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El arte de no encajar en el mundo, y no temblar de soledad .
Elena Poe.
Nos dirigimos a las afueras para alejarnos de la ciudad. Jacob iba al volante , con una concentración digna de un premio. Emma había ganado la pelea contra Enoch y se encontraba en el asiento del copiloto , con una guía de carreteras abierta sobre el regazo. Yo quedaba atrapada entre Enoch y Millard, con Victor apretado contra una ventanilla. En verdad nos encontrábamos en posiciones muy incómodas y nuestros cuerpos comenzaban a entumecerse. Enoch miraba por la ventanilla con el ceño fruncido y de vez en cuando adoptaba la infantil actitud de patear el asiento de Jacob. Victor se había tenido que sentar en diagonal para que le cupieran las piernas y Millard ni dejaba de quejarse.
- Desde aquí hasta el cerco del mapa hay unos quinientos kilómetros - dijo Emma - Si no paramos, en cinco horas estaremos allí .
- Tendremos que parar en algún momento - le recordó Victor a Jacob - Todavía no nos has comprado ropa actual.
- Pararemos pronto - prometió el ojiazul - Antes quiero alejarme un poco de Miss Peregrine.
- ¿ No te cansarás de conducir tanto rato ? - le pregunté .
- No tengo más remedio - respondió - Si me pasáis un café de vez en cuando, no habrá problema .
- Yo te puedo relevar - dijo Enoch - Además, si conduzco yo iremos mucho más de prisa.
- No lo sueñes - replicó Jacob - Cuando volvamos puedes apuntarte a una autoescuela , pero este no es momento de hacer prácticas.
- No necesito prácticas - protestó el castaño - Sé todo lo que hay que saber sobre mecánica automovilística.
- No es lo mismo.
Llegamos a la rampa que daba acceso a la interestatal y Jacob pisó el acelerador . Abrió las ventanillas y le puso Play a la música. Allí con el viento azotando mi cara y despeinando mis cabellos, me sentí libre como jamás me había sentido .
Después de recorrer trescientos kilómetros, Jacob decidió finalmente detener el auto. Se detuvo en el aparcamiento de un centro comercial, y mientras el llenaba el depósito de gasolina, todos corrimos al baño. En el momento en el que pude estirar mi cuerpo, pude saborear la gloria. Tenía todos los músculos contraídos y doloridos .
- Tenemos que compraros atuendos modernos - dijo Jacob cuando regresamos - Ahora mismo. Están comenzando a llamar la atención.
Nadie se negó. Era más que cierto que con aquellos atuendos éramos el centro de atención . Enfrente de la gasolinera estaban los almacenes más grandes de la zona.
- ¿ Qué es este sitio ? - preguntó Millard.
- Solo es una tienda - dijo Jacob - Muy grande.
Cruzamos la estructura de camino a la entrada y unas puertas automáticas de cristal se abrieron, provocando que Victor pegara un respingo aterrado.
- ¿ Qué, qué, qué es eso ? - gritó adoptando una pose de luchador .
- Es una puerta que se abre automáticamente cuando las personas se acercan - explicó Jacob.
- ¿ Y qué tienen en contra de los picaportes ? - preguntó Victor, molesto y avergonzado.
- Abrir con picaporte es engorroso si vas muy cargado - dijo Jacob - La gente suele comprar muchas cosas.
- ¿ Y para qué necesita alguien tantas cosas ? - pregunté sorprendida .
- Puede que estén comprando provisiones para un posible ataque aéreo - sugirió Enoch.
- Ya lo entenderéis luego - dijo Jacob.
Seguimos al ojiazul hasta el interior y nos detuvimos en seco, embargados por la impresión. Los pasillos se perdían a lo lejos y los estantes repletos de artículos reclamaban nuestra atención.
- Esta tienda no se parece a ninguna que yo haya visto - dije boquiabierta.
- Más bien parece el hangar de un zepelín - dijo Enoch.
Comenzamos a caminar por el inmenso lugar. Mis ojos viajaban con curiosidad de un lugar a otro y me encontraba cada vez más impresionada ante tantas cosas desconocidas. Compramos algo de ropa y algunos aperitivos para el camino. Recogimos las compras y fuimos a los servicios , donde nos cambiamos de ropa . Yo me sentía rara y fuera de lugar con aquellas prendas, pero no tenía más remedio.
