CAPÍTULO 14
Había metido la zarpa donde no debía, estaba totalmente seguro de ello. Cuanto más lejana se le hacía aquella conversación, más comprendía las intenciones inocuas de Marinette y más se frustraba por su reacción. Adrien seguía sin estar seguro sobre lo que había llevado a Marinette a distanciarse de él en primer lugar, pero habían conseguido acercarse de nuevo. Adrien incluso pensaba que estaban mejor que antes. Habían bromeado juntos como no habían hecho nunca y había habido una extraordinaria libertad en ello.
Se había dejado llevar por un arrebato estúpido e infantil y las cosas habían vuelto a enturbiarse. Contuvo el deseo de revolverse el pelo de puro nerviosismo a duras penas.
—Adrien, ¡Adrien!
—¿Qué? ¿Qué? ¿Perdón? —preguntó Adrien desconcertado.
Kagami lo fulminó con la mirada.
—Al fin me escuchas.
—Lo siento, se me fue la cabeza a otra parte —se disculpó Adrien—, ¿qué decías?
—Pues en los últimos minutos lo único que he dicho es tu nombre, viendo que no me hacías ningún caso.
No hacía falta conocer mucho a Kagami para ver que estaba realmente enfadada. Adrien de nuevo tuvo deseos de tironearse el pelo con frustración, ya iban dos personas que le importaban a las que había defraudado y herido en menos de veinticuatro horas. Aquello era patético.
—De verdad, lo siento —se disculpó de nuevo Adrien— Por favor, ¿me recuerdas de qué estábamos hablando?
Vio que Kagami tenía la mano sobre la mesa y se le pasó por la mente la idea de tomarla y entrelazar sus dedos con los suyos. Pero por mucho que deseó hacerlo fue incapaz de moverse.
—Te decía que me voy con mi madre a Japón el próximo fin de semana en lugar del mes que viene —le explicó Kagami—. Para ver a mi abuela.
—¿Y ese cambio?
—Mi abuela se ha comprado unos pasajes para recorrerse Argentina con su nuevo novio.
Adrien la observó perplejo durante un momento.
—¿Tu abuela no tenía ya 89 años?
—Cumple los noventa el mes que viene —resopló Kagami—. Y está empeñada que ha llegado a una edad en que puede celebrar su cumpleaños como quiera, y ahora quiere irse de mochilera con su nuevo novio.
Adrien se mordió el labio y su rostro adquirió un cariz preocupado, aunque en realidad quería echarse a reír. No había tenido la oportunidad de conocer a la abuela de Kagami, solo había escuchado anécdotas de cómo había sido una gran señora en su casa en Tokushima, donde había mantenido en pie el dojo familiar durante 45 años, desde que su marido murió. Kagami siempre la recordaba como una dama de hierro, firme con las tradiciones y con una voluntad inquebrantable. Ahora, para dolor de cabeza de su hija y de su nieta, lo único que parecía mantenerse igual era su capacidad de salirse siempre con la suya, pues había mandado al traste todos los convencionalismos que conocía y se había echado un novio que ni tenía conexiones ni formación. Por no tener no tenía ni pantalones largos, siempre vestía con pesqueros.
—¿Puedes tomártelo en serio? —le pidió Kagami.
—¿Yo? Si estoy serio.
—Sé cuando estás guardándote las ganas de reír, Adrien.
—Es solo que, ¿qué tiene de malo?
—¿Que qué tiene de malo? ¡Que va a cumplir 90 años y quiere irse de correrías por el mundo! —le explicó Kagami, exaltada—. ¿Cómo no puedes entender lo preocupada que estoy?
—No es que no lo entienda Kagami, de verdad que no es así. Solo que también entiendo a tu abuela.
—Lo que está haciendo es tan increíblemente egoísta.
Adrien lo meditó. La abuela de Kagami había acabado tan harta de su vida que había decidido cortar por lo sano y empezar a hacer lo que realmente quería hacer. Era dolorosamente liberador pensar en ello, que no había un límite para decidir cambiar, para darle a la vida otro sentido. Incluso si Adrien se sentía en ese momento un fracaso que no terminaba de encajar en la casa de muñecas en la que vivía, quizás tuviera oportunidad de salir de ella más adelante, cuando reuniera el valor suficiente.
—Adrien, no me dejes hablando sola de nuevo —Kagami no levantó la voz, pero era evidente que cada vez estaba más y más enfadada.
