Capítulo 38 · Cedric Diggory ·
—¿Qué estás haciendo aquí, Emma? Son las dos de la mañana.
Alfred comentó aquello con la voz ligeramente ronca, ya que acababa de despertarse al escuchar los golpes en la puerta.
—Es urgente, papá.
Alfred activó todas sus alarmas al escuchar aquello. Abrió la puerta para dejar que pasara y advirtió que la joven no venía sola. Isabella, con el mismo rostro marcado por la preocupación, la seguía.
Las chicas entraron en la habitación del profesor de Alquimia, que estaba repleto de pequeñas cajitas y baúles, todo perfectamente ordenado y etiquetado. Emma había sacado su afán por el orden de su padre.
—¿Queréis un poco de té? Parecéis nerviosas.
Las chicas asintieron en silencio, así que Alfred puso a hervir la tetera y sacó un juego de tazas. Esperaron en un silencio de lo más inquietante hasta que se preparó la infusión y Alfred la sirvió y les entregó una taza a cada una. Se sentaron en un sofá que había en la esquina de la habitación, y él cogió una silla y se puso frente a ellas.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Primero que nada, debes saber que Emma y yo estamos bajo los efectos del Veritaserum —explicó Bella con un suspiro.
—¿Cómo? — Alfred casi se atraganta con el té.
—Es una historia larga, papá —avisó Emma, con consternación. Tenía las mejillas rojas por todo lo que había llorado.
—Ha sido culpa mía, he sido yo quien ha puesto la poción en la bebida de Emma, Fred y George, pero yo he bebido también y...
—¿Y por qué harías algo así? El Veritaserum es ilegal, Isabella. Me temo que tendré que contárselo al profesor Dumbledore y...
—Fred se lo contará mañana, no te preocupes —aseguró Emma con un sollozo.
Intentaba por todos los medios concentrarse en la conversación que tenía por delante, pero no podía dejar de pensar en la pelea que había tenido con George. Bueno, en realidad ni siquiera había sido una pelea. Había sido una conversación entre una chica que no dejaba de llorar y un chico con el corazón roto.
Finalmente, George le había pedido un tiempo.
Emma sentía un horrible agujero en su interior, como si le hubieran arrancado un trozo de ella a la fuerza. Lo peor era que sentía que era culpa suya, porque George tenía toda la razón en enfadarse: su novia y su hermano le habían ocultado que se habían besado. Si bien le habían tratado de explicar, gracias a los efectos del Veritaserum, que había sido algo pasajero que no había significado nada, el chico se había sentido traicionado por que le hubieran ocultado algo así durante más de un año, más que por el acto en sí.
Emma albergaba la esperanza de que verdaderamente solo fuera un tiempo, y que ese tiempo no durara más de un día. Esperaba que reflexionara y se diera cuenta de que entre ella y Fred jamás había habido nada importante, que ella solo le quería a él.
Para más inri, aún tenía que resolver lo ocurrido con su prima. Había arriesgado su relación con George por salvarse a sí misma y al secreto de su don, pero todavía había información relevante.
—Bueno, ¿qué es lo que ha pasado exactamente? —preguntó el padre de Emma, que se había despertado por fin tras el susto inicial.
Bella le relató de nuevo lo ocurrido con su tío Richard, la Maldición Imperio y las misteriosas cartas de madrugada, que en realidad eran amenazas. Alfred escuchó con atención, y Emma no pudo evitar observar cómo su padre se removía en su asiento cada vez que Bella mencionaba el nombre de su difunta esposa.
No parecía tan sorprendido por aquello de las Maldiciones; seguramente, a Amelia le había ocurrido algo similar en aquella casa, pero sí que miraba a Bella con lástima e impotencia.
—No entiendo por qué insisten, mi mujer murió hace tres años —determinó Alfred, dejando la taza de té sobre la mesa—. ¿Por qué iba a desaparecer? Le envié una carta a Evangeline y otra a sus padres para contarles que había fallecido, pero ninguno me respondió.
—Ellos han dicho siempre que Amelia había desaparecido, y siguen insistiendo en buscarla. Sé de buena mano que hay gente buscándola por todo el mundo, los he visto hablando con mi tío Richard.
—Bueno, pues pueden dejar de buscar, porque mi esposa está muerta —sentenció él, cruzando las manos sobre su regazo—. Nosotros la enterramos. Está en el cementerio del pueblo de Greylock Hills, donde vivíamos antes.
