Parte II
¿Qué acaba de decirme? me pregunté a mi mismo, incapaz de confirmar a ciencias ciertas si me hablaba en serio o si sólo estaba tomándome el pelo, como parecía ser su costumbre.
Su actitud me confundía y no sabía qué pensar.
Quería que se fuera de mi vista porque empezaba a incomodarme. Apareció entre la multitud como un inglés egocéntrico y hasta con aire afeminado, y luego lograba ponerme incómodo con sólo dirigirme la palabra. Todo se me iba de las manos.
Yo sólo asentí, dudoso y, por demás, nervioso. Tal vez la mejor idea que se me pudo haber ocurrido en ese instante hubiese sido salir corriendo y huir muy lejos de su presencia, pero en cambio me quedé quieto en mi lugar, esperando a que hiciera su próximo movimiento. Él solo sonrió, con esa sonrisa divertida que lograba helarme la piel de la nuca y me hacía tragar saliva con temor. En serio estaba dudando de todo en ese instante.
Y mientras yo trataba de no entrar en conflicto en mi interior, el señor MeTomoElInfiernoSinParpadear acababa con su bebida. Miró de reojo mi vaso y rió para sí mismo con aires de superioridad, supongo que se habría dado cuenta de lo fácil que sería ganarme en una apuesta referida al alcohol ya que no pude ni siquiera acabar con la mitad de ese cóctel, y él, en cambio, era amigo de un cantinero. Seguramente sabía mucho de bebidas fuertes. De todos modos quise arriesgarme, y si no lograba beber del trago, se lo escupiría en la cara.
—300 dólares.
—¿Qué? —me preguntó él, elevando las cejas y a punto de reír, su rostro con una expresión entre incrédula y divertida.
—Te apuesto 300 dólares a que puedo beberme lo que sea que pongas delante de mí —le contesté, luchando por mantener la calma y esforzándome por que mi voz saliera firme y convencida.
—¿Y si no puedes? —me preguntó, su voz cargada de una pizca sutil de malicia—. ¿Qué gano yo si no puedes?
Claro, él no tenía pinta de necesitar dinero, y, si había preguntado eso era porque evidentemente no le interesaban los 300 dólares. Pensé rápidamente por unos segundos y contesté:
—Haré lo que quieras —le dije encogiéndome de hombros, la voz un poco dudosa, rogando a los cielos poder beber lo que sea que estaba pensando en darme.
—De acuerdo —aceptó, de pronto sonriendo de forma adorable. Y sabía que no podía confiar en su sonrisa. Él levantó la mano llamando al barman y éste vino al instante, dando unos cuantos pasos apresurado—. Bill —le habló al cantinero, su voz sonando tan simpática y dulce como cuando hablaba con Kaya—. Un whisky escocés Bruichladdich X4.
Mencionó todo el nombre de la bebida con su mirada clavada en mi cara, sonriendo de lado y con un aire de superioridad increíble. Luego miró a Bill; el cantinero había quedado pasmado por unos segundos, sus cejas alzadas y ojos bien abiertos, mirando a Thomas con curiosidad. Quería preguntar algo, pude notarlo, pero no dijo una sola palabra y fue a buscar el pedido. Yo tragué saliva y ésta pareció solidificarse en mi garganta, estancarse y quedar como una piedra obstruyendo mi respiración. Necesitaba que Thomas dejara de intimidarme con su mirada.
Bill apareció un instante después con un vaso en la mano, el contenido sólo llegando a un poco más de la mitad del mismo, Thomas le indicó que era para mí y el cantinero me acercó la bebida. Aspiré una gran bocanada de aire cuando el fuerte olor del whisky impregnó mis sentidos, me sentía mareado con solo percibir su aroma tan potente. Bill hizo una mueca y luego desapareció de mi vista para ir a atender a una muchacha rubia a unos metros de nosotros.
Habiendo tantas mujeres hermosas vagabundeando por el bar solas, dispuestas, rubias y huecas, Thomas había decidido quedarse conmigo. Qué imbécil. De verdad me preguntaba si le gustaba hacerme la contra o si realmente no se hubo dado cuenta que lo había estado tratando mal desde que cruzamos la primer palabra.
Y después estaba yo, a su lado, a punto de hacer la estupidez más grande del año.
