17
нεяε cσмεs тнε sυη
¿Qué estoy haciendo?
Eso fue lo primero que se preguntó Duncan cuando empezó a atardecer. Miró el reloj y miles de pensamientos nacieron en su cabeza. Seguro que Maddie ya estaba lista y él todavía estaba en pijama. Si fuera tan sencillo, se quedaría así, en casa, pasando de todo lo que ocurriera fuera. Pero quedarse en casa complicaba más las cosas y sus inquietos pies acabarían pasándose por el porche de la casa vecina. Siempre estaba con lo mismo, y siempre acababa saliendo de casa, saliendo con Maddie, Mindy y sus amigos.
Todo lo hacía por una razón absurda.
Todo lo hacía para no estar junto a esa otra casa.
Todo lo hacía para no pensar en ella.
Duncan no era totalmente consciente de en qué momento sintió que las cosas habían cambiado respecto a Adriel. Solo que un día se dio cuenta de lo mucho que la quería, en comparación con lo que pensaba. Pero sabía que ella nunca lo vería de la misma forma y por eso buscó consuelo en otros brazos. Tras tanto tiempo en silencio, enterró sus sentimientos y empezó a sentir cosas por otra persona.
O más bien, se obligó a ello.
Los primeros días fueron raros. Por vergüenza y culpabilidad, Duncan era casi incapaz de cogerle la mano a Maddie. Tan solo eran unos críos que no tenían ni idea de la vida, y seguían sin tenerla, aunque Duncan estaba seguro de que su visión sobre ésta se había expandido. Después de contárselo a Adriel, ella misma fue la que se separó de él, y de nuevo, justo cuando se había acostumbrado a Maddie, sus sentimientos por Adriel emergieron. Estuvo a punto de renunciar a todo, ir a su casa y contárselo, pero no lo hizo. En cambio, metió su corazón en una bolsa y la tiró al fondo de un pozo. Pasaron las semanas, los meses, y por un tiempo, sí que llegó a gustarle Maddie de verdad. Era divertida, se portaba bien con él y hacían cosas entretenidas por ahí. Pero al cabo de un año, se acabó la gasolina.
Podía ser divertida, pero no era Adriel.
Podía no meterse con él a todas horas, pero no era Adriel.
Podían entretenerse por ahí haciendo cosas de adolescentes normales y corrientes, pero no era Adriel.
Y él, falto de corazón, seguía negándose a bajar a recuperarlo, porque ahora era a ella a quien había perdido, y ya no tenía ningún sentido intentar nada. Tampoco sabía por qué se había enfadado tanto Adriel, aunque llegó a la conclusión de que fue por no habérselo dicho antes, después la cosa fue a más cuando él empezó a faltar, y todo se terminó de romper cuando fue a verla, un año atrás. En ese momento, Duncan descubrió que nunca se habían peleado. No de verdad.
La pantalla de su teléfono se iluminó de pronto, mostrando un mensaje de Maddie que decía que, efectivamente, ya estaba lista.
Era un día importante para ella. El baile de fin de curso. Maddie estaba dentro de un grupo al que llamaríamos popular, pero siempre pasaba desapercibida dentro de éste. Era la mejor amiga de la chica más popular y sin comerlo ni beberlo, Duncan había acabado ahí solo porque había dado el estirón pronto. Ni si quiera sabía si realmente le gustaba a Maddie o si simplemente estaba ahí para que no estuviera sola. Por alguna razón, a sus amigas les importaba mucho eso. A la gente le importaba mucho eso. Duncan no lo entendía, esa necesidad de tener pareja por el mero hecho de impresionar a otros. Al menos, esa era la sensación que le daba a veces.
Otro mensaje llegó preguntándole cuánto tardaría.
