Capítulo 52 · Peligro ·
Cuando Emma abrió los ojos, su visión estaba empañada por una cortina borrosa que le impedía enfocar correctamente. Tras pestañear varias veces, observó por fin el alto techo abovedado de la enfermería del colegio, y se quedó unos instantes embobada por las formas que hacían los arcos cuando se juntaban unos con otros. Recordaba haber aparecido en la enfermería junto a Harry y haberse desplomado en el suelo en cuanto había aparecido Madame Pomfrey. Ni siquiera sabía cuánto había pasado desde ese momento, si horas o días.
Alguien apretaba su mano. Con suma delicadeza, pues cada movimiento provocaba una tirantez en su cuello que se ramificaba y le provocaba un dolor agudo de cabeza, se giró para comprobar de quién se trataba.
George estaba recostado sobre la cama, aunque seguía sentado en una silla. Dormía plácidamente sobre el regazo de la chica, y tenía todo el cabello despeinado, como si hubiera pasado horas revolviéndoselo. Desde su posición, observó a Hermione en la cama de enfrente y a Ron en la contigua. Miró a su izquierda y vio también a Neville. Sus auras brillaban con colores tan fuertes que tenía que cerrar un poco los ojos para verlos con claridad. A una esquina de la habitación notó un aura más oscura, de un color rojo carmín. Reconoció la cara rechoncha de Umbridge entre las sábanas, observando el techo sin llegar a ver nada. ¿Qué habían hecho Hermione y Harry con ella?
Se removió un poco en el sitio y notó una punzada de dolor recorriéndole la pierna.
Recordó entonces el rostro aterrador de Lord Voldemort y la risa macabra de Bellatrix Lestrange. El cuerpo de Harry poseído retorciéndose de dolor en el suelo, ella misma volando por los aires, el grito de "¡Tengo a la vidente!".
No comprendía cómo sabían que era vidente. Comprendía que tuvieran una sospecha, pero no tenían pruebas de que lo era. Tal vez, el hechizo para desmemorizar a su tío no había surtido efecto, lo cual era bastante probable teniendo en cuenta que era magia muy avanzada.
Saben que soy vidente.
—¡Emma! —la voz de George hizo que se sobresaltara—. Merlín, Emma, estaba muy preocupado.
Hacía dos meses que no veía a su novio, así que cuando el chico le besó los labios no lo apartó, a pesar de lo mucho que le dolía todo el cuerpo. Aprovechó que George se había separado de su regazo para levantar las sábanas, y vio que tenía la pierna izquierda vendada de arriba a abajo. Por cómo le dolía, supuso que Madame Pomfrey le había dado algo para regenerar bien los huesos rotos.
—¿Cómo se os ocurre ir a enfrentaros contra mortífagos? ¿En qué estabais pensando? ¡¿Y cómo vas sin avisarme?!
Emma hizo una mueca. Los gritos de George, a pesar de que eran de preocupación y no de reproche, la molestaban. Era como si tuviera una jaqueca muy fuerte. El chico le acarició la frente, apartándole un mechón de pelo, y se vio junto a él en lo que parecía un invernadero que no era del colegio.
—¿Estás bien, Em? ¿Qué has visto?
—Nada importante... —prometió, dedicándole una débil sonrisa—. Oye, hay mucha luz, ¿podrías correr las cortinas, por favor? Me duele mucho la cabeza.
George las corrió con un movimiento de varita, sin importar lo que quisieran los otros pacientes que había en la enfermería. Se volvió a sentar junto a ella y le cogió la mano de nuevo, esperando a sus respuestas.
—Tuve visiones sobre la pelea, pero no esperaba que fueran el último día de exámenes, si no habría avisado, George —aseguró, mirándole con sinceridad—. Fuimos porque Harry creía que habían capturado a Sirius, pero era una trampa.
—¿A Sirius?
—¿No te han dicho nada, George?
—¡No! Cuando he llegado estabais ya todos aquí y Madame Pomfrey os había dormido. Harry no ha venido por aquí porque está hablando con Dumbledore, así que no, no sé nada.
Emma se preparó mentalmente durante un par de segundos para decirle la noticia. Se mordió el interior de las mejillas porque no quería tener que decir aquello en voz alta, pero no le parecía justo que a George le faltara información.
—Sirius está muerto. Lo mató Bellatrix Lestrange.
Los ojos azules de George se abrieron con sorpresa. De la boca tan solo le salió un balbuceo. Emma asintió muy despacio, apretando aún su mano.
