· Especial ·


24 de diciembre de 2009

Las navidades en la Madriguera eran un completo caos desde que la familia había comenzado a crecer añadiendo nuevos miembros cada año. Desde Hope, la hija adoptiva de George y Emma, que ya tenía trece años, hasta Lucy, la hija menor de Percy y Audrey, que tenía dos años recién cumplidos, los primos Weasley contaban dieciséis.

Los dieciséis niños junto a los padres y los abuelos sumaban treinta y dos, y en las cenas familiares importantes, como la del día de nochebuena, llegaban a ser treinta y siete, porque siempre invitaban a Alfred y a su novia, Carol, y a Keira y Luna con su hija, Amélie.

Tenían que levantar una carpa enorme en el jardín de la Madriguera para conseguir meter a tantas personas en un mismo lugar, porque la casa se quedaba demasiado pequeña, y después se convertía en un dormitorio enorme para que toda la familia pasara la noche junta y al día siguiente pudieran abrir los regalos a la vez. A los primos les encantaba la navidad porque pasaban por lo menos tres días todos juntos jugando y haciendo fiestas de pijamas, pero para los adultos era casi una pesadilla, porque tenían que hacer demasiada comida, limpiarlo todo y asegurarse de que uno de los niños no saliera de repente volando por alguna de las travesuras que ideaban.

Los primos eran, en su mayoría, revoltosos. Hope y Victoire, las más mayores, eran también las  que intentaban organizar a todos los demás para hacer lo que ellas quisieran. Normalmente, trataban de convencerlos de representar obras de teatro en las que todos acababan enfadados por no conseguir el papel que querían. Cuando eso no funcionaba, pasaban a los juegos grupales que terminaban con niños llorando y otros revolcados por el fango.

La pesadilla de todos era el grupo de cuatro formado por las hijas de Fred, Eva y Georgia, la hija mayor de George, Vera, y la mediana de Bill, Dominique. Las cuatro tenían la misma edad y eran sumamente inteligentes, pero utilizaban su inteligencia para el mal. Vera era la de las ideas locas, Eva la que calculaba todo para que la idea loca no fuera extremadamente loca, Georgia era la que llevaba a cabo la idea y Dominique era la que pedía perdón de parte de las cuatro con su rostro angelical y su increíble capacidad de comunicación.

Las navidades anteriores, Georgia había salido despedida por la ventana del tercer piso con una manta enrollada alrededor del torso que estaba atada a otras tres sábanas. Vera había pensado que sería buena idea asustar a James y a Louis si de repente una de las primas aparecía volando por encima de sus cabezas y les robaba el tren de juguete que no les habían dejado probar. Eva fue la que calculó cuántas sábanas harían falta para sujetar a su hermana y que no se estampara contra el suelo cuando realizara el salto desde la ventana, Georgia fue la que, sin duda, se pidió voluntaria para saltar, y Dominique fue la que explicó entre lágrimas que todo había sido idea de James, que las había obligado a hacerlo.

Las cuatro terminaron castigadas, por supuesto, pero Ron jamás olvidará el momento en el que su sobrina de seis años cayó por la ventana sujeta por la colcha de su infancia y le robó el juguete a su otro sobrino y le dio con él en la cabeza como venganza. Bill, Fred y George tuvieron la audacia de felicitarlas por un plan tan magistral, y por eso se llevaron dos collejas cada uno de parte de Fleur y Bella, que no pudo comer nada durante la cena de nochebuena por el susto tras ver a su hija saltando desde la ventana al grito de "¡Toma esa, James!". Emma, por suerte, jamás se enteró, o George habría pasado varios días durmiendo en el sofá como castigo.

Después de James y Louis, llegaron casi a la vez Molly, la primogénita de Percy, Mason y Cedric, los gemelos de George, Rose, la primera de Ron, y Arthur, el segundo de Ginny. Las navidades de aquel año fueron una sucesión de gritos, llantos y pañales volando por los aires. Era una suerte que Charlie fuera buenísimo con los niños y fuera capaz de calmarlos acunándolos y contándoles historias sobre dragones. Todos los niños Weasley querían ser domadores de dragones como él, y Molly juraba que ellos serían los que la enterrarían con tantos disgustos.

