Capítulo 55 · Lealtad ·

Emma llevaba varios días teniendo visiones en las que corría por el bosque. Siempre se veía sola, y cuando no salía corriendo estaba dentro de una tienda de campaña. Se veía llorando muchas veces, arropada con una manta, susurrando el nombre de George.

—Ojalá estuvieras con nosotros.

Aquello solo lo escuchó en una de las visiones. Quizás no iba a estar sola todo el tiempo, quizás en algún momento se encontraría con alguien y huirían juntos. Lo que no sabía era quién.

No hacía falta que nadie le dijera qué eran esas imágenes. Emma iba a tener que escapar en algún momento y esconderse en el lugar más recóndito, como su madre. Por esa razón, le hizo el encantamiento de extensión indetectable a un bolsito negro que tenía y comenzó a guardar cosas en él que pudieran hacerle falta.

Aquello no se lo había contado todavía a George, pero esperaba tener un poco más de tiempo a su lado antes de tener que marcharse. No había tenido ningún otro encuentro con los mortífagos, y prefería que fuera así. Ahora que estaba tan vigilada y que estaba aprendiendo a protegerse, esperaba que la próxima vez que ocurriera algo, todo saliera bien y no hubiera que lamentar nada. No la ayudaba demasiado a calmarse o a dormir mejor, pero al menos tenía un plan y algo a lo que aferrarse si las cosas comenzaban a ir mal.

Era complicado, cuando veía el mal por todas partes.

Aquel día se encontró con Bella en una cafetería no-maj, tras meses pidiéndole verse mediante cartas y no haber recibido respuestas. En ese momento la acompañaba Tonks, aunque le dijo que se sentaría en otra mesa para no molestarla. Emma se había cambiado el pelo a una melena corta y rojiza y llevaba unas gafas de pasta negras.

Para ser sinceros, se sentía muy expuesta a pesar de su buen camuflaje y de la presencia de Tonks. Allá por donde miraba, sentía que cualquier persona podría ser un mortífago.

Bella.

No es que no se fiara de ella, pero su familia tenía todas las papeletas de ser seguidores de Lord Voldemort. Tal vez, la habían convencido y...

No, Bella no haría eso.

Se quedó esperándola cinco minutos frente a la cafetería, hasta que apareció una persona tapada con la capucha de un abrigo azul oscuro y unas gafas de sol.

Se puso junto a ella a fingir que leía el menú y susurró:

—Soy yo. Cámbiame la apariencia.

Emma miró a su alrededor para comprobar si alguien las estaba siguiendo, pero ninguna de las personas que pasaba por la calle parecía sospechosa. Se apoyó también contra el cristal de la cafetería y sacó la varita, procurando que nadie la viera, y apuntó a Bella con ella.

Cuando la chica se retiró la capucha, tenía el pelo de la misma longitud, pero era negro y con rizos, los ojos eran un poco más pequeños y tenía un aparato para los dientes de esos que llevaban algunos no-majs. Cora, su amiga de Ilvermorny, solía llevar uno en primer y segundo año.

Bella hizo una mueca al verse contra el escaparate de la cafetería y se pasó la lengua por los metales de los dientes, pero suspiró aliviada al ver que estaba prácticamente irreconocible.

—¿Se puede saber por qué no te has cambiado de aspecto en tu casa? —inquirió Emma con alarma. Se suponía que ese era el plan que debían seguir.

—Te lo explico ahora. —Bella la tomó de la mano y entraron en la cafetería.

Pidieron dos cafés y se sentaron en una esquina. Tonks estaba en la mesa de al lado, pero parecía muy entretenida leyendo los sobres de azúcar, sin comprender muy bien por qué había azúcar marrón y una cosa llamada "sacarina". Emma observó a Bella, buscando qué había de diferente en ella a parte de los cambios que le había hecho, y pensó que todo era normal hasta que vio un anillo alrededor de su dedo.

Oh, no.

