—¿Crees que Kiet y Fenzy dejarán de pelearse algún día?
La pregunta de Cloe surge en mitad de la noche, con las últimas llamas de la hoguera que han usado para calentar la cena todavía ardiendo e iluminando levemente el campo de entrenamiento. En esta segunda fase del Gran Torneo, y en especial después de que Tänpo insistiera en convertir los entrenamientos en sesiones de meditación para alentar a los Senkuns a encontrar sus verdaderas motivaciones, se ha convertido en rutina quedarse hasta tarde en la Dimensión Paan y, por cortesía del Wadaan, cenar todos juntos junto al fuego.
Tras la cena, plagada de las habituales bromas y comentarios sobre el torneo, Tänpo se ha excusado para meditar, permitiendo a los chicos un rato de descanso antes de volver a casa; tiempo que Fenzy y Kiet, como de costumbre, han decidido aprovechar para picarse mutuamente. Actualmente, Kiet se dedica a perseguir a Fenzy por todo el campo por haberle pintado la cara mientras dormía, y no tardará en exigir su revancha.
Como de costumbre.
Así que Zak y Cloe se han quedado junto al calor del fuego, observando a sus amigos desde la distancia en un ambiente cálido, reconfortante y silencioso —si se ignoran los gritos de Kiet y las burlas de Fenzy en la lejanía. La oscuridad de la noche frente a la luz de las llamas, que proyecta enormes sombras sobre la hierba, junto con los pequeños homúnculos luminosos que crecen sobre ella, pintan la atmósfera de bellos colores anaranjados y azules. Resulta una escena hermosa en la que olvidarse del mundo exterior; de padres demandantes y separaciones inevitables; de torneos alienígenas y responsabilidades terrícolas; a Zak no le importaría quedarse en ella para siempre.
—Pues yo creo que igual sí —responde el rubio después de meditar la pregunta unos segundos. A su izquierda, Cloe suelta una risa de incredulidad y enarca las cejas—. Lo digo en serio. Aunque espero que no lo hagan. Es divertido verlos chincharse, es casi una tradición —apunta, a lo que Cloe asiente.
—Sí. De hecho, no recuerdo un día desde que somos amigos en el que no los haya visto pelearse. Creo que es su forma de demostrarse afecto —y tiene razón; Zak está seguro de que, bajo todas las capas de inofensiva rivalidad, cualquiera de los dos no dudaría un pelo en enfrentarse con quien fuese por defender a su compañero—. Si dejan de hacerlo, dejan de ser amigos.
Esta vez, ambos jóvenes ríen, reconfortados por la absurdez y banalidad del asunto. Bromas entre amigos frente al fuego, con el estómago lleno de deliciosa comida; «¿acaso existe algo que pueda perturbar este breve momento de felicidad?», se pregunta Zak.
—Te voy a echar mucho de menos cuando me vaya al internado.
Por lo visto, sí lo hay.
La repentina confesión de Cloe hace que le dé un vuelco el corazón. El tono de la conversación cambia de golpe, y no hay rastro de la risa ingenua y despreocupada que compartían unos instantes atrás. La joven tiene un aire de tristeza en la mirada, y Zak traga saliva, deseando poder tragarse sus nervios con ella.
—Yo también te voy a echar de menos —responde finalmente, con toda la calma que es capaz de reunir, que no es mucha, y poniendo toda su atención en que la voz no le traicione—. Mucho.
—¿Cuándo os mudáis tus padres y tú?
—El mes que viene.
—¿Antes de acabar el trimestre?
—No lo sé.
Cloe exhala el aire contenido en un suspiro de abatimiento, y baja la mirada al césped a sus pies, arrancando unos matojos con la mano.
—Es muy injusto.
«Lo es, pero tampoco tenemos otra opción», piensa Zak. Su dolor inicial por la noticia de la mudanza había atravesado la rabia y la negación de manera intermitente durante los últimos días, y ahora amenazaba con acercarse a algo peligrosamente parecido a la resignación. Al fin y al cabo, ¿qué podría proponer él que fuera una mejor alternativa que mudarse? No es más que un adolescente. ¿Qué opción podrían tener para conseguir el dinero que necesitan que no hayan pensado antes sus padres? Sin embargo, Cloe parece no haber terminado de hablar, por lo que decide abstenerse de hacer comentarios.
