Capítulo 7 · Riddikulus ·




Emma había decidido dar por perdida la oportunidad de conciliar el sueño aquella noche, o al menos, de hacerlo en las próximas horas. Había estado al borde de conseguirlo; recostada en su cama con los ojos cerrados y el pijama ya puesto.

Sin embargo, había tenido otra visión, una mucho más vívida que las anteriores, y su cuerpo todavía se sacudía ligeramente por el susto. Las otras visiones habían ocurrido tras rozar con las manos algo relacionado con la visión, pero esta vez había ocurrido sin más, y Emma estaba segura de que no se había tratado de un sueño por lo real que había sido.

Lo primero que había observado era el lomo de una criatura blanca con las alas extendidas. Ella estaba aferrada a sus plumas con fuerza para no caerse. Bajo ella, podía observar una extensión de agua muy similar al Lago Negro. No tuvo que esforzarse demasiado por comprender que la criatura sobre la que volaba era un hipogrifo, porque había visto alguno con anterioridad. Sin embargo, al fijarse mejor en sus manos, se dio cuenta que en realidad no las reconocía. Su punto de vista cambió y comenzó a ver la imagen desde lejos, desde donde se observaba sin problemas a la persona que volaba sobre el lomo de la bestia: Harry. El chico abría los brazos para dejar pasar el aire alrededor de ellos, con un grito de júbilo.

A pesar de que la visión era claramente feliz, Emma había sentido exactamente lo mismo que Harry al volar por el aire, y no era una sensación que esperaba sentir un jueves por la noche mientras intentaba dormir. Tenía ahora el corazón acelerado por la adrenalina y le parecía que el frío de estar a tantos metros de altura le había calado los huesos.

Así que se había bajado a la sala común, solo porque necesitaba calentarse frente a la chimenea y porque, para ser sinceros, la hacía sentirse muy acompañada. De nuevo, aquel lugar parecía tener el nombre de su madre marcado por las paredes, y era casi como si pudiera notarla ahí sentada junto a ella envuelta en la misma manta.

Había bajado su walkman no-maj para escuchar un poco de música. Era su posesión más preciada, pues sus amigos habían conseguido encantarlo para que pudiera funcionar a pesar de las restricciones del castillo contra la tecnología no mágica. Se había puesto canciones que le recordaran a momentos pasados con el fin de no pensar en el presente, hasta que una voz la sacó de sus pensamientos.

—¿No puedes dormir?

Emma reconoció la voz de George sin necesidad de mirarle, pero aún así se giró para observar su llegada. Iba vestido con un pijama viejo de color verde oscuro, y se había puesto una chaqueta de algodón por encima para protegerse del frío otoñal. Ella se enrolló todavía más en su manta, pues él nunca la había visto en pijama y se sentía ligeramente avergonzada.

El chico se dejó caer a su lado, apoyándose en el reposabrazos del sofá y colocando una mano sobre el respaldo con naturalidad. Emma notaba su brazo por detrás de ella, a la altura de su cabeza, y se dio cuenta de lo extraño que le pareció sentirse tan cerca de él.

Es su brazo, Emma. Su brazo. No es para tanto.

Sin embargo, estaban solos. Aquello era nuevo, pues siempre se encontraban rodeados de alguien más, ya fueran otros estudiantes o sus propios amigos. Ahora no había nadie, solo se escuchaba el crepitar del fuego y el viento en el exterior, que aullaba fuertemente agitando las hojas de los árboles.

Su corazón se aceleró ante la perspectiva de hablar con él de tú a tú, como si no lo hubieran hecho nunca. Como si George fuera de repente un desconocido para ella y no una persona que conocía desde hacía casi un mes y con quien había hablado diariamente desde entonces.

—No, no puedo. ¿Tú tampoco?

Su voz sonó muy calmada a pesar de que sentía que estaba tiritando, no sabía si de frío o de nervios. Él negó, moviendo la cabeza de un lado a otro antes de encogerse de hombros. Emma le observó de perfil, aprovechando que él pareció perderse en sus pensamientos mirando el fuego.

De lado, George no tenía mucho que ver con Fred. Tal vez fuera porque Emma pasaba muchas horas junto a ellos, pero ya empezaba a notar las diferencias entre uno y otro y cada día le parecían más distintos entre sí. La nariz de Fred era más pequeña que la de su hermano, y los labios de George eran más alargados. El pelo era similar, aunque tenían remolinos en lados contrarios de la cabeza.