—¿Cómo...? ¿Estás segura?
—Lo vi con mis propios ojos, George.
—Harry estará destrozado...
George se limpió un par de lágrimas con la manga de la camiseta. Pestañeó varias veces para evitar que cayeran otras más y miró a Emma para que continuara con su relato mientras aún se hacía a la idea.
—Harry quiso seguirla para vengarse y... fui con él para que no hiciera ninguna estupidez, pero Vold... Voldemort apareció.
—¿Lo viste? ¿A... Voldemort?
Emma asintió, apretando los labios.
—Saben que soy vidente. Me encontré a mi tío Richard, hermano de mi madre, y me dijo que quería llevarme con él, pero conseguí escapar. Después, me atrapó Bellatrix, que fue quien me hizo eso —señaló su pierna—. Y dijo que me iría con ellos. Lo saben.
George se levantó de un salto, llevándose las manos al cabello con desesperación.
—No tendrías que haber ido. Ahora saben lo de tu poder. ¿Te imaginas lo que podrían hacerte para sacar información?
—Ya lo sé, George, pero no entiendo cómo lo han sabido. ¡Desmemoricé a mi tío! Es imposible que lo sepan por él... Alguien nos tiene que haber traicionado.
—Lo descubriremos, pero ahora eso me importa poco, Emma. Quieren llevarte con ellos, ¿entiendes lo que significa? Van a venir a por ti.
Se abrazó a ella y entonces Emma no pudo retener las lágrimas, pues la verdad la asedió como si se tratara de una ola de varios metros. No sabía si lloraba por lo preocupada que estaba, por la tensión de la noche anterior o por lo mucho que le dolía todo, pero necesitaba hacerlo, y George la abrazó durante mucho rato para que se desahogara.
Vienen a por mí.
Cuando llegó Dumbledore, Emma estaba un poco más tranquila. Madame Pomfrey le había dado a George un plato con sopa para que le ayudara a comérselo y había tomado unos calmantes para el dolor de cabeza.
—Anoche fuiste muy valiente, Emma —comenzó Dumbledore, hablándole desde los pies de la cama.
—No tanto, profesor —se lamentó ella, arrancándose las pielecitas de los dedos casi sin darse cuenta—. Me atrapó Bellatrix. Si no hubiera sido porque llegó el Ministro, me habría llevado con ella.
—Eso es más culpa mía que tuya, Emma. Estaba demasiado pendiente de salvar a Harry.
George se levantó y miró a Dumbledore con un gesto de desagrado.
—Quizás, si hubieran vigilado mejor a Harry nadie tendría que haber ido a arriesgarse la vida, en primer lugar —espetó.
—No, George —Emma le agarró del brazo para frenarle—. Dumbledore nos salvó la vida. Y entiendo perfectamente que Harry tenga preferencia. Si me atrapan a mí no pasa nada, pero si atrapan a Harry y lo matan... Se acabó la guerra y habremos perdido.
—¿Qué guerra? —preguntó George, mirando a su alrededor con perplejidad.
—Voldemort ha vuelto y ahora todos lo saben, el Ministro ya no lo puede ocultar más —explicó Dumbledore—. Harry es el único que puede acabar con él.
George miró a Emma sin comprender nada de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, como si hablaran en un idioma que él no conocía.
—Mi madre hizo dos profecías, y en las dos marcaba a Harry como el verdadero enemigo de Voldemort, el Elegido que acabaría con él —explicó Emma, mirándole directamente a los ojos para que comprendiera la gravedad de la situación—. Anoche, los mortífagos fueron a por una de las profecías, aunque no sé bien por qué.
—No saben cómo termina —explicó Dumbledore—. Escucharon el principio, pero no el final. Piensan que hay una forma de evitar que Harry acabe con él, y están desesperados por encontrarla, ya que no han sido capaces de descifrar la primera profecía.
—Profesor, ¿por qué no me dijo que mi madre había dictado una segunda profecía?
Voldemort sonrió ligeramente.
—Era un secreto, aunque no hay forma de mentir a los del Departamento de Misterios. Tu madre fue la de la profecía, pero quien me la contó fue la profesora Trelawney.
Emma frunció el ceño, sin comprender a qué se refería.
—La profesora y tu madre eran muy amigas, Emma, y tu madre estaba ya en peligro por la primera profecía. Si se enteraban de que había tenido una segunda, además, una tan importante, se la querrían llevar, a pesar del trato que hizo con Voldemort. Sybill decidió cubrirla, y me dijo que había sido ella quien la había tenido. Y ellos piensan que es así, que fue Sybill y no tu madre.
