Capítulo 35 · Lo que más valoras ·

Algas. Un pueblo sumergido. Criaturas acuáticas cuyos rostros parecían sacados de pesadillas, nadando entre sus pilares. Harry buceaba mirando a su alrededor en busca de algo, y parecía desesperado por encontrarlo. Un segundo después, tenía un tridente contra la yugular.

Emma se despertó por la impresión.

Se había quedado dormida en la sala común, y el libro de Encantamientos se había deslizado por su regazo hasta caer al suelo.

Era la segunda vez aquella semana que se quedaba traspuesta mientras estudiaba. Últimamente tenía muchos trabajos acumulados, así que aprovechaba cada momento que tenía a solas para leer cualquier material que le fuera útil para clase, porque eso de leer por placer se había terminado por el momento. Todos sus compañeros, con la única excepción de los gemelos, compartían su ansiedad. George y Fred tenían la suerte de que Emma fuera buena amiga —y novia— y les ayudara a terminar sus entregas y deberes.

La preocupación era una especie de sentimiento general. La felicidad del baile parecía haber sido un alto en el camino y ahora todos estaban consumidos por un hastío común.

Cedric, por su parte, seguía sumido en una melancolía de la que le costaba salir. Ni siquiera su popularidad a raíz del torneo le aportaba un poco de felicidad. Parecía incapaz de aceptar la ruptura con Emma, y aunque no se había vuelto a acercar a hablar con ella, la perseguía con la mirada por los pasillos o estaba pendiente de ella en clase. Casi parecía estar buscando algo, ya fuera una señal de que ella por fin había pasado página con George o de que, tal vez, fuera todo lo contrario y estuviera dispuesta a volver con él, a pesar de que Emma le había dicho en navidad que no sería así.

Otra persona que parecía enormemente angustiada era Isabella O'Connor, y esa angustia había llamado irremediablemente la atención de Emma. Podría ser fría y mala persona y todo lo que quisiera, pero Emma veía la nube negra alrededor de su pequeña figura y no podía hacer otra cosa que sentir curiosidad y preocupación. La única persona con un aura tan oscura en aquel castillo era Harry, así que estaba claro que algo le ocurría a Isabella, y Emma pensaba que era lo mismo que ocasionaba que fuera una persona tan detestable. A pesar de ser su rival, no dejaba de ser su prima, así que Emma la vigilaba desde la distancia, lo que le había permitido darse cuenta de que estaba en un estado de intranquilidad constante, saltando aterrada ante el más mínimo movimiento brusco.

La había visto, también, recibiendo cartas en mitad de la noche y corriendo las cortinas de su cama para leerlas en privado. Emma no le preguntaba quién le enviaba lechuzas de madrugada, pero el contenido de las cartas siempre parecía molestarla hasta tal punto de no dormir en toda la noche.

Tenía tanta curiosidad por descubrir quién hablaba con su prima que varias veces se chocó con ella a propósito para provocar una visión, y cuando lo consiguió solo pudo ver la cabeza de un hombre que parecía muy enfadado en la chimenea de la sala común. Emma sintió al ver aquel rostro que, por alguna razón, se le hacía familiar, pero no sabía ubicar de qué lo conocía, y todavía sabía menos por qué amenazaba así a Isabella. Emma no tenía la confianza suficiente como para preguntarle, y debía admitir que todavía seguía guardándole rencor por lo que había hecho con su cuaderno de dibujos.

Lo único que había descubierto sobre Isabella, que pensaba que no tenía nada que ver con las misteriosas cartas, era por qué la habían visto hablando con Fred durante el Baile de Navidad. Emma no había aguantado la curiosidad y le había terminado preguntando, y Fred le había contado que había ido a preguntarle porque la había visto triste por culpa de su pareja de baile, Stefan. Al parecer, el búlgaro había sido pillado en el cuarto de baño con alguien más, que resultaba ser su otra prima —por parte de padre—, Camille. A Emma le extrañaba que Fred hubiera querido saber cómo estaba, pero él le había asegurado que Isabella le había mandado a la mierda, así que no pensaba volver a preocuparse por ella en un futuro cercano.

—¿Por qué no me habéis despertado? Son ya las cinco de la tarde.

—Estabas muy guapa durmiendo —musitó George, con un largo suspiro.

—En realidad babeabas un poco, pero bueno —murmuró Fred, un poco cansado de la actitud pegajosa de su hermano y su mejor amiga.