—¿Qué quiere decir eso?

Bella se lo tapó, pero era demasiado tarde. Emma notó cómo su aura cambiaba hasta mostrar su intranquilidad. Cerró los ojos con un suspiro y miró a su taza de café.

—Me han obligado, Emma. Estoy prometida.

Si solo tiene dieciocho años.

Emma tragó saliva para apartar ese reproche de sus labios. No era como si Bella no estuviera al tanto de ese dato. Por lo vacío de su mirada y la mueca nerviosa de sus cejas, Emma sabía que era algo en contra de su voluntad.

—¿Por eso no me has contestado a las cartas? —Emma casi tira su taza de café del susto—. Te dije que te ayudaría a escapar de ellos. Teníamos planes, Bella.

—Tú no lo entiendes, Emma. Cuando volvimos de Hogwarts me tuvieron un mes entero encerrada en una habitación en la mansión de los abuelos porque hice demasiadas preguntas.

Un mes castigada.

¿Con qué la habrán castigado esta vez, si ya la sometieron a un imperio?

Sintió que le recorría un escalofrío. Sintió que sus quejas y su miedo eran infundados porque su prima, sin duda, lo había pasado peor que ella. Analizó cada centímetro de su piel en busca de heridas, pero o las tenía bien guardadas o ya se habían borrado.

Todo por hacer preguntas.

—¿Preguntas?

—Sí, Emma. Nunca hago preguntas porque me ocurren estas cosas, pero tenía una sospecha y... No lo pude evitar. Mi abuelo se enteró de que estaba investigando por la mansión y... Me encerraron. —Se estiró las mangas del jersey. Emma temía que le hubieran hecho algo más, pero no iba a obligarla a enseñárselo delante de tanta gente.

Se viene conmigo.

—¿Qué investigabas, Bella? ¿Tiene algo que ver con... mi madre?

Bella sonrió con tristeza.

—No, siguen sin tener ni idea de dónde está, por cierto. Estaba investigando sobre... Mi padre. Mi padre biológico.

Emma tragó saliva. Era cierto que Bella no conocía la identidad de su verdadero padre, pero no esperaba que una pregunta como esa desatara tal caos en la mansión. La crueldad de sus abuelos no tenía límites.

— Pensaba que sí sabías más o menos quién era, que era un mortífago que...

—Sí, sé eso y sé que murió, pero ni siquiera sé su nombre o cuál es mi apellido real... —Bella chasqueó la lengua con amargura—. Mira, no sé nada porque me borraron la memoria, Emma. Si descubrí algo en esos libros en la casa de mis abuelos, lo he olvidado, y seguro que si intento buscarlos los habrán escondido.

Emma tomó su mano y acarició su muñeca con los dedos. No podía ni imaginar la impotencia que debía sentir.

—No entiendo por qué quieren ocultártelo.

—Yo tampoco, pero tiene que haber un motivo, porque me han quitado la varita —miró a Emma con advertencia para dejar que terminara de hablar—. Solo me la dan cuando entro a trabajar todas las mañanas en el Ministerio y es porque me están vigilando todo el rato. Me la quitan a la salida para que no me pueda ir.

—¿Y cómo has venido hasta aquí?

—Me está cubriendo mi elfina doméstica. Por eso no tengo mucho tiempo, Em, si la pillan es posible que la maten y no podría cargar con eso. Mili es demasiado importante para mí.

Emma asintió, recordando a la elfina que la había atendido cuando había ido a su casa. Bella solo contaba cosas buenas acerca de esa criatura.

—No quiero que pases por nada de eso, Bella. No... no es normal que te hagan esas cosas.

—Ya sabemos por qué huyó tu madre, ¿eh? —explicó con un suspiro cansado—. Pero yo me parezco más a la mía, así que... Seguiré sus pasos.

Tragó saliva con brusquedad antes de hundir la mirada en su café.