Los tres más pequeños habían llegado hacía apenas un año: Lily, Hugo y Lucy. Aquellas navidades estaban empezando a andar y se lo pasaban en grande intentando subirse al lomo de Chopin, el Golden Retriever de Fred, que caminaba por la casa con la cabeza llena de pinzas de colores y el cuello envuelto en una bufanda vieja que había tejido la abuela.

Las vacaciones eran así en la familia Weasley. Días frenéticos con comida abundante, niños gritones y risas causadas por el vino cuando pasaba la hora de la cena. Era difícil sentirse angustiado por el paso del tiempo o por aquellos que faltaban en la mesa cuando había tantas personas poniendo de su parte para que aquel fuera un lugar feliz.

Emma casi siempre conseguía contagiarse de su felicidad.

Pero aquella mañana del 24 de diciembre de 2009, por más que lo intentaba, no lo conseguía. Era ya tradición acudir al cementerio aquel día, pero normalmente intentaba mostrarse fuerte ante los demás. George, Fred, Bella y Hope la acompañanan, como cada año.

El contraste de los gritos de la casa terminó en cuanto llegaron al cementerio, desolado en un día festivo como aquel. Habían acudido en coche, ya que Bella había aprendido a conducirlo porque Fred no podía aparecerse con la silla de ruedas. A ella no le importaba conducir; es más, le encantaba hacerlo, pero para los magos, el vehículo muggle era muy lento.

Las tumbas de Verónica, Maisie y Oliver les recibieron como cada año. Antes solían visitarlas más a menudo, pero aquel 2009 solo habían acudido el 2 de mayo, el aniversario de la batalla, y aquel mismo día.

Elegían aquel día porque siempre estaría marcado por sus amigos. Maisie y Oliver se habían casado el 24 de diciembre de 1996, cuando Hope tenía apenas dos meses. Verónica había perdido el alma a principios de diciembre, pero Emma había decidido ponerle fin al sufrimiento en la nochebuena de 1997, con un año de diferencia de la boda de sus amigos.

Emma, George, Fred y Bella odiaban y amaban esa fecha por partes iguales. Ambos recordarían el 24 de diciembre como el día en el que se habían besado por primera vez, pero desde la muerte de sus amigos todo había cambiado, y aunque lloraban desconsolados, a menudo lo hacían con una sonrisa en el rostro.

Cada año era más sencillo aguantar el día con entereza. Hope tenía trece años y no recordaba demasiado a sus padres, que habían muerto cuando tenía un año y medio, pero Emma y George se habían encargado de asegurarse de que supiera exactamente quiénes eran y de que nunca se olvidara de que habían sido ellos los que le habían dado la vida. La tumba de Oliver y Maisie era la misma, y en la foto que decoraba la tumba salían en el día de su boda. Oliver tenía el pelo despeinado por culpa de Fred y la corbata mal colocada, y Maisie, con su vestido blanco, sonreía de oreja a oreja, y su mirada parecía atravesar la imagen y mirarte directamente a los ojos.

Emma llevó la mano a la lápida y los vio el día del Baile de Navidad, dándose un beso muy discreto, bailando torpemente entre el resto de parejas.

—Lo siento muchísimo —murmuró sin apartar la mano—. Lo siento.

Bella colocó la suya encima del hombro de Emma y le dio un apretón. Habían intentado hacer comprender a Emma de todas las formas que lo ocurrido no había sido culpa suya. Habían pasado once años y seguía yendo a terapia, aunque cada vez con menos frecuencia. Ella también quería pensar que lo que había ocurrido no había sido culpa suya, pero en días como aquel se le hacía particularmente difícil creérselo, porque Hope tenía que visitar la tumba de sus padres y depositar flores para ellos aunque ni siquiera recordara el tono de sus voces o la risa contagiosa de su madre. No era justo.

—Em, ellos te querían mucho. Muchísimo. Lo sabes. Sabes que no quieren verte así.

Ella se enjuagó las lágrimas y asintió, pero no dijo nada, porque sabía que si ponía voz a sus pensamientos le dirían más cosas como aquella y ella tendría que fingir que se las creía y que servían de consuelo. Hope se agachó y la abrazó de lado, ganándose un beso en la mejilla de Emma. Juntas, dejaron flores de color rosa, el color favorito de Maisie, y un casco de guardián de Quidditch. Todos los años ponían uno nuevo, porque siempre solían deteriorarse con el paso del tiempo.