Llevaban aproximadamente dos meses saliendo en secreto. Habían cuidado mucho su comportamiento y nadie, excepto su grupo de amigos, sabía la verdad. Se escapaban de vez en cuando a su habitación secreta, que Hermione había llamado Sala de los Menesteres, tras encontrar información sobre ella en Historia de Hogwarts. Allí, dormían juntos, jugaban, bailaban y, sobre todo, se besaban. Le daban rienda suelta a sus ganas el uno por el otro.

Eran tan felices que algunos profesores les preguntaban durante las clases qué era aquello tan gracioso que les hacía sonreír como estúpidos todo el rato. Emma casi sentía que estaba rompiendo las reglas por salir con él en secreto a la vista de todos. Cada vez que George buscaba su mano bajo el pupitre o la llevaba de la mano a un aula apartada entre clase y clase, sentía que estaba cometiendo una especie de pecado. Y esa sensación era de lo más placentera.

Era como si no se terminara nunca la emoción del primer beso. Todos los que habían venido después habían sido igual de especiales, revolucionando su interior como una niña emocionada que recibía un regalo. No podía evitar comparar la sensación de estar con George con la de estar con Cedric, ya que, al fin y al cabo, había sido su único novio además de él, y pronto comprendió por qué todo se había terminado acabando entre ellos dos. Cedric la hacía sentir segura y recogida. Salir con George era como saltar en paracaídas y ser consciente de que, tomada de su mano, el viaje sería emocionante y divertido. Como volar en escoba y dar una de sus piruetas.

Y a mí me encanta volar.

George, por su parte, hacía un esfuerzo por evitar preguntarle todo el rato si acaso era todo mentira y ella en realidad no estaba enamorada, porque seguía sin creerse su suerte. No se reconocía cuando se miraba en el espejo; se sentía una persona distinta ahora que salía con Emma. Sus amigos habían notado ese cambio en él, y aunque seguía siendo el mismo chico dicharachero de siempre, ahora era más respetuoso, más tranquilo.

Un poco pesado, en opinión de Fred, porque no paraba de hablar de Emma incluso cuando ella no estaba delante. Entendía que estuviera enamorado y fuera feliz, pero no hacía falta que restregara su buena suerte en la cara de los demás de manera constante. Se alegraba de su suerte y su alegría, pero necesitaba un respiro.

Emma miró por la ventana en dirección al Lago Negro y pensó de nuevo en el sueño premonitorio que había tenido, en el que Harry nadaba entre algas y criaturas acuáticas.

—¿Sabéis dónde está Harry?

—En su habitación, supongo —contestó Fred sin dejar de escribir.

Emma subió hasta el cuarto de los chicos, llamó tres veces y abrió la puerta sin esperar a que le dieran permiso para entrar. Estaba demasiado sumida en sus pensamientos como para preocuparse por eso. En el interior, encontró a Neville leyendo un libro de plantas sobre su cama y a Harry y Ron comiendo calderos de chocolate y lanzándose una quaffle. La habitación estaba hecha un desastre, y Harry se levantó rápidamente para recoger un poco.

—No te molestes, la de George y los otros está igual —aseguró ella.

—¿Cómo sabes cómo está la habitación de mi hermano? —preguntó Ron con una mueca de incomprensión. Tardó un segundo de más en caer en la cuenta.

Emma le miró con una ceja levantada, puesto que, en teoría, estaba al tanto. Ron hizo una mueca de asco y Emma le lanzó un almohadón antes de acercarse a Harry.

—Harry, creo que sé cuál es la prueba de mañana.

—Siento desilusionarte, Emma, pero yo también lo sé.

—¿En serio? —respondió ella, contrariada—. ¿Has abierto el huevo?

—Me lo dijo Cedric, en realidad. Como yo le dije lo de la otra prueba, se sentía en deuda —explicó, sacando el objeto dorado de su baúl—. Tenía que abrirse debajo del agua. Sonaba una canción y decía que tenía que aguantar una hora para recuperar "lo que más valoro".

—Oye, ¿cómo has sabido lo de la prueba? ¿Quién te lo ha contado? —preguntó Ron en dirección a Emma.

—¿Yo? Pues... se lo he escuchado decir a Ojoloco —mintió, antes de volver a mirar a Harry—. ¿Y ya sabes cómo aguantar sin respirar?

El chico negó. Emma se estaba empezando a desesperar.

—¿Y qué haces aquí tan tranquilo? ¿No deberías seguir buscando?

