13
— cяαzү ℓιттℓε тнιηg cαℓℓε∂ ℓσvε —
𝕹o eran más que un par de mocosos encerrados en un ático escuchando música pop y viendo películas ochenteras por el viejo televisor que conectaban allí arriba.
La estética siniestra parecía acompañar a su mala edad, tan cambiantes, tan irascibles. Tan pronto se gruñían al estilo animal como se tumbaban uno sobre o junto al otro para jugar a las consolas que habían pedido por Amazon, a juegos tan vintage que ni la gente de la época se acordaba de ellos.
Habían crecido con ese mundo sin querer, o quizás obligados, porque su única figura paterna presente parecía estar obsesionado con los 70. Siempre decía, que todo lo bueno se perdió al llegar al 90.
Pero quién sabe, también podía ser cosa de la edad. Tenían ideas extravagantes cada vez que se tragaban cualquier maratón cultural por oídos, ojos, boca, etc.
Igual que aquella tarde de julio. Hacía sol y habían acordado ir al lago a darse un chapuzón. Cuando de pronto, una idea alumbró la mente del chico.
— ¿Sabes? Los piratas pueden shippear sus barcos.
La adolescente rubia, cuya nuca descansaba sobre el estómago de su vecino lo miró de pronto.
— ¿Hoy estas graciosillo, Dipper?
— ¡Piénsalo! —Al levantarse, ella se vio obligada a incorporarse también. —En serio, ¿sabes esas cosas que tienen delante, que a veces son sirenas o cosas así?
—Sabes que se llama mascarón, ¿verdad?
—Yo veo a un pirata juntando esa cosa de su barco a la de otro y dándose un pico. ¿No mola?
— ¿En serio? ¿Tan mal te funcionan las neuronas en verano? Los piratas se matan entre sí, no veo a dos piratas pegando sus barcos con cuidado para que sus mascarones de den un pico.
—Saltarían de emoción. Y dirían: "Nuestro ship es canon".
— ¿Tú te escuchas cuando hablas?
—Solo cuando tiene que ver contigo. Nada más merece mi atención.
Adriel miró a Duncan y se sonrojó al instante. Duncan se rió al ver que, como siempre, ella apartaba la mirada, como si estuviera molesta, pero en el fondo, sabía que le gustaba que le diga esas cosas. A Adriel le encantaba ser el centro de atención. Pero rápidamente, se veía molesta y le recriminaba con la mirada.
— ¡¿Qué?! Si no te escucho me pegas. ¡Me das miedo!
Resoplando, Adriel se puso en pie y abrió la trampilla para bajar del ático. Ahora todas esas voces que le preguntaban si ella y Duncan estaban juntos, lo que se dice "juntos", venían de golpe.
Adriel no había conseguido hacer un solo amigo. Solo Duncan. Era su único y mejor amigo y lo quería como tal. No había más historia. Pero a veces le parecía que él iba tras ella en otro sentido de la expresión, o eso cuchicheaban los vecinos y vecinas del pueblo. Ella trataba de ignorarlos, que sus mentes no iban más allá de lo que aparentaba, porque solo eran dos amigos, sin más amigos, que pasaban el rato juntos porque no tenían con quién más pasarlo.
— ¡Crowley! —Llamó alzando la voz esperando que el demonio pudiera oírla.
Duncan dió un salto desde las escaleras y se dispuso a recogerlas. Bajaron a la segunda planta donde Crowley dormía en un sillón, a grandes ronquidos.
— ¡Crowley!
El demonio se sacudió dando patadas al aire. Duncan y Adriel se separaron para no ser golpeados.
— ¿Qué...? ¿Qué pasa?
Adriel se acercó y colocó sus gafas.
—Nos vamos al lago, ¿vale?
— ¿Al lago? ¿Tan pronto?
—Son las seis. Vamos tarde, de hecho.
—Ah, no... No me apetece.