Me preparé mentalmente para lo que venía y rogué a los Cielos poder beberme todo el contenido del vaso. Podía apostar a que Thomas me pediría algún contacto de Kaya si es que perdía, pero no estaba dispuesto a nada de eso. Así que me propuse a mi mismo tomar hasta la última gota de whisky del vaso que tenía entre mis dedos, así se tratase del mismísimo lago de fuego del infierno.
Apreté los puños y respiré muy hondo, el aire llenando por completo mis pulmones me supo tan bien que me sentí capaz de todo en ese instante, y antes de acobardarme, le eché una última mirada, acerqué con rapidez el vaso a mi boca y volqué su contenido hacia mi garganta. Le di el primer trago rápidamente, quería acabar con eso de una buena vez. Cerré los ojos, quería llorar por el ardor en mi lengua. Era como estar bebiendo lava. El segundo trago fue el peor, aún no me recuperaba del primero y sentía que mi garganta ardería en llamas en cualquier momento. Cuando quise ir por el tercer trago, esperando que no haya un cuarto, pretendí abarcar todo el contenido del vaso y ganar la apuesta de una vez por todas; el líquido ardió en la comisura de mis labios, picó mi lengua una vez más y cuando pensé que mi garganta prendería en fuego definitivamente, giré sobre mi banqueta y lo escupí todo. No pude hacerlo. Era como beber el mismísimo infierno.
—Jodida mierda —murmuré con mi voz áspera y quebrada por el ardor en mi garganta.
Cuán imbécil había sido al prestarme para un reto de ese calibre, fui un incauto al pensar que no podía haber bebida tan fuerte, y peor aún, que podría bebermela sin problemas cuando hacía meses en los que no pisaba un bar. Qué idiota.
Abrí mi boca, intentando tomar aire que no tenía. Si mi vida hubiese sido alguna caricatura, seguramente habría fuego dibujado en toda mi cara. Sentía la lengua entumecida por el ardor y la garganta rogaba por algo de agua. Tenía la sensación de estar ahogándome en la arena del desierto, rodeado de calor y vapor ardiente.
Tomé una gran bocanada de aire y me giré para mirar a Thomas, ignorando a mi orgullo herido que rogaba que saliera corriendo de ese lugar a todo lo que me den las piernas y que luego me mudara del país. En primer plano miré la barra, el vaso de whisky casi vacío, luego el cóctel que no pude probar por segunda vez y, a unos centímetros, una botella de agua mineral.
Thomas la acercó más a mí hablando con la voz muy baja:
—¿Estás bien? —me preguntó, sus ojos libres de emociones clavados en mí.
No había en su rostro aquella dicha que surge de la desgracia ajena, como suele ocurrir en la mayoría de estos casos, como ocurriría conmigo si los papeles estuvieran invertidos y fuera él el infortunado que hubo chocado de cara con la derrota y la vergüenza.
Yo simplemente asentí a su pregunta y sin delicadeza alguna; arranqué la botella de sus garras, bebiéndola inmediatamente cuando la tuve en mi posesión.
El agua cruzó por mi garganta como aire las primeras veces, no pude sentirla como tal sino hasta el quinto trago, saciando la sed que me hubo dejado el alcohol y calmando el ardor antinatural que sentía en cada rincón de mi boca.
Solté el aire contenido en mis pulmones cuando ya hube acabado con casi la mitad del litro que contenía la botella y fue ahí cuando escuché su risa; divertida y adorable, intolerable para mí.
—Creo que gané —murmuró, su voz era suave pero potente, una sutil mezcla de cortesía y dominio, inocencia y picardia.
Divagué tanto entre hipótesis y teorías que al final no pude pensar en nada. Que si miraba sus ojos y veía malicia o que si me dejaba guiar por la ternura de su sonrisa. Acabé perdiéndome en la tormenta que me generaba su sola presencia.
Jamás me caractericé por ser una persona justa o íntegra que cumpla sus promesas, pero era un buen perdedor, aceptaba lo que me tocaba y no me volvía atrás nunca.
Yo asentí con una mueca ante su suposición obvia, aún incapaz de hablarle, sólo atiné a suspirar derrotado.
La suerte tiró más del lado de Thomas y a mí me tocó perder. Debía aceptar las consecuencias que un fracaso acarreaba. Mi instinto me decía que seguramente me pediría el número de Kaya, una dirección o tal vez que le arregle alguna cita con ella, que haga el ridículo en medio de todos o quizás algo peor. No quería pensar, me dolía la cabeza.
