|Parte I|[editado]

—Vamos, Dylan. ¡Apresúrate! —me gritaba Kaya mientras tiraba de mi brazo en un intento por que apurara el paso.

Yo intentaba seguirle el ritmo, dando zancadas cada tanto cuando quedaba muy por detrás y ella tiraba de mí para que permanezca pegado a su espalda todo el tiempo. Hice mi mayor esfuerzo por no terminar en el piso un par de veces, y más cuando me jaló bruscamente hacia el interior del bar.
Ella estaba muy emocionada y ansiosa, y pretendía que yo esté de la misma forma, pero por mucho que lo intentara, no lograba amoldarme a sus emociones ni siquiera un poco. No me gustaba el lugar y a cada paso que daba me arrepentía más y más de haber cedido a sus caprichos. Aquel ambiente, definitivamente, no era lo mío.

Era su cumpleaños número diecinueve y, en lugar de hacer una fiesta en la piscina de su casa como en todos los años anteriores, esta vez quizo que saliéramos de la ciudad a emborracharnos como si no existiera un mañana a un bar en donde nadie nos conociera, para salir de la rutina un poco, probar algo nuevo y más arriesgado. Los dos solos, sin otros amigos, sin celulares y sin preocupaciones, llevando con nosotros nada más que nuestra documentación y muchos billetes para gastar en nada más que bebidas.
Al principio me negué rotundamente, como todo chico responsable que creía que era. Por supuesto que me opuse a esa aventura tan disparatada e imprudente, mas bastaron pocos segundos para que me derritiera ante el delicado "Por favor, Dy" resbalando de sus labios, que acompañaba a su rostro de cachorrito junto a su potente mirada color cielo. Jamás conseguía resistirme a sus ojos celestes, era simplemente imposible, y menos si agregaba a su teatro un pucherito en sus labios rosas. No, ese era mi punto más débil. Era muy injusto y tramposo, peor aún, ella era tan hermosa, francamente, bellísima, y por supuesto que alguien debía defenderla de los patanes que quisieran sobrepasarse con ella dentro de un bar en el que no conocía a nadie. Así que terminé accediendo a sus antojos, tomando mi título de mejor amigo y prometiéndome ser su guardaespaldas toda la noche.

Acepté porque no iba a dejarla sola el día de su cumpleaños y, además, contaba con que un par de tragos me dieran el valor suficiente para al fin confesarle lo que sentía por ella y, con algo de suerte y favor de los dioses, ella me correspondiera de la misma forma. Era una jugada extremadamente arriesgada, y aunque sabía que nuestra amistad no se terminaría por nada en el mundo, también era consciente de que tal vez las cosas se volverían un tanto incómodas para ambos si todo eso terminaba en un tonto Dylan O'Brien siendo rechazado por una hermosa Kaya Scodelario. La escena me sabía muy catastrófica, sin mencionar lo vergonzosa y, por demás, dolorosa.

Pero en fin, ahí estabamos. La noche estaba algo fresca, pero nada intolerable. Kaya llevaba un vestido negro impecable que le llegaba a la mitad de los muslos, unos zapatos de tacones altos del mismo color y el cabello se le caía con gracia hasta los hombros, el lila oscuro en las puntas de su pelo era el único color que la adornaba, junto con el rojo de sus labios y el intenso celeste de su mirada, que esa noche, por alguna remota razón, parecía el mismísimo cielo, con constelaciones y una galaxia entera por explorar dentro aquellas pupilas que se me antojaban infinitas. Mi mejor amiga lucía, sencillamente, preciosa.

Y después de aquella obra de arte, estaba yo; con una sencilla camisa de cuadros y jeans oscuros, con unos zapatos que no me convencieron del todo cuando salí de casa esa tarde y, para completar, mi típico peinado de todos los días, con los cabellos desprolijos y desparramados hacia todos lados apropósito. Tan común como siempre. Me sentía un poco fuera de lugar estando de la mano de Kaya, tenía la molesta sensación de como si realmente no mereciera estar cerca de ella vestido de esa manera tan corriente y desentonada, apagado y abyecto, tan alejado de la belleza que mi amiga representaba.
Pero ya estaba ahí de todos modos, en un bar completamente desconocido y muy lejos de casa, acompañando a mi mejor amiga en la noche de su cumpleaños, mientras ella me llevaba a rastras hasta la barra.

