Capítulo 1
Tenía tanto frío... Desde la noche anterior su cuerpo no dejaba de tiritar debajo de las mantas, había probado de todo y nada calmó su malestar.
Parada frente al espejo intentaba aplacar sus ojeras que surcaban de punta a punta sus finos pómulos. Lucía apagada y enferma pero ella sabía el motivo, y no estaba en sus manos resolverlo en poco tiempo.
Fijó la mirada en el par de pastillas azules de tamaño casi microscópico que descansaban sobre su palma abierta. No quería pero debía, así que de un solo movimiento las llevó a su boca y tragó en seco.
Acomodó lo mejor que pudo su cabello, sin aplastarlo demasiado, y luego se colocó la chaqueta de cuero sobre sus pequeños hombros. Suspiró en alto antes de enfundar su arma oficial en el cinturón de seguridad y la placa.
El viento helado la azotó con fuerza al salir de su diminuto departamento y decidió que pese a esto, lo mejor sería caminar un poco.
Con el lento movimiento que sus piernas le permitían, se desplazó a paso ligero por las calles de la ciudad principal. Le sonreía a algunos niños que la saludaban, respondía al saludo de los omegas que observaban con ojos brillantes desde el otro lado de la acera e ignoraba el dolor punzante en su sien derecha con una maestría increíble.
Demoró más de lo común en llegar a la estación donde desarrollaba su trabajo pero fue enorme la satisfacción de recibir el aire acondicionado caliente sobre su fino rostro.
Todos los aromas la asaltaron de golpe, y es que en el alto escuadrón del FBI no era necesario utilizar supresores, solamente cuando debían irrumpir en algún operativo, por lo que cada alfa que pertenecía a ese lugar se pavoneaba de lado a lado intentando medir cuál escencia era la más pesada.
Por otro lado, había pocos betas, los cuales en su mayoría desarrollaban tareas administrativas pese a que muchos habían aspirado a algo más alto. Jennie integraba este rango en un principio pero frente a una misión exitosa la jefa había decidido ascenderla.
Su trabajo se basaba en armar operativos de rescate, era la cabeza de esa sección y muchas veces lideraba las intervenciones. Todo esto podía suceder gracias a la condición de beta que había "creado". Pocos sabían lo que ocultaba la pequeña mujer de ojos celestes y sonrisas burlonas.
Acomodando la placa que relucía sobre el lado izquierdo de su pecho, asegurando la pequeña cadena que colgaba de su cuello y tomando con su mano derecha el estuche del arma reglamentaria; continuo desplazándose por los pasillos.
Ahí dentro era invisible. Nadie la saludaba, nadie intercambiaba palabra con ella y mucho menos la miraban; y así estaba bien, le gustaba parecer una sombra, al fin y al cabo hacía lo que le apasionaba, no levantaba sospechas y podía continuar retorciéndose sola.
Tomó el lugar detrás de su escritorio, pese al tirón que le generó en su espalda baja. En medio de un sonoro suspiro, y mientras fregaba sus ojos con una mano, espero que su computadora encendiera. Allí dentro guardaba todos los casos de suma importancia, esos que solo debían ser revisados por alguien de su rango para que no fueran saboteados.
Empezó a revisar el último incidente que estaba en sus manos, el de un omega hombre de 17 años desaparecido hace más de tres días. El chico había sido sustraído de su vivienda a la fuerza por agentes no identificados y desde el momento en que la familia puso la denuncia, dos días después de su desaparición, no habían logrado dar con su paradero.
A Jennie le sorprendía tanto como una familia entera no cayera en cuenta de que su hijo menor faltaba en su hogar hasta por lo menos dos días después. En propias palabras de la madre alfa del niño "seguramente se fue con alguien por ahí como todos los de su casta hacen..." Jennie quiso golpearla, realmente lo hubiera hecho si la mujer no hubiese salido antes de su oficina.
Entonces el enigma estaba en intentar reconstruir el trayecto que los agresores realizaron para lograr dar con el pobre chico. Lo difícil estaba en que no tenían ni una sola pista. Definitivamente no se trataba de un secuestro para obtener alguna recompensa a cambio, ya que la familia no había recibido ni una sola llamada, sin lugar a dudas el final de este omega era algo mucho más aberrante.
Los diferentes aromas la estaban mareando, le dolía el pecho y los ojos escocían. Además, el tener que actuar como si estos no la afectaran ni un poco, a sabiendas que los betas tenían poco desarrollo olfativo, le generaba un estrés aún mayor.
Se recostó sobre la silla intentando que el agobio pasara un poco. Necesitaba agua, eso la ayudaría.
Se dirigió al final de la habitación donde una mesa con aperitivos descansaba. Casi nunca iba allí, el poco apetito se lo impedía, pero descubrió que había grandes cosas. Tomó con una sonrisa ladeada uno de los chocolates que le recordaba a su infancia, esos rellenos de caramelo, y lo guardó con sigilo en el bolsillo de su chaqueta. Luego llenó un vaso con agua templada y bebió un sorbo. La frescura recorrió su garganta con suavidad y pronto el calor que sentía empezó a disiparse.
Volvió al trabajo y se mantuvo ahí hasta que los ojos le dolieron. Nadie se acercó a recordarle que la hora del almuerzo había terminado hace más de 30 minutos pero se las arregló con la barra que había cogido. No los necesitaba.
