Capítulo 48 · Alegría ·
Requería mucha concentración y un par de horas de su día, pero Emma había conseguido volver a vivir sin aquellos guantes. Todas las mañanas se sentaba en su cama y trataba de concentrarse para provocar las visiones. Al principio dudaba que aquello fuera a funcionar, pero su madre había pasado por algo similar y lo había resuelto de aquella manera: controlando ella cuándo sucedían las visiones, y no al revés.
Al noveno día lo consiguió. Se vio a sí misma en mitad de la calle bajo una lluvia espantosa, sujetando una botellita en la mano y la varita en la otra. Fue capaz de percibir su propio nerviosismo, sus latidos retumbándole en el pecho, las manos temblorosas que aferraban la varita con miedo a dejarla caer.
Cuando intentó tocar a George aquella mañana, no vio nada. Tocó las paredes de su habitación, los objetos extraños que había en las estanterías de Grimmauld Place, y nada. Sin embargo, cuando se concentró en intentar obtener alguna visión mientras sujetaba una copa de plata, vio a una señora de pelo oscuro limpiándola con esmero, vestida con ropa muy antigua y unas enormes gafas pasadas de moda.
Estaba funcionando. Por fin podía controlar su don. Eso no significaba que de vez en cuando no tuviera visiones aleatorias, muy poderosas, que no podía controlar, o que hubieran desaparecido los sueños premonitorios que la despertaban en mitad de la noche, pero ahora se sentía mucho más fuerte que antes y estaba comenzando a odiar un poco menos su condición. Durante las navidades había conseguido dos kilos más gracias a la insistencia de la señora Weasley, y a pesar de que era invierno y no había tomado el sol, su piel estaba menos pálida y por fin parecía de nuevo la chica de diecisiete años que era. Aquellas vacaciones en familia habían sido justo lo que necesitaba.
Sin embargo, tenía una última cosa que hacer antes de volver al colegio. George y Fred insistieron en acompañarla, pero ella les pidió un momento de soledad. Era algo entre ella y él. Entre ella y Cedric.
Se apareció frente a la casa de los Diggory. Estaba igual que la recordaba, con las mismas paredes color crema y las vigas de madera que sobresalían por la fachada. Las ventanas estaban decoradas con tiestos de flores y el caminito de la entrada estaba cuidadosamente arreglado, como si cortaran el césped todos los días para que siempre estuviera perfecto.
Tocó al timbre y la señora Diggory apareció tras la puerta. Abrió los ojos ligeramente por la sorpresa, pero su gesto cambió rápidamente y arrugó la barbilla, a punto de comenzar a llorar.
—Merlín —susurró con la voz quebrada—. Hola, bonita. Pasa, por favor.
—No quisiera molestar, señora Diggory.
La señora Diggory la invitó a entrar. Amos estaba sentado en el sofá, con un periódico entre las manos, que cayó sobre su regazo al verla entrar en el salón. Por un momento, Emma pensó que iba a comenzar a gritar. Al fin y al cabo, ella había sido la chica que le había roto el corazón a su hijo. Sin embargo, el padre de Cedric se levantó y recorrió la distancia hasta la puerta para darle un abrazo.
—Emma, muchas gracias por venir —le dijo al oído.
—Siento mucho no haber... no haber podido hacerlo antes —se disculpó con la mirada en dirección al suelo, incapaz de mirarles a la cara—. Quería darles mi pésame. No lo hice en su momento, pero necesitaba hacerlo.
—Muchas gracias, preciosa. Y no tienes nada por lo que disculparte —aseguró la señora Diggory dándole un apretón cariñoso en el antebrazo.
—Sí, Arthur nos dijo que sentiste mucho la... la pérdida de nuestro hijo —musitó el señor Diggory en voz baja—. Estábamos preocupados por ti, pero no te culpamos por no haber venido antes. A nosotros también nos ha costado un poco aceptarlo.
Ella no sabía qué decir. Asintió lentamente y sacó un pañuelo de su bolso para limpiarse las lágrimas. Los padres de Cedric también estaban llorando, pero eran unas lágrimas silenciosas.
—¿Quieres visitarla? —preguntó amablemente la señora Diggory—. La tumba de Cedric.