—Ni falta que hace. Podemos cuidarnos nosotros solitos.
—Sí, claro —miró a Duncan —, como que me lo voy a tragar.
—Solo vamos a darnos un baño —confesó Duncan.
— ¡Sí, venga, Crowley! ¡Confía un poco en mí!
—No es de ti de quien no me fio... —Un escalofrío recorrió a Duncan. —Muy bien, id, pero una cosa te advierto, chico. Las manos quietas.
Duncan pestañeó quieto y confuso unos segundos.
— ¿Las manos?
—Anda, vamos —gruñó Adriel, tirando de su vecino al exterior de la casa.
La chica tomó la delantera y caminó brusca hacia el bosque, perseguida por Duncan, que corría a trompicones tras ella. Algo la había molestado, y el chico no tenía idea de qué podía ser.
El problema de crecer es que uno no sabe cuando dejar de hacerlo. A veces, se quiere ir tan deprisa que acabas perdido en el camino, y otras, se va tan despacio que nunca se llega a alcanzar al resto. Pero, siendo realistas, quien crece al día. ¡Nadie! Todo el mundo sufre desarreglos y en esas edades tan coloridas, lo raro era vivir al momento incluso cuando ese es el lema.
Al menos, no lo era del todo para Ariel y Duncan.
Caminaban con varios metros de por medio. En esos minutos, estaban en el modo "cuánto más lejos mejor", corrección, Adriel lo estaba. Siempre que algo le recordaba los rumores de las viejas del pueblo, tomaba una gran delantera y dejaba que Duncan llegara a su ritmo al punto final. Era tan pesado convivir con esas viejas malas lenguas...
Duncan siempre disfrutaba de su paseo. Observaba la naturaleza, el camino que cruzaba, los animales que se escondían a su paso. A veces se detenía y cogía florecillas que acababan de alguna manera sirviendo de horquillas para el cabello de Adriel, y que días más tarde, el chico encontraba marcando la página de algún cómic.
Eran tan opuestos, pero tan iguales que daba miedo.
Pero no tenían nada más que al otro en sus vidas. Los Dipper viajaban mucho, Crowley era raro. Ambos arrastraban rumores que les concedían mala fama.
Adriel era complicada, Duncan era demasiado permisivo.
Adriel tenía una personalidad muy propia y férrea, Duncan se dejaba llevar peligrosamente por los demás.
Ella era manipuladora, él víctima de manipulación.
Ella era diabólica y malcriada, Duncan por bueno era tonto.
No tenían más amigos, no tenían más diversión que con la que ya contaban en su ático o en sus caminatas por el bosque. Y en parte era culpa suya, por aislarse de los demás. Pero en parte, también era culpa del resto, por cerrarles la puerta y no dejarles entrar.
Eso hace que dos personas pasen juntas todo su tiempo. Eso que hace que otros digan que hay algo más.
Pero Adriel negaba rotundamente que hubiera algo. Y Duncan simplemente ignoraba que pudiera haberlo.
Dando patadas a las piedras y siguiendo el camino, finalmente llegaron al lago. No era gran cosa, de hecho, era bastante pequeño y estaba todo muy sucio. Uno no podía meterse muy adentro porque el lago te succionaba, y solo en la orilla se libraban de que algún pez pasase entre sus pies —era algo que ponía de los nervios a Duncan, le daban escalofríos y salía corriendo cuando algo tocaba su piel bajo el agua —. No era un lugar bonito, ni para un picnic, no era un lugar romántico, ni si quiera se veía la puesta de sol. Era un lugar asqueroso, húmedo, desierto y oscuro. Tal y como les gustaba a ellos.
Aunque la verdadera razón por la que iban a un lugar así no era por el baño, sino más bien por lo que les esperaba allí.
— ¡Fango! —Llamó Duncan.
— ¿Dónde estará?
—No habrá vuelto a saltar al agua, ¿verdad?
