Capítulo 32 · El Baile de Navidad ·
No encontró a George en Hogsmeade, por mucho que buscó. Sí que encontró a Fred, que la apresuró a seguirle hacia el castillo con una excusa muy poco creíble sobre que necesitaba su kit para escobas en ese preciso instante y no podía esperar ni un minuto más. Cuando llegaron por fin a la sala común, Fred la entretuvo unos minutos más hasta que, cuando Emma le preguntó a qué estaba jugando, no tuvo más remedio que rendirse.
—Sube. —Acompañó aquello con un movimiento de su pulgar en dirección a las escaleras.
—¿Al dormitorio de los chicos? ¿Y qué hay de la alarma?
—Eso es solo en la habitación de las chicas —aseguró él, empujándola hacia las escaleras—. Vamos, vamos. Cuarto piso, tercera puerta.
Emma emprendió el camino escaleras arriba con las manos temblorosas por la anticipación. Creía que sabía lo que la esperaba una vez llegara por fin al piso indicado, pero una parte de ella le pedía que no se hiciera ilusiones, solo por si acaso. Cuando llegó a la puerta de la habitación, se pasó la mano por el cabello para intentar peinarse un poco, carraspeó y dio unos golpecitos con los nudillos sobre la madera.
—¿Emma? —preguntó la voz de George desde el interior. Emma sintió que se le secaba la garganta.
—Sí, soy yo.
—Pasa.
Tras dejar escapar todo el aire y mentalizarse para lo que estaba a punto de hacer, Emma abrió la puerta de la habitación. Estaba completamente iluminada por velas flotantes, similar a las que adornaban el Gran Comedor. De un gramófono sonaba en volumen bajo música clásica mágica, la misma que la profesora McGonagall les había obligado a bailar para aprenderse los pasos del vals.
En la parte central de la habitación, Emma se encontró a George ataviado con su túnica de gala, las manos escondidas tras la espalda y las mejillas más rojas que nunca. Había intentado peinarse, echándose el pelo hacia atrás sin demasiado éxito, y se le caían algunos mechones a los dos lados del rostro.
Emma cerró la puerta a sus espaldas, observando maravillada la atmósfera que George había creado en aquella habitación. Estaban empezando a temblarle las piernas por los nervios que sentía. Casi se le humedecían los ojos de la emoción.
—Espero que la poción de amor con olor a galletas de mantequilla y aquellos dibujos tan bonitos fueran por mí y no por mi hermano porque, si no, creo que estoy haciendo un ridículo espantoso —comenzó George, tratando de comentar aquello en un tono jocoso para ocultar sus nervios.
Emma comenzó a reír y al final se llevó las manos a las mejillas, abrumada por la situación. No sabía cómo reaccionar ante lo que estaba viendo.
—George, todo esto es precioso, yo...
—Bueno, es que tenía que competir contra un búlgaro de dos metros y ojos azules y otros... veinte candidatos, más o menos, que querían llevarte al baile, así que he pensado que la mejor manera de convencerte era darte una prueba gratuita.
—¿Una prueba gratuita?
—Sí, si no te gusta puedes devolverlo a la tienda —respondió él, riéndose también—. Es una idea que mi hermano y yo pensamos implantar en nuestra futura tienda de bromas.
Emma se echó a reír. Siempre le daba vergüenza lo estruendosa que era su risa, y ahora no podía dejar de soltar carcajada tras carcajada por los nervios. Se tapó la boca intentando controlarse, pero George ya la estaba mirando con una sonrisa ladeada, negando de un lado a otro con guasa. A ella le parecía ridícula su risa, pero él pensaba que era adorable.
—Bueno, Em, ¿quieres bailar conmigo esta canción? Te advierto que soy un buenísimo pisador de pies.
Ella, incapaz de articular una sola palabra por la emoción, asintió, recorriendo el espacio que los separaba con pasos cortos, temiendo romper de alguna manera el momento.
George no tardó en colocar una mano en su cintura y coger su otra mano con delicadeza para acercarla a él. Fue de lo más extraño, notarse tan cerca, tomados de las manos, sin culpabilidad de por medio; sin pensar en que alguien podría verlos y malinterpretar lo que estaba ocurriendo entre los dos.
No había impedimentos, ni terceros, ni deberes que cumplir. Emma le miraba pensando que le estallaría el corazón de felicidad y George la observaba como si jamás hubiera visto a una persona tan maravillosa.
