Capítulo 34 · Secreto ·




Emma despertó unas horas más tarde, incapaz de saber si había amanecido ya debido a la ausencia de ventanas en la habitación.

Fue extraño despertarse en un lugar diferente al que solía ver cada mañana al abrir los ojos. La ausencia del dosel de su cama y de la respiración tranquila de Maisie hicieron que se sintiera muy desubicada observando el techo de piedra que había sobre su cabeza. Tardó unos cuantos segundos en comprender dónde se encontraba, hasta que intentó moverse y notó que tenía un brazo alrededor de la cintura y otro bajo su cabeza, oculto por la almohada.

He dormido con George.

Se dio la vuelta muy despacio, intentando no despertarle, y se quedó frente a él, observándole dormir plácidamente. No había ni rastro del chico pícaro y burlón que conocía: George parecía un adolescente corriente mientras dormía, con los labios ligeramente entreabiertos y sus largas pestañas hacia abajo, tan tranquilas que Emma tenía ganas de estirar el brazo y acariciarlas con el dedo.

Terminó acercándose para depositar un beso sobre la nariz surcada de pecas de George, quien se removió ligeramente pero no llegó a despertarse.

Emma pensó que podría quedarse, tal vez, una hora entera mirándole dormir, intentando concebir que anoche por fin se habían besado y se habían atrevido a todo juntos. No encontraba ni un solo resto de arrepentimiento o de duda después de aquello. No se imaginaba una manera más dulce o perfecta de vivir un momento que, para ser sinceros, siempre le había dado un poco de respeto. Lejos de hacerla sentir presionada, George la había llevado de la mano en todo momento.

Parece mentira.

Si se hubiera dicho a sí misma hacía un año que todo terminaría así con George, no se lo habría creído. Habría pensado en el chico descarado que había dicho estupideces solo por conseguir a la chica que le gustaba y que había terminado haciéndole daño. En el que hizo un comentario desafortunado y terminó bañado por el vaso de agua que le tiró Emma.

Parecía otra persona. Sabía que seguía siendo él, pero era plenamente consciente de que todo era diferente. Ella también era distinta. En cierto modo, pensaba que habían evolucionado en todo ese tiempo hasta convertirse en dos personas que sí podían ser algo más que amigos.

Se quedó así, pensando en cómo las personas cambiaban sin esperarlo. En el cambio brusco de su padre después de la muerte de su madre, en el suyo propio al ver desestabilizado lo que ella consideraba infinito: su familia. Pensó también, en las personas que había dejado atrás, con quienes apenas hablaba en la actualidad. Se habían convertido en desconocidos cuando antes podía hablar horas y horas con ellos.

Miró a George y le acarició el rostro y el cabello.

Por favor, jamás te conviertas en un desconocido.

Trató de ser cada vez más evidente con sus caricias. No quería despertarle, pero sabía que debían salir de aquel lugar lo antes posible porque, o bien solo había pasado un rato y aún era de madrugada, o bien ya era el día siguiente y los demás estaban en pie y buscándoles.

George arrugó la nariz al despertarse por fin, pensando en las ganas que tenía de seguir durmiendo. Abrió los ojos con pesadez, dispuesto a pedir unos minutos más, y entonces se topó de frente con los ojos verdes de Emma, abiertos de par en par.

Sonrió con somnolencia.

—Buenos días, guapa —saludó él con la voz ronca.

—Buenos días, George —respondió ella con una risita—. Creo que deberíamos volver a nuestras habitaciones antes de que alguien se despierte y nos encuentre por el pasillo.

El chico arrugó los labios y, aprovechando que tenía los brazos alrededor de ella, la atrajo hacia sí para abrazarla, murmurando "cinco minutos más". Emma se quedó ahí, contra su pecho, muy consciente de que se le había acelerado el pulso por la emoción. Aspiró el aroma masculino de George e intentó memorizarlo para recordarlo todas las mañanas.

Después, estiró las manos y comenzó a hacerle cosquillas en los costados, en un intento de hacer que se despertara de una vez. George se removió, tratando de zafarse de sus manos, pero pronto se sumó a las risas de Emma al darse por vencido.

