Capítulo 56 · Inevitable ·
—Estás preciosa —le susurró George al oído antes de darle una caricia en la cicatriz de la oreja.
Emma se giró con una sonrisa cargada de picardía. Llevaba su traje de dama de honor a juego con el de Verónica, un vestido lila de manga larga y encaje con un ramo de flores amarillas. Maisie y Oliver se casaban el día de Nochebuena por la tarde, por lo que la cena la realizarían durante el banquete, con todos sus seres queridos. Aquel día también era especial para Emma y George, porque se cumplían dos años desde que estaban juntos. Le parecía increíble lo rápido que había pasado el tiempo desde aquella primera navidad en la Madriguera. Las cosas habían cambiado tanto que a veces se quedaba perdida en sus pensamientos, casi suplicando que todo lo malo hubiera sido un mal sueño.
Terminaba regresando a la realidad y dándose cuenta de que todo era muy real. Maisie tenía una hija y se iba a casar. A Emma la perseguían los mortífagos. Voldemort estaba esperando atraparla.
—Tú tampoco estás nada mal —musitó ella, arreglando su pajarita con cuidado.
George posó sus manos sobre las de ella y plantó un beso en sus nudillos. Le dedicó una mirada que intentaba por todos los medios ser de felicidad, pero Emma veía por el color de su aura que estaba igual de preocupado que todos los días, por mucho que tratara de ocultarlo.
Siente miedo por mí.
—Emma, si tuvieras que irte, me lo dirías, ¿no?
—Te lo juro.
Él asintió, pero no parecía cómodo con la respuesta ni con lo que ello significaba.
—¿Por qué no puedo irme contigo?
—Porque tienes un negocio que cuidar y porque es muy peligroso. Además, no te he visto en las visiones, así que tú no vienes —sentenció ella. Le parecía que, cuando hablaba así de tajante, se parecía mucho a su madre hablándole a su padre. Alfred siempre había sido el más cariñoso de la pareja, el que se preocupaba en sobremanera, y Amelia siempre había sido la que atajaba los problemas de raíz y se dedicaba a curar las heridas después. Eran dos formas de cuidar a los demás igual de efectivas. Emma quería tanto a George que no se atrevía a llevárselo con ella y arriesgar su vida, así que no iba a dejar que sus sentimientos se interpusieran en su seguridad.
Como hizo mamá con nosotros, por mucho que se lo reproche sin parar.
—Oye, no vamos a hablar de esto ahora, ¿vale? Hoy es un día muy especial, no quiero hablar de cosas tristes, George.
El chico sonrió lentamente y asintió, rodeando su cintura con los brazos y acercándola a ella para besarla. Ninguno cerró los ojos en ese abrazo. Emma pensaba en cuánto lo echaría de menos. George pensaba que podía escuchar las manecillas del reloj restándole segundo tras segundo del poco tiempo que le quedaba junto a ella.
Emma no dejó de llorar en toda la ceremonia, especialmente porque las auras de los recién casados resplandecían de felicidad, y le pareció precioso ver cómo se unían cuando se habían dado el beso tras el sí quiero. La madre de Maisie sujetaba a Hope y la acunaba, y eso por alguna razón la hacía llorar todavía más, al ver a la bebé tan inocente y segura en los brazos de su abuela.
—Oye, no estarás embarazada, ¿no? —le susurró Verónica en tono de burla—. No paras de llorar, estás más sensible de lo normal.
—No, pero me tiene que bajar la regla en un par de días, así que probablemente sea por eso —murmuró secándose las lágrimas. Tenía mucho cuidado en ese aspecto desde el susto de Maisie.
—Bien, me niego a ser la única sin bebé. Cuando te quedes embarazada me avisas y lo tenemos a la vez, ¿de acuerdo? Así irán juntos a Hogwarts —terció Verónica, colocándose bien el escote de su vestido.
—¿Y quién será el padre? ¿Lee?
Lee también lloraba en su asiento, enjuagándose las lágrimas con la punta de la corbata.
—Pues a lo mejor, ya que parece que nadie me quiere —respondió Verónica cruzándose de brazos de manera demasiado dramática.
—No es verdad, yo te quiero muchísimo. —Emma le dio un codazo de complicidad. Echaba de menos el sarcasmo infinito de su amiga.