—Quiero que bailes conmigo —me dijo, su mirada estaba sobre la pista de baile. No supe si hablaba en broma o si en verdad esa era mi terrible prenda.
—¿Qué? —le pregunté elevando las cejas, casi soltando una carcajada, totalmente incrédulo.
—Que quiero que bailes conmigo —repitió, su voz sonó más verosímil esta vez—. Esa es tu prenda por haber perdido la apuesta, que bailes conmigo.
Fruncí el ceño. Me costaba creerlo. ¿Habla en serio? Me pregunté y un segundo después; logré contestarme:
Thomas se puso de pie y sonrió, abandonando el semblante serio que había adoptado unos instantes atrás, su mirada perdida entre las parejas que bailaban. Mi ojos fueron hacia los cuerpos danzantes también, no había mucha gente del mismo género bailando juntas, sólo unas pocas chicas, ni una pareja masculina. No pude evitar ponerme un poco nervioso. Mi vista volvió a Thomas, se mantenía alegre y tranquilo. Codicié un poco su capacidad de mantenerse relajado todo el tiempo, como si realmente nada importara y tuviera la vida hecha, como seguramente la tenía. Él sacudió un poco su cabello y volvió a mirarme, levantó las cejas y sonrió.
—¿Vienes o qué? —me preguntó divertido. Cuando terminó de hablar se dirigió a la pista de baile, ganando ritmo a medida que se iba acercando y la sonrisa jamás borrándose de sus labios.
Yo tragué saliva, ésta cayendo como una piedra por mi garganta. No quería bailar con un chico. Y joder, no quería bailar con Thomas, pero me levanté de mi lugar y caminé tras él de todos modos, arrastrando conmigo un orgullo lastimado y moribundo que susurraba a mi oído que abandonara el lugar y que no me permitiera hacer aquella estupidez. Entretanto, yo trataba de no escucharlo, de mantenerme firme y no huir de ahí como una comadreja asustada del qué dirán los demás, del qué diría Kaya cuando me viera bailando con un chico.
Kaya. Oh, Kaya. Yo debería estar bailando con ella. Me lamenté camino a la pista de baile detrás de un chico rubio al cual no soportaba.
Qué velada inolvidable, Dylan. Me burlé de mi mismo justo cuando Thomas se detenía en un lugar entre cuerpos bailando de aquí para allá, y yo reunía valor para detenerme delante de él sin que me ganen esas estúpidas ansias de salir corriendo de ahí.
Cuando salí de casa esa tarde había planeado beber con Kaya hasta caernos de borrachos, tan cegados por el alcohol que no sepamos lo que hacemos y terminemos besándonos en la parte de atrás del coche. Jamás planeé perder una apuesta y acabar bailando con un rubio egocéntrico que no toleraba.
—Puedes moverte si quieres —me susurró Thomas al oído mientras colocaba sus manos en mis hombros y me incitaba a moverme.
Con mis pensamientos cruzados y la mente luchando por acomodarlo todo, no me había dado cuenta de que estaba en medio de la pista y ni siquiera movía un músculo. De nuevo había quedado como un idiota.
Alejé distraídamente las manos de Thomas de mi cuerpo y también me separé un poco más de él. No necesariamente teníamos que estar pegados el uno con el otro, ¿verdad?
Cuando conseguí acomodarme en mi espacio comencé a moverme al ritmo de la música, una canción que no conocía resonaba con potencia en los parlantes del lugar y todo era perfecto, exceptuando que no estaba bailando con la persona que quería sino con un inglés latoso que no me agradaba, pero el resto me sabía grato y deleitoso.
Mis pies se movían al son de la canción, me sentía libre de mover mis brazos y todo mi cuerpo sin chocar a nadie, a pesar de que eran muchas personas las que estaban bailando, el espacio era suficiente y nadie se estrellaba contra nadie al dar una vuelta, bueno, excepto Thomas, él chocaba conmigo de vez en cuando. Jamás supe si era apropósito o si no habían rastros de intención.
El chico tenía ritmo, bailaba bien y con gracia, su cabello era lo bastante largo como para casi taparle los ojos cuando caía en cascada por su frente y él al instante lo apartaba, sonriéndole a nadie en especifico y haciendo muecas divertidas mientras bailaba como todo un profesional. Un botón de su camisa se había desprendido, seguramente, a mitad de uno de sus movimientos y su cadenita de oro se movía centímetros arriba de sus claviculas, acompañando unos cuantos lunares salpicados en su cuello que no podían estar en el lugar más correcto, dejándolo ver tan atractivo como una celebridad y sin siquiera esforzarse en ello. Como si parecer perfecto fuese parte de su naturaleza.
