Capítulo 47 · Sorpresa ·
No había ido tan mal como esperaba. No era tan impresionante y difícil de creer que Emma, siendo hija de Amelia, también hubiera heredado el don. Tenía mucho sentido, en realidad, y conforme más ponían en común sospechas o anécdotas que tenían sobre Emma, más se daban cuenta de que la verdad había estado siempre frente a sus ojos.
—¡Sabías lo del Mundial! —exclamó Fred al darse cuenta—. ¡Nos dijiste exactamente lo que iba a ocurrir con Viktor!
Emma se rio. Era la única vez en la que Emma había utilizado el don para lucrarse.
—Sí, lo vi al tocar el folleto. Fue un poco decepcionante, porque no ya sabía quién ganaría, pero al menos pensé que os podía ayudar.
—¿Ayudar cómo? —preguntó la señora Weasley poniendo los brazos en jarra. Ella no sabía nada sobre la tienda de los chicos, ni las apuestas, ni el dinero que habían recibido de Harry.
—Apostaron contra mí —intervino Harry—. Nos apostamos una caja de ranas de chocolate, y ya sé por qué ganaron... —mintió.
Emma sonrió para dar más credibilidad a la mentira de Harry. Ron le preguntó si sabía resultados de futuros exámenes o partidos de Quidditch, y Emma respondió pacientemente a sus preguntas y le aseguró que no utilizaría su don para eso, pues era injusto. George y Hermione, que habían tardado un poco más en procesar la información, también participaban y hacían preguntas como los demás. A Emma se le hacía extraño hablar naturalmente de aquello con George presente, y pensó que, tal vez, tendría que haberle contado primero a él la noticia y luego a los demás.
Finalmente, Charlie pidió que le tocara la mano para ver su futuro.
—No sé si es seguro...
Emma no estaba demasiado convencida. Ver el futuro de alguien no implicaba que siempre fuera a ver algo positivo.
—Oye, a Harry sí que se lo contabas —se quejó Fred—. ¡Yo me pido segundo!
—Bueno, pero si veo algo malo no os quejéis. ¡Y esta será la única vez que lo haga!
Emma suspiró, se quitó los guantes y fue, uno por uno, diciéndoles lo que veía. Charlie iba a recibir un aumento en algún momento de próximo año, Lupin encontraría el amor (no le dijo que había visto a Tonks, la aurora del pelo de colores, ya que no quería quitarle el misterio), Sirius saldría por fin de casa en algún momento, Bill viviría en una casita muy bonita frente al mar, la señora Weasley tendría a su marido muy pronto de vuelta, Ginny entraría al equipo de Quidditch, Ron pararía una quaffle muy difícil en algún partido y Fred conseguiría hacer rabiar a Umbridge con una de sus bromas.
—¿Tú no quieres ver tu futuro, Hermione? —preguntó Ron, que no cabía en sí de felicidad al saber que haría un buen trabajo en un partido.
—No quiero utilizar a Emma como si fuera una bola de adivinación, sigue siendo nuestra amiga —sentenció cruzándose de brazos.
Emma puso los ojos en blanco y colocó una mano sobre la suya. Vio a Hermione llorando abrazada a Harry. Se arrepintió al instante de haber tocado a su amiga sin su consentimiento, y apartó la mano con un chasquido de la lengua.
—¿Qué has visto? No tiene buena pinta.
—No, he visto que... He visto que, sin querer, te quedabas atascada en el escalón falso del castillo, ya sabes cuál —mintió—. Ve con cuidado.
Hermione sonrió, aliviada.
—Bueno, si ya habéis terminado de utilizar a mi novia, me la llevo para mí solito —dijo George abrazando a Emma por detrás con cuidado de no tocarle la piel.
—¿Has dicho novia? —chilló la señora Weasley dejando caer un cazo sobre la encimera.
Todos los presentes se miraron entre sí. Alfred casi se atraganta con el pastel que estaba comiendo, a sabiendas de que él también se había ganado una bronca por mantenerlo en secreto. Los hermanos de George se echaron a reír.
—Bueno, mamá, es un poco evidente, ¿no? —Bill se reía también, aunque era bastante menos descarado que sus hermanos.
—¿Cómo que evidente? ¿Alfred, tú lo sabías? —inquirió la señora Weasley. Sus mejillas estaban tan rojas por la sorpresa que por poco se confundían con su cabello.