—Quiero decir —continúa atropelladamente—, sé que nuestros casos son todos distintos, y ninguno es más justo que otro; en todos ellos, nuestros padres han decidido por nosotros; así que lo que voy a decir es personal y es sobre mí y no quiero que creas que estoy siendo egoísta y minimizando vuestras situaciones ni nada por el estilo-
—Cloe —Zak la frena antes de que se quede inevitablemente sin aliento—. Tranquila. No eres egoísta. Tienes todo el derecho del mundo a quejarte. —Cloe le dedica una débil sonrisa antes de proseguir, más calmada esta vez.
—Mis padres no necesitan mudarse; ni por trabajo, ni por recuerdos, ni porque sean muy mayores. Simplemente, han decidido que van a tomarse mi futuro por su mano. —La joven ha fijado la vista en un punto en el horizonte; Zak sigue su mirada: Kiet ha alcanzado a Fenzy por fin y la está levantando por los aires mientras ella le golpea el brazo para liberarse. La decisión en la voz de su amiga lo trae de vuelta a la conversación cuando afirma—: Yo no quiero ser abogada.
—Lo sé.
—Ellos no lo ven. No ven que he estado toda la vida esforzándome para sacar buenas notas, que sigo esforzándome. Y sé que no pueden ver que me esfuerzo para salvar el mundo y a la vez mantener mis notas. Lo sé. Pero ojalá... —Cloe inspira sonoramente y continúa en voz más baja. Hay rabia y frustración muy bien camufladas en su discurso, y si sus ojos han empezado a brillar de forma especial, no demuestra ser consciente de ello—. Me gustaría que apreciaran lo que hago. Y que vieran que no necesito su maldita excelencia para ser feliz.
En el silencio que sigue a su pequeño discurso, Zak tiene tiempo de pensar que es la primera vez que recuerda escuchar a Cloe quejarse así de sus padres, o de sus resultados académicos. Él, que celebra como un acontecimiento histórico cada vez que alcanza un notable bajo, se siente un poco fuera de lugar en el tema, y aunque no sienta ninguna vergüenza de sí mismo por ello (siempre ha sabido que estudiar no es su punto fuerte, pero aquello no le ha supuesto un gran problema nunca), duda que pueda aconsejarla lo más mínimo en ese aspecto. Sin embargo...
Sin embargo, está claro que para ella es importante. Zak no es idiota; ya era relativamente consciente de su situación respecto al ámbito escolar, a su manera: aunque no alardee sobre sus dotes académicos, los susurros en clase y los halagos de los profesores (y los insultos de los idiotas de Ron y Rud, cuando les da por meterse con ella, para su retorcida satisfacción personal) hacen que resulte difícil no pensar en Cloe como la "chica sobresaliente". Lo que tal vez no se había parado a considerar era el esfuerzo que suponía para ella mantener ese título, y la carga innecesaria que conllevaba hacerlo. ¿Tanto le exigen sus padres para alcanzar sus propias expectativas sobre su hija? ¿Cuántas de sus notas son para ella realmente, y cuántas han sido para sus padres?
Bajo este nuevo enfoque, Cloe parece una persona completamente nueva a su lado. Zak, ya sea porque siente como si acabaran de contarle un secreto importantísimo o porque ella también lo ha hecho, baja la voz para responder.
—Tienes que hacérselo ver. Tienes que decirles cómo te sientes, hablar con ellos. No puedes vivir tu vida por ellos. Ya te dije que no sirve de nada engañarse a uno mismo... y ya viste lo que pasó en el Gran Torneo. —Sabe que Cloe lo recuerda perfectamente, al igual que él, porque lo ha vivido en sus carnes: la Energía Sen contenida, el dolor del autoconvencimiento y la liberación (el peso) de la verdad (de la mano de Cloe sobre la suya). En cambio, la joven niega con la cabeza.
