Capítulo 51 · La Profecía ·
Emma se apareció en tres ocasiones para poder desplazar a todo el grupo. De no haber tenido a una mayor de edad presente, habrían tenido que desplazarse de otro modo, lo cual seguramente les habría llevado bastantes horas.
Se metieron a presión en una cabina telefónica que había justo detrás de un edificio enorme y Harry marcó una combinación de números concreta. Unos segundos después, la cabina comenzó a descender y los llevó directamente al vestíbulo del Ministerio de Magia.
Emma nunca había estado en el Ministerio, así que realizó un rápido recorrido con la mirada por el lugar. Era una enorme construcción de paredes negras con decoraciones doradas, y tenía ese aire de importancia y seriedad que debían tener todos los lugares gubernamentales. No había absolutamente nadie allí debido a lo tarde que era, pero se imaginó que durante el día estaría lleno de funcionarios que correteaban de un lado para otro.
En mitad del vestíbulo, o según lo llamó Hermione, el Atrio, había una fuente enorme con esculturas representando un mago, una bruja, un centauro, un elfo doméstico y un duende. Emma alzó las cejas con ironía. No entendía muy bien el objetivo de esa escultura; si se suponía que tenía que representar las buenas relaciones entre todos, desde luego, estaban mintiendo. Hermione hizo una mueca de desagrado que le hizo saber a Emma que tenía la misma opinión.
Corrieron por el vestíbulo, sin cruzarse con absolutamente nadie, mientras Harry explicaba que tenían que buscar una sala llena de estanterías con objetos redondos.
—Tenemos que buscar el pasillo número noventa y siete —indicó, mirando a los demás rápidamente para asegurarse de que todos le escuchaban.
Emma había visto un lugar similar en una de sus visiones, y volvió a sentir ese presagio de que algo iría mal. A pesar de que Harry insistía en que Sirius se encontraría ahí, Emma tenía la sensación de que no sería así.
Ojalá tenga razón. Ojalá no esté.
Llegaron por fin a la entrada del Departamento de Misterios, que tenía una enorme puerta negra. Harry se quedó mirándola, indeciso, y Emma supo que era porque la había estado viendo en sus sueños desde hacía meses. Se acercó a él y le dio un apretón en la mano para darle ánimos. Harry sonrió muy ligeramente antes de volver a fruncir el ceño.
Al cruzar la puerta, encontraron una enorme sala circular llena de puertas negras idénticas, sin picaporte ni forma de distinguirlas. Antes de que pudieran decir cuál escoger, se escuchó un gran estruendo y la pared comenzó a rotar. Emma se aferró a Ginny, que estaba junto a ella, pero el suelo no se movió.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ron con la voz temblorosa.
—Creo que ha sido para que no sepamos por qué puerta hemos entrado —susurró Ginny.
—¿Cómo vamos a salir?
—Eso ahora da igual, primero tenemos que encontrar a Sirius, y luego veremos cómo salir. En los sueños siempre entraba directamente... —Harry miraba a todas partes, sin dejar de pensar en planes para sacar a su padrino de allí—. Tendremos que ir probando, pero reconoceré la sala en cuanto la vea.
Harry se dirigió a la primera puerta que vio y giró el pomo, sin soltar la varita con la otra mano, preparado para atacar. La primera sala albergaba un enorme tanque de agua en el que nadaban lo que al principio parecían peces gruesos y blanquecinos, pero al acercarse se dieron cuenta de que eran cerebros. Emma les dedicó una mueca de desagrado, pues tenían un aspecto asqueroso.
Regresaron a la sala anterior y Hermione marcó la puerta con un hechizo. Así, cuando la sala volvió a girar, podían identificar la puerta por la que ya habían entrado.
La siguiente sala era más familiar para Emma. En el centro de la misma se erigía un enorme arco de piedra antiguo, del que colgaba una especie de velo negro que ondeaba a pesar de que no había viento. Las paredes de la sala estaban cubiertas por una especie de gradas de piedra, como si fuera un anfiteatro. Se acercaron lentamente a examinar el arco, y Emma resistió la tentación de tocarlo para ver si obtenía alguna visión. Emanaba tristeza y desolación. Comenzó entonces a escuchar unos murmullos que provenían de él, y habría jurado oír su nombre, pero ahí no había nadie.
—¿Habéis oído eso? —preguntó Harry.
—¿Oír el qué?
—He oído a alguien —dijo Harry señalando el arco.
—Yo también lo he oído —confesó Emma con preocupación.
—Y yo, es como si hubiera alguien ahí dentro —añadió Luna, jugueteando con las mangas de su camisa con nerviosismo.
—¿Cómo va a haber alguien dentro? Es transparente... Será mejor que nos vayamos —sugirió Hermione, agarrando a Harry de la chaqueta para marcharse. Parecía inquieta, y Emma entendía perfectamente por qué. Aquel lugar ponía los pelos de punta.
