Capítulo 54 · Esperanza ·

Todas las mañanas dedicaba varios minutos a escuchar el corazón de George contra su oreja. Notaba cuándo se volvía a quedar dormido por la forma en la que comenzaba a ir más despacio. Notaba cuándo estaba excitado porque iba completamente desbocado y su pecho se hinchaba y deshinchaba rápidamente por la respiración acelerada.

Estaba apoyada sobre su torso con los ojos cerrados. George pasaba las yemas de sus dedos por el brazo y el costado de Emma, provocando que sintiera escalofríos cuando tocaba alguna zona concreta que al final terminaban siendo cosquillas. Emma se removía con una risita cuando era demasiado, por lo que George le hacía aún más cosquillas. Y así todas las mañanas desde que eran libres para despertarse juntos.

Era domingo, y aquel día tendrían que haberse ido a Hogwarts, pero ya habían terminado sus estudios. En lugar de eso, se habían despertado juntos en el apartamento de los chicos y, tras lo que había terminado siendo una sesión de besos que se las había ido de las manos, estaban haciendo tiempo antes de ir a desayunar.

Fred se pasaba los días bromeando con lanzarse por la ventana para dejar de escucharles en plena acción, pero luego se vengaba trayendo a alguna que otra amiga al apartamento. La primera vez, Emma gritó por el susto cuando se encontró a una desconocida en la cocina. A la siguiente, le ofreció café.

—¡Hoy es mi último día con la hoja! —anunció Emma con entusiasmo.

—No la echaré de menos, quiero poder besarte bien sin ese olor a mandrágora. Es como estar en clase con la profesora Sprout otra vez —respondió George arrugando la nariz.

—¿Ah, sí? Si tanto te molesta besarme no lo hagas.

—Ya, como si tú quisieras dejar de hacerlo

Hacía tiempo que estar desnudos el uno frente al otro no les sacaba los colores. George se colocó sobre ella y depositó un suave beso sobre su cuello antes de pasar las manos por la silueta sin ropa de Emma. Colocó las manos tras sus piernas e hizo que las enroscara alrededor de su cadera. Emma se dejó escapar una risita y George se dio la vuelta con un impulso y ella acabó encima de él.

—¿Otra vez, George? —se burló ella, antes de besar su nariz—. ¿Es que no se te quitan nunca las ganas?

Siempre tenían esa broma entre los dos. Era una broma que, obviamente, no podían contarle a nadie si no querían incomodarlo, aunque George la tenía guardada para cuando necesitara meterse con Ron.

—¿De ti? Jamás.

—No llevas protección —le recordó ella—. ¿Acaso quieres que acabemos como Oliver y Maisie?

—Bueno, no por ahora, pero en unos años, cuando termine la guerra... No me importaría crear contigo unos niñitos pelirrojos con visiones—respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

Emma puso los ojos en blanco.

—Dime, ¿lo has visto? ¿Nos has visto en unos años?

Ella negó.

—No, la verdad es que no. No veo cosas a tan largo plazo. Quizás, si lo intentara lo conseguiría, pero es un poco difícil porque no sé qué buscar exactamente, y en el fondo pienso que es mejor no saberlo.

George asintió.

—Bueno, pues ya te lo digo yo: tú te conviertes en Emma Weasley, nos compramos una casa enorme, tenemos tres o cuatro niños y ellos serán los más populares de Hogwarts, porque su padre tendrá más de cien tiendas de bromas por todo el mundo y su madre será la capitana del equipo inglés de Quidditch.

—¿Ah, sí? ¿Y quién ha dicho que vaya a tomar tu apellido? A mí me gusta cómo queda Emma Blackwood. ¿Qué tal si te lo cambias tú? ¿George Blackwood? Podríais cambiar la tienda a Sortilegios Blackwood y Weasley.

George hizo una mueca. Emma le sacó la lengua.

—Bueno, ¿y si te convenzo para que te lo cambies? —dijo George con un murmullo, acercando sus labios a la piel bajo su oreja.

—¿Y cómo me vas a convencer?

El chico se mordió el labio, tomó a Emma de las caderas y, cuando iba a acercarlas a las suyas, la puerta se abrió de par en par.

Por suerte, las sábanas taparon la mayor parte de sus cuerpos desnudos, porque si no, Fred hubiera visto todo con lujo de detalles.