—No es tan tonto... O eso espero.
Esperaron unos segundos hasta que el ruido de las hojas quebrándose bajo peso. Una criatura llegó corriendo emitiendo algo parecido a un ladrido.
— ¡Hola, Fango! —Exclamó Duncan, abriendo los brazos para recibir a ese rarísimo perro.
— ¡DIPPER, NO!
Cuando Adriel quiso retirarlo ya era demasiado tarde. Duncan se había dado un buen baño de fango y la criatura se había descompuesto sobre su cuerpo.
— ¿Cuántas veces más voy a tener que ser testigo de esto?
—Siempre se me olvida que no es un perro de verdad.
— ¡Pues claro que no lo es! ¿Has visto tú muchos perros hechos de fango?
—Pero parece un perro.
—Se porta como un perro. Es una bola de barro asqueroso mágica que da vueltas por este lago más asqueroso todavía.
Duncan de rió al mismo tiempo que, como pasando desapercibido, como si fuera cosa habitual, el fango se despegaba de su cuerpo y flotaba en el aire reuniéndose todo en el mismo punto. La criatura volvió a tener cuatro patas, un rabo que menear, un par de orejas puntiagudas y lo que parecía el morro. Sí que adoptaba la forma de un perro, pero solo era, efectivamente, una criatura de fango que cobró vida hacía ya unos años, una tormentosa tarde en la que sucedieron una serie de catastróficas desdichas... O de malos presagios.
Poco después, cuando empezaron a ir al lago, Duncan y Adriel se encontraron con aquella pequeña porción de lo que una vez fue un ser gigante que sacudió su casa. En realidad, era juguetón, y precisaba compañía. Duncan lo llamó Fango —aunque Adriel le advirtió de que una vez le pusiera nombre, se encariñaría —y años más tarde, se había convertido en su mascota mágica secreta. Ni Crowley sabía que existía, claro que Crowley, vivía más tiempo en su mundo y sus lamentos que en la vida de su hija y su vecino.
Allí consumieron el resto de horas que tenía la tarde, hasta que la luna empezaba a ocupar el espacio vital del sol. Jugando con Fango, le tiraban palos y él los traía, todo sucios y llenos de su propio compuesto. Procuraban que no saltara al agua porque se disolvía, perdía su magia y recogerlo luego era un suplicio. Fango era un perro muy cariñoso y cuando de cansaba, se tumbaba junto a ellos a esperar a su despedida.
Y así día tras día. Semana tras semana. El verano fue pasando, asentando la normalidad en sus vidas. Los cuchicheos se convirtieron en un accesorio de cada día, y todas las noches, Duncan tenía que darse una buena ducha porque volvía a casa lleno de barro.
Y entonces llegó septiembre...
—Oye, Adriel —dijo Duncan aquel día en la puerta de sus casas, separados por la valla que dividía el jardín de cada uno —, hay algo que quiero decirte.
Ella lo miró de reojo, seria y algo tensa.
— ¿Qué?
—Pues... Verás, es que no sé por dónde empezar.
—No quiero que me cuentes batallitas. Ve al grano si es posible.
— ¿Me prometes que no te lo tomarás mal?
—Eso depende, cabeza hueca. ¿Cómo voy a saber yo si me va a molestar o no?
—Bueno, mientras no me muerdas... —Adriel resopló. —Vale, pues allá voy.
El chico cogió aire e hinchó sus pulmones. Adriel lo miraba de frente ahora, confusa, y preparándose para lo que presuntamente vendría a continuación.
Había ensayado la respuesta mil veces en su cabeza. Iba a ser amable, como Crowley aconsejó. Iba a decirle que era una persona importante en su vida y que lo quería, pero solo como a un amigo. Y que ojalá la perdonara, pero que no podía corresponderle...
—Estoy saliendo con Maddie.
Aquella noche, Adriel no pudo dormir.
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