—Dylan, por favor —me gritó ella cuando ya estuvimos sentados en los taburetes y me negué a pedir alguna bebida—. ¿Cómo que no vas a beber nada? —me preguntó casi indignada, con el ceño fruncido y las manos en sus caderas.

En el corto lapso de tiempo que llevaba en el lugar, había logrado divisar la pista de baile y las decenas de personas gobernadas por el alcohol esparcidas por doquier, haciendo el ridículo y montando un sinfín de escenas bochornosas como si no tuvieran vergüenza alguna. Yo no quería terminar de esa manera y también procuraría mantenerme sobrio para luego no ver a mi fina amiga en esas deplorables condiciones.

—Tengo que cuidarte, Kaya —le expliqué con voz serena, mientras observaba más a fondo el lugar, obligándome a no fruncir el ceño cada que encontraba a algún ebrio haciendo desastre o a alguna chica olvidando los modales que, suponía, habría de tener estando consciente—. Embriagarnos los dos no es buena idea.

—Hubiera traído a Will —mencionó desanimada, rodando los ojos y soltando un suspiro de frustración—, él no es una niñita con miedo al alcohol.

«Conozco este juego», pensé rápidamente. Su truco era hacerme ver como un cobarde, y esperaba que yo le demostrara lo contrario accediendo a beber cuanta botella se me pusiera enfrente. Reí con un deje de abdicación sólo un segundo después. Sabía que no iba a darse por vencida, era muy terca y, aunque yo era un hueso duro de roer, no quería hacerle pasar por disgustos la noche de su cumpleaños. Entonces tomé una gran bocanada de aire con sabor a coraje y mandé a la mierda todas las posibles consecuencias que me atraería beber hasta perder la consciencia y le sonreí a mi hermosa mejor amiga, sabiendo de sobra que me arrepentiría amargamente al día siguiente pero valiéndome realmente poco esto último.

Accedí a otro más de sus caprichos, repitiéndome una y otra vez que estabamos a las afueras de la ciudad, en un bar en donde nadie nos conocía, sin nada que nos importara aparte de nosotros dos. Y entonces quise convencerme de que no habría problemas con entregarme a los deseos alocados de mi mejor amiga y acabar ebrio en algún rincón con ella. Siempre con ella. La resaca prometida para el día contiguo era lo que menos me preocupaba en aquel momento, por verla reír, yo era capaz de todo, estaba dispuesto a correr los riesgos que fueran necesarios.

—Ese es mi Dylan —me felicitó Kaya cuando llamé al cantinero y pedí la primera ronda de vodka para los dos—. Sin perder tiempo, así me gusta.

Dicho eso, se balanceó en su escabel y, acercándose a mí, besó mi mejilla; una sonrisita hermosa adornaba su níveo rostro y juro que quise besarle en los labios. Pero aún no estaba ebrio, ella tampoco y mi mente por completo me prometía que hacer éso no era la mejor de las ideas, que más bien era una monumental estupidez que lo arruinaría todo. Entonces no lo hice, dejé pasar esos vagos impulsos y me dispuse a disfrutar de su compañía. Ella me hablaba miles de cosas a la vez, sus ojitos de cielo brillaban tras llevarse un trago más a la boca y empequeñecía la mirada cuando el ardor del vodka le quemaba la garganta. Comentaba trivialidades, rompía el silencio cuando yo no sabía qué decir y reía cuando era ella la que se quedaba sin palabras, me sonreía, tocaba mi cabello, me incitaba a seguir bebiendo y me volvía a sonreír. La pasábamos más que bien.