Salieron de nuevo a la sala principal y Hermione marcó la puerta. Esperaron a que la sala volviera a girar y Harry miró bien las que quedaban antes de tomar una decisión y asir el pomo.
—¡Es esta!.
Emma pensó lo mismo. En su visión le había parecido menos iluminada, pero sin duda aquella era la sala de las estanterías con objetos brillantes. Ahora que los veía de cerca, le parecían bolas de adivinación como las del aula de la profesora Trelawney, aunque estas estaban cubiertas de polvo y emitían una luz azulada.
Avanzaron con sigilo, todos con su varita en ristre, entre las estanterías. El silencio solo era interrumpido por los pasos apresurados del grupo, lo cual solo hacía la situación más inquietante.
—Tened las varitas preparadas, por si acaso —advirtió Emma. Miraba a su alrededor sin parar, preparada para lanzar un hechizo de ataque.
—¿Has visto algo? —murmuró Ginny.
Emma asintió. De nada valía mentir.
—Una cosa, Emma, ¿cómo es eso de que ves cosas? ¿Eso que te ha preguntado Umbridge? —preguntó la vocecilla de Luna con verdadera curiosidad.
—Si salimos de esta te lo cuento, ¿vale, Luna? —respondió Emma en voz baja. Aquel no era el lugar para hablar de aquello.
Avanzaron en la oscuridad, iluminados por la varita de Harry. Emma iba observando las estanterías. Debajo de cada esfera había una etiqueta amarillenta con algo escrito, como nombres o fechas.
—¡Noventa y siete! —susurró Hermione cuando por fin llegaron a la hilera indicada.
Miraron a su alrededor. Como Emma sabía, ahí no había ni rastro de Sirius.
—Tiene que estar aquí —aseguró Harry.
Emma no quería decir nada para no desmotivarle, pero estaba secretamente aliviada de que allí no hubiera nadie. Sabía que iban a tener que enfrentarse a esa mortífaga del pelo negro que había visto en su visión, pero al menos no tendrían que buscar también a Sirius. Si algo le ocurriera, Harry no lo soportaría.
El chico comenzó a avanzar por ese pasillo, convencido de que Sirius estaría por algún lugar tirado en el suelo. Ninguno decía nada, pero todos estaban esperando poder largarse de ahí lo más rápido posible.
—¡Harry! —exclamó entonces Ron— ¡Mira, aquí pone tu nombre!
Ron señalaba a una de las esferas, que tenía una luz muy débil en el interior y estaba cubierta de polvo, como si nadie la hubiera tocado en años. Harry se acercó a la estantería y estiró un poco el cuello para leer la etiqueta amarillenta. En ella, Emma leyó una fecha de hacía dieciséis años, con la inscripción "A.P.B a A.P.W.B.DM Señor Tenebroso y Harry Potter". Todos se quedaron en silencio unos segundos.
—¿Qué es eso? —preguntó Ron rompiendo el silencio, como siempre—. ¿Por qué está escrito ahí tu nombre? ¿Y qué son esas letras?
Antes de que Emma pudiera advertirle de que no lo hiciera, ya que el objeto emanaba una energía de lo más extraña, Harry colocó las manos encima del cristal. Todos levantaron las varitas, como si esperaran que ocurriera algo, pero nada extraño ocurrió. Harry pasó una mano por encima para retirar el polvo.
—Excelente, Potter. Ahora, despacio, date la vuelta y entrégamela.
La aparición de unas siluetas negras enmascaradas pilló a todos desprevenidos. Emma reconocía vagamente esas máscaras del mundial, cuando habían atacado por primera vez. Los apuntó con su varita, pero no se atrevió a hacer ni un solo movimiento más. Estaban igualados en número, pero ellos eran mucho más poderosos.
—Dame eso, Potter —repitió la voz del mortífago que había hablado antes.
—¿Dónde está Sirius? —preguntó Harry, sin mostrar temor.
Las siluetas comenzaron a reírse. Una de ellas se colocó junto al mortífago que había hablado.
—¡El Señor Tenebroso nunca se equivoca! "¿Dónde está Sirius?" —se mofó, imitando a Harry con tono de burla. Era una voz femenina, aunque Emma jamás había escuchado a nadie hablar así. Era una voz de lo más perturbadora.
—Sé que lo tenéis, sé que está aquí —siguió Harry. Emma tenía ganas de pedirle que guardara silencio.
No sabía si podrían desaparecerse en aquel lugar, pero desde luego no iba a poder llevárselos a todos en un solo viaje. No iba tampoco a plantearse a quién llevarse; todos corrían peligro de un modo u otro. Tenía que pensar en otra forma de escapar.
—Pobre niño, no sabe distinguir los sueños de la realidad —continuó la mujer, imitando la voz de un niño pequeño. Harry notó que Ron, que estaba a su lado, se movía ligeramente.
—Entrégame la profecía y nadie sufrirá ningún daño —aseguró el mortífago fríamente.
—¿Qué es esta profecía? ¿Por qué es tan importante para Él?