Quise bufar, porque no entendía qué hacía bailando con él o él conmigo. No tenía sentido alguno.
De un momento a otro las luces titileantes bajaron su frecuencia y tonalidad, pasando de la paleta de colores parpadeantes a un sutil tono lila que por momentos era azul y por otros fucsia, luces fluorescentes brillaban en pulseras, collares y ropa de algunos en la pista de baile, la música cambió su ritmo y las parejas se juntaron un poco más para bailar pegados la próxima canción.
Sentí las manos de Thomas pasando por mis hombros y juntarse detrás de mí cuello, su cuerpo repentinamente se acercó más al mío, casi rozando pero jamás tocándose.
Yo quedé en una especie de shock, incapaz de reaccionar a nada, y aunque quería empujarlo hasta alejarlo mil millas de mí, no lo hice.
Él sonrió muy cerca de mi cara, su aliento llegó hasta mí como una rafaga de menta y algo de vodka, rastros que había dejado el cóctel que se hubo tomado cuando estabamos en la barra. Miré su rostro, sus ojos chocolates eran oscuros pero brillaban como luceros, tenían una luz especial que no supe comparar con ningún otro destello. Tuve que separar mis labios y respirar por la boca, el aire que entraba por mi nariz no me parecía suficiente y tenía una intolerable sensación de asfixia.
Thomas comenzó a bailar y cerró sus ojos, tan llevado por el ritmo de la música que parecía ser parte de la misma melodía. La sonrisa en sus labios jamás desaparecía.
—Baila, Dyl —me susurró, su aliento una vez más chocando contra mi boca y helándome los sentidos.
Yo tragué saliva. Una vocecita en mi cabeza me sugirió salir corriendo, pero una vez más no me permití hacerle caso.
—Está bien, Tommy —le contesté, susurrando igual que él, sorprendiéndome silenciosamente por la nueva aparición de ese íntimo apodo.
Tembloroso, llevé mis manos a su cintura, siendo yo ahora el que lo impulsaba a acercarse un poco más. Él movía sus caderas al compás de la música y agarramos ritmo en algunos segundos, Thomas tarareaba de vez en cuando y yo trataba de no reír. Lo pisé un par de veces porque estaba muy nervioso y él respondía con una sonrisa adorable que me dejaba atontado por varios segundos hasta que lograba salir del trance a muy duras penas.
Thomas danzaba, se movía libre entre mis manos y a veces acariciaba mi cabello, sus manos se sentían tan suaves que tenía que obligarme a no cerrar los ojos y negarme rotundamente a atesorar algo de aquel momento en mi memoria, suplicándome no juntarlo más a mí cuando él hundía su nariz en mi cuello y reía por alguna estupidez que él mismo decía.
—Miralas, Dyl, se están divirtiendo —me dijo Thomas en un momento, justo en medio de uno de mis letargos. No supe qué clase de magia había hecho para soltarme del trance y entender sus palabras.
Miré hacia dónde Thomas apuntaba y logré divisar a Kaya junto a Kat en la barra, ambas riendo y bebiendo de la misma botella de cerveza. Comentaban divertidas cosas que no lograba descifrar, pero habría apostado parte de mi pierna que estaban hablando de Thomas y de mí.
—Se ríen de nosotros, Tommy —le dije, indeciso si debía sonreír o no—. Deberíamos ir con ellas —le propuse, volviendo mi mirada hacia él.
—No —me contestó al instante, su voz casi asemejándose a la de un niño mimado—. Quiero seguir bailando.
Yo no, quiero ir con Kaya. Pensé, pero él se acercó más a mí, acariciando mi cabello nuevamente y moviéndose al ritmo de la música, su perfume llenando mis fosas nasales y mareando mis sentidos otra vez, entonces me quedé con él, animándome a rodear por completo su cintura, mi abdomen tocando el suyo y generándome algo en el estómago que no supe cómo describir.
Volví mi vista a Kaya, rogando por un poco de distracción. Ella se reía conmigo o se burlaba de mi, no podía asegurarlo.