—Exacto, puede ir a comprobarlo si quiere —añadió Emma con un suspiro.
—Me hará pagar las consecuencias —murmuró Bella mientras le temblaba el labio inferior—. Dirá que me habéis mentido y que he fallado en mi misión.
—Estoy segura de que no, Bella, siempre has dicho que tu madre es buena. Ella no dejará que ocurra nada de esto.
—Mi madre no sabe nada de esto —murmuró Bella con verdadera aflicción—. Si supiera lo de las maldiciones intentaría matar al tío Richard, pero mis abuelos lo protegen.
Emma colocó una mano sobre la de Bella.
Requería una enorme fe confiar en ella, pero, aunque el hecho de haber tomado el Veritaserum le hacía saber que todo lo que había confesado era cierto, Emma sabía que se fiaría incluso sin la poción de por medio. Simplemente, confiaba en ella. Sentía que había desarrollado su don lo suficiente como para detectar las mentiras, las vacilaciones y los nervios. En los meses que había tardado en acercarse a Bella, había comprendido sin duda alguna su forma de ser. Se había convertido en su única y verdadera amiga, y Emma sabía que si Bella era Gryffindor, Bella era leal. Y se fiaba de su instinto.
—¿Y si hubiera desaparecido? —preguntó Alfred, dándole vueltas al tema—. ¿Por qué la buscan?
Bella abrió los ojos de repente, como si hubiera recordado algo.
—Porque lo saben —exclamó—. Saben que Amelia era vidente. Buscan a la tía Amelia por una especie de profecía o algo así... Tiene que ver con Voldemort.
Emma y su padre intercambiaron una mirada. ¿Cómo podían ellos saber el único secreto de Amelia que ellos jamás habían descubierto? ¿Cómo sabían que tenía el poder de ver el futuro?
—También me obligarán a contarle lo tuyo, Emma —susurró Bella, mirándola con ojos suplicantes—. Mi tío me pidió que descubriera si tú habías heredado el don.
Emma se dio cuenta de que se le estaban pasando los efectos de la poción, porque esta vez le estaba costando menos guardarse el secreto. Miró a su padre para ver cuál era su opinión, pero él parecía igual de confuso.
—Ya sé que sí, lo descubrí hace mucho tiempo, cuando vi tu cuaderno de dibujos —confirmó Bella. Emma se desinfló sobre su asiento—. Me parecieron raros, sobre todo porque solo salía George, pero luego vi que algunas de las cosas que habías dibujado luego se habían cumplido. Vi un dibujo de los dragones antes de la prueba del Torneo. También predijiste la gran nevada de enero, e incluso vi el dibujo de Harry con las sirenas.
Emma miró a su padre en busca de ayuda.
—Bella, no podemos dejar que le digas esto a nadie. Pondrías en peligro la vida de mi hija.
—Lo sé. —Se le inundaron los ojos de lágrimas—. Por favor, ayúdame. No quiero ser como ellos. No quiero que me obliguen a hacerle daño a las personas que me quieren. Emma me ha ayudado todo este tiempo, incluso ahora que sabe de la traición sigue a mi lado. No se lo merece.
La desesperación en su tono de voz era más que palpable. Emma pensaba en la chica que había conocido el año anterior, aquella niña repelente que se jactaba de ser la mejor, y se dio cuenta de que Bella estaba acostumbrada a mantener una fachada que ahora se había derrumbado sin piedad. Verla suplicando con tanta vulnerabilidad le hizo por fin entender, de verdad, la gravedad del asunto.
—Bella, te voy a hacer olvidar —anunció Alfred sacando la varita de su chaqueta. Emma miró a su padre con los ojos llenos de advertencia, pero este le indicó que se tranquilizara—. Te haré olvidar que Emma es vidente, eso es todo. Haré que pienses que lo has comprobado y te has dado cuenta de que es imposible que lo sea, ¿de acuerdo?
Bella asintió, llorando. Parecía que quería pedir algo más, pero se abstuvo.
Tal vez, quiere que la saquemos de su casa.
—Por favor —lloriqueó Bella, juntando las manos a modo de súplica—. Si no lo hace, me obligará a decirlo con la Maldición Imperio o algo peor.
¿Qué hay peor que una maldición?
¿De qué son capaces?
Alfred se colocó frente a ella, con la varita extendida. Antes de que realizara el hechizo, Bella se giró y miró a su prima.