Emma se hacía la misma pregunta. Había reconocido algo que los demás habían pasado por alto. A. P. B eran las siglas de su madre, Amelia Primrose Blackwood. A.P.W.B.D eran las de Dumbledore, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore. Ella conocía una profecía que había hecho su madre, aquella sobre las Reliquias, pero aquella la había hecho cuando estaba embarazada de ella, en 1978, y su padre había sido el testigo. Esa profecía era de 1980. ¿Por qué nadie le había hablado de ella? ¿Ni siquiera Dumbledore?
Entonces, se dio cuenta de que sí que se lo había contado. Le había dicho que había otra profecía, aquella por la que Voldemort había sabido exactamente quién era su enemigo. Aquella por la que habían muerto Lily y James Potter. ¿Había sido de su madre?
—¿Que qué profecía es esa? —inquirió la mortífaga con voz chillona. Emma se dio cuenta entonces de que esa no podía ser otra que Bellatrix Lestrange, la mujer que había visto en El Profeta. Su aura era completamente oscura, con tonos amarillentos. Le divertía la situación—. ¿Es una broma, niño?
—No, no es una broma —respondió Harry—. ¿Para qué la quiere Voldemort?
—¿De verdad no lo sabes, Potter? ¿Tu querido Dumbledore no te ha contado nunca que la razón de que tengas esa cicatriz, la razón de que murieran tus padres, estaba escondida en el Departamento de Misterios?
Emma se sintió infinitamente culpable, porque jamás le había contado nada de eso a Harry. Había sido parte de su investigación propia de la muerte de su madre, y aunque sabía que había jugado un papel importante en la historia de Harry, ella no había sabido hasta qué punto. No le agradaba cómo su historia comenzaba a entrelazarse con la de Harry. No se sentía cómoda sabiendo que una parte de la razón por la cuál Voldemort aniquiló a sus padres fue porque su madre le dio esa información.
El mortífago comenzó a explicar entonces la Profecía, y Harry aprovechó para susurrar:
—Destrozad... Las estanterías...
Todos cogieron aire a la vez y apuntaron con las varitas.
—¡REDUCTO! —gritaron los seis detrás de Harry.
Seis maldiciones salieron volando en seis direcciones distintas, provocando un absoluto caos de hierro y cristales. Cada vez que una esfera caía al suelo, se escuchaba una voz en la lejanía, recitando por última vez la profecía que guardaba. El grupo aprovechó el desconcierto para echar a correr, pero los hechizos volaban por todas las partes y pronto los obligaron a separarse. Emma comenzó a correr a solas, pero sabía que Ginny y Neville estaban en la siguiente hilera. Vio una sombra frente a ella y lanzó un Desmaius, pero no acertó, así que tuvo que esquivar el hechizo que le lanzó el mortífago y aprovechó para derribarle una estantería encima.
Siguió corriendo, mientras esquivaba a alguien más que la perseguía por detrás, y pronto dejó de escuchar los pasos y gritos de sus compañeros. Quien fuera que la perseguía parecía decidido a atraparla, y la chica intentó desaparecerse, pero no lo consiguió, por lo que supuso que sería imposible hacerlo en todo el Departamento de Misterios, por seguridad.
Encontró una puerta y corrió hacia ella, esperando salir de nuevo al vestíbulo. Giró el pomo y esta se abrió, dando paso a una sala con más estanterías, pero en esta había tomos de libros antiguos y archiveros, y un gran escritorio en el centro con una máquina de escribir. Emma se giró para cerrar la puerta, pero el mortífago había introducido ya un pie. Emma empujó con todas sus fuerzas.
—¡Desmaius! —gritó, pero el mortífago se protegió a tiempo.
—¡Bombarda!—exclamó él, haciendo volar la puerta.
Emma también fue enviada hacia atrás por el impacto, y cuando trató de ponerse en pie vio que el mortífago la apuntaba con la varita. Sentía un dolor punzante en la espalda, pues se había clavado los estantes del archivero en los riñones.
El hombre se quitó la máscara y Emma lo reconoció al instante. La primera vez que lo había visto, en las visiones sobre el hombre que extorsionaba a Bella, no lo había reconocido, pero en esa ocasión sí que supo que se trataba de Richard Lyne, el hermano mayor de su madre y, por lo tanto, su tío. Se parecía mucho más a Amelia de lo que se parecía a Evangeline. Tenía los ojos grandes y una sonrisa de suficiencia.
—Vaya, sí que es cierto. El parecido con tu madre es impresionante, es como ver a mi hermanita con dieciocho años otra vez, justo a punto de traicionarnos y abandonar a su familia.
Emma buscó su varita y la vio a medio metro de ella. Se intentó mover para acercarse a ella, pero su tío hizo un gruñido y apuntó directamente hacia su pecho.
—Ah, no, nada de eso, bonita. Tú y yo vamos a tener una conversación, ¿qué te parece? —dijo él, acercándose—. Mi sobrina Isabella no ha tenido mucha suerte contigo, ¿verdad? Eres demasiado lista para dejarte engañar por ella, claro, igualita a Amelia. No es que Isabella sea tonta, pero no tiene lo que hay que tener. Es débil, como su madre.