—Voy a casarme con quien ellos quieren, porque antes de que me castigaran les dije que no lo haría y... Pasó lo que pasó —susurró, peinándose el pelo tras las orejas—. Así que será mejor que me calle y haga lo que digan. Así dejarán de molestarme.

Tenía una galleta entre las manos y Emma observó que estaba apretándola tanto que pronto saltaría en cientos de pedazos. Emma se sentía cómo la galleta. Tenía mucho que decir y se estaba conteniendo.

—¿Quién es tu prometido? ¿Lo conozco?

Bella apretó los labios. Se notaba que no quería decirlo, y Emma supuso que era por una mala razón.

—Adler Rookwood.

—¿Rookwood? ¿Como Augustus Rookwood? ¿Uno de los mortífagos que escapó de Azkaban?

Bella asintió lentamente, y se abrazó a sí misma.

—Él también es mortífago, ¿no? —preguntó Emma. Bella asintió muy despacio, y eso casi provoca que Emma tire la taza de café al suelo. Ya había tenido suficiente—. Ven conmigo, Bella. La Orden te esconderá. No tendrás que hacer nada que no quieras. Si te casas te obligarán a ir con ellos y...

—No es tan malo, Emma —murmuró—. Su padre está loco, pero Adler... Bueno, si le quitas el hecho de que es un mortífago, no está tan mal. Lo conozco de hace un par de años y siempre me ha tratado bien. A él verdaderamente le gusto.

—¿Que no está tan mal? —Emma estaba al borde de un ataque de nervios—. ¿Qué ha dicho tu madre?

—Que obedezca y me quede calladita, como siempre —dijo apretando los dientes—. Y es lo que voy a hacer, obedecer, pero eso de quedarme callada... No creo que pueda hacerlo.

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, no te he respondido hasta que no me he decidido, pero ahora lo tengo claro. —Tomó aire, miró a su alrededor y después respondió—: Puedo ser una espía para la Orden. Si me aceptan, claro.

Emma abrió los ojos con sorpresa. No entendía cómo había pasado de querer resignarse al destino que sus abuelos querían para ella por no enfadarles a querer espiar para la Orden.

—Bella, ¿entiendes que si te pillan te matarán, verdad?

—Sí, pero no me van a pillar, porque voy a ser la prometida perfecta. Callada y servicial. No les voy a dar razones para sospechar de mí, de verdad.

Emma no quería decir que sí, pero también entendía que ella no tenía que tomar esa decisión. Bella estaba decidida a hacer aquello y parecía insistente en hacerlo cuanto antes.

Quiere ser útil. Tiene una posición de lo más ventajosa para ser nuestra espia.

También está en primera línea. Si la pillan...

Emma llevó a su prima a Grimmauld Place. Cuando salió de allí, tras un extenso interrogatorio, Bella era una espía para la Orden.

Diciembre llegó con un montón de nieve, y Emma pensaba que era un presagio de lo que se avecinaba. Todos los días tenía el presentimiento de que se acercaba algo malo, pero por mucho que se esforzara no veía nada en el futuro más allá de sus visiones corriendo por el bosque y llorando por George.

Aquel día había sido invitada por la capitana de su equipo, Gwenog Jones, a una cena formal en Hogwarts. Era la cena de un tal profesor Slughorn, que era ahora el encargado de Pociones, y según le habían contado Hermione, Harry y Keira en sus cartas, era un mago un poco excéntrico. Tenía una especie de organización llamada "El Club de las Eminencias", en el que invitaba a jóvenes del colegio a los que les veía un futuro prometedor. Ya había hecho aquello cuando había trabajado en el colegio con anterioridad, y Gwenog, o Gwen, como la llamaba Emma, era una de esas antiguas Eminencias.

Harry, Hermione, Ginny y Keira también estaban invitados, por lo que Emma se moría de ganas de acudir para poder verlos un poco antes de las vacaciones de Navidad. Aprovecharía también para visitar a Dumbledore y a su padre, por supuesto.