Alfred intentaba aclararse la garganta tras haberse atragantado, provocando que los demás se rieran todavía más. Podía verse cómo se esforzaba por pensar una respuesta rápida que dejara satisfecha a la señora Weasley.
—Bueno, vivo en el mismo castillo que ellos, Molly, aunque he de decir que siempre han sido muy discretos... —añadió con una sonrisa de satisfacción. Los ojos de la señora Weasley se llenaron de alarma.
—Mamá, fui con ella al Baile de Navidad, ¿no te acuerdas? —insistió George. Miró a Emma en busca de ayuda, y ella solo sonrió en dirección a su madre con las mejillas sonrojadas.
—Sí, pero de ahí a ser novios... —comentó ella, tragando saliva con fuerza.
—¡Si la estuve visitando todo el verano! Alfred me dejó dorm...
—¡Dormir en el sofá! —interrumpió el padre de Emma, poniéndose en pie. Molly no parecía muy contenta con el hecho de que George y Emma durmieran juntos.
—Bueno...—siguió Molly con los brazos cruzados—. Pero Emma este verano no... Bueno, no estaba de humor para novios, George.
—Ya, pero es que llevamos saliendo desde el baile, mamá. No empezamos a salir este verano.
—¿Un año? —gritó ella, escandalizada—. ¿Tengo nuera desde hace un año y me entero ahora?
—No estamos casados, señora Weasley —murmuró Emma con las mejillas como tomates. "Nuera" le parecía una palabra demasiado seria.
—Sí, además yo también tengo novia, mamá, ya lo sabes. No es tu única nuera —añadió Bill en referencia a Fleur Delacour, con la que había comenzado a salir desde el verano.
—Ya, sí, bueno —farfulló la señora Weasley sin darle importancia—. Entonces, Emma, ¿se porta bien contigo? ¿Lleváis un año saliendo juntos y no te has cansado de él?
—¡Mamá! —se quejó George.
Fred se tiró al suelo, sin parar de reír. Ginny imitaba a su hermano, apoyándose sobre su rodilla para coger fuerzas. Emma y George se habían separado un poco ante tantas miradas.
—George se porta muy bien conmigo, señora Weasley —aclaró Emma, mirando a George y riéndose también por su expresión—. Desde el primer día que empezamos a salir.
—¿Tan raro es que tenga novia, mamá?
Fred intentaba coger aire, pero le dolía tanto el estómago de la risa que apenas podía hacerlo. George le dio una suave patada en la espinilla. La señora Weasley continuaba mirándolos con incredulidad.
—Bueno, pues si no dices nada, me llevo a Emma porque...
—¿Cómo que te la llevas? ¿Te piensas que te voy a dejar estar a solas con tu novia? ¡La llevas clara, jovencito! ¡Tenéis solo diecisiete años! ¡Alfred, di algo!
—Eh... —balbuceó Alfred, otra vez desprevenido—. Bueno... ¡George! Ven que te diga unas cuantas cosas...
Se puso de pie y, fingiendo estar muy enfadado, le hizo una señal a George para que le siguiera.
Todos excepto la señora Weasley seguían riéndose sin parar. Molly se acercó a Emma mientras los otros comentaban la expresión de George.
—Oh, Emma, cielo, no sabes lo feliz que estoy de que seas parte de la familia —le susurró Molly, abrazándola con fuerza—. ¡La niña de Amelia! Eres la mejor nuera que una madre puede desear...
Emma miró a Bill con incomodidad, pero este hizo un gesto para dejarla tranquila. Claramente, a la señora Weasley no le hacía demasiada gracia que Bill saliera con la francesa.
—Siento no haber dicho nada antes, Molly, las cosas han estado un poco...
—No te disculpes, cielo. Lo entiendo. Es solo que estos chicos... ¡No me cuentan nada! —se quejó con dramatismo antes de buscar a Fred con la mirada—. ¿Tú también tienes novia y no me has dicho nada, eh?
Fred hizo una mueca de lo más extraña, llenando sus fosas nasales de aire.
—¿Yo? Pff, mamá.Yo soy un alma libre.
—Tendríamos que pagar a alguien para que quisiera salir con Freddie —se burló Ginny, despeinando a su hermano. Este le devolvió el favor deshaciéndole la coleta.
