Capítulo 45 · Recuerdos ·

Aquel día se sorprendió de lo rápido que habían pasado los dos primeros meses del curso. Era ya la fiesta de Halloween y ni siquiera se había dado cuenta. Se quedó ensimismada observando las decoraciones del castillo, las calabazas que había en cada rincón y lo emocionados que estaban todos por el banquete de aquella noche.

En su cabeza sabía que debía sentirse igual de emocionada que todos, al fin y al cabo, aquella solía ser su fecha preferida del año, pero tenía demasiadas preocupaciones rondando su mente como para centrarse en algo tan frívolo, y por más que intentaba sentirse feliz, aquella sensación jamás llegaba. Entre el Ejército de Dumbledore, el dichoso símbolo misterioso y el gran volumen de trabajo que tenía, no podía concentrarse en ese tipo de distracciones. Ya le costaba lo suyo jugar a Quidditch como siempre, y el hecho de que la nueva capitana, Angelina, pareciera estar poseída por el espíritu competitivo de Oliver Wood, no ayudaba en absoluto, porque les obligaba a esforzarse más de lo usual. El pobre Ron, que había entrado contra todo pronóstico en el equipo como guardián, lo estaba pasando francamente mal por la presión.

Por la tarde, se metió en la cama para intentar dormir algo antes de la cena. Estaba agotada tras haber pasado dos horas enfrascada leyendo un libro que no le había servido para nada, pero no tuvo demasiada suerte, puesto que alguien le retiró la manta de golpe y comenzó a dar palmadas para despertarla.

—¡Emma Rose Blackwood! —gritó la voz autoritaria de Verónica—. ¡Fuera de la cama ahora mismo!

—¿Pero qué ocurre? —inquirió Emma, desperezándose sin ganas.

—Te estamos secuestrando, obviamente —contestó Maisie, obligándola a incorporarse—. ¡Nos vamos!

—¿Nos vamos? —Se restregó los ojos sin saber bien qué hora era ni qué estaba ocurriendo. Las pastillas hacían que tardara unos cuantos segundos en procesar una información que normalmente le costaría solo medio.

—Vamos a escaparnos —susurró Maisie, emocionada por la adrenalina—. Hoy es Halloween, nuestro último Halloween en Hogwarts, en realidad, pero hemos decidido que podríamos escaparnos un poquito.

—¿Se os ha olvidado que no se puede salir del colegio así como así?

—¿Y a ti se te ha olvidado que tu novio es uno de los únicos alumnos que sabe cómo salir de este castillo sin ser visto? —respondió Verónica con ironía—. Venga, vístete. Tenemos una sorpresa.

—Como nos pillen, Umbridge nos echará del colegio.

—No nos van a pillar. Tu padre nos va a cubrir —explicó Verónica sacando ropa del baúl de Emma.

—¿Mi padre lo sabe?

—Fue su idea —confesó, lanzándole unos vaqueros y un jersey—. Vamos, cuanto más tardes, más probabilidades tenemos de que nos pillen.

— Bueno, pero avisemos a Bella también.

Verónica y Maisie compartieron una mirada. Maisie sonrió y Verónica puso los ojos en blanco antes de ir a buscarla, resignada. Emma y Bella se vistieron rápidamente. Emma pensaba que era una idea terrible, pero Bella estaba demasiado contenta por que hubieran contado con ella y no dejaba de sonreír. Solo por lo agradecida que parecía su prima, Emma se permitió emocionarse un poco también.

Verónica peinó el cabello de Emma y le puso un poco de maquillaje. Cuando se miró al espejo, apenas se reconoció. Hacía meses que no ponía atención a su aspecto, y aunque había perdido peso y su cara estaba más pálida de lo usual, se sintió guapa por primera vez en mucho tiempo.

No me acordaba de mi aspecto. Llevo semanas sin mirarme al espejo.

—Andando. Coge tu abrigo y tu varita.