—Hemos buscado de todo, pero no he encontrado nada. Tendré que retirarme de la prueba.

—No seas tonto, claro que no te vas a retirar.

—Pensaba que no querías que participara en este concurso, de todas formas.

Emma le miró con los labios apretados en una línea. Desvió los ojos hacia Ron muy rápidamente antes de volver a mirar a Harry, intentando que él comprendiera que era algo que no podía comentar frente a Ron, así que se debía a sus visiones. Harry, sin embargo, no parecía estar captando la indirecta.

—Algo me dice que vas a tener que participar sí o sí, Harry —mencionó, remarcando mucho la afirmación.

Harry destensó las cejas, comprendiendo por fin la indirecta de Emma.

—Veamos, seguro que hay algo que podamos hacer...

Emma miró alrededor de la habitación, en busca de inspiración. En su visión, Harry seguía siendo él mismo, por lo tanto no se había convertido en ningún animal acuático para aguantar bajo el agua, además de que era una magia demasiado avanzada para un chico de catorce años. Emma suponía que había hechizos para aguantar la respiración, pero tendría que hacer una visita a la biblioteca para asegurarse de cómo funcionaban.

La mención de la biblioteca hizo que Emma echara un rápido vistazo al libro que tenía Neville entre las manos. Era un libro sobre plantas.

—Oye, Neville.

El chico levantó la vista de su libro, muy sorprendido por que Emma se dirigiera a él. Ella se levantó y se acercó para hablar mejor con él, provocando que Neville se pusiera rojo como un tomate.

—Neville, por casualidad... ¿Sabes de alguna planta o alga que... ayude a respirar bajo el agua?

—Mmm... bueno, sí, claro —respondió él con un balbuceo.

Harry se levantó de la cama y corrió hacia el chico, desesperado.

—Branquialgas, por supuesto.

—¿Y dónde puedo conseguirlas, Neville? Es importante, es una cuestión de vida o muerte —inquirió Harry, zarandeando a su amigo.

—Eso es difícil, porque solo crecen en aguas del Mediterráneo... —respondió Neville con angustia por el comportamiento de Harry—. Quizás... el profesor Snape tenga en su almacén. Tiene un montón de cosas de ese estilo.

—Harry, ni se te ocurra colarte en el despacho de Snape —le advirtió Ron—. Solo le falta una excusa para expulsarte, y esa sería perfecta.

El chico se pasó las manos por el cabello, desesperado, hasta que sus ojos verdes se abrieron mucho y sonrió.

—¡Dobby! —exclamó.

—¡Harry Potter! —gritó una criatura que apareció tras escucharse un "plop". Emma gritó del susto.

—No os pasará nada —aseguró la profesora McGonagall.

Emma se encontraba en su despacho, junto a Ron, Hermione y una niña francesa muy bonita llamada Danielle, la hermana de Fleur Delacour.

—¿Por qué nosotros, profesora McGonagall? —cuestionó Ron tragando saliva, aterrado.

—Bueno, porque sois las personas más importantes para los campeones, por supuesto.

Emma miró a Hermione haciendo una mueca de pánico, sabiendo lo que significaba. Hermione era la persona más importante para Viktor, y Emma para Cedric.

No, no, no, no.

Aquello era incorrecto por todas las razones. Sería un auténtico drama si ella fuera la elegida. Iba a advertir de aquello a la profesora McGonagall, pero antes de que tuviera tiempo, esta ya estaba apuntándola con su varita para hacer que cayera en un profundo sueño sobre el sofá en el que estaba sentada.

Emma despertó lo que a ella le había parecido un segundo después. En realidad, habían pasado unas cuantas horas.

Escuchó primero los aullidos ensordecedores de la multitud, y abrió los ojos para encontrarse flotando en un agua completamente helada, tanto que comenzó a gritar por el golpe de frío que sintió y los aguijones de hielo en su piel. Cedric la llevaba sujeta a su pecho en dirección a una plataforma donde estaba el público y el jurado.

Era una situación de lo más abrumadora. No comprendía en absoluto nada de lo que había ocurrido, puesto que todavía no había tenido tiempo de procesarlo.

—¿Estás bien, Em? —gritó el chico, sofocado por el esfuerzo.

—S...sí —respondió ella, intentando hacer que sus dientes dejaran de castañear—. Hace fr... frío, joder.

—¡Hemos sido los primeros, Em!