No quería ir. No quería hacerlo. Pero algún día tenía que pasar. Estaba dispuesto a romper con ella, pero no en la fiesta, no en el baile. Tampoco quería hacerla daño. Esperaría al final, a acompañarla a casa, para decírselo. Porque era un día que llevaba esperando muchísimo tiempo, y Duncan no era nadie para arruinárselo.
Cogió aire y empezó a vestirse.
Mientras, en la casa de al lado, Adriel sí que estaba totalmente a merced del pijama. Comía palomitas, y ocupaba todo el sofá mientras veía por enésima vez Los Goonies.
Crowley entró al salón pero nada más hacerlo se detuvo a observarla. Tardó unos segundos en reaccionar, pero finalmente rompió el hielo.
— ¿Sabes qué hora es?
Adriel lo miró poco seria, distraída porque seguía viendo la película por el rabillo del ojo y comiendo palomitas sin parar.
— ¿Para qué?
— ¿Cómo que para qué? ¿Es que no vas a ir al baile?
Se encogió de hombros.
—No. Al final no. Era una pérdida de tiempo, de todas formas, no sé en qué narices estaba pensando.
Crowley puso los ojos en blanco y se sentó en el sofá, teniendo que apartar a Adriel para poder hacerlo.
—Yo te diré por qué. Ibas a ir ahí y pasar página de una vez por todas. Tú misma lo dijiste, ¿no? ¡Ya está! Duncan Dipper es Historia.
Adriel se encogió de hombros y volvió a centrarse por completo en la película... O esa era la impresión que quería dar. Pero las palomitas se escapaban de sus manos y su vista se emborronaba. Se desviaba y aunque nadie pasase por la calle, sabía cómo estaban éstas, más adentro del pueblo. Sabía que había chicas esperando ansiosas en sus casas, con sus vestidos elegantes, con los nervios a flor de piel. Y sabía que había chicos —como el que había al otro lado de la pared —, que se preparaban con mucha alegría y chulería para una de sus citas más esperadas. Porque el baile era especial para todos. Incluso para aquella a la que no quieren invitar.
—Es solo un baile —dijo para no herirse, esa era su tirita —. Y realmente no tienen importancia. Son los americanos, que nos han metido demasiados pajaritos en la cabeza —estaba satisfecha de sus palabras, tanto que asintió, como reafirmándose —. No, qué va, no voy a ir. Y Duncan Dipper sigue siendo historia.
—Sabes que eso no es del todo cierto, ¿eh, mocosa?
Adriel no masticó ni tragó para evitarse un riesgo de ahogamiento. Lo miró disimuladamente de soslayo.
—No sé de qué hablas —dijo con la boca llena.
—Vamos. Dime la verdad. ¿Y el chico ese que te lo había pedido?
—Técnicamente no lo hizo. Ambos dijimos que estábamos interesados en una mutua compañía. Él quería poner celosa a su crush —cogió aire y continuó —. Pero esta mañana han hablado y van a ir juntos. Y él me ha dicho, textualmente: no te ofendas, pero no te elegí porque quisiera que vinieras... No me duele en absoluto, ni si quiera me caía bien.
—Pero...
Se hizo la remolona. Se negaba a continuar. No hacia falta tampoco, pero Crowley insistía. Ella se encogió de hombros.
—Pero me hizo un poco de daño. No soy ni tan solo el segundo plato. No soy ni el plato más odiado de todos. Soy el único plato que jamás se prueba... Creí que podía valerme sola, pero... Parece que me equivoqué.
—Un momento, ¿y por qué dices eso?
Adriel rehusó mirarlo.
—Ya sabes. Antes tenía a Duncan. Y a Hesper. Ellos me ayudaban a encajar en alguna parte. Pero ya no están y creí que yo podía encajar sin depender de otros. Y mira cómo ha terminado todo... Yo sola... Supongo que así están las cosas.