Emma estaba a punto de decir que no, porque sabía que le iba a costar mucho, pero no supo hacer otra cosa que sonreír con timidez y dar un breve asentimiento. Los señores Diggory la tomaron del brazo y se aparecieron en un cementerio frente a la tumba de Cedric. Era una lápida de mármol blanco preciosa, con su nombre escrito en letras doradas.
CEDRIC LOUIS DIGGORY
Octubre 1977 - Junio 1995
« A light as bright as yours shall never really fade away »
Aquella prueba era demasiado difícil para su frágil estado, pero Emma sacó todas sus fuerzas para no derrumbarse sobre aquella piedra. Se le hacía impensable el hecho de que su querido Cedric estuviera allí debajo, aquel chico que la había hecho tan feliz en tan poco tiempo. Emma no era ajena a la pérdida de un ser querido, a pesar de que la primera vez hubiera sido todo un falso recuerdo. Recordaba perfectamente el sufrimiento y la angustia de pensar que jamás volvería a ver a su madre. Ahora sabía que jamás volvería a ver a Cedric.
Sacó su varita e hizo aparecer una bonita corona de flores amarillas. Las mismas flores que le había regalado él cuando le pidió ser su novia. Apoyó la mano sobre la lápida y vio un recuerdo de cuando seguía con vida. Cedric estaba tumbado en el jardín de su casa, apoyando la cabeza en el lomo de su perro Snitch, con un libro entre las manos. Su pasatiempo favorito.
"Dile a Emma que lo único que quiero es que sea feliz".
Maisie y Verónica se dieron cuenta de que estaba mejor nada más verla en la vía del tren para volver al colegio. Hacía tres semanas que no se veían, pero el cambio en Emma había sido espectacular. La señora Bellamy la abrazó durante un minuto entero, y aunque la obligó a seguir tomando los antidepresivos, le dijo que había hecho un avance muy grande.
Nada más el tren se puso en marcha, Fred silenció el compartimento en el que estaban para que nadie pudiera molestarlos. Emma explicó a Maisie, Verónica y Lee que era vidente. Prefería ser sincera con sus amigos, y ahora que los gemelos sabían su secreto, tenía sentido que todo el grupo estuviera al tanto. Los tres fueron muy comprensivos, aunque Lee tuvo una reacción muy similar a la de Charlie y Ron y le empezó a preguntar por las respuestas de los exámenes.
—No funciona así —aclaró Fred, poniendo los ojos en blanco—. Ella no escoge lo que puede ver.
—Pero ha dicho que podía provocarse visiones, ¿no? ¿Si piensas con mucha fuerza en el examen de Historia no te vienen las respuestas, Em?
—Si me vinieran no te las daría, Lee —contestó ella con una sonrisa—. ¿No decías que este curso te querías esforzar?
—Ya, bueno, eso era antes de saber que tengo una amiga vidente. —Se encogió de hombros—. Dime, ¿alguna vez has visto algo sobre mí?
Emma recordó que había visto una escena muy desagradable antes de las vacaciones, y no pudo evitar hacer una mueca de asco.
—Sí, te vi muy acaramelado con una rubia —recordó—. Y cuando digo acaramelado digo que ella estaba sobre ti y...
—¿Una rubia? —exclamó él emocionado—. ¿Me voy a liar con alguien? ¡Toma!
Lee chocó la mano con Fred y las chicas pusieron los ojos en blanco, aunque Verónica le dio un buen codazo a su amigo.
—¿Y de nosotras? —preguntó Maisie emocionada.
Ella se quedó pensativa.
—Bueno, he visto un par de veces a Verónica sujetando un bebé —dijo al recordar aquella escena—. Y a ti, Maisie, te vi haciendo un Patronus.
—¿Un bebé? No, gracias —exclamó Verónica levantando las manos—. Hay muchas cosas que quiero ser, y madre no es una de ellas.
—Pero si eres la mamá del grupo, siempre nos estás cuidando —le recordó Emma.
—Sí, y con vosotros tengo suficiente —dijo cruzándose de brazos.
