O9

— 𝓫𝓮𝓵𝓲𝓮𝓿𝓮 —

              𝕷as nubes se habían vuelto espesas y negras. Todo el cielo quedó cubierto por este manto oscuro que impedía el paso de la luz del sol. Adriel no recordaba una oscuridad como aquella, ni si quiera podía compararse la del otro plano. Era siniestra, congelante, terrorífica, como esa noche de Halloween que todos querrían tener.

Pero ellos no. En aquella casa que parecía ir a echar a volar en cualquier momento, todos miraban hacia el torbellino que se estaba creando en el interior, posiblemente, sobre el cementerio.

—Hesper —murmuró Adriel.

— ¿Qué has dicho? —preguntó Crowley.

—Eso... Es él... Lo noto...

—Esto no... No puede ser... —murmuraba Duncan, al mirarlo, sus ojos reflejaban un horror contagioso, mezclado con la ignorancia, su falta de conocimientos acerca de cómo era su mundo en realidad — ¿Es que no te oyes, Adriel? Eso... Eso es un tornado, un tifón... No es Hesper... Qué cosas dices...

—No creo que vayas a entenderlo aunque te lo explicase, Dipper, pero... —La niña miró hacía allí, dónde ella sentía que estaba su hermano —Sé que es él.

Crowley miró de reojo a Aziraphale, en cuyos ojos podía ver cómo se partía su alma, su corazón. Habían despertado a Hesper, Adriel podía sentirlo... Era dolorosamente consciente de que su tiempo con los niños estaba acabando. Y verlo tan triste le rompió el corazón a Crowley.

Suspiró; tenía que hacer algo.

Tambaleándose por la arrasador fuerza de la naturaleza.

—Crowley... ¿Qué estás...? —preguntó Aziraphale, siendo interrumpido súbitamente por el demonio.

— ¡Vamos a ir a por ese mocoso y traerle de vuelta a casa!

— ¡¿QUÉ?! —Chilló Duncan.

— ¿Vas a entrar ahí? ¿Te has vuelto loco? —Intervino la niña.

Crowley la miró en silencio.

—Solo un poquito...

Un fuerte rugido que provenía del interior de aquel salvaje torbellino que arrasaba con el centro del pueblo. Duncan, aterrorizado se arrimó a Adriel y la agarró del brazo con fuerza —porque cogerla de la mano ya era un deporte de riesgo —. En cualquier otro momento, Adriel le habría mirado con cierto rechazo, pero dada la situación, ella ni se inmutó. Duncan solo era un niño, humano, normal. Adriel no estaba acostumbrada a esas cosas, pero vivía en una casa con un ángel y un demonio, así que, su mente estaba más adaptada a esa clase de acontecimientos.

—No podemos perder ni un minuto más. Hesper está en juego... Nuestra familia, nuestra vida... —suspiró —No dejaré que nos lo quiten todo.

El demonio comenzó a caminar hacia la puerta de la manera que podía. Los demás se agarraron a lo que pillaron, sabiendo que al abrir, aquello se convertiría en un aspirador. Crowley abrió la puerta y el aire casi se la arranca de las manos. Consiguió estabilizarse. Desde el interior de la casa, viendo el sufrido rostro del demonio de ojos amarillos, Aziraphale se armó de valor para levantarse y seguir a Crowley al exterior, agarrándose a todo lo que pillaba, y finalmente, al propio Crowley.

— ¡¡ÁNGEL!! ¡¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES, IDIOTA?!

— ¡¡NO PIENSO DEJARTE IR SOLO A ESA COSA MORTAL!! ¡Y como tú has dicho...! ¡HESPER ESTÁ EN JUEGO!

El viento soplaba tan fuerte que no podían oírse a no ser de que gritasen, pero para este momento no hicieron falta los oídos. Crowley le entendió perfectamente solo con mirarse fija e intensamente el uno a los ojos del otro. El demonio de pelo rojo no estaba seguro de hacer esto, de arriesgarse tanto. Ambos sabían los riesgos, riesgos que existían por no haber sido capaces de decirles la verdad a esos dos niños. Crowley se maldecía a sí mismo por dentro.

