Capítulo 61 · La misión ·
La mañana del 1 de septiembre, el aire en Grimmauld Place era tan tenso que todos temían decir una palabra errónea que desencadenara por fin la discusión que parecía estar a punto de iniciarse. Hermione estaba enfadada con Emma por haberse escapado la noche anterior, especialmente tras enterarse de que lo había hecho con el objetivo de encontrarse con George. Ante aquello, la acusó de egoísta.
Emma no sabía si debía confesar la verdadera razón por la que había salido de Grimmauld Place con tanta urgencia. No sabía si eso le quitaría el calificativo de egoísta a ojos de Hermione, pero sí sabía que prefería guardarse aquel enorme secreto para ella misma. Cuanta menos gente lo supiera, más fácil sería llevarlo a cabo.
Se escaparía una vez más aquella noche al regresar de la misión con el único objetivo de tomarse la poción que terminaría de una vez por todas con el embarazo. George le había prometido que la conseguiría, y habían quedado de nuevo en el apartamento a las nueve de la noche. La tomaría, pasaría una noche dolorosa y al día siguiente todo habría quedado atrás y podría seguir escondiéndose como si nada. Con suerte, también tendrían el guardapelo en sus manos y solo tendrían que concentrarse en destrozarlo y buscar el siguiente.
Aquella mañana recordaba perfectamente el sueño de la noche anterior, en el que sujetaba a un bebé de cabello muy claro, casi anaranjado, y unos ojos muy parecidos a los de George. Se había levantado con el rostro surcado de lágrimas ante una visión como aquella.
Lo siento, no puede ser.
La misión comenzó a primera hora, tal y como habían planeado anteriormente. Se aparecieron en la calle trasera del Ministerio, y uno a uno, fueron aturdiendo a cuatro trabajadores para hacerse pasar por ellos. Emma había escogido a una mujer asiática con el cabello cortado por encima de los hombros y un traje rojo muy elegante.
Tomó la poción multijugos mezclada con uno de sus cabellos y se observó en un escaparate cercano para asegurarse de que todo había funcionado correctamente. Se cambió con el traje de la mujer, que ahora dormitaba junto a sus compañeros en un garaje abandonado, y se puso sus tacones negros con una mueca de desagrado. No iba a poder correr bien en tacones, si es que hacía falta correr.
—Buenos días, señorita Hayashi —saludó el guardia al verla cruzar las puertas de entrada al Ministerio.
—Buenos días —murmuró ella en voz baja.
Como había sido la primera en entrar, fue directa al cuarto de baño para hacer un poco de tiempo. Abrió el bolso de la mujer y encontró una cartera. En su credencial del Ministerio ponía que se llamaba Kaede Hayashi, era de sangre mestiza y trabajaba en la Oficina de Enlace con Muggles. Al menos, si alguien le preguntaba, sabría responder hacia dónde iba.
Pasados un par de minutos, salió del cuarto de baño y se dirigió al ascensor. El Ministerio estaba lleno de brujas y magos, pero el ambiente era tan tenso como el que se respiraba en Grimmauld Place aquella mañana. Todos parecían aterrorizados ante la presencia de los guardias, que exigían revisar las varitas y las credenciales de todo aquel que se cruzaban.
Divisó a Hermione y los demás, camuflados con la apariencia de dos trabajadores aleatorios, y se colocó para esperar junto a ellos. Hermione estaba tan nerviosa que parecía que fuera a ponerse a gritar en cualquier momento. Cuando el ascensor llegó y abrió sus puertas, se metieron sin terciar ni una sola palabra. Tenían tanto miedo a ser descubiertos que preferían parecer callados antes que hablar de más y levantar cualquier sospecha.
—¡Cattermole! —llamó uno de los hombres del ascensor.
Ninguno reaccionó. Emma se dio cuenta de que ese señor estaba mirando a Ron, así que le dio un pisotón. Él se quedó extrañado por que una señora japonesa a la que no conocía le hubiera dado un golpe tan fuerte, pero entonces cayó en que era Emma.
—Señor —dijo finalmente, con un sonoro carraspeo.
—Pedí que alguien de Mantenimiento Mágico fuera a ver qué ocurre en mi despacho, pero sigue lloviendo.
—Qué curioso, ¿no? —contestó Ron con una sonrisa de incomodidad.
Emma casi se da una palmada en la frente.