El chico la impulsó primero hacia arriba, y un amigo de Cedric la ayudó a subirse a la plataforma. Enseguida la arroparon con toallas para hacer que entrara en calor, pero ella sentía todavía el agua helada en su interior y no se veía capaz de entender lo que decían las figuras que había a su alrededor. Entre tiritones, miró a Fleur, que estaba llorando frente a ella, rodeada de sus compañeros de Beauxbatons.

Lo siguiente de lo que sí fue consciente fue de Hermione a su lado, envuelta también en toallas. Se tomaron de la mano, buscando la comprensión de la otra, y se juntaron para ver si así entraban antes en calor.

—¿Y H... harr... harry? —preguntó Hermione.

Emma se encogió de hombros. Todavía no había mirado hacia el lago.

Lo hizo cuando la multitud comenzó a gritar de nuevo. Emma hizo acopio de sus fuerzas para alzarse y caminar hacia la valla. Ron y la hermana pequeña de Fleur nadaban con torpeza, seguidos de Harry, que tenía heridas en los brazos causadas por las criaturas marinas.

—¡Emma! —exclamó la voz de George detrás de ella—. ¡Emma, estás aquí!

El chico la abrazó con tanta fuerza que ella dejó de sentir el frío casi al instante, aunque volvió poco después, cuando se alejó de ella. Después, Keira se abalanzó para abrazar también a su hermana. Parecía como si hubiera estado llorando.

—No sabía dónde estabas —gimoteó—. Papá decía que estarías bien, pero no te veía desde ayer y pensé que te habría pasado algo.

—El profesor Dumbledore me aseguró que estaríais bien —la calmó Alfred, abrazando a su hija.

—Sí, señor Blackwood, pero nos podría haber avisado —se quejó George, que parecía todavía muy nervioso—. Emma se fue anoche después de cenar y ya no volvió.

—Lo siento, es que la pr...profesora McGonagall nos llamó para contarnos lo de la pru.... prueba y nos durmió. Me acabo de desp... pertar ahora —Emma no podía hablar todavía bien; el frío le había llegado a los huesos.

No quería mentir, estaba un poco enfadada porque estaba completamente empapada, estaban en febrero y había sido mostrada ante todos como aquello a lo que Cedric más amaba. Por la mirada que le dirigió George al chico, que se acercaba a ellos, a él tampoco le hacía demasiada gracia.

—Todos hemos llegado más tarde de la hora —comentó Cedric, que también estaba envuelto en varias toallas pero no parecía tan afectado por el frío—. Ya veremos cómo lo valora el jurado.

Cho Chang se acercó a él y le dio la enhorabuena y un abrazo. Emma vio un intento torpe de beso en los labios, pero giró la cabeza en busca de Harry, quien era atacado por los besos y abrazos de Fleur Delacour.

¿Están saliendo?

¿Cómo se habrá tomado Cho que me hayan señalado a mí como la persona más valiosa para Cedric?

Por la noche, el ambiente estaba ligeramente tenso en el Gran Comedor.

Cedric y Cho cenaban juntos, y todo el mundo comentaba entre susurros que estaban saliendo. También comentaban, por supuesto, que la que debería haber estado en el fondo del lago tendría que haber sido ella y no Emma. No sabían si había sido un error o si Cedric la habría elegido para la tarea, pero todos tenían comentarios y suposiciones acerca de ellos y no parecían tener ganas de quedárselas para sí mismo.

George cortaba su trozo de carne con especial enfado, al igual que Hermione, que parecía querer aplastar su puré de patata hasta que dejara de existir. Emma no tenía demasiada hambre.

La segunda estaba enfadada porque Rita Skeeter la había tomado también con ella, y la acusaba de haber herido los sentimientos de Harry al salir con Viktor Krum y no con él. Se había enterado, además, de que Viktor la había invitado a pasar unos días en Bulgaria con él durante el verano, y eso que ni siquiera estaba allí cubriendo el evento.

—No es justo —masculló George, interrumpiendo sus pensamientos—. No me parece justo que él pueda salir públicamente con Cho y nosotros hayamos tenido que mantener lo nuestro en secreto.

—Sinceramente, si Emma se hubiera echado novio antes la habrían acusado de insensible o de infiel, o vete a saber qué —se quejó Verónica, tratando de consolar a George—. Ahora creo que ya podéis contarlo.

—Entonces dirán que salgo con George por despecho, o algo de eso —dijo Emma poniendo los ojos en blanco.

