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—— 𝓪𝓷𝓸𝓽𝓱𝓮𝓻 𝓸𝓷𝓮 𝓫𝓲𝓽𝓮𝓼 𝓽𝓱𝓮 𝓭𝓾𝓼𝓽 ——

       𝕯esde que los niños empezaron el colegio, la casa se había quedado muy vacía. Sus risas, sus llantos y quejidos. Ahora solo había silencio, un silencio horroroso al que ninguna jóven pirata ni ningún sabio hechicero iban a derrotar esta vez. Ese era el Jefe Final: el silencio.

Crowley estaba tirado en el sofá de cualquier manera, viendo en la pantalla de televisión un recuadro rojo que decía "Game Over".

Suspiró.

Se levantó dejando por ahí el mando de la consola y caminó arrastrando los pies hasta la nevera. Abrió la puerta, y allí se quedó, mirando al interior mientras dejaba escapar todo el frío. Volvió a suspirar.

—Eh... ¡Zira! ¡¿Qué hacen los libros en el frigorífico?! —preguntó Crowley sin apenas mostrar expresión.

En el fondo, no le sorprendía que Aziraphale hiciera algo así... Y más en la situación en la que estaba. Olvidándose del hecho de que la nevera tenía libros dentro, la cerró y fue a ver al ángel, que estaba tirado sobre la mesa del pequeño cuarto donde se había montado una biblioteca, rodeado de más libros. Parecía estar ahí muerto, desganado. No quería hacer nada.

Poniendo un puchero, Crowley se tiró prácticamente sobre él, en un intento de abrazo.

—Crowley.

— ¿Sí, ángel?

— ¿Qué estás haciendo?

—Te abrazo porque estás triste.

—Así no se abraza —hizo una pausa —. Parece que eres yo, y que yo soy esta mesa.

—Tú no eres una mesa.

Mantuvieron el silencio, y no se movieron ni un centímetro.

—Crowley.

— ¿Sí, ángel?

—Les echo de menos.

Crowley no dijo nada durante un largo esto, pero al final, pensó que era estúpido callárselo.

—Yo también.

Ahora el puchero lo hizo Aziraphale.

— ¿Crees que Hesper estará bien? El día de visita no se le dio muy bien.

— ¿Hesper? No creo que tenga problema.

— ¡Cierto! —sollozó —Es Adriel quien peor debe estar pasándolo... Crowley, creo que voy a sacarla del colegio.

—Zira, Adriel estará bien.

—Se le dan fatal los seres humanos. ¡La estarán humillando!

—Te equivocas. A estas alturas, la cría de habrá convertido ya en su reina y les estará obligando a armarse para conquistar el mundo en un barco pirata que vuele.

—Ah, sí. Es cierto...

Mantuvieron el silencio otra vez, y siguieron petrificados.

—Crowley.

— ¿Sí, ángel?

—Los barcos no vuelan.

Sonó el teléfono de fondo. Crowley se levantó de golpe, después lo hizo Aziraphale. Se miraron a la vez y a la vez respondieron:

—Oh, no.

Hesper no llegaba a ver lo que estaba pasando en el despacho del director. Ni si quiera subido a los hombros de Dipper era capaz de verlo bien. Solo sabía que su hermana había entrado allí con las manos manchadas de sangre, que no era suya. Habían tenido que llevarse a su nueva víctima al hospital. Hesper esperaba que esta vez, por lo menos, no dijera ninguna chorrada.

— ¿Hesper? —preguntaba Dipper — ¿Qué está pasando?

—No sé. No veo bien. Si pudiesen subirme un poco más alto...

— ¡Eso es imposible!

—Creí que eras un tipo grandote.

— ¡No soy tan grandote!

El ya inconfundible para sus oídos motor del Bentley, anunció la llegada de sus tíos, sirviendo de señal a los dos amigos que se separaban de la pared. Duncan se agachó para facilitar a Hesper bajar de sus hombros.

— ¡Tío Aziraphale! ¡Tío Crowley! —Los dos niños acudieron deprisa a recibir a la pintoresca pareja que se apresuraba en entrar al centro.

— ¿Qué ha pasado? ¿Estáis todos bien? —Preguntó Aziraphale.