—Está bien, está bien, volvemos. Aunque, si fuera por mí, no saldríamos de la cama en todo el día —aclaró, con la voz todavía enronquecida.

—Te recuerdo que es Navidad.

George abrió los ojos al instante, terminando finalmente de ubicarse.

—¡Es cierto! ¿Sabes lo que significa? Un jersey más para la colección.

Emma se rio por lo bajo. Sinceramente, esperaba recibir otro jersey de la señora Weasley. El anterior era cómodo y calentito y no le importaría tener otro igual, aunque de otro color.

—Aunque, sinceramente, Em, ningún regalo será mejor que este despertar.

—¡Oye!

Emma se incorporó y buscó uno de los almohadones para propinarle un golpe en el hombro con él.

—¡Au! —se quejó él—. ¿Qué he hecho?

—Eso que has dicho ha sido precioso.

—¿Y por eso me pegas?

—¡Porque me da vergüenza!

La noche anterior había sido distinto, como si estuviera embriagada por la felicidad del baile. Aquella mañana, mientras George dormía, también se había permitido pensar en cuánto le gustaba. En lo especial que había sido todo entre los dos.

Ahora, a la luz de la mañana, aunque seguía estando sumamente feliz, parecía ligeramente distinto. De repente, le daba un poco más de vergüenza que George le dijera cosas bonitas abiertamente, por mucho que su corazón rebotara en su pecho con alegría.

—Entonces, ¿no te gusta que te diga ese tipo de cosas? —preguntó George contrariado.

Emma se mordió el labio inferior.

—No, no. Por supuesto que no —se quitó las manos y se quedó mirándole—. Dime las que quieras. Es solo que se me hace extraño.

—Intentaré ir poco a poco, para que te acostumbres —bromeó él, acariciándole la mejilla—. Qué guapa estás recién levantada, por cierto.

Emma puso los ojos en blanco e hizo el ademán de levantarse, pero George la atrapó de la cintura y, con un rápido movimiento, se colocó sobre ella para dejarla apresada entre sus brazos. Emma lo observó desde su posición en la almohada y, aunque la noche anterior había estado demasiado ocupada sintiendo nervios por lo que estaba ocurriendo, ahora sí podía hacerse a la idea de que tenía a George, desnudo, sobre ella. Podía alzar la mano y acariciarle el torso si quería. Podía atraerlo de la nuca y besarle hasta que les dolieran los labios. Podía abrir las piernas y pedirle que lo repitiera todo ahora que tenía menos miedo, a pesar de que sentía una ligera irritación tras haber sido su primera vez.

—¿A dónde te crees que vas? —susurró George. Emma escuchó su voz, más grave que de costumbre, y sintió que se derretía encima de las sábanas y se hacía pequeñita.

—Eh...

—¿Sin darme un beso, eh?

Emma le miró con desafío y tomó la segunda opción, atrayéndole hacia sí para juntar por fin sus labios.

Sí, era distinto porque era un nuevo día y ya no eran pareja de baile, pero el sentimiento de euforia no abandonaba su pecho. Sentía que, cuando aspiraba, respiraba más aire de lo normal, como si sus pulmones consiguieran llenarse a plena capacidad.

George se apoyó sobre el codo izquierdo y, con la mano derecha, trazó la figura de Emma desde el muslo hacia su costado, acariciando sus caderas y su cintura con sumo cuidado. Finalmente, subió por el centro de su pecho, pasó por su cuello e introdujo los dedos entre los mechones que salían de su nuca. Emma intentaba por todos los medios controlar el escalofrío que la estaba sacudiendo en ese momento.

Joder, joder, joder, joder.

Empezaba a entender aquello que veían los demás en el sexo. En la necesidad de tener una pareja que te complementara de esa forma, si lo deseabas. Entendía, también, por qué había visto algunas chicas intentando tener algo con George con tanta insistencia.

Sabe lo que hace.