Estuvimos como media hora sentados en las banquetas de la barra, disfrutando el uno del otro, hablando de tonterías y bebiendo un poco, aunque todavía una gran parte de mí seguía molestándome desde algún rincón de mi cabeza y me repetía que no debía embriagarme, que no era una buena idea y que debía hacerle caso a mi subconsciente, montarnos al carro y huir de ahí antes de que fuera demasiado tarde. Pero luego de los reproches de mi juicio, estaba Kaya, la hermosísima Kaya, riendo cuando yo fruncía el ceño al beber del ardiente líquido, divirtiéndose a mi costa y conmigo a la par. Y entonces le daba un sorbo más sólo para verla sonreír, y después otro y otro más hasta que el contenido del vaso acababa y ella llamaba al barman para pedirle una ronda más. Llegué a contar hasta los cuatro vasos de vodka, cuando ella me sugirió ir a bailar.

Acepté más que encantado.

La música era muy movida, típico de los bares de ese estilo, y era agradable verla bailar así. Su cuerpo danzaba con medida soltura, su cabello ondulado iba de un lado al otro y su vestido a veces subía más de lo debido por sus piernas, intentando romper con mi fuerza de voluntad y tentándome a mirarla como un patán sin ningún tipo de censura. En esos momentos cerraba los ojos y rogaba a los Cielos que la música se llevara mis malos pensamientos y ubicara mi mente en el sitio correcto. Para mi suerte, solía funcionar.

—Dylan —me habló Kaya casi gritándome a mitad de una canción—, aquellos dos nos están mirando.

—¿Hum? —Entorné los ojos, confundido y casi desorientado—. ¿Quiénes dos? ¿De qué hablas? —le pregunté, una risa venía abriéndose paso en mi boca a medida que hablaba, pues no entendía a qué se refería.

—Aquellos dos —repitió y apuntó con disimulo a una pareja sentada en uno de los sillones negros que estaban desparramados con cierto orden a unos cuantos metros de nosotros—. Nos están mirando desde hace varios minutos —me contó, sin dejar de bailar ni por un momento—. Los dos.

Un chico y una chica. Ambos se hablaban mientras nos observaban desde su lugar sin disimulo alguno. El muchacho miraba más a Kaya, obviamente. Vestía unos jeans negros y una camisa del mismo color, su tez era blanca como la leche y su cabello rubio estaba perfectamente peinado. Elegante y sofisticado, destila Inglaterra por donde uno lo mire. Hubiera apostado mi brazo izquierdo a que era inglés. Su rostro se me hizo muy conocido, tal vez de la Universidad. La chica estaba sentada a su lado con las piernas cruzadas y una sonrisa plasmada en sus labios rojos, sus ojos clavados en Kaya también, y de vez en cuando su mirada pasaba a estar sobre mi. No me incomodaba para nada, ella era muy bonita. Su cabello era rubio pincelado de un naranja suave, lucía tan sofisticada como su acompañante, traía puesto un vestido rojo que, aunque estaba sentada, se podía notar que le llegaba unos centímetros encima de las rodillas. A ella sí la conocía, compartimos algunas clases y varias veces la he visto por los pasillos de la Fraternidad. Si no me equivocaba, su nombre era Katherine.

Pude notar como el muchacho reía hacia nuestra dirección, la chica le dijo algo y de un momento a otro él se levantó, arregló su camisa alisando arrugas que seguro eran inexistentes en la tela y tomó con delicadeza la mano de la muchacha del vestido rojo.
De pronto ambos venían hacía nosotros.

Instintivamente busqué la mirada de Kaya pero no la encontré. Ella permanecía moviéndose al ritmo de la música, mirando hacia las dos personas que ahora se acercaban a nosotros. Al parecer el único que no sonreía era yo; más bien no entendía nada. El tipo que hacía segundos se comía a Kaya con la mirada venía hacia ella y tuve que luchar fuerte contra mis ganas de bufar.

—Hola Kaya, Dylan —nos saludó la muchacha cuando ya nos tuvo enfrente. Mostraba una sonrisa agradable que prometía no desaparecer por nada del mundo. Era muy hermosa.