—No van a escucharme. Nunca lo hacen. No me toman en serio, Zak. Creen que cosas como "la creatividad" y "la imaginación" no son más que... pasatiempos. Caprichos de niña pequeña. Eso es lo que soy para ellos —las briznas de hierba se rompen en su puño cerrado—. Una niña pequeña.
—Bueno, no pierdes nada por intentarlo, ¿no? De todas maneras, ya te han inscrito al internado. ¿Qué es lo peor que puede pasar? —ríe Zak, tratando de animarla.
Cloe no responde y se limita a rodear sus piernas con los brazos y apoyar la cabeza sobre las rodillas. La sonrisa del rubio decae al instante. «Mierda, por ahí no, Zak; no es momento para bromas. Retrocede».
—Eh —el rubio coloca suavemente su mano sobre el brazo de su amiga; la de pelo azul vuelve el rostro para mirarle, con una mejilla todavía descansando sobre sus piernas—. Sé que es difícil. Sé que estás disgustada, y enfadada; a lo mejor crees que nadie te entiende, y mucho menos tus padres; y a lo mejor no sabes qué hacer para salir de esta; y a lo mejor te da miedo el futuro, y lo digo porque a mí también me da miedo; y a lo mejor crees que cuando te vayas vas a estar sola; y perdón porque sé que me estoy haciendo un lío, pero lo que quiero decir es que... —Zak toma aire profundamente antes de mirarla a los ojos. Puede sentir los nervios reaparecer repentinamente, los nota subir garganta arriba, pero traga saliva con decisión y afirma, sin apartar la vista—: no vas a estar sola. Yo voy a seguir aquí. Bueno, unos cuantos kilómetros más lejos —corrige rápidamente Zak en una risita nerviosa—, pero no me vas a perder. Nunca. Te lo prometo.
Cloe se queda muda de la sorpresa y lo mira perpleja, con sus ojos azul cielo fijados en los suyos dorados y con la boca entreabierta, como si las palabras hubieran quedado muertas en sus labios. El mundo entero parece haber enmudecido a su alrededor; incluso...
—Bueno, y a Fenzy y Kiet tampoco —se apresura a añadir Zak al acordarse de los gritos de sus amigos, los cuales, por cierto, están sospechosamente callados—. Estoy seguro de que ellos tampoco te van a dejar sola; aunque no es que les haya preguntado, pero creo que no hace falta-
A Zak lo interrumpen los brazos de Cloe rodeando su torso con fuerza y la leve presión de su cabeza sobre su pecho. ¿Seguro que no está soñando? Apenas tiene tiempo de procesar lo que está ocurriendo antes de que ella hable finalmente, con voz entrecortada, desde su camiseta:
—Gracias, Zak.
Cloe lo está abrazando.
¡Cloe lo está abrazando!
Rogando para que no se dé cuenta de lo rápido que le late el corazón (y sabiendo que es una causa perdida), se apresura a devolverle el abrazo con todo el cuidado del mundo, como si temiera que pudiese romperse entre sus brazos. Cloe, por el contrario, lo abraza aún más fuerte; Zak no tiene más remedio que responder con igual brío, apretando su cuerpo al suyo y descansando el mentón en su hombro, grabando el momento en su memoria antes de que se esfume para siempre.
—N-no hay de qué. —Su voz suena tan poco estable como su frenética respiración (¿y desde cuándo le sudan tanto las manos?). Cloe empieza a soltarse y el rubio no tarda en imitarla; justo a tiempo, porque Kiet y Fenzy han decidido terminar con su pelea diaria (que en realidad nunca termina del todo) para reunirse con ellos. Ambos están claramente exhaustos después de su persecución, y ambos sonríen ampliamente a pesar de todo.
—Eh, tíos —saluda Fenzy, empleando su tono amigable particular dedicado únicamente a ese grupo de personas que consiguen no ponerla nerviosa (grupo que, en la práctica, se reduce a ellos de manera casi exclusiva)—. ¿Nos vamos?