—Sí, pero tú no me puedes dar bebés —se encogió de hombros—. Aunque me puedes buscar un novio... ¡O una novia! Casi que mejor si adoptamos, no quiero ponerme enorme y dar a luz, con todos mis respetos para Maisie.
—Pensaba que no querías tener hijos en general —se rio Emma. Le costaba imaginarse a Veronica siendo madre, a pesar de que ejercía de una con el grupo de amigos.
—Bueno, pero es que si vosotras tenéis... No pienso quedarme atrás, porque si no, ¿qué tema de conversación tendré, eh? Prefiero estar al día.
—Bueno, pues cuando tenga hijos, dentro de... —Emma hizo cuentas—. ¿Ocho años? Te avisaré para que te busques a alguien que te los pueda dar.
—Perfecto, y si no, los tendré sola. A mi madre le ha ido bien.
Emma sonrió y no preguntó nada. Verónica nunca hablaba de su padre, eso era algo que le había quedado claro desde que la conoció. Era todo un misterio dónde estaba el señor Bellamy, casi igual de misterioso que la identidad del padre de Bella. Para la rivalidad que tenían esas dos, a Emma le resultaban siempre muy similares, en cierto modo.
Cenaron hasta quedarse satisfechos y bailaron hasta la madrugada, tanto que Emma perdió la cuenta de con cuántas personas había bailado y había cambiado sus zapatos de tacón por unas zapatillas. Cuando por fin regresó a los brazos de George, eran por lo menos las dos de la mañana.
—Justo a tiempo —le guiñó el ojo—. Feliz aniversario, Em.
—Feliz aniversario, George —susurró contra sus labios. La invadió la misma sensación de plenitud de siempre al rozarlos contra los de él y notar sus manos alrededor de su cintura.
—No te he comprado nada especial para celebrarlo, espero que te valga con tenerme.
—Espero que a ti también te valga con eso —dijo ella con una risita. Se lo podía compensar más tarde, si hacía falta.
—Me sobra con tenerte siempre —murmuró antes de besarla—. Con que nadie te aparte de mi lado.
—No tengo muchos pretendientes, no te preocupes.
Emma dejó escapar una carcajada, pero George no le acompañó durante el mismo tiempo.
—Sabes a qué me refiero, Em. No quiero que te alejen de mí.
Cuando Maisie tiró el ramo hacia atrás, procuró que Emma fuera quien lo agarrara, pero en su lugar lo atrapó una de sus primas no-majs. Maisie puso los ojos en blanco y se disculpó a George, así que Emma entendió que él había sido quien había pedido que se lo lanzara. Emma le miró con cara de pocos amigos, pero él le lanzó un beso y luego hizo un puchero, así que ella no pudo hacer más que sonreír y lanzarse a sus brazos.
—Impaciente.
—Cabezota.
—Te quiero —prometió ella. El aura de George cambió al más brillante de los amarillos.
Cuando comenzó enero, Maisie no era la única amiga de Emma que se acababa de casar. La siguiente vez que Bella acudió al cuartel para explicar la nueva información que había recabado, el anillo de prometida había sido cambiado por uno de casada. Emma habló con ella largo y tendido sobre lo que había hecho, pero ya no había vuelta atrás. Sin embargo, Bella no parecía triste, era como si no le importara que la utilizaran para esas cosas. Emma pensaba que era porque se sentía útil trabajando para la Orden, pero poco después descubrió por qué.
Le había parecido escuchar voces en el antiguo cuarto de Sirius, y aprovechando que los demás estaban hablando en la cocina, se acercó para investigar. Abrió ligeramente la puerta, observó en su interior, y cuando vio la escena la terminó de abrir en par en par, causando un gran estruendo.
Bella y Fred se separaron, pero ya era demasiado tarde, porque Fred tenía el pintalabios de Bella por toda la cara y a ella no le quedaba ni un poquito en los labios.
—¡Lo puedo explicar! —dijo Fred levantando las manos en señal de inocencia.
Emma no salía de su asombro. No entendía cómo no había visto algo así. De hecho, no podría haber estado más lejos de la verdad, puesto que estaba firmemente segura de que no se soportaban.
—Por Merlín, esto sí que no lo había visto venir.
—Em, ¿qué haces aquí?
George, que la había seguido, miró hacia el interior de la habitación y, aunque él no los había pillado en el acto, no necesitó demasiadas pruebas para comprender lo que había pasado. Fred tenía la boca del mismo color que su pelo.