Emma se aguantó las ganas de defender a Bella, pero sabía que sería peor para ella si se enteraban de que eran amigas. Se quedó mirándole, intentando realizar un análisis rápido de sus puntos débiles. Era alto y fuerte. Tenía unos ojos de lo más oscuros, cargados de histeria. Si Emma se encontrara con una persona así en mitad de la noche en una calle aislada, temería por su vida.
—Si tu madre no hubiera sido una maldita traidora, si nos hubiera escuchado, habría sido una excelente mortífaga. ¡Siempre lo he dicho! —se lamentó, acompañando su argumento con una risa macabra—. Una persona con su don entre las filas del Señor Tenebroso... Sería imparable. Sin embargo, al final ha resultado ser una cobarde, ha abandonado a su familia a su suerte para huir... Eso no es muy Gryffindor de su parte, la verdad.
—¡Mi madre murió hace cuatro años! —respondió Emma, furiosa.
—¿Te crees que somos idiotas? ¿Te piensas que me tragué ese numerito de que la atropelló un coche? No, sé que mi querida hermana está en alguna parte, pero como se resiste a salir de su escondite y ayudar a la causa.... Bueno, he pensado que la siguiente candidata deberías ser tú.
—¡Jamás me iría con vosotros! —escupió Emma, dándole una patada en la rodilla.
Su tío se dobló de dolor, pero no dejó de apuntarla ni un solo momento. Ahora parecía todavía más iracundo. Emma se arrepintió al instante de haberle dado aquel golpe. No era una buena idea enfadarle todavía más.
—¡Niñata! —maldijo él—. Te vas a venir conmigo, tanto si quieres como si no. Si resulta que de verdad no has heredado el don de mi hermanita, entonces servirás de cebo. Si lo tienes... —Comenzó a reír. A Emma se le erizó el cabello—. Si lo tienes vas a ser la nueva joya del Señor Tenebroso. Y a mí me ascenderá por fin, seré su mano derecha y...
Emma se estaba obligando a pensar muy rápido, pero le dolía mucho la espalda por el golpe y era complicado trazar un plan cuando la estaba apuntando un loco con su varita. Sabía de buena mano, gracias a Bella, que su tío era una persona inestable, capaz de cualquier cosa.
Es inestable.
Está mal de la cabeza.
—Qué triste, ¿no? Vivir adorando a un ser que ni siquiera es persona —se burló Emma, con una sonrisa de lado. Necesitaba hacerse con su varita como fuera, y decidió imitar a Harry y distraer a su tío con una conversación banal. Tenía un plan B en el bolsillo de la chaqueta, pero iba a ser todavía más difícil acceder a él—. Tantos años de servicio y te tiene persiguiendo a tu hermana muerta e intentando sacarle secretos a una niña de dieciséis años. Patético.
—¡Cállate!
Definitivamente, su tío no estaba bien de la cabeza. Parecía que se le fueran a salir los ojos de las cuencas, y tenía la cara roja por la rabia. La mano que sujetaba la varita estaba temblando, seguramente porque Emma había tocado su fibra sensible. Necesitaba engañarle, necesitaba hacerle creer que ella era estúpida para que bajara la guardia. Parecía un hombre completamente narcisista, de aquellas personas que se creían superiores a las demás.
—¿No has dicho que querías hablar, tío? Pues hablemos. Dime, ¿qué se siente al estar esperando a tu "amo" —dijo aquella palabra con mucho sarcasmo— durante quince años para que te relegue a un trabajo menor? Eso tiene que doler, ¿no? Además, cuando Harry lo derrotó siendo solo un bebé, tú dijiste que habías sido sometido al Imperio, en lugar de permanecer leal y pagar en Azkaban. Eso seguro que no le hizo ni pizca de gracia...
—¡Imperio, qué gran idea, niña! —la felicitó él con una sonrisa macabra—. Vaya, sí que eres inteligente. Isabella era muy débil para hacerlo, pero a mí me sale como respirar. ¡Imperio!
Emma se creía lista para aquello, pero nada la había preparado para una invasión tan fiera. Tras las clases con Ojoloco, Snape, y consigo misma intentando entrenar su mente para provocarse visiones, cerrarla a intrusos no le era tan complicado. Pero sí costoso. Se hizo sangre en la lengua de tanto apretarla por el esfuerzo. Podía escuchar su terrible voz en la parte trasera de su mente.
Dime la verdad. Dime si eres vidente. Dime dónde está mi hermana la traidora.
Emma se llevó las manos a la cabeza, imitando a la perfección las veces que Harry se había caído al suelo mientras Snape lo interrogaba. La cabeza le dolía por resistirse a la intrusión, pero podía soportarlo, se dijo. Ya descansaría después. Gritó como una condenada, hasta que abrió los ojos y se quedó mirándole.
