Capítulo 30 · Un maldito dragón ·

—¡Son dragones! —anunció Emma cuando encontró por fin a Harry de camino al Gran Comedor.

La primera prueba tendría lugar al día siguiente y nadie sabía qué esperar, pero Emma acababa de tener una visión que se lo confirmaba. Había visto a Fleur Delacour enfrentándose a la bestia en una especie de estadio improvisado. Se suponía que no debían ayudar de ningún modo a los campeones, pero honestamente las normas le importaban muy poco en ese momento, cuando las vidas de su amigo y de su novio estaban en juego.

Dragones. ¿A quién demonios se le ocurre?

—Ya lo sé —le susurró Harry—. Hagrid me los enseñó.

—¿En serio? ¿Y no estás...?

—¿Nervioso? ¿Aterrado? ¿Tú qué crees? —respondió él. No tenía aspecto de alguien que había dormido mucho.

—¿Y qué vas a hacer? ¿Cómo vas a enfrentarte a él?

—Tengo un plan —le aseguró Harry, aunque no parecía demasiado seguro—. Comprenderás que no te lo cuente, cuando tu novio...

—¡Cedric! ¡Tengo que ir a decírselo!

—También lo sabe ya, Emma —susurró el chico, intentando que ella bajara la voz—. Se lo dije yo.

—¿En serio? No me ha dicho nada —musitó, antes de bajar la mirada—. De todas formas, ¿de verdad crees que le contaría tu plan, Harry? Pensaba que confiabas más en mí.

El chico frenó en seco y puso una mano sobre su hombro. Emma se dio cuenta de que había crecido bastante en estatura desde el año anterior. Ahora la superaba casi por un palmo.

—Claro que confío en ti, Emma, es que... estoy muy nervioso, apenas puedo dormir, y todo el mundo en Hogwarts está en mi contra porque piensa que le quiero quitar el protagonismo a Cedric.

Emma chasqueó la lengua. Abrazó a Harry y él se dejó abrazar. Claramente, necesitaba mucho cariño.

—Yo sé que no es así. Y él también lo sabe —aseguró Emma, tratando de peinarle el remolino del cabello maternalmente—. Da igual que unos idiotas se hayan puesto unas chapas que digan que apestas, lo importante es que lo hagas bien mañana y les demuestres que eres igual de válido.

Él asintió, aunque no parecía muy convencido.

—Si tienes una visión y ves que me va a comer el dragón, ¿puedes avisarme, por favor? Así me podré retirar a tiempo.

—Por supuesto —aseguró ella con una sonrisa, aunque pensar en la posible muerte de su amigo no le hacía ninguna gracia.

Emma se sentó junto a sus amigos para cenar. Cedric estaba ya allí, como de costumbre, charlando animadamente con Lee sobre Quidditch. No parecía tan nervioso como Harry, aunque Emma sabía que Cedric era bueno aparentando que todo iba bien. Ella, por otra parte, intentaba hacer pedazos un trozo de pan mientras pensaba sin parar en la prueba. No sabía cómo reaccionaría de tener un dragón delante. No entendía cómo Cedric podía estar comiéndose su trozo de pollo con tanta tranquilidad.

—Ya me ha dicho Harry que sabes cuál es la primera prueba —le susurró, para ver su reacción.

Él asintió, volviendo a mirar su plato.

—¿Estás preparado? —preguntó ella con la voz temblorosa—. ¡Dragones! A quién se le ocurre...

—Sí, tengo algunos trucos en la manga —susurró él—. Creo que podré burlarlo sin problemas.

Ella miró el trozo de pan desmigado sobre su plato. Sabía que no iba a poder comer nada esa noche por la angustia que sentía. George, que se sentaba frente a ella, la miró con el ceño fruncido, como preguntándole por qué estaba tan nerviosa, pero ella hizo un gesto de negación. No podía contarle a todos que sabía de qué iba la prueba porque, en teoría, ni siquiera Cedric ni Harry debían saberlo. Podría jugar en su contra si alguien se enterara de que tenían esa pequeña ventaja.

Por suerte, sus amigos tenían una gran facilidad para hablar de cualquier tontería y sacar de ello un gran debate, así que pronto se despistó y se olvidó durante unos minutos de la prueba. Terminó, incluso, comiendo un poco de tarta bajo la expresa obligación de Verónica, que como siempre actuaba de madre del grupo.