Cada vez se enreda más.
—¿Ellos?
—Voldemort y sus seguidores —confirmó Dumbledore, asintiendo—. Un mortífago escuchó mientras Sybill me contaba lo de la profecía, pero como nos dimos cuenta de que no estábamos a solas, Sybill mintió para proteger a tu madre. Por eso la contraté, para tenerla aquí, protegida.
Emma entendió entonces muchas cosas. Entendió por qué la profesora Trelawney le había tenido tanto cariño desde el principio, y por qué ante los demás fingía estar un poco chiflada pero con ella era completamente normal. Quería que todos pensaran que era una vidente loca, que no se la podía tomar en serio. Así nunca se la llevarían.
—¿Qué decía la profecía, profesor? —preguntó Emma—. ¿Por qué arriesgar tanto para escucharla?
—Me temo que... Esa información está reservada para Harry. Cuanta más gente viva en la ignorancia, más gente estará a salvo.
Emma se tuvo que morder la lengua para no mostrar su desacuerdo. Quería decirle que aquello era una tontería muy grande, porque la falta de información les había llevado derechos a una trampa el día anterior. No dijo nada porque necesitaba continuar con esa conversación. Prefería tener un poco de información que ninguna en absoluto.
—¿Recuerdas lo que pasó anoche cuando llegó Voldemort, Emma?
—Claro, profesor. Ustedes lucharon, y luego Voldemort intentó meterse en el cuerpo de Harry.
Dumbledore asintió.
—Sí, pero me refiero a ti. ¿Recuerdas lo que te pasó a ti?
Emma frunció el ceño.
—Bueno, Voldemort sabía quién era yo. Dijo "¿no te has dado cuenta de quién es?" —respondió, mientras iba recordando los sucesos de la noche anterior—. Luego... Bueno, me dolía mucho la cabeza por haber resistido a la maldición Imperio y...
—¿La Maldición Imperio? —gritó George, que se había mantenido en silencio desde hacía rato—. ¿Te echaron una Maldición?
—Fue mi tío —masculló Emma, sin prestar demasiada atención—. Pero la soporté bien, no consiguió entrar, solo que... Me dolía muchísimo la cabeza. Bellatrix me dejó caer al suelo y me desmayé del dolor del golpe, y cuando me desperté, ella me mantenía en el aire con su varita, y entonces confirmó que yo era la vidente.
—No te acuerdas, entonces... —murmuró Dumbledore, pasándose los dedos por la barba.
—¿De qué? ¿Pasó algo cuando me desmayé?
Dumbledore miró un momento a George, pero decidió que se fiaba de él.
—No te desmayaste, Emma. Hiciste una profecía.
Se quedaron en silencio. Miró a los otros pacientes y todos parecían seguir durmiendo, y cuando volvió a mirar a Dumbledore se quedó esperando a que dijera que era una broma o un simple malentendido. Pero Dumbledore permaneció inmóvil.
—¿Es en serio? ¿Tuve una profecía delante de Lord Voldemort?
Qué oportuna, Emma.
Dumbledore asintió lentamente.
—Sí, la verdad es que no fue demasiado oportuna, porque era sobre él. Cuando te encuentres bien, puedes venir a mi despacho y yo mismo te la enseñaré.
—Me encuentro bien —mintió Emma, incorporándose lentamente—. Y como me digáis que me quede aquí sentada, me lanzo por la Torre de Astronomía. Si he tenido una profecía sobre Voldemort, quiero enterarme ya.
Dumbledore accedió, pero solo cuando George la tomó en brazos para que no apoyara la pierna en el suelo. Si Madame Pomfrey hubiera estado en aquel momento en la enfermería, se habría tirado de los pelos.
Llegaron al despacho de Dumbledore y George la dejó con cuidado junto al pensadero. Le temblaba la pierna por el esfuerzo, pero se apoyó sobre la piedra y les miró, retándoles a que le sugirieran dejar aquello para otro momento.
—Te voy a pedir, Emma, que no te asustes por lo que encontrarás en ese recuerdo.
—¿Por qué me iba a asustar?
Dumbledore no dijo nada. Abrió un botecito con un contenido plateado y lo derramó en el pensadero, que comenzó a girar rápidamente. Emma se agachó, manteniendo el equilibrio sobre una pierna, e introdujo la cara en el frío líquido, haciendo caso omiso al punzante dolor en su cráneo.