—¡No! ¡Mis ojos! —se quejó tapándose la cara y fingiendo que se retorcía de dolor— ¡No, Merlín! ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

—No exageres, idiota —gritó George lanzándole un almohadón.

—¿Que no exagere? Vivía muy tranquilo sin saber cómo eran las tetas de mi mejor amiga.

Emma miró hacia abajo y se tapó mejor. En efecto, Fred se las había visto con todo lujo de detalles.

—O dejas de hacer el tonto o te lanzo el hechizo mocomurciélagos —dijo Emma con voz amenazante—. ¿Te recuerdo que nosotros te encontramos una mañana en el sofá con una chica? Y ninguno de los dos estabais vestidos.

—¡Sí, y nosotros no lo hacemos en ese sofá, donde se sientan los invitados! —mintió George. Lo habían hecho un total de tres veces en ese sofá.

—Ah, no, es verdad —dijo Fred quitándose las manos de la cara—. Solo os he pillado en el almacén de la tienda, en el garaje de papá, aquella vez en el dormitorio de Hogwarts... ¿Qué os falta, mi cama?

No, en su cama ya lo habían hecho.

—Como no salgas de esta habitación podrás añadirla a tu lista —amenazó George, lanzándole una bola de ropa a la cabeza.

Fred miró hacia la ropa que había en el suelo, que ahora se había deshecho y enseñaba los calzoncillos de George, el sujetador de Emma y unos pantalones vaqueros. Fred dio un salto y gritó.

—¡Mamá tenía razón! ¡El sexo antes del matrimonio no trae nada bueno!

—¡Frederick! —gritó Emma.

—Que sí, que ya me voy. Solo venía a recordaros que tenemos que estar en King's Cross en diez minutos. ¡Y si os da tiempo a hacer guarradas en diez minutos entonces no tengo nada que envidiar!

Dicho eso, cerró la habitación de un portazo y Emma y George comenzaron a reírse. Ya tendrían tiempo en otro momento.

Despidieron a Alfred, Keira, Ginny, Harry, Ron y Hermione en la plataforma del tren, y Emma sintió mucha envidia al verlos sacar las manos por la ventana para despedirse. Keira ya estaba en cuarto. No podía creer que hiciera ya tres años desde la primera vez que habían llegado a aquel lugar y había conocido a algunas de las personas más importantes para ella. Sus vidas habían cambiado mucho desde entonces.

Los gemelos eran dos empresarios de éxito, Lee era el ayudante de un comentarista de Quidditch muy famoso, Verónica había entrado a trabajar en el Ministerio en un puesto de prácticas, Maisie esperaba una hija mientras empezaba sus estudios de medimagia y Emma jugaba en la liga de Quidditch. A pesar de toda la tragedia que habían vivido, estaban teniendo suerte y haciendo lo que más les gustaba.

Emma era consciente de que aquello era una simple ilusión de suerte; que en algún momento todo se desvanecería y se darían de bruces con la realidad. Aferró la mano de George mientras despedían a sus hermanos, suplicando por que ese golpe que les llegaría eventualmente tardara un poquito más.

No estoy lista para decirle adiós a todo esto.

Tenía que trasladarse al apartamento de los gemelos aquella misma tarde. Habían conseguido convencer a la señora Weasley enseñándole la tercera habitación que habían transformado en el nuevo cuarto para Emma. Fred le aseguró que sería él quien vigilaría a la pareja durante la noche para que no durmieran juntos, y que le enviaría informes diarios sobre sus actividades. Evidentemente, la señora Weasley no se creía nada de eso, pero accedió porque prometieron ir a comer a su casa tres días a la semana.

Como los gemelos estaban trabajando y ella tenía el día libre por la mudanza, se encargó de trasladar toda su ropa junto a Tonks. Le prometió que podía marcharse a disfrutar del día, pues el apartamento estaba bien protegido con encantamientos. Tonks insistió en que no le importaba pasar el día junto a ella, puesto que ya eran prácticamente un par de amigas, pero Emma aseguró que no tenía por qué preocuparse.

Hasta que se quedó sola y, cuando intentó hacer algo de comer para cuando los gemelos tuvieran su descanso, se dio cuenta de que no había absolutamente nada comestible en la cocina. De haber estado en la parte no-maj de Londres, habría intentado pedir algo a domicilio, pero en pleno Callejón Diagón no había forma de traer comida a su casa.