—Quiero que sepas, Emma, que jamás se lo habría contado a nadie de no haber sido así. Jamás permitiría que nadie te hiciera daño.
Emma asintió y se abrazó a sí misma. La creía. De verdad que sí.
Pero tenía que protegerse a sí misma, y esa era la única forma.
—Obliviate.
Emma se despertó sudorosa. Acababa de ver quién ganaba el Torneo de los Tres Magos.
Cedric y Harry corrían hacia la copa y decidían que la tocarían los dos a la vez para proclamarse campeones por empate.
Fue un verdadero alivio verlos sonreír, con el rostro de color azulado por la luz que despedía la copa. Emma sonrió también al darse cuenta de que su mayor miedo no se iba a cumplir. Llegaban a la copa sanos y salvos, lo había visto en una visión, y sus visiones siempre se hacían realidad.
Anduvo arrastrando los pies hacia la ducha, con un dolor de cabeza demasiado intenso en la parte trasera por la falta de sueño. Se quedó bajo el grifo durante más de veinte minutos, intentando ver si se le pasaba el sofoco bajo el agua, pero no sirvió demasiado. De hecho, solo se sintió más miserable.
No podía dejar de pensar en la noche anterior. Veía los rostros de Bella, suplicando entre lágrimas, y George, mirándola y negando sin parar, sin poder creerse lo que escuchaba. Se lavó tres veces la cara para intentar quitarse la sensación de haber llorado tanto, pero sabía que sus amigos notarían que había ocurrido algo en cuanto la vieran aparecer.
Cuando bajó a la sala común, casi se le para el corazón al ver una mata de cabello pelirrojo asomándose por encima del sofá. Su instinto la obligó a andar hacia él para hablar sobre lo ocurrido, pero enseguida se dio cuenta de que se trataba de Fred, no de su hermano.
El chico estaba despierto, así que, en cuanto percibió su presencia, se levantó del sofá y corrió hacia ella para recogerla entre sus brazos. Emma se esforzó por no romper en llanto otra vez. Tenía que ser responsable de sus actos y afrontar las consecuencias, y determinó que no iba a conseguir nada llorando sin parar.
—Mi hermano no me dejaba entrar a la habitación —explicó Fred en un susurro.
Emma asintió muy despacio. George estaba muy dolido.
—Es todo culpa mía. No te debí besar —continuó él.
—Yo también te besé —murmuró Emma—. Fue algo mutuo.
Fred miró hacia el suelo y pestañeó varias veces.
—Intentaré explicárselo, anoche estaba demasiado alterado para hablar. Solo espero que lo entienda y sea capaz de perdonarnos. Me mataría ser la razón por la que vosotros...
Fred no quiso decir la palabra "rompéis", porque no quería hacer daño a su amiga, que ya parecía bastante triste. Ella hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Al final no le he contado nada a Dumbledore. — Fred suspiró—. Lo que hizo Bella no estuvo bien, pero pienso de verdad que no quería hacerlo. Creo que he sido un poco rápido al juzgarla.
Emma sonrió ligeramente y le dio un beso en la mejilla antes de marcharse en dirección al despacho de Dumbledore. Ella sí quería contárselo; quería decírselo todo. Quería que protegieran a Bella de su familia. Quería que no tuviera que tener ese tipo de problemas. Emma lloraba por un corazón roto, pero Bella lo había hecho porque la maltrataban en casa. No era justo. Era deplorable.
Cuando llegó por fin al despacho, las escaleras se abrieron automáticamente y ella las subió muy despacio, mientras pensaba en qué le iba a decir. Pensó que no se iría sin una promesa de que Dumbledore intervendría.
Sin embargo, su padre se encontraba ya en el despacho cuando entró por fin en la estancia.
—Se lo he contado todo, Emma —explicó Alfred.
Emma miró al profesor Dumbledore. Tenía un gesto inescrutable, como siempre. A veces estaba muy serio, como sumido en sus pensamientos, pero otras parecía que estaba recordando un chiste buenísimo. En ese momento, era una mezcla de ambas expresiones.
—Bella no tiene la culpa de tener la familia que tiene —masculló Emma tomando asiento.
Como yo le dije en una ocasión: no somos tan distintas, solo nos hemos criado con familias diferentes.
—¿Quieres un caramelo de limón? —preguntó Dumbledore señalando una fuente llena de caramelos amarillos.
Emma hizo un gesto de negación. Eran las ocho de la mañana y no había desayunado, pero solo de pensar en comer se le revolvía el estómago.