—¡Es cierto, soy vidente! —gritó—. ¡Esa es la verdad! ¡Tengo el don como mi madre! Aunque no es exactamente igual, el mío solo funciona con el tacto...
Dime dónde está mi hermana la traidora.
—¡Mi madre está muerta! ¡Vi su cuerpo en el ataúd! ¡La atropelló un coche rojo enorme! —gritó entre gemidos. Le iba a estallar la cabeza de soportar la maldición, pero ni por asomo iba a decir la verdad—. ¡Había sangre por todas partes!
—¡No puede estar muerta! —masculló su tío entre dientes apretados—. ¡Es imposible!
Emma comenzó a llorar y se llevó las manos a la cara, lo cual era un gran paso, ya que antes su tío había estado vigilándola tanto que no la habría permitido moverse. Estaba bajando la guardia. Siguió con su actuación.
—¡Eso creo! ¡Yo vi su cadáver! No he tenido ninguna visión sobre ella, si estuviera viva la habría visto... —gimoteó—. Aunque claro, no he estado con nadie tan cercano a ella, nadie con su sangre...
Esperó sinceramente que su tío obviara la existencia de Keira. Emma miró entre sus dedos para observar el rostro de Richard Lyne, que parecía estar uniendo ideas en su mente. Observó entonces su varita. Tan cerca y a la vez tan lejos. Tendría que recurrir al plan B.
—Quizás... Si yo te... ¡No! ¡Me niego! —chilló ella. La voz le salía temblorosa por el esfuerzo y el terror a ser descubierta, pero su tío lo confundió por el efecto de la Maldición—. Si está viva... ¡No!
—¡Tócame! ¡Tócame y dime qué ves! —exigió él entonces—. ¡Imperio!
Emma volvió a gritar. Aquel segundo hechizo de refuerzo la había pillado desprevenida, y casi consigue entrar. Se imaginaba a sí misma en el interior de su cabeza, empujando una fuerza invisible con la voz de su tío con todas sus fuerzas para impedir que se hiciera paso.
Tócame y dime qué ves.
Emma convulsionó un par de veces, hasta que se incorporó lentamente, como una marioneta. Su tío bajó la varita. Emma extendió la mano temblorosa, como si estuviera intentando evitar hacerlo, hasta que rozó la frente sudorosa de su tío. Aguantando la mueca de repulsión, fingió que entraba en trance. Puso los ojos en blanco y se quedó en completo silencio, tanto que escuchaba sus propios latidos. Contó hasta cinco.
—¡NOOOO! —chilló de repente, provocando que su tío se asustara.
Aquel era el momento. Introdujo su mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la otra varita, aquella que le había regalado su madre por su cumpleaños.
—¡Desmaius! ¡Desmaius!
Lo gritó dos veces porque no sabía cómo reaccionaría esa varita que no era suya.
Richard Lyne se desplomó sobre el suelo. Emma jadeó. Jamás había sentido tanto miedo. La cabeza le iba a estallar de lo mucho que le dolía, pero todavía no había terminado. Recogió su varita del suelo y luego observó el cuerpo inconsciente de su tío. Por un segundo tuvo un pensamiento horrible. Aquel hombre quería darle caza a su madre y matarla. ¿Por qué no lo mataba ella?
Se quedó observando el cuerpo unos segundos, hasta que al final se agachó, cogió su varita y la partió por la mitad. Después, con la suya, apuntó hacia su tío.
—Obliviate.
Cuando miró hacia la puerta, se dio cuenta de que no estaba sola. Dumbledore la miraba desde el exterior.
—Vamos, Emma. Me necesitan.
¿Ahora apareces?
Me acaban de lanzar una Maldición Imperdonable.
No tenía tiempo de reproches, pero se hizo una nota mental de que, sin duda, tendría que tener esa conversación con Dumbledore más adelante. Si él había llegado, significaba que la Orden no podía estar demasiado lejos, así que no tenían tiempo que perder. Siguió al anciano, que corría bastante para lo mayor que era, y salieron a la sala circular que habían visitado nada más llegar. Dumbledore parecía conocerla bien, porque no dudó en abrir una de las puertas que habían marcado antes. Entraron en la sala del arco, donde estaba teniendo lugar la batalla que había visto en su visión. Solo que ahí sí estaba Sirius.
Emma comprendió entonces que, si antes no había visto a Sirius en la visión, era porque Sirius no tendría que estar ahí. Sirius había acudido con el resto de la Orden porque quería proteger a Harry, que había caído en la trampa.
Harry ha cambiado el futuro.
Emma observó a Sirius luchar contra Bellatrix Lestrange. Blandía su varita con mucha elegancia, una coreografía que Emma conocía bien porque sabía que los magos de familias más conservadoras de sangre pura tenían una forma concreta de lanzar hechizos. Su madre también usaba la varita de forma similar. Bella también.
Sin embargo, la llegada de Emma y Albus parecía haber sido demasiado tardía. Bellatrix era frenética en su lucha, así que para Sirius, que estaba desentrenado, fue complicado esquivar el último de sus hechizos.