Adrien suspiró, sin saber muy bien qué debía hacer ni qué decir. Kagami no esperaba una respuesta llena de protocolo en ese momento, aunque la verdad es que Adrien no estaba muy seguro de lo que Kagami esperaba de él a esas alturas.
—Solo estaba pensando en lo que has dicho —explicó Adrien—. Sobre lo de que tu abuela es una egoísta.
Kagami revolvió con su cucharilla la taza de té que ya estaba fría y que apenas había tocado. El movimiento creó un tintineo cadencioso y muy suave, con un ritmo muy similar al de un cuenco tibetano.
—Y, no sé, puede que tengas razón, puede que sea egoísta, pero pienso que también está en su derecho, Kagami.
Su mirada penetrante se clavó en él como si estuviera a punto de devorarlo. En cierta medida se sentía como si estuviera frente a la boca de un dragón malherido.
—Ha cumplido las normas que le han impuesto toda su vida y parece que ya está cansada, que quiere vivir de otra forma y me parece que está en su derecho de hacer lo que quiera.
—Si quieres también puede irse al polo norte de expedición, ¿¡como es su vida!? —le reprochó Kagami—. Es libre de hacer lo que quiera, ¿incluso de hacerle daño a su familia?
—Kagami, que se va de excursión con su novio.
—No, no lo hagas parecer como una adolescente que se va por primera vez de fin de semana con el novio por ahí porque no es así. Mi abuela es una persona mayor que tiene una medicación que debe seguir a rajatabla, tiene una cadera protésica y clavos en el pie, es imposible que vaya por ahí sin su bastón. ¿Y va a irse a un país que no conoce con un novio que conoce aún menos?
—Estoy segura de que nadie es más consciente de sus limitaciones y de lo que tiene que tener en cuenta que ella.
—Muy bien, digamos que ella se cree Ladybug y que puede con todo, que no tendrá achaques, que no habrá problemas con la medicación, que todo será maravilloso. ¿Qué pasa con nosotras?
—¿Con vosotras?
—Sí, con mi madre, con mi tía y conmigo. ¿Qué pasa con nosotras? ¿Acaso no importa que vayamos a estar un mes muertas de la preocupación? ¿Sin saber si le ha pasado algo? ¿Si se ha perdido? ¿Si se ha hecho daño? ¿Si ha tenido un problema con la medicación? ¿Tenemos que volvernos locas de la preocupación porque ha decidido que no quiere pensar en nadie más que en sí misma?
—Un momento, no vas con tu madre a Japón para celebrar con tu abuela y desearle un feliz viaje, ¿verdad? Vais a ir para convencerla de que no se vaya.
—Mi tía ya no sabe que más hacer, así que sí, vamos a intentar hacerle cambiar de idea.
—No es que no entienda vuestra preocupación, pero estáis siendo injustas con ella...
—¿Podrías dejar de proyectarte en mi abuela y entender cómo me estoy sintiendo? —lo cortó Kagami con una violencia gélida—. ¿Podrías intentar apoyarme? Aunque fuera por esta vez.
—Pero es que no es que no te apoye, es solo que me parece que podrías intentar empatizar con tu abuela también, corres el riesgo de estropear toda tu relación con ella si sigues así.
—¿Y tú qué vas a saber de mi relación con mi abuela y qué debo hacer con ella? Los tuyos ni siquiera quisieron conocerte.
Al momento de decirlo Kagami se dio cuenta de su error. Abrió mucho los ojos y observó a Adrien ojiplática antes de cerrarlos de nuevo. Exhaló el aire de sus pulmones de una, agotada.
—Mira, esto no está funcionando —dijo Kagami en voz baja, levantándose de la silla de madera de la cafetería. Se quedó detrás de ella, sujetando el respaldo y con la mirada clavada en la taza de té sin tomar—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza y creo que no es bueno hablar en caliente, así que es mejor que me centre en mi viaje a Tokushima y hablemos más tarde.
—¿Cuándo vuelvas? —preguntó Adrien en voz queda.
—Sí.
—¿No piensas que esta conversación nos hará sentir aún más incómodos si la dejamos terminar así? ¿Crees que podremos tener otra cita con este ánimo?
—Quizás esa sea la cuestión, quizás no debamos tener ninguna cita más Adrien.
Kagami levantó la mirada, pero esa vez fue Adrien el que se vio incapaz de mirarla.
—Deberíamos habernos quedado como amigos —suspiró Adrien.
—¿Crees que es lo mejor?