Los gemelos y Lee las esperaban en la sala común. Fred llevaba en sus manos el Mapa del Merodeador, que seguramente le había pedido prestado a Harry. George tomó a Emma de la mano en cuanto la vio y la hizo girar sobre sus talones, guiñándole el ojo para hacerle saber lo feliz que estaba de verla. Aquel gesto le robó una sonrisa a Emma, lo cual fue todo un triunfo para George, que ya no recordaba la última vez que la había visto sonreír.

Fred miró a Bella de reojo cuando la vio aparecer junto a las demás, pero si aprobaba o no su presencia, no dijo nada al respecto. Lee, que como siempre no era el más avispado en aquello de comprender el lenguaje no verbal, se colocó junto a la rubia para darle la bienvenida.

En pleno silencio, recorrieron el castillo utilizando el mapa como guía, evitando los pasillos más transitados. El pasadizo hacia Hogsmeade era muy, muy frío, así que intentaron avanzar lo más rápido posible para llegar cuanto antes a su destino.

—¿Seguro que sabéis dónde es? —preguntó Maisie.

—Que sí, lo tengo claro. Hemos quedado ahí —contestó Verónica.

—¿Hemos quedado? ¿Con quién hemos quedado? —preguntó Emma, que no comprendía de qué hablaban los demás.

Se dividieron en dos grupos y se desaparecieron. Cuando Emma abrió los ojos, reconoció el bullicio de una ciudad, pero no sabría decir con seguridad dónde se encontraba. Salieron del callejón seguro en el que se habían aparecido y Emma observó una preciosa calle comercial transitada por gente con divertidos disfraces de Halloween. Los edificios de piedra, oscuros, con escaparates pintados con colores llamativos, le recordaron al Callejón Diagon.

—¿Dónde estamos?

—Edimburgo —anunció George con una sonrisa—. La capital de Escocia.

Emma, aunque estaba abrumada por la repentina sorpresa, comenzó a observarlo todo a su alrededor. Eran muchos estímulos, y el sonido de la gente y los coches era ligeramente agobiante, pero estaba emocionada por ver algo distinto. Sin embargo, no tuvo demasiado tiempo de investigar, ya que se la llevaron directa a un pub que había en esa misma calle.

La música folk sonaba a un volumen muy alto por los altavoces no-majs. La gente bailaba, agitando sus cervezas y sus copas en la mano con sonrisas ebrias y carcajadas por doquier. Emma pensó que una de las personas que bailaba animadamente le parecía familiar, pero decidió que no podía ser posible, ya que la persona en la que estaba pensando vivía al otro lado del océano. Sin embargo, el desconocido se giró, y en cuanto reconoció a Emma, alzó los brazos y gritó:

—¡Em!

—¿Adam?

Los brazos de sus amigos la rodearon con fuerza, y Adam la levantó del suelo al grito de "¡Es mía!". Estaban los cuatro allí: Jason, Adam, Coraline y Ari, sus mejores amigos de Ilvermorny. Se separó un poco para verlos mejor, con los ojos amenazando con llenarse de lágrimas por la emoción.

—¡Sorpresa! —gritó Ari, dándole un montón de besos en la mejilla.

—Sí, tu padre nos envió una carta y nos dijo que necesitabas animarte un poco, así que hemos venido a verte —anunció Cora, dando saltitos para acompañar sus palabras.

—Pero, ¿cómo os habéis escapado de Ilvermorny? Es casi imposible.

Casi, querida amiga —intervino Adam, pasando un brazo por encima de sus hombros. Claramente, la cerveza que llevaba en la mano no era la primera que tomaba—. Dijimos que teníamos entrenamiento de Quidditch y... sin querer, una ráfaga de viento se nos ha llevado y nos hemos aparecido aquí, a miles de kilómetros. Qué cosas, ¿eh?

—Ha sido un grave accidente —corroboró Jason, asintiendo como si no tuviera más remedio.

—Bueno, ¿cuál de todos vosotros es el afortunado? —inquirió Adam sin quitar el brazo de encima de Emma—. ¿A quién tengo que amenazar?