Yo, en el momento, no encontré la voz pero Kaya si.

—¡Hey! —le respondió ella, con esa simpatía que tanto la caracterizaba—. Con tan poca luz casi no te reconocí —le gritó y su sonrisa era enorme.

Espera, ¿se conocen? Por lo visto sí. Katherine se acercó a Kaya y le dió un abrazo muy fuerte, pude escuchar que la felicitó por su cumpleaños y le dio un beso en la mejilla.
El chico que vino con ella simplemente las observaba, también parecía un poco desconcertado pero no tanto como yo. Él por lo menos había comenzado a bailar y yo dejé de hacerlo cuando ellos empezaron a acercarse.

—Soy Thomas —me dijo el chico después de un rato al percatarse de mi mirada clavada en su cara—. Mucho gusto —sonrió mientras me tendía la mano.

Tardé un poco en reaccionar a pesar de haberle escuchado claramente, pero mi mirada jamás se alejó de su rostro. Efectivamente lo conocía de algún lugar y su acento británico era indiscutible, aún cuando no había dicho mucho. Era un chico inglés y apostaba a que era un egocéntrico, millonario, delicado que vivía a base de té y pan lactal. Me resultó imposible olvidar cómo estuvo mirando a Kaya minutos atrás y tuve que luchar duro para no fruncir el ceño y gruñirle, como lo hacen los perros cuando alguien no les agrada.

Él elevó sus cejas de forma interrogativa al ver que yo no salía de mi ensimismamiento y tampoco correspondía a su saludo, una sonrisa estúpida venía asomando en sus labios y quise rodar los ojos. Él seguía con la mano tendida, esperando que reaccionara y yo estaba parado, mirándolo como un tonto sin siquiera pestañear. Me sonrojé porque había conseguido quedar como un idiota retrasado a solo segundos de habernos conocido. Gran trabajo, Dylan. Excelente.

Estreché su mano sólo por dos segundos. Segundos que bastaron para darme cuenta de la suavidad y calidez de su piel. Segundos que bastaron para que me cayera un poco peor que antes.

—Dylan —le contesté, tan seco y frío como pude, esperando que entienda que no obtendría más respuestas de mi parte y que no insistiera. Para mi no es un gusto conocerte, Mr. Tea.

No pretendía entablar ni una clase de conversación con ese tipo y él pareció notarlo, ya que apartó su atención de mí para posarla sobre las dos chicas al lado nuestro. Ambas estaban hablando y riendo mientras se movían al compás de la canción que sonaba a todo volumen en la pista de baile.

Katherine los presentó y Thomas se atrevió a besarle la mano con finura, como todo un caballero, mientras le felicitaba por su cumpleaños y le sonreía mostrando sus perfectos dientes deslumbrantes. Imbécil.

Hablaron los tres un rato más, no supe si me ignoraban o simplemente la pasaban tan bien que no se daban cuanta de que también estaba ahí. De todas formas, tampoco quería estar en la misma conversación que ese chico y su sonrisa perfecta. Quería golpearlo, borrarle esa estúpida cara de niño bonito y educado.

A pesar de la ruidosa música, podía escucharlo hablar perfectamente. Su voz era muy potente aunque él parecía más bien un adolescente de 16 años. Yo trataba de olvidarme de su existencia mientras pretendía que el sonido de la música nuble mis pensamientos y se me baje el coraje. Podía escuchar cada frase que decía, con esas palabras tan correctas y formales pero sin parecer un anciano de 80 años. Era culto y educado, un joven ejemplar. Reía mucho. Su risa hubiera llegado a parecerme adorable si él no me cayera tan mal.

—¿Y entonces qué? —le escuché decir, y no me privé de rodar los ojos, como cada vez que le oía hablar—. ¿Bailamos los dos, Kaya?

Mis ojos se encendieron de furia. ¿Habla en serio? ¡Por Dios! ¿¡Acaso no ve que vino acompañada!? Y para colmo ¡él también está con alguien más! ¡Cretino!

