Capítulo 8
Jennie tenía la sensación de que una piedra enorme se instalaba sobre su diafragma impidiéndole el flujo de aire. Ahora la crisis que había sufrido hace tres días tenía sentido. Estaba experimentando el principio de un celo. Su loba estaba intentando salir a flote, "revelarse" ante la humana pero Jennie había entrenado demasiado su naturaleza a lo largo de los años como para echar todo a perder ahora.
Había algo que su loba hace poco había descubierto y la muy hija de puta no dejaba de intentar acercarse. Jennie todavía no encontraba la razón de porque estaba todo tan revuelto dentro suyo pero juraba que al momento de saberlo podría por fin poner a dormir a su parte animal de una vez por todas.
Sin embargo, ahora no era el momento ni el lugar para apaciguar el ataque. No tenía sus supresores a mano, iba a comprarlos en la tarde, pero parecía que el destino gozaba de molestarla.
—No... Esto no puede estar pasando... —se desesperó incluso más cuando el potente aroma a vainilla explotó por la oficina entera. Debía controlarlo rápido si no quería que alguien se enterara de su sucio secreto.
A duras penas, e intentando ignorar el gruñido que amenazaba con salir y a su loba rasgar justo en el centro de su pecho, se arrastró hasta uno de los armarios que descansaba en una de las esquinas de la habitación. Ese era su último recurso, ahí todavía debía quedar algo que la ayudara a salir del paso.
Con manos temblorosas y uñas ensangrentadas sustrajo una de las pequeñas llaves que colgaba de la cadena de su cuello. Costó dar con el agujero pero una vez que la introdujo giró el pomo y se abalanzó dentro.
Sus piernas temblaban, volviendo todo mucho más difícil pero tantos años de represión tenían que servir de algo.
—¡Maldita sea! —farfulló entre dientes cuando al revolver todo solo dio con papeles y cosas inútiles. Ni una sola pastilla, mucho menos un aerosol inhibidor.
Se dejó caer de rodillas al suelo, ya no había mucho por lo que pelear, solo esperaría que su jefa ingresara por la puerta y la despidiera a patadas. Todas las personas que conocieron alguna vez a la Jennie del pasado se lo dijeron, era cuestión de tiempo para que la gente supiera su realidad y todo se fuera por la borda. Se maldijo, se maldijo una y mil veces por haber tenido la desdicha de haber sido una omega. Si el destino la quisiera aunque sea un poco ahora podría ser una estúpida beta y vivir la vida que siempre quiso.
Estaba a punto de desmayarse, o más bien cederle el control a su lado animal, cosa que no había hecho en los últimos 10 años, cuando la puerta se abrió de golpe. El potente aroma a café recién hecho la invadió de lleno y un diminuto gimoteo escapó de sus labios.
Ya no valía la pena seguir luchando, luego de esa alfa muchos más vendrían detrás y terminaría vendiendo su cuerpo como la mayoría de los omegas estaban destinados en esa porquería de sociedad a la que se encontraban atados.
—¿Jennie? —sintió que la llamaban de cerca.
¿Acaso esa era Lisa?
—Jennie, ¿qué sucede? —quiso responder, pedirle ayuda o patearla fuera de su oficina pero le era imposible emitir sonido alguno más que débiles gimoteos y jadeos.
El potente aroma la estaba mareando y haciendo que su loba luchara con mayor ímpetu para salir a la luz. Era como si ese olor junto a las cálidas manos que ahora le recorrían el rostro y la cálida voz hicieran que su omega se volviera lo más salvaje posible.
—Mierda, Jen... Estás hirviendo. —luego sintió el suelo desaparecer de debajo suyo, algo envolverla y el potente calor y aroma invadiendo cada uno de sus sentidos.
—Lisa... —intentó pese a que le dolía demasiado.
—Shh, tranquila, vamos a salir de aquí. No te preocupes.
El pecho de Lisa vibraba de vez en cuando producto de los gruñidos contenidos. Jennie logró en un momento entreabrir un poco los ojos y le sorprendió que nadie las volteara a ver, tal vez porque su aroma estaba demasiado opacado por el de la alfa o porque esta les había dicho que Jennie se había lastimado en uno de los entrenamientos y necesitaba ayuda inmediata.