—Conozco la situación de la señorita O'Connor —explicó Dumbledore—. Sé cómo son tus abuelos y cómo es Richard Lyne, cuando estaba en Hogwarts ya era un alumno bastante problemático. Por suerte, Isabella ha sacado solo la parte buena de los Lyne: tiene un carácter fuerte.
Tiene dieciséis años. No tendría que ser fuerte.
Emma decidió no hacer ningún comentario ante aquello. Supuso que discutir con Dumbledore no era la forma de conseguir ayuda. Miró a su padre y le sonrió ligeramente. Agradecía muchísimo que estuviera ahí para apoyarla.
—No pienso expulsarla del colegio, es una alumna brillante —continuó Dumbledore, sumergido en sus pensamientos—. Además, me temo que solo le traería más problemas. Sin embargo, no puede quedar impune. No solo porque robó materiales de un profesor y él mismo me lo exigió, sino porque Richard se extrañaría si no fuera castigada tras haber usado Veritaserum.
—¿Por qué lo dice?
—Si Bella ha podido contar con el Veritaserum que estaba bajo una Maldición Imperio es porque tu tío no se molestó en obligarla a ocultarlo. A tu tío le da igual lo que le ocurra a Bella, de hecho, sospecho que quería que la castigaran, probablemente para que pagara por haberse negado a traicionarte.
Emma asintió lentamente. Intentó dejar de lado esa parte de su mente que se alarmaba cuando escuchaba algo así, que un miembro de una familia no solo era capaz de maldecir a otro, sino que encima también quería provocarle un castigo. Solo se dedicó a intentar comprender lo que Dumbledore estaba diciendo: si Bella quedaba impune, su familia sospecharía de ellos por no hacer nada al respecto, y Bella estaría en peligro por juntarse con quien no debía.
—De momento, le retiraremos a la señorita O'Connor el título de Prefecta. Creo que es justo. ¿Te gustaría tenerlo tú, Emma?
Ella negó al instante. Era demasiada responsabilidad.
—Lo suponía, ya tienes demasiado. ¿Qué le parecerá a la señorita Bellamy, entonces?
—Sí, a Verónica le gustará —aseguró Emma con una media sonrisa—. Pero, profesor... ¿Qué podemos hacer para ayudar a Bella? En su casa está en peligro y...
—Creo que es momento de que la señora O'Connor, tu tía, tome cartas en el asunto. Le escribiré tras la tercera prueba de esta tarde.
—¿Servirá de algo...? Mi tía...
—Haremos todo lo posible —prometió Dumbledore, levantándose de su asiento.
Emma y Alfred comprendieron que aquel gesto significaba que debían marcharse para dejarle trabajar. Se pusieron en pie para marcharse del despacho, aunque Emma no sabía si verdaderamente Dumbledore haría algo por ayudar o no.
—¿Has visto ya lo que ocurrirá en el Torneo? —preguntó Dumbledore en dirección a Emma, con los ojos entrecerrados.
—Sí. —Emma frunció el ceño al ver que Dumbledore parecía preocupado por la resolución del Torneo—. ¿Quiere saberlo?
—Solo si al profesor Blackwood no le importa perderse la emoción de la victoria al instante, por supuesto.
—Adelante —respondió Alfred—. Por lo que sé, no veremos nada durante la prueba hasta que termine, así que si sé quién gana al menos podré imaginarme lo que está ocurriendo.
—Gana Hogwarts —confirmó Emma con una sonrisa.
—¡Maravilloso! Karkaroff se pondrá hecho una bestia.
Emma evitó el Gran Comedor, puesto que su malestar no solo le había quitado el apetito, sino que además se había llevado sus ganas de estar rodeada de gente. Quería buscar un lugar donde pudiera estar sola, planeando lo que le diría a George cuando lo viera.
Acudió a la habitación tras el tapiz, pero como ya era costumbre, siempre que acudía ahí en busca de soledad terminaba topándose con alguien. En ese caso, Cedric estaba justo ahí, frente a la ventana, observando el exterior. Iba vestido con una camiseta de manga larga con los colores de Hufflepuff, y su apellido brillaba en su espalda con letras bordadas.
—Perdona, supongo que querrás estar solo —murmuró ella haciendo el ademán de marcharse.
Cedric se sobresaltó al escuchar su voz y se giró para mirarla.
—No, por favor, quédate.
Le sonrió con intranquilidad, hasta que percibió que tenía aspecto de alguien que no lo estaba pasando bien.