Estaba tan calmada terminando su tarta de zanahoria que no escuchó llegar a Isabella, que caminaba en su dirección echando humos. Estampó algo contra la mesa y se quedó de brazos cruzados.

Emma abrió los ojos como platos al reconocer su cuaderno de dibujos, que en teoría debía estar guardado en su baúl a buen recaudo. Sin embargo, cuando se lanzó a por él, Isabella se lo arrebató de nuevo, alzándolo en el aire.

—¡Es mío! —gritó Emma intentando quitárselo inútilmente.

—¡Sí, exacto, es tuyo! —corroboró Isabella muy nerviosa—. ¡Es suyo! ¿Lo has escuchado, Cedric?

Cedric dejó escapar una larga exhalación. Se levantó con cansancio, mirando a Isabella sin dejar de negar de un lado a otro.

—Isabella, deja a Emma en paz, por favor, ¿qué más da?

—¿Qué más da? Este cuaderno, Cedric, explica muchas cosas. Cosas que te conciernen —aseguró, alzándolo aún más en el aire y rebuscando entre las páginas.

—No, Isabella, por favor —imploró Emma. Intentaba quitárselo con todo su empeño, a sabiendas de lo que había en su interior.

Sus amigos observaban la escena sin comprender qué ocurría y por qué Emma parecía tan aterrada de enseñar lo que había en ese cuaderno. Verónica ya estaba poniéndose en pie para agarrar a Isabella de los pelos si hacía falta.

—Te advertí, Emma, tú has querido que fuera así, y ahora Cedric va a tener que enterarse por las malas...

El cuaderno comenzó a volar de las manos de Isabella y llegó hasta las de Cedric, que había utilizado un hechizo invocador para quitárselo. Por desgracia, ya era demasiado tarde, porque el cuaderno estaba abierto por una página en la que había un dibujo del rostro de George ataviado con un elegante traje de piel de dragón. Sus amigos se acercaron disimuladamente para observar lo que había en el cuaderno. Emma observó su inminente destino. Si intentaba arrebatarle el cuaderno ahora, Cedric se lo tomaría aún peor.

El joven, que frunció los labios al ver el dibujo, continuó rebuscando, hasta que se quedó parado frente a una de las páginas.

El beso.

—Puedo explicarlo.

No, no puedo explicarlo sin decir toda la verdad. Y la verdad es aún peor.

Jamás había sentido una humillación igual. Sus visiones y sus secretos más ocultos estaban expuestos frente a las personas a las que más quería. La peor pesadilla de Cedric se estaba haciendo realidad frente a todos.

—¿Emma, quién de los dos es? —preguntó Cedric, mirándola con un gesto hasta entonces desconocido. Jamás lo había visto tan enfadado. La ceja le temblaba sin parar.

—No tienes que decir nada, Emma —la defendió Hermione—. Y tú, Isabella, no eres quién para quitarle sus cosas privadas y enseñarlas por ahí.

—Soy prefecta, niña —respondió Isabella plantándole cara—. Puedo requisar cualquier artículo que me parezca sospechoso, y esto, desde luego, lo es.

—Solo son dibujos —intervino Fred, intentando ayudarla—. Son dibujos de Emma con sus amigos, ¿qué tiene de malo?

Cedric miró a Fred con los ojos llenos de rabia y le enseñó el dibujo del beso, haciendo que el chico se callara. Emma buscó a George con la mirada. Él parecía igual de perdido que ella, muy consciente de que no habría forma de arreglar aquello.

—Es George, Cedric —explicó Isabella con impaciencia—. Emma ha estado enamorada de George desde el año pasado, y como él tenía novia entonces, se quedó contigo, como segunda opción.

—Yo no... Cedric... El año pasado... —gimoteó Emma con el rostro surcado de lágrimas.

—Y no, no es solo cosa del año pasado —interrumpió Isabella—. Te escuché en la clase de Pociones. Cuando oliste la Amortentia oliste a galletas. Luego intentaste mentir, pero yo ya te había escuchado. No hay que ser muy inteligente para saber cuál de los dos gemelos está siempre comiendo esa porquería. Seguro que si le rebuscamos en los bolsillos de la túnica se habrá guardado algunas de las que había para el postre. —Isabella señaló a George, que parecía muy dispuesto a esconderse bajo la mesa—. Te sigue gustando, Emma, admítelo. Te he visto dibujar por las noches en ese cuaderno, he visto cómo os miráis. No entiendo por qué le das ilusiones a Cedric si...