Bailaron por la habitación, escuchando tres veces la canción, hasta que el chico se acercó y depositó un beso sobre su mejilla. Aunque no era la primera vez que le daba uno, Emma sintió que significaba algo muy distinto a los otros besos que se habían dado antes. Después, se separó un poco, con una gran sonrisa.
—Bueno, solo te he pisado una vez, yo creo que eso merece... —comenzó a decir.
—¿Me vas a pedir ir de verdad ir al baile o me voy a tener que arrodillar? —preguntó Emma, con una sonrisa que amenazaba con convertirse en llanto si tenía que esperar un solo segundo más.
—Sería divertido verte de nuevo confesándome tu amor —sopesó él poniéndose una mano en la barbilla y haciendo como que pensaba. Ella le dio un golpe en el pecho y él comenzó a reír—. Pero no, creo que debo hacerlo yo.
George la tomó con cuidado de la mano y la llevó hasta la que debía ser su cama. Emma echó un rapidísimo vistazo hacia la mesilla de noche, que estaba repleta de cosas: había unos calcetines verdes, una foto de todo el grupo de amigos —Emma salía limpiándose las lágrimas de la risa mientras Lee la codeaba para molestarla—, unos caramelos que estaba modificando junto a su hermano y una carta que probablemente había sido escrita por la señora Weasley.
—Bueno, Emma, sé que no lo has pasado bien últimamente, y creo que en parte yo he tenido algo de culpa...
—Tú no has hecho nada, George —suspiró ella, mirándose las manos—. Desde que empecé a salir con Cedric siempre fuiste muy respetuoso.
—Ya, lo digo por mi gran belleza y atractivo, claramente te viste atraída por ello, y he de disculparme, porque te ha generado muchos problemas —se disculpó, haciendo un gesto de negación, como si fuera algo que le doliera muchísimo.
Ella soltó una carcajada antes de juntar su hombro con el de él para darle un pequeño empujón. Pensó en las tonterías que decía sin parar. Pensó, también, en cuánto la hacía reír.
—He tardado en pedirte venir conmigo al baile porque, en primer lugar, me sentía culpable y no quería molestar a Cedric —confesó George lentamente, dejando a un lado las bromas. Emma asintió—. Y en segundo lugar, porque como vi que te lo pedían otras personas, prefería dejar que decidieras tú con quién querías ir y no te vieras obligada a ir conmigo.
—He rechazado a todos los demás —confesó Emma, con una sonrisa de lado—. Creo que solo querían ir conmigo porque soy la exnovia de Cedric y salí en El Profeta.
—Bueno, yo quería salir contigo mucho antes de eso —respondió él, guiñándole un ojo.
Salir conmigo.
Emma sonrió, apretando los labios. No quería confirmar que ella también quería salir con él desde hacía tiempo porque confesar en voz alta que sentía algo por él cuando aún estaba con Cedric todavía la hacía sentirse como una traidora. George, sin embargo, ya sabía lo que Emma estaba pensando por cómo le brillaban los ojos, con una mezcla de culpabilidad y resignación.
Como vio que no sabía qué decir, buscó su mano sobre la manta y se la tomó con delicadeza.
—El caso es que he pensado que tengo que ser un poco egoísta, Em, e ir por fin a por lo que quiero —continuó George, mirándola directamente a los ojos—. Y lo que quiero es ir contigo al Baile de Navidad y pisarte los pies sin parar.
Emma echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reír. George se rio con ella.
—Si aceptas no puedes devolver, ¿eh? Si compras ya te lo tienes que quedar —bromeó. Emma hizo una mueca fea, riéndose de él—. Bueno, ¿me tengo que arrodillar? ¿O eso me lo guardo para cuando te pida matrimonio?
—Me basta con que me des un beso en la mejilla —susurró Emma, como si alguien les pudiera escuchar. Hizo caso omiso a su última pregunta.
—¿En la mejilla? ¿O...?
—Eres un descarado —terció Emma con una sonrisa.
—¿Ah, no lo sabías?
—Lo peor es que sí —suspiró ella, ganándose una sonrisa perversa de George.
—Bueno, allá voy —carraspeó—. Emma... Em —se corrigió, utilizando el apodo que siempre usaba para dirigirse a ella—. ¿Quieres venir al baile conmigo?
Emma le miró unos pocos segundos. Los ojos azules de George miraban sus pestañas sin parar y luego se dirigían a sus labios, pero no como si la fuera a besar. Los miraba esperando escuchar una afirmación. Emma fingió que lo pensaba un poco más.