—¡Eso! ¿Quién es George Weasley? —preguntó Ari, mirando a los dos gemelos.

George levantó la mano tímidamente, provocando que Ari y Cora soltaran un gritito de emoción y se acercaran a presentarse. También lo hicieron los chicos, aunque Adam aseguró ser el hermano protector de Emma y le hizo saber a George que se las vería con él si se atrevía a hacerle daño. Fred aclaró que George tendría que enfrentarse también a él si eso ocurría, así que los dos se miraron con aprobación. Ari les agarró de las orejas y determinó que Emma no necesitaba a nadie para defender su honor.

Las chicas sacaron disfraces de Halloween para todos, Cora les hizo un rápido maquillaje a juego con un discreto toque de varita, y se pusieron a tomar pinta tras pinta de cerveza en la esquina del pub, echando más de un hechizo Confundus al pobre camarero que no se creía que tuvieran dieciocho años.

Quizás fuera el alcohol o la alegría de ver por fin a sus amigos de toda la vida, pero Emma no podía dejar de sonreír y de contar junto a ellos anécdotas de su colegio anterior. No tocaron ni una sola vez el tema de Cedric o del Torneo de los Tres Magos, por lo que Emma sabía que sus amigos estaban al tanto de lo ocurrido sin necesidad de nombrarlo. Era consciente de que, con toda seguridad, estaban tratándola muy bien y ablandando el camino para que ella no tuviera problemas, pero se sentía tan cómoda que se dejó hacer. Necesitaba un respiro.

Tras aquello, salieron a la calle a ver un desfile por el día de Halloween, en el que participaban personas haciendo espectáculos de fuego y piruetas. George la abrazó por detrás para resguardarla del frío, ya que el disfraz de pirata que le habían dejado no era muy abrigado, y se atrevió a darle un beso en la mejilla muy, muy suave.

Ya casi no me da besos. Le da miedo que me agobie con ellos.

—Gracias —susurró ella, dejándose apoyar sobre su pecho—. Me hacía mucha falta.

—Ha valido la pena por verte sonreír así —respondió el chico contra su oído—. Si necesitas escaparte de Hogwarts puedes contar siempre conmigo, ya lo sabes.

Tras aquello, cenaron unas pizzas en un restaurante cutre. Los gemelos y Bella jamás habían probado la pizza, lo cual provocó miradas de incomprensión por parte de los estadounidenses. Fred juró que había encontrado al amor de su vida, y repitió tantas veces que el dueño del local se quedó sin más queso que echar sobre las pizzas.

Volvieron a meterse en un pub para seguir bebiendo cerveza, y aunque Emma solo tomó una, sus amigos estaban llenos de energía y bailaban por todo el local sin ningún tipo de vergüenza. George, disfrazado de vampiro, daba vueltas y más vueltas a Emma, llevándola por toda la pista de baile y haciéndola reír con sus bromas. Estaba siendo una noche excepcional.

Se fue con las chicas al baño para retocarse el maquillaje. Eran todavía las once de la noche, pero no debían volver demasiado tarde al castillo o alguien se daría cuenta de que no estaban. Su amiga Ari se acercó a ella para darle otro beso en la mejilla, ya que no cabía en sí de la felicidad de volver a ver a su mejor amiga, y entonces ocurrió.

Emma vio a Ari y a Fred dándose un beso en la esquina del pub.

Cuando se separó de ella, Emma dio un salto hacia atrás. Había vuelto a tener una visión.

—Ari, ¿te has liado con Fred?

Ari abrió los ojos, estupefacta, y Cora, Maisie y Verónica abrieron la boca por la sorpresa. Bella frunció el ceño, como si no comprendiera lo que había dicho.

—Bueno, solo han sido un par de besos —respondió Ari con las mejillas sonrojadas—. ¿Cómo nos has visto? Estábamos escondidos tras el pilar.

