Capítulo 11

Narra Abril

Me removí de la cama incómoda.
Las sábanas estaban frías.
Busqué durante unos segundos la posición en la que estaba antes, donde estaba calentita.

Pero no la encontré.

Resignada, abrí los ojos.

Me encontraba sola en la cama. Y intuí que también estaba sola en toda la habitación.

No sabía dónde se había metido Matheew. No se escuchaba ruido ninguno y eso me preocupó.

Salí de la habitación descalza. El suelo estaba algo frío aunque estuviera cubierto por una alfombra.

Pase por varias puertas, pasillos hasta que llegué a perderme.

La voz de Charlie Puth resonó en mis oídos.

Fui acercándome a una habitación cada vez más hasta dónde creía que provenía esa canción.

Las puertas eran de cristales tintados de blanco, que te dificultaba un poco al mirar lo que había dentro.

Sin pensármelo dos veces, abrí la puerta.

Un gimnasio con todo lo necesario. La canción se volvió más y mas fuerte. Tanto, que resonaba por todos lados.

Matheew se encontraba haciendo dominadas.
Me daba la espalda. Estaba algo sudado y se miraba fijamente al espejo que cubría todo el gimnasio.

Prácticamente, las paredes eran espejos.

Tenía las piernas cruzadas, y bajaba y subía la barra una y otra vez sin parar.

Solo cruzó su mirada con la mía a través del espejo cuando la puerta se cerró detrás mía.

—¿Observando las vistas? –Preguntó mientras se bajaba de la barra.–

Quise negar con la cabeza y levantar la cabeza dignamente. Pero su cuerpo me llamaba. Tenia que contemplarlo.

—Me levanté sola. –Informé.– En una casa que no conozco.

—Y por eso tienes que mirarme con esas babas, ¿no? –Juguetón, se acercó a mí.–

Quise alejarme. Pero sería perder más dignidad todavía.

Maldita seas, Abril.

—¿De que babas hablas, idiota?

Insconcientemente me pasé la lengua por los labios. No le extrañaría nada que un par de gotas salieran de mi boca.

Este negó divertido y se dio la vuelta. Se acercó de nuevo a la barra y me miró.

—Ven aquí, harás dominadas conmigo.

Cold Water resonó por los altavoces. Matheew bajó un poco el volumen. Me cogió de la mano y tiró de mi.

—No llegaré a la barra, soy pequeña. –Me excuse.–

A él no le importó una mierda, y me cogió como si fuera una pluma.

Rápidamente me enganché a la barra y quedé suspendida en el aire.

—Quedate quieta. –Pidió.–

Al instante lo vi poniéndose enfrente de mi. Pegó un salto y se enganchó a la barra también.

No sabía cómo la puta barra podía aguantar tanto peso.

Estábamos a cinco centímetros prácticamente. Matheew había puesto sus manos al lado de las mías, acorralándome.

—Enganchate a mi cintura con tus piernas. –Ordenó.–

Le hice caso y crucé mis piernas alrededor de su cintura.

—Así tendrás que levantar menos peso. –Informó.– Bien, Ahora sube conmigo.

Subimos y bajamos como diez veces. Y no podía mas.

Cierto es que no estaba levantando mi peso, simplemente el de mis brazos y el de mi abdomen, pero me sentía totalmente derrotada.

Matheew lo notó y rápidamente pegó un salto. Cayó al suelo de pie y me cogió de las piernas, ayudándome a bajar.

—¿Haces esto todos los días? –Pregunté mientras me dejaba en el suelo.–

—Solo cuando tengo tiempo. –Resumió.– Vamos a desayunar.

Cogió una toalla y se limpió el sudor que le bajaba por el cuello.

—Antes me iré a duchar. Espérame abajo, haremos algo para desayunar. –Cogió una botella de agua que había en el suelo y bebió de ella, después volvió a clavar su mirada en mi.– ¿Te apetecen tortitas?

Sin dejarme tiempo para responder, abandonó el gimnasio. La música había parado y todo estaba en absoluto silencio.

Salí del gimnasio dispuesta a buscar la ansiada cocina.

Y después de diez minutos lo conseguí.

La cocina era de color rojo. Preciosa.

Todo estaba limpio, parecía una foto de un catálogo de cocinas.

Me senté en un banco que había justo enfrente de una isla. La encimera de color blanco le daba un toque elegante.

Desde la posición en la que me encontraba, se podía ver lo grande que era el jardín.

Matheew se plantó delante de mi quitándome las hermosas vistas.

—¡Vamos a por esas tortitas! –Gritó entusiasmado sacando un bol de uno de los cajones.–

Después de cinco minutos, mi compañero había sacado todos los ingredientes.

Iba solo con un chándal como el que había utilizado para dormir.

No entendía como no podía tener frío.

Me puse justo a su lado y le ayudé a hacer la mezcla. Cuando sacó la harina la cocina se llenó de polvo blanco.

Al parecer el muy gilipollas había abierto el paquete de harina al revés.

Teníamos todos los pies de color blanco. Este con una sonrisa cogió un puñado de harina con sus manos y me lo tiró.

Grité enfurecida.

—¿¡Sabes lo que tardaré en quitarme toda esta harina del pelo, maldito gilipollas!? –Grité corriendo detrás de él –

Matheew riéndose de mi, salió corriendo hasta el jardín.

Obviamente lo seguí.

—¡Ahora en vez de parecer una monja pareces una virgen! –Chilló como un niño pequeño mientras corría sin parar en círculos.–

—¡Te voy a pegar la hostia que ni Dios te a dado! –Le amenacé.– ¡Deja de huir cobarde!

Este se largó y cruzó la esquina de la casa.
Estaba mas que segura que había ido a otra parte del jardín.

Le seguí dispuesta a pegarle en los huevos.

Cuando me pude dar cuenta, Matheew corría hacia mi.

Me agarró de la cintura y me levantó del suelo.

—¡Vamos a darnos un baño! –Gritó este mientras andaba conmigo encima.–

Me cogió como un saco de patatas. Y lo único que yo podía hacer era intentarlo coger de las orejas para así manejarlo.

Pero obviamente falle en el intento.

—¡¡Bájame de aquí ahora mismo!! –Ordené, pero este no me hizo ni puto caso.–

Este saltó y pude observar como caía con él.

En sus brazos.

El agua estaba congelada, pero los brazos de Matheew no se separaron de mi cintura.

Abrí los ojos debajo del agua, y la mirada de Matheew y la mía se cruzaron.

Me abrazó con mas fuerza y salimos del agua para poder respirar.

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