—Maldición...

Se suponía que solo sería un tiempo, hasta que supieran qué hacer con ellos. Se suponía que después todo volvería a la normalidad: en su casa con sus plantas, en la librería con todo ese montón de libros, en el Ritz... Si tan solo no hubiera dejado que su corazón latiese desenfrenado cada vez que él y el ángel se quedaban solos, cada vez que en público los trataban como una familia de verdad, cada vez que se burlaban de los niños o cada vez que animaba a Adriel a ser la niña fuerte y segura de sí misma que era... Si tan solo no se hubiera enamorado de todo aquello...

Se miraron, asintieron y con toda su fuerza, poder y milagros, salieron en busca de Hesper, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde. La puerta de la casa se cerró y como por arte de magia —por un milagrito demo-angelical —el interior de la casa quedó salvaguardado, protegido, de tal manera, que parecía que todo lo que sucedía al otro lado de esas paredes no les afectaba ni lo más mínimo.

— ¿Qué ha pasado? —Preguntó Newton Pulsifer, anonadado y con los pelos de punta, como los demás.

Adriel no podía hablar. Había visto a Crowley y Aziraphale hacerlo antes, pero... Esta vez era distinto, lo sabía, lo sentía. Algo muy malo estaba a punto de pasar. Se levantó, afectada, pero fuerte, tratando de controlarse y no romper a llorar, porque había una norma no escrita que decía que en caso de que ni el ángel ni el demonio estuvieran en casa, ella tomaría el mando.

—Vale... Vale. Creo que deberíamos irnos de aquí —sugirió Anathema.

—No —dijo finalmente Adriel, con la voz retorcida por el miedo —, debemos quedarnos, esperar a que vuelvan y después... Podremos irnos.

—No es una buena idea —dijo Newton —. No. No es una buena idea.

— ¿Por qué está todo tan tranquilo aquí dentro? Hace un minuto casi volamos... —comentaba Duncan, aunque nadie lo escuchaba.

—Adriel, sé que estás asustada —empezó a decir Anathema, pero ella la interrumpió para corregirla.

— ¡No estoy asustada!

—Perdón. Preocupada, quería decir preocupada... Pero no podemos quedarnos aquí. Es muy peligroso.

—No, ya no. Aziraphale... O Crowley, no sé quién de ellos, se ha encargado de que estemos a salvo aquí. Es fuera donde nos puede pasar algo malo.

— ¿Y cómo estás tan segura de eso? No digo que quieran hacernos daño o que no les importe, pero, ¿cómo sabes que conseguirán mantenerte a salvo?

Adriel guardó silencio. No sabía qué responder. ¡¿Y qué iba a saber ella?! Solo era una niña a la que le habían revelado la mitad del pastel. Le temblaban las manos, eso era innegable. Tenía tanto miedo y desesperación... Pero no podía admitirlo en voz alta porque seguía viendo a Duncan por el rabillo del ojo. Tenía que ser fuerte para mantener su posición y respeto... Y también porque él sí que no sabía nada, estaba perdido, y necesitaba saber que había alguien fuerte y poderoso para protegerlo. Y esa solo podía ser ella.

—Porque me han dejado aquí —dijo —. Yo puedo protegernos...

Anathema y Newton se miraron algo inseguros. Adriel sabía que tenía que hacer algo para que dejaran de dudar. Ella era la reina del recreo, de la casa y del maldito pueblo. No podía ser tan difícil, ¿no?

—Seguidme, vamos.

Pasó de largo entre los dos adultos, seguida por un muy rápido Duncan, a quien no necesitaba convencer. Abrió la puerta de un armario que había en el fondo, encendió la luz y tiró de una cuerda. A un lado se abrió un pasadizo en el suelo, mostrando unas escaleras secretas.

— ¿Qué es eso? —preguntó el niño.