Emma quiso comprobarlo y le tocó la mano a Cora, y vio cómo la profesora Carmichael, que enseñaba Aritmancia en Ilvermorny, los castigaba por haber desaparecido. Después, tocó a Maisie y la vio lanzando un Patronus que se convertía en una Mariposa. Puso la mano encima de la de Bella y la vio paseando por un largo pasillo de paredes negras, ataviada con un traje muy elegante. Por último, tocó a Verónica. En su mente se reprodujo una escena de la chica en lo que parecía una audiencia en el Ministerio.

—Emma, ¿estás bien? —preguntó Verónica con preocupación, acercándose a ella. Colocó de nuevo su mano en su mejilla y Emma vio otra imagen. Verónica estaba bailando con Lee. Ambos iban vestidos con trajes de noche.

Emma se apartó hacia atrás, abrumada por todas las visiones, y sus amigas la miraron con preocupación. Se dio cuenta entonces de que podía volver a ver sus auras, pero brillaban con tanta intensidad que apenas podía abrir los ojos sin deslumbrarse. Cora fue a tranquilizarla poniendo una mano en su brazo, pero Emma intentó apartarse, sin éxito. Nada ocurrió. Emma vio que estaba la tela de su disfraz de por medio.

—Estoy bien —espetó finalmente, pestañeando muy rápido—. Se me ha subido un poco el alcohol. Creo que lo último era absenta.

Ni siquiera he probado ese vaso, pero no necesitan saberlo.

Los rostros de las jóvenes apenas se vislumbraban entre tantas luces y colores. Emma se obligó a mirar al suelo para no seguir mareándose.

—Sí, a mí igual —respondió Maisie con una risita—. Aunque no deberíamos tardar en volver al colegio. Será complicado que tengamos tanta suerte como antes y no nos pillen...

La pista de baile, que estaba plagada de gente, era un espectáculo de luces de colores para Emma. Si no se iban pronto, le estallaría la cabeza por el esfuerzo. Emma había intentado de nuevo comprobar la teoría que estaba empezando a formarse en su cabeza, y cuando había tocado a George en dos ocasiones, había visto, primero, al chico abrazando a Ginny mientras esta lloraba. Ambos llevaban el pijama. En segundo lugar, había visto a George vendiendo fuegos artificiales en su tienda. Sus sospechas se confirmaban por momentos.

Se despidió de sus amigos con muchos abrazos y besos en las mejillas, y cada vez que entraba en contacto con la piel de alguno de ellos, veía una escena de su futuro. O estaba teniendo una recaída en su don y su piel estaba más sensible de lo normal, o se avecinaba para ella un nuevo reto que no estaba segura de ser capaz de superar. ¿Cómo iba a controlar tener visiones cada vez que alguien la tocaba? ¿Cómo iba a poder seguir su vida con normalidad si veía luces de colores allá por donde iba?

Aparecieron de nuevo en el sótano de Honeydukes y corrieron por el pasillo que les llevaba al colegio. Fred sacó el mapa para comprobar que nadie los pillaba y se escabulleron silenciosamente hasta sus dormitorios. George volvió a darle un beso en la mejilla antes de irse a dormir y Emma se alegró de ver que la única imagen que se había reproducido en su mente era del chico durmiendo junto a ella en su cama de La Madriguera. Mientras las visiones fueran escenas sencillas, podría controlarlas.

Tras preguntarle a la profesora Trelawney sobre por qué su don estaba actuando así, las dos dedujeron que probablemente sería algo temporal, una reacción tras haber pasado tantos meses dormido. Emma verdaderamente esperaba que fuera así, porque había pasado la mañana tratando de esquivar a todo aquel que se le acercaba.

Había visto tantas cosas que solo tenía ganas de alejarse de todos para calmar un poco su mente. Ver el futuro de alguien —o el pasado— implicaba que sentía lo mismo que esa persona, y había pasado de la felicidad al enfado y al miedo tantas veces en unas pocas horas que su estómago se había revuelto por completo.