Emma dejó a Hope despidiéndose de sus padres y se acercó a la tumba de Verónica, en la que salía ella el día de la graduación, radiante con su túnica de Gryffindor y su insignia de Prefecta. La imagen que le devolvió la lápida al tocarla con la mano fue de Verónica en la Sala Común, tumbada y apoyando la cabeza en el regazo de Fred, mientras se reían de algo que había dicho Lee, que estaba de pie encima del sofá con dos plumas detrás de las orejas.

No podía controlar el llanto. Casi podía imaginarse a Maisie y a Verónica a su lado intentando consolarla. Maisie la abrazaría y sacaría un pañuelo con olor a violetas para enjuagarle las lágrimas, y Verónica fingiría estar muy enfadada y la regañaría diciéndole lo mal que le quedarían las dos bolsas en los ojos durante la cena de Nochebuena si no dejaba de llorar de inmediato.

Emma se sentó sobre una piedra y escondió la cara entre las rodillas, avergonzada por reaccionar así. Se suponía que era una adulta, madre de cuatro niños. Tenía 31 años, se suponía que debía comportarse de manera muy distinta, pero había días en los que se rompía y se permitía ser una chica de quince años otra vez que echaba de menos a su madre y a sus amigas y solo quería ocultarse del mundo exterior.

George se excusó un momento y se desapareció, probablemente en busca de Carol, la madre de Verónica y psicóloga de Emma, que estaba en la Madriguera con los demás ayudando a hacer la cena. Fred y Bella se acercaron a ella y se sentaron cada uno a un costado, y Fred la atrajo hacia sí para que llorara contra su pecho, mientras Bella acariciaba su mano para intentar tranquilizarla.

—Verónica diría que llorar es de feas —murmuró Emma sorbiéndose los mocos—. Y Maisie le diría que es una insensible. Oliver se reiría y diría que yo jamás podría estar fea.

Fred comenzó a reírse, y Emma notó que él también tenía lágrimas en los ojos, lo cual la consoló. Al menos no era la única que se ponía así en un día como aquel.

—Si llorar es de feas, yo soy la más fea del mundo —dijo Bella con una sonrisa—. Maisie jamás me llamaría insensible.

—No digas tonterías, eres la mujer más preciosa que hay —respondió Fred—. Después de mi cuñada, claro —añadió, dándole un beso en la frente a Emma.

—Pensaba que dirías que son nuestras hijas, pero bueno —dijo Bella riéndose—. Ya veo, ya veo.

Emma escuchó cómo Fred y Bella susurraban algo por encima de su cabeza, probablemente porque Fred estaría pidiéndole perdón y diciéndole que era la más guapa de todas, y Bella estaría fingiendo que no se lo creía.

Y eso le pareció precioso a Emma y entonces se puso a llorar todavía más.

—Os quiero muchísimo, chicos. Os quiero demasiado y vuestras hijas son un amor y cuidan de mi Vera y...

No podía ni hablar. Bella y Fred se miraron, claramente preocupados por el estado mental de Emma, que estaba llenando el abrigo de Fred de lágrimas. Escuchó que volvían a hablar en susurros y empezó a sentirse patética.

—Oye, Em...—comenzó Bella—. Últimamente... bueno, últimamente me he dado cuenta de que estás un poco... sensible.

—Siempre soy sensible, Bella —respondió ella intentando limpiarse la cara.

—Últimamente lo estás más —aseguró.

—Y anoche te encontré a las cuatro de la mañana comiéndote las galletas de mantequilla de mi madre —continuó Fred—. Te comiste ocho.

—Es que están muy buenas, no se lo digas a tu madre o me matará —imploró Emma. Aquello la hizo llorar más, pensando en cómo se enfadaría Molly si se enterara de que había sido ella la ladrona de las galletas y no los niños, como ella había asegurado.

—No te matará, Em, pero... ¿No te parece un poco raro? No es que vayas muy a menudo a robar comida de la nevera en mitad de la noche.

Emma se terminó de limpiar la cara y miró a sus cuñados con el ceño fruncido.

—Bueno, es que esta fecha me pone muy nerviosa y anoche no cené demasiado porque estaba pendiente de Mason y su fiebre y...

—Emma, ¿estás embarazada?

Emma se quedó desconcertada, mirando a su prima. Si estuviera embarazada lo habría sabido.