El comienzo del semestre fue muy estresante. Los ÉXTASIS estaban a la vuelta de la esquina y la sala común de Gryffindor estaba siempre llena de alumnos de séptimo lanzándose hechizos los unos a los otros, recitando pasajes de los libros o llorando en las esquinas. Emma no estaba tan nerviosa por los exámenes. Tenía preocupaciones más grandes. En una de sus rutinas de concentración había tenido una visión en la que vendría una ojeadora a verla jugar a Quidditch. Eso era lo que le importaba. Si impresionaba a esa mujer, tendría la posibilidad de dedicarse a lo que quería. La nota de sus exámenes era irrelevante.
La profesora Umbridge seguía igual de decidida a amargar la vida de todos los estudiantes y profesores de Hogwarts, y Emma y George se lo pasaban en grande arriesgándose a ser pillados besándose por los pasillos. El hecho de que Umbridge hubiera prohibido expresamente las muestras de afecto en los alumnos era un incentivo para que la pareja se escapara por las noches y se escondiera en la Sala de los Menesteres. Cuanto más intentaban separarlos, más querían estar juntos.
Emma comenzó a dedicar más tiempo a su prima Bella, que estaba un poco alicaída tras las vacaciones de Navidad. Probablemente, sus abuelos la habían atormentado durante las cenas familiares hablando de Voldemort, y cuando la chica intentaba hablar, a veces tenía lagunas. Emma sospechaba que le habían hecho olvidar información, pero decidió no decirle nada para no disgustarla. Algunas tardes, se la llevaba a la habitación secreta tras el tapiz y le enseñaba lo mismo que aprendían con el Ejército de Dumbledore. Emma quería ayudarla a escapar de su familia al salir de Hogwarts, y era vital que la chica supiera defenderse en caso de que intentaran buscarla.
Un día a finales de enero, Emma encontró a Maisie llorando junto a Verónica dentro del cuarto de baño. Emma cerró la puerta tras de sí y se acercó a su amiga.
—Oye, Maisie, ¿qué pasa? —susurró pasándole una mano por el cabello—. ¿Por qué lloras?
—Tu visión se va a hacer realidad, Emma —respondió ella entre sollozos—. Pero no era de Verónica, era mío.
Emma miró a Verónica sin comprender, pero esta simplemente negó con la cabeza.
—¿A qué te refieres, Maisie?
La chica se pasó las mangas del jersey por la cara y arrugó la barbilla, intentando dejar de llorar.
—No me ha bajado la regla. Llevo dos semanas de retraso.
Emma y Verónica volvieron a mirarse, sin saber bien qué hacer o decir. Emma tomó aire.
—Pero, Maisie, ¿tú y Oliver os cuidáis? O sea, cuando hacéis...
—Porque es de Oliver, ¿no? —interrumpió Verónica, alarmada.
—¡Pues claro que es de Oliver, Verónica! Y... sí, bueno, siempre tenemos mucho cuidado, pero... No sé, es posible que a veces se nos olvide... ¡No sé! Es que intento recordar las últimas veces, pero no sé si estoy confundida o...
—¿No puede ser que tengas un retraso y ya? A mí a veces me pasa cuando estoy muy estresada o... —propuso Verónica.
—No, no. Soy muy puntual siempre.
Las chicas volvieron a quedarse en silencio. Emma aprovechó que tenía la mano sobre el brazo de Maisie y se esforzó por tener una visión, y ahí estaba. Maisie dando a luz y Oliver aferrándole la mano con fuerza.
—Bueno, Maisie, sabes que tienes opciones, ¿no? Si fue en Navidad solo ha pasado un mes, puedes... —propuso Verónica.
—No... No sé, quiero hablarlo primero con Oliver —respondió, con un carraspeo—. Y yo... No sé si podría hacer eso... ¡Además, Emma lo vio! Si lo vio es que se hará realidad, ¿no, Em?
—Bueno, eso no lo sé con seguridad, Maisie. Eso es lo que me han dicho, pero no he intentado cambiar ninguna todavía.