Otro escalofrío la recorrió de arriba a abajo recordándole que era hora de la dosis del medio día. A paso apresurado se dirigió al baño de la planta baja, sacó de su bolso las dos pastillitas azules que mantenían su naturaleza escondida y las introdujo en su boca. Pasó todo con un sorbo de agua del grifo y sintió como poco a poco el ruido en su pecho se iba acallando. Así debía mantenerse, dormido.
Había días en los que ni siquiera recordaba su propio aroma, ese con el que la naturaleza la había maldecido, pero así se sentía segura. Nunca podría haber ingresado al puesto que tenía si la verdad salía a la luz, y pese a "ser una beta" todavía vivía injusticias a las que tenía que sobreponerse con frecuencia.
Su reflejo le devolvió una mirada triste, desolada, dolida; pero es que no había otra opción, no sería tan fuerte por mucho tiempo pero ahora debía conformarse con lo que quedaba.
—¡Kim, reunión de emergencia! —un golpe fuerte en la puerta la hizo sobresaltar.
—Enseguida salgo...
—No te tardes, beta, la jefa nos necesita a todos.
Detestaba que los malditos alfas se creyeran en potestad de ladrar ordenes a todos a su alrededor, se sobreponían a cualquiera y utilizaban su estúpida voz de mando para amedrentar. Para su suerte, no habían intentando usarla sobre ella todavía, y siendo una "beta" debería fingir que no le afectaba tanto como a los omegas pero era algo que todavía no había logrado controlar.
Se acomodó el cabello y luego la chaqueta y salió del baño. Definitivamente sus compañeros debían estar reunidos en la sala principal, así que con su intuición silenciada por los supresores, caminó hasta allí.
Fue la última en llegar, por lo que tomó uno de los asientos del final e intentando ignorar las miradas sobre ella, se concentró en lo que la capitana Yoo, una alfa de buen porte, con su cabello corto de color rubio y ojos fríos y calculadores; decía.
—La siguiente semana recibiremos personal adicional, algunos recién graduados y otros transferidos, necesito que los instruyan e incluyan en los casos. De igual forma, la agente Lalisa Manobal trabajará en el nuevo caso del omega desaparecido.
A Jennie se le helaron los sentidos ante eso. No era una persona que se caracterizara por trabajar en equipo y podía apostar que la nueva agente sería una alfa que la mantendría con el estrés a flor de piel.
—Capitana Yoo, si me permite... —levantó su mano levemente intentando por una vez en su vida llamar la atención de un alfa.
—Nada de objeciones, agente. Deberá explicarle a su compañera lo que lleva recaudado hasta el momento e intentar encontrar a este chico. Le recuerdo que una vida está en peligro, y futuros secuestros podrían ocurrir si no capturamos a estos criminales.
Jennie se hizo incluso más pequeña sobre su silla frente a la fuerte voz de su jefa. La alfa tenía razón, no quería que por su culpa la vida de un joven omega con todo el futuro por delante se viera acabada. Le molestaba pensar que su jefa solo actuaba por el reconocimiento, porque al igual que la mayoría en esa sociedad, poco le importaba la vida de un omega.
Sin embargo, ella no dejaría que ese chico sintiera que el sistema le fallaba una vez más, estaba en sus manos y haría hasta lo imposible por dar con su paradero, incluso si tenía que convivir con una alfa más.
Asintió de manera lenta antes de ponerse de pie y volver a su oficina. Una vez allí, continuó un par de horas más en investigaciones hasta que era demasiado tarde incluso para ella. Todos los demás ya habían abandonado el edificio y el portero necesitaba que todos se fueran para poder cerrar, por lo que tomando sus cosas y cerrando hasta arriba su chaqueta, se despidió del amable beta y emprendió camino.
Estaba cansada, demasiado para ser sinceros, pero debía entrenar para poder por lo menos equipararse un poco. Las pruebas físicas que les realizaban a todos los agentes se acercaban y pese a que su naturaleza no la ayudaba en el desarrollo, los diferentes entrenamientos sí, por lo que no podía prescindir de ellos.
Una vez en su departamento, se cambió el uniforme reglamentario por un par de pantalones cortos y un top, guardó su arma debajo de la almohada, solo por si acaso, y envolvió sus manos con vendas.
En el sótano había armado su propio gimnasio, con una bolsa de boxeo colgando del techo, mancuernas en diferentes pesos y varía máquinas.
Ese era su lugar sagrado, allí podía pasarse horas y horas golpeando cosas y levantando peso que la hacían olvidarse un poco de su situación. Cuando entrenaba o peleaba, todos eran iguales. A nadie le importaba la casta y solo se centraban en sus oponentes. Los alfas no podían usar su voz sobre los más débiles, los omegas no utilizaban el "chillido de alerta" y los betas eran uno más.
Jennie desde pequeña se entrenó en las diferentes disciplinas para que nadie la hiciera de menos pero cuando su primer celo se presentó y descubrió que en realidad nunca volvería a ser tratada como lo fue y nunca sería lo que siempre soñó, se dedicó a esforzarse el doble, pelear el doble y entrenar el doble.
Nadie, nunca, le diría que no merece lo que tiene porque ella más que nadie sabe todo lo que sufrió y luchó para estar donde está.
Golpeó, pateó y atacó al saco una y otra vez hasta que sus nudillos dolieron y sus muñecas quemaron. Sus pies saltaban y esquivaban con eficacia hasta que el cansancio la venció y terminó dormida sobre el suelo acolchonado.
Sin embargo, se despertó a las pocas horas para beber la dosis nocturna, pudiendo ahora sí descansar un poco.
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