xFather Wayx

Su voz era como una puñada en el pecho, atravesando sus profundos sentimientos, su corazón sediento de amor, y el frío vacío de su alma. 

—Frank...

A veces pensaba que tal vez podría traspasar ese umbral de incertidumbre. Pensaba en sentir su piel, atrapar el ángel que frente a él andaba, hallar la manera de escabullirse en su mundo, navegar en el color de sus ojos; esmeraldas brillantes y gentiles.

—Me alegro de verte nuevamente por aquí.

Gerard le dió un corto abrazo, sonriendo y entregando toda su atención. Su sotana cubría completamente su cuerpo, y el cuello clerical le daba esa imponencia que nunca había querido desafiar, solo en sus oscuros deseos ocultos podía hacerlo.

—¿Vienes al confesionario?

Frank asintió levemente, observando al mayor con nerviosismo. Tenía un nudo en el estómago, tan difícil de desenredar y que nadie más conocía, uno que llevaba ahí por más de dos años, y se hacía presente solo cuando la presencia del Padre Way estaba a su alrededor.

Todos los domingos en misa, y todas aquellas veces donde le confesaba a su gran amor que estaba haciendo algo prohibido; que el Señor no iba a escatimar en castigos para rectificar su vida, tratando de quitar la lujuria que desprendía su piel.

Todas las palabras del sacerdote, las oraciones y los consejos, los sermones y todas las veces que arrodillado rezó junto a él el rosario completo. Sus manos cálidas y amables, las sonrisas amistosas, la mirada que lo enamoraba cada día más.

Ave María Purísima...

Sin pecado concebida.

El silencio inundó la casilla de madera, Frank podía observar de reojo al contrario a través de la rejilla, admirando la posición perfecta en la que sus palmas se juntaban, con un rosario envuelto entre ellas, su rostro relajado, dispuesto a escuchar.

Luego de indicar que tan solo hace dos semanas atrás se había confesado y que, como siempre, había obedecido al pie de la letra su penitencia, soltó.

—Padre he pecado, y no tengo perdón.

—El Señor tiene sus brazos abiertos para que tú vuelvas a él cuándo tú así lo desees—el Padre Way murmuró, moviendo un poco sus manos, y guardando silencio después.

—Señor...—su voz temblorosa fue notoria, tragar saliva era quizás la acción más difícil, estaba exhausto de sus sentimientos, quería quedarse allí por siempre, solo oyendo los rezos del Sacerdote.

—Recuerda, a quien hablas es a Dios, no a mí, yo solo soy un simple intermediario.

Los ojos de Frank se desviaron hacia el frente, y frotó su rostro. Movía sus labios intentando formar aquellas palabras, pero era el esfuerzo mayor de su vida, un pesar en su pecho que no deseaba abandonarlo.

—¿Qué es aquello que no te deja tener paz, Frank?

"Tú"


—¿Qué es ese pesar que llevas en ti desde que te conozco?

"Tú"


—Di la razón por la cuál te arrodillas y te arrepientes todos los días.

"Tú"

—¿Cuál es tu pecado?

—Tú.

—¿Yo?

Frank abrió sus ojos. Sin siquiera notarlo sus párpados se habían rendido, y su lengua había formado inconscientemente la palabra que quería expresar pero no podía.

—Estoy enamorado... de ti, Padre.

La nada misma llenó el ambiente, Gerard abrió sus ojos y alzó la cabeza. 

—Comprendes que no es correcto, ¿verdad?

—¿Por qué? —sus lágrimas se balanceaban amenazantes entre sus pestañas. Mordía su labio inferior, sin saber qué más decir. Sabía perfectamente la respuesta a su pregunta, pero nada más había llegado a su mente.

—Lo sabes. Eres joven, Frank, voy a orar por ti, para que el perdón te alivie y encuentres la mujer que Dios preparó para ti.

—No la quiero.

—Espero que puedas comprender lo antes posible.

Padre Way, lo siento, pero no puedo comprenderlo.

Gerard abrió sus ojos finalmente, y giró su rostro para ver al contrario. Sonrió suavemente cuando captó la atención de Frank, que parecía inquieto y ansioso porque algo sucediera. 

—Tómate un tiempo para rezar y pensar en tus sentimientos, despeja tu mente de tentaciones e ideas erradas.

El castaño sintió un poco de dolor en sus piernas por el tiempo que llevaba arrodillado. Tenía su boca entreabierta con un poco de sorpresa, apenas creyendo lo que acababa de confesar, y aún más desorientado por lo amable y comprensivo que había sido el contrario aún así manteniéndose en su posición de Sacerdote.

Ni siquiera oyó las oraciones siguientes, y apenas daba cuenta de las palabras en su boca, que tanto repetía cada día y conocía perfectamente. Pero sabía que ninguna oración lo haría claudicar en sus sentimientos, estaba enamorado.

Frank inclinó sus cejas y se puso de pie para irse, ¿qué esperar después de aquello?

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