La chica se abrazó a sí misma. Emma no sabría qué haría de estar en su lugar. George y ella siempre tenían mucho cuidado, pero, ¿y si le pasaba lo mismo? Era demasiado joven para tener un hijo. George y ella no estaban preparados para esa responsabilidad, solo llevaban un año saliendo. La idea de Verónica no le parecía tan descabellada, pero no era lo mismo porque ella no tenía que tomar esa decisión.
—Bueno, Maisie, solo quería recordarte esa posibilidad —se disculpó Verónica, abrazando a su amiga—. Hay muchas opciones, y elijas lo que elijas estará bien, ¿vale?
—Claro, nosotras te vamos a ayudar —añadió Emma—. De todas formas, deberías ir a ver a Madame Pomfrey. Que te haya visto con un bebé no significa que vaya a venir en nueve meses, mis visiones no vienen con fecha. A lo mejor no te ha bajado la regla por otro motivo, como decía Verónica.
—¡Exacto! —dijo Verónica más animada—. Vamos, dejaremos que te mire y nos diga si esperamos una mini Maisie o un mini Oliver, ¿vale? No nos precipitemos.
—¿Qué era, Emma? ¿Viste si era niña o niño? —preguntó Maisie con la voz melosa.
—¿Estás segura de que lo quieres saber? —sonrió Emma. Maisie asintió, con las mejillas sonrojadas—. Era una niña.
Y se llamaría Hope, pero eso no se lo dijo, por si al final no estaba embarazada. Sin embargo, Madame Pomfrey confirmó que Maisie estaba embarazada de un mes, y que el bebé nacería a finales de septiembre. Las chicas, incluidas Bella, Madeleine y Eleanor, las otras compañeras de habitación, se pasaron la noche en vela con Maisie, que alternaba entre las lágrimas y las sonrisas. No sabía cómo se lo iba a decir a sus padres o cómo se lo iba a decir a Oliver. Era muy joven, pero la chica parecía decidida a tenerlo.
Verónica buscaba la mirada asustada de Emma cada vez que Maisie hablaba de tenerlo. Ambas estaban de acuerdo en que apoyarían a Maisie con el embarazo, pero las dos parecían tener muy claro lo que habrían hecho ellas de estar en su lugar.
Los gemelos y Lee se quedaron pálidos al escuchar la noticia, pero apoyaron a Maisie en su decisión y enseguida comenzaron a pelearse por quién sería su padrino. Maisie dijo que decidiría quién sería el padrino cuando la niña fuera a nacer, y que sería el que más se lo mereciera, así que todos comenzaron a tratar a la chica como a una reina, llevándole comida de las cocinas, ofreciéndose a cargar con sus libros más pesados y apartando a la gente de su camino por allá donde pasaba. A pesar de aquello, trataron de llevar el embarazo de la manera más discreta posible, aunque Emma sabía que a final de curso, Maisie estaría de seis meses y sería muy difícil ocultarlo.
Oliver casi se desmaya al enterarse de la noticia, igual que el padre de Maisie, pero su madre se puso a llorar de la emoción y enseguida comenzó a planificar cosas. Los padres de Maisie eran siempre muy amables con Emma y el resto del grupo, especialmente el padre, que era nacido de no-majs y siempre iba a despedir a su hija con una camiseta de un grupo de música famoso o una película. Ambos eran medimagos y trabajaban en San Mungo, y Maisie quería estudiar lo mismo que ellos.
Febrero pasó volando, y Emma comenzó a hacer grandes avances en Oclumancia. Harry, por su parte, seguía igual que al principio, y Emma sabía que era porque no estaba poniendo demasiado de su parte. El chico seguía obsesionado con averiguar a dónde llevaba aquel pasillo que veía por las noches, aquel en el que Voldemort parecía no dejar de pensar. Por ese motivo, no se esforzaba por las noches en despejar su mente e intentar cerrarla. Si Voldemort se daba cuenta de esa conexión, podría hacerle verdadero daño.
Emma se despertó muy temprano aquel 21 de febrero. Había visto que aquel día acudiría una ojeadora para verla jugar a Quidditch. Normalmente, no habría estado nerviosa por algo así, pues era consciente de sus habilidades sobre la escoba. Toda la seguridad en sí misma que le faltaba para algunas cosas la tenía cuando jugaba a Quidditch. Sin embargo, aquel día estaba nerviosa porque desde que habían echado a Harry y a los gemelos del equipo, el resto de los jugadores y las nuevas incorporaciones no terminaban de funcionar bien. Emma confiaba en que la ojeadora pasara por alto todo aquello y se fijara en su forma de volar.