Observó la calle desde la ventana. No parecía peligrosa en ese momento; estaba transitada por personas que, en absoluto, habría pensado que pudieran ser peligrosas.

Pero el peligro está ahí. Seguro.

Tardó veinte minutos en decidirse. Se puso una chaqueta con capucha, se recogió el pelo para que nadie pudiera verlo, y se colocó unas gafas de sol. Con la varita bien aferrada bajo su manga, salió del apartamento intentando no llamar la atención.

Cruzó al Londres muggle en busca del supermercado más cercano. Si no se distraía demasiado, podía hacer su compra y estar de vuelta en treinta minutos. Solo que, desafortunadamente, la suerte no estaba de su parte.

No sabía si era fruto de su paranoia o sugestión, pero tenía la sensación de que alguien la observaba. Miraba disimuladamente a su alrededor en busca de unos ojos vigilantes, pero allá por donde buscaba solo encontraba transeúntes ajenos a su presencia. Compró unas cuantas cosas en el primer supermercado que vio y salió con las bolsas en una mano para no entorpecer su otra mano que sujetaba la varita.

Voy corriendo a un callejón y me desaparezco. Ya está.

Solo que el camino a ese callejón fue aún más complicado, puesto que, cuando se giró, percibió una figura vestida de negro que caminaba tras ella. El corazón se le aceleró de golpe, provocándole un dolor en el pecho que no le permitía respirar bien. Sintió cómo se le bajó la sangre de golpe a los pies por el pánico.

Eres tonta, Emma, no tendrías que haber salido de casa.

Tonta, tonta, tonta.

Tienes que pensar algo.

Entró en la primera puerta que encontró. Era una tienda de ropa llena de gente. Emma alzó la vista hacia uno de los espejos que decoraba un pilar.

Observó a la persona de negro a unos cuantos metros tras su espalda.

Mierda.

Quería avisar a alguien. Quería llamar a Tonks y decirle que tenía razón, que tendría que haberse quedado con ella. Pero no había nadie.

Pensó en lanzarle un hechizo, pero eso pondría en peligro a los clientes de aquella tienda, que eran completamente ajenos a lo que estaba ocurriendo. Con la varita entre sus dedos, solo pensaba en lanzar cualquier cosa para protegerse, pero no quería ser irresponsable.

Tiene que ser algo imperceptible.

Pensó que será buena idea esconderse en el probador, pero había una cola de personas esperando, así que quedó unos minutos fingiendo que buscaba algo en un montón de ropa de oferta. Miró a su alrededor en busca de una idea.

Aprovechando que nadie miraba, sacó la varita de la manga y envió una pulsera que había en una estantería hacia el bolsillo de la persona de negro, que estaba distraida porque una señora acababa de chocarse con ella. Después de eso, salió a paso rápido de la tienda sin mirar atrás, sin importar que todos la miraran por lo mucho que corría.

Suplicó por que su plan surtiera efecto. Iba ya por la acera de enfrente cuando escuchó la alarma de la tienda y la voz del guardia de seguridad haciéndole un placaje a su acosador. Emma solo se giró para observar que verdaderamente estaba lejos antes de echar a correr todavía más.

Sabía que ya no la seguían, pero aun así no se sentía mejor. Tenía un nudo en la garganta y muchas ganas de vomitar, y se sintió estúpida por pensar que podía salir sola sin protección. Los de la Orden se iban a enfadar mucho con ella. Divisó un callejón a la izquierda y se metió para desaparecerse, pero entonces lo sintió.

Aquella horrible sensación de desolación le era muy familiar. Hacía mucho frío, demasiado para ser septiembre. Quería utilizar la varita para desaparecer, pero tenía tanto frío que las manos le temblaban mientras intentaba sacarla. Le dolían los huesos de los dedos, pues se le habían quedado rígidos por el helor.

No puede ser. No puede ser.

El dementor la esperaba en aquel callejón, tan enorme y aterrador como siempre, con sus manos esqueléticas y putrefactas que se estiraban en su dirección.

Quiso gritar, pero el dolor en el pecho se lo impidió y se le quedó el quejido atrapado en la garganta. El dementor comenzó a absorber, y en aquella ocasión, en lugar de revivir la muerte de su madre, revivió la de Cedric. Sintió de nuevo lo mismo que aquellos horribles meses del verano anterior. La certeza de que podría haberlo salvado.