—¿Te parece gracioso, eh? ¿A que no sabes a dónde voy? Me voy directo a interrogar a tu mujer, a la que han acusado de Sangre Sucia. ¿Lo sabías?
—Eh... Pues claro, sí. Claro que lo sabía.
—No me extraña que hayas decidido desentenderte. A la próxima cásate con una Sangre Limpia y así ahorras esos problemas. —El ascensor se abrió—. Espero que cuando vuelva esté todo perfecto en mi despacho, Cattermole. El 328, ya sabes dónde.
El hombre y su acompañante se marcharon, y el ascensor siguió su camino.
—¿Qué hago? —dijo Ron con nerviosismo.
—Tienes que ir, si no sospecharán —susurró Harry, que se había convertido en un hombre grande y corpulento.
—Prueba con Finite Incantatem —ofreció Hermione en otro susurro antes de que se abrieran las puertas otra vez.
Se quedaron estupefactos al ver a la mismísima Dolores Umbridge, la persona que habían ido a buscar, entrar en el ascensor seguida de más personas, entre ellas Bella, que evidentemente no los había reconocido. Umbridge llevaba colgando el guardapelo del cuello, y Emma notó enseguida aquella sensación horrible que desprendía esa parte del alma de Voldemort que estaba concentrada en el objeto. El grupo se miró entre sí. Encontrarla había sido más fácil de lo que pensaban.
¿Pero por qué me siento atrapada?
—¡Mafalda! Te envía Travers, ¿no es así?
—Sí —respondió Hermione al darse cuenta de que ella debía de ser Mafalda, ya que Emma no tenía pinta de llamarse así y la otra era Bella.
Emma miró a su prima con curiosidad. Vestida con un elegante traje y alejada de sus personas de confianza, Bella desprendía los mismos aires de superioridad y frialdad que cuando Emma la había conocido por primera vez. Si no fuera porque conocía a la verdadera Bella, pensaría que encajaba perfectamente en aquel ambiente del Ministerio, que era una más.
—Bueno, supongo que nos servirás. Hoy tenemos muchísimos juicios por delante, ni te lo imaginas. ¡Dos trabajadoras del Ministerio! ¿Lo puedes creer? Delante de nuestras narices —exclamó Umbridge con dramatismo—. Vamos directamente abajo, Mafalda, no tenemos tiempo que perder. Los dementores ya han llegado desde hace rato y cuanto más tiempo estén, más se enfadan los otros trabajadores.
Emma miró la próxima planta en la que pararía el ascensor y advirtió que era la misma en la que bajaría Umbridge, llevándose a Bella y a Hermione consigo. Tenía que hacer algo por conseguir comunicarse con Bella, así que imploró por que no le temblara la voz al hablar:
—Señora Rookwood —dijo tras aclararse la garganta. Bella se giró y la miró con el ceño fruncido, por lo que Emma supuso que no conocía de nada a Kaede Hiyashi—. ¿Es usted, cierto?
Bella asintió, mirándola con una ceja levantada.
Se le da tan bien aparentar ser fría... Es impresionante.
—Ha llegado un paquete para usted a mi oficina por error, pero ponía que era urgente. Parecía algo pesado, creo que es algo que han incautado de la tienda esa de bromas nueva del Callejón Diagón.
Los ojos de Bella se apagaron durante un segundo, probablemente preocupada por si le había pasado algo a la tienda de Fred y George. La joven se removió de manera casi imperceptible antes de pestañear un par de veces, ponerse recta de nuevo y mirar a Umbridge.
—¿Me permite, Dolores? Será un minuto, lo prometo. Podría tener algo que ver con la búsqueda del Indeseable Nº1.
—Por supuesto, querida, eso es lo primero, pero no tardes mucho.
El ascensor se abrió y se quedaron mirándola, así que Emma supuso que esa era su planta. Bella la siguió y caminaron en silencio durante un minuto hasta que encontraron un pasillo en el que no había nadie. El corazón le retumbaba contra los oídos por los nervios que sentía. Miraba a todas partes como si estuvieran a punto de pillarla y terminar con la misión antes de que hubiera empezado.
Bella, por su parte, parecía más bien nerviosa por regresar junto a Umbridge cuando antes.
—Disculpa, pero tengo prisa, si no está por aquí su despacho...
—Bella, no te asustes. Soy yo. Em.