Su voz sí era distinta, al menos para quien los escuchara hablar a los dos todo el rato. A Emma ya no conseguían engañarla haciéndose pasar el uno por el otro.

George se giró de repente y Emma llevó la vista hacia sus manos, que sujetaban el walkman distraídamente. George llevó también la mirada hacia allí y frunció el ceño al observar el aparato y los hilos que lo conectaban a las orejas de su amiga.

—¿Qué es eso?

—Es un Walkman. Es un reproductor de música no-... muggle.

Evitó decir "no-maj" porque tanto él como Fred y Lee se dedicaban a molestarla —tras darse cuenta de que podían hacerlo desde el humor y con su consentimiento— con su acento de Estados Unidos y sus palabras distintas a las del inglés británico. George tomó el aparato con genuino interés y le dio varias vueltas para mirarlo por arriba y abajo. A sus ojos, no era más que una cajita azul con botones de colores y una ranura que él no sabía que era para insertar una cinta.

—Mi padre colecciona objetos muggles —explicó Emma, sin añadir que a ella también le gustaba hacerlo—. Este es mi favorito, sin lugar a dudas. Sirve para escuchar música, directamente desde la cajita a tus oídos.

George asintió lentamente, comprendiendo por fin lo que significaban aquellos hilos.

—Mi padre también colecciona cosas muggles —contestó él, tocando uno de los botones y haciendo que la música a bajo volumen parara de sonar—. ¿Y cómo funciona sin magia?

Emma pulsó el botón que abría la ranura para mostrarle la cinta que había en su interior. Era un recopilatorio grabado por ella y su amiga Cora, que era nacida de muggles y se le daba genial todo lo relacionado con la tecnología.

Le entregó un auricular a George y, como él parecía confundido, Emma lo volvió a coger de entre sus dedos y se lo introdujo en el oído. Apretó al botón de play. Freddie Mercury comenzó a cantar Another One Bites The Dust en sus oídos. Emma sonrió al reconocer la música de su grupo favorito. Levantó la vista para observar la reacción de George, que había abierto los ojos con sorpresa, sujetando con fuerza el auricular contra su oreja para poder escuchar mejor. Pasados los primeros segundos iniciales, su cabeza comenzó a moverse al ritmo de la canción.

—Eso ha sido una auténtica pasada —murmuró, pestañeando sin parar por la emoción.

—Has tenido el placer de escuchar a Queen, mi grupo favorito.

—El cantante tiene una voz impresionante.

—Sí, la tenía. Murió hace un par de años, fue una gran pérdida —se lamentó Emma con un suspiro.

La siguiente canción que comenzó a sonar fue la mítica Highway to Hell. Le traía recuerdos de sus amigos saltando encima de las camas de la habitación de los chicos en Ilvermorny uno de aquellos días en los que Emma estaba especialmente decaída. Pensaba que George la reconocería, puesto que era una canción muy famosa, pero él parecía tan sorprendido como lo había estado con Queen.

—¿No la conoces?

Cuando Emma observó a su amigo, apreció la que debía ser su aura, de color amarillo suave. Delineó los bordes con su mirada, intentando concentrarse en la nube para que no se perdiera de su campo de visión.

— ¿Debería? En La Madriguera no tenemos estas cosas.

- ¿La Madriguera? —preguntó Emma extrañada. ¿Qué tenían que ver los conejos con escuchar música?

—Mi casa. Se llama La Madriguera.

Aquella era una de esas ocasiones en las que Emma no sabía si George le estaba tomando el pelo o no, como aquella vez que se presentó ante ella como Georgino. Sin embargo, solo asintió, pues de nuevo no quería faltarle al respeto en caso de que no fuera una broma, y continuó mostrándole algunas de sus canciones favoritas.

—Esta se llama Till There Was You, y era la favorita de mis padres. Salía en el vídeo de su boda.

—Es... es muy bonita —susurró George. No quería hablar alto para no poner su voz por encima de la del cantante.