—¿Por qué no utilizas tu don y miras el resultado?—preguntó Fred en el vestidor. Los gemelos habían ido para darle ánimos.
—Porque es trampa, y porque le quita misterio. Además, ¿y si veo que lo voy a hacer fatal y la ojeadora no se va a interesar por mí? Me desmotivaría muchísimo.
—No digas tonterías, Emma, no hay nada que se te dé mejor que el Quidditch.
—Bueno, yo sé de un par de cosas que no se le dan nada mal —dijo George levantado las cejas varias veces y envolviendo la cintura de Emma con el brazo.
—¡George! —exclamó ella avergonzada.
—¡Tío! —se quejó Fred haciendo una mueca de asco—. Erais más monos cuando os gustabais y solo os mirabais y me dabais la tabarra por separado. No quiero oírte hablar de sexo con mi mejor amiga —dijo fingiendo que tenía un escalofrío—. Para mí es como mi hermana bebé.
—En primer lugar, solo es diecinueve días más pequeña que nosotros, así que no es ninguna bebé —le recordó George—. Y en segundo lugar, eso no te importó cuando la besaste.
—¿Otra vez con esas? —murmuró Fred con una sonrisa—. Solo estábamos practicando para cuando te besara a ti, quería ver cómo era besar a un pelirrojo de metro noventa.
Emma le dio una colleja a Fred para que se callara, y luego otra a George por reírse. Los dos la abrazaron para darle ánimos y se fueron a sus asientos mientras se frotaban la nuca por el golpe. Emma salió al campo con el resto del equipo y se posicionaron con sus escobas frente a sus rivales. Parecía una coincidencia macabra, pero jugaban contra Hufflepuff. Anne estaba frente a ella, y le dedicó media sonrisa. Les había tocado juntas en un trabajo de Transformaciones hacía unos meses y habían hablado largo y tendido de George, y Anne no le guardaba rencor. Ahora salía con una chica de su casa, así que estaba todo olvidado. Emma miró al nuevo buscador y capitán de Hufflepuff y sintió una punzada de dolor. Ahí tendría que estar Cedric.
Madame Hooch marcó el inicio del partido y Emma dio la patada para comenzar a volar. Sin embargo, su escoba no era lo suficientemente rápida, así que un cazador del otro equipo atrapó la quaffle.
En resumen, no fue un partido muy satisfactorio para Gryffindor, porque aunque Emma se esforzó como nunca en marcar todos los tantos que pudo, Ron seguía demasiado inseguro de sí mismo y sus nervios le impedían parar las pelotas.
Ella trató de seguir con su plan inicial, que era realizar todos los movimientos que sabía para tratar de impresionar a la ojeadora, a la que divisó junto a la profesora McGonagall en primera fila. Como los nuevos bateadores de Gryffindor estaban muy verdes, las bludgers que lanzaban los de Hufflepuff no hacían más que pasar volando junto a las cazadoras de Gryffindor, por lo que Emma pudo demostrar con más facilidad lo ágil que era esquivando las pelotas.
—Emma Blackwood, con el número 3, es nuestra Wampus. Es la mejor cazadora que Gryffindor ha tenido en años. Bueno, ¡la mejor de Hogwarts! Desde que está en el equipo, Gryffindor no ha perdido ni una sola copa —explicaba Lee, a sabiendas de que la ojeadora estaba escuchando. No dijo, por supuesto, que solo habían ganado una copa, ya que el año anterior no se había jugado a Quidditch por el Torneo—. Nadie sabe si aprendió esos trucos que hace sobre la escoba en su colegio anterior o si simplemente ha nacido con ello, pero nuestra Wampus definitivamente tiene un don... ¡Para el Quidditch, por supuesto! Cualquier equipo profesional sería muy afortunado de tenerla llevando sus quaffles... Sí, lo siento, Min... Profe, ya lo anuncio. Otro diez puntos para Hufflepuff de parte de Jacobs...