Observaba la escena de la noche anterior. Estaba plantada junto a Dumbledore, y mantenía su pierna escayolada, así que tenía que hacer mucho esfuerzo por quedarse de pie. Al principi, solo observó lo que ya sabía, Dumbledore enfrentándose a Voldemort ante la atónita mirada de los demás. Harry estaba tirado en el suelo junto a la fuente, y a unos pocos metros, Bellatrix la sujetaba a ella, tirándole del pelo hacia atrás, y Emma gritaba para que la soltara. Casi notaba ahora los tirones del cabello, el dolor en la base de su cabeza por todos aquellos que le había arrancado mientras estiraba.
Entonces, Bellatrix la soltó para acudir junto a Voldemort, y cuando Emma cayó al suelo gritó con tanta fuerza que detuvo la pelea entre Voldemort y Dumbledore. Si alguno de los dos hubiera aprovechado ese momento para lanzar un hechizo mortal, probablemente hubiera tenido éxito. El cuerpo de Emma, en lugar de quedarse inerte, como ella pensaba que había hecho, se convulsionó un par de veces, hasta que abrió unos ojos que estaban completamente en blanco. Jamás había visto nada igual. Cuando abrió la boca, de ella salió una voz gutural que en absoluto parecía suya.
—El amor de una madre salvará una vez más al Elegido de las manos del Señor Tenebroso, y solo así este podrá cumplir finalmente su destino tras haberse deshecho de la unión indeseada.
Tras aquello, Bellatrix sonrió. Emma jamás había visto una sonrisa así. Le puso la piel de gallina..
Bellatrix se levantó y apuntó al cuerpo inerte de Emma y lo hizo flotar por encima de ella.
—¡La tengo, amo! ¡Tengo a la vidente!
Voldemort sonrió, y Emma sintió un terrible escalofrío mientras salía de la escena y regresaba al despacho de Dumbledore. Antes de que dijera nada, corrió al escritorio y escribió la profecía en un trozo de pergamino, para que no se le olvidara. George se acercó a ella y Emma se la enseñó.
—Confío en él —le explicó a Dumbledore.
Este asintió, sin decir nada.
—No lo entiendo —dijo Emma tras leerla tres veces—. ¿La unión indeseada? ¿Esa no se supone que eran los padres de Harry?
Dumbledore se encogió de hombros.
—Eso pensaba yo también, pero me ha dado qué pensar. Y ese "este". ¿A quién se refiere, a Harry o a Voldemort?
Emma asintió. George no decía nada porque no tenía demasiada idea de lo que estaba ocurriendo, pero Emma se lo explicaría más adelante. No quería tener más secretos.
—Sea como sea, Emma, él la ha escuchado, así que estará atento a lo que pueda ocurrir. Lo único que sé es que ahora corres peligro. Voldemort sabe que ves el futuro e irá a por ti.
—Tenemos que protegerla —sentenció George—. Igual que protegemos a Harry.
—Estoy de acuerdo. Pondremos un Fidelio en su casa, y un Auror de la Orden se encargará de protegerla.
—¿No es demasiado? Si viene alguien a por mí, creo que seré capaz de verlo, profesor —se quejó Emma, removiéndose incómoda porque le dolía la pierna.
—No digas eso —contestó George, poniéndose frente a ella—. ¿No lo entiendes? Son implacables. Ahora que Voldemort ha regresado, muchos de sus seguidores volverán a él. Eso son muchas personas intentando raptarte.
—Tu madre escapó por la misma razón, Emma.
—Bueno, pero yo no soy como mi madre —masculló Emma—. Ahora todos lo saben, así que no tiene sentido ocultarme para protegerles y hacerles olvidar lo de mi don. Yo me voy a quedar.
—No deberías guardarle resentimiento, Emma. Lo hizo por vosotros.
Dumbledore la miró con ojos cargados de tristeza. A Emma no podía importarle menos cuál era su opinión acerca de su relación con su madre.
—Lo sé, y lo aprecio, pero pienso que podría haberse quedado. Llevamos cuatro años sin ella, y estuvimos tres pensando que jamás volveríamos a verla, y ahora no hago más que descubrir información sobre ella, cosas que no sabía —se lamentó, tragando saliva—. Es como si no la conociera en absoluto. No se lo deseo a nadie.
Dumbledore hizo una mueca.
—¿Estás de acuerdo con la protección? Te seguirán a todas partes.