Bella abrió mucho los ojos por la sorpresa y la miró de arriba a abajo. Luego miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie las veía. Emma percibió el cambio en el color de su aura indicando que estaba nerviosa y emocionada a la vez.
—¿Cómo puedo saber eso?
—Pregunta.
—¿A qué dije que olía mi Amortentia?
Emma no pudo evitar reírse al recordarlo. A pesar de los nervios, rememorar un momento como ese hizo que se olvidara por un segundo de la situación.
—"Café, ropa limpia y rosas. Exactamente a lo que debe oler un hombre sofisticado" —respondió, imitándola—. Creo que a Fred no le va mucho el café, Bella.
Bella le dio un empujón, con ligero bochorno. Casi se podía percibir una sonrisa en sus labios.
—¿Te has vuelto loca? ¿Se puede saber qué haces aquí? —exclamó, agarrándola del brazo con inquietud—. No me digas que... ¿Los otros eran...?
—Sí, eran ellos. Escúchame, Bella, no tenemos tiempo que perder —aseveró Emma, recordando por fin la urgencia que la apremiaba—. Hemos venido a por el colgante que lleva Umbridge del cuello. No puedo explicarte por qué, pero es de suma importancia que nos lo llevemos.
Emma podía ver los engranajes girando en la mente de Bella mientras escuchaba aquella información. Era consciente de lo loco que sonaba el plan cuando lo decía en voz alta.
—¿Y cómo pensáis hacerlo sin que se dé cuenta? ¿Acaso no sabéis que es ella quien preside los juicios de hijos de muggles? Está todo el día rodeada de gente, ni siquiera la he visto ir al baño ni una sola vez.
—Haremos lo que haga falta, Bella, pero no vamos a irnos de aquí sin él. ¿Se te ocurre alguna idea para que podamos llevárnoslo?
Bella chasqueó la lengua con frustración.
—Ya te lo he dicho, se lo toma muy en serio —espetó, mirando a su alrededor—. Solo... Bueno, a veces se va un momento si viene alguien a decirle algo muy importante, pero vuelve enseguida porque relega todo en otras personas. Ella es la única que puede juzgar a los nacidos de muggles.
Emma miró al suelo mientras pensaba. Sentía que podía escuchar las manecillas del reloj. Cada vez le quedaba menos tiempo.
—Tendré que buscar a Harry para que sea él quien le pida hablar un momento en privado, porque a mí me ha visto contigo y podría ser sospechoso.
—Aun así es súper arriesgado, Emma. ¿Tan importante es ese colgante tan feo?
—No te imaginas cuánto. Es vital —explicó con gravedad—. Ahora me tienes que llevar contigo a esa sala. Supongo que Harry habrá ido allí con Hermione, pero tengo que contarle el plan...
Bella la miró como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Y qué excusa quieres que ponga?
—Ninguna. Tengo una capa de invisibilidad. Se lo diré a él sin que me vean —ofreció Emma, comenzando a buscarla en el bolso.
—Pero aún así... Emma, la sala está guardada por Dementores. Los juicios son horribles, están condenando a muchísima gente inocente, hoy...
La voz se le quebró en ese mismo instante. Su aura se removió a su alrededor con un torbellino, volviéndose de un color casi negruzco.
—¿Qué pasa hoy? —siseó Emma, sacando la capa con mucho cuidado. Bella le devolvió la mirada con arrepentimiento. No quería decirlo, pero no tenía más remedio.
—Hoy es el de Verónica —susurró.
Emma abrió los ojos al comprender lo que significaba eso. Había olvidado casi por completo que Verónica tendría que presentarse a juicio y, desde luego, no entraba en sus planes tener que sacarle de él. No en ese momento.
Eso lo cambiaba todo. Tenía que conseguir incluirla de alguna manera en la ecuación y llevársela con ellos cuando por fin hubieran conseguido el guardapelo.
No es demasiado alta. Cabrá conmigo bajo la capa de invisibilidad.
—Pues entonces la voy a sacar de ahí. No pienso dejar que la toquen —sentenció con determinación. Bella arrugó los labios.
—Pues tendrás que hacerlo ya, porque era la primera por orden alfabético.
Todo son malas noticias, joder.
Reprimió las ganas de ponerse a chillar por la frustración. Sentía que la más mínima mala noticia que escuchara a continuación la haría explotar también, como si tuviera los sentimientos a flor de piel y no pudiera hacer nada por protegerlos.
