XVI
Quisiera ser un mago.
Tener una varita mágica y eliminar todo lo malo que está pasando.
Hace poco noté que su respiración se volvió pesada y para cuando quise voltear a verla se había quedado dormida en mi hombro.
Me carcomía la cabeza no saber cómo llego hasta aquí, ¿Salió corriendo? No sabía que tan lejos estaba, ¿La mamá la anda buscando?, ¿Hace cuánto ocurrió?
Joder.
Cómo pude la dejé acostada, usando sus mismos brazos como almohada. Sin querer hacer ruido me puse de pie dispuesto a buscar a Cynthia. Era la única con la que me apetecía hablar, ella sabría explicarme lo que ella no pudo.
O no quiso.
Cerrando la puerta a mis espaldas, escuché murmuros abajo. Agradecido de que me hubieran ahorrado el trabajo de escuchar por fuera de las puertas, bajé. Su primo y ella estaban charlando en voz baja en el sofá, parecían mirar cualquier programa absurdo en la televisión.
La morena al verme levantó la vista, acción que hizo que James se callara.
—¿Está tranquila?—preguntó Cynthia.
Asentí.
—Se quedó dormida,—metí ambas manos en mis bolsillos—: ¿Podemos hablar?
Ella debía saber que estaba ausente de información, estaba molesto, claro que sí. Pero no quería ser un grosero.
Asintió invitandome a sentar en el sofá individual de enfrente. Suspiré ante la idea de tener que aguantar la presencia del peliazul en esta conversación, no me gustaba lo que estaba pensando sobre él.
Algo no me gustaba, pero no sabía qué.
—Llegó aquí en la mañana,—murmuró su amiga—: Eran como las siete, algo así ¿No?—miró a James, él asintió—: No estaba despierta, le había abierto mi abuela y cuando bajé, ella estaba hecha un ovillo en ese sofá—señaló con los ojos dónde me encontraba.
Miré a James, ella entendió.
—Él no estaba, no a esa hora,—aclaró—: En fin, cuando mi abuela salió nos dejó solas y me lo contó.
Se encogió de hombros, yo iba asintiendo a cada cosa que decía. No tenía muchas preguntas en comparación con las respuestas que quería, que eran miles. Pero sabía que capaz y Cynthia no tenía solución para todas, quizás mi castaña se había guardado información.
Me sentía un estúpido por haber metido aquella prenda en su bolso, de no haber sido así capaz y estuviera tranquila, no durmiendo por haber llorado tanto.
Y lo que más me jodia es porqué está así por algo que yo hice.
—Su mamá no me ha llamado,—habló más para ella que para mí—: No sé si a mi madre si.
—Tal vez no ahora,—opinó James por primera vez—: Sólo han pasado unas horas, y sino llama es porque sabe dónde está—me miró.
De sólo imaginarme a esa señora yendo hasta el piso me entraban ganas de reír. Por dos razones. Una, sería totalmente en vano ya que no sabe dónde vivo. Dos, que no sea ridícula.
No hizo falta ir hasta allá para que estuviera con ella.
Nada se me iba a poner en medio.
—No sabe dónde vivo, así que ahorrate tus deducciones de Sherlock Holmes.
Me frustraba que las cosas se salieran de mis manos, añoraba tener más momentos como los últimos con ella. Dónde reinaba la tranquilidad y no la angustia, la impotencia que me consumía al saber que el reloj estaba en cuenta regresiva.
Sacando las manos de los bolsillos, me distraje con mis nudillos, sin cicatrices. Siempre estaba consiente de lo que hacía aunque muchas veces no pareciera.
Sé que rompo.
Sólo lo hago cuando la paciencia se me agota o la ansiedad se apodera de mi. La última es la peor. Sentirme encerrado, sin motivos o sin qué poder hacer. Es horrible. Es horrible sentir como el cuerpo se me llena de emociones que no puedo expulsar, mucho menos explicar.
Dejando salir el aire de mis pulmones, dejé caer mi espalda en el respaldo de sofá. Mi mirada cayó en James, que para mí sorpresa; me estaba mirando.
Mejor dicho, analizando.
«¿Te enamoraste, pendejo?»
—Tomame las fotos que quieras, a mi castaña le encantaría verlas después—digo llevándome una mano a la nuca.
Estoy tenso.
Cynthia le lanza una mirada incómoda, ella es la que menos debería opinar sobre alguna otra cosa que suceda. Si, ayuda, pero no sabe cómo es vivirlo de este lado.
No sabe que pienso, mucho menos sabe que piensa Lina.
James aprieta sus dientes, la mandíbula se le tensa tanto que me hace sonreír.
«Idiota»
Me levanté ganandome la mirada confusa de ambos, sin reparar de ellas me dirigí escaleras arriba.
Hice el mayor esfuerzo del mundo en abrir la puerta lo más lento posible, traté de no respirar para no provocar algo que la despertara. Pero fué en vano. Cuando entré en su totalidad ella estaba sentada en el suelo abrazando sus piernas, las rodillas las tenía como soporte para descansar su barbilla. Miraba a la ventana viendo cómo el sol empezaba a bajar, probando que una luz que comenzaba a volverse naranja entrará a la habitación.
Sin tener algo que decir me le senté a sus espaldas, abrí mis piernas para dejarla en medio de estás. Mis brazos la rodearon desde atrás casi por completo, haciendo que su espalda se pegará a mi pecho.
Sonreí de alivio cuando no me apartó.
Con la nariz moví unos mechones de cabello que le caian en el hombro, dejé caer mi boca en él. Pequeños besos totalmente inocentes hacían que los vellos de su nuca se pusieran de punta.
Amaba ser yo quien tuviera ese efecto en ella, amaba ser yo quien a pesar de todo tenga esa habilidad de hacer que piense en otras cosas.
De distraerla de todo, sea bueno o malo ahí me iba a tener para sacarla del mal rato.
—Vamos a salir de está,—susurré en su hombro—: Vamos a hacer las cosas bien.
Mis pulgares se movían solos por sus brazos, negándose a soltarla.
—Te prometo que voy a intentar que los malos ratos dejen de suceder,—seguí—: Ya no quiero que tú pagues por los platos rotos.
No me miraba, tampoco me decía nada. Pero su respiración se había vuelto pesada cuando se presionó más en mi pecho.
Si por mí fuera aquí se quedara, cerré los ojos mientras mis brazos la estrujaban más hacia mi, sintiéndome completo cuando sus labios me rozaban el antebrazo, intentandome dar apoyo.
Levanté la mirada para ver cómo él sol que entraba por la ventana le daba a la habitación un aire totalmente diferente que al principio.
Cuando llegué esto era tristeza, miedo y ahora en ese color naranja veo esperanza.
—Cuando ese sol se vaya,—musité en su oído—: Sellará la promesa que acabo de hacerte, sellará que te amo tanto para sacrificar lo que sea,—le beso el hombro—: Acuérdate soy un hombre de palabra.
Mis ojos se clavan en aquel color naranja que poco a poco va convirtiéndose en uno más claro, volviéndose celeste, y ese celeste cae tanto hasta llegar hasta aquel tono que me encanta.
El de la noche.
No llevé el tiempo, no tenía ni idea si habían pasado horas, minutos; mucho menos cuántos. Pero no me importó, estaba con ella, con mi nena.
—Promesa sellada.
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Los amo.
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Un beso, recuerden que son lo más bello de wattpad❤️
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