—¿Y por qué te ha invitado? —preguntó George mientras la veía cambiarse de ropa frente al espejo.

—Pues no lo sé, creo que es porque sabe que mi padre y mi hermana están en Hogwarts —dijo Emma sin prestar demasiado atención, cambiándose un vestido blanco por uno rojo con un toque de varita.

—¿Y no tiene un novio que la lleve?

Emma sonrió.

—En primer lugar, creo que a Gwen no le gustan los chicos, George —aclaró, levantando las cejas—. Y en segundo lugar, eso ha sonado fatal.

—Bueno, Em, lo siento mucho, pero es que me ha parecido un poco extraño. No sabía que os llevabais tan bien.

Emma soltó un bufido.

—¿Estás celoso? ¿Eso son celos, George Weasley? No te pega nada.

George no dijo nada, pero luego se encogió de hombros. Emma se acercó a él, que estaba sentado en la cama, y él puso las manos tras sus muslos, acercándola a su pecho.

—Lo siento —se disculpó, rozando su piel con sus labios—. Sabes que no soy celoso, es solo que últimamente nos vemos menos, entre tus entrenamientos con las Arpías y con Ojoloco, y yo, que me paso el día en la tienda... Me da la sensación de que no te hago caso y que te vas a cansar de mí.

—No digas tonterías —desmitintió ella, pasando las manos por su pelo despeinado, recolocando los mechones del remolino que tenía en un lado de la cabeza—. Estás siempre pendiente de mí, y sabes que te lo agradezco, porque a veces me cuesta un poco hacerlo.

—¿Seguro? ¿Seguro que no te has cansado de mí? Mi madre te lo advirtió.

—No, tonto, no me he cansado de ti. Nunca me canso, ya lo sabes —le guiñó un ojo.

George puso una de sus sonrisas traviesas y comenzó a subir las manos desde los muslos al trasero de la chica, y con un empujoncito la sentó encima de él. El efecto fue instantáneo. Emma enroscó sus brazos alrededor del cuello y lo besó, mientras él deslizaba el vestido por su cuerpo y dejaba a la chica tan solo con su ropa interior. Se quedó observándola un segundo y llevó la vista al cielo.

—Bueno, si le gustas a esa tal Gwen no la culpo, la verdad. —Escondió la cabeza en su cuello y le dio un beso bajo la oreja—. Yo también intentaría robarte si no fueras mi novia.

Emma soltó una risita mientras George bajaba la cabeza por su clavícula, dándole besos hasta llegar a su pecho. Sacó entonces la varita y, con un toque, hizo desaparecer el resto de la ropa interior de Emma. Escondió la cara sobre sus pechos mientras Emma intentaba desabrochar sus pantalones de memoria, ya que no veía nada de lo que hacían sus manos. Cuando ambos quedaron sin ropa, George se puso protección y Emma se deslizó encima de él.

—Merlín —susurró con un gemido.

—No, soy George. Siempre te equivocas, tonta —respondió él riéndose.

Finalmente, optó por llevar un vestido negro de manga larga y atarse el cabello en una trenza. Cuando se miró al espejo, le pareció que se asemejaba ligeramente a su tía Evangeline.

Gwen la recogió en la puerta de Florean Fortescue, vestida con un bonito traje blanco.

—Qué guapa, Blackwood.

—Gracias, aunque puedes llamarme Emma, Gwen —respondió ella—. Y tú también estás muy guapa.

Gwen le dedicó una sonrisa radiante.

—¿Vamos?

Emma asintió y colocó una mano en el hombro de Gwen para hacer una aparición conjunta hacia Hogsmeade.

Slughorn quedó maravillado con Emma cuando Gwen la presentó como su acompañante. Muchos las observaban, porque eran jugadoras de la liga profesional, aunque todos conocían a Emma porque solo hacía un año que se había graduado. Gwen era bastante más mayor, tenía diez años más que Emma, por lo que los demás la conocían por su trabajo.