Tengo que actuar y salir de aquí cuanto antes. Si lo pienso dos veces, me dará demasiado miedo.
—Pues entonces vámonos. Si la meto debajo de la capa y nos vamos corriendo no tiene por qué pasar nada malo.
—Bueno, no es así, Em. Muchas cosas pueden salir mal. Todo ha cambiado mucho, aquí ya no se andan con tonterías, si sospechan de alguien... —hizo un gesto pasándose el dedo por el cuello—. La planta baja está llena de mortífagos.
La negatividad de Bella no ayudaba en absoluto, pero Emma no podía dejarse contagiar por ella.
—Habrá que correr el riesgo, pero a Verónica me la llevo —determinó, girando sobre sus tacones antes de comenzar a andar en dirección al ascensor.
Entonces, Bella habló, con la voz fría como el hielo.
—Tendrías que tener más cuidado en tu estado.
Emma abrió los ojos como platos.
El bebé.
—¿Qué has dicho? ¿Cómo lo...?
—¿Quién te crees que se ha pasado la noche haciendo la poción? —se cruzó de brazos—. George no quería pedírselo a Maisie, le parecía un poco brusco pedirle que hiciera eso cuando ella también se quedó embarazada joven y ahora tiene una hija de casi un año, así que me lo pidió a mí.
La poción.
La mente le iba a mil por hora. Tenía tantas cosas por hacer, tantos obstáculos que esquivar, que no podía procesar nada con demasiada claridad. Incluso aunque intentara convencerse de lo contrario, Emma era consciente de que era muy complicado que todo aquello saliera bien.
La misión. Verónica. La poción.
Era imposible tener éxito en aquellas tres hazañas. Aquella certeza le cerró la garganta por la ansiedad.
No tengo tiempo de lamentarme. Apagaré los fuegos uno a uno.
—¿La tienes aquí? ¿La poción?
Bella entrecerró los ojos, dando un paso hacia atrás con gesto de dolor.
—No, te la tiene que dar él, está reposando en su apartamento... —respondió ella con ligera desconfianza—. Aun así tienes que tener cuidado, si te lanzan una Maldición podría tener un efecto muy raro en una mujer embarazada, aunque sea de solo un mes...
—¿Tanto te ha contado? ¿Fred también lo sabe?
Que lo supieran ella y George era una cosa, pero que ahora lo escuchara en los labios de otra persona solo lo hacía más real. Emma estaba embarazada. Si no se tomaba esa poción, dentro de ocho meses tendría un bebé.
Esto no me puede ocurrir. No a mí.
—No vamos a decirle nada a nadie, Em —aclaró Bella en un intento de tranquilizarla—. Solo quiero que tengas cuidado. Si te pasa algo no podré interceder por ti, o si no...
—No espero que lo hagas, Bella. Jamás te pediría que te arriesgaras por mí.
El gesto de Bella se tornó un poco más sombrío al escuchar esas palabras. Cuando se dirigieron por fin a la planta baja, lo hicieron en silencio, por una parte conscientes de que era mejor no hablar para no levantar sospechas, pero a la vez demasiado tensas como para enunciar una sola palabra.
Emma notó el gélido frío que emanaban los dementores, dispersados por el pasillo de manera estratégica para impedir cualquier intento de huida. Tuvo que imaginar que apartaba mentalmente la angustia que estaba comenzando a sentir por su efecto en ella porque no tenía tiempo para ello. Miró a Bella pidiéndole que hiciera algo por solucionar aquel problema, pero la chica no podía verla a través de la capa.
Aun así, Bella alzó su varita y se concentró por conjurar su Patronus. La esbelta figura de un guepardo emergió de su varita y aterrizó con elegancia —la misma elegancia felina con la que andaba Bella— sobre la tarima de madera. Las permitió andar tras él, esquivando a los dementores como si nada.
Pegada a la pared junto a la entrada al juzgado había una fila de aterrorizados hijos de muggle esperando su juicio. Estaban vigilados de cerca por un grupo de mortífagos, algunos con cara de pocos amigos y otros con una maliciosa sonrisa asomándose por sus comisuras. Emma apretó los dientes con rabia al ver aquello. Las personas de la fila eran igual de válidos y magos que ellos, y todo aquello que estaba ocurriendo le parecía una absoluta locura. No entendía cómo el resto de la comunidad mágica internacional no estaba frenando aquella inevitable catástrofe.
