Mistletoe

Esta historia ha nacido por un lanzamiento de hacha muy navideño de ¡Alcemos el hacha de guerra!. ¿Qué saldrá de este experimento?

Sorbo ligeramente el chocolate deshecho de mi taza humeante. Me quemo la punta de la lengua y siseo adolorido. Soplo, intentando enfriarlo, mientras me acomodo en el butacón de roble y tapizado a cuadros verdes escoceses de mi tía Oda. Hace juego con otro butacón y un sofá.

Observo en silencio como los mellizos ríen maliciosamente y trotan por las escaleras que dan al segundo piso. Patapez habla con Heather en el sofá a mi lado sobre el descubrimiento del plumaje de los dinosaurios y ella se ríe ante su repentino entusiasmo. Aunque no es de extrañar, teniendo en cuenta que su sueño es ser un historiador especializado en la era Mesozoica. Se supone que debo estar participando en la conversación, al principio lo hice, pero sabía lo que sentía Patapez por Heather y lo difícil que le era tener una conversación normal con ella y a solas. Prefiero dejar que aproveche el momento, incentivado por el whisky del café escocés que se está tomando. Sabiendo que sería muy obvio marcharme de inmediato, prefiero sumirme en mi chocolate antes de irme disimuladamente.

Mi tía, junto a mi padre Estoico y Bocón, el mejor amigo de mi padre, hablan en el despacho del piso superior desde hace más de una hora. De vez en cuando se escuchan risas a través del suelo, así que supongo que estarán aprovechando la soledad para descorchar el vino de mi tío Patón y rememorar las hazañas del año. Todas las Navidades pasan igual entre ellos. Y cuando mi tío y mi madre lleguen de sus trabajos, él es policía como mi padre y mi madre es enfermera, empezará la verdadera fiesta.

No sé dónde está mi primo Mocoso, pero puedo escucharle hablar por teléfono. No entiendo lo que dice, pero oigo sus alaridos. Probablemente esté en la cocina. Debe estar metido en algún nuevo negocio para aislarse y andarse con tanto secretismo. Si se tratara de una nueva novia, hablaría tan alto como para que toda la casa temblara bajo la presión de su voz y entendiera cada una de sus palabras, especialmente delante de Astrid, a quien, desde que la conoció, le ha lanzado esnobs frases de flirteo y mohines estúpidos.

Hablando de Astrid, justo en este momento aparece en el pasillo y se detiene frente al marco de la puerta del salón. Generalmente suele estar cerrada para mantener el calor del salón, creado por la chimenea eléctrica que hay en la pared del fondo junto a los sofás y los butacones. Sin embargo, esta vez la puerta de madera y vidriera de colores está abierta y bloqueada para que se mantenga inmóvil. Supongo que mi tía teme que alguien rompa el cristal al abrir y cerrar la puerta sin ton ni son. No sería la primera vez.

Astrid permanece un minuto en el marco observando con atención la decoración de las escaleras que surcan la mitad del pasillo. Se adentra en la habitación para apreciar el interior del propio salón. No es de extrañar que lo observe todo tan embelesada. Es la habitación más engalanada de toda la casa y mi tía es una de las decoradoras de interiores más relevantes de Mema. Las paredes están adornadas con guirnaldas de luces y espumillón dorado y rojo. LA puerta tiene una enorme corona de flores de pascua con un letrero que reza Merry Christmas en el centro, elaborado con madera y pintado de blanco. La mesa de café que está ubicada entre el sofá y la chimenea está cubierta por un mantel rojo con ramas bordadas, un centro de mesa formado por un plato dorado y tres velas de diferentes tamaños, todas encendidas, junto con un ramito falso de muérdago. Las velas hacen que la habitación huela a vainilla y cereza.

Astrid se acerca al árbol y al belén que mi tía ha montado al otro lado de la habitación. Aprovechando que Patapez y Heather parecen sumidos en su conversación, me levanto y me acerco a Astrid. Agarro con cuidado el asa de mi taza.

Como todos los años, es plástico y verde, aunque había cambiado la decoración para que estuviera en sintonía con el resto de la habitación. El año pasado todo había sido plateado y azul, con las ramas llenas de angelitos de vestido blanco y brillantes estrellas de color añil. Este año hay diminutas casitas rojas de tejado nevado; bolas de cristal llenas de copos de nieve; Papás Noel y muñecos de nieve saludando alegremente; paquetitos envueltos en papel de regalo rojo y lazos de celofán; un par de cascanueces; y las clásicas bolas de esmalte rojizo y dorado. Una metálica estrella está en la cúspide. Todo iluminado por una alegre guirnalda de luces que alternaba entre rojo y amarillo.