Emma asintió lentamente. Todavía le dolía demasiado la cabeza como para procesar toda la información, así que dijo que sí y se apoyó en George en busca de fuerzas.
—¿Cómo está Harry? —preguntó, antes de irse.
—No está bien —murmuró Dumbledore—. Le había cogido mucho cariño a Sirius, era un padre para él. Y anoche descubrió muchas cosas que no sabía... Necesitará un tiempo para entenderlo todo.
Cosas que tú le podrías haber contado, querrás decir.
Emma asintió. Lo comprendía perfectamente. George la volvió a sujetar en brazos y se dirigió hacia la puerta, que Dumbledore abrió con un movimiento de varita.
—Enhorabuena por tu éxito con la tienda, George —dijo Dumbledore desde su escritorio—. Nos hará mucha falta la risa en los tiempos que vendrán.
George asintió con una sonrisa tímida y salió del despacho sin decir nada. Cuando Emma lo miró, no reconoció al chico que la llevaba en brazos. Sabía que estaba muerto de miedo por ella.
Cuando regresó a su apartamento en Londres, todo le parecía distinto. Sus seres queridos la observaban con temor, como si fuera a desaparecer en cualquier momento o alguien se la fuera a llevar. Ella se había contagiado de ese miedo y ahora no dormía tranquila, pensando que en cualquier momento alguien vendría a raptarla. Por las noches escuchaba pasos por su habitación, y a veces no podía dormir y se quedaba mirando por la ventana, donde siempre había un Auror montando guardia. Era imposible que encontraran la casa porque estaba bajo el Encantamiento Fidelio, pero los mortífagos tenían sus métodos.
Siempre salía de casa con una capucha encima, ganándose miradas de los no-majs más curiosos que no comprendían por qué alguien llevaba una prenda tan abrigada en julio. Solo salía cuando era estrictamente necesario, y en realidad solo había sido en dos ocasiones: una para ver el apartamento de los gemelos y otra para hablar con las Arpías.
El apartamento tenía mucho potencial, pero Emma no podía decirlo con total seguridad porque siempre que lo pisaba estaba cubierto de una capa de polvo que la acababa haciendo estornudar. Los gemelos no conocían tantos hechizos de limpieza como deberían, y estaban tan ocupados con la tienda que parecían no encontrar el momento de doblar la ropa limpia o de meter a lavar la que estaba usada.
George solo se separaba de Emma para ir a trabajar o para dormir, aunque insistía en que preferiría no hacer lo último. Fred estaba constantemente preguntándole a Emma si sabía algo nuevo. Ella no sabía sobre qué quería noticias, la verdad, así que siempre le decía que no. En realidad, Fred parecía embargado por la nostalgia y el miedo a lo que pudiera pasar a continuación, así que siempre que estaba con Emma la buscaba para darle un abrazo cariñoso o simplemente pasar tiempo junto a él.
A finales de julio, visitó por fin la tienda de los gemelos junto a Tonks, quien era la encargada de su protección aquel día, y casi se le inundan los ojos de lágrimas al ver lo increíble que era aquel lugar. El Callejón Diagón estaba desierto, la mayoría habían cerrado las tiendas, pero desde lejos, la fachada roja de Sortilegios Weasley saludaba a todo aquel que se acercaba, invitándolo a entrar.
La tienda estaba a rebosar de gente que correteaba por el lugar. Era una explosión de colores y sonidos, pero la alegría que desprendía era contagiosa, y Emma no dejaba de sonreír.
—¡Pero quién tenemos aquí! —dijo la voz de su mejor amigo tras de ella—. ¿No es esta la nueva cazadora de las Arpías de Holyhead?
Se giró y abrazó a Fred con cariño. Estaba guapísimo con su traje de piel de dragón y su nuevo corte de pelo, que le hacía parecer el empresario de éxito que era. George descendió las escaleras, dejándose deslizar por la barandilla antes de saltar a los brazos de su novia. Le dio un beso fugaz y luego le pasó el brazo por los hombros.
Tonks se quedó mirándolos con una sonrisa tonta. Era la Aurora favorita de Emma, ya que los otros eran bastante serios y no tenían mucho en común. Tonks hablaba con ella e intentaba hacerle olvidar su situación. Cuando estaban juntas eran como dos amigas hablando, y no como una víctima y su guardiana.
—¿Al final te van a dejar jugar? —preguntó George, jugueteando con los extremos de los mechones de Emma.
—Sí, ya tengo la pierna curada, y pondrán protección al campo para que no pueda entrar nadie. De todas formas, dudo que intenten atacarme allí.