—¿Es lo que tú quieres?
—¿Y qué quieres tú, Adrien? Porque cada día lo tengo menos claro.
Kagami se fue de la cafetería sin esperar una respuesta de su parte y Adrien tampoco tenía fuerzas para continuar la conversación. No sabía bien cómo desentrañar los sentimientos que estaban revolviéndose en su interior como culebras. Extrañaba a Kagami, sería un idiota si no pudiera verlo, pero específicamente extrañaba a su amiga Kagami. Esa complicidad y apoyo que tenían el uno en el otro se había ido al traste desde que habían decidido salir juntos, todo había ido cuesta abajo. Quizás no estaban destinados a estar juntos, no de esa forma. Pero de cualquier manera parecía que lo único que conseguía últimamente era hacer daño a las mujeres de su vida.
Marinette activó la pantalla de su móvil para ver la hora. Las 23:26.
Marinette lo dejó donde estaba, junto a su almohada. Cerró los ojos con fuerza, como si eso le fuera a facilitar conciliar el sueño, pero cuanta mayor era la tensión de sus párpados, más claramente podía ver el rostro de Adrien.
Abrió los ojos de nuevo y volvió a coger su teléfono. Las 23:28. Con mucho esfuerzo, Marinette se comió y tragó las ganas que tenía de refunfuñar, soltar palabras malsonantes y, en general, de quejarse. Miró rápidamente a Tikki, que seguía profundamente dormida en su cojín, sin que su sueño se alterara lo más mínimo por su inquietud. Quizás era un efecto colateral de contar con tantos años en el historial. Había vivido tantas cosas distintas que ya nada le alteraba las horas de sueño. O puede que simplemente fuera una dormilona desde el comienzo.
Marinette suspiró y volvió a cerrar los ojos.
—Venga, una vez más —murmuró Marinette para sí—. Tú puedes conseguirlo, Marinette, solo tienes que dormirte.
Recordó los ejercicios de respiración que hacía para meditar. Se concentró en el movimiento que hacía su nariz al permitir la entrada de aire, en el olor a jazmín de sus sábanas debido al suavizante, en el perfume de su champú a fresa blanca y flor de cerezo.
¿A qué te refieres?
Espiró, contando los segundos que tardaba el aire en abandonar lentamente su cuerpo.
Me gustaba. Al principio.
Inspiró, concentrándose en la forma en que se inflaban sus pulmones, en la manera que tenían de hincharse y de llenarla de un torrente de energía, de calma.
Pero supongo que solo quería ayudar a mi padre.
Espiró, sintiendo como la calma se iba tan fácil como había llegado, sin lograr agarrarse a sus células ni a sus pensamientos. Iba y venía como la arena en una noche de tormenta. Se revolvía entre sus recuerdos angustiosos y sus reproches, entre las palabras de Adrien.
Fue que mi padre no confía en mí.
Inspiró, intentando centrarse únicamente en la forma en que se elevaba primero su vientre y luego sus costillas. En el calor que le producía el intentar retener la respiración durante unos segundos, tan diferente al pánico gélido que traían consigo los recuerdos. Intentó ser consciente únicamente de la tensión que hacían sus músculos al estirarse.
Para él soy como esos peluches de plumón, muy bonito pero inútil.
Espiró, buscando entre sus recuerdos un lugar feliz, un lugar tranquilo, como su azotea en los últimos días de primavera por la tarde o las primera vez que sus padres le enseñaron a hornear pan. Intentó con todas sus fuerzas agarrarse a esos recuerdos, pero enseguida se vio arrastrada por una ola violenta y poderosa.
No fue mi elección.
La respiración de Marinette se entrecortó y abrió los ojos de nuevo, sobresaltada. El ejercicio le había salido mal y en lugar de alejarse más y más de aquella conversación con Adrien, lo único que había hecho había sido revivirla con más fuerza, recrear cada mínimo detalle, cada ápice de dolor en la voz de Adrien, cada mínima expresión de sufrimiento de su rostro. Ella y su gran boca. Le había hecho daño. Siempre tan metiche y torpe, tan intensa y acaparadora, incapaz de ponerle un alto a sus preocupaciones y a su curiosidad.
Miró a un lado, hacia la almohada de Tikki, pero la kwami seguía profundamente dormida. Marinette se llevó una mano a los ojos en un intento vago por controlar el ardor y la ansiedad. Fue hacia su móvil y desbloqueó la pantalla. Las 00:26. Marinette suspiró, agarrotada por el ejercicio cuando debería estar relajada y durmiendo profundamente a esas alturas. Con cuidado se irguió y apartó el edredón.