El joven se vio envuelto en una luz verdosa. Con los ojos bien abiertos, de un precioso azul claro que, por un segundo, a Emma le pareció reconocible, miró a Harry una última vez antes de dejarse caer hacia atrás, donde el velo negro del arco lo recogió y lo engulló.
Seguidamente, desapareció.
El grito desgarrador de Harry le dolió a Emma como si hubiera perdido ella misma a su padre. Remus agarró a Harry por detrás para evitar que se lanzara hacia el arco, por lo que Emma comprendió que aquella estructura debía ser más poderosa de lo que había supuesto. Emanaba una energía oscura, similar a la de la profecía, y por cómo Remus observaba el arco con rendición, supuso que aquel velo que había envuelto a Sirius, no lo devolvería jamás.
No entendía cómo había sido tan fácil. Sentía que faltaba una pieza que uniera todos los acontecimientos, porque no podía comprender cómo era posible que Sirius hubiera estado hacía solo diez segundos en aquel altar, junto a Harry, y ahora no pudiera volver junto a él nunca más.
La lucha no se detuvo por los gritos del chico, y los miembros de la Orden seguían lanzándose hechizos los unos a los otros. Dumbledore indicó a Emma que se quedara pegada contra la pared antes de irse a luchar. Ella pensó que sería de utilidad allí abajo, pero prefería acatar las órdenes de Dumbledore, además de que le dolía demasiado la cabeza como para pensar. Acababa de morir una persona frente a sus ojos y, de repente, aquellos hechizos que volaban por doquier le parecían muy distintos. No era lo mismo que verlos plasmados en los libros de teoría. Por segunda vez aquel día, agradeció las demenciales clases del falso Ojoloco Moody por haberla preparado para enfrentarse a la realidad.
Bellatrix, después de aturdir a Kingsley, echó a correr, y Harry se deshizo del abrazo de Remus para perseguirla, mientras ella se reía porque había matado a Sirius. Emma supo que no podía quedarse de brazos cruzados mientras Harry se arriesgaba la vida una vez más. Los persiguió por la sala del tanque con los cerebros, donde encontró a Ginny y Ron en el suelo. Ron parecía haber sido atacado por uno de ellos, y aunque estaba inconsciente, seguía con vida. No se detuvo a ayudarlos, y siguió a Harry mientras imploraba que la dejara escapar, pero este no la escuchaba.
Llegaron por fin a la salida del Departamento de Misterios, justo cuando vieron que Bellatrix se escapaba en uno de los ascensores. Emma alcanzó a Harry mientras este esperaba al siguiente, y quería echarle la bronca, pero ambos estaban demasiado jadeantes para hablar. Con tan solo mirarlo, Emma sabía que el chico no quería conversar con nadie. Solo quería vengar la muerte de su padrino.
Montaron en el siguiente ascensor y golpearon el botón que los llevaba a la salida múltiples veces. Emma sintió una descarga energética de lo más extraña al pulsarlo. No sabía a qué se debía, pero le llenó el pecho y el estómago de pesar. Miró a Harry, suponiendo que aquel sentimiento era un nuevo mal presagio.
—No hagas ninguna locura, Harry, se va a escapar. ¡No podremos detenerla!
—¡No! ¡Tú no lo entiendes, Emma! ¡Ha matado a Sirius!
—Lo entiendo perfectamente, pero no vas a poder hacer nada contra ella, Harry. Tenemos que esperar a Dumbledore y...
—¡Estoy cansado de esperarle!
Habían llegado por fin al vestíbulo, y Harry salió antes de que la reja se hubiera abierto por completo. Bellatrix casi había llegado al ascensor de la cabina telefónica por la que habían llegado ellos, pero al verlos se dio la vuelta y les lanzó un hechizo. Harry y Emma se escondieron detrás de la fuente del Atrio.
—¡Vamos, niño, sal, si eres tan valiente! ¿No me estabas buscando? ¡Pues aquí estoy! ¿Estás triste por lo de mi primito? ¿Acaso has venido a vengarte?
Emma envolvió la muñeca de Harry con la mano, intentando frenarle, pero él estaba demasiado enfadado.
—¡Así es! —el chico se soltó de Emma, haciéndole daño en la muñeca, y salió de su escondite—. ¡Crucio!
Emma se asomó para ver si le había dado, pero Bellatrix no comenzó a chillar de dolor. Se levantó como si nada y lanzó un contrahechizo, que dio justo en la cabeza del mago de la fuente del Atrio.
—Claro, tu querido Dumbledore no te ha enseñado que para emplear una Maldición Imperdonable la tienes que sentir, ¿verdad? —se carcajeó ella—. ¡Tienes que desear causar dolor y disfrutarlo! Mira, te lo enseño yo, ya que estoy...