—Claro que quiero ir al baile contigo, tonto.
Dicho aquello, reunió valor y se acercó a él para darle un beso en la punta de la nariz.
Él hizo un gesto de victoria levantando las manos y luego las bajó rápidamente para envolverla en un gran abrazo y tirarla sobre la cama, dándole muchos besos en la mejilla, mientras decía "¡Sí, sí, sí!".
En la Nochebuena de 1994, el cuarto de las chicas era un completo caos. Emma y sus compañeras de habitación, además de Angelina y Hermione, viajaban de un lado para otro maquillándose, arreglándose el pelo a golpes de varita y pidiéndose cosas a gritos como si no tuvieran todo el tiempo del mundo para hacerlo con educación.
Emma intentaba recogerle el pelo a Hermione de manera que quedara apartado de su rostro, aunque nunca había sido muy diestra con ese tipo de cuidados. Al mismo tiempo, Maisie le arreglaba el cabello a Emma, pues ella tenía el pelo corto y había decidido dejárselo suelto. Verónica era en ese momento la maquilladora experta del grupo, así que iba vagando de unas a otras retocando sus sombras y ojeras, decidiendo ella misma qué colores iban mejor con sus vestidos. Normalmente ya era muy habladora, pero aquella tarde no se callaba, ya que estaba nerviosa por su pareja de baile e intentaba por todos los medios no demostrarlo.
Maisie estaba muy emocionada porque la profesora McGonagall le había permitido traer a Oliver para que fuera su pareja, mientras que Angelina iría con Fred. Emma nunca se había fijado en que aquellos dos tuvieran algo más allá de una amistad, así que supuso que habían decidido ir juntos porque se encontraban cómodos el uno con el otro. En realidad, que ella supiera, a Fred no le interesaba nadie en especial. Lee, por su parte, había decidido invitar a la cazadora búlgara a la que había elogiado durante el partido de Quidditch, y ante la gran sorpresa de todos y la suya propia, la chica había aceptado.
Emma se enfundó su vestido y se miró al espejo. Era el vestido más llamativo y elegante que se había puesto jamás: una prenda color rojo vino con tirantes a medio brazo, por lo que sus hombros y la parte superior del pecho quedaban al descubierto. Maisie le había hecho ondas en el cabello y se lo había dejado suelto para que pudiera sentirse un poco menos expuesta y se tapara con los mechones si así lo deseaba.
—¿No es demasiado...?
—No —intervino Verónica, antes de que dijera nada. Se puso detrás de ella y le atusó el pelo—. Es demasiado precioso, eso es.
Verónica llevaba un impresionante vestido negro ceñido que le hacía unas curvas de infarto. Emma se había quedado hipnotizada al verla salir del cuarto de baño con aquel vestido puesto, y se había quedado pensando en si, alguna vez, su cuerpo se vería tan estilizado como el de Verónica, o si, al menos, ella sabría llevar una prenda tan atrevida con tanta confianza como su amiga.
Maisie llevaba un vestido blanco con detalles plateados, sin duda inspirada por la temática del Baile, y Hermione estaba deslumbrante con un vestido rosa oscuro que sin duda se llevaría las miradas de todo el mundo. Había entrado en esa habitación con su habitual cabello despeinado y su inseparable uniforme, y ahora las demás estaban viendo por fin a la chica de quince años que se escondía detrás de aquella fachada que solía mostrar.
—Estás preciosa, Hermione —aseguró Maisie, que no podía quitar la vista de los volantes de su falda.
Tras conseguir sacar a Emma de la habitación a empujones nada amables de Verónica y Angelina, las chicas corrieron hacia el Gran Comedor, pues llegaban tarde. No era que Emma no quisiera acudir al baile, pero se sentía muy nerviosa y había intentado retrasar el momento tanto como había podido. Hermione, por su parte, se había excusado regresando a su habitación a por su bolso, prometiéndoles que se uniría más tarde y que podían adelantarse.
Antes de girar las últimas escaleras, pararon a arreglarse el pelo las unas a las otras una última vez y luego salieron a la vista de los demás con fingida elegancia. Estaban intentando ocultar la risa, pero Verónica hacía un trabajo tan bueno bajando escalón tras escalón con glamour que las demás pronto se contagiaron de su aura tranquilizadora.