¿Qué le hacía tanta gracia? ¿Y dónde había estado todo ese tiempo? No las había visto hasta que Thomas me advirtió de ellas, seguramente estuvieron rondando por el bar toda la noche; aKaya no le gustaba quedarse quieta. Era como una niña exploradora; le encantaba ir hacia todos lados, viendo qué había por descubrir, y más si nunca hubo estado en ese lugar. Era curiosa, y Katherine parecía haber sido cortada por el filo de la misma tijera, podía destilar ese espíritu fisgón por cada uno de sus poros. Tal vez estuvieron divirtiéndose por ahí, cada una con una copa y cuando ya hubieron visto demasiado, se acercaron a la barra, a observarnos desde su lugar, ambas con una sonrisa divertida dibuja en sus labios. Encantadoras.
De un momento a otro sentí a Thomas más cerca, su aliento chocando contra mi cuello y erizándo los bellos de mi nuca.
¿Y ahora qué?
—¿Qué haces, Tommy? —le pregunté en un susurro casi ahogado.
Su cabello olía a manzanas verdes y quise enterrar mi nariz entre sus mechones dorados, seguido por un fuerte impulso repentino de golpearme hasta perder el conocimiento por estar pensando en esas cosas.
—Nada —me contestó él, su voz cargada de falsa inocencia, y luego acarició mi cuello con su nariz, mandando un extraño choque eléctrico a mi columna.
—Tho-Thomas —"hablé", mi voz carecía de firmeza—. Deja de hacer eso —le pedí, en mi interior sonó más bien a una súplica.
Y él seguía con su maldito juego.
—¿Hacer qué? —preguntó, ignorando mi ruego y volviendo a mimar la piel de mi cuello con su nariz, esta vez agregando un pequeño beso al final.
Tragué con dificultad, podía sentir como la saliva raspaba mi garganta y se convertía en una gran masa sólida, impidiéndome respirar y robándome el poco aliento que tenía en los pulmones.
Me temblaron las piernas cuando mordió el lóbulo de mi oreja. Yo fruncí el ceño, incapaz de descubrir qué mierda estaba tramando con ese jueguito del demonio. En respuesta, sujeté con firmeza su cintura, arrugando un poco su camisa y haciendo que él suspirara bajo contra mi oído.
—Basta, Thomas —le susurré entre dientes, rogando sutilmente por algo de compasión y desconociendo el lugar exacto del cual saqué tanta firmeza para que no se quebrara mi voz en algún extraño suspiro.
—Vamos, Dyl —espetó, su voz siendo una súplica sutil—. A ellas les gusta.
¿Qué?
Mi mente era incapaz de encontrarle la parte lógica a todo lo que decía. Quise reírme de esa estupidez, y lo hice, muy apenas, tal vez tratando de esconder mi nerviosismo.
—¿De qué hablas, Tommy? —le pregunté, una risa resbalando por mis labios.
—Les encanta —volvió a decir, y yo seguía sin entenderlo—. Mira.
Entorné los ojos dos segundos porque no sabía a qué se refería, hasta que seguí su mirada. Sus ojos estaban clavados en Kaya y en Kat, como hacía un rato, ambas riendo en dirección a nosotros. Kat nos hizo un gesto que no supe descifrar y luego guiñó un ojo. Kaya rió y asintió hacia mí. No entendía qué querían y quise ir hasta ellas y preguntarles.
Nuevamente era yo el único sin entender nada, aquel marginado al que dejaban fuera de su círculo lleno de mensajes secretos y gestos que para mí no tenían sentido alguno.
Fue un beso en mi mandíbula lo que hizo que me desprendiera de mi letargo, como un ancla que se enrolló en mis pies y me llevó devuelta a la tierra.
—Thomas —lo llamé, dudoso, con la voz casi apagada—. ¿A qué quieres llegar? —le pregunté; realmente no tenía idea de sus intenciones ni alguna referencia clara de qué estaba tramando, lo que sea, me tenía ligeramente temblando de miedo. Nada que empezaba con caricias en el cuello terminaba bien.
—Ellas quieren que te bese, Dyl —me contestó tranquilamente.
—¿Qué?
—Que quieren que te bese —repitió, como si yo no lo hubiera entendido—. Vamos, es como... —se interrumpió a sí mismo por un segundo, hizo un gesto de pensador mientras entrecerraba sus ojos y siguió—; ¿Has visto a dos chicas besarse? —me preguntó. Yo entorné los ojos.