Pero en lugar de darle a Harry, le dio a Emma, que la pilló desprevenida y cayó al suelo con un quejido de dolor. Era la sensación más horrorosa que había sentido jamás: parecía que alguien estuviera rompiendo cada uno de sus huesos lentamente. Que alguien le abriera el torso con un cuchillo. Que apretaran su cráneo con fuerza.
El dolor solo cesó porque Harry lanzó un hechizo aturdidor a Bellatrix, que hizo que perdiera la concentración y terminara la Maldición Cruciatus. Emma comenzó a respirar, en busca de aire, y se llevó las manos a la cabeza, que jamás le había dolido tanto.
Bellatrix y Harry se enzarzaron en una nueva batalla de hechizos, que rebotaban por todas partes destruyendo poco a poco el vestíbulo del Ministerio. Emma se puso en pie lentamente y se unió a Harry, intentando cubrirle siempre que podía, pero todavía le temblaba el cuerpo por el hechizo. Le caía lágrima tras lágrima por las mejillas sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
—¡Dame la Profecía o lo siguiente que le lanzaré a tu amiguita no será un simple Crucio, Potter! —chilló Bellatrix con su voz de loca.
—¡Pues entonces la matarás en vano, porque yo no la tengo! —respondió Harry. Se llevó entonces la mano a la cicatriz, como si le doliera—. ¡Y él lo sabe! ¡Sabe que se ha perdido la profecía, que se ha roto! ¿Cómo le sentará eso a Voldemort?
Se ha vuelto loco.
—¡Mientes! —gritó Bellatrix—. ¡La tienes tú, Potter! ¡Accio Profecía!
Harry comenzó a reírse como un auténtico demente, y Emma temió que hubiera perdido definitivamente la cabeza. Se habría preocupado por insistir en que cesara en sus acciones, pero su invento se vio interrumpido por una bajada de la temperatura del vestíbulo.
—¡No tengo nada que darte, Bellatrix! ¡La profecía se ha roto y nadie ha escuchado lo que decía!
—¡Lo he intentado, amo, no me castigue por favor! ¡Lo he intentado! —gimoteaba Bellatrix. Su voz estaba cargada de verdadero fervor. Emma sintió un escalofrío de lo más inquietante.
—¡No puede oírte! —respondió Harry, aprovechando para apuntarla con la varita.
—¿Estás seguro, Harry Potter?—respondió una voz fría detrás de ellos.
A Emma se le paró el corazón. Se giró para ver a un ser muy alto y delgado, tapado con una capucha negra que solo dejaba ver su rostro blanquecino y demacrado, con esos ojos rojos de serpiente que la habían acompañado en sus pesadillas durante el verano anterior. Voldemort estaba ahí, en el vestíbulo del Ministerio, apuntando a Harry con su varita. Emma tragó saliva y apretó las piernas. De repente, la lengua le pesaba mucho en el interior de la boca.
—¿Has roto mi profecía, Potter? ¿Otra vez un niño estúpido ha desbaratado mis planes?
—¡Lo lamento mucho amo, yo estaba deshaciéndome de Black! ¡Pero no todo está perdido, él está aquí!
—¡Cállate! Ya me haré cargo de ti más tarde. ¡Coge a la chica! ¿No te has dado cuenta de quién es?
Emma tomó aquellas palabras como la señal para correr, no sin antes lanzarle un hechizo a Bellatrix. No quería marcharse sin Harry, pero tenía que buscar a Dumbledore, que era el único que podía acabar con él.
Pero su carrera no la llevó demasiado lejos, pues pronto notó un dolor muy intenso en la pierna y se tropezó cuando se dobló su rodilla. Tenía que haberse roto por lo menos algún hueso, y sabía que esta vez el dolor no frenaría cuando Bellatrix retirara la varita de encima de ella. Notó entonces que la bruja la agarraba del pelo, y Emma chilló por el dolor que le provocó cuando la empujó hacia atrás, obligándola a mirar.
—A ti no tengo nada más que decirte, Potter —sentenció Voldemort, con una voz pausada y carente de cualquier emoción—. Ya me has destrozado suficientes planes, eres una mala hierba que no muere jamás. ¡AVADA KEDAVRA!
Pero el hechizo rebotó justo cuando una de las estatuas de la fuente se interpuso entre Harry y Voldemort con los brazos extendidos para protegerle. Voldemort abrió los ojos de serpiente, sorprendido por aquello.
—¡Dumbledore! —siseó.
Emma miró hacia atrás con el corazón a punto de salírsele del pecho. Dumbledore estaba plantado en el vestíbulo, con la varita apuntando a Voldemort y a Bellatrix. Voldemort dejó de prestarle atención a Harry y se giró hacia Dumbledore.
—Has cometido un error viniendo aquí esta noche, Tom —dijo Dumbledore con calma—. Los Aurores están de camino.
—¡Que vengan! Para cuando lleguen yo me habré ido y tú estarás muerto —respondió Voldemort antes de lanzarle una maldición asesina que Dumbledore desechó sin más.