George, al final de las escaleras, fingió que se desmayaba encima de Lee al ver a Emma bajar con su vestido rojo. Cuando Emma llegó por fin hacia donde él estaba, George la tomó de la mano y la hizo girar sobre sí misma para luego acercarla y depositar un beso sobre sus nudillos.
—Sé que no os lo creíais, pero era verdad: esta de aquí es mi pareja, damas y caballeros —anunció George, haciendo un gesto con su mano libre en dirección a Emma.
—George lo ha conseguido —concedió Lee, con un lento aplauso—. Pedid un deseo, porque esto es tan surrealista que debe ser un suceso de esos que ocurren una vez cada mil años.
Se llevó un golpe en la nuca de George y se enzarzaron en una silenciosa pelea de golpes suaves mientras se reían. Estaban tan apuestos con sus túnicas de gala que Emma no podía dejar de sonreír, observando a Lee con su bonita corbata color mostaza y a George con el pelo ligeramente mejor peinado que unos días atrás, cuando le había pedido ser su pareja de baile.
—Estás hermosa, Veronica —susurró Mirelle, pasando una mano por la espalda de Verónica y dejándola en su cadera.
Emma miró a la pareja de Verónica, con su pelo rubio platino lacio peinado hacia atrás y un bonito vestido azul claro. No pudo evitar sonreír al ver a Verónica ligeramente sonrojada, algo que jamás pensó que fuera posible.
—Ah, chicas, esta es Victoria —intervino Lee, presentándoles a su pareja.
La chica era quince centímetros más alta que Lee, tenía unos brazos muy fuertes y una mirada aterradora, pero cuando sonrió Emma pensó que parecía muy amable. Le recordó ligeramente a Viktor, aunque, claro está, él jamás sonreía.
—Se dice Viktoriya —aclaró ella, pronunciando el nombre de manera muy similar—. Aunque él no me ha dicho su nombre.
—Claro que sí, me llamo Lee —respondió él, frunciendo el ceño.
—Lee no es nombre de verdad, solo tiene un sílaba.
—Se llama Lee de verdad —confirmó Oliver con una sonrisa radiante.
Emma le dio un abrazo a su amigo, a quien no veía desde el Mundial de Quidditch. Parecía muy contento de estar de vuelta en Hogwarts junto a Maisie.
—Al final George, ¿eh? —le susurró al oído mientras se abrazaban—. ¿Puedo preguntar qué pasó con...?
—George pasó —le respondió Emma, encogiéndose de brazos—. Supongo que era inevitable.
Oliver se alejó de ella cuando terminó el abrazo y le dio un ligero apretón en la mano para demostrarle su apoyo.
—Desde luego que sí. No ha dejado de hablar y de soltar tontería tras tontería mientras esperaba a que llegaras. Para salir a jugar nunca se ponía tan nervioso —comentó, guiñándole el ojo.
Emma sonrió con timidez y miró de reojo a George. El chico se estaba secando las palmas de las manos en la capa, pero cuando le devolvió la mirada parecía completamente seguro de sí misma. Emma se acercó de nuevo a él, quien pasó un brazo por detrás de su espalda y comenzó a acariciarle la piel del antebrazo. Cuando nadie les miraba, George se aproximó a ella tanto como pudo y rozó su oreja con sus labios al susurrarle de cerca.
—Por si no te habías dado cuenta, eres la chica más preciosa de este lugar.
Emma le dio un codazo amistoso y él aprovechó para besarle la mejilla. Cada vez que sus labios rozaban su piel, Emma sentía que el cuerpo se le iba a prender en llamas por las chispas de electricidad que notaba en la boca del estómago.
—Eso es porque no has visto a Hermione. —Emma miró hacia las escaleras y la vio descender a paso lento—. ¡Ahí está!
Todos los alumnos que se encontraban en el vestíbulo se giraron para observar su llegada.
Viktor, que esperaba junto al resto de campeones en la entrada del Gran Comedor, se acercó al pie de la escalera e hizo una reverencia cuando llegó Hermione. Ella sonrió y le tomó de brazo, y se encaminaron de vuelta hacia las puertas de madera. Hermione le dedicó una sonrisa nerviosa a Emma, y Viktor le guiñó el ojo para darle las gracias.
—¡Con Viktor Krum! —chilló Maisie emocionada—. ¡Hermione y Viktor!
—Ron estará encantado —se rio Fred, tomado del brazo de Angelina.