Crowley la miró, y mentiría si no dijera que lo hacía con el corazón roto. Luego el demonio se retorcía por dentro, culpable de haberla hecho así, cómo se mostraba. Pero es que en el fondo era tan insegura... Siempre se justificó así, por eso era cruel con ella, por eso era tan duro. Tenía que prepararla para ese dolor, ese y cualquier otro. Pero ahora veía que había fracasado estrepitosamente. Todo lo que había hecho por Adriel había sido alejarla de todo y de todos, hacerla daño. Separársela fue el primer error que cometió.
—No estás sola. No mientras yo esté aquí —Adriel lo miró extrañada y algo dolida —. Y no voy a consentir que te menosprecies de ese modo. Eres fuerte, inteligente y más valiente que nadie en este mundo. No necesitas que haya salvavidas. No necesitas a nadie para encajar en una mierda de sociedad que no te acepta. Si no puedes encajar, rompe las paredes.
Por una vez, Adriel no prestó atención a la televisión. No cogió más palomitas, ni pensó en que la habían dejado plantada el día del baile, y mucho menos en el chico al otro lado de la pared. Adriel escuchó a Crowley y de nuevo, una nostálgica calidez la abrazó.
Podía ver en sus ojos amarillos la culpa que llevaba encima, el dolor que el desamor le producía. Su relación era tan complicada como su propia naturaleza. Pero por una vez en mucho tiempo, Adriel tuvo las cosas claras.
Ella podía correr libre.
Ella podía encajar sin ayuda de nadie.
Ella de valía por sí misma.
Y Crowley era su padre. Y el mejor que podía haber pedido.
Lógicamente, no le dijo esto, pero sí que lo abrazó tan fuerte que su mensaje canalizó a través de sus brazos.
—Gracias —dijo apoyada en su hombro —, necesitaba uno de tus discursos... Creo.
—Tendrás todos los que quieras.
—No me vendrían mal un par al día —bromeó.
—Si con eso vuelves a sonreír... Y a pisar hormigas... Lo haré.
Crowley consiguió arrancarle esa sonrisa que pedía.
—Trato hecho.
Adriel no consiguió olvidarse del baile, del rechazo o de Duncan, pero al menos sí que se distrajo. Crowley no se separó de su lado en toda la tarde y acabaron enganchándose a Juego de Tronos, y eso que no era anterior a los 90. Pero la verdad es que atrapó a aquellos diablos en cuestión de segundos.
Mientras tanto, Duncan trataba de no pensar precisamente, en quien se esforzaba por olvidarlo.
Aquel bobo baile no ayudaba, ni la música, ni Maddie, ni el dolor de cabeza. Iba a ser una noche muy larga.
—Oye, Henry —preguntó uno de sus nuevos amigos, Donny —, ¿cómo es que al final has venido con Sandra?
Henry no era para nada uno de estos chicos populares con los que ahora Duncan rondaba por ahí. Era un tipo bastante normalito, que pasaba desapercibido, pero que casualmente, era el primo o algo así de Donny, el mismo que se burlaba de Duncan cuando eran pequeños.
—Pues hablé con ella esta mañana y resulta que no se lo habían pedido. Me quedé... —Por su cara, Duncan adivinó que "flipando" era la palabra que faltaba —. Así que la dije que sí, ¡y menos mal! De la que me he librado...
— ¿Y eso? —Preguntó Maddie, entrando de pronto en la conversación.
—Pues... A ver, sé cómo suena, y que parezco desesperado pero... Iba a venir con Adriel.
El ponche que Donny bebía le salió por la nariz y rompió a reír.
— ¡Joder! Eso es ridículo hasta para ti.
—Oh, muchas gracias, Donny.
— ¡No, tío! ¡Lo que quiero decir es que es absurdo! Adriel Logentine en un baile.
—Adriel Logentine con cita...
De nuevo volvieron a reírse, tan fuerte, Donny, Henry, Maddie, todos sus "amigos", que a Duncan le pareció que le estaban sangrando los oídos. Arrugó el ceño y dejó el vaso de plástico sobre la mesa, acercándose a ellos.