—¿Estabais...? ¿Vosotros dos?
—¿No se supone que os llevabais mal?
Bella miró a Fred y suspiró. Fred, por su parte, no podía borrar la sonrisa de su rostro, que delataba que Emma no podía estar más equivocada.
—Sí, bueno, nos llevábamos mal, pero... —comenzó Bella.
—Bueno, digamos que el roce hace el cariño —continuó Fred, mirándola de reojo.
—¿Pero como que roce? ¡Si nunca os he visto juntos! —espetó Emma, que no salía de su asombro.
—Eso, no nos has visto —sonrió Fred—. Pero esta señorita de aquí me besó en el Baile de Navidad.
—¡¿Qué?! —exclamaron Emma, George y Bella a la vez.
—¡Tú me retaste a que te besara! ¡Nos besamos los dos!
Empezaron a discutir por quién había dado el primer paso y entonces todo pareció normal, como siempre. Ellos siempre discutían. Ellos no se llevaban bien, no se daban besos a escondidas. Y mucho menos en el Baile de Navidad.
Solo que, a veces, está claro que las personas menos esperadas se atraen, por mucho que se peleen. Al fin y al cabo, ella se había peleado varias veces con George al principio, aunque aquello había cesado tras el primer beso. Que Bella y Fred, que no eran tan diferentes de ella y George, se atrajeran, no era una locura tan grande.
—Bueno, el caso es que claramente no nos llevamos tan mal —finalizó Fred.
—Hermano, ¿eres consciente de que Bella está casada, verdad?
Y con un mortífago. Un Rookwood, nada menos.
—¿Podéis no hablar de mí en tercera persona? No hay cosa que odie más —dijo Bella poniendo los ojos en blanco.
—Sí, está casada, pero por obligación. Cuando termine la guerra eso dará igual. Además, solo han sido unos besos, no significa nada.
Bella frunció el ceño y se giró muy ofendida. Emma se dio cuenta de por qué le extrañaba tanto que esos dos pudieran estar juntos: Fred hablaba sin pensar y Bella se tomaba todo muy a pecho. Era la fórmula perfecta para un estallido como el que ocurrió justo después.
—¿Solo unos besos, eh? —bufó—. Maravilloso, Fred. Solo besos. De puta madre.
Salió de la habitación hecha una furia y bajó las escaleras haciendo mucho ruido. Fred se quedó en mitad de la habitación con las manos en alto, sin saber qué hacer. Más que enfado, Emma sintió lástima-
—Espero que sepas lo que estás haciendo —le reprendió George.
—No, la verdad es que no lo sé —confesó su hermano con una mueca.
—¿Te gusta Bella o no? —inquirió Emma con pesadez. Fred asintió lentamente—. Pues ve a por ella. Es muy rencorosa, te aviso. Y te recuerdo que su marido es un mortífago. Yo que tú tendría cuidado.
Fred suspiró y se marchó corriendo en busca de Bella. Emma miró a George, que se había cruzado de brazos, y le dedicó una mirada de qué acaba de ocurrir. Su hermano ahogó una risa.
—Los Weasley sois un poco raros con eso de las relaciones, ¿no?
—Oye, ¿por qué dices eso?
—Bueno, Bill se va a casar con una chica a la que tu madre no soporta, Charlie solo quiere a sus dragones... —Emma había sacado la mano para enumerar las relaciones de todos sus hermanos—. Fred se ha enamorado de una chica casada, Ron está saliendo con la chica más pegajosa de Gryffindor y Ginny con nada más y nada menos que El Elegido.
—Un momento, ¿Ginny está saliendo con Harry?
—Ups, quizá eso no haya ocurrido todavía —se excusó Emma haciendo una mueca. A veces, no recordaba si las cosas las había visto de verdad o solo habían ocurrido en sus visiones—. Creo que es un poco más adelante...
George se quedó un momento pensando, y finalmente se encogió de hombros.
—Bueno, tenía que pasar —suspiró—. Harry es buen chico y es lo suficientemente buena persona como para soportar a Ginny cuando se enfada.
Ella se echó a reír. La verdad era que Ginny tenía muy mal genio, pero era algo que le venía de familia.
—Oye, ¿y yo qué? Has dicho algo de todos menos del innombrable y de mí.