Verónica estaba la primera de la fila, y si los demás estaban atemorizados por la presencia de los dementores y los mortífagos, ella no lo demostraba en absoluto. En realidad, solo parecía que estuviera enfadada. Iba vestida impecable con un traje color berenjena y su precioso pelo negro suelto y brillante. Su cara decía "soy una bruja y demuéstrame lo contrario", aunque Emma sospechaba que daba igual lo que ella dijera a su favor, porque era un juicio completamente perdido para ella y para todos los que estaban detrás de ella esperando a ser juzgados.
Aquello no hizo más que aumentar su malestar. Sentía que el estómago se le revolvía más y más, y no dejaba de recordar el café que había tomado para desayunar. Si no se calmaba, pronto, sus náuseas la traicionarían y terminaría vaciando el contenido de su estómago bajo su capa de invisibilidad.
Hermione estaba seguramente dentro de la sala ayudando a Umbridge, pero Harry no estaba por ninguna parte. Bella se paró frente al mortífago que guardaba la sala para decirle algo, y Emma aprovechó para acercarse mucho a Verónica.
—Soy yo. Voy a sacarte de aquí —susurró.
Verónica solo mostró sorpresa por escuchar a su mejor amiga con un pestañeo un poco más rápido de lo usual, pero no hizo ningún otro movimiento. Sin embargo, la comisura derecha de su boca se inclinó ligeramente hacia arriba.
La puerta se abrió y Emma entró pegada a Bella, que se dirigió a un lugar alejado de la tribuna, donde debía realizar su trabajo durante el juicio. Emma se quedó pegada a la pared junto a la puerta, para poder observar la sala sin impedimentos y, si se daba el caso, huir de manera rápida.
Umbridge presidía la sala, y Hermione, o más bien Mafalda, apuntaba todo lo que decía con nerviosismo, mirando sin parar a su alrededor, probablemente en busca de sus amigos. A su otro lado estaba aquel señor tan borde que había mandando a Ron a arreglar el desastre de su despacho. El Patronus de Umbridge, un gato pequeñito, estaba sentado a su lado, alejando a los dementores.
Emma notó que una última persona entraba en la sala. El hombre corpulento en el que se había convertido Harry pasó frente a ella con fingida seguridad. Emma alargó el brazo y le dio un ligero apretón.
—Soy yo —susurró Emma—. En cuanto puedas, tienes que pedirle a Umbridge hablar en privado y hacer que salga de aquí. Aprovecharemos para quitarle el collar y yo me llevaré a Verónica.
Harry gruñó para hacerle saber que la había entendido y se sentó en una de las sillas más alejadas para observar el juicio. Las puertas se abrieron una última vez, y Verónica entró tomada de los brazos por dos mortífagos. La chica dirigió una mirada de desprecio a Umbridge y se sentó en la silla que había en mitad de la sala, alisando su falda con las manos y cruzando las piernas de manera elegante.
Emma observó que dirigía una rapidísima mirada hacia el techo, donde un mar de dementores aguardaban, estáticos, a una orden directa de Umbridge. Casi podía percibir el sudor cayendo por la nuca de su amiga.
—Verónica Jane Bellamy, diecinueve años, reside en Ellis Street, número 24, tercer piso, puerta 6—llamó Umbridge, sin apenas alzar la vista de su pergamino.
—Correcto —respondió Verónica con la voz cargada de seguridad.
—Verónica Jane Bellamy —repitió Umbridge. Emma tenía ganas de gritarle por la forma en que la miraba, como si no le importaba su presencia lo más mínimo. Hacía tan solo dos años que había sido su profesora en Hogwarts, y ahora actuaba como si no la conociera—. Al entrar al Ministerio se le requisó esta varita, ¿es correcto?
—Correcto. Madera de nogal, once pulgadas y núcleo de polvos de cuerno de bicornio. Ligeramente flexible —respondió ella.
—¿Podría por favor indicarnos a qué mago o bruja le robó esta varita?
El bufido de Verónica se escuchó por toda la sala. Emma se debatió entre sentirse muy orgullosa o muy aterrada por su osadía.
—Yo no he robado ninguna varita. La compré el 20 de agosto de 1989 en Ollivander's, en el Callejón Diagón, como todos ustedes.