—Un búnker, Dipper. Crowley creyó que algún día podríamos necesitarlo.

— ¿Por qué ibais a necesitar un búnker?

Adriel se encogió de hombros.

—Crowley dice que habrá una guerra pronto, ya sabeis, tiene un sexto sentido para saber esas cosas.

— ¿Ah, sí? ¿No me digas?

Bajaron las escaleras de piedra hasta la sala subterránea, totalmente hermética que el demonio había construido. Tenía un sofá viejo y unos colchones apilados. También había una pequeña televisión a la que casi no llegaba señal, por eso tenían una interminable colección de películas para poner, ya sea en vídeo o en DVD.

—Falta comida. Subiré a por algo para picar. ¡Dipper, acompañáñame!

Antes de subir un solo peldaño, Anathema los detuvo.

—Espera, Adriel. ¿No crees que deberíamos ir nosotros?

—No, estaremos bien, ¿verdad, paladín?

Duncan la miró sorprendido, como si no quisiera entrar en la discusión.

—Eh... Sí. Supongo...

—Bien, pues vamos.

Lo agarró del brazo y subieron las escaleras. Anathema no parecía muy convencida, y nerviosa iba de un lado a otro.

— ¡Muy bien! Pero daos prisa.

Los niños subieron veloces las escaleras y salieron al pasillo. Pero Adriel retrocedió unos pasos, para cerrar la trampilla y encerrar así a Anathema y Newton en el búnker, con sus gritos y su enfado al darse cuenta de que los había engañado, y más sabiendo, que solo podía abrirse desde fuera.

— ¿Qué has hecho? —dijo Duncan, exaltado.

—Lo que tenía que hacer —él la miró con los ojos muy abiertos, desaprobando su decisión, ella puso los ojos en blanco —. ¡No me iban a dejar salir!

—Y no vas a salir.

— ¿Cómo dices?

—Adriel, no puedes salir, ¿es que no has visto la tormenta de ahí fuera?

— ¡Pues claro que sí! Por eso tengo que ir, tengo que encontrar a Hesper, Dipper. Tú no lo entiendes, pero... Todo esto es culpa mía.

Adriel se entristeció. Su rostro su cuerpo entero se deslizó hacia abajo. Duncan lo vio con pesar y sintiendo toda esa pesada carga de culpa que sentía ella sobre sus propios hombros.

— ¿Tu culpa? —se mordió el labio, intentando hacerse el fuerte —No... Qué va. Te equivocas.

—No os protegí. Debí haber estado atenta...

—Pero no fue culpa tuya... En realidad...

Guardó silencio. La miraba cada ciertos segundos, tratando de no derrumbarse, mantenerse fuerte como ella, duro. Pero la culpabilidad le podía demasiado.

—Fue por mi culpa. Yo quería volver...  Había perdido algo importante. No podía perderlo...

— ¿Y lo recuperaste?

Duncan negó con la cabeza y ella agachó la mirada. El chico solo quería pedirle perdón, solo eso, pero era incapaz de abrir la boca.

Afortunadamente, no tuvo oportunidad... O más bien, desgraciadamente...

Un extraño ruido procedente del segundo piso sorprendió a los niños, que rápidamente, alzaron sus miradas hacia arriba.

— ¿Qué...?

—Hay alguien aquí...

Se miraron un segundo antes de subir las escaleras. Agarrando lo primero que tuvieron a mano, subieron dispuestos a azotar al invasor. Miraron cuarto por cuarto, pero hasta que no entraron precisamente al suyo, no encontraron nada. Allí se detuvieron, en el umbral. Estaban escuchando un ruido, era algo, como líquido que había fuera, al otro lado de la ventana cerrada. En silencio se fueron acercando lentamente... Y de pronto, se elevó una extraña figura fangosa, que crecía y crecía, y cuando alcanzó un tamaño mayor al de la casa, rugió como un dinosaurio, sobrecogiendo en un grito a los dos niños.

— ¡Corre!