—Bueno, de Percy no vamos a hablar, pero de ti... —Emma se echó a reír—. Bueno, te has enamorado de una persona en busca y captura por el mismísimo Lord Voldemort. Tienes una puntería de lo menos acertada.
George sacó la lengua en una mueca graciosa y se acercó a ella para tomarla en un abrazo antes de dejarla caer ligeramente, como si estuvieran bailando.
—No sabía eso cuando me enamoré de ti —susurró, antes de besar ligeramente su nariz—. Pero, aunque lo hubiera sabido, te habría elegido igual.
Se aproximó entonces lo suficiente como para besar sus labios, pero entonces percibieron la evidente presencia de Arthur y Alfred al final de las escaleras, observándoles.
—Ya está la comida —avisó Arthur con una sonrisa cargada de rubor.
—¡Vamos, besaos! —añadió Alfred emocionado.
—¡Papá! —se quejó Emma.
—¿Qué? Es que hacéis muy buena pareja.
Emma se puso completamente roja y George se rio de ella antes de cogerla aun más de la cintura, volcarla hacia atrás y darle un apasionado beso bajo los aplausos de sus padres. Las mejillas de Emma no dejaron de estar rojas hasta el postre.
Los siguientes meses, Emma continuó con su entrenamiento, aunque la dejaron realizar algunas misiones con la Orden, especialmente cuando se trataba de algo que podían hacer gracias a sus visiones. Ahora podía correr diez kilómetros todas las mañanas sin cansarse, sabía hechizos muy avanzados de defensa y había adquirido una resistencia aún mayor a la Legeremancia y la Maldición Imperio. Se acostaba agotada todas y cada una de las noches, pero se sentía mucho más cómoda sabiendo que era capaz de defenderse pasara lo que pasara.
También había experimentado con su nueva habilidad de animaga. Gracias a que solo cuatro personas lo sabían, podía escaparse de vez en cuando de casa y sobrevolar Londres o Ottery St. Catchpole, el pueblo más cercano a La Madriguera. Todavía no sabía por qué su madre la había hecho convertirse ilegalmente, pero esperaba que el tiempo se lo dijera. De momento, estaba disfrutando de la libertad que le ofrecía ser un pájaro y no tener que preocuparse por quién la observaba.
Tal vez, esto no tenga más utilidad que la de hacerme sentir un poco de felicidad.
Hubo otro intento de rapto durante un partido en abril. Nadie esperaba que los mortífagos intentaran llevársela delante de tanta gente. Emma estaba sobrevolando las gradas tras marcar diez puntos cuando un hechizo le dio de lleno en el pecho y la derribó de su escoba. A penas pudo reaccionar y miró hacia el campo, pensando que iba a caer quince metros de altura, pero una persona que había en una esquina la detuvo en el aire. Seguidamente, comenzó a arrastrarla hacia sí, y Emma gritó, alarmada porque ya sabía qué estaba ocurriendo.
—¡Mortífagos!
Sus compañeras de equipo, al comprender lo que ocurría, corrieron hacia ella. Gwen la agarró de la mano y empezó a estirar, pero el hechizo era demasiado fuerte y la arrastraba a ella también. El Auror que la estaba protegiendo aquel día, reaccionó por fin y le lanzó un hechizo al mortífago causante de aquello, provocando que Emma por fin fuera liberada. Gwen consiguió aguantar a Emma en el aire y la ayudó a montarse tras ella en su escoba.
—¿Estás bien?
Emma jadeaba, más por el susto que por el esfuerzo. Le retumbaba el corazón contra los oídos porque, por un segundo, había pensado que había llegado el momento de actuar y se había visto completamente impedida. Había practica su defensa en tierra, con y sin varita, pero nunca había esperado un ataque mientras iba montada en escoba.
—Estoy muy enfadada —masculló Emma.
Y tenía razón para estarlo, porque después de eso, la Orden decidió que no debía seguir jugando a Quidditch, que era demasiado peligroso. Gwen estuvo de acuerdo y decidieron sustituir a Emma mientras siguiera siendo un objetivo para los mortífagos, muy a su pesar, ya que era una de las grandes estrellas del equipo. Ahora que habían atacado en un estadio lleno de gente, se había convertido en un problema más serio, porque alguien inocente podría haber salido herido.
Y a mí casi me raptan.