A su lado hay un belén que parecía hecho de azúcar. La mesa baja en la que mi tía lo ha formado está totalmente cubierta de nieve sintética y un pequeño pueblo cobra vida. Las casas de madera están iluminadas y decoradas al más puro estilo navideño; la gente patina en una pista de patinaje de plástico; la noria da vueltas, cambiando alternativamente de color; el carrusel de caballitos de madera sigue su ejemplo; y Papá Noel mete regalos en su trineo.

Cojo una de las bolas de cristal con delicadeza y la meneo frente a mis ojos. Observo divertido como los copos de nieve flotan durante un segundo y empiezan a acoplarse nuevamente al fondo.

—Oda se supera cada año —afirma repentinamente Astrid.

—Como siempre —apoyo, totalmente de acuerdo.

Astrid ha pasado casi todas las fiestas con mi familia, al igual que Patapez y los mellizos. Lo bueno de que nuestros padres sean tan amigos, supongo, es que se aprecian tanto como si fueran familia y nos tratan a todos como tal. Todos ellos fueron juntos al colegio y al instituto, igual que nos ocurre a nosotros ahora. En su caso, aunque sus vidas tomaron diferentes caminos, al seguir conviviendo en la misma ciudad pudieron mantener sus lazos fuertes.

Heather es la única que nunca ha pasado las fiestas en esta casa, aunque no era de extrañar. Viene de Suecia como alumna de intercambio y por problemas familiares ha decidido pasar las fiestas en Mema. Mocoso no tardó en invitarla. Aún no sé cómo le sentó eso a Patapez y él no ha dado muestras de querer compartirlo.

A diferencia de Patón y mi madre, los padres de los mellizos y de Patapez no han podido librarse del trabajo y los compromisos. Los Thorston han sido invitados a una estrafalaria boda en Tailandia, así que, tan despreocupados como siempre, han dejado a sus hijos al cuidado de los Jorgenson y se han marchado. En lugar de impacientarse por no pasar la Navidad en familia, los mellizos les pidieron que les trajeran bichos fritos como regalo. Mientras, el padre de Patapez tiene turno nocturno en Urgencias. Es doctor y trabaja en el mismo hospital que mi madre, el Hospital Universitario Mema, el único de la isla.

Astrid me arrebata con tenacidad la bola de entre mis dedos, agarrándola por el cordón. Me sorprendo, temiendo que se rompa, pero ella la tiene firmemente sujeta. La pone frente a sus ojos y la hace bailar, de manera que los copos sintéticos vuelven a flotar.

—No soy especialmente navideña, pero me gustan estas cosas.

Recordando sus resoplidos cada vez que su madre y mi tía le pedían que ayudara con la decoración de cada año, no me sorprende tal afirmación. Sonrío, invadido por los recuerdos.

—Nadie lo diría —comento, tomando nuevamente la bola y colocándola con cuidado donde estaba.

—Tú, al contrario, eres todo un duendecillo de Papá Noel —añade con una sonrisa socarrona.

Enarco una ceja, sorprendido, ante el comentario.

— ¿Y eso?

—Siempre estás creando inventos nuevos para ayudar en tu casa a decorar; te sabes todos los villancicos, cuentos y leyendas acerca de la Navidad; todos los años haces un maratón de Pesadilla antes de Navidad, El Grinch, La navidad de Charlie Brown y ¡Qué bello es vivir!, más alguna que añades por el camino; y siempre cocinas galletas de jengibre con glaseado de colores.

Poco a poco, el color invade mis mejillas y me siento acalorado. No tiene nada que ver el jersey verde de pequeños renos que llevo puesto.

—Nunca te he oído quejarte —refunfuño, cruzándome de brazos.

—Y no lo hago. Tus galletas son las mejores del mundo, el sabor de la navidad —asegura con una sonrisa jocosa—, y me encanta ver películas contigo. Entre el sofá blandito y las mantas..., me siento como en una nube.