—Merlín, Em, tienes muy mala cara. Cualquiera diría que soy yo el que tiene el riesgo de morir en un laberinto.
—No digas tonterías —exclamó ella con un bufido, sabiendo el resultado de la prueba—. Estoy segura de que te va a salir muy bien. Tengo un buen presentimiento.
—Entonces, si no te mata la preocupación de verme perder la vida, ¿por qué estás así?
Emma se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta. No sabía si quería hablar de ello con Cedric. Sabían muchas cosas el uno del otro, excepto lo de su don y lo de su relación con George. Justo las cosas que la preocupaban. Emma se encaminó al sofá y se dejó caer, y el chico no perdió el tiempo para ponerse a su lado.
—¿Te ha pasado algo con George? —preguntó él bajando el tono de voz—. Ni se te ocurra decir que no estáis saliendo. Me he hecho el tonto porque parecías decidida a ocultármelo, pero para mí estaba bastante claro.
Emma le miró y sonrió a medias. A veces se le olvidaba que Cedric la conocía muy bien. Dejó escapar todo el aire antes de hablar.
—Es un... un problema muy grande. ¿Me prometes que no se lo vas a contar a nadie?
—Por supuesto, Em —juró él, poniéndose una mano en el corazón.
—En resumen... Fred y yo nos besamos el curso pasado.
Cedric abrió los ojos por la sorpresa y luego frunció el ceño, haciendo cálculos.
—No, no, no, esto ocurrió mucho antes de que nosotros empezáramos a salir, no te preocupes. De hecho, creo que todavía ni nos habíamos conocido.
— Ah, vale —suspiró—. No es que no me fiara de ti, es solo que...
—Te prometo que fueron besos tontos, no significaron nada porque nos dimos cuenta de que solo queríamos ser amigos, pero no se lo contamos a nadie, y anoche George se enteró.
—¿Le habéis explicado que no significaron nada importante?
Emma apretó los labios para no llorar.
—Claro, pero me ha pedido un tiempo —suspiró. No quería llorar delante de Cedric. Le parecía egoísta ponerse a llorar por otro chico con su exnovio. Se reprimió todo lo que pudo—. Tiene que pensarlo, y lo entiendo. Aunque no significara nada, lo mantuvimos en secreto, lo cual hace que parezca justo lo contrario.
El chico se quedó en silencio, pensando probablemente qué haría él en la situación de George. Colocó una mano encima de la de Emma y comenzó a acariciar el dorso. En otras circunstancias, Emma la habría apartado de inmediato, pero lo cierto era que el tacto de Cedric le era tan familiar que ni siquiera se dio cuenta de que estaba ocurriendo.
—Si George te quiere terminará por entenderlo, estoy seguro. Yo lo haría. Solo estará sorprendido y no habrá sabido gestionarlo.
Emma suspiró y se quedó mirando cómo los dedos del chico recorrían sus nudillos, trazando pequeños dibujitos. Sonrió ligeramente al recordar que él siempre hacía aquello cuando salían juntos.
—Siempre has sido bueno conmigo, Cedric. Siento haberte hecho tanto daño.
El chico sonrió amargamente.
—No fue tu culpa que te enamoraras de otro chico. No podemos escoger de quién nos enamoramos. Créeme, me haría las cosas más fáciles.
Cuando Emma alzó la mirada para preguntarle si aquello tenía algún tipo de doble sentido, se vio sorprendida por la mano de Cedric dirigiéndose hacia su nuca para acercarla y besarle los labios. Emma tardó un segundo entero en reaccionar, hasta que lo apartó usando ambas manos y se levantó de un salto.
—Eso no ha estado bien —exclamó con enfado—. ¡No ha estado nada bien, Cedric! ¡¿Por qué has hecho eso?!
Cedric tragó saliva con fuerza y la miró con los ojos cargados de culpa. Emma se debatía entre la furia y la incredulidad.
—¡No lo volveré a hacer, lo siento! —Cedric se llevó las manos a la cabeza, comprendiendo lo que había hecho—. ¡Es que estoy nervioso por la prueba y...! Como no me has quitado la mano cuando te he acariciado, he pensado que, a lo mejor...
—¡A lo mejor nada, Cedric! ¿Qué hay de tu novia? —inquirió Emma, negando sin parar de un lado para otro. Además, te estaba contando que he tenido problemas con George por haber besado a otro chico y vas y...