Emma miró hacia los campeones, entre los que estaba Harry hablando con su pareja, Parvati, aunque no dejaba de mirar a Cho, quien lucía resplandeciente junto a Cedric. Emma advirtió que Cedric estaba mirando en su dirección, pero giró rápidamente la mirada al sentirse descubierto. Estaba guapísimo con una túnica de aspecto caro y su bonito cabello dorado peinado con estilo. Emma desearía que no hubiera ese ambiente incómodo entre ellos, pero no se veía en posición de exigir absolutamente nada. Pensaba que debía esperar a que él estuviera listo para restablecer su amistad, si es que cabía la posibilidad.
La cena tuvo lugar en el Gran Comedor, que había sido decorado con esmero y parecía un palacio de cristal, con nieve cayendo sin parar del techo. Era fácil olvidarse de las paredes de piedra vista y las mesas de madera con marcas de cuchillos y algún que otro nombre grabado sobre ellas. Emma compartía mesa con sus amigos, quienes se reían sin parar de las conversaciones de Lee y Viktoriya, quien parecía decidida a averiguar cuál era su verdadero nombre, porque insistía en que Lee parecía más bien nombre de perro.
—Stefan quería ir contigo —le contó Viktoriya a Emma, quien estaba sentada a su lado—. Stefan pensaba que tu irías a baile con él, pero has elegido chico de pelo rojo —dijo en dirección a George, quien sonrió mientras asentía con orgullo.
—¿Con quién ha venido Stefan? —preguntó Emma, buscándole entre la multitud.
Lo descubrió sentado en una mesa con más chicos de Durmstrang y, a su lado, una preciosa Isabella, ataviada con un vestido verde oscuro, casi negro, y maquillada excelentemente. Estaba sonriendo, lo cual era ligeramente inquietante porque Emma casi nunca la veía sonreír. Seguía enfadada con ella tras lo ocurrido con Cedric, y no había vuelto a dirigirle la palabra ni pensaba hacerlo en un futuro próximo.
—¿Chico pelirrojo es tu novio? —preguntó Viktoriya.
Fred escupió su bebida y empezó a reír, provocando que Angelina se riera también.
—¿Qué es tan divertido? —preguntó Mirelle frunciendo el ceño.
—Es una larga historia, Mirelle —explicó Verónica poniendo una mano sobre la suya. Cada vez estaban más juntas, y Emma sospechaba que en cualquier momento desaparecerían misteriosamente de la cena.
—No, no somos novios —aseguró George, mirando a Emma con diversión—. Pero, ¿a que hacemos buena pareja?
—Hacéis una pareja magnifique —prometió Mirelle con una sonrisa.
George parecía muy pagado de sí mismo, pero cuando miró a Emma, tenía un rubor en las mejillas que le daba un aspecto de lo más adorable. Emma se acercó un poco más a él, moviendo silenciosamente la silla en su dirección.
No podía apartar la mirada de George, que le parecía que estaba radiante con la camisa de color blanco roto y el chaleco negro y morado. El corazón se le aceleraba solo de pensar que estaba ahí, juntos, en público. Se sentía tan feliz que solo quería reírse sin parar.
Una parte de ella se inculpaba sin parar por sentir aquello, pero conforme avanzaba la noche se daba cuenta de que era irremediable y que, en realidad, no estaba haciendo nada malo. Estaba enamorada de él y se merecía disfrutar esa noche igual que los demás. Si no dejaba de lado la angustia, recordaría aquel baile con arrepentimiento, y no era algo que deseara en absoluto.
Así que, cuando los demás no miraban, buscó su mano por debajo del mantel y la apretó con mucha fuerza. No sabía exactamente qué estaba intentando decirle, pero George le devolvió el gesto y, aunque no la miró directamente a los ojos porque siguió su conversación con su hermano, no podía dejar de sonreír, como si se estuviera aguantando la risa. Emma hacía igual. Parecía que era una broma interna que a los dos les parecía de lo más graciosa.
Después de aquello, los campeones abrieron el baile. Cedric llevaba a Cho sin apartar la mirada de ella, como si estuviera muy concentrado para no perder el ritmo y equivocarse en alguno de los pasos. Desde el punto de vista de Emma, hacían una bonita pareja. No sabía si a Cho le gustaba Cedric o no, pero parecía muy feliz mientras bailaba con él ante las miradas de todos.
La prensa estaba en el colegio por primera vez tras el Torneo, ya que Dumbledore les había prohibido entrar a no ser que fuera para cubrir un evento, y Emma vio a Rita Skeeter narrándole a su vuelapluma sin parar, preguntando cosas a cualquier alumno que pasaba frente a ella. Tenía miedo de que se acercara a ella en busca de algún artículo jugoso con el que molestar de nuevo a Cedric, así que intentó ocultarse detrás de George para escapar de su mirada.