Cuando se quedó embarazada de Vera lo supo porque tuvo muchas náuseas durante los primeros meses, y se acordaba inevitablemente de la primera vez que lo había estado, durante la guerra. Con los gemelos fue más fácil, porque lo habían estado buscando y fue un test de embarazado lo que le dio el sí definitivo.

Pero ahora llevaba unos tres meses sin tener la regla y había pensado que se debía al estrés del trabajo y de tener que cuidar a los gemelos, que destrozaban la casa cada vez que se daba la vuelta.

Emma se miró el vientre y se dio cuenta de que había ganado unos cuantos kilos desde el verano. Sí que era cierto que últimamente compraba más chocolate que antes y se lo comía por las noches mientras leía, pero nunca habría pensado que podría deberse a un nuevo bebé. George y ella se cuidaban, no querían tener más hijos. Desde el principio habían querido solo dos a parte de Hope, pero los gemelos habían llegado de la mano.

Cerró los ojos, intentó tranquilizarse y buscó en el futuro.

Cuando los abrió, lloraba otra vez. Vaya, sí que lloraba. Sí que estaba más sensible de lo normal.

—Olivia —susurró—. Se va a llamar Olivia.

—¡Estás embarazada! —gritó Fred—. ¡Embarazada!

Emma se levantó y se llevó las manos al vientre.

—Ay, no.

No le dijeron nada a George cuando llegó con el Filtro de Paz, que Emma no se tomó por si acaso. Tampoco a Hope, cuando llegó tras despedirse de sus padres. Emma visitó también la tumba de Amelia, junto a la de su tía Eva, y pidió regresar a casa.

Como siempre, sabía ya la respuesta antes de hacerse el test de embarazo, pero que hubiera visto a una niña llamada Olivia en sus brazos no significaba que estuviera embarazada ahora, podría ser un poco más adelante.

Pero sí lo estaba. Bella, que estaba junto a ella mientras se hacía la prueba, ahogó un grito al ver el resultado.

—Enhorabuena, Em —susurró mientras la abrazaba.

—Ay, ay —decía Emma, mirando la prueba—. ¿Pero cómo puede ser?

Bella se echó a reír.

—¿De verdad quieres que te lo explique? Después de tres niños suponía que conocías el procedimiento.

Emma le dio un codazo. No estaba para bromas.

—¡Utilizamos protección! ¡Siempre!

—Bueno, a veces no funciona del todo. Hay pocas probabilidades, pero...

—¡Otra vez! ¡No me lo puedo creer! —exclamó—. ¡Los gemelos cumplen cuatro años pasado mañana! ¡Pensaba que ellos serían los últimos pañales que cambiaría!

Bella intentaba calmarla, pero Emma daba vueltas por el cuarto de baño, agitando la prueba por el aire, sin dejar de hablar.

—¡Soy la capitana de las Arpías de Holyhead! —continuó— ¡Si me quedo embarazada tendré que estar varios meses sin jugar!

Bella dejó que Emma se descargara. Por suerte, habían silenciado el cuarto de baño para que nadie se enterara.

—Bueno, sabes que puedes... Bueno, tienes opciones, Em.

—No... ¡Joder! —exclamó, dándole un golpe al armario de las toallas—. No sé si... George...

—El bebé lo tienes que tener tú, no George.

—Bueno, él tiene bastante que ver en esto, Bella. Además... Creo que es demasiado tarde. La última vez que me vino la regla creo que fue en septiembre.

—¿Estás de tres meses?

Bella le levantó el jersey a Emma y se quedaron mirando su vientre. Era muy sutil, pero sí que había un ligero cambio.

—Supongo que no hay nada que decidir. ¿Quieres que llame a George?

—Queríamos viajar a Argentina este verano —murmuró Emma, con la mirada perdida—. Queríamos renovar la habitación de los gemelos, es la tercera litera que rompen.

—Si es por dinero sabéis que Fred y yo os podemos ayudar, pero me extraña que tengáis problemas financieros con tu ascenso a capitana.

—No, no es por el dinero, es solo que... Bueno, no entraba en mis planes ser madre de cinco. ¡Cinco! —exclamó, echándose a llorar—. Por suerte, Hope está ya en Hogwarts y durante el curso no tengo que preocuparme por ella, porque sé que allí está bien, pero eso me deja con tres niños en casa y una en camino.