—Mientes —dijo Umbridge sin un atisbo de compasión en su mirada. Los dementores comenzaron a removerse sobre las cabezas de los presentes. Emma tragó saliva de manera casi sonora.
—Por supuesto que no, me han hecho jurar que no podía mentir en esta sala cuando he entrado, así que no miento. Puede darme Veritaserum, si lo desea, pero no lo hará porque sabe que digo la verdad. Esa varita me escogió a mí, y usted misma me habría visto utilizarla si nos hubiera permitido hacerlo durante su estadía en Hogwarts.
Verónica no parecía atemorizada en absoluto. Emma no podía verle el rostro, pero su voz estaba cargada de confianza y tranquilidad.
¿Cómo puede mantenerse tan firme en un momento como este?
—¡Silencio! —gritó Umbridge dando un golpe sobre su mesa. Hermione dio un pequeño saltito. Si se ponía un poco más nerviosa se pondría a llorar—. Es imposible que esa varita te escogiera, porque las varitas solo escogen a los magos y brujas, y tú no eres una.
—¿Ah, no? ¿Entonces por qué me llegó una carta cuando cumplí once años? ¿Por qué he recibido una educación mágica durante siete años y he demostrado en mis exámenes mis habilidades con la magia? Un Muggle no podría hacer nada de eso, Su señoría —añadió con tono burlón.
—Mentiras, no son más que mentiras. ¡Apúntalo bien, Mafalda! Tendré que enseñarle a la junta todo lo que ha dicho, para que vean la clase de estupideces que dicen los muggles con tal de hacerse pasar por nosotros.
—No miento, y usted lo sabe. Sabe que soy una bruja —rebatió Verónica con tozudez. Esta vez, su voz sonaba más enfadada que firme.
—Sé perfectamente lo que eres y por eso los dementores se harán cargo de personas como tú.
Emma había estado tan pendiente del juicio de Verónica que no se había dado cuenta de que Harry se había levantado de su asiento y se había acercado a Umbridge. Quería detenerlo y decirle que aún no era el momento indicado; que si quería hablar con ella, era mejor que no lo hiciera en mitad del juicio sino en el descanso, y sin atravesar la sala de manera tan obvia, frente a todos los mortífagos.
—¿Se puede saber qué haces, Albert? —inquirió Dolores con voz chillona, claramente sorprendida por su insolencia.
—Mientes, Dolores. Y usted siempre decía que no debía decir mentiras.
Era demasiado tarde. Emma observó desde su posición cómo la estatura de Harry comenzaba a disminuir, y supo que los efectos de la poción multijugos estaban empezando a desvanecerse. Verónica se levantó de su asiento, sorprendida por encontrarse a Harry. Miró rápidamente a su alrededor en busca de Emma, y al no encontrarla casi saltó de una zancada para esconderse detrás de la silla en el momento exacto en el que Harry lanzaba un hechizo para aturdir a Umbridge.
Hermione se levantó del asiento y le arrancó el guardapelo, y Emma vio que a ella también se le estaban pasando los efectos de la poción. Había durado mucho menos de lo que habían planeado, y ahora sería mucho más complicado salir del Ministerio. Sus rostros empapelaban las paredes, haciendo saber a todo el mundo que estaban en búsqueda y captura.
El mortífago que había enviado a Ron a su despacho no dudó en alzar su varita y tratar de aturdir a Harry, así que Emma no tuvo más remedio que descubrir su posición. Sacó la mano de debajo de su capa para intentar proteger a Harry y a Hermione en su huida. Ellos tenían prioridad en ese momento porque eran quienes tenían el guardapelo.
Avanzó unos cuantos pasos y, sin pensárselo dos veces, lanzó la capa sobre Verónica, descubriendo su apariencia frente a los demás. El efecto de la poción todavía no se había pasado, pero Emma sabía que era cuestión de minutos.
—¡Sal de aquí! ¡Llévate a los que hay fuera! —le gritó a Verónica.
Emma lanzó un hechizo protector a su alrededor y buscó a Bella con un rápido vistazo, pero la joven debía de haberse escondido para protegerse. Suplicó por que Harry no la hubiera aturdido sin querer.
Estaba observando cómo la puerta de la sala se habría sin que nadie empuñara el pomo cuando notó que se le agarrotaban todos los miembros por el frío. Sin el Patronus de Umbridge, los dementores habían comenzado a descender en busca de presas fáciles.