—Quizás una infusión haga algo —murmuró Marinette, aunque tenía dudas al respecto.
La casa estaba envuelta en un silencio tranquilo, algo habitual a esas horas de la noche. Marinette calentó un pequeño cazo de leche de almendra. Podría haber usado el microondas, pero el dichoso aparato tenía un timbre muy alto y temía acabar despertando a toda la casa. Cogió de la despensa el tarro con las flores secas de manzanilla y echó un par de cucharadas en el caldero. Esperó un rato, inspirando el aroma dulce de la almendra y las flores. Pasó las uñas por la encimera en un movimiento repetitivo y ansioso, esperando.
—Debería disculparme con Adrien —meditó Marinette—. Debería decirle cuánto lo siento, que no quería...
Marinette soltó un suspiro tembloroso, agobiada por la culpa y la ansiedad. Menos mal que había dejado su teléfono en su cuarto. Nada bueno podía salir de un mensaje escrito a la una de la madrugada con el corazón tamborileándole como una carraca de feria estropeada.
Cuando estuvo segura de que la leche ya había infusionado, la coló en su taza favorita. Añadió un par de gotas de extracto de vainilla, una generosa cucharada de miel y mezcló. Agarró la taza y fue hasta el sofá.
Cogió la manta de lana que ella misma había tejido, del rosa crema favorito de su padre, y se la pasó por los hombros. Sopló su taza y estuvo a punto de dar un sorbo cuando vio una sombra extraña desde la ventana. La dejó sobre la mesita de café y se acercó a la ventana despacio. Había algo sobre la farola, pero parecía demasiado grande para ser un pájaro, incluso un búho. A no ser que se tratara del señor Damocles disfrazado, aunque era difícil de creer que un hombre tan grande se hubiera subido a una farola tan fácilmente. A no ser que estuviera akumatizado.
Se acercó a la ventana con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco que atrajera la atención, forzando a sus ojos a adaptarse a la oscuridad de la calle. Aunque todo su celo y su desconfianza se fueron con viento fresco cuando captó el brillo dorado de un cascabel. Abrió la ventana sin miramientos, produciendo un ruidoso chasquido.
—¿¡Chat!? —siseó Marinette desconcertada.
Quizás ella fue muy brusca o Chat estaba tan sumido en sus pensamientos que no se había percatado de nada hasta que la escuchó. Acuclillado como estaba sobre el soporte de la farola, pegó un brinco y estuvo a punto de caerse abajo. Logró recuperar el equilibrio de milagro antes de observarla con asombro.
—¿Marinette? —preguntó él—. ¿Pero qué...? Me has pegado un susto de muerte.
—Eso debería decirlo yo —se quejó Marinette—. Que me he visto con el miedo de tener un akuma justo delante de mi ventana.
—¿Por qué iba a ser un akuma?
—Porque los gatos de tu tamaño están en el zoo, no encima de una farola. Y no creo que se pongan a cambiar las bombillas a esta hora, si es por encontrarle una explicación más lógica.
—No hay peligro, no te preocupes —le aseguró Chat Noir en un intento de tranquilizar su miedo.
Pero se equivocaba de medio a medio. Marinette no estaba asustada cual damisela en apuros que necesitaba un caballero, sino como alguien que teme tener que agarrar un bate para derribar al intruso.
—¿Y se puede saber qué haces despierta? —preguntó Chat al no recibir respuesta—. Es tarde.
—Lo mismo te digo —lo acusó Marinette, apoyándose en el marco de la ventana—. ¿Qué haces ahí fuera tan tarde?
—Estaba haciendo una ronda.
Así que estabas deambulando por ahí, pensó Marinette, pero se guardó ese pensamiento para si misma.
—¿No podías dormir? —preguntó Chat.
Marinette soltó un suspiro desganado que le hizo cosquillas en la punta de la nariz.
—La respuesta corta es no.
—¿Y la respuesta larga?
—Que tampoco.
—Muy graciosa —ironizó Chat, poniendo los ojos en blanco.
—Es solo que... —Marinette guardó silencio por un momento, tratando de encontrar las palabras—. Tengo la cabeza hecha un lío.
—¿Tú también?
—¿Qué te tiene a ti preocupado? —preguntó Marinette, intrigada.
—Nada importante, cosas de superhéroes.