—Sí, ¿y qué con eso? —contesté fastidiado, sin entender una sola palabra de lo que decía, incapaz de hilar una cosa con otra.
Thomas no contestó al instante, guardó silencio y bailó con los ojos cerrados por lo que parecieron unos veinte segundos, sus dedos se hundían entre las mechas de mi cabello y acercó su rostro a mi cuello otra vez, aspirando el perfume de mi camisa y acariciando mi piel con la punta de su nariz. Su aliento nuevamente mandando descargas eléctricas a mi columna, esta vez abarcando toda mi espalda, llegando a mi nuca y bajando como un rayo por mis piernas hasta la punta de mis pies.
Miré a Kaya, otra vez en esa situación incomoda de tratar de encontrar alguna distracción que me lleve lejos de las sensaciones que me provocaba la cercanía de Thomas. Kaya estaba mirándome, con una sonrisa enorme dibujada en su rostro, bebió de su cerveza y volvió a sonreír.
—¿Y no te parece excitante? —me preguntó de repente Thomas. Supuse que se refería a los besos entre chicas.
—Un poco —contesté, la verdad era que nunca me había puesto a pensar en eso—. ¿Crees que será excitante besarnos ahora?
No supe de dónde saqué el valor de preguntar aquello, no tenía idea de por qué lo estaba considerando siquiera. ¿Estaba ebrio? ¿O por qué no podía pensar con claridad?
—Sí —me contestó, una sonrisa iluminaba su rostro y su ternura quitaba la parte pecaminosa de su reciente afirmación.
Yo tragué en seco. Necesitaba un trago.
—Pero yo no soy gay —le informé, como si fuera el mayor de los impedimentos, en mi mente rogando por que Thomas olvidara el estúpido juego que había comenzado y que mi cabeza dejara de dar tantas vueltas.
—Yo tampoco —contestó con una sonrisa que no supe interpretar. Y me descubrí a mi mismo intentando apagar una llama de tristeza en mi interior. En realidad esperaba un "soy bisexual".
Tuve que luchar fuerte por relajar el semblante. Quería que dejara de actuar como lo estaba haciendo porque me confundía y yo no era bueno en sus juegos.
Las chicas y él sonreían divertidos y yo, más que eso, quería echarme a correr.
El cabello dorado de Thomas estaba despeinado, ya no quedaban rastros de aquel peinado sofisticado que lo hacía ver tan intelectual y responsable, pero aún se veía my atractivo. Los mechones rubios se movían conforme él lo hacía y de vez en cuando una de sus manos abandonaba mi cuello para tirar hacia un costado aquellas rebeldes mechas que le molestaban.
Thomas recostó su cabeza en mi hombro y desprendió sus manos de mi cuello, una llevándola a mi espalda baja y la otra a mi brazo. Jamás dejó de bailar, aunque sus movimientos comenzaron a ser más lentos que los anteriores. Su respiración era constante y calmada, podía sentir su corazón palpitar contra mi pecho, su aliento chocaba contra mi cuello y el aroma exquisito de su cabello me tentaba a cerrar los ojos. De pronto me pregunté por qué estaba sintiendo esas cosas. Nada lógico se me venía a la mente y me pareció mejor dejar de pensar.
Besó mi cuello una vez más. Un beso inocente, sin separar los labios ni esperar nada a cambio. Sus manos acariciaban lentamente mi piel por encima de la tela de mi camisa; era tranquilizador y quise que no se detuviera jamás.
Quería entender por qué hacía todo eso. Nuevamente me pareció más sano desconectarme de mis pensamientos. Acabaría volviéndome loco porque sabía que estaba mal pero no quería que se detenga.
Su perfume impregnó mi nariz nuevamente, y no era la colonia la que dopaba mis sentidos, era su propia esencia la que me tentaba a hundir el rostro entre su cuello y su hombro. Era lo delicado que se sentía su cuerpo aquella fuerza mayor que me empujaba a rodearlo con mis brazos y embriagarme con su aroma a jabón francés.
Y fue ahí, cuando el rió contra mi cuello porque yo había dejado de moverme, el momento exacto en el que mandé todo al demonio y me confirmé a mi mismo que me gustaba tenerlo así de cerca, que me agradaba su perfume y que la sensación de su aliento contra mi cuello era una maravilla. Acepté que quería besar su sonrisa.