—¡Ya basta! —gritó Cedric, lanzando el cuaderno sobre la mesa y tirando un par de copas por el camino—. ¡No quiero saber nada más!

Las mejillas se le habían puesto muy rojas por el enfado. Comenzó a caminar con decisión, lejos del grupo, antes de girarse bruscamente en dirección a Emma.

—Mañana hablaremos, Emma, ¡primero tengo que enfrentarme a un maldito dragón! —espetó, alzando la voz. Después, se giró en dirección a Isabella—. Y tú, Isabella O'Connor, no te metas en mi vida nunca más.

—Pero Cedric...

—¡Que me dejes! —gritó, antes de desaparecer por la puerta del comedor.

Isabella se giró, apretando los labios. Miró a Emma de arriba abajo y bufó.

—¡Te lo advertí! —gritó Isabella—. ¡Ni se te ocurra decir que esto es culpa mía, porque eres tú la que ha hecho esos dibujos!

—Sinceramente, Isabella, ¿qué más te da? —intervino Verónica poniendo un brazo por la espalda de su amiga—. ¿Quién eres tú para meterte en su relación?

—Solo me preocupo por Cedric...

—¿Y por qué no empiezas a meterte en tus asuntos? —respondió ella, airada—. Emma no te ha hecho nada y no la dejas en paz. Ahora Cedric irá a la prueba de mañana enfadado y sin su apoyo, ¿es eso lo que querías? ¿Que él fallara?

Isabella dejó escapar el aire y se marchó con las manos apretadas en dos puños. Su aura danzaba a su alrededor, de colores tan oscuros que era casi escalofriante para Emma. Le costaba ver bien a través de las lágrimas.

Todos sus amigos se quedaron en silencio. Emma se aguantó las ganas que tenía de mirar la cara de George para ver en qué estaba pensando, porque sentía que era confirmar todo lo que había ocurrido. Sería confesar frente a todos que habían estado guardando un secreto. Que era la persona horrible que sentía que era, por traicionar a Cedric.

Incapaz de gestionar más aquello, salió también del comedor, ocultando su rostro entre sus manos. Ni siquiera se llevó el cuaderno. No quería volver a verlo.

Cuando entró en la habitación vio a Isabella de pie junto a su cama, caminando de un lado a otro y estirándose de las mangas de la túnica. Parecía estar en medio de un ataque de ansiedad, por cómo sus hombros se agitaban sin parar al intentar controlar su respiración. Emma se limpió las lágrimas de la cara con el dorso de la mano y la miró con ojos cargados de indignación.

—He de reconocer que me he precipitado un poco —musitó Isabella, sorbiendo por la nariz.

—¿Ah, sí? —Emma intentó que sonara con sarcasmo, pero tenía la garganta tan afectada por el llanto que salió como un quejido—. ¿Un poco?

Isabella miró al techo, intentando no llorar. Emma no entendía por qué lloraba ella, si había sido culpa suya. No lloraba cuando había llegado al comedor dispuesta a ridiculizarla.

—Bueno, por si no te habías dado cuenta soy una persona impulsiva, así que no me lo he podido guardar para mí sola cuando lo he visto —espetó, intentando justificarse—. No es justo para Cedric que le engañes con otro. No se lo merece.

—¡Nunca le he puesto los cuernos! ¡Ni una sola vez! ¡Y aunque lo hiciera no tendría por qué importarte!

—Cedric es mi amigo —siseó, cruzándose de brazos. No parecía muy convencida—. Si alguien le está haciendo daño mi deber es impedirlo.

—No sois amigos, él pasa de ti —espetó Emma. Nunca le había hablado a nadie con tanta dureza como le estaba hablando a Isabella, pero había hecho algo horrible.

No, yo he hecho algo horrible. Ella solo lo ha expuesto para que todos lo vean.

Para que vean quién soy de verdad.

—Sí, concretamente desde que apareciste tú. —Se quitó la túnica y la lanzó contra su cama—. Mira, me da igual. Sé que me he pasado, pero en el fondo no creo que haya hecho tan mal. Te he dado el impulso que te faltaba para dejarle.

—¿Y tú qué sabes? —chilló Emma, dando varios pasos hacia ella—. ¿Tú qué sabes si quiero dejarle? ¡Déjanos en paz, Isabella! ¿Tan triste y aburrida es tu vida que tienes que meterte en la de los demás?

Isabella apretó los labios y por unos segundos parecía que fuera a comenzar a llorar, pero enseguida recobró la compostura y apartó la mirada de Emma.