Y quería que siguiera haciéndolo, pero esa vez, George fue quien decidió que sería mejor volver a la sala común antes de que alguien los encontrara. A regañadientes, Emma le dio un último beso antes de salir de la cama en busca de su ropa.

George acudió tras colocarse el chaleco para ayudarle a subir la cremallera del vestido. Después, depositó un beso sobre su hombro y la abrazó desde detrás.

—Gracias por lo de anoche. Fue maravilloso, de principio a fin —susurró Emma, dejando caer su peso contra su pecho.

—Gracias a ti —murmuró él, depositando un beso en su cabello—. Aunque... ¿Puedo hacerte una pregunta?

Ella asintió sin separarse de él, disfrutando de los últimos segundos que tenían en privado.

—¿Qué somos?

Emma se giró para quedar frente a él. Alzó la vista y la clavó sobre sus pupilas, intentando pensar en aquellas palabras.

—Quiero estar contigo —confirmó, con precaución.

Él asintió sin dejar de mirarla a los ojos. La sonrisa que le salió fue de lo más espléndida.

—Y yo quiero estar contigo. No hay nada que quiera más —contestó él, tomando sus mejillas entre sus manos.

Emma se dejó acariciar. De nuevo, se le hacía extraño lo fácil que había sido pasar de ser amigos a ser dos personas que se levantaban en la misma cama y se besaban sin impedimentos.

—Quiero estar contigo, George, pero si todos se enteran...

—Se enterará también Cedric, sí —terminó él. Sabía que Emma estaba pensando en eso.

—Exacto. Siento que me afecte tanto la opinión de los demás, pero hace relativamente poco de lo de Cedric y la gente aún me mira como si fuera la persona horrible que le rompió el corazón sin miramientos —se lamentó, acariciando los antebrazos de George—. ¿Qué pensarán si me ven pasar página tan pronto?

George asintió, cavilando lo que Emma decía.

—Oye, Em, ¿te sientes culpable por lo que ha pasado? ¿Te arrepientes de...?

—No —determinó ella, dejando escapar el aire por la nariz—. Me arrepiento de no haberlo hecho antes y no haber sido sincera con Cedric —aclaró, con un carraspeo—. Si pudiera, lo haría de otro modo, pero me equivoqué.

George la miró con cierta culpabilidad. Él, desde luego, no había tenido nada que ver con aquellos dibujos que habían propiciado la ruptura, pero en el fondo se sentía como uno de los detonantes.

—No me importa que nadie más lo sepa, Em. Con saberlo a mí, me basta.

Ella respiró con tranquilidad. Podía seguir adelante con eso. Aquello seguramente no rebajaría del todo la sensación de culpa, pero al menos podía vivir siendo ella la única que lo pensara y no todo el mundo a su alrededor. Además, George la miraba como si todo fuera posible. Con él, creía que todo iría bien.

Emma se acercó para besarle.

—No me arrepiento de nada, George.

Él asintió para hacerle saber que él tampoco se arrepentía.

Caminaron de vuelta a la sala común en silencio, bajo la capa de invisibilidad. Apenas estaba amaneciendo cuando atravesaron el hueco de la entrada. Emma encontró a la mayoría de sus compañeras de habitación desperdigadas por la sala. Maisie, que había creado una cama en el suelo con un montón de almohadones, se despertó al escucharlos entrar.

Emma se acercó para preguntarle en susurros por qué todas estaban durmiendo ahí en lugar de en su habitación.

—Verónica se llevó a la francesa a la habitación y no nos dejó entrar —murmuró la chica con voz de dormida—. No sabemos dónde está Isabella, pero nosotras nos quedamos aquí. ¿Dónde estabas tú?

Maisie se pasó la mano por uno de los ojos antes de abrirlo y reparar en las manos entrelazadas de sus amigos. Abrió el otro ojo al instante y sonrió ampliamente. Emma se apresuró a taparle la boca para que no gritara, mientras Maisie movía las manos sin parar por la emoción. Solo cuando Emma supo que no se pondría a gritar, retiró la mano para dejar que dijera algo.

—Hacéis una pareja tan bonita que quiero llorar —susurró la rubia fingiendo que le caían las lágrimas.