Bella se quedó en silencio, compadeciéndose de Emma.

—Olivia es un nombre precioso, tú eres una madre estupenda y a George le encantan los niños, tiene un don. Todo va a salir bien, Em. Ya tienes la experiencia, y el Quidditch va a seguir siempre ahí.

Emma se quedó llorando un rato más y luego le suplicó a Bella que robara una bandeja de galletas y se la trajera al cuarto de baño. Necesitaba ánimos aquel día, sobre todo un empujón muy grande para anunciarle a George que todo volvería a cambiar en sus vidas, y que el despacho iba a tener que convertirse en una habitación para uno más.

La carpa del jardín estaba iluminada por lámparas muggle que flotaban por el techo. Antes solían utilizar velas, pero Georgia casi se quemó el pelo dos navidades antes intentando saltar para robarlas, así que ahora intentaban no utilizar fuego cuando había niños cerca.

Habían terminado de cenar. Charlie y Alfred estaban en un rincón, tumbados sobre una manta enorme, fingiendo que dormían y no se daban cuenta de que los niños estaban pintándoles la cara, mientras que Bill y Bella tocaban el piano a la vez para entretener a la familia. Keira cantaba al ritmo de un villancico navideño y Luna bailaba con su hija Amélie en brazos, que iba vestida con un conjunto que la hacía parecer un bastón de caramelo muggle.

Emma estaba sentada junto a George. Él conversaba con Fred, Harry y Ron sobre el trabajo de los dos segundos, y todos habían bebido demasiada hidromiel y tenían las mejillas rojas y las miradas vidriosas, así que Emma estaba contando los minutos para darle la noticia. Bella intentaba tranquilizarla desde el otro lado de la mesa, asegurándole que no tenía nada de qué preocuparse, y Ginny y Hermione, que ya se habían enterado de lo que ocurría, parecían emocionadas por ver la reacción de George.

—¿Qué es exactamente lo que te preocupa? —le susurró Carol al oído.

Emma miró a la madre de Verónica y buscó su mano bajo la mesa, intentando encontrar algo que la anclara a la silla y le impidiera salir corriendo. Recordaba cuando, hacía dos navidades, Alfred había anunciado a sus dos hijas que estaba empezando a "verse esporádicamente" con una mujer. Las dos le habían apoyado sin dudarlo, porque hacía nueve años que Amelia había fallecido y Alfred era demasiado joven y demasiado buena persona para permanecer solo para siempre. Además, Amelia habría estado completamente de acuerdo con ello.

Cuando por fin confesó que aquella mujer con la que quedaba era Carol Bellamy, Emma se emocionó. En realidad, siempre había sospechado que se gustaban, y había mencionado el tema alguna vez durante alguna sesión con ella, pero Carol siempre había asegurado que estaba muy bien como estaba. Parecía ser que el tiempo la había hecho cambiar de opinión. O eso, o el encanto de Alfred, claro.

—Estoy embarazada otra vez —le susurró Emma con mucho cuidado.

Carol abrió la boca, sorprendida, y luego miró la barriga para ver si se notaba algo, pero con el jersey grueso de adornos navideños era imposible notarlo.

—¡Es maravilloso! ¡Vais a ser una familia grande y preciosa!

Emma sonrió y casi se pone a llorar, lo que hizo que Carol dejara de celebrar de inmediato.

—¿Qué pasa, cielo? ¿Acaso no...?

—No es que no quiera, es que no lo tenía planeado y... —suspiró—. Me hace mucha ilusión, no pienses que no, es solo que no me lo esperaba y este día está siendo una montaña rusa de emociones y...

—Has ido al cementerio, ¿no?

Emma asintió, con culpabilidad. Carol siempre le decía que evitara ir en un día como aquel, que Verónica preferiría que la visitara cualquier otro día normal y no el día de nochebuena, pero Emma jamás le había hecho caso. Quería visitarla aquel día porque se sentía culpable por ser tan feliz sin su presencia.

—Eres la paciente más cabezota que tengo —dijo Carol abrazándola de lado—. Por eso eres tan buena madre, y esta vez no va a ser la excepción.

—¡Me voy a poner enorme otra vez! —gimoteó Emma, intentando ser discreta, pero estaba comenzando a llamar la atención de los demás.