Sabía que era injusto, pero eso no lo hacía menos real. Cedric tenía permiso para pasar página porque había sido el dejado y no el que dejaba. Además, los chicos, por lo general, tenían más manga ancha para salir con quien quisieran y con la frecuencia que quisieran. Las chicas tenían mucha menos libertad para hacer lo mismo.

—Tampoco me parece justo que te haya elegido a ti para salvarte del agua —añadió George, rindiéndose y dejando los cubiertos sobre la mesa—. ¿Por qué no ha elegido a su nueva novia, eh? Ha tenido que llevarse a la mía, claro...

Lee le dio un codazo en el costado para que bajara la voz.

—En su defensa, no sabíamos que iban a meter a nadie bajo el agua —musitó Harry, todavía pálido tras la prueba—. Solo nos dijeron que se llevarían lo que más valorábamos. Yo pensé que me robarían a Hedwig o mi Capa de Invisibilidad, pero nadie nos preguntó.

—Pero se llevaron a Ron, qué tierno —suspiró Fred tratando de molestar a su hermano—. Hacéis buena pareja, ahora que lo decís.

Sefás idiotfa —respondió Ron mientras se comía un muslo de pollo.

—La verdad es que sí que ha sido un poco raro que se llevaran a Emma y no a Cho —comentó Maisie, recostándose sobre el hombro de Lee—. Podrían haber tenido un poco más de tacto.

—Y ahora saldrá en el periódico —suspiró Emma, tapándose la cara con las manos.

Sin embargo, no tardó en destapársela, ya que escuchó unos murmullos en una parte no muy lejana de la mesa. Levantó la cabeza para ver cómo el profesor Snape se llevaba a Isabella con la mano sobre el hombro. Una chica de quinto les hizo saber que Isabella estaba castigada porque Snape la había pillado robando algo de su almacén.

Aquello sí que era inusual. No solo Isabella era buena estudiante, además era prefecta. ¿Para qué iba a robar nada de ningún sitio?

Emma vio cómo Isabella le dirigía una mirada antes de salir del Gran Comedor, y notó un escalofrío que le hizo saber que algo malo estaba por llegar. Tenía un presentimiento de lo más sobrecogedor.

Emma buscó a Cedric por los pasillos al día siguiente, decidida a confrontarle por lo que seguramente estaba a punto de ser publicado en el periódico. Lo llevó hacia una esquina donde nadie pudiera verlos y se quedó mirándole, cruzada de brazos. El chico parecía sorprendido por la actitud agresiva de Emma, pero parecía saber a qué se debía.

—Yo no pedí que te metieran debajo del agua, si es lo que me vas a preguntar.

—Ya, entonces, ¿por qué lo hicieron? ¿Por qué no metieron a Cho o a alguno de tus amigos?

—No lo sé, no sé cómo lo decidieron. Quizás lo tenían pensado desde principio de curso y no les dio tiempo a cambiar.

Emma levantó una ceja. Eso no tenía ningún sentido.

—Oye, la gente del agua es muy rara. A lo mejor no querían cambios, no sé —se encogió de hombros. Hasta Cedric sabía que sonaba a excusa.

Emma suspiró.

—¿Cómo se lo ha tomado Cho?

—No me ha dicho nada, pero está un poco rara. Creo que no se atreve a decir nada por si discutimos.

Emma miró hacia atrás, como si temiera que Cho fuera a aparecer en algún momento. Se sentía cómplice y ni siquiera había tenido la culpa de nada.

—No quiero causarte problemas con ella.

—No te preocupes, le he asegurado que somos amigos.

Ella le miró con algo de incredulidad. No habían hablado desde Navidad, cuando habían acordado que era mejor separarse un poco mientras él se olvidaba de ella.

—Tengo otra novia, Em. Creo que está claro que ya podemos volver a ser amigos, ¿no? —propuso él, con una de sus sonrisas de lado.

Emma le miró con una ligera angustia. Le parecía que ese tipo de sonrisa era calcada a la que solía dedicarle el año anterior, cuando todavía eran amigos que se gustaban.

Sin embargo, prefería no meter más el dedo en la herida. Tal vez, Cedric tuviera razón y sí hubiera pasado página y estuviera listo para ser su amigo. Desde luego, a ella le sería más fácil sobrellevar la situación y, así, quizás la gente dejaría de pensar que era una villana si Cedric parecía haberlo superado.

Podemos volver a ser amigos, tal vez. O compañeros de estudio.

—¿Cómo vas con el trabajo de Aritmancia?