Sin embargo, cuando George la sacó a bailar frente la atenta mirada de los demás, aquellas cosas dejaron de importarle. El chico la llevó con destreza por la pista de baile, cuidando de no chocarse con el resto de las parejas, y levantándola por el aire como mandaba la coreografía.
A Emma le dolían las mejillas a rabiar de tanto sonreír. Le parecía que estaba viviendo una escena de esas de las películas muggles, en las que el tiempo se detenía y todo se volvía borroso alrededor de ellos. Casi podía olvidarse de que estaba rodeada de cientos de parejas porque solo podía ver a George frente a ella.
Había algo magnético en su forma de mirarla. Emma podía ver más allá de sus nervios y su emoción; había una especie de deseo en la forma en la que sus ojos trazaban su rostro, como estudiándolo. Emma observó lo apuesto que estaba con su túnica formal e inspiró fuertemente, muy consciente de que el calor que sentía no se debía en absoluto al esfuerzo de la coreografía.
Comenzó a sonar una pieza más lenta y Emma apoyó la frente en los labios de George, demasiado abrumada por la emoción como para continuar mirándole a los ojos fingiendo que no estaba irremediablemente enamorada de él. Pensaba que era tan evidente que se sentía ligeramente avergonzada, como si no fuera consciente de que era recíproco.
Aquella proximidad de sus labios contra su piel propició una visión. En ella, también bailaban juntos, solo que en un lugar muy distinto. George iba disfrazado de lo que parecía un vampiro, y la hacía girar sobre sí misma para luego recogerla entre sus brazos y posar sus labios contra el lóbulo de su oreja.
—Echaba de menos verte sonreír, amor —susurraba.
Emma pestañeó varias veces antes de volver al momento presente. Levantó la cabeza de su pecho y le miró a la cara, preguntándose silenciosamente si todo iría bien entre ellos, si esa visión era de dentro de muchos años e indicaba que todo saldría bien y que lo suyo no tenía fecha de caducidad como su relación con Cedric.
Después, decidió que aquello le daba igual, que prefería no saber nada. Prefería disfrutar de tener sus dedos entrelazados con los suyos y ser la razón de esa sonrisa que no se despegaba de sus labios desde que había aceptado ser su pareja de baile, al menos durante aquella noche. Que pasara lo que tuviera que pasar.
Después de los primeros bailes, las parejas empezaron a mezclarse, y pronto el padre de Emma requirió a su hija para la siguiente canción. George se la cedió con una sonrisa antes de irse en busca de su hermana pequeña.
Emma miró a su padre con timidez. Habían hablado hacía un par de semanas de lo que había ocurrido con Cedric, y para sorpresa de nadie, Alfred la había escuchado con atención y le había asegurado que habían hecho lo correcto al romper. Según él, era mejor enfrentarse a un poco de dolor durante unos días que a una felicidad falsa durante mucho tiempo.
Lo que Emma no le había contado a su padre era que la persona de la que se había enamorado era George, porque lo conocía y le parecía un poco incómodo.
—George, ¿eh?
—Por favor, papá. —Ella puso los ojos en blanco, aunque se le escapó una sonrisa.
—Oye, yo soy un padre guay, puedes contarme esas cosas, ya lo sabes.
—No hay nada que contar, papá. He venido al Baile con uno de mis mejores amigos, eso es todo.
—Bueno, me parece bien, sabes que aprecio mucho a los Weasley —concedió él, con una sonrisa que le hacía saber que no le estaba creyendo del todo—. Aunque sabía desde hace tiempo que el chico estaba loco por ti.
—¡Papá! ¿Por qué dices eso?
—Lo hablábamos el año pasado sus padres y yo. Molly decía que su hijo nunca había sentido interés más que por sí mismo y sus propios planes hasta que, de repente, empezó a hablar de ti sin parar.
—¿Y no te pones en plan "padre protector"?
—No, no me pega —respondió él, restándole importancia.
Emma sonrió con timidez. Pensó que tenía el mejor padre del mundo.
—Me siento fatal por Cedric, aunque parezca contento con la chica con la que ha venido...
—Últimamente no da ni una en clase —concedió Alfred, haciendo una mueca—. Pero todo hemos pasado por eso, Em, no eres la villana de la peli solo por que te guste alguien más, ya lo hablamos.