—Pues yo no le veo la gracia.
—Ay, Duncan, cielo, es que tú no piensas mal de nadie... Pero, a ver, piensa un poco. Esa tía con alguien, saliendo en plan cita. Vamos, es que ni loca... —Contestó Maddie.
—Ni yo, ni nadie —se rió Donny —, vamos, es que aunque fuera la última mujer de la tierra. Lo haría con cualquiera menos con ella.
Duncan quería controlarse, pero no estaban ayudando mucho.
—No tenéis derecho a burlaros de ella.
— ¡Ay, cielo, que es una broma, nada más!
—Déjalo, Maddie. Es un amante con espada y leal a su reina. No sé por qué esperábamos que fuera a ser otra cosa.
—Podría decir lo mismo de vosotros. No sé en qué estaría pensando. Por no tener, veo que no tenéis ni neuronas.
— ¡Vaya! ¡Qué gallito el señor Dipper! Recuerdo un tiempo en el que tu amada reina tenía que protegerte porque tenías demasiado miedo para pegarnos. ¿Qué vas a hacer ahora sin esa zorra? —Gruñó amenazante Donny.
Algo se había encendido en la cabeza de Duncan, algo que había prendido la larga mecha de su paciencia. En ese momento, con esa palabra, la mecha se había acabado.
—Pues hoy se han cambiado las tornas.
Le pegó un puñetazo en la cara seguido de una patada que lo tiró al suelo. El gimnasio entero reaccionó.
—Y la próxima vez que la llames zorra... No seré yo el que venga —añadió amenazante.
Dicho esto, salió del gimnasio, aligerando más sus pasos, corriendo una vez salió del instituto. No era él quien se movía, era su corazón quien lo hacía.
¡Se sentía de maravilla! Hacía mucho que no se sentía así. Y por fin, después de tanto tiempo, sentía que había reunido el coraje para decir las palabras que siempre quiso decir. Se lanzó al pozo, desató la bolsa y volvió a ponerse el corazón en su sitio.
Tenía que decírselo. Tenía que decírselo todo. Humillarse si hacía falta. Había dado demasiados rodeos, los cuales ahora veía absurdos, y se preguntaba por qué había metido tanto la pata. Tenía que arreglarlo, porque no quería perderla. No podía perderla.
Porque la quería.
Corrió por la calle y llegó al final del pueblo donde dos casitas parecían estar unidas de por vida. Solas. Aisladas del resto. ¿Es normal que cada cosa que viese le recordara a ella?
Saltó la verja, porque ni si quiera pasó por la entrada al jardín. Corrió a la puerta y la aporreó con una necesidad que solo una persona podía saciar. Sin embargo al otro lado al abrirse, se encontró con el demonio pelirrojo.
— ¡Crowley! —Exclamó, embriagado por el susto y la emoción.
— ¿Qué haces tú aquí? —Preguntó el demonio con cierto tono despectivo.
Duncan cogió aire para que se le entendiera bien, totalmente serio.
—Tengo que hablar con Adriel.
—Creo que no.
—Por favor.
—Que no.
— ¡Por favor! —Exclamó, tensándose. Su reacción sorprendió al demonio. —Sé que la he cagado, ¿vale? Lo sé. Y sé que tengo más probabilidades de llevarme un mordisco que de arreglar las cosas, pero... Tengo que decírselo. Tengo que pedirle perdón, o... ¡No podré perdonarme a mí mismo! Crowley. Por favor. Déjame decírselo.
Crowley dudó. Realmente, no pensó que fuese a ser una buena idea. A Adriel le faltaba mucho para olvidarse de ese chico, pero el demonio estaba dispuesto a lo que fuera por conseguirlo. No iba a tolerar que la hicieran daño y que luego lo arreglasen con un parche. Adriel no era un trozo viejo de tela rota. Se merecía algo mejor.