—¿No son gemelas no? Has dicho que era una niña.

—Es solo una. Creo.

—Entonces no vas a estar tan grande, no te preocupes. Además, mírate. Estás estupenda. Los embarazados no le hacen nada malo a tu cuerpo.

Emma suspiró. Bajo la ropa era otra cosa, claro, pero no quería empezar a hablar de su físico porque Carol la obligaría a aumentar la frecuencia de las sesiones y no tenía tiempo para eso. El sonido de una cucharilla contra la copa de cristal de George la sacó de sus pensamientos. Se había puesto en pie y miraba a todos, expectante.

—¡Familia! ¡Tenemos un anuncio muy importante!

Emma miró con preocupación a George y luego buscó a Bella y a las demás, preguntándoles con la mirada si ellas habían dicho algo, pero todas parecían igual de confusas que ella.

—Bueno, me disculpáis si no me levanto para hacer el anuncio, es que he comido mucho y se está muy cómodo aquí sentado —añadió Fred, fingiendo que tenía una barriga enorme tras comer tanto.

Bella puso la vista en blanco. A veces parecía que Fred se quedaba sin ideas para hacer más bromas sobre su silla de ruedas, pero entonces renovaba el repertorio.

—Mi hermano y yo estamos encantados de anunciar que...

—¡Sortilegios Weasley abrirá sus cinco primeras sedes internacionales en Estados Unidos, Canadá y Brasil! —terminó Fred.

Más tiendas. Más trabajo. "Más viajes de trabajo", pensó Emma. George la miró en busca de aprobación y encontró a su mujer mirando hacia la nada, pensando en un millón de cosas a la vez, por cómo aplastaba el envoltorio de un bombón contra la mesa. El resto de la familia celebraba la noticia. Arthur había sacado otra botella de champán para brindar, y Mason y Cedric se estaban empezando a subir a las sillas para saltar emocionados, porque ellos querían continuar con el legado de la tienda.

—¿Em? —llamó George, sacándola de sus pensamientos.

Bella le dio un pisotón debajo de la mesa y Emma reaccionó por fin, pero de la peor de las formas. Abrió la boca para felicitarles y de ella solo salió un gemido antes de empezar a llorar, mientras abría un nuevo bombón con nerviosismo.

—Fe...Felicid... ¡Felicidades, amor! Qué fan... tástica noticia, me alegro muchísimo —aseguró entre lágrimas.

—Vaya, cuñada, sí que se te ve alegre —bromeó Fred, ganándose un golpe de Bella.

—¡Estoy muy feliz! —dijo Emma, limpiándose la cara con la servilleta, mientras se comía el bombón—. Son lágrimas de felicidad.

—¿Amor? —repitió George, intentando averiguar qué le pasaba.

—Emma, tesoro, ¿te encuentras bien? —preguntó Molly acercándose a ella para reconfortarla.

Emma se tapó la cara con las manos para intentar esconderse momentáneamente. Solo notaba la mano de George en su rodilla, acariciándola en círculos, visiblemente preocupado por lo que fuera que le pasaba.

Sabía que George era un padre maravilloso y que Emma no podía hacer nada que a él pudiera parecerle mal, pero la niña iba a llegar en un momento muy poco oportuno si iban a abrir cinco tiendas nuevas. Él apenas estaría en casa durante los próximos meses y ella tendría que hacerlo todo sola. Tendría que salirse del equipo, seguramente, y entonces George se sentiría culpable.

—Em, me estás preocupando, por favor. ¿Qué te pasa? —le susurró con súplica al oído—. Por favor.

Emma cogió aire y decidió acabar con el sufrimiento. Total, no era como si pudiera esconder la barriga dentro de unos meses. Metió la mano en su bolso y sacó una cajita envuelta en papel de regalo y se la dejó a George encima de la mesa.

—Ábrelo —murmuró, con la voz quebrada.

La familia se había quedado en silencio. Los niños se habían congregado alrededor de la pareja, intentando ver qué ocurría. Ron se había quedado blanco, como si estuviera intentando averiguar si en una caja de este tamaño y forma cabían unos papeles de divorcio, o algo similar, y Harry miraba a Emma con el ceño fruncido.

George retiró el papel rápidamente, porque estaba demasiado nervioso como para hacerlo de otra forma, y al levantar la tapa se encontró con un chupete de caramelo picante de los que vendían en Sortilegios Weasley y unos zapatitos diminutos de bebé.