Harry y Hermione aprovecharon para huir al ver la puerta abierta, y Emma les siguió sin mirar atrás, esperando que Bella estuviera bien escondida.
La sorpresa de los mortífagos que vigilaban el pasillo no duró más de un par de segundos. Pronto, al comprender que tenían en frente al mismísimo Harry Potter, atacaron sin pensárselo dos veces.
—¡Venga! ¡Escapad! ¡Vamos! —gritó Emma hacia los magos que esperaban, lanzando otro hechizo de protección en dirección a la fila—. ¡Escapad y ocultaos hasta que acabe la guerra!
Todos empezaron a correr tras el Patronus de Hermione, que despejaba el camino hasta el ascensor.
—¡Paradlos! —gritó una voz tras ellos.
Emma se giró a tiempo para ver cómo su abuela, Imogen, lanzaba un hechizo sobre su cabeza en dirección a Harry. Emma se puso frente a ella y lanzó un Protego. La anciana de rostro iracundo entrecerró los ojos al comprender que aquella trabajadora del Ministerio estaba intentando proteger a los enemigos.
—¡Hayashi! ¡Eres una traidora! —espetó, lanzándole un hechizo sin perder ni un segundo.
Emma pensó que su abuela parecía demasiado ágil para la edad que tenía, al igual que se lo había parecido su abuelo antes de morir. Solo de imaginársela actuando de manera similar contra Bella, le hirvió la sangre por la rabia.
—No soy Hayashi, pero para ti sí que soy una traidora —respondió Emma— ¡Desmaius!
Emma no se quedó a ver el resultado de su hechizo; se giró al instante al escuchar el golpe seco al golpear el suelo y comenzó a correr en dirección a la salida. La poción iba deteriorándose a cada paso que daba, y el traje cada vez le apretaba más. Solo se detuvo medio segundo a lanzar los tacones lejos, puesto que eran tres tallas más pequeños que el tamaño de su pie, y siguió avanzando sin demasiados miramientos. Ya no veía a Harry y a Hermione frente a ella, así que supuso que habían tenido éxito al intentar llegar hasta el vestíbulo. La prioridad era llevarse el guardapelo, y estaban siguiendo con el plan.
Emma lanzó su Patronus y en dirección al ascensor, lanzando otro hechizo para llamarlo desde la distancia. Las puertas metálicas se abrieron con un estruendo. Emma dio un salto para tratar de subirse cuanto antes, pero el gesto quedó interrumpido por el impacto de un hechizo contra su espalda. El golpe pareció extenderse por todas sus extremidades, y lo que antes era dolor muscular se convirtió rápidamente en una lacerante sensación de que miles de cuchillos atravesaban su piel y trataban de romper sus huesos.
El grito que emergió de su interior dañó también su garganta, pero no había nada que pudiera hacer para soportar un dolor como aquel. Solo conseguía retorcerse sin parar sobre el suelo de piedra, llevándose las manos hacia el vientre como si pudiera abrírselo con los dedos y sacar el dolor de su interior.
"Una Maldición podría tener un efecto muy raro en una mujer embarazada" dijo la voz de Bella en su cabeza.
El bebé.
Abrió los ojos plagados de lágrimas y, tras intentar pestañear para apartarlas, observó al ejecutor del doloroso hechizo de tortura. Un joven de piel morena la apuntaba con su varita y unas manos temblorosas. Emma sintió ganas de vomitar aquel café que tantas vueltas había dado en su estómago hacía apenas unas horas, pero ni siquiera se veía capaz de girar sobre sí misma para poder vaciar el contenido contra el suelo. Sentía un dolor tan intenso que empezó a suplicar silenciosamente por desmayarse para que todo acabara, o morirse. Entendía por fin por qué ciertas personas se volvían locas al ser sometidas a un dolor así de insoportable.
Pero cesó poco después, dejándola jadeando sobre el suelo y con la lengua temblorosa dentro de la boca. Le sangraba el interior de las mejillas de tanto mordérselas para soportar la tortura.
El mortíago que la había atacado había sido desarmado y enviado contra la pared. Emma intentó buscar a la persona que lo había apartado de ella, pero no encontraba a nadie a su alrededor.
Aprovechando el momento, llevó la mano que sujetaba su varita hacia el interior de su bolso y la intercambió por la varita de repuesto. No quería perder la suya propia por nada del mundo.