Marinette frunció el ceño. ¿Había pasado algo en París últimamente para que Chat Noir estuviera preocupado? Nada distinto a lo normal, al menos ella no tenía noticias de eso como Ladybug. Quizás Chat tenía más preocupaciones acerca del bienestar y la seguridad de la ciudad de las que ella misma pensaba. Eso explicaría esa misteriosa ronda nocturna que hacía él solo, tan tarde en la noche, y sin notificarle a nadie. Quiso preguntarle más, pero sabía que no le iba a decir nada. Quizás a Ladybug sí, aunque más por obligación que porque realmente quisiera reconocérselo.
—¿Qué te ha pasado a ti? —preguntó Chat—. ¿Es por lo del concurso?
—Sí, algo así.
—¿Estás teniendo problemas con alguno de tus trajes?
—No, no, bueno, he tenido algún contratiempo que me ha obligado a cambiar planes, pero nada grave. No he cometido ningún costuricidio.
Chat se echó a reír.
—Y pensaba que era yo el de los chistes malos.
—Todo se pega en esta vida —reconoció Marinette con una carcajada baja—. Sobre todo lo malo.
—¡Ey!
Marinette se rio de nuevo. Había algo en hablar con Chat siendo Marinette que le transmitía una paz muy dulce. Ahí no había presiones ni obligaciones. Podía ser sincera con él al no tener la careta de la responsable Ladybug restringiéndole la visión y el aliento.
—Entonces, ¿qué te ha pasado? —preguntó Chat—. Si necesitas ayuda para sacar alguna foto nueva, sabes que puedes pedírmelo.
—Gracias, pero no es eso... —reconoció Marinette con resignación—. Es solo que he metido la pata.
Marinette se restregó el rostro con las manos, tratando de restarle tensión a sus recuerdos y a sus remordimientos, pero no sirvió de mucho. Los sentía como una loza que cargaba en contra de su voluntad.
—¿Qué ha pasado, Marinette?
Se apartó las manos del rostro y miró a Chat. La observaba con aquel semblante solemne y determinado, preocupado. Solo lo había visto así cuando las cosas se habían puesto realmente feas en sus batallas y Marinette se preguntó si daba una impresión tan terrible en ese momento. Se sentía terrible al menos.
—Iba a hacer las fotos con el traje de Noel en el par des Buttes-Chaumont con Alya y Nino, ese era el plan que apuramos a última hora porque las dichosas botas no terminaron de pegarse —murmuró Marinette—. Bueno, eso no es importante, la cuestión es que íbamos a ir al parque y no dejaba de darle vueltas a algo que me había dicho Alya.
—¿Qué te dijo?
—Que Adrien se sentía herido por mi culpa, como si lo hubiera dejado de lado.
Marinette se pasó la mano por la frente en un intento de mitigar el dolor de cabeza que se le había empezado a forma por la tensión tirante en la piel y la falta de sueño. Por ello pasó por alto el respingo que dio Chat Noir.
—Y pensé que quizás tenía razón, Adrien lucía un poco desconectado y desorientado —explicó Marinette—. Que seguro que tiene problemas mucho más importantes en su vida que el hecho de que yo no hable tanto con él como antes, no creo que sea tan importante en la vida de Adrien como para afectarle así, pero no dejaba de darle vueltas a la cabeza y cada vez me sentía peor y más culpable...
—Así que lo invitaste.
Marinette asintió.
—Al principio fue raro, creo que él tenía sus propios quebraderos de cabeza y había una, no sé cómo explicarlo, una especie de tensión entre nosotros —rememoró Marinette. Había empezado a jugar con sus dedos y concentrado su mirada en ellos—. Pero digamos que yo misma empecé a olvidarme de la incomodidad y creo que Adrien también se olvidó de lo que fuera que tenía en la cabeza y, no sé, empezamos a divertirnos. Hicimos el idiota, nos lanzamos bromas, me animó y se puso a cantar conmigo en medio del parque. Parecía que la distancia se había desvanecido y volvíamos a ser dos amigos pasándolo bien juntos. Y entonces tuve que abrir mi gran bocota.