- Parezco un hombre - dije cuando salí mientras me miraba en el espejo.
Llevaba puesta una camisa blanca y unos pantalones ajustados de color negro , acompañados de unos tenis blancos.
- Estás hermosa - dijo Enoch.
- Y moderna - agregó Emma .
Salimos del baño y cuando fuimos a salir por las puertas automáticas, un fuerte pitido de alarma empezó a sonar.
- ¿ Qué es eso ? - chilló Emma .
- Puede que no lo hayamos pagado todo - confesó Millard.
- ¿ Qué? ¿ Por qué ? - dijo Jacob horrorizado.
- Genio y figura hasta la sepultura - replicó Millard - Da igual, ¡ Corred !
Le arrebató el carro de compras a Jacob de las manos y echó a correr hacia el coche llamando la atención de todos los presentes. Nos abalanzamos al interior del vehículo con bolsas y todo. Jacob arrancó el auto y pisó el acelerador a fondo.
- Si te vas a saltar la ley, al menos hazlo con un poco de estilo, Millard - lo regañé - ¿ En qué estabas pensando ?
- Sabía lo de las cámaras - alegó Millard en su defensa - ¡ Nadie me habló de las alarmas !
- Después te daré un incentivo sobre robo - dijo Jacob.
-¿ Enserio ? - dijo el invisible emocionado.
- ¡ Claro que no !
Después de recorrer varios kilómetros de autopista a toda velocidad, nos desviamos por una pequeña carretera estatal, rumbo al corazón de Florida.
El sol estaba cada vez más bajo en el horizonte. Los bosques nos cercaban por ambos lados y en los claros que aparecían de tanto en tanto veíamos carteles que anunciaban campos de fresas, sustrato gratuito y bonos de fianza.
Unos kilómetros más adelante, pasamos junto a un desvaído cartel que anunciaba el Fantástico Reino de las Sirenas. Intrigados por aquello, decidimos echar un vistazo . Llegamos a un descampado salpicado de lánguidas carpas y, a lo lejos, unas construcciones de hormigón ligero que debían de albergar las oficinas o las dependencias del personal . Atravesamos el terreno de camino a las tiendas a pie y todo parecía desierto.
- ¿ Hola ? - gritó Victor.
Nos topamos con dos personas maquilladas como payasos. Había una mujer con una encrespada melena rubia que iba disfrazada de sirena.
- ¿ No sabéis leer ? - nos espetó la sirena - El parque está cerrado .
- No hemos visto ningún letrero - alegué.
- Si el parque está cerrado ¿ por qué vais disfrazados ? - preguntó Enoch.
- ¿ Disfrazados ? ¿ Quién va disfrazado ? - dijo la sirena agitando la cola - Largaos ¿ vale ? Estamos en reformas.
- Hemos leído un comentario sobre vosotros en la guía - dijo Emma .
- No parecemos en ninguna guía , cariño.
- Si - insistió la rubia - En planeta peculiar.
- ¿ De dónde habéis sacado ese libro tan viejo ?
- Lo encontramos - respondió Emma - Dice que aquí hay algunas cosas que ver.
- Aquí solo hay tres sirenas, un oso bailarín y un malabarista - dijo la mujer.
Dos personas más asomaron la cabeza por la esquina de la carpa, otro hombre maquillado como un payaso y una persona enfundada en un disfraz de oso.
- Podéis quedaros a cenar - dijo la sirena - Cena y espectáculo ¿ qué puede superar eso ?
- ¡ Una canción ! - respondió el segundo payaso y empezó a tocar el órgano portátil que llevaba atado a la cintura, mientras que la persona con disfraz de oso comenzaba a cantar.
De repente, mi cuerpo se sintió cansado y la música lente me provocó un terrible sueño.
- No podemos quedarnos - dijo Jacob arrastrando las palabras.
- ¿ Qué me está pasando ? - gemí con voz adormilada.
- Mi cabeza parece de algodón de azúcar - dijo Victor.
Hicimos nuestro mayor esfuerzo y echamos a correr . No nos intentaron detener, al menos no físicamente, pero alejarnos de allí nos costaba casi lo imposible. Abrimos las puertas del coche a toda prisa y Jacob arrancó el motor. Salimos disparados, sin ninguna intención de regresar a ese sitio.
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