George y Alfred volvieron después, el segundo asegurando que le había dejado claras las cosas al primero. George no se detuvo esta vez en busca de la aprobación de su madre: estiró la mano tanto como pudo y tocó a Emma para desaparecerse con ella.
Habían ido a la Madriguera, que ahora estaba vacía porque todos estaban en Grimmauld Place. Entre los dos, lanzaron algunos hechizos protectores extra, por si acaso, para asegurarse de que estaban protegidos. George la tomó del brazo, de nuevo intentando no tocarle la piel, y la subió hasta su habitación.
—¿Qué te ha dicho mi padre? —preguntó Emma en cuanto se sintieron a salvo en la habitación. Conocía a su padre y le parecía extraño que verdaderamente le hubiera dado la charla.
—Ha dicho que si me pregunta mamá le diga que me ha dado una charla muy seria y amenazadora sobre nuestra relación, pero en realidad me ha preguntado si me había tomado bien lo de tu... don.
Emma suspiró con alivio antes de caer en que aquello abría oficialmente la conversación acerca de su capacidad para ver más allá. Miró a George para intentar averiguar qué sentía al respecto antes de preguntárselo. Su aura parecía tranquila, aunque Emma podía ver algunos tonos grisáceos debidos a la preocupación.
—¿Y te lo has tomado bien?
George sonrió de lado.
—Claro que sí, Em, sabía que eras especial, pero no me imaginaba cuánto.
Posó sus manos sobre su cintura para acercarla hacia él. Emma apretó una sonrisa al escuchar aquello.
Sigue pensando que soy especial. No un bicho raro.
—No era algo que quisiera ocultarte, George. Me aconsejaron que no se lo contara a nadie por seguridad y...
—Lo sé, no pasa nada. Ahora entiendo todo.
Emma acarició su mejilla con cuidado, pues ahora llevaba los guantes. Ese tipo de gestos con él estaban volviendo a sentirse tan familiares como antes de que todo se torciera. Emma podía ver en George que había algo que estaba intentando decir pero no sabía formular.
—¿Por qué no has querido que te dijera el futuro, George? —le susurró, intentando decirle con la mirada que podía ser sincero—. Y también me he dado cuenta de que no me estás tocando la piel.
George sonrió de lado antes de tragar saliva.
—He de decir que me da un poco de respeto —confesó—. Me da miedo que veas que en el futuro no vamos a seguir juntos, o que te vas a cansar de mí como ha dicho mi madre...
Emma suspiró con una sonrisa divertida antes de poner los ojos en blanco. Le sorprendía que su George, el mismo que tantos dolores de cabeza le había dado el año anterior precisamente por su alto ego, ahora se preocupara por algo como eso.
—No he visto nada de eso, si te tranquiliza. —Colocó las manos sobre su pecho—. Desde que estamos juntos, no he visto que vaya a ocurrir nada malo entre los dos, en realidad.
—De todas formas, no quiero tocarte tanto, porque has dicho que cada vez que alguien te roza te provoca una visión y no quiero agobiarte o que...
—George, te has portado demasiado bien conmigo todo este tiempo y me has dado el espacio que he necesitado, pero ahora me encuentro mejor —susurró ella, retirándose los guantes poco a poco.
George observó los guantes en el suelo antes de volver la mirada hacia sus manos desnudas. Emma rozó su mejilla con su frente antes de mirarle a los ojos con tranquilidad. Se sentía muy segura junto a él. No tenía duda alguna de que estaba preparada para volver a sentirse un poco como la Emma de antes. Desvelar su secreto le había quitado un gran peso de encima.
—No quiero presionarte, Em.
—George: si tengo que ver un par de cosas, me aguantaré si es a cambio de volver a besarte, ¿lo entiendes? Nada me importa. Ahora mismo, solo quiero estar contigo. Dame eso, por favor.
Como George tardó un segundo, todavía dudando sobre cómo proceder, Emma tomó la iniciativa y se puso de puntillas para atraerlo y juntar sus labios. Era su primer beso desde hacía seis meses, y se sentía tan correcto y familiar como antes. Se le agruparon unas cuantas lágrimas de felicidad y alivio, amenazando con salir y bañar sus mejillas, pero esta vez no las reprimió en absoluto. Se dejó llevar, a pesar de que su mente le recordó que había visto aquello en el pasado. Aquel beso había sido el mismo que Cedric había visto plasmado en su cuaderno y había ocasionado su ruptura. No tenía espacio ahora para sentirse culpable por eso, tal vez, más tarde. Ahora solo quería aferrarse a la calidez que sentía por fin en el pecho, después de meses sintiéndose helada.