A Emma se le llenaron los ojos de lágrimas otra vez. No tenía que haber dicho nada sobre sus padres, pero no podía evitar pensar en ellos, bailando entre todos sus seres queridos en aquel salón decorado de color azul. A Keira y a ella les encantaba ver aquel vídeo cuando eran pequeñas, fingiendo que eran sus propios padres bailando en el día de su boda.

La canción terminó y dio paso a Billy Jean, de Michael Jackson. George, que había observado cómo el ánimo de Emma había decaído tras la mención de su madre, se dejó llevar por el ritmo de la música y se levantó, llevándose sin querer a su amiga con él por el tirón que dio con los auriculares.

Sin embargo, lejos de disculparse por el empujón, tomó a Emma de la mano y le hizo dar una vuelta sobre sí misma antes de ponerse a bailar torpemente. Ella tardó un par de segundos en reaccionar, todavía apesadumbrada por el recuerdo, pero el rostro de George, torcido en una mueca que tenía toda la intención de hacerla reír, consiguió precisamente aquel efecto en ella y pronto ambos estaban bailando sobre la alfombra de la sala común. Cualquiera que llegara, incapaz de escuchar la música porque solo se reproducía en sus oídos, pensaría que se habían vuelto completamente locos.

Pero no habrían sabido que Emma estaba tan feliz en ese momento que poco le importaba lo que otros pudieran pensar de ella. Se movía al ritmo de la canción de los ochenta y trataba de taparse la boca para no despertar a nadie con sus carcajadas. George hacía unos movimientos tan ridículos que era imposible no reírse escandalosamente, y el halo de luz amarilla a su alrededor hacía resplandecer aún más sus ojos azules.

Su aura.

La canción terminó con ambos exhaustos, tanto que George había tirado su chaqueta en algún momento de la canción por no poder soportar el calor. La siguiente canción que sonó era la favorita de Emma: I Want to Know What Love Is, de Foreigner.

—Esta es mi favorita.

George no dijo nada. Simplemente asintió. Habían vuelto a sentarse en el sofá para descansar, y la distancia que los separaba ahora era menor a la de antes de bailar sobre la alfombra. George estaba de nuevo sobre el reposabrazos, y ella estaba tan cerca de él que, si otra persona quisiera sentarse entre los dos, tendría que hacerlo con un poco de esfuerzo. Emma se mordió el labio inferior con nerviosismo, como si estuviera esperando su aprobación. No sabía si se sentía a gusto compartiendo aquella información con él, puesto que, a pesar de que se trataba de una canción muy famosa, casi tenía la necesidad de guardarla para ella misma por el significado que tenía para ella.

Pero la sonrisa de George le confirmó que le había gustado con creces la canción, y entonces, el nerviosismo por su aprobación cambió a una ansiedad creciente por lo que decía la letra de la canción.

Quiero saber lo que es el amor. Quiero que tú me lo enseñes.

Tragó saliva sonoramente y miró hacia otro lado, intentando restarle importancia a aquello, como si las palmas de las manos no le hubieran empezado a sudar. George había enrollado el cable de los auriculares en uno de sus dedos y escuchaba atentamente. Al contrario que a Emma, a él no le costaba mirarla a los ojos al escuchar esa canción.

Qué atrevido es.

O a lo mejor es que a él no le supone ningún problema porque no piensa en mí de otra forma.

Esa fue la primera vez que el corazón de Emma dio un vuelco al pensar en George Weasley. Si antes le sudaban las palmas de las manos, ahora tenía la certeza de que pronto empezaría a notarse la transpiración en su camiseta.

No, nunca había sentido unos nervios como esos al mirar a otra persona, y eso era tan extraño como conocer a alguien por primera vez. Solo tenía ganas de buscar a sus amigos de siempre y contárselo, igual que ellos le habían contado otras veces cada vez que alguien les había llamado la atención de la misma manera que ahora se la llamaba George.

Emma tragó saliva, intentando ver cómo podía librarse de aquella situación lo más pronto posible. Se suponía que había acudido a la sala común para relajarse y ahora estaba mucho más nerviosa que antes. George pareció percibir que se había quedado completamente frenada, en lugar de balancearse al ritmo de la música.

Y entonces miró al suelo, como si de repente estuviera escuchando la canción de verdad y no solo de fondo.