Molly ahogó un grito y se tapó la boca con las manos, mientras sus ojos mostraban un rango de emociones desde la sorpresa hasta el terror. Ron casi se atraganta con el champán y varios de los niños empezaron a gritar, aunque Emma solo podía escuchar el grito de Vera, secundado por Eva y Georgia.

George miraba el paquete con cara de póker. Fueron quizás tres segundos, pero para Emma fueron eternos, mientras se acordaba de los otros dos partos y de las noches sin dormir.

Pero todo terminó cuando George se llevó las manos al pelo y exclamó con sorpresa.

—¿Esto es verdad, Em?

—¿Estás embarazada? —preguntó Keira con Lily en brazos.

—Sí —murmuró Emma—. De tres meses. Me he enterado hoy.

Emma fue arrollada por George, que la abrazó de lado y procedió a levantarla del asiento y alzarla por los aires.

—¡Otro niño! —exclamó—. ¿Estás segura?

—Sí —asintió lentamente, arrugando la barbilla—. Una niña.

—¡Una niña!

La familia volvía a celebrar, pero ahora con mucha más emoción, porque el año que viene serían uno más. George seguía alzando a su mujer por los aires sobre sus brazos, celebrando, y luego acercó la cara a su barriga y le dio un beso.

—¿No te has enfadado? —preguntó Emma en un grito, ya que todos estaban celebrando y era difícil escuchar por encima del ruido.

—¿Cómo me voy a enfadar? ¡Me vas a dar otra niña! ¡Vamos a ser papás otra vez, Em!

—Pero las nuevas tiendas...

—Las tiendas pueden esperar unos cuantos meses, cuñada. Olivia es más importante —aseguró Fred, pasando un brazo alrededor de los hombros de Bella.

—¿Olivia? —preguntó George—. ¿Lo has visto?

—Olivia por Oliver —respondió Emma, enjuagándose las lágrimas otra vez.

—¡Olivia! —gritó George—. ¡Se llamará Olivia!

George acercó a Emma una vez más y ella vio que tenía los ojos humedecidos. Volvía a tener la misma felicidad en la mirada que el día en el que hizo reír a Hope por primera vez cuando la niña llevaba semanas llorando porque no entendía dónde estaba sus padres. La misma que el día en el que sujetó en brazos a Vera por primera vez, cuando reía al ver su pelo rojo junto a los ojos verdes de Emma. La misma que el día en el que se despertó por la mañana y tenía a Mason a un lado durmiendo y a Cedric al otro, los dos con la boca abierta y babeando sobre su pecho.

—Te quiero, Emma. Te quiero más que a nada en el mundo —le susurró mientras los demás vitoreaban a su alrededor.

—Te quiero, George —respondió ella con el pecho hinchado de felicidad—. Mucho.

—Este es el mejor regalo de navidad que he tenido jamás, después de ti.

¡Feliz Navidad!

Edición: originalmente subí este especial el 25 de diciembre de 2020, pero al reeditar la historia lo subo hoy, 16 de marzo de 2023. Nada que ver con la navidad, pero bueno jajaja.

Hacía tiempo que tenía pensado subir algo por Navidad para agradeceros todo, aunque no lo tenía claro porque no sabía qué subir, pero esta última semana están subiendo mucho las visitas y las estrellas y estoy demasiado feliz, así que tenía que ser algo especial.

Sé que no es demasiado y que no añade más a la historia, pero es un momento feliz y se puede ver cómo viven George y Emma siendo papis y cómo están los demás.

Y bueno que quería agradeceros porque esta semana hemos superado las 45.000 lecturas, los 4.500 votos y los 16.000 comentarios. Además, esta historia hoy es la n°1 en el ranking de historias de George Weasley.

Edición: vamos por 205.000 lecturas 😳

Gracias. Este año ha sido raro y estas navidades no saben a navidades, pero vosotras habéis hecho que todo valga un poco más la pena. Gracias por leer esta historia y gracias por hacerme sonreír a través de la pantalla aunque ni siquiera sepa quiénes sois.

Os quiero mucho y os espero en la historia de Bella, que este domingo tendremos un capítulo MUY especial 💙

Que el 2021 sea todo lo que deseáis 💙

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