—Me siento así.
—Pues ya se pasará, te lo aseguro. Ahora a Cedric le parece el fin del mundo, pero al final lo superará, ya lo verás.
Emma se encogió de hombros, incómoda, especialmente cuando vio que Cedric comenzaba a dirigirse hacia ellos con decisión. Su padre le dio un apretón en las manos para darle ánimos.
—Buenas noches, señor Blackwood —saludó Cedric con un carraspeo. Parecía más serio de lo habitual.
—Hola, Cedric. Qué elegante vas.
Cedric asintió con una sonrisa tímida.
—Me preguntaba si podía pedirle este baile a Emma...
Alfred miró primero a Emma para preguntarle su opinión, pero esta asintió con una sonrisa, así que Alfred hizo un gesto hacia ella y se marchó para bailar con una profesora.
Emma se dejó tomar de la cintura por Cedric. Buscó a George con la mirada, que estaba sentado en un sillón hablando con Harry y Ron. Cho, por su parte, bailaba con sus amigas. La canción comenzó y Cedric, que claramente había ensayado mucho, empezó a llevarla con delicadeza entre la multitud, sin apartar ni un segundo la vista de ella.
—Hoy hace un mes —susurró.
Era cierto. El veinticuatro de noviembre había tenido lugar la primera prueba del Torneo, y aquella noche era Nochebuena. Hacía un mes desde que habían roto. Emma asintió sin atreverse a mover ni un solo músculo de la cara. Se preguntó si algún día sería capaz de no relacionar el número veinticuatro con Cedric.
—¿Cómo te va todo? —preguntó él, notando que ella no sabía qué decir.
—Bien, supongo —suspiró ella agachando un poco la cabeza—. ¿Cómo estás tú?
—Estás preciosa, Em. Sé que no está bien decirlo porque he venido con Cho, pero en cuanto te he visto, he pensado en cuánto me habría gustado ser yo quien te llevara de la mano por la pista de baile...
Emma se mordió el labio inferior. Sabía que no era la intención de Cedric, pero se preguntó si acaso estaba diciéndole aquello para hacer que se sintiera todavía peor consigo misma.
—¿Estáis saliendo ya, George y tú?
—No —aseguró Emma con decisión—. Solo somos amigos.
—Ya —suspiró Cedric, asintiendo muy despacio—. Yo... Creo que le gusto a Cho.
—Cho parece genial. Y juega muy bien al Quidditch —contestó Emma, sin saber bien cómo animarle. Quería hablar con él de cualquier otro tema que no fuera su relación, pero Cedric parecía tener otros planes—. Es simpática y...
—Pero no eres tú.
Cedric se acercó ligeramente a ella y apoyó la barbilla sobre su flequillo, dejando a Emma contra su clavícula. Aspiró el olor tan familiar del chico y pensó en lo fácil que le resultaría llorar en ese momento. Notó que muchas personas les miraban y señalaban, notó los fogonazos de luz de la cámara del periódico, pero no se apartó. Contra su pecho, percibía el acelerado palpitar del corazón de Cedric, quien claramente seguía enamorado de ella, y no tuvo fuerzas de detener aquel baile hasta que la música cesó.
—Creo... creo que voy a por una bebida —se excusó, soltando con cuidado sus manos.
—Claro, yo debería volver con Cho. Gracias por el baile, Em.
—Adiós, Cedric.
El chico hizo una extraña mueca al escucharla llamarle con su nombre entero y no con su apodo, pero ella se giró antes de comenzar a odiarse aún más. Caminó en dirección a sus amigos. George la esperaba con dos copas en las manos.
—Lo siento...
—No hay nada que sentir —aseguró George con una sonrisa cargada de seguridad—. De verdad.
Emma asintió y miró a Harry y a Ron, cuyas parejas se habían marchado a buscar alguien más con quien bailar.
—¿Y a vosotros qué os ocurre? —preguntó, poniendo los brazos en jarras—. A ver si adivino: Hermione Granger y Cho Chang.
Ambos comenzaron a mostrarse muy ofendidos y dolidos por sus palabras, desmintiéndolas por completo, pero cuando Hermione llegó radiante para hablar un rato con ellos, Ron se puso a pelear con ella por haber acudido con Viktor. Emma aprovechó el momento para sacar a Harry a bailar.
—George, ¿puedes buscar a Maisie? Oliver ha tenido que irse ya con el Autobús Noctámbulo y se ha quedado sin pareja —pidió Emma con una sonrisa apacible.