—Sí, por favor —se suma Kiet, quien, a pesar de haber conseguido hacer desaparecer casi cualquier rastro de pintura de su cara, lleva el brazo derecho ligeramente más rojo que el izquierdo; a Zak no le sorprende comprobar que es del que ha visto a Fenzy volar por los aires unos minutos atrás—. Estoy agotado. Voy a tener que pedirle a mi abuela que me prepare un bocadillo para la recena, o me moriré de hambre mientras duermo.
Cloe se incorpora en un ágil movimiento.
—Será mejor que nos demos prisa, no quiero tener problemas por llegar tarde —contesta, dándole la mano a su compañero para ayudarlo a levantarse. El rubio la acepta y se pone de pie de un salto.
—Ha sido un día largo —concluye Zak—. ¿Dónde está Tänpo?
—Mañana será aún más largo —responde la voz del anciano Wadaan, apareciendo como por arte de magia tras ellos, fiel a su estilo silencioso—. Confío en que habéis progresado en encontrar vuestras motivaciones —inquiere; los chicos asienten, unos más convencidos que otros. Zak está más que seguro de cuál es la suya, y la idea ya no parece disgustarle tanto—. Bien. Volved a casa, descansad y coged fuerzas, y todo debería ir bien en el partido de mañana.
—De acuerdo —la aprobación a coro de sus cuatro aprendices es suficiente para arrancarle una sonrisa a Tänpo. Alegres, esperanzados y cada vez un paso más cerca de la victoria, la despedida queda apagada por el rayo azul, que cae del cielo al grito unísono de "¡Sendokai!". Zak siente el agradable cosquilleo de energía recorriendo su cuerpo y haciendo levitar sus pies sobre el suelo, y en un instante está volando, realizando piruetas imposibles y esquivando los destellos luminosos, camino a la seguridad de su hogar en la Tierra, a millones de dimensiones de distancia.
~*~
El viaje de vuelta es lo bastante corto como para no tener que preocuparse por echar la cena fuera, pero es suficiente para brindarles un momento más de diversión intergaláctica (una realidad que han asumido con relativa facilidad, teniendo en cuenta el surrealismo de poder desplazarse por el espacio-tiempo a su antojo y en cuestión de minutos para alternar hacer ecuaciones y ejercicios de sintaxis con salvar el mundo). El cielo terrícola es de un suave tono anaranjado que anuncia la proximidad del anochecer: justo a tiempo para volver a casa sin levantar sospechas.
—Tíos, esto de cenar con Tänpo está guay, pero necesito que me dé una excusa para explicarle a mi madre por qué vuelvo a casa tarde y sin ganas de cenar y conseguir que no me castigue una semana sin salir —se queja Fenzy, con más burla que enfado.
—¿Sin ganas de cenar? —brama Kiet, con gran dramatismo—. ¿Cómo es posible? ¿Seguro que eres la misma Fenzy que se ha dedicado a marearme toda la tarde?
—Algunos no dependemos de inflarse a bocadillos para sobrevivir —sonríe ella, con sorna, a lo que Kiet responde con una colleja. Ahí está: el constante tira y afloja que ni el agotamiento de un día de entrenamiento puede hacer desaparecer.
—Mis padres seguro que me echan la bronca por no pasar la tarde estudiando —se lamenta Cloe—. Por lo menos he dejado hechos todos los ejercicios de historia y de inglés y solo tendré que repasar el vocabulario del workbook para el examen de mañana.
—¿Había deberes de historia? —pregunta Fenzy.
—¿Había deberes de algo? —se extraña Kiet.
—¿¡Tenemos examen!? —exclama Zak, a lo que todos se giran para mirarle.
—Sí, lo dijo la semana pasada —responde Cloe con los ojos muy abiertos—. ¿De verdad no te habías enterado?
—Eh... —el rubio trastabilla para dar una respuesta—. Digamos que he tenido otras preocupaciones en mente. —Y, en realidad, no está mintiendo: con todo lo que está pasando a su alrededor, el instituto es el menor de sus problemas—. Además —añade, con una sonrisa gamberra—, llevo desde septiembre sin saber dónde está el workbook.