¡Oh, no! No, no, Tom —le espetó rápidamente Katherine. Thomas fingió desconcierto pero la sombra de una sonrisa aparecía de a poco en su rostro—. Kaya bailará conmigo. Tenemos mucho de qué hablar.

Escuché la risita de Kaya de fondo y logré leer en sus labios cómo modulaba la frase "lo siento" mientras, lentamente, Kat se la llevaba de ahí y yo la veía desaparecer entre los cuerpos danzantes de la pista de baile. Sonreí, ella no bailaría conmigo, pero tampoco bailaría con Thomas y eso era mejor que cualquier cosa.

—Supongo que bailaremos tú y yo —me dijo Thomas, dándose la vuelta y acercándose un poco más a mi, esa sonrisa perfecta jamas abandonó su rostro.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrir la boca por el asombro. La osadía del chico lograba desencajarme por completo.

¿Qué mierda acaba de decir?

Entonces quise reírme muy fuerte, creyendo que él sólo hablaba en broma, pero ese tipo no merecía que riera con él, así que sólo negué con una sonrisa muy falsa dibujada en mis labios.

—Oh, vamos —empecé—. No debes quedarte conmigo. Vé, búscate a una chica y baila con ella. Puedes irte —lo invité cordialmente a que desapareciera de mi vista pero no pareció entender mis intenciones, en cambio rió.

El sonido de su risa era adorable y consiguió que lo odiara un poco más. Quería que se largue pero, como si inconscientemente se esforzara en hacerme la contra, se acercó un poco más a mi.

Debe estar bromeando.

—No, tú me caes bien —me dijo. Tú a mí no, le contesté en mi mente—. Prefiero quedarme contigo —y otra vez me sonrió—. Si no te molesta, claro.

¡ME MOLESTA MUCHO!

Para nada. Haz lo que quieras —le contesté simplemente, rogando que algún ángel lo iluminara y se diera cuenta por sí solo que no lo soportaba—. Yo iré por un trago hasta que vuelva Kaya.

Dicho eso, comencé a caminar hasta la barra. Él me siguió al instante como si fuera un perrito y tuve que poner mi mayor esfuerzo para no virar los ojos por el fastidio que me causaba.

—Yo te acompaño —me contestó alegre, una sonrisa iluminaba su rostro y lo hacía ver tan confiado y atractivo que quise preguntarle a qué se debía su estúpida manía de sonreírle a todo. ¿Acaso no veía lo harto que me tenía? ¿Por qué seguía ahí?

¿POR QUÉ TIENE QUE SONREÍR ASI?, me pregunté, y por un momento quise frenar y gritarle en la cara que dejara de hacerlo, que no era necesario, que ya había notado que tenía los dientes más brillantes del universo, una sonrisa hermosa y la vida perfecta, y que no quería que me lo restregase en el rostro. Pero guardé mis impulsos, rogando por llegar cuanto antes a la barra y pedir el trago más fuerte de los estantes del barman. Tal vez con un poco de alcohol corriendo por mis venas, el chico comenzaría a agradarme. Si unos tragos lograban hacerme ver linda a una muchacha poco agraciada, quizás también funcionaría en este caso y lograría hacerme verlo un poco menos fastidioso. No podía ser tan malo. En otros casos, los tragos me darían la osadía que no tenía en ese momento y lo mandaría a la mierda. Ambas cosas estaban bien para mí.

Llegamos a la barra y tomé asiento en una de las banquetas, Thomas se sentó en la contigua a la mía. Realmente estaba arrepintiéndome de haberle dicho que no me molestaba su presencia. Lo cierto era que no estaba muy seguro de poder soportarlo por mucho tiempo. Su estúpida sonrisa me molestaba demasiado.

Al vernos, el cantinero caminó hacia nosotros con una enorme sonrisa que más que a mí, iba dirigida al inglés al lado mío. Hubiera jurado que cuando nos atendió a Kaya y a mí ni siquiera fue amable.