No sabía si se lo estaba imaginando a causa del mareo que sentía por el dolor, pero notó que una fuerza invisible la agarraba del brazo y comenzaba a tirar de ella en dirección al ascensor.
Verónica.
—¿Qué haces aquí? ¡Tendrías que haberte escapado ya! —gritó, comprendiendo que su amiga se había quedado para ayudarla.
—¡No pienso dejarte aquí para que te rapten, idiota!
Emma esperó un segundo a que el ascensor comenzara a subir, pero no parecía reaccionar, como si estuviera roto. Verónica sacó la cabeza y la mano de la capa para comenzar a pulsar los botones frenéticamente, pero seguía sin funcionar. Ambas se giraron para ver cómo Bella las observaba a varios metros de distancia, con la varita en alto. El ascensor comenzó a subir cuando hizo un movimiento con la varita, pero no consiguió avanzar demasiado porque alguien lo había vuelto a frenar.
Umbridge avanzaba por el pasillo tan rápido como sus cortas piernas le permitían, con la varita en ristre. Emma notó que estaba mirando a Bella con estupefacción.
Oh, no. La han visto ayudarnos.
—¿A qué esperas, Rookwood? ¡Páralas! ¿No ves que es la vidente?
Bella parecía completamente aterrada. Al igual que al otro mortífago, quien todavía estaba recuperándose del golpe contra la pared, las manos le temblaban tanto que parecían ser incapaces de sujetar la varita. Emma sabía que cualquier movimiento que realizara supondría una sentencia.
O nos salva a nosotras y se descubre como traidora frente a un grupo de mortífagos...
O se salva ella y nos atrapan a nosotras.
—¡Bel, páralas! —exclamó el mortífago que Verónica había dejado contra la pared, mirándola con una mezcla de exasperación y lamento—. ¡Las tienes a tiro, Bel!
Por cómo la miraba, por aquel apodo que había usado, Emma comprendió que ese debía de ser Adler Rookwood, su marido. Bella no dejó de mirar a su prima ni un solo segundo, con la barbilla temblorosa por el pánico. Emma le había prometido hacía apenas una hora que no tendría que arriesgarse por ella, y ahora Bella estaba entre la espada y la pared.
Vio cómo su mirada cambiaba. El aura a su alrededor se agitaba con violencia, un reflejo de las emociones que ocurrían en su interior. Justo antes de abrir los labios para enunciar un hechizo, se tornó de color rojo.
Tiene miedo.
Nos va a salvar.
Pero aquel hechizo jamás llegó a enunciarse. Alguien se adelantó a Bella, porque la sensación de desgarrador dolor retornó una vez más, esta vez aun más concentrada en su vientre. Emma se agarró el estómago y apretó con fuerza, suplicando una vez más por que todo pasara. Sentía que sus entrañas se estaban derritiendo en su interior y subiendo por su esófago.
Dos mortífagos de los que antes custodiaban la sala las apuntaban con la varita. A su lado, sentía a Verónica retorcerse con solo medio cuerpo oculto bajo la capa.
—La tenemos —anunció Umbridge cuando por fin llegó hasta ellas. Emma no necesitaba ver su cara para saber que estaba muy complacida consigo misma—. Llevádsela. Y a la Sangre Sucia también. Os servirá para convencerla si no quiere hablar.
Emma hizo un esfuerzo muy grande por dejar de chillar y consiguió mantener su mirada en los ojos de su prima, que la observaban llenos de lágrimas. Parecía a punto de cometer otra locura, pero Emma esperaba que no diera el paso. Si ya la habían atrapado a ella, no quería que, por nada del mundo, le hicieran daño a Bella.
En su lugar, Emma desvió la mirada hacia su bolso, esperando que Bella entendiera lo que quería decir. La chica realizó un movimiento de varita muy sutil y el bolso desapareció.
Después, todo se quedó oscuro.
Bueno pues os voy avisando ya (antes de que me matéis) de que los siguientes capítulos fueron sin lugar a dudas los más difíciles de escribir y los que más veces he editado.
Muchísimas gracias por todo el apoyo que recibo sois TAN GENIALES ♥️🥰♥️ ¡Ya vamos por 180K es que menuda locura!
Gracias por los votos y los comentarios. Lo aprecio +180.000 <3
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