I'll Follow You Into The Dark
"Amor mío, sabíamos que este día llegaría. Estoy escribiendo esto con lágrimas en los ojos al saber cuál es mi destino, se aproxima pronto y tengo miedo de dejarte. Pronto colgarán un collar de cuerda en mi cuello por las muertes que he causado y los pecados que he cometido, y los acepto completamente.
No quiero que estés allí cuando me cuelguen en el árbol, aquel en el que nos reuníamos de jóvenes, donde nos besábamos y te dije que seas mí esposa; me parece irónico que ahí sea donde muera pero a la vez me alegra que el último recuerdo que me lleve sea el tuyo. No soportaría ver tus hermosos ojos llenos de dolor, por eso te estoy diciendo que no vayas en ese momento. Déjame sólo ahora, y si el infierno y el cielo quedan satisfechos, sé que nos volveremos a reencontrar en algún lugar allá arriba o allí abajo, o tal vez en una vida distinta a esta. Ya no hay porqué llorar.
Huye, mi amor, huye de esta vida, no queda nada en este lugar para ti ni para nosotros, se libre, se feliz, por favor, hazlo por mi..."
El hombre en su celda no pudo terminar la carta, un guardia inexpresivo lo había ido a buscar diciendo que ya era su momento. Antes de que se levantara, el hombre tomó la carta y la puso en la mano del guardia con la pequeña sonrisa triste, indicándole que se lo dé a su esposa cuando lo terminen de ejecutar, el guardia asistió, él personalmente se llevaría, dijo. Tomó al condenado del brazo y él no se opuso, estaba decidido a aceptar a la muerte como una vieja amiga y no como una enemiga. Lo arrastró fuera, conduciéndolo por los fríos pasillos de piedra hasta otra habitación similar donde lo esperaba un hombre vestido en una túnica y una biblia en la mano, un sacerdote. El hombre de Dios le preguntó si quería confesar sus pecados y el negó con la cabeza con una pequeña sonrisa, él sabía que había hecho lo que había hecho por una buena causa, había salvado al mundo de tres asesinos a sangre fría y por eso lo estaban condenando a pasar la eternidad con ellos. El sacerdote asistió hacia otro guardia, ya que el primero se había ido a entregar la carta, para que se lo llevara a cumplir su sentencia.
Lo condujo hasta la entrada de un bosque, el aire era frío y las nubes grises. Cada paso que él daba se sentía más cerca del infierno, las manos le sudaban y las piernas le temblaban. No podía negar que tenía miedo pero era algo completamente natural.
Finalmente llegaron al árbol, uno tan alto como viejo. Una soga estaba colgada en unas de las ramas más bajas y un banquillo estaba abajo. Una multitud de tan deprimentes personas lo rodeaban, haciendo juego con el frío día de invierno. El guardia puso las manos del hombre detrás de su espalda, atándolas con una soga similar a la del árbol. Luego, lo obligó a subir al banquillo donde desde allí podía ver mejor las caras de la pequeña multitud, algunos mirándolo con tristeza u otros con una sonrisa de satisfacción al saber que se estaba haciendo justicia. Sonrió al no ver ninguna cara conocida.
Una bolsa de masilla negra le cubrió la cabeza, dejándolo ciego. Luego sintió el collar de su muerte adornando su cuello fuertemente. Lentamente, como si todo se moviera en cámara lenta, sentía el banquillo deslizarse de sus pies y las lágrimas corriendo por sus mejillas. Con la sonrisa de su amada bailando detrás de sus parpados, una profunda oscuridad lo rodeó.
**
Luego de que el guardia llegara a la casa de la viuda, se quitó su sombrero y sin un toque de pena en el rostro, le entregó la carta a la mujer. Ella, confundida, la tomó y despidió al guardia. Se sentó en uno de los sillones y comenzó a leerla. Era simple, con letra rápida y sin sobre, pero ella reconocería esa letra en cualquier lado.
Ni siquiera había terminado el primer párrafo que había empezado a llorar. Ella ese día lo esperaba en casa, feliz, cocinando su platillo favorito humeando para compartirlo entre los dos, despreocupados de lo que pasaba afuera.