Cedric se levantó del asiento e intentó las manos de Emma para tranquilizarla, pero ella las apartó con brusquedad.
—Soy un idiota. De verdad espero algún día poder dejar de quererte, pero han pasado más de seis meses y no te olvido. ¿Qué puedo hacer? —se lastimó él, chasqueando la lengua.
Emma le miró como si no le reconociera. No podía creer que Cedric hubiera recurrido a una maniobra tan ruin para intentar volver con ella, y más cuando se encontraba en una situación tan vulnerable.
—Puedes... Puedo no hablar contigo nunca más —determinó, dejando que la rabia hablara por ella—. ¡Puedo dejar de hablarte, e incluso ignorarte! ¡Quizás odiándome se te olvide!
Cedric imploró, juntando ambas manos en súplica.
—Tú jamás harías algo así, eres demasiado buena con todo el mundo —suplicó, tragando saliva con dureza—. Incluso cuando me dejaste estabas más dolida por hacerme daño que por tener que romper la relación. Por eso me gustas tanto, Em, porque eres buena y...
—Y tú te has aprovechado de eso, Cedric. Soy demasiado buena y a lo mejor debería dejar de sentirme culpable por algo que no pude evitar.
—Yo tampoco lo he podido evitar, Emma...
—Suerte en tu prueba, Cedric, pero no me busques más. No creo que podamos ser amigos.
Cerró con un portazo y se alejó de aquella habitación sabiendo que, en un futuro, terminaría retomando aquella conversación con Cedric. En aquel momento, no podía hacer otra cosa que resentirlo por su comportamiento. Por muy preocupado que estuviera por su prueba, aquella no era excusa para besarla sin su consentimiento. No podía justificar algo así, y Emma sentía que tenía derecho a alejarse de él.
Sin embargo, no pudo continuar con su enfado durante mucho más tiempo, porque al girar la siguiente esquina notó una punzada en lo alto de la cabeza que provocó que se desestabilizara. Buscó apoyo en la pared más próxima para evitar caer al suelo.
Vio una serpiente enorme deslizándose en el suelo, como si estuviera frente a ella, solo que cada vez que pestañeaba, la imagen cambiaba, y en lugar de ver las baldosas de piedra veía un césped embarrado. Junto a la enorme serpiente, estaba la Copa del Torneo de los Tres Magos.
Ahogó un grito y se tapó los ojos.
Al mirar de nuevo a través del hueco entre sus dedos, descubrió que no había nada.
Una visión.
—Todo va a salir bien.
Emma le prometió aquello a Harry mientras le daba un abrazo de despedida.
—¿Lo has visto?
Emma le guiñó el ojo y Harry suspiró con alivio. El peso que se había quitado de los hombros era casi visible. Él le examinó el rostro con inquisición.
—¿Quién te ha hecho llorar?
—¿Por qué ha tenido que ser alguien? —respondió ella a modo de broma—. Puede haber sido cualquier cosa, literalmente lloro por nada.
El chico hizo una mueca que decía "nos conocemos", y ella sonrió con tristeza.
—Chicos.
—Cuando salga de ese laberinto me dices a quién me tengo que cargar, ¿trato hecho? —bromeó Harry, dándole un apretón en el antebrazo—. Aunque espero que no sea George, porque me saca dos cabezas y lo he visto enfadado en más de un partido. Siempre comenta que sabe hacer cosas con su bate y no me gustaría ser el primero en el que las prueba.
Emma sonrió y le estrechó la mano. Harry era un encanto, y parecía que esa necesidad de protegerle que tenía siempre junto a él era recíproca.
—Suerte, hermanito.
Se encaminó hacia las gradas y la sonrisa se le borró del rostro al instante. Estaba enfadada, consigo misma por no haber sido sincera con George desde el principio, con su familia por obligar a Bella a hacer aquel acto tan deplorable y con Cedric por haberla besado sin su permiso. Aquel día le estaba pareciendo interminable y lo único que deseaba era que todo se solucionara de una vez.
Divisó a su grupo de amigos y observó que había un gemelo a cada extremo. Le habían dejado un sitio en el centro, entre Verónica y Lee, y lo tomó aliviada de no tener que sentarse junto a George, porque sabía que si se ponía a su lado no soportaría no decirle nada.
De igual modo, se inclinó hacia atrás para observarlo.
Anoche me dijo que me quería.
Yo le dije que le quería.
George parecía haber tenido la misma idea que ella, porque también se inclinó ligeramente hacia atrás para buscarla, provocando que sus miradas se cruzaran.