—Nosotros sí, pero Adriel...

— ¿Qué diantres a hecho ahora esa mocosa? —Preguntó airado Crowley.

—Le ha roto la nariz a un niño —respondió Hesper un poco dudoso —. Pero, ¡fue sin querer!

— ¡¿Cómo se le rompe la nariz a un niño?!

—En realidad... —Dipper tenía la cara roja y se estiraba el bajo de la camiseta con timidez —Ha sido culpa mía.

Los tíos de los mellizos se detuvieron un segundo a prestarle atención. Parecía sentirse muy culpable.

—Donny Rogers se estaba burlando de mí, y me ha intentado pegar, pero Adriel le ha frenado antes... Si hubiese sido más listo o más fuerte que él...

—Duncan, cielo —llamó el ángel, agachándose frente a él —, tú no tienes culpa alguna, en todo caso, ese niño tonto que se ha metido contigo.

—Tonto, pero muy tonto —respondió Hesper, pareciéndose de pronto a su hermana —. ¡Mira! Si hasta tiene  nombre de tonto.

Crowley lo miró incrédulo.

—Adriel está en el despacho del director —informó Duncan —, pero ya lo digo yo. Ella no tiene la culpa.

—Lo tendré en cuenta.

Acariciando su cabello, Aziraphale se despidió caminando junto con Crowley al interior, cuyas opiniones estaban dividían y enfrentadas.

— ¿Tenerlo en cuenta? Y una mierda.

—Crowley, controla ese lenguaje.

—Ángel, la mocosa le ha roto la nariz a ese crío bravucón. De esta va a salir muy mal parada... —Sonaba brusco, autoritario. Se de tuvieron en la puerta del despacho. —Y ese crío... Si lo veo tendrás que encerrarme en una piscina de agua bendita. Yo no respondo de mí. Anda que... Provocar a Adriel...

Aziraphale se aguantó la risa.

Entraron al despacho del director, donde había un hombre bien vestido, bien peinado, con un poblado bigote en toda la cara, una mujer con cara de amargada y Adriel, quien según Crowley ha aconsejado en múltiples ocasiones, debería estar atada con cadenas a la silla.

—Señor Crowley. Señor Logentine. Por favor, tomen asiento.

Los dos entes sobrenaturales se sentaron a ambos lados de la silla. El director no parecía tan amargado como la mujer, pero tampoco infancia amabilidad, que digamos.

—Los hemos llamado porque esto se ha ido de nuestras manos.

— ¡Ya creo que sí! Esta claro que aquí nadie sabe meter en vereda a los críos —se quejó Crowley.

—Adriel se ha metido en un buen lío. Les presento a la Señora Rogers, madre de...

— ¡La víctima! Soy la madre de la víctima.

—La madre de... —Aziraphale dudó un segundo su nombre — ¿Donny, dijeron?

—Donald. Sí. Donny.

— ¿Eres la madre del chico al que la mocosa ha roto la nariz? —A Adriel se le pusieron los pelos de punta al oír la severidad con la que hablaba Crowley; nunca lo admitiría, por supuesto —Déjeme decirla una cosa —Crowley se levantó y la encaró —. Dígale a su hijo que deje de meterse con niñas que pueden partirle la cara.

— ¡Por Dios! ¡¿Cómo se atreve?!

—Señora, Dios me echó del Paraíso hace ya tantísimo tiempo que ya no me impresiona no lo más mínimo. Y, como he dicho, controle a su hijo, que deje de acosar a otros chavales, y así mi chavala no tendrá que venir a decírselo. Porque si lo vuelve a hacer, tenga seguro que esta tonta mocosa le sacará toda la sangre de su cuerpo...

— ¡¡CROWLEY!! —Exclamó Aziraphale con disgusto.

—No si, es cierto eso que dicen, de tal palo tal astilla... Señor director, disculpe que abandone esta reunión tan repentinamente, pero me temo que no puedo aguantar más a este señor. Voy a ponerles una denuncia.

—Por el amor de... ¡Espere! —Aziraphale la detuvo — ¡Tú! Fuera —ordenó al demonio. Chasqueó la lengua y al final salió al pasillo —Por favor, ruego disculpe sus modales, señora Rogers. Crowley pierde los estribos y es cierto que Adriel lo imita mucho.