—¿Son amigos? —le pregunté a Thomas por lo bajo, antes de que el cantinero llegara a nosotros. Tal vez un poco de conversación no estaba tan mal.

—Sí, desde hace unos años —me contestó rápidamente—. Es un buen tipo, agradable a pesar de esos intimidantes músculos —comentó con una risita a la vez que el tipo llegaba hasta nosotros.

Thomas lo saludo con un choque de puños y el barman no dejaba de sonreírle. Parecían grandes amigos.

—Bill, él es Dylan, un amigo —me presentó Thomas. ¿Amigo? ¿En serio había dicho que era su amigo? Reí por esa estupidez mientras le pasaba la mano al barman y él me correspondía—. Lo traje hasta aquí para darle a probar tu maravilloso cóctel con Devil's Springs.

Bill me sonrió y elevó sus cejas, asintiendo y desapareciendo en busca de las bebidas unos segundos después.
Thomas no dejaba de mostrarme su sonrisa perfecta y yo trataba de no fruncir el ceño. Apenas lo conocía y él le hizo creer al barman que eramos amigos y, para colmo, que venía con él. No sabía por qué, pero me molestó mucho.

Todo de él lograba molestarme; su acento inglés, su cabello rubio y perfectamente peinado, su perfume que olía exquisito, su piel pálida y su estúpida sonrisa. Oh, esa maldita sonrisa que no borraba de su rostro era lo que más me desencajaba.

—Gracias, Bill —le escuché decir a Thomas con su voz jovial y amable que me daba dolor de cabeza. El cantinero había vuelto con nuestras bebidas en sus manos y las dejó frente a nosotros.

Bill asintió y simplemente se fue, dejándome a solas con él rubio inaguantable.

—Vamos, dale un trago. Te encantará —me animó a tomar Thomas, una sonrisa brillante estaba plasmada en su cara mientras tomaba su vaso en sus manos.

—Eso espero, no es lo que iba a pedir —le contesté serio, sin lograr quitar el fastidio de mi voz.

—Descuida, corre por mi cuenta —me dijo, otra vez mostrándome esa sonrisa insoportable.

Era increible. ¿Ahora pretendía pagarme las bebidas? Pensé, incapaz de mantener mi rostro sin expresión y entreabriendo mi boca por el asombro. Si fuera otra persona, probablemente estaría más que gustoso, pero era el inglés rubio insoportable de quién estabamos hablando, y entonces me sentía molesto, casi ofendido. Solo esperaba que el trago sea lo suficientemente fuerte para relajarme.

Acerqué el vaso hasta mi, arrastrándolo sobre la barra con sumo cuidado para no derramar nada, solía ser un poco torpe la mayor parte del tiempo y lo último que buscaba era parecer un idiota delante de Thomas.
Eleve el trago, cóctel, como le había llamado Thomas, hacia mis labios. El olor llegaba a mis fosas nasales con rudeza, prometiendo ser un trago muy fuerte. Tragué saliva antes de pegar el borde del pequeño vaso a mis labios para luego darle un sorbo bastante grande. El líquido pasó por mis labios, quemó mi lengua y pude haber jurado que mi garganta se había prendido fuego. Fruncí el ceño como nunca, cerré los ojos y estuve a punto de escupir todo y correr en busca de agua.

Devil's Springs, Manantial del Diablo. El nombre jamás me causó tanto temor hasta que lo analicé con detenimiento. Cualquier cosa que tuviera el nombre del diablo debía ser un jodido infierno, y ojala lo hubiera pensado mejor antes de llevarme semejante trago a la boca.

Fue el maldito infierno ardiendo en mi garganta.

Dejé el vaso sobre la barra de una manera casi brusca, por poco y echaba el pequeño vaso a la mierda. Por un momento perdí la audición y el sentido de orientación. El fuego en mi garganta no desaparecía y cuando abrí los ojos no veía más que luces borrosas por todos lados. Hacía mucho que no probaba algo tan fuerte.

