
— Fui un idiota... —murmuró, más para él que para ella, apretando los dientes por la frustración que sentía al recordar todos esos días en que había guardado sus sentimientos. — Fui un maldito idiota por no haberte dicho antes lo que significas para mí, Lizzy. Lo supe desde siempre. Pero por miedo... miedo a perderte, me quedé callado. No quiero seguir siendo ese idiota.
Lizzy lo miró fijamente, con una ternura infinita en sus ojos, una dulzura que solo ella podía transmitir. Sabía lo que él sentía, porque ella también lo sentía. La conexión entre ellos era innegable, más fuerte que cualquier miedo o inseguridad. Y, aunque la emoción le embargaba el corazón, no pudo evitar sonreír, suavemente, como si esa sonrisa fuera la respuesta a todo lo que Dimitrio había dicho.
— Eres un idiota... —dijo ella, su voz suave, pero con un toque travieso que solo ella podía tener. — Pero eres un idiota muy bonito.
Sus palabras fueron como un bálsamo para él, como si de alguna manera todo su dolor se desvaneciera. Dimitrio no pudo evitar reír, una risa profunda y sincera, como si esa fuera la primera vez en mucho tiempo que se sentía verdaderamente feliz. Pero, en lugar de quedarse ahí, solo pensó en lo que ya no podía esperar más.
Con el corazón acelerado, y una pasión que parecía brotar de cada rincón de su ser, se acercó a Lizzy, sin dejar espacio entre ellos. Sin pensarlo, sin medir las consecuencias, sus labios se encontraron en un beso cargado de emoción, de deseo reprimido por años, de una necesidad tan intensa que ambos sintieron como si el tiempo se detuviera.
Fue un beso salvaje, lleno de ternura pero también de una pasión que había estado esperando ser liberada. Sus labios se encontraron con la desesperación de quien sabe que no hay vuelta atrás, que todo lo que habían esperado durante tanto tiempo, finalmente, estaba sucediendo. Las lenguas se entrelazaron, se conocían, se necesitaban, se querían con una urgencia que parecía desbordarse, como si sus cuerpos se hubieran estado llamando durante todos esos años de separación.
El beso fue profundo, lento al principio, como si estuvieran saboreando cada instante, cada segundo. Pero pronto, el deseo se hizo más fuerte, las caricias más intensas, como si sus cuerpos exigieran ese contacto, como si cada parte de ellos supiera que ese era el momento de rendirse, de entregarse por completo. Sus lenguas danzaban al compás de un ritmo frenético, ambos tan entregados, tan en sintonía, que el mundo que los rodeaba desapareció por completo. Solo existían ellos dos, fundidos en un solo ser, sin importar nada más.
Lizzy, con una valentía que siempre la había caracterizado, no dudó en dejarse llevar por la intensidad de sus sentimientos. Su cuerpo, su alma, su corazón, todo se entregaba a Dimitrio en ese beso, como si ese fuera el único aire que necesitaba para vivir. Sus manos recorrían su espalda, mientras él la sostenía con fuerza, como si temiera que, si la soltaba, todo se desvanecería.
Ambos estaban completamente absortos en el momento, como si el tiempo se hubiera detenido para darles un respiro, para dejarlos vivir el uno al otro. Las sensaciones eran tan intensas que todo lo que habían sido hasta ese momento, todas las dudas, los miedos, las inseguridades, se desvanecieron por completo. Solo quedaba el amor, el deseo, la pasión.
El beso continuó, se alargó, se volvió aún más apasionado, hasta que, finalmente, se separaron, ambos respirando con dificultad, con los corazones latiendo desbocados. Sus frentes se rozaban, y sus ojos se encontraban, llenos de complicidad, de amor, de promesas no dichas. Ninguno de los dos necesitaba más palabras. Sabían que ya no había vuelta atrás.
Lizzy lo miró, su voz suave pero firme, con una seguridad que hacía años no veía en ella.
— Siempre seré tuya, Dimitrio. —dijo, con una sonrisa, como si ya no importara lo que hubiera sucedido antes, lo que los había mantenido separados. Ahora solo importaba lo que sentían, lo que vivían.
Él la miró fijamente, su corazón rebosante de amor y emoción. Sabía que ella siempre sería suya, como él sería de ella. Nadie más podría ocupar su lugar. Ningún otro amor, ninguna otra relación, podría compararse con lo que ellos dos compartían.
— Y yo siempre te amaré, Lizzy, siempre. —respondió, sus palabras llenas de certeza y promesas que solo el tiempo podría confirmar.
Y en ese instante, sabían que no había nada ni nadie que pudiera separarlos. La vida los había reunido de nuevo, y esta vez, nada los apartaría el uno del otro.
El amor que compartían era eterno.
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