—Pero no se puede enterar nadie, Maisie, solo vosotros, ¿vale?

Maisie asintió. Se durmió poco después, con una sonrisa de satisfacción.

Emma observó el sofá que quedaba libre y miró a George, que asintió sin decir nada. Los dos se tumbaron, pero cada uno con la cabeza en un reposabrazos, por si alguien los encontraba dormidos en alguna postura más comprometida, y durmieron unas pocas horas para intentar recuperar algo del sueño que habían perdido la noche anterior.

Emma se duchó unas horas después, mientras escuchaba a Verónica en la ducha contigua relatar qué tal le había ido la noche con su pareja, Mirelle. Como siempre, era demasiado explícita para Emma, que no estaba tan acostumbrada a escuchar ese tipo de palabras de la boca de su amiga, pero en el fondo se alegraba por ella. Parecía verdaderamente feliz.

Se reunieron en la sala común con el resto de amigos, así como Keira, Ron, Harry y Hermione, para abrir los regalos. Alfred apareció también, pues no quería perderse la navidad con sus hijas.

Emma abrió entusiasmada su nuevo jersey de la señora Weasley. Aquel año, todos habían acertado mucho más con sus regalos porque ya la conocían bastante, y Emma recibió cassettes de música muggle, una caja de acuarelas e incluso unos parches para decorar su equipación de Quidditch.

Emma dejó uno de los regalos que nadie admitió que era suyo para el final. Se esperó, además, a que todos estuvieran distraídos, hablando de cualquier otra cosa. Solo Fred estaba junto a ella en ese momento, aunque tenía la cabeza apoyada contra el respaldo del sofá porque seguía muriéndose de sueño y buscaba cualquier lugar donde dormir.

Emma abrió el regalo y descubrió un gorro y unos guantes de lana de color rojo granate. Tenían sus iniciales bordadas en uno de los extremos con hilo dorado. El regalo venía acompañado de una tarjeta escrita con una bonita letra en cursiva:

"Gracias por hacer tan feliz a mi hijo.

Feliz Navidad,

Ruth Diggory".

Si la cena de la noche anterior los había dejado satisfechos, el banquete de Navidad no se quedó atrás. Alfred también se saltó el protocolo para comer junto a sus hijas y sus amigos y aprovechó para contar batallitas, como tanto le gustaba hacer. Además, los amigos de Emma, sin duda, no tenían ningún problema en pedirle más historias y sacarle conversación, así que, en consecuencia, Emma se pasó la noche con las mejillas sonrojadas mientras Alfred contaba hazañas de cuando tenía 20 años o de cuando Emma apenas era una bebé.

Keira se apoyaba en el hombro de su hermana, disfrutando del momento familiar. Emma le dio un beso en la frente y pasó una mano alrededor de sus hombros. Seguramente, Keira pensaba lo mismo que ella.

Su padre contando historias el día de Navidad era ya un clásico, pero en la mesa faltaba Amelia escuchándolas por sexta vez con toda la paciencia, riéndose siempre en el mismo momento porque sabía que Alfred pretendía hacerla reír. Esas navidades, igual que las dos anteriores, faltaba el famoso pastel de zanahoria y queso de Amelia y el beso sonoro que Alfred le daba frente a sus hijas a modo de regalo de navidad.

Era tranquilizador en cierto modo saber que, aunque sus navidades ya no fueran iguales porque faltaba una persona, Alfred intentaba hacer que fueran tan normales y especiales como siempre. Al menos, se tenían los unos a los otros.

Emma arrugó la barbilla y apretó los labios para no ponerse a llorar, no sabía si de melancolía o felicidad. Tenía unas ganas exageradas de buscar a su madre y contarle cómo iba todo. Le hablaría sobre George y le confesaría que se había acostado con él y Amelia le habría aconsejado, porque era de esas madres que no tenía miedo a escuchar la verdad. Después, le habría dado una charla sincera sobre lo que debía aceptar y lo que no en una relación y luego habría bromeado acerca de aquello. Emma podía imaginarse sus palabras y sus gestos. Podía imaginarse a sí misma tapándose los oídos avergonzada cuando su madre empezara a contarle sus experiencias con otros chicos a su edad.