El dolor de cabeza se estaba volviendo insoportable y entonces Marinette se dio cuenta de que estaba reprimiendo las lágrimas con tanta fuerza que le costaba respirar. Chat Noir saltó hasta la ventana antes de que tuviera oportunidad de apartarse las lágrimas de un manotazo. Chat acunó sus mejillas con sus manos enguantadas y le retiró las lágrimas con cuidado de no rozarla con las garras. La luz amarillenta de la farola a sus espaldas creaba sombras duras por el rostro de Chat, perfilando su nariz, el arco de su ceja izquierda y la curva suave de sus labios. Sus ojos brillaban y estaban llenos de preocupación, de un desasosiego crudo. Marinette se preguntó si era su propio dolor lo que estaba afectando a Chat y deseó poder contener el llanto y encerrarlo en una caja, pero cuanto más se sumergía en aquella mirada, menos podía. Soltó un quejido lastimero y las lágrimas siguieron rodando por su rostro.
—Marinette...
—Fui tonta, Chat —sollozó Marinette—. Fui tan, pero tan tonta.
—Tú nunca podrías ser tonta.
—¡O-oh, créeme! —hipó Marinette—. ¡Lo fui! ¡Tan tonta! Y tan estúpida. Le hice daño, Chat, y yo la verdad es que ya no sé la cantidad de veces que debo haberle herido. Si por mi culpa se sentía apartado... ¿Por qué siempre meto la pata con Adrien?
—Estoy seguro de que él no lo ve así.
—Tendrías que haberle visto la cara, Chat —Marinette hundió el rostro, mirando al suelo, derrotada—. Justo cuando creí que estaba preparada para intentar que las cosas siguieran otro camino, que podríamos ser amigos, voy y le hago esa estúpida pregunta sobre su padre. Estoy harta de ser un incordio para él, de hacerle daño, es que no puedo seguir cerca de él.
—Marinette, escúchame —le pidió Chat, alzando su rostro de nuevo y clavando su mirada verde en ella—. Te puedo asegurar que nadie en su sano juicio te vería como un incordio ni querría apartarte, estoy seguro de que quiere seguir siendo tu amigo.
—Chat, pero es que me duele, me duele cada vez que soy torpe con él, que le confundo, que los malos entendidos nos hacen tropezar, que le hago daño y no puedo más.
Marinette escondió el rostro en el cuello de Chat y le abrazó con fuerza. Chat Noir se quedó inmóvil un segundo, con las manos en el aire, antes de rodear los hombros de Marinette en una caricia gentil y de apoyar el mentón sobre la cabeza de Marinette.
—Pensé que ya lo tenía superado, pero supongo que no era así —reconoció Marinette—. Todo lo que tiene que ver con Adrien me duele más de lo normal y no puedo ser su amiga en estas circunstancias, no cuando no paro de hacernos daño a los dos.
Chat masajeó suavemente los hombros de Marinette en un intento de confortarla, con las palabras atragantadas en el estómago, sabiendo que no podía contestarle nada porque quien estaba ahí con ella a su lado era Chat Noir, no Adrien. Pero cuánto deseaba poder asegurarle que estaba en un error, que no había nada en el mundo que él deseara más que tener a Marinette en su vida.
—Chat, yo le quería, con todo mi corazón —se sinceró Marinette.
Chat se quedó inmóvil, atento a las palabras de Marinette, incrédulo.
—Él ha sido mi primer amor y eso no cambiará nunca —reconoció Marinette con la voz rota—, pero en cuanto vi lo que había entre él y Kagami supe que debía rendirme. Y lo hice, tome distancia, me centré en otras cosas, intenté reparar mi corazón roto y seguir adelante. Y cuando al fin pensé que estaba preparada para ser su amiga de nuevo, ¡pasa esto! Y me recuerda que aún sigo enamorada de él. Y yo ya no sé qué más hacer para sacármelo del corazón, Chat, solo quiero que el dolor pare, ¡no puedo más!
Chat respiró profundo, tratando de ignorar la forma en que se entrecortaba su respiración al inspirar. Con cuidado, volvió a abrazar a Marinette y la estrechó con mimo y desesperación contra sí.
—Todo mejorará, princesa, ya lo verás.
Lunes, 20 de junio de 2022
¡Hola a todos, lindas flores!
Después de esto qué puedo decir además de KBOOOOM jajajajajajajajajaja. Ha sido un capítulo bastante cargadito, donde todas las movidas que Marinette y Adrien llevan arrastrando desde el principio pues no han podido contenerlas más. A veces es muy difícil dejar de guardarse las cosas y hablarlas, lo hacemos de forma inconsciente y ya no te digo este par que entre los secretos que tienen que ocultar porque sí y los que ellos mismos no aceptan, pues tienen un caos interesante ahí.
Pues, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos la semana que viene!
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