Verónica la había vuelto a tocar y la había visto sujetando un bebé en sus brazos. Aquella visión había sido muy similar a una que había tenido un par de años atrás, cuando acababa de conocerla. En esta ocasión, sin embargo, le sorprendió que Verónica no parecía mucho más mayor de lo que era actualmente, por lo que no debía faltar mucho tiempo para aquello. No sabía de quién era ese bebé, pero llegaría pronto. Había visto también cómo Harry corría entre hileras de estanterías con objetos luminosos, lanzando hechizos a sus espaldas. Había visto a Fred volando en su escoba por encima de Hogwarts, lanzando fuegos artificiales. Había visto, por desgracia, a Lee acostándose con una chica. Ojalá hubiera podido quitarse esa imagen de la mente, pero era imposible.

Se recluyó a su habitación antes de la última clase. No podía soportarlo más. Frente a sus amigos, juraba que se sentía mucho mejor tras su escapada a Edimburgo, y cuando su padre le preguntó, le sonrió más que nunca para agradecerle por el gesto, pero en el fondo se sentía tan perdida como siempre.

Comenzó a ordenarlo todo, como hacía siempre que se ponía nerviosa, y en cuanto tocó el álbum de fotos que le regalaron los gemelos hacía dos navidades, en su mente se reprodujo una escena perfecta del momento en el que recortaban fotos para pegarlas en el álbum, hablando sobre ella. Se le humedecieron los ojos. Era un recuerdo precioso, algo que jamás habría visto de no haber sido por su don, pero estaba agotada. Si ahora todos y cada uno de los objetos que tocaba le provocaban una visión, no podría ni siquiera tumbarse en la cama.

Y ahí fue cuando se le ocurrió la idea.

Corrió hacia su baúl y comenzó a sacar objetos de su interior. Cuando tocaba su ropa no ocurría nada, pero si tocaba algún objeto que era de otra persona se reproducía una imagen de esa persona con ese objeto. Metió la mano en busca de lo que quería y tanteó el fondo del baúl. Había calcetines olvidados, trozos de pergamino y lo que debía ser una pluma. Tocó también un pedazo de papel arrugado, y antes de que se diera cuenta, se reprodujo una imagen de George en su mente.

El chico caminaba por uno de los pasillos con ese mismo papel en la mano, leyéndolo una y otra vez y tratando de memorizarlo. Parecía nervioso, pero era incapaz de ocultar su sonrisa. El corazón de Emma era un exacto reflejo de cómo George se sentía en ese momento: latía desbocado, con anticipación. Hasta que giró la esquina. Emma se vio a sí misma a través de los ojos de George, y se vio dándose un largo beso con Cedric, que la levantaba por los aires mientras la abrazaba con fuerza. Sintió la desilusión del chico, la impotencia y el arrepentimiento. La sensación de angustia que subió por su garganta.

Era demasiado tarde.

Emma sacó ese trozo de papel y recordó que ella lo había invocado inmediatamente después, pero nunca lo había leído por respeto a George. Lo desenrolló, muerta de curiosidad, y leyó: "Dijiste que no era nuestro momento, pero esperaré a que lo sea. Y cuando lo sea, no dejaré que ese momento pase jamás".

Emma se llevó el papel hacia el pecho, atesorándolo, mientras se reunían las lágrimas en sus ojos y se desbordaban sin parar. Podía sentir la misma sensación que le provocaba George cuando la abrazaba; esa compleción en su pecho que le hacía sentir los pulmones llenos de aire. Paz interna. Felicidad eterna. Esa certeza de que George estaría siempre ahí para ella, algo que estaba demostrando ahora mismo todos y cada uno de los días, le hizo prometerse a sí misma que tenía que esforzarse por mejorar. Que aunque George aseguraba que él la quería igual, pasara lo que pasara, Emma quería volver a ser la de antes y librarle de parte de su carga. Quería que solo ocurrieran momentos felices entre ellos dos.

Metió el papel en uno de los libros y siguió buscando, impulsada por la adrenalina de que aquello que había pensado podría por fin llevarla hasta la verdad, y entonces, la vio en una esquina. Era una pulsera que la señora Weasley le había regalado, una pulsera que había pertenecido a su madre. Sin más, la agarró.