Sus labios se tensaron. Sus cejas hicieron un ligero movimiento. Emma se vio obligada a mirar hacia cualquier otra parte, porque de repente, todos sus gestos le parecía que tenían doble sentido.

—¿Y cómo es que no puedes dormir? —La voz de Emma sonó ligeramente rasposa, obligándola a carraspear justo después.

Genial, eso no ha sonado raro en absoluto.

Ella bajó el volumen poco a poco para darle prioridad a la conversación.

—Me he quedado dormido después del entrenamiento y ahora no tengo sueño.

Emma sonrió. Claro, no había nada que preocupara a George y le impidiera dormir. Era solo que había descansado demasiado.

—¿Y tú? ¿No te has quedado cansada después de hacer todas esas piruetas sobre la escoba?

—¿Piruetas?

—Por supuesto, ¿o cómo llamas tú a eso que haces cuando te quedas colgando de un brazo para coger la quaffle y luego te vuelves a montar en la escoba de un salto?

—Talento —respondió ella con voz burlona. Esta vez fue él quien se rio.

George tenía una risa bonita. Solía sonreír y solía hacer a los demás llorar de las carcajadas, pero él no se reía tanto. Solo sonreía satisfecho. Emma había conseguido hacerle reír en varias ocasiones y ahora, de repente, se sentía muy orgullosa por aquello.

—Si quieres te enseño.

No supo por qué, pero se arrepintió al instante de haber dicho aquello. No quería que aquella invitación tuviera un doble sentido en absoluto, y quizás él no se lo viera porque no estaba pensando lo mismo que ella, pero ahora no podía evitar pensar que la iba a descubrir.

—Por favor —pidió él—. No me vendría mal que me enseñaras algún truco.

—Trato hecho —respondió ella antes de morderse el labio, maldiciéndose por pensar mal.

—No, no es un trato, porque yo no te he ofrecido nada a cambio.

Emma se giró hacia él y vaciló al ver cómo la miraba con una media sonrisa. No sabía si intentaba insinuar algo o simple e inocentemente quería devolverle el favor. Con George jamás se sabía.

—¿Qué me puedes ofrecer, George? —susurró ella con una ceja levantada.

El pelirrojo se humedeció los labios y miró alrededor de la sala común. Tras comprobar que seguían solos, como si tuviera miedo de que alguien hubiera aparecido mientras escuchaban música, se deslizó por el reposabrazos hasta caer sentado justo al lado de Emma, tan cerca que ella tuvo que moverse un poco hacia la derecha para dejarle espacio.

George pasó un brazo por detrás del cuello de Emma y lo dejó reposado sobre el sofá, sin llegar a tocarla, pero dejándola con el sentimiento de que estaba, en parte, rodeada por él. Ella le miró y vio que él sonreía con los ojos entrecerrados. Le había visto en otra ocasión poner aquella cara.

Cuando le había pillado por los pasillos con otra chica.

Los ojos del chico se pusieron durante un segundo sobre los de ella y Emma se temió lo que iba a ocurrir. Casi se le olvida respirar al darse cuenta de que no le importaba. No le importaba en absoluto si aquel chico decidía besarla. De hecho, si quisiera hacerlo, sería bienvenido.

¿Pero es lo mejor?

Sabía que no. Sabía que los únicos otros besos que había dado no habían sido especiales en absoluto porque habían sido apresurados y desprovistos de sentimiento. Con George sí que había algo, era plenamente consciente, por muy pequeño y novedoso que fuera. Pero no sabía si quería que se desarrollara de aquella forma.

Él ha besado a otras chicas. No le da ninguna importancia.

¿Y si yo soy otra de esas?

Prefiero ser solo su amiga.

—¿Qué estás intentando hacer, George?

—¿A qué te refieres? —Él no se movió ni un milímetro, ni alteró su expresión. Fingió total desconcierto, lo que se ganó un bufido de Emma.

—Te he visto con otras chicas. Sé qué cara pones antes de...

—¿Antes de qué?

—Antes de intentar hacer algo con ellas —finalizó Emma con una sonrisa de triunfo mientras se cruzaba de brazos y giraba la cara.

George fingió sentirse insultado por lo que acababa de decir e hizo una mueca, pero no dejó de sonreír en ningún momento y Emma sabía que él había pillado la indirecta. Cuando Emma tragó saliva, le pareció que podía escucharse por toda la habitación.