Keira estaba radiante con su vestido azul, cogida de la mano de un chico de Ravenclaw que presentó a Emma como Eric Beauchamp, su amigo. Por el color de las mejillas del chico cuando se lo había presentado, ese chico era mucho más que eso, aunque Keira solo parecía muy feliz de estar allí.

Emma saludó a Hermione con un abrazo, aunque estaba un poco intranquila porque quería alejarse del chico con el que había acudido a la fiesta, un chico de Gryffindor muy atractivo.

—Me ha intentado besar —le susurró a Emma al oído.

—¿Y no le has dejado? —respondió Emma con una sonrisa, levantando las cejas sugerentemente.

—¡Claro que no! Es un idiota creído al que solo le importa el Quidditch.

—Bueno, a Viktor también y no te importó.

—Viktor tenía otros atributos que... —Hermione abrió la boca con ofensa—. ¿Cómo sabes que nos besamos? ¿Nos viste? —preguntó alarmada.

—No en persona —se disculpó. Hermione hizo una mueca de enfado—. Oye, sabes que no puedo controlar el don. En fin, si tan estúpido es, ¿por qué has venido con él? Podrías habérselo pedido a Ron.

Hermione frunció el ceño y Emma supo que había metido la pata, porque puso la cara que ponía siempre cuando estaban enfadados.

—Ronald tiene otras preocupaciones... Y con eso me refiero a que probablemente esté metiéndole la lengua hasta la campanilla a su novia.

—¿Ron? ¿Ronald Weasley tiene novia?

—Sí, y se pasan el día recordándonoslo a todos.

Emma miró a Hermione con pena, pero ella parecía más enfadada que triste. Recordó que la había visto llorar en una visión un año atrás. Probablemente aquella era la razón. Después de charlar un rato con Harry, que también estaba un poco incómodo, se disculpó para ir a buscar a Dumbledore.

—Bonito vestido, Emma. No sabía que conocías al profesor Slughorn —saludó Dumbledore, haciendo una seña para que se sentara frente a él.

—No lo conocía, he venido como invitada de una de sus "eminencias" —remarcó con una risita—. Aunque me miraba como si fuera un cromo especial de los de las ranas de chocolate, así que diría que me va a invitar a futuras reuniones.

Dumbledore se rio y llevó la vista al cielo. Emma observó al anciano y pensó que parecía más mayor. Tenía el pelo más oscuro, pero su piel estaba más pálida de lo normal, como si no se encontrara bien. Emma examinó aún más su estado, hasta que reparó en su mano. No sabía cómo no la había visto antes. Estaba completamente negra, como si se estuviera pudriendo la piel.

—¡Profesor! ¿Qué le ha pasado en la mano?

Dumbledore observó sus dedos con lástima e hizo una mueca antes de mirar a Emma.

—Sí, quería habértelo comentado antes, pero no quería importunarte.

—No me importuna, profesor. Creía que estaba ocupado y por eso no me había vuelto a llamar desde la misión de julio... —Emma miró de nuevo la mano y chasqueó la lengua—. Profesor, parece muy grave.

—Esto es precisamente por esa misión, Emma —dijo Dumbledore, rebuscando algo en un cajón. Sacó una bolsita de tela y la volcó para dejar caer el anillo. Ahora tenía una hendidura por la mitad, dividiendo el símbolo de las reliquias en dos—. Conseguí romperlo. Tom ha perdido un trozo de su alma.

—Eso es fantástico, profesor, pero, ¿qué tiene que ver con su mano?

—Me costó mucho encontrar la forma de deshacerme del dichoso anillo. Fui tan estúpido de ponérmelo, sin saber que estaba maldito. Voldemort se toma estas cosas en serio, debí pensarlo y... —suspiró.

—Profesor, no tiene buena pinta.

—Por supuesto que no, Emma, es una herida hecha por una maldición y, por lo tanto, es mortal.