—Necesito mis supresores... —murmuró cerca del oído de Lisa, dándole el gusto a su loba por una vez en años de estar cerca de la fuente de aroma de una alfa.
—Bien, lo resolveremos. —Lisa besó castamente su frente y lo próximo debajo de ella fue una superficie blanda.
Su loba gimió en disgusto y la punzada en su bajo vientre fue peor todavía. Lisa gruñó fuerte pero se obligó a cerrar la puerta y tomar el asiento del copiloto.
—Tranquila, Jen. Sé que no estás del todo consciente y también tengo en claro que hay cosas de las que debemos hablar pero ahora es imposible. Iremos a mi departamento, no te tocaré, solo necesito estar segura de que estarás bien o mi alfa me matará.
Jennie asintió a duras penas, sin tener ordenados sus pensamientos. Claro estaba que no quería ir a la casa de la alfa, no quería estar tan cerca de ella sin saber como se comportaría su parte animal o de si sería lo suficiente fuerte como para ignorar el hecho de que lo único que pensaba era en recibir un nudo después de 10 años sin sentir absolutamente nada.
Quería su cama, la soledad de su habitación y poder sufrir en paz pero estar rodeada del calor y el aroma de Lisa tampoco lucía tan mal.
En algún momento se sintió desfallecer, incluso pensó que el calor la consumiría tanto que ese sería su fin pero pronto estuvieron en movimiento de nuevo y la pesadez de su alma se vio alivianada un poco.
—Bien, necesito saber que tomas cuando esto pasa. Iré a comprar las cosas.
—En mi bolso... —susurró. Las luces a su alrededor eran tan fuertes que la jaqueca se volvía incluso peor y le impedía mantener los ojos abiertos por más de dos segundos.
Estaba totalmente apenada de saber que la alfa debería ir a comprar "cosas de omegas" y que probablemente ahora estuviera cubierta de su espantosa y empalagosa esencia pero no había mucho que pudiera hacer más que esperar que su celo acabara y enfrentar cualquier reprimenda que la mujer quisiera imponer sobre ella.
Escuchó como los papeles de su bolso se revolvían y suspiró en alto cuando contempló entre imágenes borrosas esa cajita azul que tanto sufrimiento le había causado.
—Jen... Estos son demasiado fuertes... —Lisa tragó saliva con dureza enfocando sus ojos en la mujer que se retorcía entre sus sábanas. ¿Qué tanto daño le había hecho la sociedad como para que ella misma se infringiera tanto dolor?
—No importa, son esos. Dos dosis.
Lisa asintió a duras penas. Besó de nuevo la frente de Jennie, le puso un paño frío y emprendió camino a la farmacia más cercana.
Desde hace tiempo que su alfa no la dejaba tranquila, y teniendo tanta conexión con su parte animal como la que ellas mantenía le parecía sumamente extraño no haber dado con una respuesta certera pero ahí estaba lo que la atormentaba. Su compañera en realidad era una omega, siempre lo fue, y ahora sabía porque sentía tanta conexión. Su parte animal lo supo mucho antes que la humana pero ahora debía concentrarse en cuidar de la pequeña mujercita para luego tener la conversación que tanto necesitaba.
Conseguir los supresores le costó más de lo que esperaba. Resulta que casi no se fabricaban, solo para casos en específico y se necesitaba receta de un médico, sin mencionar que eran sumamente costosos. La farmacéutica la precavió sobre los efectos secundarios y el porque dejaron de producirse y eso hizo que la loba de Lisa rugiera en preocupación por su omega.
Al volver a su departamento las feronomas cargadas de Jennie la hicieron trastabillar, la marearon e incluso sus pupilas se dilataron. Estaba entrenada para este tipo de situaciones, podía controlar su parte animal frente a un omega en celo pero le costaba el doble de trabajo cuando se trataba de su omega.
En la habitación el aroma a lubricante era incluso más fuerte. Jennie gemía y se retorcía, su cabello caía desparramado por toda la superficie de la almohada, por su rostro corrían gotas de sudor que Lisa quiso lamer.
—Traje tus pastillas. —Lisa carraspeó desde el marco de la puerta.
Jennie le hizo una seña para que se acercara, cosa que la alfa cumplió a paso vacilante.