Mis manos temblaron cuando lo abracé por la cintura, pegando nuestros cuerpos un poco más, si es que eso era posible, y me animé a hundir mi rostro en su cuello, aspirando su aroma y embriagándome con su esencia. Cerré los ojos y me concentré muy fuerte en guardar aquella sensación como el más preciado de mis recuerdos, y es que jamás me sentí tan seguro y temeroso a la vez, tan fuerte y débil al mismo tiempo. Cualquiera de ambos extremos pudo haber resultado ser la más vil ilusión pero en ese momento nada me importaba, sólo mantener aquel efecto por más tiempo. Mantener a Thomas cerca de mí por más tiempo.
Me separé un poco de él y llevé una de mis manos a su rostro, obligándolo a que me mirase, mi otra mano se encargaba de mantenerlo quieto y muy cerca de mí. Cuando mis ojos se encontraron con los suyos fue como si el resto del mundo se apagara, como si de pronto nadie existiera, éramos nosotros, solos él y yo. Chocolate y café se encontraron batallando por quién apartaba la vista primero. Una batalla que perdí cuando bajé mi mirada a sus labios, entre rosa y rojo, él sonrió y me encontré deseando besar cada rincón de su boca.
Y lo hice. No soporté aquellos centímetros que me separaban de él, no pude rechazar la invitación de su sonrisa, cerré los ojos y lo besé. Su boca sabía tan deliciosa, una sutil mezcla de menta dulce y vodka. Un beso cálido y suave, como el chocolate derretido, dulzón y adictivo. El sabor de la miel siendo nada a comparación con la dulzura de sus tiernos labios, como si se tratara del mejor manjar que jamás probé en mi vida. Era tan suave como se veía; parecían pequeñas porciones del cielo.
Mordí su labio inferior levemente, temiendo hacerle daño, no obstante dejando ver una actitud un poco posesiva, manifestando lo en contra que estaba de separarme de él, pero el maldito aire era necesario para ambos.
Mi frente pegada a la suya, los dos luchando por recuperar el aliento. No podía negar que tenía miedo de abrir los ojos, pavor de mirarle y encontrarme con arrepentimiento en su mirada. Era absurdo, pero mi mente funcionaba mal cuando yo estaba nervioso. Y en ese momento moría de nervios. Había besado a un chico.
Unos segundos después me armé de valor y me atreví a mirarlo. Sus ojos clavados en los míos, brillantes y hermosos. Su boca traía dibujada una sonrisa casi tímida, tal vez tenía las mismas dudas que yo. La luz baja no fue impedimento para ver sus mejillas sonrojadas, lo hacían ver adorable y quise repartir besos por toda su cara hasta desgastarme los labios.
Me resultó increíble el giro que tomaron mis pensamientos. Cuando lo conocí no estaba seguro de si retendría mis insultos hacia él, mas bastó un baile para querer embriagarme en sus labios hasta perder el conocimiento.
—¡Eso fue increíble, Dylan! —me gritó Kaya: no supe en qué momento comenzó a acercarse a nosotros. La miré asustado y ella no dejaba de sonreírme.
Me separé de Thomas completamente antes de que las chicas frenasen delante de nosotros, sintiendo frío tan pronto dejé de abrazar su cintura. Todo carecía de sentido alguno mas no quería pensar en nada de momento.
Las chicas lucían ansiosas, como dos niñas frente a un parque de diversiones, sus rostros jamás abandonando esas sonrisas enormes y emocionadas.
Yo no sabía cómo mirarlas, sentía fuego en las mejillas y quería salir a correr cuan lunático por todo el bar. Conociendo a Kaya, sabía que estaría hablándome del tema durante las próximas tres semanas.
—Son adorables —mencionó mi mejor amiga, su sonrisa no podía ser más grande.
De pronto se acercó a mí y besó mi mejilla, de soslayo pude ver como Kat hacía lo mismo con Thomas mientras despeinaba aún más su cabello, sus mejillas sonrojándose cada vez más.
Cuando se alejaron otra vez, ambas daban saltitos como niñas emocionadas, sus ojos brillando, demostrando lo alegres que estaban. Nos miraban expectantes, esperando que dijéramos alguna palabra, pero yo no hallaba la voz y me resultaba imposible formar frase alguna. Aún seguía fuertemente shockeado por el reciente beso.
Thomas fue el valiente en hablar primero:
—¿Qué tal, chicas? —dijo, su voz sonó nerviosa y tímida—. ¿Kaya, cómo la estas pasando? —preguntó. Su intento por desviar el tema me pareció adorable pero quise reírme en su cara.