Emma dio un salto sobre su asiento y se quedó callada, esperando a que dijera que sabía cómo frenarla, pero él simplemente hizo un gesto de negación. La derrota en su mirada hizo que a Emma se le bajara la sangre a los pies por el pánico.

¿Se va a morir? ¿Dumbledore se va a morir?

Emma no lo comprendía. Dumbledore era el mayor mago de todos los tiempos, ¿cómo iba a haber algo que desconociera? ¿Cómo podía morir por algo tan estúpido como un anillo maldito?

—Snape pudo frenar ligeramente el avance de la maldición, si no, probablemente ya estaría muerto —explicó con pesar—. Así, al menos tengo un poco de tiempo antes de que me consuma por completo.

—¿Cuánto...?

—No lo sabemos, pero no demasiado.

Emma tragó saliva, aunque tenía un nudo en la garganta que le dificultó el trabajo. Se limpió una lágrima y se dio cuenta de lo hipócrita que se sentía. Seguía guardándole resentimiento por haberle ocultado tantos secretos y continuar haciéndolo, pero Emma comprendía el privilegio que era estar frente a él y haberse ganado su confianza. Ahora, cuando por fin empezaban a entenderse y a trabajar codo con codo, Dumbledore iba a morir.

—Profesor, ¿puedo...?

Dumbledore le tendió la mano. Emma posó la suya encima y cerró los ojos.

Dumbledore estaba en la Torre de Astronomía, y Draco Malfoy lo apuntaba con la varita, pero la mano le temblaba tanto que era increíble que pudiera sostenerla sin que se le cayera.

Su suerte está en mis manos —decía el chico con la voz temblorosa y débil.

No, Draco, soy yo el que tiene tu suerte en las manos.

Draco bajaba la varita. Lo siguiente que Emma veía era a Snape apuntándole y un rayo de luz verde impactando en el pecho de Dumbledore.

Emma apartó la mano y se la llevó directamente a los labios. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Casi podía sentir la angustia de los presentes. El calor de la luz verde de la Maldición.

Como cuando noté la de Cedric como si la recibiera yo.

—Vaya, debes de haber visto algo horrible...

—Draco Malfoy... Intentará matarle, pero no lo conseguirá, así que...

—Lo hará el profesor Snape, ¿no?

Emma le miró sin comprender.

—¿Cómo lo sabe?

—No me cansaré de decir que el profesor Snape está en nuestro bando, Emma.

—¡Acabo de ver que lo matará! ¿Cómo podría alguien matar a una persona de su bando? —Emma se levantó. La maldición debía de haberle nublado el juicio, haciéndole incapaz de atender a razones.

—No, Emma, yo ya estoy muerto, tengo las horas contadas. ¿Qué más da quien me dé el golpe final? Prefiero que sea un amigo.

—No me ha dicho por qué lo sabe —siseó con la voz temblorosa.

Dumbledore suspiró. Le indicó a Emma con un gesto de su mano sana que se volviera a sentar.

—Han obligado a Draco a hacerlo. Un poco como están obligando a tu prima Isabella, solo que a Draco le han dado un trabajo mil veces peor, uno que es incapaz de cumplir porque no es como ellos —explicó con paciencia—. Piensa que tiene que guardarles lealtad, pero tiene otras opciones, solo que nadie se las ha dado.

Emma bufó.

—No, no es como ellos, Emma. Sé que es un joven ambicioso, la viva imagen de Slytherin, pero no deja de ser un chico de quince años. Ha tenido una vida muy difícil, sus padres lo han hecho así, pero sé que en el fondo es buen chico.

Emma se mordió la lengua. Había visto que bajaba la varita, que decidía no matarle. Quería creer a Dumbledore, porque Draco provenía de un contexto muy similar al de Bella, y en ella sí que confiaba.

—No se lo puedes contar a nadie, ¿entiendes? A nadie. Especialmente a Harry. Prométemelo.