—Por favor —insistió Duncan con el corazón en un puño —. Sé que no soy lo suficientemente bueno para ella... Pero necesito decírselo todo, Crowley, por favor.
"No soy lo suficientemente bueno".
Crowley era muy testarudo. Nunca admitiría lo mucho que quería a Adriel. Mucho menos admitir que podía sentir apego por ese muchacho. Pero inconscientemente, realizó un movimiento muy astuto.
Crowley pensaba lo mismo. Que no era lo suficientemente bueno... No para un ángel. Cosas como esas lo habían hundido, habían convertido el tiempo en una cortina de humo, en una máscara, que se hacía más y más gruesa, volviéndolo más y más inaccesible, hasta llegar a ese extremo en el que se estaba ahogando. No creía que fuera valiente, sino, a pesar de ese pensamiento recurrente, lo habría llamado, lo habría buscado. Pero se quedó sentado lamentando no ir tras Aziraphale el mismo día en que se fue...
Duncan sí que estaba siendo valiente.
Crowley se rebajó.
— ¡Adriel! —Llamó a gritos al interior. — ¡Sal, tienes visita!
La chica tardó unos segundos en aparecer. Cerrándose la chaqueta y sacando sus cabellos de debajo de ésta. Se detuvo en la puerta y el cruce de miradas fue intenso. Adriel miró rápidamente a Crowley, pero el demonio, con gafas negras puestas, ocultó sus opiniones al respecto.
—No tardes demasiado —le dijo al chico, y después entró en la casa.
Adriel y Duncan se miraron, incómodos, sin saber qué hacer o decir. La chica se cruzó de brazos esperando a que Duncan dijera algo, dudando, ¿debería cerrar la puerta y olvidarse?
— ¿Podemos hablar? —Preguntó Duncan con timidez.
Adriel se quedó quieta un momento pero luego se encogió de hombros. Tentando a la suerte...
Entornó la puerta y siguió a Duncan. Fueron en silencio hasta un parque y allí permanecieron, en silencio durante un largo minuto, sentados en los columpios, que con el más leve balanceo, chirriaban.
—Me he enterado de lo de Henry —rápidamente, Duncan se maldijo por haber empezado así.
—Ya... Me da igual...
— ¡Por supuesto! Es un imbécil, como su primo. Mejor no mezclarte con esa gente...
No lo miró pero Duncan supo que lo estaba observando con algo de desdén, viendo lo hipócrita que estaba siendo.
—Bueno... Da igual... Lo que yo quería decir era... Perdón.
— ¿Perdón? ¿Por qué exactamente?
—Por juntarme con esa gente, principalmente. Pero... Por haberte hecho daño. No era mi intención.
—Pues para no serlo, te ha salido a la perfección.
—Lo siento.
—Ya no importa... —Murmuró Adriel. Sacudió la cabeza antes de permitirle a su corazón hablar más de la cuenta. — ¿Era eso? Pues ya está. Deberías volver a la fiesta antes de que tu novia y tus nuevos amigos te echen de menos.
—No creo. Le he metido un puñetazo a Donny, así que... —Adriel lo miró extrañada, sorprendida, escandalizada, todo de golpe.
— ¿Que has hecho qué?
—Me estaban tocando un poco la moral. Son unos imbéciles, ya te lo he dicho. Y en cuanto a Maddie... Sinceramente, me da igual. Solo que hasta ahora no he sido capaz de decirlo en voz alta, ¡y es un alivio!
Adriel no sabía qué pensar en ese momento. Era todo muy raro...
—En realidad... También quería disculparme por eso. Maddie... En realidad, creo que nunca me ha llegado a gustar tanto como para decir que estoy "enamorado" de ella. Fue una estupidez.
— ¿Y eso por qué? Parecías muy convencido...
—Solo quería estarlo.
Adriel y Duncan se miraron instintivamente, siguiendo el mismo impulso, el mismo latido.