Se cayó de rodillas al suelo y se tapó la cabeza con las manos, esta vez chillando sin parar. Los ojos de Cedric aparecieron en su mente, grabados a fuego. Su rostro sin vida sobre el cementerio junto a la casa de los Ryddle.

Lo siento, Ced, lo siento.

Tendría que haberte salv...

Solo que no era cierto. Ella no podría haber hecho nada. Por mucho que le doliera, Cedric había estado destinado a morir aquel veinticuatro de junio de 1995. De haberlo cambiado, algo horrible habría ocurrido. ¿Y si hubiera sido Harry?

Ya lo había aceptado. Cedric había dicho que lo único que quería era que fuera feliz.

—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó mientras empuñaba la varita.

El pajarito salió del extremo y, a pesar de lo pequeño que era, voló hacia el dementor y lo ahuyentó. Emma se dejó caer contra la pared, completamente exhausta, con las mejillas empapadas de lágrimas y las manos todavía temblorosas. Jadeó con tanto alivio que su sollozo resonó por todo el callejón. Con sus últimas fuerzas, se desapareció.

Fred estaba en el almacén en aquel momento, así que vio cómo Emma caía sobre un montón de cajas.

—¿Emma?

Apartando las cajas, encontró a su amiga casi inconsciente, con el rostro tan pálido como la nieve. Recogió sus mejillas entre sus manos para intentar mirarla a los ojos.

—Merlín, Emma, ¿estás bien? Estás temblando un montón.

Seguidamente, se retiró la chaqueta y se la colocó por encima para intentar que entrara en calor.

—Un dementor —farfulló Emma, que no dejaba de tiritar—. Me ha atacado un dementor... Y alguien me seguía.

—¿Has salido a la calle sola? —se llevó las manos a la cabeza.

—Oye, Fred, no cuesta tanto encontrar los pol... ¿Emma?

George corrió hacia ella y se abalanzó para coger su rostro entre las manos, al igual que su hermano, comprobando que la chica estuviera bien. Fred comenzó a rebuscar entre las cajas y sacó una chocolatina para dársela.

—La ha atacado un dementor —explicó, mordiéndose una uña en el proceso —. Y ni se te ocurra ponerte a reñirla por salir fuera de casa, espérate a que se le pase el susto, al menos.

George no dijo nada, pero le arrebató la chocolatina de la mano a Fred y le quitó el envoltorio para dárselo a Emma. No sabía si estaba más preocupado o enfadado. Emma masticó el pedazo de chocolate mientras le caían amargas lágrimas por las mejillas.

No tendría que haber salido de casa.

El resto de los miembros de la Orden se enfadaron con Emma por haberse saltado la única norma que le habían puesto. Ella era la más arrepentida de todas. Ojoloco parecía orgulloso de ella porque había sabido reaccionar a tiempo, engañando a la persona que la seguía y espantando al dementor, pero eso solo reafirmó su insistencia. Emma tendría que haber estudiado para Aurora.

—Pues entréname. No me voy a meter en el Ministerio ni voy a dejar mi puesto en las Arpías, pero eso no significa que no pueda recibir el entrenamiento, ¿no? —propuso Emma durante la reunión en Grimmauld Place. Todos la miraron con escepticismo.

—¿Quieres que te entrene él? —preguntó Fred con incredulidad—. ¿Estás segura, Em?

—Es un gran profesor, Emma —intervino Tonks con una sonrisa—. Y estoy segura de que Emma es una gran alumna.

—Lo es —confirmó Lupin—. De las mejores que he tenido.

Emma sonrió.

—Mirad, he aprendido la lección y los cinco minutos que duró la persecución fueron aterradores. No quiero sentirme así jamás. Quiero que me entrenes.

Ojoloco le devolvió una de sus grotescas sonrisas. Su ojo mágico se revolvió sobre su cuenca.

—De acuerdo, pero tendrás que esforzarte mucho. Y me tienes que prometer que, cuando te jubiles en el deporte, te meterás en la oficina de Aurores.

—Hecho —se estrecharon las manos.

—Pero si entrenas conmigo tienes que estar cien por cien metida en tu entrenamiento. Nada de distracciones de amiguitos ni novios.