Si en aquel momento ya le pareció un beso acalorado, ahora que estaba ocurriendo se lo pareció todavía más. Tenía la imperiosa necesidad de mantener su cuerpo pegado al del chico, y él la buscaba a ella con sus manos, acercándola cada vez más, sintiendo su piel con las yemas de los dedos, acariciando los lugares que solo ellos dos habían tocado. La primera imagen apareció como un relámpago en la mente de Emma. Estaban en un apartamento que no reconocía. George corría hacia ella y la abrazaba y luego cogía su rostro entre sus manos, analizando cada parte de ella, como si no se hubieran visto en mucho tiempo. Trató de no concentrarse demasiado en la imagen, porque en ese momento solo quería dedicarse a besar al chico. Ya pensaría en ello después.
Cuando ella le empezó a levantar el jersey, George frenó el beso y puso sus manos sobre las de ella.
—Eh, Emma, ¿no vamos demasiado rápido? —susurró—. ¿Estás segura de que quieres...?
Emma se quitó la camiseta y volvió a besarle a modo de respuesta. Se quedó mirándole con plena seguridad para tratar de calmar su incertidumbre.
George decidió guiar el momento, marcando el ritmo de las caricias, los besos y sus movimientos, siendo todo lo pausado que pedía la ocasión. Quería que Emma tuviera la oportunidad de arrepentirse o de pedir parar en todo momento, pero ella jamás hizo tal cosa. Se dedicó a canalizar a su yo anterior y, aunque esa persona no volvió, se dio cuenta de que su yo presente podía participar también de ese momento y disfrutarlo. Que podía permitirse ser feliz, a pesar de todo.
Partió su mente en dos cada vez que tuvo una visión para seguir siendo consciente de todo lo que ocurría frente a ella. Cuando por fin se tumbó junto a George, ambos exhaustos por el ejercicio, no podía dejar de sonreír.
—¿Tan bien lo he hecho?
George se permitió bromear sobre ello solo porque estaba tan feliz que le era imposible ocultarlo. Ver a Emma sonreír de nuevo y que él fuera en parte causante de esa sonrisa le llenaba de tranquilidad, y esa tranquilidad le hacía reír.
—Siempre lo haces bien —aseguró ella, sacándole la lengua—. Pero no sonrío por eso.
—Entonces, ¿por qué es? ¿Es porque tienes ganas de más? Porque puedo...
—No, no... Bueno, sí tengo ganas de más, pero no es eso —se sonrojó—. Es por las cosas que he visto mientras.... Es lo que te decía, George, siempre que veo escenas nuestras del futuro, estamos juntos y felices. Te lo prometo.
El señor Weasley estaba en casa para Nochebuena. Aunque no se podía mover mucho porque seguía dolorido, se encontraba bastante mejor. El hecho de que estuviera Alfred junto a él contándole batallitas lo hacía muy feliz. Tener a su familia con él era también un gran apoyo, por supuesto.
Emma y George podían comportarse por fin como una pareja normal. Emma no se sentía tan bien desde hacía meses, y no podía dejar de sonreír. O la medicina le estaba sentando muy bien, o por fin estaba comenzando a superar un poco todo lo acontecido. Era una felicidad que a veces se apagaba un poco; no era como si de repente hubiera olvidado lo que ocurría. Sencillamente, estaba empezando a perdonarse y a comprender que la situación tampoco iba a mejorar si no ponía de su parte. Había tardado seis meses en llegar a esa conclusión, pero por fin tenía fuerzas para hacerlo.
Fuera como fuera, ahora su única preocupación era no quitarse los guantes cuando estaba con alguien que no fuera George. La señora Weasley seguía sin dejar que durmieran solos, así que Emma compartía una habitación con Hermione y Ginny dos pisos por encima de la de los chicos. Emma pensaba respetar la norma de la madre de George mientras estuvieran bajo el mismo techo, por mucho que George insistiera en que podían echar a Fred de la habitación en cualquier momento.
En la víspera de Navidad, cenaron en familia en la estrecha cocina de los Black. Pronto los adultos estaban borrachos por el vicio de Sirius a llenar las copas cada vez que las encontraba vacías, y la estancia que solía ser fría y desoladora ahora estaba inundada por las carcajadas de los presentes. Kreacher, el elfo doméstico que pertenecía a Sirius, no dejaba de maldecirlos a todos, pero al final se dio por vencido y se escondió en su lugar secreto y los dejó cenar en paz.