—Eso está hecho.
—Emma, yo no sé bailar —masculló Harry, siendo arrastrado hasta la pista de baile.
—¿Te crees que me importa?
La chica le puso bien las manos, una sobre la cintura, lo que provocó que el chico se sonrojara, y la otra en el aire sosteniendo la suya, y comenzó a guiarle por la pista. Harry pareció entender en ese momento cómo funcionaba la coreografía, aunque no dejaba de mirarse a los pies.
—Cho está muy guapa —comentó Emma, abriendo el tema de conversación. Intentó no pensar en que a Cedric le había dicho más o menos lo mismo.
—Sí... —respondió él, buscándola con la mirada—. Le pedí ir al baile conmigo, pero me dijo que ya tenía pareja. Cedric se me adelantó.
Emma asintió, sin decir nada más.
—Estaba claro que iría con él, al fin y al cabo yo tengo un año menos y no sé hablar con las chicas —suspiró él, acompañando su queja encogiéndose de hombros.
—Conmigo sí que hablas. Y con Hermione —le animó Emma.
—Bueno, porque sois mis amigas —aclaró, como si fuera evidente—. Aunque, al principio, aunque no te dieras cuenta, me gustabas un montón. No podía ni articular media palabra frente a ti.
Emma comenzó a reír y el chico se puso todavía más rojo.
—Sí que me di cuenta —respondió Emma entre risas—. Eras adorable.
—Qué desastre —dijo Harry riéndose también—. Llegaste haciendo esas piruetas sobre la escoba y dándome chocolate... —Emma se rio todavía más, ganándose una carcajada de Harry—. Ahora solo te veo como a una hermana, en realidad, aunque hoy estás espectacular.
—Gracias, tú también estás muy guapo —aseguró ella con una sonrisa—. Hermanito.
Él puso los ojos en blanco, pero parecía muy feliz de que alguien más lo considerara de la familia.
—Me planteé pedírtelo a ti cuando me dijeron que no tenías pareja todavía. ¿Me habrías dicho que sí?
Emma lo pensó detenidamente, pero su mirada se fue sin querer a George, que daba vueltas a Maisie mientras esta reía al ver cómo su falda se levantaba haciendo ondas.
—Bueno, ya sé que George quería ir contigo, o eso decía Hermione —respondió, poniendo los ojos en blanco—. Probablemente me hubiera matado. Y si no hubiera sido él, hubiera sido Cedric.
Emma sonrió y le dio un apretón en el brazo.
—Si no fuera por George, habría venido contigo, te lo prometo.
Un par de horas más tarde, tras la llegada revolucionaria de Las Brujas de Macbeth y muchos bailes, risas y bebidas, el evento llegó a su fin, y los profesores comenzaron a echar a los alumnos para que fueran a sus dormitorios. Para muchos, sin embargo, la noche no hacía más que empezar. Emma ayudó a Fred, extendiendo su falda tanto como pudo, a cubrirle mientras robaba una botella de whiskey de la mesa de profesores.
Sin embargo, cuando se aproximó a la salida del Gran Comedor para ir con los demás hacia la sala común, la envolvieron unos brazos por detrás. Notó el cálido aliento de George detrás de su oreja.
—¿Quieres que demos un paseo? ¿Tú y yo?
💗 Tenía muchas ganas de subir este capítulo 💗
El siguiente me da MUCHA vergüenza, ya os podéis hacer una idea. Yo creo que lo subiré y me quedaré callada y bueno, no sé. Soy muy tonta para estas cosas.
¡POR CIERTO! Hemos superado las 3.000 lecturas y los 3.000 comentarios, whaaaat? Ahora sí, I LOVE YOU 3000 ❤️⚡️ De verdad, que muchas gracias por interesaros en leer lo que escribo y por animarme. Os prometo que a esta historia le queda muuuuucho por avanzar y solo espero que estéis dispuestas a seguir leyéndome. Gracias y gracias y thank you y merci y gràcies y grazie y danke y xie xie y arigato y obrigada y no sé decirlo en más idiomas, pero GRACIAS.
Elia de la edición: vamos por 162k ahora jsjsjsjs. Gracias igualmente <3
Canción nº12: Una canción sobre el invierno.
Mi propuesta: No he podido pensar en otra que Back to December de Taylor Swift, aunque tiene poco que ver con el invierno.
🌟 Nos vemos pronto, muchas gracias 🌟
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