Aquello solo hizo enfurecer a aun más a Emma. En el fondo lo entendía, pero odiaba que hubieran tomado la decisión sin preguntarle. Odiaba que una de las pocas cosas que más amaba en este mundo le fuera arrebatada de un día para otro.
Su paranoia se acrecentó aún más tras aquello, y ahora no se separaba del bolso que había preparado para su huida. Empezó a dormir con él bajo la almohada.
El 30 de junio se despertó sobresaltada de la siesta. George también se despertó del susto, y la sujetó mientras intentaba despejarse, pestañeando sin parar.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué has soñado, Emma?
Ella se llevó las manos a las sienes, intentando pensar. Había vuelto a verse luchando en las escaleras de la Torre de Astronomía, pero esta vez lo había visto más nítido. Eso solo podía significar una cosa.
—Creo que vamos a luchar.
Reunieron a toda la Orden. Cuando Remus llegó, informó de que Bella les había confirmado que atacarían esa misma noche el castillo. Emma contó también lo que había visto, pero omitió que sospechaba a qué se debía esa lucha. Pensaba que aquel día era el día en el que Dumbledore iba a morir. Había guardado su secreto tan bien que ni siquiera George se había enterado. De hecho, se había seguido reuniendo con el director para hablar sobre el progreso de Harry con los horrocruxes, como si no supiera nada.
Pasó aquella reunión, mientras todos se preparaban, sin parar ni un momento quieta, y cuando lo hacía empezaban a temblarle las manos o las piernas. Se sentía culpable por no poder decir nada, y no sabía cómo iba a ocultarlo una vez hubiera ocurrido.
"Yo ya estoy muerto, tengo las horas contadas. ¿Qué más da quién me dé el golpe final? Prefiero que sea un amigo".
Ella de verdad que no comprendía la relación entre Dumbledore y Snape ni por qué tenía esa fe tan ciega en él, cuando claramente ocultaba algo. Debía tener una razón muy buena para fiarse, porque desde luego todos los indicios apuntaban a lo contrario. Esperaba algún día comprender qué era aquello tan bueno que Snape ocultaba.
Cuando por fin se prepararon y llegaron a Hogwarts, ya era demasiado tarde. Ojalá su don la hubiera avisado de que iba a ser aquel día un poco más pronto y no a las cinco de la tarde. Ella sabía que Dumbledore iba a morir igualmente, pero si los mortífagos entraban en el colegio, podrían poner en peligro a alguno de los alumnos, y eso sí que no lo podían permitir.
No tendría que haberle hecho caso a Dumbledore. Tendría que haber advertido a todos.
La Marca Tenebrosa se proyectaba en el cielo, dejando a todos con la misma sensación fría de mal presagio. Emma recordó la primera vez que la había visto durante el mundial de Quidditch, cuando fue herida por una maldición. Aquello parecía que había ocurrido hacía décadas, y no tan solo un par de años.
Se hicieron paso hasta la Torre de Astronomía, tratando de correr tanto como sus piernas les permitían dado a la imposibilidad de aparecerse, y enseguida se encontraron con un grupo de mortífagos esperando en la entrada, listos para atacar.
Un hombre siniestro con el rostro lleno de pelo fue el primero en lanzar un hechizo, y Emma tuvo mucha suerte de estar junto a Remus, quien desvió lo desvió sin problemas. No habría tenido tanta suerte de haber estado a solas.
Cuando comenzó el ir y venir de los hechizos, Emma sintió que había vivido aquel momento veinte veces, solo que en su mente era mucho menos doloroso el impacto de cada uno de los hechizos o de los trozos de cemento y piedra que se despedían con cada impacto. Los gritos no eran tampoco tan estremecedores en su visión, ya que solían escucharse a lo lejos. Ahora, los tenía junto a ella y reconocía cada uno de los alaridos de sus compañeros.
Sabía lo que estaba ocurriendo allí arriba, algo que sus compañeros ignoraban, pero no podía pararse a pensar en aquello en ese momento. El hombre lobo que había visto parecía especialmente interesado en luchar contra ella, y Emma agradeció haber realizado tanto entrenamiento físico, porque era muy rápido y tuvo que esquivar sus garras en más de una ocasión. Las vio tan de cerca que, por un segundo, temió haberse llevado un arañazo en la mejilla, pero cuando se llevó la mano no vio ningún rastro de sangre.
Ha estado muy, muy cerca.