—Así me gusta, colega —le pica Fenzy, riendo con el mismo tono—. Un buen guerrero Sendokai siempre tiene que dar el mejor ejemplo.
—Exacto —concluye Zak con suficiencia y soltando una carcajada.
Kiet no tarda en unirse al coro de risas, y Cloe, aunque pone los ojos en blanco como signo de desaprobación, no puede evitar dejar escapar una media sonrisa de incredulidad.
La primera parada es en casa de Fenzy. La de pelo rosa se despide sin muchos miramientos:
—Nos vemos mañana, vamos a patearles el trasero a los Zorn. —Y añade, con una sonrisa que Zak puede oír más que ver, porque lo dice sin siquiera volverse a mirarle—: Y, con suerte, también al examen de inglés.
—No lo dudes —contesta el rubio mientras se alejan.
La siguiente casa en proximidad es la suya, pero lo cierto es que no tiene ganas de volver a casa para encontrarse con sus padres, ilusionados con la mudanza, y empezar a estudiar (¿y por dónde va a empezar? De todas formas, ni siquiera cree haber traído el libro a casa); por lo que decide acompañar a Kiet y Cloe en lo que queda de camino hasta sus casas y volver más tarde. Así, los tres no tardan más que unos minutos a paso ligero en llegar al portal de muros blancos de la joven.
—Hasta mañana, Kiet —sonríe ella.
—Hasta mañana —corresponde él; luego baja la voz para preguntar—: ¿no... no tendrás por ahí algún ejercicio del tema de historia que no te importe dejarme, no? —La de pelo azul le dirige una mirada reprobadora y Kiet baja la cabeza rápidamente—. Vale, no he dicho nada.
Zak y Cloe ríen. La joven se acerca a la puerta mientras habla de nuevo, esta vez dirigiéndose al rubio, quien no tarda en seguirla.
—Gracias otra vez, Zak.
—No hay de qué; de verdad. —Y lo dice con total sinceridad. ¿En qué cabeza cabe no ayudar a su... mejor amiga? ¿Quién haría eso? Él no, definitivamente.
—Creo que hablaré con mis padres. Tienes razón: la cosa no puede ir mucho peor, así que por lo menos lo habré intentado —dice ella, con una sonrisa melancólica. Zak responde con un cariñoso empujón en el brazo.
—Ese es el espíritu.
La sonrisa que sigue a sus palabras va acompañada de un silencio muy cargado entre los dos. Puede leer la indecisión en los ojos azules de su amiga y espera a que ella diga algo, pero parece que la conversación ha terminado definitivamente. Cloe ya ha llamado al timbre y Zak ha comenzado a alejarse para reunirse de nuevo con su amigo cuando algo parece ganar la batalla en el interior de la de pelo azul, porque de repente grita su nombre en alto:
—¡Zak, espera!
Y antes de que pueda hacer nada para impedirlo (aunque, de haber tenido la oportunidad, tampoco lo habría hecho ni en un millón de años), Cloe ha vuelto a abrazarlo. No es más que un apretón y no puede durar más que un par de segundos, pero es más que suficiente para que le suban todos los colores a las mejillas, que le han empezado a arder como una estufa.
—Hasta mañana —se despide la joven cuando por fin se abre la puerta, y desaparece detrás de la figura de su padre en el umbral. A Zak, que sigue mirando fijamente en su dirección, todavía le cuesta unos segundos recomponerse lo bastante para balbucear un "hasta mañana", y cuando pronuncia la última sílaba, han cerrado la puerta de nuevo.
«Estoy perdido», es lo primero que piensa. «Yo también tengo que hablar con mis padres» es lo segundo. Porque ahora tiene claro que no va a dejar de luchar por lo que quiere; no, sus días de resignación se han acabado y lo que toca ahora es dejar atrás el abatimiento para afrontar el presente. «¿Y cuál es mi presente?», se pregunta, «¿ganar el Gran Torneo? ¿Buscarles un buen trabajo en la ciudad a mis padres? ¿Pedirle salir a Cloe?» se atreve a formular, aunque rápidamente descarta la idea y la reemplaza por algo menos arriesgado como quedar con ella. «A solas.» Otra vez le quema la cara. Bueno, quizás no sea tan sencillo, después de todo, pero tiene tiempo para enfrentarse a ello, y está decidido: por algún sitio habrá que empezar.