—No te preocupes, yo me encargaré de que estos dos se separen un poco —dijo Fred, poniéndose entre Emma y George.

—Oye Fred, mira que tengo cuñados, pero sin duda tú eres el más pesado de los seis —bromeó Emma con un codazo amistoso.

—¿Cuñado? —gritó la señora Weasley, antes de ponerse a mirar las manos de Emma—. ¿Ya le has pedido matrimonio, George? ¿Y yo sin saber nada?

—Es una forma de hablar, mamá —masculló George, poniéndose los ojos en blanco—. No nos vamos a casar por lo menos hasta que cumplamos los veinte, ¿vale?

Emma asintió, aunque esperaba que esos veinte se convirtieran por lo menos en veinticinco. No se sentía en absoluto preparada para ese paso, y le costaba un poco comprender el deseo de Maisie de hacerlo en Navidad, tres meses después del nacimiento de su hija. Entendía que ella estaba en otro contexto diferente al suyo, y se alegraba solo porque ella estaba muy feliz con su decisión.

A ella, personalmente, le parecería una locura casarse en un momento como ese, cuando la perseguían por la calle seres sobrenaturales.

El intento de rapto había hecho mella en Emma, y si antes ya dormía mal por los nervios, ahora se pasaba el día obsesionada con que alguien la perseguía. Mientras entrenaba con el equipo, observaba las gradas en busca de algo sospechoso, a pesar de que siempre había un Auror observándola y otro a las afueras del campo controlando el perímetro. Cuando salía a la calle, lo hacía siempre disfrazada y protegida.

Además del entrenamiento con Ojoloco, estaba haciendo su propio entrenamiento personal, algo que él desaprobaba totalmente. Emma salía a correr y hacía flexiones y abdominales. Se había dado cuenta de que, si alguien le quitaba su varita y su escoba, no sabía qué hacer, así que decidió ponerse muy en forma, por si alguna vez necesitaba correr. Se dejó llevar por la paranoia y pasaba varias horas al día pensando en formas de protegerse. Así fue cómo desarrolló con los gemelos una línea de productos pensada para ello, con capas y sombreros escudo para repeler hechizos moderados e incluso el Polvo de Oscuridad Instantánea, que garantizaba una distracción o huida cuando se necesitara.

George se encargaba de que comiera y se distrajera, pero en el fondo apoyaba todo lo que hacía por protegerse a sí misma, y practicaba con ella los hechizos para aprenderlos también, por si acaso. Por eso mismo, acompañó a Emma aquel 30 de septiembre a casa de Maisie y Oliver para recoger la Poción para Animago. Emma había visto que aquel día habría una tormenta eléctrica, y Maisie la había informado de que la poción estaba completa, porque tenía el color deseado.

Hoy es el día.

Cuando llegaron a casa de Maisie y Oliver, se encontraron a la chica sentada en el sofá con la mano sobre el vientre y una respiración acelerada.

—Maisie, ¿va todo bien?

—Hola, Em —respondió Maisie mientras hiperventilaba—. Bueno, creo que la niña tiene ganas de conocernos... ¡Au!

Emma tomó su mano para hacer que la mirara, y Maisie se la estrujó con fuerza mientras se retorcía por el dolor de la contracción. Emma vio una imagen próxima de la chica dando a luz.

—¿Dónde está Oliver? —preguntó George, llevándose las manos al cabello al no encontrarlo por el piso inferior.

—Jugando... —suspiró con lástima, colocando una mano sobre su estómago—. Me temo que está siendo un partido más largo de lo normal. Suelo ir a verle jugar, pero hoy no me encontraba bien...

—Tenemos que llevarte al hospital —anunció Emma intentando levantarla del sofá—. Y pedir que avisen a tu padre para que te asista durante el parto.

—No, Em, tú tienes que completar el proceso, no vas a tener otra oportunidad como esta para hacerlo, está diluviando —dijo ella mientras trataba de respirar.

—No puedo dejarte así y...

—Emma, yo la llevo al hospital. Tienes que hacerlo hoy —sentenció George ayudando a Maisie—. Si no, tendrás que repetir toda la poción, y no tenemos tiempo que perder. ¿Estarás bien sola?

—Por supuesto que sí.

Emma lanzó su Patronus y se lo envió a Oliver para explicarle que el bebé estaba a punto de nacer. Maisie le indicó a Emma dónde encontrar la poción y George se desapareció con ella para llevarla al hospital.