Neville, Ron, Hermione y Ginny se les unieron, y aunque ella les pidió más de una vez que se marcharan, ellos no hicieron caso, porque parecían dispuestos a luchar.
No pudo seguir insistiendo, porque el hombre lobo dio unas cuantas zancadas en su dirección, así que no tuvo más remedio que intentar ganar distancia para luego intentar derribar algo tras ella. Sin embargo, no llevaba más de cinco metros recorridos cuando un hechizo le golpeó en la espalda y quedó petrificada, cayendo al suelo con un golpe sordo. El hechizo lo había lanzado otra persona distinta, que se acercó a Emma para observarla de cerca antes de retirarse la capucha. Emma reconoció a Augustus Lyne.
El abuelo.
—Vaya, vaya, mira quién tenemos aquí —se regocijó, con una sonrisa escueta pero cargada de malicia—. Te has escondido muy bien, ¿eh? Lo has sacado de la traidora de mi hija.
Hermione le lanzó el contrahechizo desde lejos y Emma no perdió el tiempo y echó de nuevo a correr, pero su abuelo empezó a perseguirla. Era una gran desventaja que no se pudiera desaparecer en Hogwarts, y no quería convertirse en pájaro porque tenía muy cerca a su abuelo y si la veía no habría servido de nada mantenerlo tanto tiempo en secreto. Necesitaba sacarle ventaja para poder atacar desde lejos con hechizos defensivos. Sabía, por lo que había contado Bella, que Augustus era terriblemente bueno en ataque.
—Vamos, Emma, ¡solo quiero hablar contigo! ¡Quiero conocer a mi nieta más mayor!
No había nada en su aura, de azul oscuro, que indicara que aquello lo decía con sinceridad. Emma notaba la burla y la emoción en su tono de voz.
—No has querido conocerme en diecinueve años, ¡¿no crees que es normal que sospeche de ti?! —le gritó Emma, subiendo las escaleras de dos en dos. Le empezaban a doler los pulmones por el esfuerzo, pero no se detuvo porque sabía que aquel anciano no podría seguirle el ritmo.
Esperaba que su abuelo se tropezara con el escalón falso, pero este lo esquivó sin ningún problema. Para lo mayor que era, estaba muy ágil.
—Tengo curiosidad por conocerte, niña, nos mentiste a mí y a tu abuela cuando te preguntamos si tenías el don. Conseguiste mentirle a Isabella incluso con Veritaserum, ¿cómo lo hiciste?
—¡Tengo mis métodos! —gritó, mientras se agachaba para esquivar un hechizo que él acababa de lanzar sin previo aviso. Encantó un escudo a su alrededor, mirándole con desafío.
—Eres demasiado inteligente para tu propio bien, pero lo gastas en cosas sin valor alguno. ¡Quidditch! —espetó como si fuera un insulto—. Podrías estar haciendo obras maravillosas con el Señor Tenebroso y sin embargo te pones a perseguir una pelota por el aire...
—¿Consideras maravilloso lo que está haciendo? —escupió Emma, con el flequillo pegado a la frente por el sudor—. ¿Colarse en un colegio lleno de niños inocentes?
—La causa justifica los medios.
—Jamás —siseó Emma, girándose y apuntándole con la varita—. Aunque, a veces, vale la pena romper mis propias reglas. ¡Tarantallegra!
Le dio de lleno, y el abuelo comenzó a moverse de un lado para otro, incapaz de parar sus piernas. Emma aprovechó para escapar, pero este le lanzó un hechizo que le provocó un corte en la pierna izquierda. Emma chilló del dolor, llevándose la mano al muslo por inercia. El siguiente hechizo hizo explotar la pared que había junto a ella, y Emma le devolvió el mismo hechizo, que dio en la barandilla de piedra que había detrás de él.
—¡Eres... una... traidora! —gritó el abuelo sin dejar de lanzar hechizos y moverse—. ¡Al final te atraparemos! ¡Te unirás a nosotros... lo sé!
—Nunca me uniría porque yo no soy como vosotros, pero eso no lo sabes porque no me conoces de nada, Augustus. Yo jamás le haría daño a otra persona.
Sin embargo, la barandilla de piedra comenzó a resquebrajarse por el peso del anciano y, antes de que Emma pudiera hacer nada, el suelo bajo los pies de Augustus comenzó a derrumbarse, y él cayó con él hacia el piso inferior. Emma ahogó un grito y bajó las escaleras con mucho cuidado para intentar no destruir nada, y cuando vio de nuevo a su abuelo supo que acababa de incumplir sus últimas palabras.