—¿Necesitas agua o... —Lisa enmudeció cuando la omega le arrebató la caja de las manos y tragó dos pastillas en seco— O tal vez no. Igual traeré algo de agua y fruta.
—No te vayas... Yo, mi loba, necesitamos...
Jennie tomó con fuerza su mano y por primera vez desde que la había encontrado conectó sus ojos celestes cristalinos en los de la alfa. Se veía tan frágil y desamparada que no tenía corazón para dejarlo sola. Sabía de sobra que en la mañana eso sería algo que le jugaría en contra pero su alfa no la dejaría tranquila si supiera que su omega estaba tan indefensa sobre su cama y ella no hiciera nada para atenuar un poco ese sufrimiento.
—Está bien, me quedaré aquí. —Lisa se sentó contra el cabecero de la cama y pronto el pequeño cuerpo acalorado estaba sobre su pecho. Tentativamente llevó una de sus manos entre los omóplatos y cuando vio que la omega no rehuyó, afianzó una ahí y otra un tanto más arriba de su cintura.
La respiración errática y hervida de Jennie le cosquilleaba en la base del cuello. Corrió la cabeza unos centímetros para darle todo el acceso que la omega quisiera. Estaba tan confundida pero ese momento se trataba de Jennie, no de ella.
La pequeña mujercita que cuando ella llegó al cuartel no la vio con miedo ni precaución a nada. Desafío a cada uno de los presentes, se enfrentó a alfas y betas que la doblaban en tamaño y superó cada una de las pruebas. Nadie entendía el porque siendo de la casta que aparentaba su desarrollo físico había sido tan escaso pero ella solo les sonreía y argumentaba que la genética hacia lo que quería.
Lisa vio de cerca cada uno de sus movimientos. Dejó todo de lado, incluso lo que la sociedad le marcaba como correcto, y empezó a caer perdidamente por la beta de ágiles movimientos.
Siempre supo que esos ojos celestes ocultaban una tormenta detrás de ellos, sin embargo, no había tenido oportunidad de acercarse demasiado. Su compañera escapaba cada que podía, evitaba las cenas que organizaban los trabajadores de vez en cuando, nunca salía a tomar una copa con nadie y solo se dedicaba a hacer su trabajo.
Algo la atormentaba y Lisa se pasó días estudiandola. Ahora todo encajaba.
La incógnita era, ¿por qué no confío en ella como para tratar un tema así?
Sentía que habían construido una buena relación, quiso creer que Jennie entendía que podía confiar ciegamente en ella pero se ve que toda idea fue errónea.
Un gimoteo por parte de Jennie la sacó de su análisis. La omega había empezado a fregarse sobre ella, empapandola de su esencia y empujándola al borde. Debía controlarse, no podía arriesgarse a perder lo poco que habían construido.
—Jen, no... Por favor. —Lisa detuvo sus caderas en un movimiento firme ganándose a cambio un pequeño gruñido y que la omega le mostrara sus colmillos.
Lisa sonrió de lado por la ternura que le causó la "amenaza" de la más pequeña. No había nada que quisiera más que empujarla contra el colchón y calmar cada sensación que el celo estuviera causando dentro suyo pero debía contenerse.
Dejó a la omega sobre la cama, ignorando los chillidos y gimoteos para luego correr rápidamente a su vestidor, tomar un par de camisas, pantalones y grueso abrigo para volver a dónde Jennie estaba.
—Bien, tranquila, espero que esto ayude en algo. —Lisa quitó con cuidado el uniforme que Jennie vestía para reemplazarlo por una de las largas camisas, intentando apaciguar el placer que las bragas que la omega vestía le causó.
Luego, la enrolló con la manta de la cama para crear de esta forma un "ambiente de seguridad" y depositó al rededor la ropa restante y las almohadas que utilizaba con frecuencia.
Jennie gimió con gusto antes de acurrucarse mejor dentro del fuerte aroma. Su loba estaba completamente sumisa y encantada con tanta atención recibida luego de ser ignorada por tanto tiempo.
—Bien, Jen, quédate así y relájate. Yo iré a buscar un par de cosas, no me tardo.
Lisa besó la punta de su nariz antes de abandonar la habitación. Cerró la puerta con suavidad y se recostó sobre ella. Sería una noche larga.
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