Pero no parecía enfadado. De hecho, cuando vio que Emma solo lo miraba con una mueca de arrepentimiento. Él le dedicó una sonrisa muy breve, cargada de esperanza.
¿Eso significa que me perdona?
Se vio tentada de pedirle a Maisie que le cambiara el asiento, pero fue interrumpida por la ensordecedora música de la banda del colegio, que comenzó a tocar el himno de Hogwarts. Su atención se puso entonces sobre el césped del campo, donde los campeones se despedían de sus familiares.
La señora Weasley y Bill abrazaron a Harry para desearle suerte, y Emma no pudo evitar sonreír al ver aquello. Para ellos, Harry era de la familia. Molly depositó un beso en la frente de Harry antes de despedirse.
Amos Diggory exhibió a Cedric frente a todos y se despidió recordándole lo orgulloso que estaba de él. Desde las gradas, Emma podía ver el rubor en las mejillas del chico, que odiaba que su padre lo animara así.
Las puertas del laberinto se abrieron por fin, haciendo que el público contuviera la respiración. Emma buscó la mano de Verónica para tener algo a lo que agarrarse. Había visto el final de aquella prueba y, en teoría, no tenía motivos para estar tan preocupada, pero aquella serpiente de su última visión había teñido sus esperanzas con el color del mal augurio. Esperaba estar equivocada.
Cedric buscó a Emma entre el público y se despidió con una mirada rápida que intentaba decirle cuánto sentía lo que había ocurrido. Emma no hizo ningún gesto más allá de no retirarle la mirada. Quería decirle que se concentrara en el laberinto y en nada más.
Las puertas se cerraron tras él.
A su alrededor, todo el mundo comentaba lo que podría estar ocurriendo en el interior de los muros. Suponían quién iba a ganar, apostaban y se reían. Emma no participaba en las conversaciones porque ya sabía el final, y en aquel momento, aquella prueba era la menor de sus preocupaciones. Bella estaba en primera fila, a unos cuantos metros por delante de ella, con Camille, con quien había hecho por fin las paces. No podía verle la cara, pero Emma se preguntó si ahora que por fin había sucumbido al Imperio estaría mucho mejor, sin la constante voz en su cabeza obligándola a traicionarla.
Fleur fue la primera en salir del laberinto. Emma, aunque no tenía ningún tipo de relación con la chica y conocía mucho mejor al resto de participantes, estaba secretamente decepcionada de que la única mujer que había salido elegida quedara en último puesto. No olvidaba lo bien que había realizado su primera prueba, sin dudar frente al dragón.
Poco después, Viktor salió del laberinto, escoltado por tres profesores que trataban de retenerlo. A Emma le pareció que gritaba algo, pero no podía escucharlo desde su posición en las gradas.
—¿Crees que le ha ocurrido algo? Parece que está hechizado, ¿no? —preguntó Verónica, intentando ver algo entre los profesores.
—No tengo ni idea —confesó Emma con la voz pesada. No sabía qué habían puesto los profesores en el interior del laberinto, pero no podía ser nada fácil de sortear si había podido contra Viktor Krum.
No ocurrió nada, durante tanto tiempo que se volvió de lo más inquietante. La espera silenciosa provocaba que los minutos se hicieran eternos, y poco a poco la emoción del qué estará pasando pasó a ser preocupación por el qué habrá pasado. Incluso los profesores parecían consternados por lo mucho que tardaban Cedric y Harry en volver.
Emma confiaba en que pronto volverían los dos con la copa en las manos, pero solo por satisfacer su curiosidad y tener algo que decirle a los demás para tranquilizarlos, intentó concentrarse y provocar una visión. Según Trelawney, era posible, aunque complicado. Debía conseguir poner la mente en blanco y no pensar en absolutamente nada que no fuera aquello que quería ver.
Harry y Cedric. El interior del laberinto. La copa.
Tuvo que intentarlo durante, por lo menos, siete minutos enteros, hasta que justo cuando iba a darse por vencida sintió el familiar cosquilleo de una visión. Se sentó de nuevo en su silla, por si volvía a desestabilizarse como hacía unas horas, y siguió concentrándose.