—Al final me lo agradeceréis —murmuró antes de meterse en su cama y correr las cortinas para esconderse.

No sabía de dónde había sacado los ánimos para salir de la cama al día siguiente. Cuando se miró al espejo, su imagen ofrecía un reflejo de lo más miserable. Tenía dos gruesas bolsas bajo los ojos por haber pasado la noche llorando. Tampoco le habría venido mal lavarse el pelo, pues se lo había revuelto sin parar por los nervios.

Pasaba de odiarse a sí misma a odiar a Isabella. Se castigaba por haber tardado tanto en romper con Cedric. Si hubiera sido más valiente y le hubiera dicho la verdad hacía un mes, cuando se había dado cuenta de sus verdaderos sentimientos, Cedric no habría tenido que enterarse así. Ahora, él se sentía humillado también. Había tenido que enterarse de la noticia delante de los amigos de Emma. Delante de George.

También odiaba a Isabella, y eso que Emma no odiaba a nadie. La odiaba en ese momento porque no entendía cómo alguien podía ser tan mezquino. No entendía tampoco qué había hecho desde el año anterior para ganarse su antipatía. Desde el primer segundo, Isabella había sido imposible.

Es mi prima. Es mi familia.

Ya entiendo por qué mamá se alejó de ellos.

Aquel día se celebraba la primera prueba, y aunque todos los asistentes parecían entusiasmados por el acontecimiento, Emma estaba a punto de vomitar el desayuno que no se había tomado. Prácticamente nadie era consciente de que estaban a punto de ver a cuatro personas, una de ellas menor, enfrentarse a un maldito dragón.

En un momento como aquel, Emma echaba mucho de menos Ilvermorny y la seguridad de sus paredes y de sus amigos que la conocían desde la infancia. Ahí no tenía tantos problemas. Ahí no hacían esos torneos demenciales en los que los alumnos se jugaban la vida por la diversión de los demás.

Caminó entre los asientos en busca de sus amigos. Sentía miradas en su nuca, como si todos hubieran visto sus dibujos y supieran lo que significaban, pero sabía que era imposible, porque solo los habían visto sus amigos y ellos nunca la traicionarían así. Era ella la que se sentía observada y pensaba que tenía un cartel que la señalaba como culpable.

Se sentó en la grada intentando concentrarse en tener una visión, aunque ni siquiera sabía si eso era posible. Quería saber ya el resultado de la prueba para poder quedarse tranquila, porque había visto a Harry entrar en el vestidor y nunca lo había visto tan pálido y asustado, ni siquiera durante el partido de Quidditch bajo la tormenta del año anterior. Confiaba en Cedric porque era más mayor, además de muy ágil e inteligente, pero Harry, que era como su hermano pequeño, necesitaba más experiencia. Era un suicidio.

Escuchó primero el rugido, y luego apareció Charlie Weasley junto a otros magos, tirando de unas pesadas cadenas que iban sujetas a las piernas y al cuello de un dragón. Emma sintió que se le paraba el corazón y su alma salía por un segundo de su cuerpo. Era una bestia gigante. No era que no supiera cuál era el aspecto de un dragón; simplemente, lo había visto en imágenes y se había imaginado cómo podría ser tener uno cerca, y la sensación no era en absoluto la misma que tenía ahora. Veía el peligro en cada parte del animal: en sus garras afiladas, en su larga cola que se movía sin parar, en sus fauces. En el fuego que salía de su boca.

Es un suicidio.

Las puertas de la tienda de los campeones se abrieron y Emma escuchó cómo el comentarista, el mismo que había comentado la final del Mundial de Quidditch, nombraba a Cedric como el primero de los campeones en enfrentarse a la primera prueba. Se aferró a la mano de Fred como si su vida dependiera de ello y trató de intentar aguantarse las ganas de gritarle a Cedric que tuviera cuidado. Seguramente, lo último que necesitaba en ese momento era escuchar la voz de su novia, la que estaba enamorada de otro que no era él.

Sin embargo, la prueba de Cedric fue sorprendentemente sencilla. En un breve periodo de tiempo, Cedric había conseguido salir casi intacto de la prueba con un huevo dorado bajo el brazo y una gran sonrisa de satisfacción al escuchar a todo el colegio aclamándole. Salvo por una quemadura en la mejilla, Cedric no había sufrido ninguna otra herida preocupante.