Igual que hacía ya dos navidades, todos cantaron villancicos y aportaron un espectáculo para entretener a los demás. Emma cantó junto a Keira, que utilizaba su sapo para marcar el ritmo, y Fred y George hicieron una demostración de varios de los productos que habían desarrollado. Por mucho que a la señora Weasley le desagradara la idea, lo cierto es que los gemelos eran buenísimos en lo que hacían.
Emma solo decidió saltarse la regla de Molly esa noche, pues era una fecha especial para ella y tenía ganas de pasarla con George. Si tenían que llevarse una bronca al día siguiente, que así fuera. Se escabulló en mitad de la noche, suplicándole antes de irse a dormir a Hermione y a Ginny que la cubrieran, y se apareció en la Madriguera a las dos en punto, justo como había acordado con George. Él ya estaba allí cuando llegó. Había decorado el techo con muérdago, como hacía ya dos años.
—De verdad que cuando te conocí no eras ni la mitad de romántico —bromeó Emma, de brazos cruzados. Por mucho que se esforzara, no podía borrar su sonrisa de emoción.
George se giró al escuchar su voz. Guardó la varita en el bolsillo e imitó su sonrisa.
—Ni siquiera la mitad, no era nada romántico. Era idiota e inmaduro, no sé cómo te fijaste en mí, la verdad. ¿Estamos seguros de que no necesitas gafas?
Emma se encogió de hombros.
—No sé, eres tú el de la novia depresiva. Dime, ¿estás seguro de que no necesitas que te miren qué ocurre ahí dentro?
Emma señaló con un dedo hacia la cabeza de George. Él frunció el ceño.
—No digas eso, Em. No me gusta que digas eso.
—Era una broma. Si no me río del asunto...
Me echo a llorar.
George suspiró. Se acercó a ella y tomó sus manos para entrelazar sus dedos. La miró con seriedad.
—Sabes que te quiero con todo, ¿no? —musitó. Le brillaban los ojos a la luz de las velas.
Emma tragó saliva. Si se lo decía así, podía incluso creérselo. Que era digna de todo ese amor. Que había hecho algo para ganárselo.
—¿Seguro?
—Siempre.
Daba igual que llevaran un año entero saliendo juntos. Cuando George la miraba así, como si fuera capaz de ver a través de su alma, Emma seguía sintiendo chispas de fuego en su interior. Seguía notando que le temblaba ligeramente la mandíbula por la adrenalina.
La besó.
Hacía dos años, estaban en ese mismo lugar, luchando contra toda su fuerza de voluntad para intentar no besarse, ambos temblorosos por admitir que entre ellos no había simplemente una amistad. Se habían sentado en la encimera de la cocina y se habían mirado los labios deseando dar el paso, pero aquel no había sido su momento. Aquella no podía ser su primera vez.
Hacía un año habían bailado hasta la madrugada, habían encontrado una habitación donde por fin estar solos y se habían decidido por fin a dar el paso. Ambos habían imaginado aquel momento cientos de veces, y cuando se había hecho realidad, había superado todas sus expectativas. Aquella noche no la olvidarían jamás.
Ahora, dos años después, podían por fin besarse sin importar quién lo supiera, porque no tenían que dar explicaciones a nadie ni arrepentirse después. Eran el uno para el otro y todo lo demás en ese momento no importaba; ni el descontrolado don de Emma, ni la amenaza de una guerra que quería llevarse todo lo que amaban. En ese momento, el mundo se paró solo para darles una tregua. Corta, de una noche. Pero tregua.
Aparecieron en Grimmauld Place a tiempo para desayunar. Cualquier persona que fuera un poco observadora se habría dado cuenta de que ambos tenían el cabello húmedo, a pesar de que nadie los había visto entrar en la ducha. Fred, quien sí sabía la verdad, miró a Emma durante gran parte del desayuno con una sonrisa burlona y las cejas alzadas. Ella le dio un buen pisotón a modo de advertencia, vigilando sin parar a Molly para asegurarse de que no se había dado cuenta de lo ocurrido.