La criatura fangosa se arrojó sobrea casa, cubriéndola de su propio... ¿Cuerpo? Los niños, dentro, bajaban las escaleras a toda velocidad.

— ¡Las cortinas, Dipper! ¡Ciérralo todo!

— ¡Ya voy, ya voy!

Los niños alcanzaron tantas cortinas como pudieron y dejaron finalmente la casa a oscuras. Sin embargo, el ruido que producía el ser de fango, estrellándose contra la cada una y otra vez como una ola que se rompe contra las rocas, los había arrinconado. Estaban en el suelo, en el armario, ignorando los golpes de Anathema y Newton. Adriel empezaba a pensar que había sido mala idea encerrarlos ahí, o quizás la mala idea había sido no quedarse con ellos ahí abajo. La bestia se lanzó con todas su fuerzas y aunque tenía asustados a los niños, tanto como para estar dados de la mano compartiendo las fuerzas y el temblor de todo su cuerpo el uno con el otro, ésta no podía penetrar de ninguna manera, y esto era gracias a los entes sobrenaturales que ahora luchaban contra el viento y la tormenta para llegar hasta Hesper. Su milagro estaba funcionando.

Después de casi llegar arrastrándose, finalmente, Aziraphale y Crowley encontraron al niño. Estaba flotando en el aire y de su cuerpo, efectivamente, estaba saliendo toda esa arrolladora energía que lo estaba destruyendo todo —y dando vida a cosas como el fango, un viejo manzano cansado de dar fruta o una lavadora con problemas existenciales acerca de su género —.

Agarrados para no salir volando, ángel y demonio, contemplaron el pequeño cuerpo de aquel ser superior que estaba provocando todo ese desastre.

—Ahí está... —Murmuró Crowley.

— ¡No tan rápido! —se giraron sorprendidos.

—Oh, no... Gabriel... —dijo Aziraphale para sí mismo.

— ¡Muy buenas, Aziraphale, Crowley! ¡Por fin nos encontramos! Ha pasado... Mucho tiempo...

El demonio agarró bien a Aziraphale.

—Crowley —lo llamó —, ve por Hesper. Ponlo a salvo.

El ángel miraba fiero al arcángel que pretendía detenerlos, dispuesto a pelear, incluso a morir por Hesper y Crowley, sin embargo, solo pensar en ese catastrófico desenlace, a Crowley le hervía la sangre. Dio un paso adelante.

—No, ángel. Sálvalo tú.

— ¿Cómo? ¿Estás seguro? Sabes que no está solo...

—Sí, lo sé. Pero me arriesgaré. Tú saca a nuestro chico de aquí, ¿vale?

Aziraphale asintió, y sin quitarles ojo, se fue acercando a Hesper. Mientras, Crowley y Gabriel empezaron la batalla, el uno contra el otro, mano a mano, Aziraphale corrió, con su patoso paso, y se subió en un banco y a un coche y más, más alto, tratando de alcanzar al niño que flotaba en el aire. Tenía la piel rojiza, emanando una luz del mismo color, muy pegada a su cuerpo. Sus brazos, piernas y cuello —el cuerpo entero, presuntamente —, estaba cubierto de extrañas inscripciones, símbolos formados por un aro y una figura, un garabato, en su interior. Aziraphale, con los ojos entrecerrados para no quemarse la vista con la fuerte luz del cuerpo del niño, se fijó en ellas como quien ve un fantasma del pasado.

—He de admitir —empezó a decir Gabriel, ignorando el ruido de la tormenta a su alrededor —que lo habéis hecho bastante bien. No sé cómo vosotros, patéticos inútiles, habéis conseguido mantener a raya a este par de... Monstruos.

—Solo son niños, Gabriel, niños a los que se les puede educar fácilmente. Son buenos, obedientes y más fuertes de lo que te piensas.

— ¿Qué es esto, Crowley? ¿A caso es amor lo que veo?

El demonio no contestó en voz alta, pero para sus adentros, se decía: "sí, es amor".

—No dejaré que te lo lleves —continuó el demonio.