Tampoco sabía que él había cometido tales atrocidades, esperaba que fueran por una buena causa, como ladrones o violadores. Lo había mantenido todo en secreto por su bien pero ella sabía perfectamente que la podían tomar de cómplice y meterla en la cárcel o en el mismo destino que su esposo.
Él había dicho que huyera, él también sabía cuál podría ser el destino de su esposa, y eso era lo que ella iba a hacer.
Con lágrimas todavía surcando sus sonrojadas mejillas por el frío, tomó una hoja, pluma y tinta y comenzó a escribir una carta para un muerto.
"Amor mío, no sabía que este día llegaría y me duele el alma al saber que ya no estarás más conmigo. En el momento en el que el guardia se paró frente a nuestra puerta, sabía que algo malo se avecinaba. Te extraño. Te amo.
Ya no podré formar una familia contigo como había soñado, ni envejecer juntos, ni siquiera reír una vez más contigo. Tu risa era la melodía perfecta. No, no era, tu risa es la melodía perfecta porque aún sigue fresca en mi memoria donde sé que nunca morirá.
Pero de igual manera hemos visto todo lo que teníamos que ver: felicidad, tristeza, amor, realidad y sueños. Leído libros de fantasía y leído periódicos llenos de tragedias. Pero así es la vida y las suelas de mis zapatos están desgastadas por buscar al amor de mi vida, por buscarte. Supongo que aguantaran recorrer unos kilómetros más para ser poder volver a encontrarte.
Tú dijiste que huya, y eso haré. Estaré contigo, te seguiré a través de la oscuridad. Huiremos juntos, nos veremos pronto, mi vida.
Te amo."
Tal vez esa no era la clase de huida que él esperaba que hiciera, pero a ella le pareció la mejor idea.
En todo el día restante no hizo más que mirar por la ventana como la lluvia caía, el cielo lloraba por la pérdida de dos almas gemelas. Pero al caer la noche, se empezó a preparar para la última de su vida.
Buscó una fuerte cuerda que tenía guardada, se puso el vestido más hermoso que tenía guardado para ocasiones especiales como navidad o año nuevo y se maquilló poniéndole color a sus mejillas y vida a sus ojos muertos en vida. Tomó la carta fuertemente entre sus manos y la soga y no se permitió llorar mientras salía, dejando la chimenea encendida y la puerta abierta. No importaba, total jamás regresaría.
La noche era fría, nubes cubrían el cielo estrellado y nieve caía dejando un hermoso paisaje blanco cual algodón. Sonrió, admirando todo por última vez.
A pesar de estar oscuro, ella conocía el viaje de memoria hasta el árbol donde estaba su amado. Sabía que lo dejarían colgado tres días, uno por cada hombre muerto. Nieve se colaba por sus finos zapatos, congelándole los dedos y haciendo cada paso un infierno. Pero tampoco parecía sentirlo.
Al fin llegó al árbol, este ya no tenía hojas y estaba seco como su corazón.
Y allí estaba su amado. Los ojos perdidos, el cuello rojo, los labios azules, sangre seca en su nariz y colgando sin vida, con su pelo cual carbón con nieve y algunas canas.
Entonces la viuda lloró, lloró aún más escribiendo la carta, lloró como nunca en su vida había sufrido, con el corazón roto y el alma destruida.
Aun llorando y con las mano temblorosas, hizo con collar de cuerda como su marido le había enseñado años atrás para cazar, trepó a una de las ramas intermedias del árbol y colgó la soga allí. Pero antes de ponerse el collar de cuerda alrededor de su cuello, listo para su perdición, dejó la carta en aquella rama y tomó la fría mano de su marido el cual era imposible que le diera el apretón o el abrazo o el beso que ella tanto necesitaba.
Respiró profundamente, todo en ella temblaba, con la mano libre pasó la soga sobre su cabeza y ajustó. El grueso material quemaba en su cuello y ya se sentía sin aire. Sus ojos eran como cataras.
Y entonces saltó con un collar de cuerda cortando su respiración para huir con su amado a otra vida tomados de las manos.
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