Alfred apareció poco después por la cocina, ataviado con un traje de Santa Claus. Emma se tapó la cara avergonzada, pero Keira se puso a reír y a cantar villancicos con su padre. Alfred no hacía aquello desde que sus hijas eran muy pequeñas, y el traje le estaba un poco pequeño y parecía que fuera a reventar en cualquier momento, pero a él no parecía importarle demasiado.
Sin embargo, Arthur estaba tan divertido con la visión de su amigo vestido de color rojo que Emma decidió que si su padre hacía un poco el tonto, en realidad no era algo tan malo. Estaba colocando una sonrisa en cada uno de los rostros de los presentes, y eso era algo de admirar en tiempos como los que corrían. Alfred abrió el saco que llevaba y comenzó a entregar regalos a todos, acompañados de una risa escandalosa que trataba de imitar la de los anuncios muggles en los que salía Santa Claus.
Emma recibió su tercer jersey tejido a mano de la señora Weasley, aunque esta vez tenía un corazoncito al lado de su inicial que parecía haber sido añadido recientemente, probablemente nada más se había enterado de que salía con su hijo. Emma acarició el dibujo de lana con aprecio antes de dedicarle una sonrisa sincera a Molly.
De George, recibió un bonito collar con un colgante pequeñito de una bludger. Emma le besó fugazmente los labios a modo de agradecimiento, ganándose un grito escandalizado de Ron, que parecía no haber visto algo igual de terrorífico en su vida, y otro de Alfred, que lo hacía solo por molestar. Keira aprovechó para estrenar su nueva cámara de fotos y capturó el momento, así como las sonrisas de los dos al ver que todos los miraban.
Un poco más tarde, llegaron tres lechuzas con un montón de paquetes más. Había uno para todos, incluso para Sirius y Lupin. No ponía de dónde procedían, pero Emma habría reconocido aquella forma de envolver un regalo en cualquier lugar. Miró a su hermana para ver si ella también se había dado cuenta, y por cómo le temblaban las manos, supo que sus sospechas eran ciertas.
—¿Quién habrá sido? —preguntó Hermione, abriendo el suyo con incertidumbre.
Emma retiró el envoltorio con rapidez. En el interior, había una bonita bufanda tejida a mano. Olía a ella. Aquel perfume tan característico inundó sus ojos de lágrimas. Cada uno de los presentes tenía su propia bufanda, cada una con un color que parecía escogido solo para ellos. Los gemelos se la colocaron alrededor del cuello, sorprendidos por lo suave que era la lana. Emma advirtió que también había un paquete más con el nombre de Bella.
—Eh, Em, ¿qué pasa? —le susurró George al oído—. ¿Por qué lloras?
—Son de Amelia. Estas bufandas las ha tejido mi mujer —explicó Alfred emocionado, hundiendo los dedos en la tela de lana.
Emma vio que su bufanda envolvía otra cosa. Levantó el trozo de tela granate y sacó un cuaderno antiguo de color marrón. Al abrir la primera página, leyó "Si encuentras este diario, por favor devuélveselo a Amelia Lyne, Gryffindor de cuarto curso. ¡Gracias!".
Al leerlo en privado más tarde, Emma descubrió que su madre había anotado todo lo que había descubierto sobre su don cuando era joven. Le había entregado ese cuaderno porque contenía toda la información que necesitaba, y despejaba muchas de sus dudas, como por ejemplo, cómo solucionar el descontrol de sus manos al tocar cualquier superficie. Su madre le había entregado aquello, lo que significaba que estuviera donde estuviera, seguía pensando en ella.
Mamá nos cuida. Desde donde sea que esté.
¡La madre se ha comunicado con ellos! Llevaban desde junio de 1992 sin saber nada de ella y estas navidades son las de 1995 o sea... Flipante. ¡Por fin ha intervenido para ayudar a Emma!
¿Vosotras querríais que Emma os dijera algo del futuro u os daría cosa? Yo creo que sí, porque solo ve una cosa, ya hay que tener mala suerte para que sea algo malo JAJAJA
Canción nº26: Vuestra canción navideña favorita JAJAJAJ
Mi propuesta: Last Christmas 💖 Aunque me gustaba mucho la de 25 DE DICIEMBRE FUM FUM FUM jajajaja Yo la cantaba en valenciano porque nos la enseñaban así en el cole así que A vint-i-cinc de desembre fum fum fum 🎤
Gracias por demostrar que te gusta mi historia dejando tu voto y tu comentario 💖
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