—Disculpa, ¿acaso estás insinuando que quiero algo contigo?

—¿Miento?

George volvió a soltar una carcajada y Emma le tapó la boca con las manos, ya que si les escuchaba alguien podrían pillarles y mandarlos de nuevo a sus habitaciones. Si era Percy quien les escuchaba probablemente le quitaría 20 puntos a Gryffindor por su culpa. Emma apartó las manos cuando George se dejó de reír y se quedó mirándole.

—No salgo con tantas chicas, por cierto —aclaró él unos segundos después—. No sé quién te ha dicho eso, pero no es verdad.

—Me lo dijeron las chicas, precisamente —respondió ella—. Y tu hermano lo confirmó.

—Mi hermano está celoso —bufó él, poniendo los ojos en blanco—. Porque a él le cuesta más hablar con chicas.

—Yo no veo que tenga ningún problema en hablar conmigo.

George dejó escapar todo el aire por la nariz y miró hacia otro lado, con una sonrisa que escondía algo más.

—Supongo que será porque soy su amiga —continuó Emma—. O al menos, yo me considero vuestra amiga, claro.

—Lo eres —aseguró él, girándose para mirarla a los ojos y confirmárselo—. A mí me has caído bien, la verdad. Pero tampoco te lo creas demasiado.

—¿Cómo he de tomarme eso? ¿Acaso es un honor ser amiga tuya?

—Obviamente —contestó George, haciendo una cara graciosa—. ¿No has visto cómo te miran los demás? Claramente sienten envidia de que compartas pupitre con el sexy y valiente George Weasley.

—Ah, perdona, según me habían contado, me tenían envidia por mi belleza e inteligencia y porque todos los chicos me miran —respondió ella tirándose el pelo hacia la espalda con gracia, al igual que hacía Isabella O'Connor.

—Oh, disculpe, hermosa diosa de la belleza y la inteligencia —bromeó George cambiando el tono de voz—. Más he de discrepar, pues las oigo suspirar al verme por los pasillos pasar.

—Qué rima tan mala —se rio Emma, llevando la vista al cielo—. ¿No decías que en realidad no salías con tantas chicas?

—Bueno, eso no quita que se derritan al ver este cuerpo —replicó, haciendo una seña hacia sus pectorales—. Que tú no seas capaz de apreciar mi hermosura, no significa que no esté ahí.

¿Que no?

—Bueno, lo mismo digo. Siento que tú no sepas ver lo que los otros chicos parecen ver en mí —se encogió de hombros y se cruzó de piernas—. Por si no te has dado cuenta, Harry casi se atraganta con el zumo cuando le he sonreído esta mañana.

—No he dicho que no vea lo que ven los demás —rebatió George poniéndose de pie—. Y Harry no es tonto, sabe apreciar a una chica guapa.

Emma se quedó mirando cómo George se acercaba a las escaleras de las habitaciones de los chicos con el ceño fruncido. George se giró y sonrió, con aquella sonrisa malvada que tanto le caracterizaba.

Ay, no, Emma.

Es tu amigo.

—Buenas noches, oh, ¡diosa de la belleza! —exclamó con sarcasmo George antes de desaparecer por las escaleras tras hacer una falsa reverencia—. Y gracias por la sesión de música "no-maj".

—Buenas noches, George—susurró ella cuando se quedó sola.

Piensa que soy guapa.

Al día siguiente, tuvo lugar una de las clases de Defensa contra las Artes Oscuras más intensas que Emma recordaría jamás. Tan solo le había bastado con un par de clases con el profesor Lupin para cerciorarse de que era un magnífico profesional en el campo, pero parecía dispuesto a superarse cada día más.

Los alumnos estaban plantados frente a un enorme armario de madera en mitad de la clase. Los pupitres y las sillas habían quedado separadas, pegadas a la pared del aula para dejarles espacio. El armario se sacudía frente a las atónitas miradas de los estudiantes, que buscaban los ojos de los demás para comprobar si estaban tan asustados como ellos.

—¿Hay alguien que se atreva a adivinar qué hay ahí dentro?

—Es un Boggart, señor —respondió una alumna de Ravenclaw con seguridad.

—Muy bien, señorita Wonks. ¿Podría decir qué aspecto tiene un boggart?