Una jovencísima Amelia, que como siempre guardaba un impresionante parecido con Emma, observaba a una versión ligeramente distinta de Ginny, solo que en lugar de su pelo lacio este estaba decorado por frondosos rizos de color rojo. Las jóvenes estaban tumbadas sobre una cama, en un dormitorio que se parecía mucho al suyo propio. Amelia le pasaba la pulsera por la muñeca a Molly.

Aquel recuerdo le sacó una sonrisa. Ahora que tenía aquella información y el conocimiento de que ciertos objetos le resolverían dudas que tenía, sabía exactamente cuál era el siguiente paso. Dejó todo sobre la cama y corrió en busca de Harry, la única persona que la podía ayudar. Lo encontró en la sala común junto a Ron y se lo llevó con una disculpa.

—Harry, necesito el mapa y la capa de invisibilidad. Es urgente.

—¿Otra vez? Fred me lo pidió ayer.

—Harry, no te lo pediría si no fuera extremadamente importante.

—¿Para qué es?

Ella dudó unos segundos, pero al final chasqueó la lengua.

—Tengo una idea sobre dónde podría estar mi madre —mintió—. Y quiero ir a comprobarlo.

—¿Eres consciente de lo peligroso que es?

—Sí, por eso necesito la capa.

Harry parecía estar a punto de decir que no. Era una idea terrible. Sin embargo, hubo algo en la mirada de Emma que terminó por convencerlo, ya fuera el hecho de que se fiaba de su juicio o que ella misma le había ayudado en varias ocasiones sin hacer demasiadas preguntas.

—¿Me lo contarás si la encuentras?

—Por supuesto —mintió de nuevo.

Cuando todos se fueron a dormir y cuando escuchó la respiración pesada de Bella, quien siempre tardaba más en conciliar el sueño, Emma se escabulló de su habitación usando la capa. Recorrió el castillo en busca del pasadizo que la llevaba a Hogsmeade y frenó bajo la trampilla del sótano de Honeydukes. No tenía ni idea de dónde estaba su madre, pero tenía un indicio sobre el símbolo.

Amelia Blackwood era escritora. Coleccionaba libros muy antiguos. Si el símbolo tenía que estar en algún lugar, era en su propia casa, estaba segura. Emma tuvo que mentalizarse mucho para desaparecerse, y solo lo hizo cuando se dijo que si no lo hacía ahora, no lo haría nunca.

Esto tiene que servir de algo. Hoy es el día en el que descubro la verdad.

Aterrizó en el despacho de su madre, a muchos kilómetros de distancia, en su casa de Estados Unidos. Se miró cada parte del cuerpo, suponiendo que seguramente habría sufrido una despartición porque era una aparición muy costosa. Lo único que notó era que su trenza era mucho más corta; debía de haberse quedado atrás, en el colegio.

Puedo hacerlo crecer.

Se habría entusiasmado por haber conseguido realizar aquel viaje, pero sabía que si había llegado sana y salva se debía a que había viajado conociendo cada centímetro del lugar hacia el que se dirigía. Además, la determinación que sentía seguro que la había hecho llegar sin problemas. Dudaba que la vuelta fuera a ser tan exitosa.

Se aterró al ver que el sitio estaba completamente revuelto. Alguien había entrado allí y había rebuscado entre las cosas. Bajó su capa, susurró Homenum Revelio, esperando que si había alguien allí apareciera al ser invocado por el hechizo, pero nada sucedió. Agradecida, suspiró de puro alivio. Si hubiera tenido que enfrentarse a alguien en ese momento se habría puesto doblemente nerviosa. Por la cantidad de polvo que había, seguramente había pasado más de un año desde que alguien había entrado a la casa de los Blackwood.