Sin embargo, Emma se calmó aceptando que aquello nunca podría ser. Que tendría que contentarse con su imaginación.

Además, si mamá siguiera con vida, nunca habríamos venido aquí y nunca habría conocido a George.

Se excusó un momento, mientras aún saboreaban el postre, para acudir a la mesa de Hufflepuff a buscar a Cedric. Sus amigos dijeron algo acerca de eso, uno, incluso, silbó sugerentemente, pero Cedric les envió una mirada asesina que los calló al instante. Emma lo llevó hacia un lugar apartado del comedor.

—Feliz Navidad, Em —saludó él con una sonrisa.

—Feliz Navidad, Cedric —respondió ella, estirándose las mangas del jersey—. ¿Puedo hacerte una pregunta?

Cedric frunció ligeramente el ceño, pero se cruzó de brazos y asintió con curiosidad.

—¿Tus padres saben que hemos cortado?

El chico abrió los ojos sorprendido y luego bajó la mirada al suelo, avergonzado. Eso fue suficiente respuesta para Emma.

—Tu madre me ha enviado un regalo de Navidad con este mensaje. —Emma le entregó la carta.

Él la leyó rápidamente, con mirada mortificada, antes de devolvérsela.

—Lo siento, no sabía cómo decírselo. Estaban muy contentos por nuestra relación.

Emma se abrazó a sí misma, sintiéndose de nuevo miserable. Cedric se quedó mirándola unos segundos.

—Te prometo que hoy mismo les escribo y se lo cuento, ¿vale? Y por favor, quédate con el regalo de mi madre.

Emma no parecía muy contenta con esa perspectiva. Apreciaba verdaderamente su regalo, pero se sentiría culpable sabiendo que Ruth los había hecho para la novia de su hijo, no para la chica que le había roto el corazón.

—No lo estoy pasando bien, Em —confesó Cedric, pasándose las manos por el pelo—. Últimamente hago cosas de las que no... no estoy nada orgulloso, la verdad. No sé qué me pasa.

Emma se quedó mirándole. Su aura era de un azul oscuro, con tonos grisáceos, como un cielo a punto de llover.

—Creo que no se lo conté a mis padres porque tenía la esperanza de que volviéramos juntos, lo cual es una estupidez porque tú estás enamorada de él.

—Cedric, por favor...

—Sé que no puedes evitarlo, no quiero que te sientas mal por eso. Tomo tu palabra de que no pasó nada entre vosotros —susurró, mirando a su alrededor—. Y sé que me querías, aunque fuera un corto tiempo.

—Cedric, eres un chico maravilloso, de verdad. Cualquier persona sería muy afortunada de estar a tu lado, solo que no puedo ser yo. No del modo en el que lo era antes...

Él miró al techo. Se estaba aguantando las ganas de llorar.

—También te echo de menos como amiga, Emma. Contigo podía hablar siempre, no tenía que... ocultar mi forma de ser.

Emma alargó la mano para darle unas caricias reconfortantes en el brazo, pero la retiró rápidamente cuando vio que él dirigía la mirada esperanzada hacia ella

—Cedric, creo que necesitas un tiempo al lado de cualquier persona que no sea yo, hasta que duela un poco menos. A mí también me duele mucho, lo creas o no.

—¿En serio?

Emma asintió. Haberle hecho daño sería una carga que, sin duda, la acompañaría mucho tiempo.

—Estoy segura de que dentro de un tiempo podremos volver a vernos sin que duela tanto. Al menos, eso espero yo —propuso Emma, con una sonrisa de lado—. Si tú quieres, claro.

Él asintió. Parecía más esperanzado ahora que sabía que en un tiempo la podría recuperar, de alguna forma.

—Dale las gracias a tu madre por el regalo... O no, no sé qué es lo mejor.

—No te preocupes, Em. ¿Te han gustado los guantes?

Emma asintió. Decidió no preguntar por qué sabía que eran unos guantes.