Este respondió con un hechizo muy poderoso, que Voldemort rechazó creando un enorme escudo plateado. Se enzarzaron en una pelea de hechizos, y Harry les observaba apoyado en la estatua que lo había protegido, jadeante por el esfuerzo. Bellatrix soltó a Emma, lista para ayudar a Voldemort, y Emma cayó al suelo, golpeándose de nuevo la cabeza fuertemente. Sintió como si la cabeza se le hubiera abierto en dos, y se llevó las manos a la frente intentando frenar el dolor, pero no había forma. Gritó, desgañitándose, incapaz de pararlo. Se arañó el cuero cabelludo de tanto intentarlo hasta que, repentinamente, perdió la consciencia.
Cuando volvió a abrir los ojos estaba volando en el aire y Bellatrix la apuntaba con la varita, manteniéndola ahí para que no se pudiera escapar.
—¡La tengo, amo! ¡Tengo a la vidente! —gritó triunfal—. ¡Te vienes con nosotros, niñata!
Voldemort miró una vez a Dumbledore con una sonrisa macabra, y entonces se lanzó en una nube negra hacia el cuerpo de Harry, que comenzó a retorcerse de dolor en el suelo mientras se sujetaba la cicatriz. Emma notó que el aura del chico cambiaba por completo. Desde hacía un año se había mantenido verde y gris, pero en ese momento comenzó a desvanecerse hasta que desapareció por completo, como si se hubiera muerto. Emma gritó asustada, pero entonces Harry abrió los ojos, que ahora eran rojos y alargados, como los de Voldemort.
—Mátame ahora, Dumbledore... —susurró la voz de Voldemort desde el cuerpo de Harry—. Siempre dices que la muerte no es nada, que hay cosas más importantes. Demuéstralo, mata al chico.
El profesor, sin embargo, no pudo responder. Las chimeneas del vestíbulo comenzaron a iluminarse del color verde de los Polvos Flu, indicando que comenzaban a llegar los primeros trabajadores de la mañana. Cuando Emma giró la cabeza con muchísimo cuidado en dirección a las ventanas, observó que comenzaba a amanecer.
La sombra de Voldemort salió del cuerpo de Harry y se paró un segundo delante de Bellatrix, a la que le hizo un rápido gesto. Los dos se desaparecieron en una nube de humo negro y Emma cayó al suelo al instante, golpeándose una vez más la cabeza y la pierna dolorida. Ni siquiera tuvo la fuerza suficiente como para quejarse por el impacto.
Resonaban las voces por el vestíbulo. Los trabajadores, algunos escandalizados por lo último que habían observado sus ojos, se apelotonaban alrededor de la fuente. Emma observó al Ministro de Magia, al que reconocía del año anterior, que era guiado por dos de las estatuas que antes estaban colocadas en la fuente.
—¡Estaba aquí! —gritó un trabajador, señalando el lugar exacto en el que habían desaparecido Voldemort y Bellatrix—. ¡Lo he visto con mis propios ojos, señor Fudge, le juro que era Quien-usted-sabe! ¡Ha agarrado a una mujer y se ha desaparecido!
—¡Ya lo sé, yo también lo he visto! —respondió Fudge, el Ministro de Magia, que aún llevaba el pijama por debajo de la gabardina—. ¡Por las barbas de Merlín! ¡Aquí! ¡Aquí, en el mismísimo Ministerio de la Magia!
—En el Departamento de Misterios encontrará a unos cuantos mortífagos retenidos en la Cámara de la Muerte, entre ellos a su amiguito Lucius Malfoy.
—¡Dumbledore! —exclamó Fudge con perplejidad—. Usted ha venido aquí y...
—¡Déjese de estupideces y haga lo correcto, Cornelius! ¡Usted lo ha visto con sus propios ojos, Lord Voldemort ha regresado!
Se giró hacia la fuente y señaló con su varita la cabeza del mago de la estatua.
—¡Portus! —exclamó. Después, miró a Emma y a Harry—. Volved a Hogwarts. Yo iré después.
—Pero... Señor —balbuceó Harry.
Emma hizo acopio de todas sus fuerzas. Ahogó un quejido de lo más gutural mientras se arrodillaba para ponerse en pie. Sintió náuseas instantáneas por el dolor de cabeza. Sentía que le pesaba tanto que se iba de lado. Con mucha dificultad, ya que la pierna aún le sangraba, cojeó hacia Harry, a quien agarró de la mano.
—Vámonos, Harry. Aquí ya no podemos hacer nada.
Este es el capítulo más largo hasta la fecha y aviso que el único que es igual o más largo es el capítulo 70, es decir, el último. ¿Qué os ha parecido? Ha ocurrido algo muy sutil que no sé si os habréis dado cuenta, pero se desvelará en el siguiente capítulo 👀
Canción nº30 (y última): Os doy a elegir entre una canción que para vosotras sea LA CANCIÓN o una canción que os recuerde a esta historia jejejeje
Mi propuesta: "Truce" de Twenty One Pilots.
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar, os prometo que me hacéis súper feliz 💖
💙 R.I.P Sirius 💙
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