Emma pudo respirar un poco y soltar la mano de Fred, que estaba casi morada por la presión, antes de llevarse sus propias manos a los labios para morderse las uñas. Cedric había sobrevivido, pero ahora faltaba ver a Harry.

Los espectadores observaron al chico de catorce años sobrevolar el colegio en su escoba con el corazón en un puño. Su dragón era el más temible y grande de los cuatro que habían visto, por supuesto. Harry tenía la peor de las suertes.

Emma estaba dispuesta a levantarse de su asiento y plantarle cara a los jueces y al mismísimo Ministro de Magia para decirles lo que pensaba sobre las estúpidas normas del Torneo. Eso tenía que acabar ya antes de que acabara mal.

Sin embargo, Harry, se hizo con el huevo dorado para la sorpresa de toda la multitud. Emma se dejó abrazar por Maisie, sintiendo que se derretía por fin de puro alivio.

Cuando terminó la prueba y cada uno recibió su puntuación, Emma comenzó a caminar hacia el castillo con todos los Gryffindor, que llevaban a Harry en volandas celebrando su victoria. Parecía que ahora todos aceptaban a Harry como legítimo participante y ya no les importaba tanto el hecho de que fuera menor de edad o hubiera otro participante del mismo colegio. Estaba claro que se dejaban llevar por lo que dijeran los demás.

Emma estaba feliz por la victoria, pero estaba tan cansada por no haber dormido y por los nervios que solo quería cerrar los ojos y dejar pasar el tiempo, a ver si con suerte todo se solucionaba mágicamente. Sin embargo, cuando comenzaron a subir las escaleras, Emma notó que alguien la agarraba del brazo. Sabía que era Cedric antes incluso de girarse.

—¿Podemos hablar, por favor?

El chico llevaba una especie de ungüento en la mejilla que probablemente le había puesto Madame Pomfrey por la quemadura. Emma sabía lo que se avecinaba, así que apretó los labios para reprimir el llanto y aceptó.

Le siguió en completo silencio hasta la habitación tras el tapiz. Al ver a Cedric frente a la ventana, con la túnica con su apellido en la espalda, comprendió que aquella era la escena que había visto el verano anterior. Su inminente ruptura. Había sido tan descuidada de olvidarse del mayor de los detalles.

Cedric siempre iba a saber lo de George. Siempre.

El chico parecía no saber por dónde empezar. Probablemente estaba agotado tras el esfuerzo físico y mental de la prueba, y aquello no iba a ser más fácil. Debería estar celebrando su victoria con sus amigos, no teniendo aquella conversación. Emma ni siquiera podía mirarle a los ojos.

—Enhorabuena por la prueba, Ced. Has estado impresionante —susurró. Odiaba los silencios.

Él asintió, frunciendo los labios. No sabía cómo empezar.

Emma intentó sorberse los mocos, pero eso solo hizo que arrugara el mentón y, automáticamente, empezaron a caerle las lágrimas por las mejillas. La desazón se le había quedado atascada en la garganta, provocándole un dolor y una amargura que le impedían seguir hablando.

—No llores, Emma, por favor —suplicó Cedric. Él parecía estar haciendo un esfuerzo muy grande por no llorar también.

—Me siento muy mal, Cedric. Soy la peor persona del mundo.

—Es cierto, ¿no? Estás enamorada de él.

—No es...

—No me mientas, por favor, Emma. A mí no.

Emma sollozó y notó un dolor tan intenso en su pecho que se dejó apoyar contra la pared, tratando de respirar. No podía mentirle, no era justo. Era el momento de enfrentarse a la verdad. Se atrevió a mirarle a los ojos solo porque necesitaba que él entendiera que iba a ser completamente sincera con él.

—Cedric, no sabes cuánto lo siento.

—Siempre ha sido George —se lamentó él, asintiendo muy despacio—. Tenía mis sospechas. Sabía que no era solo una amistad... Había pensando en la posibilidad de que tú le correspondieras, pero no quería aceptarlo. No sé qué siente exactamente ese chico por ti, Em, pero yo... Yo te quiero. Te quiero de verdad. Ojalá pudieras sentir lo mismo que yo.

Ella agachó la cabeza y se mordió el labio, sintiéndose patética. No podía corresponderle. Le había humillado y, aun así, Cedric seguía insistiendo en cuánto la quería.

—Ya veo que no sientes lo mismo —continuó él, ante la falta de respuesta de Emma—. ¿Por qué no me dijiste que había otro?

—No, Cedric, no te he engañado con él —aseguró, negando sin parar—. Te lo juro. Jamás hemos sido más que amigos.