—Tengo que volver... He dejado a mi padre con mis amigos y temo que esté contándoles la primera vez que fui al baño yo sola.

Cedric sonrió ampliamente y asintió. Emma se marchó

Alfred decidió dejar por fin a "la juventud", como él los llamaba, para unirse a la mesa de profesores y seguir festejando con ellos. Keira también se fue con sus amigos, así que, en cuanto se quedaron solos, Maisie se inclinó hacia el centro y miró a los demás. Todos lo tomaron como una señal de que debían imitarla, para poder hablar en susurros.

—¿Y bien? —Maisie se dirigió directamente a Emma y a George—. ¿Cuándo pensáis contar lo vuestro?

—¿El qué nuestro? —Emma fingió no comprender.

—Lo vuestro. Tú y George. George y tú, ya sabes...

—¿Nosotros? ¡Ah, sí! Chicos, es una gran noticia, pero ayer descubrimos que... ¡Somos hermanos! —exclamó George aplaudiendo.

Emma comenzó a reír y los demás pusieron los ojos en blanco.

—¿Ah, sí? Pues que sepáis que estos dos hermanos se han presentado a las siete de la mañana en la sala común, muy despeinados y con la ropa de ayer.

—¿QUÉEEE? —gritó Verónica, que casi se atraganta con su té—. ¡EMMA ROSE BLACKWOOD, YA ESTÁS DANDO EXPLICACIONES!

—¡LO MISMO DIGO, GEORGE GIDEON WEASLEY! —exigió Fred imitando a Verónica.

—Y queremos muuuuchos detalles, ya sabes, George —inquirió Lee, guiñándole un ojo.

George se puso rojo y Emma le dio un codazo. No estaba siendo una buena tapadera, desde luego.

—¿Qué queréis saber?

—¿Sois novios? ¿Eres mi cuñada? —inquirió Fred ilusionado.

Emma y George se miraron con sonrisa enamorada antes de girarse y decir a la vez:

—No.

—¿Cómo que no? —se quejó Fred, que parecía a punto de llorar. Todavía no parecía demasiado contento, como si siguieran faltándole horas de sueño—. ¡Vamos, necesito una buena noticia hoy!

—Es complicado —comenzó Emma—. Pensamos que de momento es mejor que vayamos poco a poco y que... nadie a parte de nosotros lo sepa.

Todos asintieron, aunque parecían fastidiados.

—Pero entonces... ¿sois novios en secreto?

—Se podría decir, aunque no se lo he pedido formalmente —aclaró George.

—¿Pensabas hacerlo? —preguntó Emma, sintiendo que se le removía el estómago de emoción.

—Creía que no eras romántico, George —se burló Verónica con una sonrisa.

—Bueno, es que Emma me ha cambiado...

El grupo de amigos exclamó en un sonoro "ooooh" que hizo que Emma se sonrojara y se cubriera la cara con las manos. George se moría de ganas de abrazarla de costado y disfrutar, por fin, de la cercanía de la que había sido su amiga, pero era consciente de que no podía hacer ese tipo de cosas en público.

—Bueno, y ahora lo interesante, ¿dónde estuvisteis hasta las siete de la mañana, jovencitos? —quiso saber Lee, levantando las cejas dramáticamente.

—No es justo, ¿por qué no le preguntáis a Verónica qué estaba haciendo con Mirelle para tirar a todas las chicas de su habitación?

—Porque yo no pongo misterio. Sexo —aclaró Verónica, encogiéndose de hombros—. Y estuvo muy bien, por si teníais curiosidad. Nunca lo había hecho con una chica, pero ella sí tenía más experiencia así que...

—Ya imagino, se escuchaba desde la Sala Común —murmuró Maisie fingiendo un escalofrío y provocando que todos se rieran.

—No os desviéis del tema, Verónica sé que luego me lo va a contar sin problemas, pero vosotros...

—Bueno, igual no lo quieren contar —les defendió Fred, aunque luego dijo en voz baja en dirección a los dos—. Pero a mí sí que me lo tenéis que contar, ¿eh?

Emma rio. Tenía las mejillas sonrojadas.