Emma asintió con reticencia. No sabía cómo guardar un secreto como ese y fingir que nada ocurriría.

—Eres una joven brillante, Emma Blackwood. Eres fuerte e inteligente, pero sobre todo eres compasiva. No dejes que nadie te quite eso.

Emma se levantó con torpeza, abrumada por lo que acababa de descubrir. Se despidió en silencio y se marchó corriendo de vuelta a la cena. No sabía todavía cómo actuar con normalidad, si la imagen de Dumbledore envuelto en la luz verdosa se le aparecía sin parar en la mente.

Corrió en dirección al lugar en el que se celebraba el evento, pero frenó cuando estaba a unos pocos metros para apoyarse contra la pared y serenarse. Tenía que fingir. Se lo había prometido. Contó su respiración unas cuantas veces.

Cuando abrió los ojos, Draco Malfoy estaba frente a ella. Parecía enfadado, pero se había parado a mirarla. Emma advirtió que no la estaba apuntando con la varita.

—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó el chico, mirándola de arriba abajo.

Emma se apretó contra la pared. Por muy buen corazón que Dumbledore pensaba que tenía el chico, no dejaba de ser hijo de Lucius Malfoy, quien ahora estaba en Azkaban tras la Batalla del Departamento de Misterios, donde ella había participado. Si Draco era ahora un mortífago, nada le frenaba de llevársela frente a Voldemort.

—Me han invitado a la cena —respondió ella, apretando su bolso para sentir la varita en su interior. Comenzó a repasar mentalmente maneras de deshacerse de él si la cosa se torcía—. ¿Y tú?

—Quería colarme.

Emma sonrió de lado. Draco era muy joven. Si no hubiera sido porque despreciaba a los mortífagos y sus pensamientos anticuados, Emma habría pensado que era un chico muy atractivo.

—Sabes que te buscan, ¿no? —dijo Draco dando un paso hacia ella—. Él ha puesto a sus mejores mortífagos a buscarte.

—Pues deséales buena suerte —respondió Emma poniéndose recta. No sabía de dónde sacaba esa fiereza, pero intentó creerse digna de ella.

—Eres muy valiente, no me extraña que Potter esté colado por ti —masculló, como si escupiera el nombre de su amigo—. Seguro que si te llevo frente a Él no serás tan valiente.

—No lo harás.

El chico dio un paso hacia atrás, y la fachada de fuerza que había demostrado se debilitó durante unos segundos.

—Eres buen chico, Draco. No lo harás.

—¿Y tú qué sabes?

—Sé muchas cosas, ya lo sabes —dijo dándose unos toquecitos en la sien—. Así que hazme caso cuando te digo que... No lo harás, Draco.

Elevó la voz en esas últimas palabras, esperando que él se diera cuenta de a qué se refería, pero solo hizo una mueca de desagrado, así que Emma hizo una especie de reverencia y se marchó de vuelta a la fiesta, a fingir, de nuevo, que todo iba bien y no acababa de ver cómo iba a morir el mayor mago de todos los tiempos.

Solo quedan 15 capítulos para terminar, y la cosa cada vez se pone más difícil. ¿Qué opináis de lo que va a hacer Bella? ¿Emma debería intentar parar la muerte de Dumbledore? ¿Os gusta Draco o no?

Os recuerdo que tengo otras historias en mi perfil, por si os gusta lo que escribo 😊

❤️❤️❤️ De nuevo miiiil gracias por pulsar la estrellita en cada capítulo, leerlo y comentarlo. Os quiero, pero solo a las que votáis, a las otras que os jalen las patas y se os caiga el helado al suelo y se os queme el arroz, leer 55 capítulos y no votar ni uno solo es de una desfachatez que uf❤️❤️❤️ Gracias a las que votáis, que os tengo muuuuy en cuenta y me alegro al ver vuestro nombre en cada capítulo. Os deseo miles de cosas bonitas 💙

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