Los maratones de cine han sido siempre mi diversión privada para las vacaciones de navidad. Sin embargo, desde hace un par de años, Astrid se ha unido, cargando siempre una bolsa llena de bastones de caramelo, palomitas de colores, batido de chocolate y nata en espray. Acabamos pasando tardes enteras viendo películas, reticentes a salir ante el frío de la calle. Astrid nunca llora con ¡Qué bello es vivir!, pero siempre se apoya en mi hombro. Creo que es su forma silenciosa de buscar consuelo. Esta misma tarde hemos hecho la tercera sesión de esta Navidad, antes de prepararnos para venir a casa de tía Oda. Debía estar más emotiva de lo normal, en el momento crucial de la película me agarró de la mano y entrelazó nuestros dedos.

La vista se me va, casi por instinto, a su mano. Está semienvuelta por la lana azul de su jersey. Le quedan largas, aunque no es de extrañar. Se manchó de chocolate antes, en casa, y yo le presté uno mío.

No me he atrevido a bromear acerca de su repentino arrebato, ni siquiera a comentarlo, al notar el ademán nervioso de su agarre y la forma en que mi corazón se había revolucionado por ello.

—Y hablas de mis jerseys, pero no veo que te quejes por llevar ese —le comento con burla, obligando a mi mente a salirse de los peligrosos caminos por los que se está metiendo.

—Claro que me quejo —responde, estudiando los pequeños muñecos de nieve tejidos—. Vas a destrozar mi imagen de chica dura.

—Ni vistiendo como una Barbie podrías hacerlo —aseguré, recordando sus premios en competiciones de karate, taekwondo y aikido.

Patapez y Heather nos sobresaltan con sus carcajadas. Los miramos de soslayo y los descubrimos mucho más cerca que antes. Patapez está relajado, riendo, sin estresarse porque Heather tenga una mano apoyada en su hombro. Puede parecer un gesto ligero, pero para una persona tan tímida como él es todo un logro.

Astrid y yo nos miramos de forma cómplice y salimos de la habitación en silencio.

— ¿Algún nuevo descubrimiento navideño? —pregunta Astrid de pronto, aunque supongo que es para que el motivo de nuestra salida del salón no sea tan obvio.

Bebo de la taza, ya tibia, meditando.

— ¿Sabías que en Mema se celebraba el Snoggletog antes que la Navidad?

— ¿Snoggletog? —repite, frunciendo el ceño.

—Sí, surgió con todas las fiestas bárbaras de la etapa vikinga. Pasaban las fiestas conviviendo toda la tribu en el Gran Salón, lo que era su sala de reuniones y operaciones. La mayor zona comunal cubierta de la aldea. Bebían hidromiel hasta hartarse y también ponche de yak.

— ¿Ponche de yak? ¿No querrás decir de huevo?

Niego con la cabeza, sonriendo. Llegamos a la cocina y descubrimos que está vacía. Mocoso debe hacerse ido a otro lado. Astrid se acerca a la encimera de cerámica y se sirve una taza de ponche de huevo de la ponchera de cristal.

—Tenían gallinas, pero hacían ponche de yak —respondo mientras ella toma un sorbo de su bebida y se sienta en uno de los taburetes anexos a la encimera.

—Quizás es una idea que merece la pena probar —opina y puedo ver que lo dice en serio.

Me río mientras me siento en el taburete a su lado. Dejo mi taza en la encimera.

—Solo tú podrías pensar eso —comento con humor.

Astrid hace un mohín molesto, pero no dice nada. Toma otro sorbo.

Miro al techo y veo como el altillo de la cocina también ha sido decorado. Concretamente con espumillón que simula las hojas de los pinos. Cuelgan adornos de muérdago rojo y blanco. En ese momento recuerdo.

— ¿Sabes otro dato curioso? Los vikingos ya veneraban el muérdago. Existe una leyenda que dice que la diosa Frigg, diosa de la fertilidad y el amor, tuvo un sueño en el que alguien amenazaba con asesinar a su hijo Bladder, el dios del Sol.

»Con el firme objetivo de proteger a su hijo, Frigg habló con todas las plantas y animales existentes por el ancho y amplio mundo, pidiéndoles que no hicieran daño a su hijo.

»Sin embargo, quien deseaba ver a Bladder muerto, el dios Loki, supo que Frigg había olvidado hablar con una de las plantas para pedir su ayuda: El muérdago.

»Aprovechando su despiste, Loki hizo una flecha y la bañó en el veneno del muérdago. Se la dio a Höðr, el dios ciego del invierno, y éste disparó la flecha que acabó con la vida de Bladder.