Emma tendría que desplazarse hasta Holyhead, una ciudad en el norte de Gales, todos los días para entrenar. Se había reunido una vez con el equipo y había quedado encantada mientras le enseñaban el estadio, los vestuarios y las copas que habían ganado a lo largo de la historia. Gwenog Jones, la capitana, había sido especialmente simpática con ella, y aunque no entendía muy bien por qué llevaba siempre protección como si fuera una persona famosa, la había hecho sentirse parte del equipo al entregarle la túnica verde con la que jugaban.
La Orden, de la cual formaba ahora parte porque ya había terminado sus estudios, se había pensado mucho si Emma debía rechazar el puesto en el equipo. Después de varios días de discusión, habían cedido con la promesa de que Emma no iría a ningún sitio sin la debida protección. Ojoloco había sido el más decidido a no dejarla jugar, pero era porque tenía otros planes para ella. Según él, con las notas que había sacado en los ÉXTASIS y sus más que demostradas habilidades, Emma era una Aurora nata, y trabajar de cualquier otra cosa era un desperdicio.
—¿Cómo está Ron? —preguntó ella, ansiosa de cambiar de tema.
—Perfectamente, solo le han quedado unas cicatrices —aseguró Fred, con la vista en blanco—. Lo que está es completamente pensado, está teniendo una adolescencia difícil. Si ya era insufrible el año pasado, ahora es imposible de tratar.
—Bueno, al menos ya no tenéis que verlo tanto ahora que vivís solos.
—Sí, y tú tienes las llaves de nuestro apartamento para venir cuando quieras, por si se te había olvidado —le recordó George con una sonrisa enamorada.
—O también podéis iros a un hotel —se quejó Fred con una mueca de desagrado—. No os he oído nunca, pero desearía no tener que hacerlo jamás.
—¿Son muy efusivos? —Tonks dejó escapar una carcajada, que se volvió aún más intensa cuando Emma mostró su bochorno.
—Bueno, yo no los he visto en acción, pero Ron me contó que se los encontró una vez en el Bosque Prohibido a punto de...
—¡De nada! —gritó Emma, cubriéndole la boca con la mano—. Solo estábamos hablando.
—Es cierto. Creo que piensas cosas que no son, hermano —añadió George, negando con la cabeza—. A lo mejor, cuando por fin te dignes a salir con alguien, dejarás de preocuparte por lo que hago con mi novia.
Fred hizo una mueca de fastidio que no pasó desaparecida para Emma, pero luego se removió cómo si hubiera tenido un escalofrío solo de pensar en ello.
—No, gracias. Además, no es lo mismo, porque resulta que tu novia es como mi hermana.
—¿Entonces no es como si fuera también hermana de George? —preguntó Tonks, con el ceño fruncido.
—¡Pues claro que no! —se quejó George con una mueca de desagrado.
Miró su reloj y sonrió.
—Oye, Fred, si me cubres los últimos treinta y cinco minutos de hoy, te cubro yo mañana.
—¿Para qué?
George hizo una gesto señalando a su novia, y Fred se llevó las manos a la cabeza. Emma carraspeó, mirando hacia otro lado.
—¡Pero...! Bueno, vale, qué le voy a hacer —suspiró Fred, poniendo los ojos en blanco—. Solo os pido que si me dais un sobrino, al menos le pongáis mi nombre.
—¿Te imaginas cómo sería su bebé? Alto y pelirrojo como George y con los ojos verdes y el don de Emma —dijo Tonks pensativa, con una sonrisa boba.
—O bajito y castaño como Emma y con el don para las tonterías de mi hermano —añadió Fred, poniendo la misma cara que Tonks.
—Lo dicho, necesitáis una pareja —determinó George.
Colocó la mano encima de la de Emma y se aparecieron en la nueva habitación de George.
—Por fin solos —susurró él.
Emma le miró con una sonrisa tierna. Sí, por fin estaban solos, y sabían que no quedaban demasiados momentos como aquellos pendientes en los próximos meses. La guerra estaba llamando a la puerta, pero, por aquella tarde, decidieron hacer oídos sordos. Los problemas podían esperar un día más.
Bueno, bueno, ya tenemos la PROFECÍA de Emma. ¿Teorías? Recuerdo que la profecía de su madre sale en el capítulo 40, por si queréis ir pensando jejeje.
¡Nos leemos pronto! Muchas gracias como siempre por leer, votar y comentar. Os quiero 💙
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