Él se quedó callado, pasándose la manga por las mejillas para limpiarse las lágrimas que ahora empezaban a caerle sin que pudiera remediarlo. Emma casi podía ver su corazón roto a través de la tela de la túnica.

—Yo... —Emma tragó saliva con dificultad—. Me gustaba George el año pasado, pero luego apareciste tú y también me enamoré de ti.

—No lo digas para hacer que me sienta mejor.

—Es la verdad, Cedric —aseguró Emma, peinándose con nerviosismo—. Me olvidé de él porque estabas tú, y todo lo que hice contigo, lo hice porque te quería.

Cedric se pasó una mano por los labios, quitándose el sabor a sal.

—Fue al volver de las vacaciones. No sé qué cambió, pero volví a sentir algo por él y no puedo evitarlo, Cedric. Tendría que habértelo dicho en ese mismo momento, pero no sabía cómo hacerlo. No quería hacerte daño, y desde luego no quería que te enteraras así.

Cedric sollozó. Emma solo quería ir a abrazarle para hacerle saber cuánto lo sentía, pero pensaba que solo sería peor.

—¿De verdad no...? ¿No ha pasado nada?

—No. Ese dibujo que viste era solo... No sé, era un dibujo estúpido que no sé por qué hice.

Cedric asintió muy despacio.

—¿Él también te quiere a ti?

Ella se encogió de hombros, estaba llorando tanto que no paraba de temblar.

—Me dijo que me esperaría lo que hiciera falta, pero yo no quise darle esperanzas porque estaba contigo.

Él asintió lentamente. Se llevó las manos a la cara y se quedó un minuto en silencio.

—No me parece justo —murmuró—. Yo... te quiero tanto, Emma.

Se acercó por fin a ella y le acarició el rostro, intentando retirarle las lágrimas con sus pulgares. Emma le miró a los ojos. Le castañeaban los dientes por la pena.

—Me duele mucho saber que tú no me quieres igual. Ojalá pudiera hacer algo por cambiarlo.

—Cedric, lo siento muchísimo. Siento hacerte esto en mitad del Torneo, siento no corresponderte...

—No pasa nada... —susurró, sorbiendo por la nariz—. Es solo que no sé cómo voy a olvidarte.

Emma le abrazó y comenzó a llorar sobre su pecho. Cedric hizo lo mismo, apoyándose sobre su cabeza. Emma jamás había visto a Cedric tan dolido, y odiaba ser ella la razón.

—Jamás voy a encontrar a alguien como tú, Em —masculló él entre lágrimas—. Nadie jamás me ha hecho sentir así.

—Estoy segura de que sí lo harás, Ced. Eres el chico más maravilloso que hay y tienes un corazón enorme, y te mereces una chica que te quiera de verdad.

—Pero no serás tú...

Ella se mordió el labio y trató de limpiarle las mejillas inútilmente. Él la observó con sus preciosos ojos de color avellana y se acercó para darle un lento beso en los labios.

Emma no se apartó porque sabía que aquel era su último beso, así que decidió concedérselo, incapaz de decirle que no. Notaba sus labios salados por las lágrimas, pero el chico la sujetaba con tanta desesperación que ella simplemente se quedó en silencio. Parecía que estuviera intentando recuperarla con ese beso.

Cuando se separó, Cedric hizo un gesto de dolor y se apartó, soltando lentamente su mano, dedo por dedo, como si le costara mucho.

—Lo siento —musitó Emma con la voz ronca.

Cedric comenzó a andar hacia la puerta y, antes de salir, se giró una última vez.

—Te quiero, Emma. Y creo que siempre lo haré.

Bueno lo siento un montón :( Cedric es un chico estupendo, cariñoso y buen novio, pero no es el chico para Emma. The heart wants what it wants, supongo.

SI OS GUSTA CEDRIC APROVECHO PARA HACER SPAM:

- Si os gusta Cedric, en general, tengo una historia con él en mi perfil, se llama Díada <3

- Si os gusta ESTE CEDRIC, aparece también en this is me trying, otra historia en mi perfil en la que la protagonista es Isabella. Seguramente en este punto la odiéis, pero creedme: la historia cambia mucho a sus ojos, y este Cedric... Este Cedric aparece, ahí lo dejo :)

Canción nº10: Una canción triste o que te haga llorar.

Mi propuesta: All I Want de Kodaline.

🌸 Nos leemos pronto, os super quieroooo 🌸

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