—Estoy seguro de que intentarás que así sea... Pero, ¿podrás detenerme?

—Haré lo que sea, Gabriel. Cueste lo que cueste —sonrió con malicia —, ya sabes, soy un demonio...

—Inmundas criaturas...

Y empezaron a luchar. Gabriel era muy fuerte, más que Crowley, pero el demonio tenía algo de lo que el arcángel carecía. Crowley estaba dispuesto a dar su propia vida por proteger a Adriel, a Hesper y a Aziraphale. Nadie tocaría un pelo a su familia mientras él siguiese con vida.

De vuelta en la casa, los dos niños aguardaban en silencio a que algo sucediera. Duncan estaba paralizado y confuso. No entendía cómo no podía romper la casa ese ser del exterior. Adriel estaba aterrada y ya no podía ocultarlo más. Con la cabeza escondida entre las rodillas, tiritaba, temblaba como un flan. Solo quería que todo eso terminase de una vez, que Crowley volviese a casa con Aziraphale y Hesper, que pudieran seguir sus vidas tal y como las habían llevado hasta el momento. Pero en el fondo sentía que nada de eso podía suceder. Era demasiado tarde.

—Adriel —llamó Duncan —, ¿lo oyes?

— ¿Qué se supone que tengo que oír?

—Nada. Ya no hay nada, ¿no? Esa cosa fangosa... ¿Y si se ha ido?

— ¿Ido? ¿Estás seguro?

—No.

Se miraron preocupados y temblando. Tenían que hechar un vistazo. Armándose de valor, se pusieron en pie y subieron a la habitación de los hermanos, subieron con cuidado las persianas y echaron un vistazo. Aún el aire era tan fuerte que parecía ir a arrancar todos los árboles de la zona.

—Se ha ido...

—Pero la tormenta no ha parado —Adriel se tumbó en la cama de su hermano —, y yo no puedo hacer nada.

— ¿Y qué podrías hacer? Es una tormenta, Adriel.

—No, no lo es. Al menos, no es una tormenta normal y corriente.

— ¿Y entonces qué es?

—Tú no lo entiendes...

—Pues explícamelo.

Adriel guardó silencio. ¿Iba a hacerlo? ¿De verdad se lo estaba planteando? No podía contarle la verdad ni aunque quisiera, no lo sabía todo, pero por otra parte... Era Dipper. Su vecino, su mejor amigo, Duncan Dipper. Si no podía confiar en él... ¿En quién podría confiar?

Lo miró indecisa y lo vio ahí, esperando, con semblante serio. Cogió aire, se levantó y, aun sabiendo que Crowley la mataría por esto, se lo contó todo, al menos, todo lo que sabía...

—No me lo puedo creer...

—Te dije que no lo harías.

— ¡No! Es... Es que... Yo no creía en Dios, ni en ángeles y demonios... Y vosotros, ¿qué sois vosotros?

—Ya te he dicho que no lo sé.

Duncan se calló, pensativo.

—Adriel... ¿Podrías pararlo desde aquí?

—No sé...

— ¡Inténtalo! Llama a tu hermano, llega hasta él. Dile que pare.

Adriel no estaba segura, pero lo intentó. Aziraphale casi lo tenía, Crowley estaba contra el suelo, agotado, siendo aplastado por Gabriel. Usar sus poderes era lo último que debía hacer, pero ya estaban en sus límites, debía hacerlo o lo perdería todo. Cerró los ojos, conectó con lo más profundo que encontró en su ser y buscó a si hermano, con el corazón latiendo tan fuerte que todos pudieron escucharlo, Duncan, Anathema y Newton, Gabriel, Crowley y Aziraphale... Y Hesper. Y reuniendo todo el valor que encontró en su pequeño cuerpo, Adriel encontró a su hermano y lo llamó:

—Hesper.

Un fuerte destello que salió del propio Hesper provocó un tremendo apagón en todo el pueblo. Y sumidos en la oscuridad, dio comienzo el final para el que ninguno estaba preparado.

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