Recogió la poción y salió al patio trasero de la casa con manos temblorosas. Había visto aquella escena hacía ya tiempo, y había estado planeando su conversión durante todo el verano, pero ahora le daba miedo llevarlo a cabo.

No hay tiempo que perder, había dicho George.

Un rayo cayó cerca de la casa, provocando que se sobresaltara por el susto. Con la lluvia empapándole el cabello y pegándole el flequillo a la frente, suplicó por que todo saliera bien.

Se sentía igual que en aquella visión que tuvo sobre ese momento. Todo lo que podía ir mal se sucedía en su cabeza, como una lista de consecuencias horribles que no podían revertirse. Si habían hecho mal la poción, si recitaba mal el hechizo... No habría vuelta atrás.

Tenía que confiar en que todo iba a salir bien. En Maisie, que había vigilado la poción. En su madre, que le había pedido que lo hiciera. Si supiera que iba a salir mal, no se lo habría pedido.

Emma aferró la varita y pensó un total de ocho veces en el hechizo para asegurarse de que, cuando lo dijera en voz alta, sonara bien. Sonó otro relámpago. Era la hora.

—¡Amato Animo Animato Animagus! —recitó Emma con la varita en alto.

Abrió el frasco de cristal y se bebió el contenido en dos tragos. Tenía un sabor muy amargo, y se obligó a no pensar en los ingredientes que llevaba porque, si no, corría el riesgo de vomitarlos.

Al principio no ocurrió nada. Se quedó un minuto entero bajo la lluvia escuchando cómo caían las gotas sobre el tejado de la casa. Cerró los ojos para concentrarse, pensando que había salido mal, y comenzó a escuchar los latidos de su corazón. Iban más rápido de lo normal. Se llevó la mano al pecho, extrañada, y entonces comenzó a escuchar un latido doble, que iba todavía más acelerado que el suyo propio.

Después, vino el dolor agudo en las entrañas, como si algo quisiera salir de ella. Se cayó el frasco y se rompió en mil pedazos, pero Emma estaba demasiado ocupada tratando de no chillar para no alertar a los vecinos. Sentía de verdad que tenía algo en el pecho y necesitaba salir, y tenía ganas de abrírselo con sus propias manos para sacarlo.

En su mente comenzó a ver la silueta de un ave con las alas extendidas y el pico hacia arriba. El ave comenzó a moverse y a elevarse en la lluvia, sintiendo cómo las plumas se mojaban.

Ella era el ave. Lo veía todo perfectamente, y seguía manteniendo sus pensamientos, pero ya no era ella. Observó la casa desde arriba y el frasco hecho pedazos en el patio. Lo había conseguido.

—¿Maisie Thorburn? —preguntó a la recepcionista de San Mungo.

—Tercera planta, habitación 312.

—Gracias.

Emma aprovechó el paseo en ascensor para secarse con la varita. Todavía le latía el corazón a mil por hora del vuelo. Había sido como estar montada en su saeta de fuego, pero la libertad de movimientos que le permitía su par de alas era incomparable a nada que hubiera sentido.

Llevo años preparándome para este momento.

Corrió hacia la habitación y vio a George, Fred, Verónica y Lee esperando frente a la puerta. George le preguntó con la mirada si todo había salido bien, y Emma asintió. Abrazó a los demás a modo de saludo y se sentó con ellos.

—Ya ha nacido —anunció Verónica, tomándola de la mano—. ¡Mi ahijada! ¡No me lo puedo creer! Me siento tan vieja...

Tenía lágrimas en los ojos. Emma la abrazó y le dio un beso en la mejilla. No se lo podía creer. Habían acompañado a Maisie durante la mayor parte de su embarazo y ahora iban a conocer a la bebé.

La madre de Maisie abrió la puerta y les dejó entrar. Los cuatro se hicieron paso y dieron la enhorabuena a los abuelos y a Oliver, que observaba a la bebé como si fuera la cosa más bonita que había visto jamás. Y lo era. Emma no había visto fotos de Maisie de pequeña, pero seguramente era igual que la niña.

Verónica la sujetó en brazos y Emma se acercó para rozar con muchísimo cuidado la mejilla, que estaba tan suave que parecía irreal. Nunca antes había sentido tanto el instinto maternal, y si no se hubiera recordado a sí misma que aún era muy joven se habría puesto a pedirle a George que le hiciera una igual.