El sonido de alguien aclarándose la garganta es lo que lo arranca de sus ensoñaciones de golpe y porrazo. Zak no puede evitar pegar un bote del susto.
—Veo que alguien ha trabajado perfectamente en su motivación —apostilla Kiet con una sonrisa pícara. Zak lo fulmina con la mirada.
—Ni una palabra de esto, Kiet.
Como es lógico, su amigo no hace caso.
El camino hasta casa de Kiet está inevitablemente plagado de bromas y chistes sobre Cloe, su "verdadera motivación" y cómo la cara de Zak se ha tornado del mismo color que las mangas de su camiseta. Para desgracia del rubio, ese comentario resulta ser cierto: no puede evitar notar cómo, en contraste con la brisa fresca de la tarde, sus mejillas parecen encenderse como un radiador, lo cual solo hace que Kiet se parta aún más de la risa.
—Eh, tío —dice el de pelo verde al llegar a su puerta, con una recién adquirida seriedad—. Perdón si te he molestado mucho. Sabes que no lo digo en serio. —Zak asiente, sin mucho ánimo; Kiet aprovecha para preguntar sin rodeos, esta vez sin bromear—: ¿Entonces por fin has aceptado que te gusta Cloe? —Zak suspira.
—¿Supongo? Quiero decir, parece que da igual lo que haga para evitarlo, porque todo el mundo se da cuenta antes que yo. Menos ella, claro —apunta, sintiendo una ligera punzada en el pecho que prefiere ignorar.
Kiet le ofrece una palmadita amistosa en el hombro.
—Tranquilo. No le voy a decir nada a nadie. Ya se dará cuenta. Y si necesitas cualquier cosa, aquí me tienes —sonríe con una pizca de orgullo—. No es que me considere un experto, pero seamos sinceros: necesitas toda la ayuda disponible.
—Guau, realmente alentador, gracias —resopla Zak—. Desde luego, sabes cómo llegar al corazón de la gente. —Kiet ríe.
—Hasta mañana, tío.
—Hasta mañana.
En la soledad que lo acompaña mientras redibuja sus pasos de vuelta a casa, con los últimos trazos de luz solar desapareciendo en el horizonte y mientras las primeras estrellas hacen acto de presencia, piensa en la gente a su alrededor. Tänpo, Fenzy, Kiet, Cloe. Su vida ha dado un giro en cuestión de semanas gracias a ellos, y la palabra aburrimiento parece reservada a un tiempo pasado. Lo que le ha dicho a Cloe es cierto: tiene miedo, y está confundido, y a veces se ha sentido solo (¿cómo le explicas a alguien que te gusta tu mejor amiga, quien resulta ser una guerrera espacial, y que tienes que salvar el mundo de su total destrucción? Misión imposible); pero no podría abandonar a estas personas ni queriendo. Ni un millón de dimensiones de distancia de por medio conseguirían alejarlo de ellos.
Está decidido.
Lo que pase ahora marcará su vida para siempre. Su futuro parece extenderse ante él como un enorme cruce de caminos, un abanico abierto de infinitas posibilidades, todas ellas igual de confusas e inciertas. Se siente pequeño, muy pequeño en un mundo demasiado grande que se escapa a su control. ¿Y qué va a saber él? No es más que un adolescente.
Sí, es un adolescente.
Un adolescente que puede cambiar el curso de la historia de la humanidad.
¿Qué le impide hacer todo lo posible para cambiar todo lo demás?
Cogiendo una última bocanada de aire y exhalando de golpe en un profundo suspiro, Zak sonríe.
—Emocionante —susurra, antes de dejarse engullir por la anaranjada luz del salón en el interior de su hogar y cerrar con un portazo.
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