—Encontramos una sala secreta en Hogwarts. Creo que es una especie de sala mágica que aparece según la necesidad que tengas, pero creo que debería volver a comprobarlo...

—Me veo en el deber de acompañarte, Em, no vaya a ser que no recuerdes exactamente la ubicación —intervino George, fingiendo seriedad.

Sus amigos les miraron con sonrisas traviesas. Emma estaba viviendo un auténtico bochorno, pero sabía que, a la larga, se enterarían igualmente, así que prefería ser ella quien contara los detalles.

—¿Y qué apareció para vosotros? —preguntó Maisie con curiosidad.

Emma se puso aún más roja, y George se acercó a ella y le susurró al oído:

—No tenemos que contarles nada si no quieres.

Ella le miró y suspiró, luego se giró hacia sus amigos y dijo:

—George y yo nos acostamos, ¿vale? Se acabaron las preguntas.

Todos se pusieron a gritar escandalosamente. Verónica y Lee pedían más detalles, y Fred y Maisie se abrazaban como dos padres orgullosos, aunque aquello lo hacía todavía más raro. Emma y George comenzaron a reírse. Notó que George chocaba su rodilla con la de ella debajo de la mesa, buscando su apoyo. Ella le devolvió el gesto.

Regresaron a la sala común a pasar la tarde de Navidad jugando a juegos de mesa, acompañando las partidas con cotilleos sobre la noche anterior. Emma estaba tumbada con la cabeza apoyada sobre la falda de Verónica, que era demasiado competitiva y no dejaba de saltar a la mínima, provocando que la chica se quejara por el movimiento. Estaban jugando una cuarta partida cuando Fred se levantó rápidamente y dejó sus cartas boca abajo.

—Ahora vengo, ¡nada de mirar mis cartas! —gritó Fred, levantándose y haciendo una señal a Lee para que no viera lo que tenía en su baraja.

Fred salió corriendo por el retrato de la Dama Gorda. Emma intercambió una mirada con Verónica, pues la única otra persona que había visto que hubiera salido antes que él era Isabella.

—¿Tú crees que ha ido a por ella? —susurró Emma.

—Anoche... bueno, según me ha dicho Rosie, de séptimo, los vio hablando después del baile. Además, hoy Angelina está de mal humor. Quizás tenga algo que ver.

—¿Fred e Isabella? ¿Hablando? Me parece rarísimo —susurró Emma mirando hacia la puerta—. No creo que los haya visto hablando jamás.

Verónica se quedó mirando el espacio por el que habían desaparecido Fred e Isabella, cavilando las palabras de Emma.

—Es raro, sí.

—Además, Isabella no se portó bien conmigo. Fred es mi mejor amigo, ¿no es raro?

—Quizá solo sea coincidencia que haya salido detrás de ella. No creo que la esté buscando.

Fred regresó unos cuantos minutos más tarde, sin mediar palabra, pero no ganó ni una sola de las partidas porque parecía muy molesto. Emma estuvo pendiente de Isabella el resto del día, pero no la vio mostrar un comportamiento fuera de lo común. Ella siempre estaba enfadada.

La felicidad de Emma y su relación secreta con George duró apenas una semana, hasta que se publicó el número de la revista que cubría el evento del Baile de Navidad. Emma no recibía el Profeta porque no estaba suscrita, pero Hermione fue corriendo hacia ella en cuanto lo recibió y se sentó a su lado para leer la noticia.

No hay nada más hermoso que los nervios del primer amor, el primer beso y el primer roce. Para los estudiantes de Hogwarts, y unos pocos afortunados de Beauxbatons y Durmstrang, su sueño adolescente se hizo realidad en Nochebuena durante el Baile de Navidad. Los jóvenes lo pasaron en grande en un Gran Comedor convertido en un auténtico Palacio de Invierno, con esculturas de hielo, adornos navideños y música exquisita.