— ¡¡YO NO IMITO AL CENUTRIO ESE!!

—Adriel, por favor, guarda silencio —mandó Aziraphale.

— ¿Lo ve, señor director? —La señora Rogers atacó con toda su artillería —Esta niña es una rebelde. Está claro que no recibe la educación adecuada.

— ¿Disculpe? —Interrumpió el ángel —Adriel está recibiendo la más exquisita educación. De mi propia mano, y no es por fardar, pero a mí me llaman muchas cosas excepto maleducado.

La mujer puso los ojos en blanco.

— ¿Qué clase de educación pueden darle a una niña dos hombres que viven en pecado?

Adriel, sintiéndose poseída por su espíritu animal, la gruñó. En su casa todos conocían muy bien el pecado. Y ellos precisamente no vivían en él.

—Esas palabras son muy hirientes, señora Rogers.

—Señor director. No es la primera vez que esta cría se mete en líos y hace daño a algún niño. Y esto de debe a que dos hombres no pueden ser los padres de unos niños. ¡No es natural! No entiendo cómo les permiten a estos mariposones tener en su casa a pobres criaturas, luego las malogran y acaban así.

—Señora, le agradecería que no usase ese lenguaje en frente de Adriel —dijo Aziraphale.

—Como si no estuviera acostumbrada a uno más vulgar... Maricón.

— ¡¡Y USTED ES UNA PUTA!! —Gritó Adriel.

En ese momento reinó el caos. No sabían que toda la red eléctrica había volado en ese momento, estaban demasiado escandalizados con el vocabulario de la niña. Inmediatamente, el director puso fin a la reunión antes de que fuese a más y expulsó a Ariel una semana entera.

Obviamente, Crowley la gritó por haber usado esa palabra, pero cuando estuvieron solos, en voz baja le dijo:

—La has dejado en su sitio. Nadie pisa a la Reina.

A Adriel se le infló el pecho al oírle decir eso. Más les valía que nadie se enterase, porque eso sí que no sería una buena educación...

—Nadie pisa a la Reina.

Se marcharon del colegio, no sin antes cruzarse con Hesper y Duncan. Adriel procuraba no mantenerse muy eufórica ni orgullosa de sus actos, no sería muy correcto después de lo que había dicho. Pero al ver a los dos chicos esperando preocupados, sonrió y les guiñó un ojo.

—Tranquilos, chicos. Solo será una semana.

—Pero, Adriel, una semana es mucho tiempo —lloriqueaba Hesper —.

—Esto va a ser el infierno —murmuró Duncan con desesperación, tapándose la cara y viendo venir la cantidad de golpes que iban a llevarse.

— ¡Dipper! ¿Dónde te has dejado el coraje? —Le puso la mano en el hombro —Te confío la fortaleza, paladín del dragón.

— ¡¿YO?!

— ¿Prefieres que se le deje al mago Hesper?

—Pues sí.

Adriel lo miró como de costumbre, con desaprobación. No me terminaba de gustar ese niño.

—Está bien. Hesper. Ahora tú eres el rey.

—Conde.

— ¿Eh?

—Que soy el conde, no el rey. No hay rey, solo reina.

— ¿Y qué más dará eso?

—Pues es importante determinar qué clase de monarquía tenemos.

—Pues una normal.

— ¡Adriel! —llamó Crowley — ¡Tenemos que irnos! ¡Ya hablarás con ellos por la tarde!

Adriel suspiró. Se sentía como si fuera a embarcarse en un largo viaje en el que su vida estaría expuesta a un millar de peligros. Se sentía como si no fueran a verla en muchos años, y la nostalgia y el temor eran palpables.

—Volveremos a vernos, mis queridos amigos.

— ¡Ten cuidado!

— ¡Vuelve pronto!

Adriel entró en el Bentley y unos segundos después, éste desapareció. Los dos niños se quedaron allí en silencio, muertos de miedo.

—Sin ella aquí, vamos a durar lo que una hormiga en un parque infantil —comentó Hesper, muy ingenioso.

Duncan le miró.

— ¿Cuánto?

Hesper le miró.

—Nada.

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