Sin embargo, en lugar de ubicar su visión en el laberinto, la imagen que veía con claridad era la de un cementerio muy antiguo, cuyas lápidas estaban agrietadas y casi completamente cubiertas por la hiedra y los hierbajos. A lo lejos, en la oscuridad de la noche, se observaba una pelea de hechizos contrapuestos. Era un duelo a muerte, por el color verde que teñía la escena. Aquello provocó un escalofrío en Emma, que se aferró a su asiento con una punzada de pánico.
Intentó enfocarse en aquel duelo de varitas, solo para distinguir los rostros de sus participantes, y cuando descubrió que la figura que luchaba contra la maldición letal no era otra que la de Harry, sintió que la visión se desvanecería en cualquier momento por el susto. Miró entonces a sus pies, reconociendo el césped embarrado en el que había visto a la serpiente en su anterior visión.
Pero esta vez, sobre el césped, no reposaba la copa. Era algo mucho peor.
Era una imagen que jamás se borraría de su retina. Sería la protagonista de todas y cada una de sus pesadillas de ahora en adelante.
Sobre la hierba, yacía el cuerpo inerte de aquel chico que alguna vez había sido quien sujetaba su mano en los momentos complicados. Su rostro, que anteriormente había bañado de besos, ahora estaba completamente rígido y pálido. Sus preciosos ojos castaños observaban la nada. Se habían quedado estáticos, sin alma, para siempre.
Cedric estaba muerto.
—¡NOOOOO! —el grito le desgarró la garganta. Emergió de ella como un torrente de agua imparable, y dolió como si así fuera.
Se escuchó por todo el estadio, cortando el silencio como un rayo. Erizó los cabellos de todos los presentes, que pudieron sentir su dolor emanar desde lo más profundo de sus entrañas.
No tuvo que explicar a nadie qué había ocurrido para que chillara así, como si se estuviera partiendo su cuerpo en dos, porque cuando el grito cesó, Harry y Cedric hicieron su aparición en el estadio. Cayeron de bruces contra el suelo, y la copa salió rodando por el césped.
La multitud rugía entre aplausos y gritos de júbilo, intentando observar a la pareja tumbada sobre el césped para celebrar la victoria.
Pero no había nada que celebrar.
Emma sintió que su alma saltaba de su cuerpo. Que ya no estaba allí. Que quien regía sus movimientos era la desesperación y la adrenalina, la voz en su cabeza que repetía lo mismo una y otra vez.
No, no, no, no, no.
Apartó a sus amigos a codazos y echó a correr en dirección a la valla de las gradas. Ni siquiera calculó el salto, solo se deslizó por la barandilla y utilizó su varita para frenar el golpe de manera inconsciente. Si se había hecho daño al saltar, la adrenalina le impidió sentirlo.
Avanzó a zancadas hacia sus amigos. El público ni siquiera se había dado cuenta de lo que había ocurrido. La música acompañaba la carrera frenética de Emma, pero ella la escuchaba a lo lejos, como si estuviera muy distante a lo que estaba ocurriendo. Solo veía el cuerpo de Cedric sobre el césped.
Alguien intentó frenarla, pero ella lo apartó de un manotazo y se lanzó sobre los cuerpos en el suelo.
Harry lloraba aferrado a Cedric, gritando sin parar.
Cedric miraba al cielo. En sus pupilas, se reflejaba el atardecer que ocurría sobre sus cabezas. Nunca llegaría a ver la noche del veinticuatro de junio.
Emma acercó las manos al rostro de Cedric en un intento desesperado por conseguir una reacción de él; cualquier señal de que lo que sus ojos estaban viendo era mentira y su visión había fallado.
Pero el tacto de Cedric era completamente gélido. La piel que cubría sus huesos estaba tan rígida que Emma no lo reconoció, por más que intentó acariciarlo sin parar.
Se dejó llevar por el cosquilleo de la visión que le provocó el roce de su piel.
Vio el momento exacto en el que una luz verde se aproximaba a gran velocidad hacia Cedric. Sintió el mismo impacto del hechizo en su cuerpo, el instante en el que el cuerpo de Cedric exhalaba por última vez.
Todo se volvió negro.
Lo último que escuchó Emma antes de desfallecer fue el horrible grito de dolor de Amos Diggory, que acababa de darse cuenta de que su amado hijo ya no estaba entre ellos.
Hoy no hay canción ni comentarios divertidos. Hoy me podéis linchar si queréis.
Lo siento 😥
Gracias por votar y comentar y por favor no dejéis de leer por estas cosas, la historia es la que es 😖
Esta es la final de la primera parte de I Didn't See You. Preparaos bien para la segunda, porque viene llena de emociones.
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