—Nadie lo sabe —contestó tras carraspear—. Los boggarts cambian, adoptan la forma de lo que una persona en particular más teme. Eso hace que sean...

—Seres aterradores —terminó el profesor Lupin—. Por suerte, tenemos un sencillo encantamiento para repeler a un boggart. Pongámoslo en práctica. Digan conmigo: "¡Riddikulus!".

—¡Riddikulus! —repitieron todos a la vez.

—Muy bien. Sin embargo, no solo basta con el encantamiento. Lo que realmente acaba con un boggart es la risa.

—No hay problema, entonces —susurró Lee acercándose a los dos gemelos y pasando los brazos por encima de sus hombros.

—Tenéis que obligarle a que adopte una forma que vosotros consideréis graciosa. Me explicaré. A ver... —miró por la clase en busca de algún alumno—. Señorita Thorburn, ¿serías tan amable, por favor?

Maisie tragó saliva y dio un paso al frente. Lupin se acercó a ella y colocó las dos manos tras la espalda, esperando a que ella se sintiera más confiada.

—A ver, ¿qué es lo que más terror te provoca?

—Pues... —Maisie se quedó pensativa, pero enseguida pareció recordar algo que le hizo dar un pequeño saltito—. Sirius Black.

El profesor Lupin se quedó unos segundos callado, como si supiera algo que los demás no sabían, y luego asintió. A Emma le pareció ver un amago de sonrisa, pero no dijo nada al respecto.

—Bien, Sirius Black. Cuando salga el boggart —explicó, haciendo una señal hacia el armario—. Quiero que te imagines una forma de ridiculizarlo. Tienes que tenerlo muy claro en la mente cuando lances el hechizo, ¿de acuerdo?

Maisie asintió, no demasiado segura. Sacó la varita del bolsillo de su túnica y se quedó esperando. Verónica, junto a Emma, se llevó los dedos hacia los dientes para morderse las uñas con nerviosismo. El profesor Lupin apuntó con su varita hacia el armario y el pomo de la puerta hizo un "click" antes de abrirse.

Aquel hombre del que todos hablaban, al cual Emma solo había visto en un periódico, salió del armario. Era un hombre de unos cuarenta años, vestido con el uniforme de preso de Azkaban hecho jirones, el pelo enmarañado y lleno de nudos y los ojos cargados de rabia. Miró a Maisie y comenzó a reírse de manera nerviosa, como si fuera a atacarla dándole un mordisco.

Maisie frunció el ceño, respiró hondo y gritó:

—¡Riddikulo!

Riddikulus —le recordó el profesor Lupin, sin alterar su tono de voz para no asustarla.

—Rid... —Maisie tragó saliva. El hombre se acercaba cada vez más a ella, arrastrando una pesada cadena con cada paso—. ¡Riddikulus!

Lo que antes era un uniforme de preso, ahora, frente a los ojos de todos, se había convertido en un bañador rojo de mujer. Su pelo enmarañado estaba ahora recogido en dos bonitas trenzas con lazos blancos en los extremos, y en las mejillas tenía dibujados dos corazones de color rosa.

Toda la clase comenzó a reírse cuando Sirius Black hizo lo que pudo por taparse la entrepierna. El profesor Lupin se reía también junto a los alumnos, para después felicitar a Maisie y ordenar a los estudiantes que formaran una fila para enfrentarse a sus boggart.

Los miedos de la clase eran de lo más variados; desde arañas y bestias salvajes a auténticos monstruos surgidos de las más aterradoras pesadillas. Tanto George como Fred compartían a Lord Voldemort como temor, pero ambos salieron airosos de la prueba: George convirtió la cabeza de Voldemort en una bombilla, y Fred lo convirtió en una alfombra aplastada contra el suelo de madera.

El boggart de Verónica se había convertido en algo que a Emma le había erizado el cabello de la nuca. Aparecieron dos figuras amorfas, que poco a poco iban adoptando forma humana hasta representar una pareja. No tenían rostro, y el color de su piel era más bien grisáceo, como si fueran dementores.

Sus manos estaban iluminadas con llamas, y las extendían en dirección a Verónica, que lejos de mostrarse aterrada les observó con furia. Su riddikulus los convirtió en marionetas que quedaron colgando de hilos que los hacían bailar de manera estrafalaria. Emma miró a su amiga con desconcierto. Aquel boggart era ciertamente aterrador.