Corrió hacia la estantería en la que su madre guardaba aquellos libros que cuidaba con tanto cariño y empezó a revisar los títulos uno por uno, pero ninguno trataba sobre simbología oculta. Revisó todos los cajones, estantes y armarios que encontró. Gritó de la exasperación cuando se sentó en el sillón de su madre tras haber pasado una hora sin encontrar nada. Había estado muy segura de que aquella era la clave, pero todo el esfuerzo del viaje no había servido para nada.

Miró hacia la pared. Amelia siempre colgaba apuntes o notas que debía tener en cuenta para su próximo libro en un enorme corcho. Nunca tocaron las que dejó antes de morir. O de desaparecer. Las revisó por si acaso, pero no tenían nada que ver con su objetivo.

Vio un último cajón que había quedado sin abrir, uno que estaba oculto del resto. Tiró de él con fuerza y en él solo encontró un par de guantes negros, unas gafas de leer y dos plumas nuevas sin utilizar. Cogió los guantes, los guardó en el bolsillo de su chaqueta, y volvió a cerrar el cajón.

Suspiró resignada y decidió dar una última vuelta por su casa antes de volver a Hogwarts. Había vivido allí durante quince años, y conocía cada rincón y cada grieta. Se tumbó en su antigua cama, ignorando el polvo, y pensó en la cantidad de momentos que había vivido allí. Habían sido catorce años de pura felicidad y uno entero de miseria. Aun así, desde la cama, solo recordaba lo bueno. La imagen de su madre ya no venía acompañada por la tristeza de saber que nunca la volvería a ver. Ahora estaba llena de incógnitas.

Revisó sus cajones y los encontró prácticamente vacíos, ya que todo lo que le importaba se lo había llevado a Inglaterra. En el armario seguía colgada su túnica color azul arándano de Ilvermorny, perfectamente planchada y lisa. La miró con nostalgia, recordando de nuevo a sus amigos que habían corrido el riesgo de aparecerse en Inglaterra solo para ir a animarla. Ahora probablemente estuvieran castigados.

Después, buscó la habitación de Keira, que parecía desnuda sin los juguetes que antes adornaban su cama. Se sentó en ella y observó el cielo a través de la ventana. Estaba muy sorprendida por el hecho de que estar en su casa no la hiciera llorar sin parar, pero solo tenía sentimientos de impotencia.

Miró entonces un libro que quedaba en la mesilla de noche de Keira. Reconoció la tapa desde lejos, porque era un libro viejo que su madre les había leído cientos de veces cuando eran pequeñas: Los Cuentos de Beedle el Bardo. Recordó entonces todos y cada uno de los relatos, y cómo su madre hacía diferentes voces por cada personaje. Alfred nunca había participado en la lectura, ya que él prefería leerles otras novelas americanas, y pensaba que los de Beedle sonaban mucho mejor en el acento británico de Amelia.

Emma pasó la mano por encima de la tapa y vio cómo su madre leía a una Emma de siete años y una Keira de tres, que reían cada vez que ella imitaba un sonido. Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar aquellos momentos de ingenuidad y pura felicidad. Tomó el libro entre sus manos y comenzó a pasar las páginas rápidamente, mirando las ilustraciones que la habían acompañado desde su infancia, hasta que se acabaron las páginas y se quedó con la tapa trasera en la mano y la última página en la otra.

Y ahí estaba. El símbolo. Y bajo él, escrito con la familiar caligrafía de su madre, se leía "Las Reliquias de la Muerte".

¡Por fin se ha dado cuenta! Yo verdaderamente pienso que si hubiera estado en sus cabales sí que se habría acordado antes, pero la pobre no está en su mejor momento.

El highlight de este episodio es que ha salido Edimburgo, mi ciudad favorita EVER💙

Canción nº24: Una canción sobre la noche.

Mi propuesta: "When The Sun Goes Down" de Arctic Monkeys.

Por cierto, una locura lo que le ha pasado a Emma con el don. ¿Qué pensáis que pasará? Ah, y he desvelado lo que ponía en el papel de hace como 20 capítulos 😎

Nos leemos pronto, gracias por VOTAR y COMENTAR 💕💖💕

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