Se había dado un golpe fatal en la parte trasera de la cabeza al caerse, y los ladrillos bajo él comenzaban a teñirse de sangre. Emma no necesitó acercarse para comprobar si estaba muerto, porque ni siquiera podía percibir su presencia con su poder. No sentía ningún resentimiento porque verdaderamente no conocía de nada a aquel hombre, y lo único que sabía de él eran cosas horribles, pero acababa de matar a una persona indirectamente. Las manos le habían empezado a temblar y se quedó observándoselas unos segundos, todavía en shock por lo que acababa de ocurrir.
He matado a alguien.
Quería, en el fondo, convencerse de que había sido sin querer. De que aquel hombre no era una buena persona. Había provocado la huida de su madre y había torturado a Bella incontables veces. Emma solo se arrepentía de no haberlo capturado para meterlo en prisión, donde debía estar una persona como él.
Vio de lejos a un par de mortífagos corriendo en busca de la fuente del ruido, así que no tuvo más remedio que echar a correr de vuelta a la torre antes de que la pillaran y terminaran el trabajo que había comenzado su abuelo.
Cuando llegó apenas quedaba nadie. George la abrazó nada más verla, y luego se alejó para comprobar que estuviera bien. Él tenía un corte profundo encima de la ceja derecha, pero por lo demás parecía ileso.
—¿Estás bien? —murmuró el chico, rozando sus brazos frenéticamente para comprobar su estado.
—Acabo de matar a alguien, George —explicó con la voz temblorosa. No parecía reconocer sus propias palabras cuando salían de sus labios—. Era mi abuelo. Bueno, era el padre de mi madre. Apenas lo conocía, pero...
—Emma... —George casi se atraganta al intentar coger aire. Miró a Emma, analizando su rostro, y negó de un lado al otro—. Emma, estoy seguro de que ha sido en defensa propia. Si no, seguro que te habría llevado ante Voldemort.
Emma asintió lentamente y se dejó abrazar una vez más, pero estaba demasiado nerviosa para ponerse a llorar. La conmoción le impedía comprender la gravedad del acto. Sabía que, cuando pasaran unas cuantas horas, lo terminaría de entender.
—Creo... Creo que tenemos que salir al patio, George.
—¿Para qué?
Ella no respondió, solo lo cogió de la mano y se lo llevó en dirección al exterior. Se reencontraron con algunos alumnos curiosos que también querían salir a ver qué ocurría, especialmente cuando empezaron a escuchar una melodía desgarradora que resonaba por toda la escuela y se propagaba por el cielo.
Se unieron al grupo de personas que rodeaba la figura en el suelo de Dumbledore, y George se quedó de piedra cuando entendió lo que había ocurrido. Miró a Emma con la pregunta en el rostro, pero ella simplemente negó lentamente antes de que se le cayera una lágrima por la mejilla.
El lamento del fénix la hizo sentirse todavía peor por lo que acababa de hacer, y cuando levantó su varita hacia el cielo junto a los demás para intentar deshacerse de la Marca Tenebrosa, se dejó llevar y comenzó a llorar sin parar, desgarrándose la garganta por los sollozos. Por mucho que se hubiera preparado mentalmente para ese momento, verlo frente a ella terminaba de hacerlo real. Nunca le había terminado de caer bien, pero lo respetaba porque era uno de los mayores magos de todos los tiempos y porque, aun así, había depositado sus confianzas en ella. Sin él, se sentía desprotegida, completamente a la intemperie. El ataque que acababa de sobrevivir era tan solo el primero de mucho.
Dumbledore había muerto.
La guerra había comenzado.
Han pasado 30 cosas distintas en este capítulo, menuda montaña rusa.
Y... Bueno no sé qué más decir, Oliver y Maisie son monísimos, F por Dumbledore y...
FRELLA IS REAL!!!! No era ningún secreto porque tienen su propio club de fans, pero me hacía mucha ilusión llegar a este capítulo para confirmarlo aunque... Vaya, aún no se sabe bien qué pasó en el Baile de Navidad. ¿Me pregunto cuándo lo diré? 🤔
Mil gracias por todo el apoyo y los comentarios y votos. ¡Os quiero! 💖
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