»Ante tal pérdida, todos los animales y plantas del cielo y la tierra lloraron. Frigg, angustiada por su amado hijo y su destino, lloró por él. De sus lágrimas brotaron las bayas blancas del muérdago. Cuenta la leyenda que con ellas logró traer a su hijo de vuelta a la vida y bendecir a todo aquel que pasase debajo del árbol.

—Así que la tradición de que la felicidad ocurre bajo el muérdago es por esto —opina Astrid, pensativa.

—Puede ser..., nos sorprendería la cantidad de cosas que heredamos del pasado sin saberlo. La Navidad en sí misma procede de las celebraciones paganas. La Iglesia pasó el nacimiento de Jesucristo, que fue en verano, al invierno para que coincidiera con las fiestas paganas.

—Quizás el hecho de Frigg sea la diosa del amor haya hecho que sigamos la tradición de esta manera —comenta con una pequeña sonrisa, mirando el muérdago sobre nosotros.

— ¿Hm? —pregunto, en un sonido sin sentido, tomando un sorbo de chocolate y volviendo a dejar la taza en la encimera.

—Deja que te lo explique —pide, aunque no dice nada.

Jala mi brazo para aproximarme a ella y se inclina en mi dirección. Antes de entender qué está pasando, Astrid une sus labios con los míos. Es un simple roce, el gesto dulce, casi accidental, de nuestros labios tocándose; pero me deja perplejo y dispara mis pulsaciones. Mi corazón late tan fuerte que temo que Astrid pueda escuchar mis latidos. El contacto de su piel contra la mía, su nariz acariciando mi mejilla, yo rozando su suave piel, el tacto de sus labios sobre los míos..., las sensaciones me abruman. Jadeo, sin aire. Astrid invade mi boca. Su lengua acaricia la mía, noto el gusto a ponche dulce. Ella salta de su asiento al mío, poniendo los pies en la baranda de madera del taburete. Afianza el agarre de su mano en mi brazo, pasándola a mi hombro, pero temo que se caiga, temo que se separe de mí. Temo que el momento se rompa. Rodeo su cintura con mis brazos y la acerco a mí. Cierro los ojos y puedo sentir la sonrisa de Astrid a través del beso. Aprovechando mi apoyo y la diferencia de altura, Astrid libera su otra mano de la encimera y la entierra entre mi pelo. El roce me hace jadear en silencio una vez más.

El beso podría haber durado cinco segundos, cinco minutos o cinco días. No soy consciente del paso del tiempo cuando nos separamos, sin respiración. Astrid junta su frente con la mía. Su aliento choca contra el mío.

Me muestro renuente a alejarme de ella, así que mantengo el abrazo en torno a su cintura. No parece desagradare, porque en lugar de alejarse se acomoda en mi regazo de tal forma que pueda seguir abrazándola. Ella corresponde el gesto paseando sus manos por mi cuello y peinando mi muy alborotado pelo. Casi sin darme cuenta, paseo mis manos suavemente por su espalda.

No sé qué ha pasado, pero mi mente tampoco es capaz de razonar plenamente en este momento. Me siento flotar en una nube, una feliz y esponjosa nube que me tiene totalmente atontado.

—Tu historia es muy dulce —dice Astrid, repentinamente, mirándome de frente y con una sonrisa divertida—, pero me gusta más esta versión de la tradición.

Durante un segundo, el miedo de que ese repentino arrebato proceda únicamente por la broma del muérdago me invade. Sin embargo, al ver el brillo feliz en sus ojos azules, comprendo lo que sucede.

Aprovechando que seguimos a solas, la beso. A diferencia del anterior, es un beso casto y breve, pero logro lo que quería: pillarla por sorpresa. Astrid me mira con los ojos abiertos de par en par, sorprendida. Sonrío ante su expresión.

—A mí también.

¡FELICES FIESTAS!

Espero que este pequeño relato os haya gustado. Es mi regalo navideño para los fans del ship #hiccstrid. No se ha notado nada que me gusta la Navidad, ¿verdad? xD.

Tenemos una portada temporal con motivo de este shot. La tendré puesta hasta que terminen las fiestas, lo que para mí es el 6 de enero. 

En fin, espero que tanto la portada como el shot os hayan gustado. Pasad unas felices fiestas, comed mucho chocolate y, ¡shippead como nunca!

Con un beso y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!

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