—Películas muggles —bufó, llevando la vista al techo—. Se inventan cosas horribles.

El turno de Emma llegó casi al final de la clase. No estaba segura de en qué se transformaría el boggart cuando se pusiera frente a él, pero se estaba mentalizando para hacerse entender que fuera lo que fuera, no era real. Esperaba con todas sus fuerzas que no tuviera nada que ver con su recién descubierto don, porque no quería que nadie se enterara.

El boggart de Lee, una enorme serpiente que ahora soplaba un matasuegras, comenzó a empequeñecer hasta quedarse tumbado en el suelo frente a Emma. Y entonces se convirtió en la peor imagen que Emma jamás habría podido imaginar.

El cuerpo sin vida de Alfred Blackwood apareció en mitad de la clase. Tenía marcas de neumático sobre el estómago, y estaba recostado encima de un charco de sangre que se extendía en dirección a Emma. Ella gritó con todo el aire que tenía en los pulmones, tirándose hacia atrás con verdadero espanto.

Toda la clase reconoció al profesor Blackwood al instante, y pronto comenzaron a escucharse gritos de verdadero horror. Como Emma tardó en reaccionar, el boggart siguió tratando de traumatizarla y comenzó a disminuir de tamaño. Emma apuntó hacia el cuerpo; la mano le temblaba tanto que la varita se le cayó al suelo con un golpe seco al reconocer a la pequeña Keira sobre el suelo.

Nunca había imaginado cómo había muerto su madre. Al menos, no lo había hecho de manera consciente, aunque tal vez sí hubiera aparecido en sus pesadillas y Emma hubiera decidido suprimirlo de sus recuerdos. Sin embargo, la imagen estaba ahí, frente a sus ojos, y era tan terrorífica como cabría esperar.

Nadie hablaba. La niña estaba tendida sobre el suelo, con un golpe en la mejilla y los ojos cerrados. Solo se escuchaban los sollozos de Emma, que se agachó a recoger la varita, tanteando la madera con sus manos tiritantes.

—Blackw...

—Yo puedo —aseguró la joven, sin mirar al profesor.

Las personas a su alrededor la miraban con lástima, una vez más. Giró un segundo para observar los rostros de sus amigos. Maisie tenía las manos sobre el corazón, mirándola con congoja. Verónica parecía dispuesta a acabar ella misma con el boggart. Lee y Fred estaban completamente estáticos, incapaces de mover un solo músculo por el horror. George la miraba a ella intentando procesarlo. Y entonces asintió para darle fuerzas. Emma solo vio un rostro más antes de coger la varita: Isabella O'Connor tenía los labios tapados con sus propias manos por la impresión.

No es real. No es real. Ellos están bien. Mamá no sufrió.

Nunca te quedarás sola.

Se puso de pie y le reafirmó al profesor Lupin que ella podía hacerlo. Apuntó a la criatura y trató de canalizar aquella rabia que había ayudado a Verónica a enfrentarse al boggart.

—Riddikulus.

El cuerpo de su hermana se convirtió en un montón de quaffles que se desperdigaron por el suelo, incapaces de quedarse quietas por el golpe del hechizo.

Emma notó que alguien la recogía desde detrás y la arropaba en un abrazo, pero estaba tan abrumada por lo que acababa de ver que ni siquiera se preocupó por averiguar de quién se trataba. Cuando volvió a ser consciente de lo que ocurría a su alrededor, estaba en la habitación de su padre y Keira dormía junto a ella.

Emma la abrazó con fuerza contra su pecho y se permitió llorar la pérdida de su madre. Cuando estaba con su hermana siempre intentaba mostrarse fuerte, siempre le decía que su madre nunca lloraba y ellas tenían que intentar ser tan fuertes como ella, pero a veces se derrumbaba porque era demasiado.

Nunca deja de doler.

Siempre te echo de menos, mamá.


Emma: *le habla un chico*

Emma: s0c0rr0

Hay que cuidarla porque está xikita <3

¿Cuál creéis que sería vuestro Boggart? El mío sería difícil de representar, porque lo que me da miedo es el mar abierto. Quizás, como segunda opción, me aparecería un payaso 🆘

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