Kaya le siguió el juego, mas mostraba esa sonrisa pícara que lograba ponerme los nervios de punta.
—Excelente —contestó, su voz alegre demostraba cuan contenta estaba—. Como ustedes, por lo que veo —comentó divertida. Kat rió, Thomas se ruborizó y yo sentí hervir mis mejillas. Quise asesinarla—. Lastima que ya tenemos que irnos, Dylan.
Entorné los ojos unos segundos. Miré el reloj en mi muñeca: 4;47 am.
—Nosotros también, Tom —habló Katherine, su voz se escuchaba lastimosa, y aunque hubiera preferido no terminar la velada, todos debíamos regresar a casa.
Yo asentí y le pedí a Kaya que me esperara un minuto. Necesitaba ir al baño. Desaparecí un segundo después, dirigiéndome de prisa al sanitario de hombres. Necesitaba lavarme el rostro e intentar deshacerme del calor en mis mejillas, quería ver con mis propios ojos qué tan ridículo me quedaban las mejillas sonrojadas y la expresión atontada que aún no lograba borrar de mi cara.
Cuando volví con Kaya, ella estaba despidiéndose de Katherine con un abrazo a las afueras del bar. Thomas seguía con ellas también.
—Fue un gusto conocerte, Dylan —me dijo Thomas cuando iba a despedirse de mí. Su típica sonrisita adornando sus labios siempre pero ya no me molestaba.
Yo sólo asentí y me acerqué más a él. Luego de besarnos, abrazarlo no estaría de más, ¿o si?
Lo capturé entre mis brazos, sintiendo una vez más su perfume y el olor de su cabello, y quise que ese acto requiriera más minutos de los que normalmente precisaba, no bastándome esos pocos segundos que dura un mísero abrazo amistoso. Antes de separarme de él, sentí que colocó algo en el bolsillo trasero de mis jeans y luego se alejó como si nada, echándome una mirada cómplice y dándome a entender que no preguntara ni me fijara por ahora.
Así lo hice, no dije nada, me despedí de Katherine y vi en silencio como Thomas se despedía de Kaya, luego, los dos rubios se perdieron entre los coches del estacionamiento.
Kaya me preguntó si estaba en condiciones de conducir y le dije que sí, que sólo tenía un poco de sueño pero que estaba bien, a fin de cuentas no es como si hubiera tomado mucho. Nos montamos al carro y emprendí el viaje de una hora y media hasta su casa. Decidí poner algo de música, más que para no aburrirme, lo hice para no pensar. La noche había sido muy extraña y no quería analizarla a las cinco de la mañana, ya habría tiempo para eso.
Kaya habló los primeros veinte minutos del viaje y terminó por quedarse dormida, no me molestó. Ella estaba un poco ebria y se notaba cansada. Aunque no pasó la noche conmigo, esperaba que se haya divertido.
La hora y media que tardamos en llegar me supieron a cinco, estaba muy cansado y sólo quería llegar a mi casa y dormir todo lo que quedaba del fin de semana.
Aparqué el auto fuera de la casa de Kaya y bajé para abrirle la puerta del coche y acompañarla hasta la entrada. Siempre lo hacía.
Intenté besar su mejilla antes de despedirme pero ella corrió la cara, quedó muy cerca de mí y tuve la perfecta oportunidad para besarla, pero no lo hice. Tal vez quería que el sabor dulzón de Thomas permanezca un poco más en mis labios. Ella se excusó diciendo que estaba muy mareada y yo sólo reí.
—Hey, Dylan —me dijo antes de que me fuera—. Thomas y tú harían bonita pareja.
Su comentario me tomó por sorpresa y yo rogaba que el ardor en mis mejillas solo sea producto de mi imaginación. No pude evitar sonreír como un tonto, ella también sonrió, luego cerró la puerta y yo me dirigí a mi auto.
"Thomas y tú harían bonita pareja". Las palabras de Kaya me hicieron reír todo el camino hasta que entré al auto. Qué absurdo.
De pronto me acordé de lo que él había puesto en mi bolsillo y rápidamente lo busqué.
Era un pequeño papel doblado en dos, con letra muy prolija tenía escrito;
"Sí noté que no te agradaba, tonto."
Y más abajo su número de teléfono.
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Eso es todo, amigos gg ♡
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