—Mierda —musité, escuchando lejos mi propia voz. El efecto del trago no quería abandonarme y apenas si podía respirar, sintiendo que el aire de mi alrededor no era más que vapor caliente.

La risa de Thomas fue lo primero que escuché después de la probada al agua del infierno. ¿Se estaba burlando de mi? Era obvio. Lo miré, mi ceño aún fruncido, con la mirada más que molesta y la boca entreabierta. Podía sentir mis ojos arder y no supe qué fuerza mayor detenía mis lágrimas. Thomas seguía riendo, aún no había probado de su cóctel, tal vez le pareció más interesante el verme a mi bebiendo de esa mierda. Era un imbécil.

El rubio dejó de mirarme unos segundos y elevó su vaso en el aire, musitándo un casi imperceptible "salud", y luego se llevó el trago a la boca. Le dio un sorbo profundo y prolongado, sus brazos se tensaron bajo la tela de su fina camisa y empuñó sobre su regazo la mano que no sostenía el vaso. Su ceño se frunció un poco y cerró los ojos unos cuantos segundos hasta depositar el vaso justo sobre la barra de nuevo.

Su mirada volvió a mí un instante después, sus ojos chocolates brillaban más que hace unos momentos mientras mordía sus labios, tal vez tratando de evaporar el ardor que le quedó de lo que se hubo bebido. Y luego me sonrió. Claro, él jamás dejaba de sonreír. Esa estúpida sonrisa adornando su carita de niño bueno nunca podía faltar.

Y en ese preciso instante me ví deseando que Thomas pudiera leer mentes, que pudiera cazar cada uno de mis pensamientos hacía él y que descubriera de una vez por todas lo mal que me caía, lo mucho que lo detestaba.

—¿Y, Dyl, qué tal? —me preguntó.

¿En serio acaba de llamarme "Dyl"?, pensé, casi levantando las cejas, como si en verdad no creyera tal osadía de su parte. El chico tomaba confianza bastante rápido al parecer.
Yo no contesté, aún sentía la lengua entumecida, pero hablé en mi mente y sólo para mí. Una jodida mierda. Simplemente hice una mueca y él rió.

—Por un momento pensé que lo votarías todo —me comentó, riendo y bebiendo un poco más de su trago.

Yo miré el mío, jurándome no volver a probar eso bajo ningún término. Un trago más de esa cosa y mi boca prendería fuego.

—Claro que no —negué, la voz me salió apenas. Me hubiera gustado gritarle—. Es sólo que no bebía hace tiempo —me excusé. El volvió a reír.

—Tal vez debí pedirte algo más liviano —sugirió, una sonrisa divertida aflorando en sus labios—. Una Snake Venom, quizás.

Fruncí el ceño. Estaba jugando conmigo. ¿Cómo podía pasar de un vodka como ese a ofrecerme una cerveza? Imbécil.

¿Estás llamándome débil? —le pregunté, ni siquiera intenté cubrir el enojo en mi voz.

Thomas soltó una carcajada. El tipo me tenía harto, tendría que ser un verdadero idiota para no notarlo, ¿y aun así tenía la osadía de ofenderme? Imbécil. Perdí la cuenta de cuántas veces lo he insultado en menos de una hora pero, Dios, es un imbécil.

Yo puedo con todo lo que me pongas enfrente, Tommy —me animé a decirle, sorprendiéndome de la firmeza de mi voz y, más aún, del extraño apodo por el cual lo llamé.

Thomas se mantuvo serio un momento, tal vez percatándose por primera vez del enfado en mi voz y la rudeza de mis facciones, pero luego me sonrió, volviendo a ser el Thomas insoportable, cerrando los ojos un segundo y bebiendo más de su cóctel. Aunque orgulloso, no pude evitar preguntarme cómo hacía para tragarse eso sin emitir expresión, como si se tratara de algún vino o un licor cualquiera.

—¿Quieres apostar? —me preguntó de pronto tras abandonar su bebida, su voz seria y potente penetrando en lo más profundo de mis oídos.

Quedé estático.

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