Emma le guiñó un ojo a Lee cuando pasó junto a él, para darle las gracias por intentar ayudarla a quedar bien delante de la ojeadora, aunque fuera tan poco sutil. Sus amigos, además, se habían organizado para sacar una pancarta de tres metros en la que ponía "WAMPUS", y todos se habían pintado el número 3 en las mejillas.
Ginny, que sustituía a Harry como buscadora, atrapó la snitch, pero no fue suficiente, porque Hufflepuff ganó por diez puntos. A pesar de ello, seguían teniendo posibilidades de ganar la copa, y aunque Angelina arrastraba los pies por el campo de Quidditch porque era su primera derrota como capitana, Emma confiaba en que entrenar al equipo durante los siguientes meses les llevaría a la victoria. Además, ella pensaba que había hecho un buen partido.
Así fue, cuando una semana más tarde una lechuza parda entró en el Gran Comedor sujetando un paquete muy grande y largo y se posó encima del crepe que estaba desayunando. Enseguida se vio rodeada de curiosos, que la animaban a abrir la carta que venía con el paquete. George fue más rápido que ella y se la arrebató de las manos, sabiendo que estaba demasiado nerviosa para abrirla.
—"Estimada señorita Blackwood" —comenzó a leer—. "Mi nombre es Romilda McAllister y trabajo como ojeadora para las Arpías de Holyhead, equipo que, como usted sabrá, participa en la Liga de Quidditch de Gran Bretaña e Irlanda. Bajo recomendación de su director, Albus Dumbledore, acudí a verla jugar en el partido del domingo 21 de febrero contra Hufflepuff. A pesar del resultado final, debo darle mi más sincera felicitación por su actuación, ya que quedé muy impresionada con su modo de juego. Pareciera que ha nacido usted para ello".
—¡Madre mía, Emma! ¿Sabes lo que significa, no? —chilló Ron, zarandeándole el brazo.
—"La subdirectora y jefa de su casa, Minerva McGonagall, me comentó su interés por dedicarse al Quidditch de manera profesional una vez dé por finalizados sus estudios. Es por ese motivo que las Arpías de Holyhead no quieren dejar pasar la oportunidad de... ¡Ofrecerle un puesto en el equipo como cazadora, para comenzar a entrenar en julio!" —gritó George emocionado—. "Esperemos que considere nuestra invitación y decida formar parte de nuestra familia, que estará encantada de recibirla. Mientras tanto, le obsequiamos esta escoba como muestra de nuestro compromiso e interés en tenerla con nosotros. Un saludo, Romilda McAllister".
Emma comenzó a gritar al mismo tiempo que los demás y empezaron a lloverle felicitaciones y abrazos, especialmente de George, que intentaba separarla de los demás para besarla como era debido. Fred parecía un padre orgulloso junto al propio padre de Emma, que también había acudido al ver llegar a la lechuza. Keira se abrió paso entre la multitud al grito de "es mi hermana", y ahora se abrazaba a Emma como si le fuera la vida en ello.
— ¡Ábrela, Em! —pidió, acercándole la escoba.
Emma deshizo el nudo y comenzó a desenvolver su nueva escoba. Era una Saeta de Fuego como la de Harry, que seguía siendo la mejor escoba del mercado, solo que esta llevaba los colores de las Arpías de Holyhead y el apellido de Emma grabado en oro en un lateral.
—¿Qué vas a decirles, Emma? —preguntó su padre sin poder aguantar la emoción.
—¡Que sí, por supuesto!
Aquella noche hubo fiesta en la sala común. Emma no recordaba haberse sentido tan feliz desde hacía tiempo.
¡Emma va a cumplir su sueño! ¡Y se ha despedido de Cedric!
¡Y Maisie está embarazada! Cómo puede tener un bebé cuando ella es una bebé no lo comprenderé jamás, pero así son las cosas :) Como sabéis esto está planeado desde hace tropecientos capítulos así que :)
Canción nº27: Una canción que te hayan recomendado.
Mi propuesta: Podría poner todas las vuestras, pero por poner algo nuevo... Dakota, de Stereophonics.
Gracias por comentar y dejar vuestro voto 💕
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