Te arrepentirías, Em. Con Hope tienes suficiente.

—¿Cómo se llama, Emma? —preguntó Maisie con una sonrisa—. Nosotros ya lo sabemos, por supuesto.

—Se llama Hope, y es un nombre precioso para una niña preciosa —aseguró Emma mordiéndose el labio.

—En realidad, se llama Hope Queedie Wood —explicó Maisie, sujetando la mano de Oliver—. Oliver quería un nombre relacionado con el Quidditch, y a mí me gustaba el nombre de Queenie, así que los hemos juntado.

Maisie puso los ojos en blanco, pero Emma abrazó a Oliver y luego le despeinó. Fred, George y Lee estaban desternillándose de la risa, aunque en realidad podría haber sido peor. Si hubiera sido por Oliver, probablemente la niña se hubiera llamado Quaffle o algo similar.

—Bueno, George, ¿qué opinas de tu ahijada? —preguntó Maisie, observando cómo la sujetaba en sus brazos y la mecía con mucho cuidado con completa fascinación.

George levantó la vista de los ojos de la bebé y miró a Maisie.

—¿Es en serio? ¿Me has elegido a mí como padrino?

—¿Has elegido a George? Oye Wood, ¿se te ha olvidado que mi hermano te pegó una paliza durante un partido contra Hufflepuff? —preguntó Fred, claramente apenado por no ser él el padrino—. ¿Ese quieres que sea el padrino de tu hija, un ser violento?

—¿Una paliza? Apenas me rozó —desechó Oliver, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia. Emma, sin embargo, recordaba que le había roto la nariz—. Además, le he dado el trabajo de criar a una persona y educarla si Maisie y yo morimos, me parece suficiente castigo.

—¡Ah, no! ¡Primero voy yo, que para eso soy la madrina! —exclamó Verónica—. Además, yo estoy sola y George ya tiene a Emma para entretenerse. Dejad algo para la gente que no tiene nada.

—Bueno, pues si ocurre un trágico accidente en el que perdemos la vida, primero va Verónica y luego George —aclaró Maisie resignada, rodando los ojos.

—Me parece justo —respondió George con una sonrisa estúpida sin apartar la vista de la bebé—. Me sorprende que me hayáis elegido a mí.

Emma le acarició la espalda sin dejar de sonreír. George parecía muy sorprendido de tener a Hope en brazos y de saber que él sería para siempre su protector, y Emma pensó por un segundo que se iba a poner a llorar de la emoción.

—Bueno, es que has tenido que soportar mis gritos y apretones de mano mientras venía Oliver y casi te toca ver cómo doy a luz. Creo que te has ganado el derecho a ser el padrino de Hope.

—Bueno pero yo me pido ser el padrino de vuestro próximo bebé —se adelantó Lee.

—¡Eso no es justo! —exclamó Fred—. ¡Pues yo el primero del hijo de Verónica! Porque el de George y Emma también seré yo, por supuesto, que para algo he soportado a este idiota durante dieciocho años —dijo, lanzándoles una mirada de advertencia.

—Vale, pues todos debemos tener por lo menos tres hijos para que todos seamos padrinos de todos, ¿de acuerdo? —sentenció Lee—. A no ser, claro está, que todos muramos en un trágico accidente.

—¿Queréis dejar de hablar de trágicos accidentes? —suspiró Emma con la vista en el cielo. No quería oír hablar de tragedias como esa.

Aquel 30 de septiembre, todos pasaron la noche en vela conociendo a la bebé, que dormía tranquilamente a pesar de los enormes truenos que se escuchaban en el exterior. Emma no podía apartar los ojos de ella, y se prometió que, cuando terminara la guerra, aquella niña no tendría que temer por nada.

¡Ya tenemos bebé y ya tenemos a Emma pajarito! ¿Por qué le diría la madre que se convirtiera? 🤔

Últimamente me están subiendo mucho las lecturas y los votos y no puedo hacer otra cosa que llorar y daros las gracias por todo el apoyo, no sabéis lo feliz que me hace 😭😭💕💕

Nos leemos pronto, no os olvidéis porfi de dejar vuestro voto (haciendo click en la estrellita) si os está gustando la historia 💕💕

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