—Fatal —confesó el chico—. ¿Crees que a George le importará si te robo un par de horas esta tarde?

—George... es solo mi amigo —mintió Emma.

Cedric levantó una ceja y le dedicó una sonrisa torcida. Emma no sabía si aquello significaba que la creía o no, pero le ablandó la angustia que sentía.

—Vale, pues quedamos en la biblioteca, ¿de acuerdo? Yo llevo la merienda.

El chico se fue corriendo y Emma se quedó de pie, pensando en si había hecho bien en volver a intentar estrechar lazos. Esperaba que George se lo tomara bien.

Notó que unos brazos rodeaban su cintura por detrás y, antes de que pudiera preguntar de quién se trataba, esa misma persona abrió la puerta que había frente a ella, la empujó con cuidado para que pasara y la cerró a sus espaldas.

—Hueles muy bien —susurró George.

Emma se rio, aliviada de que fuera él quien la había secuestrado. El chico le dio un beso en el cuello y luego otro justo debajo de la oreja antes de darle un pequeño mordisco en el lóbulo. Emma se retorció al sentir un escalofrío. Aquel era su punto débil.

George soltó una risita detrás de ella y luego la hizo girar para besarla con fuerza, sujetando con una mano su cintura y con la otra su nuca. Emma se aferró a su túnica y lo acercó, aprovechando para impulsarse y ponerse de puntillas para llegar mejor a sus labios.

George sonrió en mitad del beso, pero no lo rompió ni un segundo. Se agachó un poco y bajó sus manos por sus caderas hasta llegar a sus piernas y subirla de un impulso. Emma las enroscó en su cintura y George la condujo hasta la mesa más cercana, donde la apoyó para poder besarla con tranquilidad.

—Sabes que tenemos clase en cinco minutos, ¿verdad? —le recordó Emma, rompiendo el beso—. Y que puede entrar alguien en cualquier momento.

—¿Y si nos la saltamos? —George volvió a besarle el cuello. Una de sus manos estaba apoyada en su rodilla, pero subía lentamente por su pierna.

—Ya me hiciste tomarme un caramelo sangranarices para saltarme Encantamientos, no pienso volver a saltarme una clase, George.

George hizo un puchero. A Emma no le daba ninguna pena.

—Por favor —pidió, cambiando el tono de voz—. No quiero ir a Transformaciones, quiero quedarme contigo, besarte y abrazarte y...

—Yo también prefiero todo eso a ir a clase, pero los exámenes serán dentro de poco y...

—No necesitas buenas notas para ser la mejor jugadora de Quidditch del mundo, Em, pero yo sí necesito tus besos para ser feliz —respondió con una sonrisa burlona, aunque luego fingió que sentía mucho dolor y puso cara de pena.

Emma puso la vista en blanco. Conocía perfectamente todas las tácticas de George. Era un completo descarado.

—Si quieres, esta noche nos escapamos a la Sala de los Menesteres y te compenso la clase, ¿de acuerdo?

George suspiró, derrotado.

—¿Y esta tarde?

—Esta tarde... —Emma hizo una mueca—. He quedado con... Cedric. Para estudiar.

George levantó una ceja.

—Como amigos, por supuesto. No tienes de qué preocuparte, George. Él tiene novia y yo te tengo a ti y...

George la besó de nuevo para callarla y ella se dejó hacer, aliviada de que al parecer no le molestara que quedara con su exnovio.

—¿No te molesta, entonces? —susurró Emma cuando se separaron por fin.

—No. Confío en ti y sé que erais buenos amigos. Además, ya has probado esto de aquí —dijo señalándose a sí mismo—. Sé que no vas a volver a lo de antes, cuando me has probado a mí.

Emma le dio un golpecito en el pecho, pero George aprovechó para cogerle la mano y darle un beso en el dorso, mirándola a los ojos. Ella se sonrojó casi sin quererlo, como si se hubiera olvidado de que llevaban saliendo juntos desde Navidad y pensara que volvían a ser dos amigos con ganas el uno del otro. A ella, desde luego, no se le habían terminado las ganas de George.

—¿Vamos a clase?

—Un beso más —suplicó él acercándose lentamente—. Solo uno.

Ella suspiró y tiró de su corbata para terminar de acortar la distancia que los separaba. Si por ella fuera, le daría miles.

Espero que estéis teniendo una semana genial 💗

Canción nº15: Una canción de un musical.

Mi propuesta: llevo toda la semana escuchando Hamilton, así que claramente "Satisfied".

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