Nuestros campeones aparecieron con sus mejores galas, acompañados de sus flamantes parejas de baile. La señorita Fleur Delacour fue una de las pocas que optó por un acompañante de un colegio distinto, siendo el afortunado Roger Davies, de Ravenclaw. El jovencísimo Potter eligió a una chica de su mismo curso y casa, Parvati Patil. Nuestro búlgaro favorito, Viktor Krum, apareció acompañado por la amiga de Potter, Hermione Granger, que según sus compañeros, "jamás había estado tan guapa". Sin embargo y, para disgusto de muchos, nuestro querido rubio Cedric Diggory no fue acompañado por su novia, la señorita Blackwood, sino por otra compañera de Hogwarts, Cho Chang.

Nuestras fuentes en el colegio nos confirmaron que la bonita pareja formada por Diggory y Blackwood habría terminado por causas desconocidas tras la primera prueba del Torneo. ¿Qué habrá ocasionado tal nefasto desenlace? ¿Quizás Emma Blackwood no se siente atraída por los hombres con éxito? ¿Quizás fueron los celos?

Si se preguntan quién terminó con quién, nuestros periodistas que cubrieron el evento lo tienen claro: Emma rompió con Cedric. No hay más que ver las siguientes imágenes.

En primer lugar, salía Cedric con una cara de tristeza absoluta, bebiendo de una copa de champán. En la siguiente foto, salían Emma y George dando vueltas por la pista de baile, tan felices que era contagioso. En el pie de foto ponía: "Diggory observa con amargura a su exnovia bailando alegremente con otro joven de la casa Gryffindor, George Weasley, de dieciséis años".

Nadie parece saber el motivo de la ruptura, pero está claro que esta hará mella en el rendimiento del joven Diggory en el Torneo, quien parece deprimido tras contemplar a su novia con otro. ¿Acaso Emma Blackwood no tiene corazón? Por lo menos, la chica aceptó bailar con él cuando este se lo pidió.

Añadieron una foto de los dos bailando, Emma apoyada en su pecho y el chico con cara de estar a punto de llorar.

Una pena, hacían una pareja preciosa, pero así es el amor adolescente: emocionante, apasionado y muchas veces efímero. Nuestros periodistas trabajarán día y noche para descubrir qué ocasionó la ruptura. ¿Será el joven pelirrojo que acompañó a la joven al baile? ¿O será el pasado de su madre como mortífaga? Más en el siguiente número.

Emma dejó caer el periódico, provocando que la leche de su bol de cereales se derramara por todas partes.

—Esa... ¡víbora! —espetó, hecha una furia a punto de echar humo por las orejas—. ¡Miserable! ¿Quién le ha dado permiso para hablar sobre mí en un periódico público? ¡Soy menor! ¡No tiene derecho!

—Emma, tranquila —susurró Hermione intentando calmarla—. Es una mujer horrible y odiosa, busca los trapos sucios de la gente para exponerlos y sacar dinero de ello y...

—Ya, pero, ¿por qué la ha tomado conmigo? —masculló ella mirando con desagrado el periódico sobre la mesa—. Ni siquiera ha hablado conmigo ni una sola vez. ¡Y encima ha llamado mortífaga a mi madre!

La reputación de Emma quedó claramente manchada tras la publicación de aquel artículo. Si antes tenían ya dudas sobre qué había pasado con Cedric, ahora todo el colegio sabía con certeza que había sido culpa suya. Cedric, por su parte, continuaba caminando por los pasillos como un alma en pena, alimentando los rumores todavía más.

Emma y George mis padres <3

¿Pensáis que debe seguir sintiéndose mal por lo que pasó con Cedric? ¿Es demasiado pronto para empezar con George?

Canción nº 14:  Una canción en tu idioma materno.

Mi propuesta: por cambiar un poco, la pongo en valenciano, que es mi otro idioma materno :) Bueno, esta es en catalán, pero viene a ser lo mismo. "Compta amb mi" de Txarango. El principio es precioso. En castellano sería algo así: "Cuenta conmigo en el último suspiro de la noche y en el primer aliento del día. En tus labios, cuando bosteces. Cuenta conmigo".

❤️ Nos leemos pronto. ¡Os súper quiero! Gracias por pasaros y leer ❤️

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