— ¿Por qué? ¿Qué clase de persona querría estar convencido de que le gusta alguien que en realidad no soporta?
Duncan calló. Era el momento. Tenía que ser valiente y dejarse de tonterías. Porque había sido un tonto sin remedio. Y mirándola en ese parque se había dado cuenta de que la quería más que nunca en toda su vida.
—Porque tenía que olvidarme de la persona a la que de verdad quiero —Adriel levantó una ceja y él sonrió —. Obviamente, no ha funcionado. Pero ha servido para que me dé cuenta de lo memo que he sido y de lo ciego que he querido estar. Me asusté y me fui con otra, quise olvidarme, pero no podía. Desde siempre, o casi siempre, porque al principio me daba mucho miedo, he estado tontamente enamorado de la misma persona —en silencio se miraron. Adriel no estaba entendiendo nada, quizás porque no quería hacerlo, quizás porque quería que lo dijera sin rodeos, que se lo dijera de una vez para dejar de imaginarse lo que no es —. Adriel. Perdóname por no haberte dicho antes esto. Pero te quiero. Y no puedo evitarlo.
Hubo un momento en el que todo se quedó en blanco. No tenía miedo, ni dudas, ni alegría. Estaba en blanco. ¿Quién había sido el tonto? ¿Quién había sido la ciega? ¿Quién había dejado ir a quién para que, al final, sus lerdos corazones se encontraran de nuevo?
Adriel supuso que no había respuesta a ninguna de sus preguntas. O que sería dual. Pero de pronto no le importaron. De pronto ignoró la soledad y el miedo a quedarse más sola. La sensación de abandono. Las cicatrices que no cerraron nunca. De pronto olvidó que eran un chico y una chica en unos columpios, él con el traje de un baile, y ella con el pijama bajo la chaqueta. Incluso olvidó que Crowley los había seguido y estaba por ahí escondido, vigilando que no la hicieran ningún daño.
Se olvidó de lo que estaba bien y lo que estaba mal. Y de cuándo era el momento oportuno para hacer las cosas.
Se levantó de su columpio, agarró las cadenas del de Duncan y se agachó hasta juntar sus labios y poder, finalmente, besarlo. Cuando se separaron, ninguno quiso mirarse. De hecho, se separaron. Duncan se levantó algo descolocado. Y Adriel y retiró y su mirada comenzó a rebotar por todas partes.
Al cabo de un largo silencio, Adriel levantó la mirada. Duncan no de estaba fijando en ella, simplemente, balbuceaba, mirando hacia otro lado, a la nada, a sus pensamientos que se habían revuelto casi tanto como sus hormonas.
—Mm...
La chica levantó la cabeza, algo ofendida.
— ¿Cómo que "Mm"? ¿Esa es tu respuesta? ¿"Mm"?
—Es que... Ha sido un inesperado giro de los acontecimientos.
La chica no sabía qué responder.
—A ver. Que yo había venido a confesar mis sentimientos. Pero, ¿esperanzas? ¡Cero! —Se encogió de hombros. —El resultado ha sido mejor de lo que me esperaba.
—Eres...
— ¿El amor de tu vida? —Preguntó, cómodo, divertido, atreviéndose a mirarla, con el descaro con el que nunca la había mirado.
Adriel se sorprendió, pero rápidamente, la corona cayó sobre su cabeza de nuevo, y adoptó esa pose chulesca suya que va a juego con su maliciosa mirada. Aunque esta vez, el contexto era muy distinto.
—Imbécil. Quería decir imbécil —Duncan asintió asumiendo, y ella retiró la mirada y trató de esconder su sonrojo —. Pero tampoco ibas mal encaminado.
Se miraron de nuevo y una sonrisa aplacó cualquier sentimiento vengativo que el demonio de pelo rojo pudiera tener contra el chico —era el momento de guardar la motosierra.
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